Capítulo 6
A la mañana siguiente Alaric esperaba al pie de las escaleras del pabellón real, como de costumbre. Todavía no podía creer que había esperado a Eileen con Luna ensillada por dos horas completas, cumpliendo la orden aún a sabiendas de que ella nunca se presentaría, fue solo una excusa para deshacerse de él.
Al fin la princesa se dignó a aparecer. Iba seguida de la prima del rey, quien rara vez se separaba de ella.
Eileen lucía un vestido carmesí con bordados dorados, guantes de terciopelo negro hasta arriba de los codos y un escote ligeramente más pronunciado de lo normal, incluso sus labios lucían más rojos y adornaba su cuello con un collar sencillo con un rubí como único adorno.
Por un momento se quedó desorientado ante tanta belleza.
—Buen día, alteza.
—Pide mi carruaje, lo espero frente a la entrada —ordenó sin dedicarle siquiera una mirada ni responder su saludo.
—Como ordene, alteza —respondió y se encaminó a solicitar el carruaje.
Era pleno verano, aun así, Eileen llevaba su mejor capa adornada con ricos brocados de oro. Solo le faltó usar las joyas de la corona.
—¿A dónde, alteza?
—Vamos al palacete de lady Moreau.
Se inclinó, fue a darle la información al cochero para luego montar su caballo y de esta manera acompañar al carruaje.
Sintió cierta inquietud ante el estado de ánimo de la princesa y solo pudo rogar a los dioses que no estuviera pensando hacer una locura.
Lady Moreau celebraba una pequeña reunión y había invitado al duque Bourbon y a su hijo, un insoportable noblecito que miraba a Eileen como si fuera algo de comer. El duque había enviudado recientemente y la dama no había perdido el tiempo para invitarlo a una reunión con la princesa. Quería mostrar lo ventajoso de una unión con ella por su buena relación con la familia real.
Eileen hizo un despliegue tan perfecto de su majestuosidad que tenía al hijo del barón babeando detrás de ella, sin embargo, cuando este intentaba un acercamiento, esta lo paraba en seco con alusiones a su elevada posición, con lo cual el tipo parecía un muñeco en manos de la princesa.
Por otro lado, a lady Moreau solo le faltaba poner una cadena alrededor del cuello del duque, este comía de su mano como un manso conejito. Para cuando se sirvió el almuerzo podía darse por hecho que habría boda muy pronto.
—Este vino está ácido, especifiqué que no lo agitaras —recriminó la princesa. Llevaba un rato importunando a la doncella de la anfitriona.
Eileen puso la copa en la mesa y Geovanna corrió a retirarla.
—Perdone, alteza. Traeré otra copa.
—Ya no quiero vino, trae sidra.
—Si, alteza.
Geovanna volvió con la sidra y sirvió el vaso.
—Cambié de opinión, quiero vino.
La doncella, azorada, obedeció en silencio.
Alaric, apostado en la puerta, estaba casi llegando al límite de su paciencia. Quería decirle un par de cosas a la pequeña malcriada.
Hizo un esfuerzo sobrehumano para aguantarse las ganas de ponerle unas buenas nalgadas a esa princesita. ¿Por qué la tomaba contra la pobre mujer? Podía entender que la arrogancia desde su puesto privilegiado no fuera capaz de entender que Geovanna no dejaba de ser la mujer admirable que era debido a su pasado. Pero de rechazarla por eso a tratarla como lo estaba haciendo, no solo era una bajeza, no lo veía propio de ella. Siempre había sido considerada con sus sirvientes, aunque no los viera como personas a las que estimar, al menos los trataba con el justo respeto que cualquier persona se merece. Sin embargo, ahora mismo se ensañaba sin razón alguna con su amiga... Bueno, amiga no era la palabra...
"¿Metiste a una de tus amantes al castillo? ".
¿Podría ser que la princesa estuviera celosa?
¡No! ¡De ninguna manera! Eso no podía pasar.
¿O sí?
Mientras salían del palacete, después del almuerzo, el joven Bourbon logró que Eileen le concediera ir de su brazo para acompañarla al carruaje.
—Me preguntaba, alteza, si mi padre y yo podríamos visitar el palacio, para presentar nuestros respetos y lealtad al rey.
