Capítulo IV
Se veía las manos, sentado en una roca. Les daba vueltas, como si fuera la primera vez que las veía. No podía creer lo que había hecho. Se sentía sucio, se sentía una rata. Hace algunos días había estado amenzando de muerte a la princesa de la ciudad. Y se sentía tan culpable. Se veía una pequeña cicatriz que tenía en el dorso de la mano derecha. Una fina y larga raya blanquecina que le recordaban a aquellos días oscuros. Aquellos días en los que vivía con miedo. Con miedo a que su padrastro llegara a la casa. Con temor a lo que recibiría. Si le pegaría mucho, o tan sólo un par de golpes. Y en ese momento, Percy se sentía tan sucio como su padrasto.
Suspiró y apoyó las manos en las rodillas, poniéndose de pie. El calor lo hacía sentir como en el mismísimo infierno. Incluso podía sentir como sus labios se agrietaban poco a poco. Necesitaba agua.
- ¡Hey, Nico! - llamó.
El pelinegro, que se encontraba platicando con una chica, hermana de su mejor amigo, Jason, se despidió de la chica, con un rápido movimento de la mano, y se acercó corriendo hasta Percy.
- ¿Si?
- Trae los jarros, iremos por agua al manantial.
Percy sabía que podía conseguir agua en cualquier lugar, pero amba ir al manantial, era un viaje largo, y caluroso, pero valía la pena. Cuando sentías esa agua pura bajando por tu garganta, estaba seguro que si había algo mejor, solo sería la comida de los dioses, el nectar y la ambrosía. Pero él era solo un mortal, y nunca las probaría,* de modo que eso era lo mejor. Nico asintió y se fue, con el paso apretado, hasta el otro lado del refugio, a traer los grandes jarros de barro, en los que traerían el agua.
Algunos minutos después, estuvieron listos. Nico llevaba un gran jarro, de modo que lo sostenía por enicma de la cabeza. Percy llevaba los otros dos. Cada uno en uno de sus brazos, eran bastante pesados, pero sabía que cuando estuvieran llenos de agua serían como tres veces más pesados.
Caminaban por las grandes calles, observando a la gente, y la gente los observaba a ellos. Paraban de vez en cuando, para que, tanto Nico, que lo hacía mas seguido, como Percy descansaran. Lo único que los incitaba a seguir era sentir el agua, y disfrutar el breve momento fresco que obtendrían al llegar al manantial.
***
- ¡Se escapó de nuevo! - chilló el rey, dando vueltas por la habitación.
- Inaceptable - concordó el consejero real, Lucas Catellan - lo que esa mujer necesita es a alguien que la controle, es imposible que se escape cada dos por tres. Es como la tercera vez esta semana.
- Tienes razón, Luke - suspiró el rey - ¡Ojalá y encuentre a alguien así pronto! ¡Acaba de cumplir dieciseis años, y aún no ha aceptado a ninguno de los pretendientes! ¡Si no está casada en dos años, el reino se irá a la quiebra, todos moriremos, como esclavos en Atenas. ¿De dónde sacó ese caracter? ¡Su madre no era así! ¿Habré hecho algo mal?
- Por supuesto que no, majestad - inquirió Luke - Lo que pasa es que es demasiado consentida, a la princesa sólo le interesa llamar la atención.
- No... no. Yo conozco a mi hija, ella no es así. Tendré que tomar medidas drásticas si no quiero que se escape de nuevo. Ya pronto de me ocurrirá algo.
- Claro, majestad. - dijo el consejero - mientras, yo llamaré a los guardias, para que vallan a buscar a la revoltosa de la princesa Annabeth.
***
- ¡Llegamos! - chilló Nico. Dejó el gran jarro en el suelo, y, con el alma de niño pequeño que se le salía a veces, corrió, dando brinquitos, hacia la fuente. Estiró las manos, y tomó el agua cristalina. Sólo la mitad de lo que originalemente había cogido llegó a su boca. La otra parte se había escapado por el agujero que se obtenía al juntar ambas manos. Volvió a llevar las manos a la fuente, y se salpicó la cara.
Percy cogió, suspirando, el jarro de Nico, y dando tumbos, avanzó hacia él. Dejó los jarros a lado de una de las grandes fuentes que tenía el manantial, y también metió las manos. Sentir la humedad, como sus manos se mojaban, era indescriptible. Siempre había tenido una fascincación por el agua. Antes de que sus ansiosas manos, cargadas de agua pura, llegaran a su boca, sintió como algo lo mojaba. Levantó la mirada, como un ciero cuando se da cuenta de que lo acechan, pero sólo se encontró con un sonriente Nico. Tenía una mirada de falsa inoncencia, y una sonrisa culpable.
- Esta me las pagarás, aliento de muerto. - tomó otro pocode agua, y se lo salpicó todo a Nico. El chico chilló indignado, y comenzó una batalla campal de agua. Entre risas, y corridas, ambos quedaron empapados. Pero entonces sintió como alguien lo mojaba desde atrás. Volteó casi al instante, asustado. Siempre trataba de mantener un perfil bajo, los guardias podrían reconocerlo. Mientras se daba la media vuelta, instinitavamente llevó la mano al bolsillo, donde siempre guardaba una navaja.
