Capítulo 7
Había que hacer otra visita obligatoria a Brenda quien, al ver a la muchacha en tan terrible estado, estuvo a punto de matar al caballero.
—¡Eres un inconsciente! ¿Qué vas a hacer si esta criatura muere de un resfrío? ¿Tienes idea del peligro al que la expones? Te mereces ir a parar al cepo, o a la celda más oscura y sucia de este castillo... —Siguiendo de la misma manera sin parar mientras le quitaba el vestido y la cubría con una manta.
Eileen quiso explicarle que fue ella quien se escapó de la vista de su escolta y que, además, él también estaba empapado hasta los huesos, pero la cortesana no estaba para razonamientos.
—Ahora, cuídala mientras voy por una infusión.
La tomó por los hombros para dirigirla suavemente frente a la chimenea donde la hizo sentar para luego dedicarse a quitarle, una a una, las horquillas para soltarle el cabello.
—Deberías cambiarte también, estás todo mojado.
—¿Preocupada por mí? —preguntó socarronamente.
Hizo una pausa dudosa, para luego responder con firmeza.
—¡Sí, me preocupo por ti! ¿Y? ¿Tiene algo de malo?
—No lo hagas —Eileen pudo percibir un tono melancólico en sus palabras.
Terminó de sacar las horquillas y el cabello se desparramó sobre los hombros de la princesa. Aún se entretuvo un poco pasando los dedos entre las hebras azabache que brillaban iluminadas por la luz de la chimenea.
Esta vez fue ella quien se inclinó para besarlo y él no la detuvo. Recibió su beso casto, tímido, inexperto, pero lleno de emociones que se manifestaban en el leve temblor de sus manos y los jadeos de la respiración entrecortada.
La puerta abriéndose de golpe puso fin al momento.
—Bueno, bueno, par de tórtolos, dejen el amor para luego —exclamó Brenda en un tono tan alto que sonó ominoso luego del momento íntimo que compartían—. ¡Fuera de aquí, bribón! También tienes que quitarte esa ropa mojada.
—Vendré por ti —susurró mirándola profundamente a los ojos y ella solo pudo asentir, aún turbada por la marea de emociones que galopaba en su pecho.
Cuando estuvieron solas, Brenda se dedicó a ayudarla a cambiarse de ropa.
—Juegas con fuego, pequeña —dijo en tono maternal. Eileen la miró confusa.
—Puedes juguetear, ya te lo dije —continuó mirándola con preocupación—, pero enamorarse no es parte del juego de Alaric. Si te dejas llevar, podrías no solo dañar tu corazón, sino tu reputación también y en ese caso, estarías arruinada.
—¿Dices que no es sincero?
—No dije eso, es solo que, el amor no es lo mismo para él que para ti. En todo caso, no es un partido aceptable, aunque sea hijo de un noble, es un bastardo que accedió al apellido de su padre solo porque el hijo mayor enfermó de gravedad. Una familia como la tuya jamás permitiría una unión así, sería una deshonra.
—Yo... lo entiendo...
Brenda la tomó por lo hombros y la hizo mirarla a los ojos.
—No parece que lo entiendas, veo cómo vas a la luz como una polilla.
—¿Y qué quieres? —protestó separándose de la mujer mayor—. ¿Qué siga dejando mi corazón helarse sin permitir que lo toque el calor? Si para romper ese hielo tengo que quemarme las alas, ¡pues que así sea!
Cuando la cortesana intentó acercarse de nuevo, ella retrocedió, asustada de su propia reacción ante la advertencia.
—¡Ay, pequeña! Eres demasiado inocente para este juego... Entiende que solo eres una diversión pasajera para él, es lo que debe ser para ti también.
—¡Me voy! —Aunque seguía a medio vestir, se echó encima la manta y se encaminó a la puerta.
—¡Espera, pequeña!
—No me llames pequeña y no te atrevas seguirme.
Salió dando un portazo y corrió por los pasillos desiertos. Se detuvo un momento en un rincón oscuro a considerar sus opciones. El castillo había sido su hogar toda la vida, conocía al dedillo sus recovecos, pasajes abandonados después de la reconstrucción, habitaciones secretas y pequeños pasadizos que en realidad no conducían a ninguna parte, pero podían hacer más corto el recorrido de una estancia a otra.
Decidió recorrer uno de esos pasadizos. Tomó la antorcha que iluminaba ese sector y se metió por una esquina que disimulaba la entrada con una columna. Lo recorrió con confianza y llegó a una habitación secreta amueblada como las lujosas habitaciones de huéspedes, destinada a invitadas de los nobles que no participaban de la vida de la corte.