—Será un placer recibirlo en palacio, milord, nos encantaría pasar unos días en su compañía —respondió la aludida, con una sonrisa tan brillante y seductora que el noble casi se atragantó. Sonrió como si ya hubiera entrado a formar parte de la familia real.
—Será un grato e inmerecido placer, alteza.
Cuando Geovanna se presentó con la capa ricamente adornada, Eileen estiró la mano, pero justo cuando la doncella la soltaba, la princesa la retiró y la prenda se deslizó hasta caer al suelo ante la atónita mirada de todos los presentes.
Florianne exhaló un gemido y hasta los caballeros se detuvieron para ver la capa real empolvada en el piso de tierra del camino. Eileen alzó una ceja hacia la doncella y la miró como esperando algo.
Geovana estaba pálida. No podía poner sobre los hombros de la princesa una capa sucia, no sabía si levantar la prenda o pedir perdón de rodillas o huir de ahí despavorida.
—Florianne.
—¿Si, queri... alteza?
—Deshazte de ella, no quiero volver a ver esta asquerosidad frente a mis ojos nunca más.
—Como ordene, alteza. ¡Ve a tirarla, ahora mismo! Ya recibirás tu castigo.
—Por favor, solo es una capa, hay demasiadas en mi armario —Todos miraron a la princesa quien, de la nada, se había vuelto un mar de dulzura—. ¿Qué clase de persona pisotea a otra solo por una insignificante prenda de vestir?
Geovanna reprimió el impulso de retroceder cuando la princesa tomó su rostro entre sus delicados dedos con dulzura.
—Tienes unos ojos preciosos, ¿te lo habían dicho?
—Es usted, tan magnánima... alteza...
—Ten mucho cuidado, la próxima vez podría no ser tan indulgente.
—Como ordene, alteza. —Era evidente que estaba a punto de echarse a llorar.
Soltó el rostro de la doncella al tiempo que sonreía como un gato que juega placenteramente con un indefenso ratón.
—Ha sido una deliciosa tarde, Florianne. Estaré encantada de acudir cuando gustes.
Florianne estaba tan avergonzada que apenas atinó a inclinarse.
—Mis señores. —Se despidió de los nobles con una graciosa inclinación de cabeza y se metió al carruaje.
Volvieron cuando el sol estaba a punto de ocultarse, así que Eileen se despidió de su tía para ir a ver a Luna.
—¿De qué se supone que vas ahora? —lanzó Alaric al ver que no había nadie en las caballerizas.
—No sé de qué me hablas —respondió la princesa encogiéndose de hombros.
—Lo sabes bien, trataste a Geovanna de una forma horrible. Tú no eres así.
—No hice nada reprochable, además no es más que una sirvienta.
—¡Está bajo la protección del rey!
Eileen lo encaró y le sonrió de forma fría y despreciativa.
—Y tuya. Me queda claro. ¿Y? ¿Qué vas a hacer, sir caballero? Porque no te vi mover ni un solo dedo para defenderla, fui yo quien le perdonó el castigo.
—Un castigo que tú misma provocaste.
—¡Sí! —Acercó su rostro iracundo al de él—. ¡Yo lo provoqué! Y si quiero puedo hacer cosas peores. ¿Ahora lo entiendes? Yo domino los rincones donde ni tu protección ni la de cien reyes puede llegar.
No supo cómo pasó, simplemente había una insana mezcla de indignación y ansias en su mente en ese instante, ella estaba actuando de una forma despreciable y él solo podía desfallecer ante el rojo encendido de sus labios, que en ese momento le inundó también las mejillas, los ojos brillando de celos y el pecho agitado que lo hechizaba.
La tomó del rostro con ambas manos y capturó sus labios sin darle tiempo a una protesta o escape, ya que, la acorraló contra la pared y la besó con ansias, casi con brusquedad.
Por un pequeño instante se quedó congelada, luego un calor abrasador recorrió su cuerpo para, finalmente, reaccionar y empujarlo con todas sus fuerzas. Lanzó una bofetada a la que él respondió acercándose de nuevo a ella.
—¡Aléjate!
—Lo haré, si me golpeas de nuevo.
Ella levantó la mano, pero la bajó, temblando.
—Aléjate... —murmuró apenas.
—¿Es lo que quieres? —preguntó rozando el lóbulo de la oreja enrojecida de la princesa—. ¿O quieres que te bese de nuevo?
—Yo... —suspiró para luego enmudecer.
