Capítulo III

La mano le temblaba, no tenía idea de lo que estaba haciendo su mentor, ¿es que se había vuelto loco? Simplemente no lo entendía. Amenazar a la princesa. En esta, de seguro, iban a parar a la cárcel, sin ninguna duda. Tal vez, el quedara libre. Tal vez los guardias se compadecieran de él, puesto que no había hecho nada malo. Pero de seguro se lo llevarían a él. Y lo mandarían a la horca. Nico no estaba tan seguro de que eso le gustara. Libre o no libre, nunca se podría perdonar que algo le pasara a su mentor, a su hermano mayor, a su mejor amigo, a Percy. De todos modos, a él le debía que tuvieran algo que comer y un lugar donde dormir cada noche. Su niñez se la había pasado de casa en casa, de padres en padres, hasta que una tarde alguien toco a la puerta de su... ¿octava o novena casa? Nico ya ni se acordaba. 

Se encontraba mirando por la ventana de su pequeña habitación, pensando. ¿Alguna vez una familia lo adoptaría para siempre? O volvería, una y otra vez a la calle, buscando, robando, y disfrutando pequeñas, diminutas porciones de comida. La poca gente que se compadecía de él, lo llevaba a su casa, y lo alojaba por un tiempo. "¿Cómo te llamas, dulzura?" "Nico" contestaba él. "¿Y tus padres?" "No tengo" respondía. Una y otra vez. La mayoría de las veces, lo siguiente que sabía era que estaba en un nuevo hogar, con nuevos padres, hermanos y una nueva vida. Pero luego de unos meses, venia el típico "Ya no podemos mantenerlo, no hay dinero suficiente" Y lo siguiente que sabía, era que estaba de nuevo en la calle, sin comida, padres, hermanos o un hogar. La cosa se repetía muy a menudo. Ya tenía 10 años. O por lo menos eso aseguraba todo el mundo, porque él nisiquiera sabía en que día había nacido. Hundido en sus pensamientos, se sorprendió cuando alguien toco la puerta de su habitación. Era su nueva madre, venía manchada de harina, pues tenía una pequeña panadería. Entró y le sacudió el pelo a Nico, y se inclinó a su lado. 

 - Hay alguien que quiere verte, Nico. - le dijo.

 - ¿Quién? - preguntó, curioso. 

 - Lo tendrás que ver por tí mismo. 

Nico bajó con rapidez las toscas y grandes escaleras de piedra. Y llegó al pequeño salón. En él, estaban sentadas dos personas. Tremendamente parecidas. Ambas tenían la piel morena, el cabello marrón chocolate, largo y enrulado, y unos ojos grandes de color miel. La difernecia, que se notaba a leguas, es que una era madre y otra era hija. La hija, debía tener unos tres años más que Nico. Sonreía calurosamente, y miraba a Nico con gran interés y curiosidad. La madre tenía casi la misma expresión que su hija, solo que sin tanta felicidad. 

 - ¿Eres Nico di Angelo? - preguntó la madre. 

 - Así es - respondió. 

 - Nico - dijo la dueña de casa - ellas son tu familia. 

 - ¿Qué? - preguntó él, desconcertado. 

 - Nico, yo soy Hazel Levesque, tu hermana. - Dijo la menor de las dos. 

 - ¡Eso no es cierto!  - saltó Nico. - ¡Mi hermana se fue, me abandonó! ¡Bianca se fue con otra familia, y nunca más la volví a ver! ¡Tú no eres mi hermana! - eso, Hazel no se lo esperaba. Cuando, su padre, un comerciante rico que nunca antes había visto, puesto que no vivía en Grecia, se había aparecido en su casa, y les había dicho a Marie, su madre, y a ella que tenía otro hijo que necesitaba que cuidaran, nunca les había dicho que tenía una hermana. 

 - Soy tu otra hermana - dijo Hazel, saliendo del sillón y arrodillándose junto a Nico - Tu papá, tambipen es mi papá. Pero, no tenemos la misma madre. 

 - Entonces... - murmuró Nico - ¿Tú no eres mi madre? - le preguntó a Marie, señalándola. 

 - No - confirmó - Pero, te cuidaré como si lo fuera. 

 - ¿Entonces...  - preguntó - me iré con ustedes?

 - Así es - confirmó Hazel - Ya tienes una nueva familia. 

