Capítulo VII

La oscuridad era su amiga. Desde tiempos inmemorables se había adecuado a ella, había aprendido a respetarla, de alguna manera, a desenvolverse en la noche y a confundirse con las sombras. De noche era muchísimo más fácil robar, aunque no tenía problema en hacerlo de día. Y, comparada con la oscuridad de algún que otro día sin luna, un colchón deshilachado e insomnio, la de ese bosque no era nada. Percy podía sentir el fluir de uno de los múltiples arroyos a su izquierda, la corriente zarandeando hojas caídas, y el chocar del agua contra las piedras. En cierta manera, ese sonido lo reconfortaba. Se sentía en terreno seguro, sabiendo que había agua cerca de él, aunque no podía explicar el por qué.

Eran ya pasada la media noche, y la luna semi-llena iluminaba una pequeñas partes del suelo, haces de luz que se colaban por las copas de los árboles. Percy recordaba cuando era pequeño, tal vez unos seis o siete años, y jugaba en las calles por la noche. Solía creer que si pisaba los haces de luz, lo descubrirían, de modo que saltaba como una liebre, esquivándolas. La idea le hizo sentir nostalgia, recordaba vagamente cómo era valerse sólo por él, y por nadie más. Pero pasar de tener que preocuparse por llevar un plato de comida a llevar dos, había marcado su vida. Una línea invisible que dividía su mundo en dos: antes de Nico y después de él. Pero de una cosa si estaba seguro: que la vida era mejor con alguien de su lado. Especialmente si contaba con un ratón de 12 años ágil, rápido y silencioso, que lo apoyaba en momentos de soledad.

Había dejado a Nico a cuidado de Grover, un antiguo y muy cercano amigo suyo. Percy le confiaría su vida. De seguro Jason estaría por ahí también, ya que él nunca salía del refugio luego del toque de queda. La historia de Jason y él era muy larga, pero se podía resumir en un chico normal que se había convertido en alguien perseguido por la justicia por esconder a un ladrón. ¡Gracias, Percy, otro amigo al que le arruinas la vida!

Se detuvo en un claro, después de haber caminado por la oscuridad tanto tiempo, la luz de luna resplandeciendo en el cielo lo hizo parpadear. Buscó a la princesita con la mirada. No le habría sorprendido si Annabeth se hubiera echado para atrás. El bosque es muy peligroso para princesas consentidas, superficiales y narcisistas. Percy no pudo reprimir una sonrisa al imaginarse a aquella chica rubia caminando con un largo y pretencioso vestido rosa, andando por el bosque, gruñendo y quejándose de que sus sandalias se arruinarían.

Pero si había algo que debía aceptar era que esa niña tenía coraje. No muchas princesas consentidas se habrían escapado de la seguridad de su palacio. Y es que le asombraba que él no se hubiera dado cuenta mucho antes. ¡Ahora ella sabía dónde vivía Hazel! Si hacía algo mal, ella sabría dónde buscarla, y se la podían llevar arrestada por ocultarlo a él: la cabeza más cara de toda Grecia. Y, que quede claro, no era un título del cuál estuviera orgulloso.

Pero entonces la vio. En una cosa tenía razón: caminada gracioso. El suelo irregular y rocoso del bosque no era fácil de transitar, y Annabeth estuvo a punto de caerse más de una vez. Pero no llevaba un vestido ostentoso, sino una sencilla túnica gris. Pulcra, finamente bordada y con aspecto de valer más que la casa de Hazel, pero sencilla. Por un momento, a Percy le pareció que los ojos grises de la princesa resplandecían en medio de la tenue oscuridad. Tuvo que esforzarse para no quedarse viéndolos más del tiempo debido.

- ¡Princesa! - dijo Percy, tal vez con más burla de la necesaria.

- ¡Ladrón! - dijo ella, cruzándose de brazos y fulminándolo con la mirada; con un escalofrío Percy recordó la leyenda de Perseus (su tocayo) y la malvada Medusa. Se encontró a sí mismo observándose nervioso, como comprobando que no se había convertido en piedra.

