Capítulo 1
Sabía que asistir al torneo era obligatorio para ella, sin embargo, eso no aminoraba el malestar para Eileen, quien tenía que sufrir ser el centro de atención, tanto o más que los caballeros que se batían a duelo en la arena.
Aunque las justas habían sido la fiesta más esperada por ella cuando era niña, eso cambió cuando tenía doce años.
«Eileen, son cinco años. ¡Ya supéralo!» se recriminaba a sí misma, pero, por más que su mente le urgía a pasar la página, era más fácil decirlo que hacerlo.
Suspiró hondo y le devolvió el saludo a los caballeros que hondeaban sus estandartes y la saludaban al pasar. Les dedicó una sonrisa cortés, no tan amplia para ser descarada ni tan pequeña para parecer indiferente.
El desfile de los caballeros finalizó y dieron inicio los combates. Asombrosos corceles montados por gallardos caballeros que se enfrentaban para... ¿Para qué? Ya lo había olvidado.
Hacía un calor insoportable, el sol le quemaba los ojos y el gentío la agobiaba, sin embargo, se mantuvo en su pose digna y regia, como su posición: la hija del rey, la sagrada princesa de Lyon, le exigía.
Su mente, por otro lado, se hallaba lejos en el tiempo...
Cinco años atrás
La pequeña princesa, inquieta y deseosa de aprovechar el día de fiesta, uno de los pocos en los que tenía algo de libertad, se acercó a las caballerizas para admirar las majestuosas monturas de los caballeros del reino.
Una hermosa yegua de un precioso color dorado llamó su atención, pero justo cuando estiraba la mano para acariciarla, una voz la detuvo.
—¡Espere! No toque ese animal.
Más molesta que sorprendida por la impertinencia del muchacho que tenía delante, Eileen retiró la mano.
—¿Cómo osas hablarme en ese tono, rapaz insolente?
Al ver su rostro el muchacho palideció, pues reconoció a su princesa, pero permaneció en sus trece sin dejarse amilanar.
—Perdone por salvar su vida, alteza. Esa yegua es la más brava de este lugar, no es seguro acercarse a ella.
Eileen miró de reojo al animal. No se le veía lo salvaje por ninguna parte.
—La quiero.
—Como ordene su alteza —respondió sin ocultar su molestia.
Satisfecha por la respuesta Eileen extendió la mano despacio, esta vez el chico no la detuvo, cuando sus dedos estuvieron a unos milímetros de la bestia, esta movió la cabeza y buscó la mano de la niña por unos instantes y luego se retiró hacia el fondo. Ambos se quedaron atónitos mirándose el uno al otro sin salir del asombro.
—¡Eso fue asombroso! —admitió el mozuelo sin poder ocultar su admiración.
—Al parecer le caí bien. ¿Tiene nombre?
—Se llama Luna.
—Luna, es el nombre perfecto. Bien, la prepararás para mí y será mía. —Dio media vuelta y antes de salir se volvió de improviso:
— Y... Muchas gracias —dijo, haciendo una graciosa reverencia y se fue corriendo.
El chico se quedó con la boca abierta y la mirada perdida en una cascada azabache que se alejaba de él y una risa melodiosa que parecía la canción de una lira perdiéndose entre el gentío. Su corazón parecía querer correr tras ella y declararse su esclavo.
—Luna, ¿estamos soñando?
La yegua respondió con un bufido desde el fondo de la caballeriza, pero ya no la escuchó, estaba perdido en el eco de esa risa sin saber que estaría perdido por ella el resto de su vida.
El día transcurrió lleno de canciones, saludos a la familia real y acrobacias por parte de los bufones, hasta que se reunieron para ver el desfile de los soldados demostrando el poderío del reino. Sin embargo, los minutos se alargaban sin que hubiera señales de ningún desfile.
—¿Qué crees que pase? —preguntó la reina algo inquieta.
—Vi a sir Gallagher muy apurado hace un rato, me parece que ha habido un problema con los caballos. Si quieres iré a ver qué pasa. —Ofreció el rey Gerold al ver la preocupación de su esposa.
—¡No! de ninguna manera. No te separes de nosotras, por favor.
—Cordelia, ¿estás bien?
—Si, solo quedémonos juntos pase lo que pase. —Miró a Eileen que no prestaba atención a la conversación de sus padres. A la reina no le gustaban las aglomeraciones de gente y solo esperaba el momento de recluirse de nuevo en palacio con su familia para sentirse tranquila y segura.
De pronto, un ruido atronador comenzó hacia el otro extremo del ruedo, la gente comenzó a correr y gritar a su alrededor, los caballeros hicieron un cerco alrededor de la familia real. La princesa se abrazó a su madre sin entender qué era lo que pasaba.
—Gerold, ¿qué está pasando? —Antes que pudiera responder, el rugido de la pelea llegó hasta ellos.
—¡Majestad! ¡Estamos bajo ataque!
Las puertas cayeron y un numeroso grupo de hombres armados penetró al patio del castillo.
—¡No es posible!
—¿Quiénes son?
—Despojados, llegaron disfrazados por las fiestas.
Los Despojados eran exiliados de las tierras invadidas por el terrible reino de Laurassia que, sin tener un hogar o medios para subsistir, se agrupaban para cometer fechorías. No solían ser muchos, pero en los últimos tiempos las querellas entre Lyon y Burgundia habían debilitado las fronteras y fomentado una migración masiva de los exiliados.
Aprovechando que el puente había sido bajado por la fiesta, los atacantes penetraron al castillo. Los caballeros trataron de proteger a la familia real en medio del alboroto que crecía en intensidad con cada segundo que pasaba.
Un grupo de hombres a caballo arremetió directamente contra ellos y, sin darse cuenta Eileen, se separó de sus padres.
Al ver hacia un lado distinguió los cascos de los caballos dirigiéndose hacia ella y se quedó paralizada. Con tan solo doce años, presintió la muerte extendiendo sus dedos. Vio a su madre corriendo y gritando algo que no entendió. El impacto del cuerpo de su madre la lanzó varios metros, con tanta fuerza que impactó en un puesto ambulante rompiendo algunas cajas y provocándose varios cortes y arañazos.
—¡Madre!
Alguien tomó su mano y la arrastró lejos del alboroto, entraron por una callejuela y se quedaron agazapados detrás de unos sacos de víveres. Era el chico de las caballerizas.
—¿Dónde está mi madre?
—Tranquila, todo estará bien.
—¡Quiero ver a mi madre! ¿Dónde está mamá? –Sin poder contenerse comenzó a llorar mientras su mirada se perdía de un lado a otro sin comprender nada.
—No llore princesa, no la dejaré sola... lo prometo.
Tiempo presente
Cerró los ojos y trató de apartar los recuerdos. La reina Cordelia había perecido por el ataque y su padre se alejó de ella a partir de ese día, por lo cual fue como si se hubiera convertido en una huérfana.
Se puso de pie, era la hora en que los campeones de las justas desfilaban delante de ella para dedicarle su victoria. Les sonrió, saludó y hasta les dedicó unas palabras de agradecimiento antes de huir de nuevo a la seguridad del castillo, su hogar, sin percatarse de que un par de ojos verdes la miraban con más intensidad que los demás y no se apartaban de ella hasta perderse en la oscuridad.
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N.A.
Tus comentarios me animan a seguir y publicar más seguido, gracias por disfrutar de esta historia.
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