Capítulo VI
El corazón le latió con prisa, tanto que sentía como si la estuviera golpeando, desesperado por salir, en plan: "¡No! Aquí yo no me meto" Sintió como si algo estuviera bajando por su garganta, lenta y estresantemente. Sus manos sudaban, se las restregaba, tratando de ocultarlo. Estaba a punto se sucumbir ante el pánico. Estaba a punto de lanzarle un florero a Percy, y salir corriendo, pero antes de que pudiera llevar a cabo su plan, la voz del chico de ojos verdes la desconcentró.
- ¿Es verdad? - los ojos de su anfitrión brillaban hipnotizantes, su pelo alborotado lo hacia parecer, de una manera, adorable -. ¿Tú eres la princesa?
Annabeth se obligó a sí misma a mantener el control. Ya lo había hecho muchas veces antes. Cuando los guardias la mareaban con preguntas, cuando su padre le hablaba del futuro del reino, especialmente cuando el tema del matrimonio salía a flote.
- ¿La princesa? Pft... qué va. Claro que no. - la voz le salió mucho mas aguda de lo usual, como un gatito asustado. A leguas se notaba que estaba nerviosa. Y que estaba mintiendo.
- ¡Claro que lo eres! - Percy se puso de pie, una mancha rojiza cubriéndole el brazo, gracias a la herida que se había hecho. Una sonrisa vaciló en sus labios, como si ahora tuviera miedo de lo que hacía enfrente de ella. Eso era lo que Annabeth odiaba, que la gente no se podía comportar de manera natural con ella presente. Siempre había que tener cuidado. Siempre había que ser respetuoso, precavido y exhaustivo. Nadie podía ser como realmente era si ella estaba cerca -. ¡Eres la princesa! ¿Qué estás haciendo fuera del palacio?
- Yo...
El azote de la puerta la interrumpió. "Gracias a los Dioses" Nico entró por la puerta, llevaba tres hogazas de pan bajo el brazo, y en sus ojos negros brillaba una mirada de orgullo. Percy se olvidó de Annabeth un momento y silbó impresionado.
- Eres un campeón, Nico. ¡Conseguiste tres! Ni yo lo hubiera hecho mejor. - Nico dejó las hogazas en la mesa, y Percy le alborotó el cabello, sonriente.
Annabeth, por otro lado, estaba estupefacta. ¿"Ni yo lo hubiera hecho mejor"? ¿A qué se refería Percy?
Entonces la verdad le cayó como un baldazo de agua fría. El pulso se le disparó, gotas de sudor nervioso le cayeron por la frente, retrocedió, disimuladamente. ¿Le debía tener miedo a Percy? ¿A Nico? Comprendió por qué los dos chicos se le hacían tan conocidos. Porque los dos chicos eran los ladrones del mercado. Y Percy era el que la había amenazado con un cuchillo en el cuello.
- Dioses... - murmuró, las manos le temblaban. La puerta estaba cerca, si tenía suerte, tal vez podría salir corriendo.
Pero había algo que se lo impedía.
Los ojos de Percy expresaban bondad. Nico tenía pinta de que no podría matar ni a una mosca. ¿Debía tenerles miedo? Sabía que era peligroso. Recordó vagamente el nombre de los dos chicos en la lista de los más buscados del reino. Habían robado a montones, pero, si no mal recordaba, nunca habían sido acusados de asesinato, ni agresión... y se habían comportado tan bien con ella, además, Percy sabía que ella era la princesa, y no le había hecho nada.
- ¿Estás bien? - Nico le preguntó. En la mano tenía una hogaza de pan, y se la estiraba sonriente. Ella lo cogió dubitativa. Pero no lo comió. Tenía miedo. Estaba en la casa de dos ladrones, que le ofrecían comida. Los ojos de Percy la escrutaban, haciéndola sentir incómoda. Recordó la punta del cuchillo en su cuello, y, asustándola todavía más, vio el mango del cuchillo sobresaliendo del bolsillo de Percy.
- Hazel está por llegar - Nico habló, sin sospechar nada. Del otro chico no se podía decir lo mismo -. Me la encontré en el mercado.
- Eso está bien - Percy avanzó un poco hacia Annabeth. Sus ojos se habían vuelto más fríos. Y era porque Percy se había dado cuenta de que la princesa los había reconocido. No podía permitir, por más que los ojos de la princesa le resultaran mortalmente atractivos, que llamara a los guardias. Se lo llevarían a él. Y no quería eso. Y también se llevarían a Nico. No. Se acercó a la princesa rápidamente, y la tomó por el antebrazo.