- ¿Lista para perder? - las palabras sacaron del trance a Annabeth, que se había quedado perdida en los ojos del chico. Pues claro que no iba a perder. Iba a demostrarle al ladrón que ser una princesa no era lujos, no era ser un niña mimada y caprichosa (aunque no podía decir lo mismo de sus medio-hermanos) Iba a demostrarle a Percy que todo lo que pensaba de ella era incorrecto, nada más que un estereotipo ofensivo. Aunque estuviera temblando por dentro, pensando a cada instante ¿Y si me mata? no iba a dejar que su miedo decidiera su futuro. Aunque ese futuro fuera lo que un chico cualquiera (un ladrón, nada menos) pensara de ella.

- Esto es lo que haremos - a Percy de seguro le había parecido egoísta y dura su forma de hablar, pero Annabeth estaba tratando de que no le importase lo que él pensara de ella - Tiraré esta moneda - se la sacó del bolsillo de la túnica. Una moneda cualquiera: un dracma de plata con la cara de Zeus en un lado y la cara de su padre en el otro (perturbador) - Y si sale cara, yo comienzo. Si sale cruz, tú comienzas.

- ¿Comenzar qué? - Ella procuró no sentirse ofendida por la forma en la que Percy lo había dicho.

- El reto - respondió Annabeth - Yo te mostraré lo que es ser de la realeza, y tú me mostrarás lo que es ser de la pobreza. A ver cuál prefieres al final.

- No tengo problema - dijo él. La brisa había revuelto su cabello, haciendo que la mata negra tapara uno de sus hermosos ojos. No, no hermosos Annabeth se recordó. Verdes, nada más que verdes. - A ver, niña mimada, si por una vez aprecias lo que tienes.

- Lo mismo para ti, vagabundo. - Era oficial: Annabeth necesitaba encontrar un mejor apodo. Urgente. - Suerte.

La moneda dio innumerables vueltas en el aire. Annabeth se fijó en el momento exacto en el que caería, y - con un movimiento algo (muy) torpe - la atrapó a duras penas. Tapó la moneda con su antebrazo antes de verla, y la volteó.

El cuello de Percy se estiraba para poder tratar de espiar. Ni ella ni él sabían que lado de la moneda había salido. Annabeth retiró la mano lentamente, como si estuviera definiendo el destino de vida de uno de los dos. Cuando su brazo estuvo levantado por completo pudo vislumbrar la cara del señor de los cielos. Cara.

- Bueno - Annabeth sonrió. No podía esperar para llevar a cabo lo que tenía planeado - Yo comienzo. Será bastante simple: te disfrazarás y entrarás al palacio conmigo, haciéndote pasar por un... príncipe. Mmm... un príncipe. Suena bien ¿seguro que no te sentirás demasiado importante? - Percy gruñó como respuesta - Pasarás unos días en el palacio, mínimo tres. Mientras más dures... - Annabeth estaba segura de que eso no pasaría - más oportunidades de ganar.

- Hecho - Percy estiró la mano, ofreciéndosela. Annabeth dudó un segundo, pero luego se fijó en que estaba bastante limpia y era bastante fina como para ser la de un vagabundo, excepto por las delgadas líneas blanquecinas, cicatrices, que se esparcían en varios lugares. Pero, luego de decidirse mentalmente, Annabeth la estrechó - Pero - Mmm... gallina - primero necesito ir al refugio. Tengo que decirle a Nico que no estaré unos días, y se lo encargaré a Jason o a Grover. ¿De acuerdo? Puedes ir conmigo, si quieres, pero te lo advierto: no hay sirvientes que te abran la puerta.

Annabeth ladeó la cabeza, ofendida. ¿Qué la creía? Una mimada, narcisista, estúpida, dependiente y egoísta princesa. Su objetivo era bastante claro: borrar esa impresión que tenía Percy de ella.

El refugio no se merecía el título de refugio: el nombre estaba sobrevalorado.El tal "refugio" era una parcela de tierra rodeada por cuatro grandes paredes de malla. La puerta estaba cerrada y asegurada con candados oxidados y lamentables que tenían pinta de ser más antiguos que los dioses, y rodeada de varias cadenas. Percy trató de empujarla, y aunque la reja cedió fácilmente, una cadena - la más nueva y plateada - impedía que se abriera.