Y lo siguiente que sabía Nico, era que estaba en otra casa. Pero esta vez había algo diferente, estaba en la casa de su familia. En un verdadero hogar. Y así pasaron los siguientes dos años. Resulta que su cumpleaños era el 28 de enero. Y que si tenía diez. Marie Levesque trabajaba como adivinadora gitana en su casa, y Hazel, de trece años, su hermana (como le encantaba esa palabra), era una linda chica, dulce y amistosa, que trabajaba en un joyería, en el mercado, para ayudar en casa. Todos los viernes, por la casa, se aparecía un chico, de la edad de Hazel, con cabello negro azabache, igual al de Nico, pero sus ojos eran tremendamente verdes. Vestía ropa vieja, remendada, y muy sucia, pero, el parecía feliz. Hazel lo presentó como Percy, su mejor amigo, que había conocido en el mercado, aunque Nico sólo se enteraría después de que lo conoció cuando intentó robarle, pero se arrepintió. Todos los viernes no faltaba su aparición, la cual Nico amaba. Le parecía fascinanta como Percy había vivido en las calles toda su vida, solo y sin ayuda de nadie. Cómo había sufrido, cuando, a los tres años, su madre había muerto, y nada más ni nada menos porque su esposo, Gabriel Ugliano, la había golpeado hasta la muerte. Percy se quedó con él, hasta que cumplió los cuatro. Presa de golpes, gritos y azotes por parte de su padrastro, ya que él no era el verdadero padre de Percy. Su verdadero padre había muerto en un naufragio un poco antes de que Percy naciera. Si te fijabas bien en él, y Nico lo hacía a menudo, aun podías ver las múltiples cicatrices, que su padrastro había provocado. Tenía una larga y, ya casi desaparecida, cicatriz en el brazo izquierdo, y cuando Nico le había preguntando como se la había hecho, Percy le había contado que, una noche, su padrastro regresó muy tarde, y borracho, y cuando Percy le preguntó a dónde había ido, él había agarrado un cuchillo y le había hecho eso. Nico se horrorizó, pero entonces, Percy le había contado que al cumplir los cuatro, se había escapado, y desde entonces, había estado viviendo solo y fugitivo, en las largas y misteriosas calles de Grecia. 

Un día, cerca a las navidades, muy tarde en la noche, alguien había despertado a Nico golpeando como loco la puerta, Hazel se apresuró a abrir, y se había encontrado a un Percy preocupado, pidiendo escondite, ya que había intentado robar algo, pero que lo estaban persiguiendo. Hazel no lo pensó dos veces, y mandó a Percy a esconderse a la habitación de Nico, que entró y lo saludó, revolviendo su cabello. 

 - Hola, aliento de muerto. 

Los siguientes minutos, les parecieron, tanto a Nico como a Percy, interminables. Ambos oían a los guardias interrogar, a Hazel y Marie, preguntándoles con especial incapié si habían visto a un muchacho alto y flaco, de pelo negro y ojos verdes. Después de las miles negaciones de ambas Levesques, los guardias se fueron, igual que Percy, unas horas después, diciendo que estaba eternamente agradecidco a esa familia. 

Algunos meses después, la familia se derrumbó. Era un martes nublado, y en el aire podías sentir esa tención. Cuando se escucharon los golpes en la puerta, Nico bajó corriendo las escaleras, y se la abrió a una Hazel de ojos hinchados, llena de lágrimas. Fue entonces cuando le dijo a Nico qe su madre había muerto. 

Los siguientes meses, Hazel fue la encargada de sustentar a ambos. Esos mese, también fueron, los que más hambre había sentido Nico en toda su vida. Ni siquiera cuando vivía en las calles, su estómago había rugido tanto. Un día, Hazel llegó a casa sin ninguna moneda, con los ojos hinchados, acompañada de un Percy, que traía consigo tres hogazas de pan (robadas, por supuesto) para cenar. 

Esa misma noche fue en la que, después de miles de explicaciones de Hazel, Nico partió con Percy, a las calles nuevamente. Ahora él era su familia. Su hermano mayor y su único sustento. Desde entonces, Nico había estado viviendo de la misma forma que Percy: huyendo, robando, pero apoyándose, y ayudando a los demás. Percy, tal vez era un ladrón, pero era la persona más leal, confiable, y generosa, que Nico nunca antes había concido. 

Desde entonces, había estado vivendo con Percy, y nunca se perdonaría si algo le pasara al de ojos verdes. 

Entonces sintió como alquien le gritaba:

 - Nico, corre - Percy seguía con la navaja en el cuello de la princesa, le gritaba que se vaya. - ¡Yo estaré bien! ¡Vete!

Nico confiaba en Percy, así que hechó a correr, dejando a Percy sólo con los guardias y la princesa. 

Percy no sabía lo que estaba haciendo. Nunca antes había amenazado de muerte a alguien, así que le susrró a la princesa:

 - Lo siento, lo siento en realidad. - Tiró el cuchillo lejos, distrayendo a los guardias, y se fue corriendo junto a Nico, de vuelta el refugio. 

Annabeth aún no salía del estado de shock, cuando, una hora después, estaba escoltada por los guardias, de nuevo en el castillo. De nuevo en su prisión. 

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