Prólogo
Eileen sabía cuál era su deber, su padre y su hermano le habían dejado claro las consecuencias de ir en contra de las leyes de su reino.
¿Podía vivir con esas consecuencias?
No lo sabía. Pero estaba a punto de averiguarlo, porque después de esa noche estaría condenada y, aún así, ahí estaba, puntual a la cita dispuesta a entregarle su virtud a un hombre que ni siquiera podía asegurar que la amaba.
Él apartó el delicado dosel de la cama y se acercó a ella con esa mirada felina que la hacía desfallecer.
—¿Estás segura? —susurró con los labios pegados a su oído.
Eileen apenas podía respirar, jadeaba de nervios y un calor animal le quemaba el pecho y el vientre. No podía responder, la garganta seca y el cuerpo tembloroso.
Movió la cabeza afirmativamente y él le sonrió.
Deslizó el camisón dejando expuesto el hombro que reflejaba la luz de las velas. Ella suspiró cuando sintió los labios hambrientos que le recorrían la piel. Luego la besó en los labios, de forma tan apasionada que su mente se quedó en blanco. Tomaba su boca, exigente, un poco brusco mientras la empujaba para que quedara recostada en la cama.
"Dime que me amas, ¡por favor dime que me amas!".
Rogaba en su mente abrumaba por las caricias y los dedos que encendían las partes más sensibles de su cuerpo.
—Eileen...
—¿Si? —sus esperanzas se encendieron al igual que el éxtasis que le provocaban sus caricias, la estaba llevando poco a poco al clímax y ella solo podía retorcerse y aferrarse a la espalda de él con todas sus fuerzas.
"Dime que me amas".
Él movió los labios, pero el poder del placer que la embargaba retumbaba en sus oídos y no escuchó sus palabras, solo sintió cómo él también temblaba y sus ojos luminosos no le dejaron a dudas de sus sentimientos... ¿O si?
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