- ¡¡No me toques!! - Annabeth chilló. Sus ojos grises abiertos como platos. Percy estaba a punto de botarla del lugar, y decirle a Nico que corriera. No se podía arriesgar. Pero quería quedar bien con la princesa. Quería demostrarle que no todos los ladrones eran iguales, que él y Nico sólo hacían lo que hacían para sobrevivir. Qué el no había elegido esa vida. Que a él no le gustaba vagar por las calles, preocupándose de si tendrían algo para la cena. Que el no había elegido que su padre naufragara y muriera. Él no había elegido que su madre muriera a golpes. Él no había elegido haber aprendido lo que le había enseñado la vida a golpes de su padrastro. No había elegido ser así.
- Nico - Percy miró a Nico lo más serio que pudo, a los ojos -. Quédate aquí. La prin... digo, Annabeth y yo tenemos que hablar.
Se llevó consigo a Annabeth, hacia el cuarto de trabajo de Hazel. La estaba llevando a rastras, sí, pero lo estaba haciendo lo más delicado posible. Y, o Annabeth no tenía fuerzas, o no estaba forcejeando mucho. Azotó la puerta de madera, raída y desgastada, cerrándola lo mejor posible.
- Bien, princesita... - Percy miró a Annabeth a los ojos, tratando de no distraerse con su potente color gris -. ¿Qué haces aquí? Habla.
- Yo... escapé.
- Escapaste, ¿por qué?
- Por que... porque odio esa vida. No te voy a acusar, no te preocupes - Annabeth estaba segura de eso - No tienes idea de la suerte que tienes...
- ¡¿Suerte?! - Percy la cortó, enfadado. - ¿Suerte? ¿Crees que tengo suerte? ¿Crees que es suerte ser huérfano? Claro, tu tienes a tus dos padres vivos, los reyes. ¿Crees que es suerte tener de cuidar a alguien más que tú, alimentarlo? Claro que tú solo tienes que preocuparte sobre qué vestido elegirás mañana. ¿Crees que es suerte ser un ladrón? ¿Siempre huyendo? ¿Durmiendo con miedo? ¿La conciencia carcomiéndote, recordándote que lo que haces está mal, aunque tú ya lo sabes bien? Tú de lo único que tienes que huir son de los miles de pretendientes que quieren convertirte en reina.
- No tienes idea... - Annabeth susurró, enfadada. - ¡No tienes ni la más mínima idea de cómo es mi vida! ¿Crees que es divertido que controlen tu vida, diciéndote qué decir, qué vestir, qué hacer? ¿Con quién casarte? Digo, ¡sólo tengo dieciséis! Pero no. Soy la princesa. Y la princesa tiene que quedarse callada. La princesa tiene que ser sumisa, obediente, y guardarse todo para sí misa. ¡LO ODIO!
- Tu... no tienes idea de lo que daría... de lo que daría... por ver a mi madre viva de nuevo. Por haber conocido a mi padre. ¡Y tú! ¿Tu vas a quejarte de que te van a obligar a casarte con alguien? ¡Por Zeus! ¡Eres una niña engreída, mimada, consentida y egoísta que sólo piensa en sí misma! ¡Crees que tus problemas son grandes, cuando no ves la pobreza que hay en pueblo! ¡Tú, comiendo de lo que los campesinos pagan, sin tener que preocuparte de nada! ¡Quejándote de que te vas a casar y ser más rica!
- No tienes ni idea de lo que significa ser una princesa.
- Y tú no tienes ni la mínima puta idea de lo que implica ser pobre.
- Lo preferiría.
- ¿En serio?
- ¡Pues claro! - Annabeth soltó.
- Perfecto. - Percy abrió la puerta. - Nos vemos dentro de tres días en el bosque del oeste. Tú me enseñarás lo que es ser un mimado príncipe, y yo te enseñaré lo que es vivir pobre. ¡A ver que prefieres al final!
- ¡De acuerdo!
Annabeth salió de ahí, echando chispas. Estaba decidida a demostrarle al ladrón que era horrible ser una princesa. Que era preferible ser pobre, si podías ser libre.
- ¿Annabeth? - Nico le preguntó. Sus ojos negros estaba asustados. Era obvio que había escuchado la "pequeña" discusión entre ella y Percy.
- ¡La princesita ya se va! - Percy salió, golpeando la puerta de nuevo -. Y nosotros también. ¡Vayámonos, Nico!
Mientras Nico se iba, arrastrado por un furioso Percy, sacudió la mano, despidiéndose de una Annabeth dispuesta a ganar.
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