- Mala suerte - dijo él, soplando y quitándose un mechón de pelo de la cara con el soplido - tendremos que escalar.

- ¿E-Escalar? - Annabeth preguntó, mientras tragaba saliva. Las paredes de reja tenían unos seis metros, como mínimo.

- Es la única forma - respondió, encogiéndose de hombros. Luego sonrió maliciosamente: - ¿Te da miedo?

- ¿Miedo? ¡Por supuesto que no!

- ¡Pues date prisa! - antes de que Annabeth se diera cuenta, Percy estaba en mitad de la escalada. Lo hacía con una agilidad sorprendente. Una mano delante de la otra. Un pie por encima del otro. Más rápido de lo que ella habría considerado humanamente posible, él saltó desde un metro y aterrizó de cuclillas, con perfección. Se limpió los pantalones con las manos, sonrió y le gritó desde el otro lado de la valla - ¿¡Qué esperas, listilla?!

Annabeth volvió a pasar saliva y se encaminó hacia la reja. Se aseguró de que la túnica no mostrara nada inapropiado y comenzó a subir. Sus movimientos eran lentos y torpes. Los pies se le enredaban en los agujeros de la valla, y estuvo a punto de caerse más de tres veces. En las manos le quedaban líneas rojizas por la presión que ejercían al agarrase de los agujeros de la malla. Luego de miles de gotas de sudor resbaladas de su frente hacia el suelo, llegó al tope del primer lado. Con sumo cuidado, y con extrema torpeza, pasó la pierna por el final de la reja, y estuvo del otro lado. La bajada fue más fácil que el ascenso, aunque también más lento, ya que tenía miedo de caerse y romperse la cabeza.

Cuando Annabeth llegó al suelo, por poco lo besó, pero se limitó a poner una expresión altanera y de decir con la mirada: No fue tan difícil.

Percy sonrió y comenzó a caminar dándole la espalda. El suelo estaba repleto de colchones y mantas descoloridas, con adolescentes dormidos incluidos. El suelo sólo era tierra, y el frío que hacía era horrible. Un chico moreno, con el pelo ensortijado y una gorra dormía sobre un silla, con los brazos sobre el pecho y el ceño fruncido.

- ¡Eh, Grover! - Percy llamó. El chico se quedó quieto - ¡Grover!

Con una sacudida, el amigo de Percy volvió a la vida.

- ¡Percy! - dijo sonriendo y chocándole la mano - ¡Volviste! Jason y Nico te están esperando, en tu sitio de siempre - por alguna razón, Annabeth se sintió como si sobrara, no sólo en la conversación, sino en todo el lugar.

- Sobre eso... - Percy comenzó a frotarse el cuello - Grover, necesito que cuides a Nico unos días. Tengo que salir unos días. No es nada peligroso - se apresuró en decir, viendo la expresión de su amigo. Señaló a Annabeth, que se había quedado en un rincón, sin decir nada. - Me voy con ella. ¿Está bien?

- Claro, Percy. No hay problema.

- Perfecto, gracias, Grov. No quiero que Nico salga de aquí, ¿de acuerdo? Dale de comer de mi reserva - le dijo Percy - le diré a Jason que también le eche un ojo, tu sabes como es. Gracias, amigo, iré a despedirme. - Él la llamó con la mano. - Por cierto, ella es... Annie.

- Hola - saludó ella, algo tímida. Grover la saludó con una sonrisa.

Caminaron hasta el fondo del refugio, hasta unas piedras donde Annabeth vio una mata de pelo rubio brillando en la noche. Ese chico estaba sentado frente a Nico, Annabeth lo reconoció enseguida. Ella y Percy se les acercaron.

- ¡Percy! - Nico saltó de su asiento y fue corriendo a abrazarlo. Percy le revolvió el cabello antes de devolverle el gesto.