Colocó la antorcha en su lugar y se tiró en la cama para pensar en lo que Brenda le había dicho. Tenía razón en todo, eso ya lo sabía. Ella ni siquiera había pensado en ellos dos de esa forma hasta que ella le dijo todas esas verdades, aun sin saber que hablaba con la princesa.
No había la menor posibilidad de que llegaran a algo serio, pero había un pequeño margen donde podía "juguetear", como Brenda había dicho. Sin embargo, también era cierto que si ponía su reputación en entredicho estaría acabada, y no solo ella, el honor de toda la casa real rodaría por el fango.
Se incorporó para quedar sentada. La chimenea estaba apagada, hacía mucho frío y ella ni siquiera estaba correctamente vestida, no obstante, aún no quería ir a su habitación porque había una duda que tenía que resolver. ¿Hasta dónde podía llegar en su "jugueteo" sin poner en peligro a la casa real?
Solo había una persona que podía responder esa pregunta y esa persona entró en la habitación en ese mismo instante, usando la misma entrada secreta que ella.
—¡Princesa! ¿Qué hace aquí? Te busqué como loco por las habitaciones.
Fue hasta él, dejando la manta con la que se protegía del frío por el camino y decidió lanzarse al precipicio sin miramientos. Unió sus bocas y les dio total control a los anhelos de su cuerpo. Fue un beso hambriento y descontrolado, y aunque lo recibió dudoso, la dejó hacer mientras exploraba y descubría los caminos que se abrían delante de ella colmados de nuevas y excitantes sensaciones.
—¿Qué haces? —preguntó alarmado, separándola un poco al percibir el cambio en su actitud.
—¿Qué crees que hago?
—Una locura que debe parar ahora. Te llevaré a tu habitación.
—No puedes llevarme así como estoy, ¿verdad?
Dio un paso atrás y giró para que viera su vestido. Los cordones del chaleco seguían sueltos por lo que la parte delantera dejaba ver demasiado del pecho y una manga caía hacia un lado dejando al aire un hombro.
Cuando vio cómo contenía el aliento y los ojos se le encendían ante la vista de su piel expuesta, le dio la espalda y se apartó el cabello.
—Tendrás que ayudarme a vestirme correctamente.
—Yo... no sé... —Se aclaró la garganta—. No sé cómo hacerlo.
—No es difícil, solo tira de los cordones y átalos.
Eileen se quedó unos segundos a la espera, pronto lo que sintió la hizo estremecer. Sus dedos le recorrían la espalda con apenas un roce, provocando una poderosa descarga. Contuvo el aliento y, muy despacio, tiró un poco del vestido para que la manga que ya estaba caída, se deslizara un poco más.
«Estás jugado con fuego».
Si, y posiblemente las consecuencias fueran desastrosas, era muy consciente de que estaba cruzando una línea muy peligrosa y este pensamiento, en lugar de atemorizarla, solo la emocionaba más.
Pronto, fueron sus labios los que rozaban la piel del cuello, la nuca, los hombros y la espalda, volviendo al cuello para involucrar la lengua en el juego y provocar una ola de calor que le abrasó la piel y arrancó un largo y profundo suspiro.
En lugar de atar los cordones, terminó de soltarlos provocando que el chaleco se aflojara y el vestido se deslizara hasta el suelo. El aire helado la atacó en cuanto quedó apenas protegida por la fina camisa de lino que le llegaba hasta los pies y que era la única barrera que le cubría el cuerpo. La tomó posesivamente por las caderas, pegándolas a su propio cuerpo, dejando que ella sintiera el poder de su deseo al tiempo que seguía torturándola con los ardientes besos que desgranaba por toda la piel.
El pánico la atacó cuando tiró de la camisa y esta estuvo a punto de ceder, casi dejándola completamente desnuda.
La volteó hacia él, al percibir esa duda.
—¿Hasta dónde quieres llegar? —Le preguntó al oído acariciando suavemente su cadera por encima de la tela.
Esa era la pregunta que ella no podía responder. No tenía ninguna experiencia, ni idea de qué seguía a partir de ahí. Solo había una cosa de la que estaba segura.
—Debo llegar virgen a mi noche de bodas.
—Entendido.
La tomó en brazos y la llevó hasta la cama, para depositarla con toda suavidad sobre ella. Procedió a despojarse de las botas y la camisa para acercarse y tomar sus labios, posesivo y exigente.