—¿Sí? —deslizó la pregunta con una voz de seda y la tomó de la cintura, posesivo, pegando sus cuerpos y fundiendo sus respiraciones en una sola—. Solo dímelo... Eileen...
—Yo no...
Le recorrió el cuello acariciándolo con los labios y una marejada de emociones la golpeó sin piedad. Una extraña y placentera sensación acaloró su vientre, las piernas le flaquearon y tuvo que ser sostenida en sus brazos para no caer.
—Sí... —dijo, tan bajo que apenas se escuchó a sí misma.
—No será hoy —respondió él, soltando el abrazo y dejando que cayera sentada sobre la paja, arrugando el delicado y perfecto vestido que había elegido para impresionarlo.
En un instante, él se había ido.
* * * * *
«¿Qué acaba de pasar?».
Eileen se vio a sí misma sentada sobre la paja. Estaba sola en las caballerizas y pudo notar que afuera comenzaba a llover.
Se puso de pie sin saber qué debería sentir, una oleada de lágrimas amenazaba con desbordarse, la ira y la vergüenza estremecían su cuerpo. Temblaba cuando llegó a la salida y notó que él la estaba esperando cerca de la vereda que conducía al castillo.
Dio media vuelta y salió por la otra puerta para dirigirse al bosquecillo detrás del castillo. ¡No iba a permitir que se regodeara de su triunfo!
Iba a hacerlo pagar por esa humillación, aunque no sabía cómo, esto no se iba a quedar así.
* * * * *
Cuando las primeras gotas de lluvia cayeron sobre su cabeza, fue consciente de que esperaba hacía varios minutos a la princesa y esta no aparecería. ¿Se le había pasado la mano? Estaba tan furioso por la manera cómo había jugado con la pobre Geovanna solo para darle un mensaje a él. Mensaje que, al fin de cuentas, ni siquiera había entendido.
Se volteó para ver la entrada de las caballerizas. Nada.
No podía ir y pedirle disculpas, ella misma se lo había buscado.
¿Había sobrepasado los límites?
Después de todo, era una niña mimada que perdió muy pronto a su madre y, aunque eso no le daba derecho a ser tan déspota, quizá solo se dejó llevar de un impulso.
Los minutos pasaron mientras él se debatía entre ir por ella o dejarla que rumiara la rabia por su orgullo herido.
Al final, decidió que ya había sufrido lo suficiente y se encaminó a buscarla. Se llevó una gran sorpresa cuando descubrió que allí no había nadie.
***
Después de caminar por un rato llegó hasta el puente que atravesaba el rio. Del otro lado estaba el camino real, más allá, el bosque que se extendía hasta el pie de las montañas. La lluvia no cesaba y ella solo quería desaparecer.
El vestido pasaba mucho y no llevaba su capa, gracias a su truquito para molestar a la querida de su escolta. Era una penosa situación: mojada, con frío, humillada y sumamente cansada.
El lodo que se pegaba al borde del vestido hacía que dar un solo paso fuera una proeza. Consideró que tenía dos opciones: la primera era volver y soportar las burlas, la segunda atravesar el puente y seguir hasta el bosque para... ¿Para qué? ¿Para perderse? ¿Para arriesgarse a ser encontrada por bandidos o alguna bestia salvaje?
Incapaz de tomar una decisión, y considerando que las burlas eran casi tan malas como una bestia salvaje, se dejó caer a la orilla del rio permitiendo que el lodo ensuciara no solo el borde, si no todo el vestido.
La lluvia remitía, al fin, aunque seguía haciendo mucho frio. Escuchó que alguien la llamaba y se encogió en el lodo. No quería ser encontrada, no así, no ahora.
—¡Princesa!
Se cubrió la cabeza con los brazos para no darle la satisfacción de ver sus lágrimas. Lo sintió acercarse y se preparó para enfrentar la mofa con toda la dignidad que le quedara en ese estado.
—¡Gracias a los dioses que está bien!
La cubrió con su capa y la recogió en sus brazos, pero la princesa se resistió, intentado alejarse de él.
—¿Qué hace? Está helada, debe ir al castillo ahora mismo.
—¡No iré a ninguna parte contigo! ¡Maldito Insolente! ¡Atrevido!
Se puso de pie con dificultad y dio unos pasos hacia el puente. Mientras él trataba de salvar la distancia, ella seguía alejándose.