- ¡Hey, Nico! ¿Me extrañaste? - Nico asintió, con aire de niño pequeño. - Jason - Percy saludó. El chico rubio se paró y le dio la mano a Percy, ambos sonriendo. Se notaba que eran buenos amigos. Luego Percy miró a Annabeth - Ella es Annie - Nico la reconoció, abrió la boca para decir (o gritar) algo, pero se la tapó en el último segundo.

- Hey - saludó ella, sintiéndose fuera de lugar.

- Miren chicos... - dijo Percy, adoptando una expresión seria. - Tendré que irme... de viaje unos días, ¿si? - él miró a Nico, y le sonrió, como reconfortándolo - Sólo serán unos días. Nico, te quedarás a cuidado de Grover. No. Quiero. Que. Salgas. - dijo, lento y mirando al pelinegro a los ojos - Cuento con Jason para que te eche un ojo, ¿no?

- Por supuesto, Perce. Cuenta conmigo.

Percy abrazó a Nico, chocó manos con Jason y se despidió con la mano.

- Volveré pronto. Lo prometo.

Ambos caminaron por la calles, fuera del refugio. Annabeth caminaba detrás de Percy, con la cabeza gacha, y cubriéndose con las sombras. El palacio resplandeció a lo lejos. Pero antes de que entraran a la vista de los guardias, Annabeth puso su mano en el hombro de Percy.

- Espera. Te descubrirán. Tenemos que disfrazarte de algún modo.

- ¿Alguna idea, princesita?

- Sí. - Annabeth sonrió y dio media vuelta, confiando en que Percy la siguiera.

La fachada principal de la casa era lujosa, bastantemente. Pero era la casa de su mejor amiga, Piper. Su padre era un comerciante bastante - muy - rico, que tenía una hija que siempre iba al palacio. De modo que, automáticamente, se convirtió en su mejor amiga. Ambas pensaban igual. Luchaban igual. Soñaban igual. La diferencia era que Piper podía irse y ella no.

- ¿Por qué estamos aquí? - preguntó Percy, observando la casa con el ceño fruncido.

- Estamos en casa de mi amiga Piper, ella se asegurará de que nadie te reconozca. - respondió, y después llamó a la puerta. Si había algo que en lo que Piper realmente sobresalía era con las tijeras.

Piper debía de estar despierta, porque la puerta se abrió rápidamente. La morena, de ojos multicolores y de hermosa sonrisa se hizo presente.

- ¡Annie! ¡Annie! - chilló, jalándola hacia adentro. Percy entró tan rápido a la casa que ni siquiera Annabeth se dio cuenta de que había ingresado hasta que lo vio. - ¡Ahh! - Piper gritó, y tomó lo que estaba más cerca (un peine) cuando se percató de que Percy había entrado a la casa. Se había quitado la capucha, de modo que de seguro pudo reconocerlo.

Piper empuñó el peine con fiereza.

- ¡Largo! - chilló - ¡Largo!

- Piper, Piper, no. - dijo Annabeth y se puso entre ella y Percy - viene conmigo. Necesito que lo dejes irreconocible. ¿Está bien?

- Pero... Annabeth... ¡es un ladrón! ¿no lo sabes? ¡Su cartel de recompensa está por todas partes!

- Lo sé, lo sé. Es una larga historia. Por favor - dijo ella, suplicando.

- Ugh. De acuerdo.

Diez minutos después, Percy estuvo listo. Piper lo había dejado prácticamente irreconocible. Le había lavado y cortado el pelo, y le había hecho una especie de flequillo que le tapaba uno de los ojos.

- ¡Ya quedó! - dijo su amiga, satisfecha. - si mantienes un perfil bajo, nadie se dará cuenta de que eres un vulgar ladró.

- Piper... - Annabeth la regañó.

- De acuerdo, de acuerdo. Eso es todo.

- Gracias, gracias. Te debo una. Mañana ven a casa y te lo explicaré todo.

- Okay.

Cuando salieron de casa de Piper, Annabeth no pudo evitar notar que Percy estaba... diferente. Tal vez... más guapo. Claro que ni muerta lo reconocería.

Cuando llegaron al palacio, Annabeth tuvo ganas de decir Bienvenido a mi horrible mundo. En vez de eso, sólo dijo:

- Bienvenido al palacio.




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