—Si en algún momento quieres parar, dímelo.
Apenas fue capaz de asentir.
—Promételo.
—Lo prometo.
—¿Confías en mí?
—Sí —respondió con firmeza.
—¿Puedo quitarte esto?
—Sí.
Fue subiendo la camisa despacio deslizándola por sus piernas y subiendo más y más por el cuerpo, siempre atento a sus reacciones. Estaba muy nerviosa, pero también emocionada ante la nueva experiencia y él quería que fuera más placentera que atemorizante.
Terminó de retirar la última prenda que cubría su cuerpo y cuando pudo contemplarla en toda su majestuosa desnudez perdió la capacidad de respirar. Tragó fuerte para deshacer el nudo que le amordazaba la garganta y contempló extasiado aquel cuerpo tan hermoso como no pudo imaginarlo en ninguno de sus húmedos y tormentosos sueños.
Comenzó besando aquel cuello de marfil, cuidando de no dejar marcas. Era la primera vez que mantenía el control con tanto cuidado, estaba viviendo el sueño tan anhelado y no lo iba a arruinar por simple lujuria, porque este no sería su único encuentro, claro que no, pero para que se repitiera ella debía sentirse segura y disfrutarlo sin miedo.
Por eso cada roce, cada caricia, cada beso estaba lleno de toda la ternura y pasión que había guardado para ese momento. Sus labios comenzaron a bajar muy despacio, de tal manera que ella tuviera espacio para detenerlo en cualquier momento, se acercó a sus pechos suaves, redondos, pequeños y llenos.
Se levantó un poco para mirarla a los ojos.
—¿Puedo?
—Sí —suspiró casi ahogada.
Primero pasó la punta de la lengua alrededor de la aureola, un débil gemido mal contenido respondió a la caricia. Fue aumentando la intensidad presionando más y acercándose al pezón, duro y anhelante. Disfrutaba como nunca de los sonidos guturales que le regalaba y la forma como su cadera se movía por voluntad propia guiada por ese deseo natural que había despertado esa noche. Entonces lo tomó de lleno, llenando su boca de aquel manjar, deleitándose en el disfrute de ella. Se retorcía y contenía los gemidos.
—Aquí nadie puede escucharte —aclaró para luego seguir devorando, ahora el otro seno que había descuidado un poco.
Al oír aquello, ella se dejó llevar y los gemidos y jadeos fueron en aumento cuando las caricias de su boca comenzaron a bajar, deteniéndose en el vientre donde cada succión desataba más y más el calor que la consumía.
—¡Basta! —casi gritó y al instante él se detuvo y se acercó a su rostro.
—¿Estás bien? ¿Te lastimé?
—No es eso... es que yo...
—Shhh... tranquila. —La tomó en sus brazos con ternura—. ¿Quieres ir a tu habitación ahora?
—¡No!
Intentó contener la risa ante la turbación de la muchacha. La estrechó más para hablarle al oído, entendía su confusión y vergüenza. Respiraba agitada, presionaba las piernas y estaba muy inquieta, su cuerpo exigía la consumación de lo que había comenzado, aunque ella no entendiera lo que sentía.
—Te aliviaré si me dejas seguir.
—Pero... pero... ¿ahí?
—Si, amor, ahí. Solo si tú quieres.
Abrió mucho los ojos y tembló aún más. Él la besó para tranquilizarla.
—Te prometo que lo disfrutarás, no tengas miedo. ¿Puedo?
Quería que lo dijera, no para torturarla, sino para estar seguro de que ella sí lo deseaba.
—Sí —respondió, ansiosa por conocer el final de aquel camino de placer que había comenzado a recorrer.
No había palabras para describir lo que estaba sintiendo. Todas huyeron de sus labios, todo desapareció. Hasta "placer" era una palabra vacía en comparación con la fuerza de las sensaciones que experimentaba, el cuerpo entero temblaba, jadeada y gemía, sentía que moría y al mismo tiempo quería que el fuego que lamía cada poro de su piel siguiera ardiendo implacable e inexorable.
El descenso de aquel vuelo de fuego fue dulce y lento, plagado de caricias y besos. Alaric contempló su rostro lleno de satisfacción y se sorprendió de la plenitud que podía alcanzar en su corazón, aunque su cuerpo reclamara otra cosa. Esa noche era especial y no la iba a arruinar, solo quería seguir viendo aquella mirada encendida y sus mejillas ardientes todos los días del resto de su vida.
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