Alaric suspiró. No podía permitir que ella estuviera más tiempo afuera en la noche helada.
—Perdóname —dijo, desde el fondo de su corazón y consiguió que ella dejara de alejarse, deteniéndose justo a la mitad del puente sobre el río embravecido por la reciente tormenta—. Lo que hiciste estuvo mal, pero no debí castigarte de esa forma, fui demasiado lejos.
Ella no dijo nada.
—Es peligroso estar aquí. ¿Me acompañas adentro? —Dio dos pasos precavidos hacia ella, comprobando que ya no se alejaba—. Por favor—. Avanzó otro paso y otro más hasta que la tuvo a su alcance y la tomó en sus brazos.
—¿Por qué viniste a buscarme? —preguntó ella tratando de contener los sollozos.
—Vine porque prometí no dejarte sola, ¿recuerdas?
Eileen se separó apenas para poder verlo a los ojos.
—¿Cuándo prometiste eso?
—Durante el ataque, ¿lo has olvidado?
—El ataque —repitió, rememorando aquel fatídico día—. ¿El rapaz insolente de las caballerizas?
Alaric soltó una carcajada ante sus palabras.
—Que bien me recuerdas.
—Tú me salvaste.
—No, la reina Cordelia te salvó, yo solo te llevé a casa.
Aunque era cierto, lo único que Eileen podía recordar en medio del caos fueron sus palabras y su compañía en un momento tan terrible de su vida. Siempre había querido saber quién la había acompañado entonces para agradecerle y ahora lo tenía frente a ella.
—Gracias por... llevarme a casa.
—Ahora mismo quiero repetir esa heroica hazaña, si me lo permite, alteza.
Eileen detuvo su intento de hacerla andar hacia el castillo.
—¿Princesa?
—Antes, quiero una compensación.
Aunque sus palabras intentaban sonar firmes, le temblaban las manos, las mejillas tenían un rojo intenso y desviaba los ojos, brillantes de emoción y duda.
Volvió a abrazarla e hizo que lo mirara tomando delicadamente su barbilla.
—¿Te refieres a mi terrible actuación en las caballerizas?
Ella asintió y él percibió cómo su pequeño cuerpo se estremecía. Acercó su rostro al de ella.
—Tienes razón —susurró rozando con los labios la enrojecida mejilla—. Te debo una compensación.
La apretó un poco más, la miró a los ojos, que cada vez parecían más brillantes y no pudo evitar la explosión de emociones que le embargaba al ver aquella timidez, así que, se dejó llevar y tomó sus labios. Primero con cuidado y despacio, apenas rozándolos con los suyos, explorando y reconociendo su suavidad para luego saborear la dulzura que guardaban. Lo que sentía no se parecía a nada que hubiera experimentado antes, incluso entre los brazos de las numerosas amantes que había tenido, nunca su cuerpo había reaccionado más que con lujuria y deseo, sin embargo, en ese instante, podía sentir una dicha casi celestial, sus labios eran una delicia de los dioses, cálidos y dulces y su aroma como flores en verano lo embriagaban hasta el extremo.
Se separó apenas para verla a los ojos. Siempre había creído que cuando pudiera tenerla a su alcance lo llenaría la satisfacción de conquistarla, sin llegar a imaginar que el conquistado sería él.
—Eileen... —susurró con voz temblorosa como quien pronuncia una palabra sagrada.
—¿Sí?
La volvió a besar, esta vez con más intensidad, abrazándola con fuerza, como si quisiera retenerla para siempre y explorando la humedad y calidez de su boca, ahogando los suspiros y casi enloqueciendo al percibir que ella lo dejaba avanzar sin detenerlo, incluso, cuando abandonó sus labios y comenzó a recorrerle vorazmente el cuello al tiempo que tiraba del vestido como si quisiera deshacerse de él ahí mismo, en medio del puente.
Quería decirle, anhelaba decirle cómo la había amado en secreto todos esos años, que no era lujuria lo que lo empujaba a los brazos de todas esas mujeres, si no el insoportable vacío de no tenerla a ella, su princesa de hielo.
Se tuvo que separar al recordar que estaban empapados y helados.
—Yo... —jadeó sin aliento—. Creo que deberíamos regresar.
Ella estuvo de acuerdo y entraron juntos al castillo, procurando evitar ser vistos.
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