Pero suspiró aliviado, al ver a una pequeña niña rubia de ojos negros sonrietes, con las manos empapadas, y rebentando en carcajadas. Antes de que Percy pudiera reaccionar, la niña lo había vuelto a mojar.
- ¡Oh, Lucy, no hagas eso! - gritó a lo lejos una chica, llevaba un gran jarro, como el de ellos, y traía puesto un vestido simple y gris, como el que usaban las sirvientes. Se acercó corriendo donde la pequeña, junto a Percy y le tomó la mano. La chica tenía el cabello de un impresionante color rojo, revuelto y de gran volumen, como se veía rara vez en el pueblo. Y unos hipnotizantes ojos verdes. Su rostro estaba cubierto de pecas, de modo que parecían constelaciones. Aparentaba su edad, los dieciséis. Y por eso fue que le resultó tan raro verla vestida con los vestidos de sirvientas.
- Perdónala - dijo la chica pelirroja, bajando la cabeza. - Suele imitar a los demás. Lucy - inquirió mirando a la pequeña niña - pídele disculpas.
- Lo siento - dijo la pequeña, ráscandose la nuca con expresión apenada.
- No hay problema - masculló Percy, sin poder sacar la mirada de los asombrosos ojos de la chica. - Soy Percy, dijo de repente, estirando la mano hacia la chica. Para su sorpresa, ella asintió, sonrió, apretó y movió con fulgor su brazo.
- Soy Rachel - dijo la chica, que al parecer ahora tenía un nombre.
- Un gusto - dijo sonriendo.
Mantuvieron una larga conversación, conociéndose un poco más el uno al otro. Resultaba que Rachel era una dulce, graciosa chica que trabajaba como sirvienta en una conocida familia de comerciantes. La parte incómoda había sido cuando ella le había preguntado a él a que se dedicaba. Simplemente le había dicho que vivía en la calle, pero a ella no pareció molestarse. Le parecía fascinante. Luego de que observara como el sol se elevaba, en el punto más alto del cielo, dando a conocer de que era medio día, y un par de insistentes súplicas de la pequeña, a quien Rachel cuidaba, y de Nico, terminaron despidiéndose, ambos con la esperanza de que volverían a encontrarse algún día.
Percy llenó los tres jarros de agua rápidamente, mientras veía como la silueta de una hermosa chica pelirroja, sosteniendo un jarro de agua en un hombro, y con la otra, llevaba de la mano a una pequeña niña se alejaba.
***
Tiró la capucha un poco más para adelante, tratando de ocultar su rostro lo más posible. Cosa que estaba funcionando bien hasta el momento. Caminaba con el paso apretado, mientras sentía como su garganta se secaba poco a poco, por la falta de agua. Oficialmente, esa era la escapada del palacio más larga en la vida de Annabeth. Veía el manantial a lo lejos, lleno de personas que iban a disfrutar del agua, de niños que jugaban, en cada una de las innumerables fuentes que otorgaban ese preciado recurso a toda la ciudad. A su lado pasaron dos chicas. Una pelirroja bastante linda, y otra pequeña, que iba cogida de la mano de la mayor. Les sonrío al pasar, y ambas les devolvieron la sonrisa, y se alejaron destrás de ella.
Le dolían los pies. Había caminado demasiado, a parte, no estaba demasiado acostumbrada a caminar largas distancias. Lo que más solía caminar, eran las largas, solitarias y silenciosas caminatas por los jardines del castillo.
Caminaba tan absorta, imaginandose la sensación del agua bajando por su garganta, que ni siquiera se dio cuenta de que había chocado con alguien hasta que se sintió mojada hasta los huesos. Ni siquiera había asimilado del todo lo ocurrido, cuando escuchó las disculpas atropelladas de un chico.
- Lo siento tanto... mi error... no fue mi intención...
- ¡Erre es korrakas! - chilló al darse cuenta por fin de que había chocado con alguien, y el contenido de todo un jarro de agua se había caído sobre ella. Sentía como el agua se colaba por su ropa, mojándola toda. De todos modos, no había resultado ser tan malo, con el calor que hacía, el chapuzón resultaba hasta refrescante.
Levantó la vista, aún algo indignada, para encontrarse cara a cara con un chico alto, de piel morena, bastante flaco, pero muy guapo. Tenía el cabello de un negro impresionante, y los ojos de un verde, tan potentes como el mar.
- Lo siento tanto, señorita - musitó. - ¿Necesita un lugar donde secarse? - preguntó.
- Si no es mucha molestia... - dijo, aunque no sabía si había sido sarcástica o no. De todos modos, ya se estaba calmando.
- Sígame... - dijo el muchacho. - Por cierto, soy Percy, y él - señaló con la cabeza a un chico que estaba a su lado, menor que él, con el pelo negro azabazhe y los ojos del mismo color.
Annabeth se apresuró el seguir a aquellos dos muchachos misteriosos, pero que le resultaban muy familiares...
*_* *_* *_*
* = Supuestamente están el la antigua Grecia, por lo tanto, creen en Dioses y todo el rollo. Son mortales.
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