5

— ¿Qué andabas hablando con el Hans? —preguntó el Juan Ricardo cuando Roger ya estaba en su asiento.

— Nada, le pregunté por una tarea no más. Esa del Reinaldo —mintió.

— No pareciera —dijo el Juan Ricardo con sospecha—. ¡No me digas que te vas a ver con el flaite!

— ¡No! Te estoy diciendo que le pedí una tarea —repuso el Roger. El Hans se acercó.

— Te la paso a la salida —le dijo en voz baja.

— ¡Ves! ¡Vas a comprarle droga al flaite ese! —susurró alarmado el Juan Ricardo.

— ¡Sh...! ¡Cállate! —lo reprimió el Roger en otro susurro—. Bueno, no te miento, vamos a salir hoy día después de clases. Pero es para que no me asalten.

— Ajá, ¿por eso nos cancelaste a la Trini y a mí? —preguntó el Juan Ricardo indignado—. Íbamos a ir al Mall, a Maui, al Starbucks.

— ¿Al marina o al de aquí?

— ¡Al marina! La Trini quiere comprarse chucherías en Todo Moda —explicó.

— Para la próxima, de verdad. Solo seré amigo lejano. Hablaremos de vez en cuando —dijo con seguridad—. Dile a la Trini que tuve que ir a ver a mi papá a la pega. Que no sepa del flaite.

— ¿Y pa qué se lo ocultai? —preguntó el Juan Ricardo—. Hace cachá de rato que no andas con la Trini.

— Sí, quedamos de amigos y toda la hueá, pero igual se pone paca —explicó—. Juan, por favor, te lo ruego.

— Ya te cubrí con tu nana, con tus papás, con el Hans...

— ¡Juan! Por favor, y te doy mi mesada de este mes —dijo.

— ¿Las cien lucas?

— Todas toditas —aseguró.

— Tení suerte de ser el más platúo de esta hueá de curso —bufó el Juan Ricardo.

— Hueón, el Hans, el Eduardo y el Miguel me ganaron. Esos hueones sí que nadan en Plata.

— Ey, sí —dijo el Juan Ricardo bajando la voz—. La otra vez escuché que el Miguel se paga la colegiatura con la mesada. O sea, no así lit, sino que gana lo mismo que vale la colegiatura.

— Cha... y a mí me dan con cueva cien lucas todas cagonas —bufó el Roger.

— Sabí que los hueones de codelco ganan harta Plata, y los diputados también —se encogió de hombros el Juan Ricardo.

— Ya, si igual estoy bien, onda, tengo a la Coti, a la María y a la otra hueona que llegó recién y que no me acuerdo cómo se llama, de nanas, tengo a don Jaime de jardinero y a don Esteban de piscinero...

— Y el caballero que te cuida a los perros.

— Ah, sí, ese señor también —se acordó—. Bueno, hago una labor noble, po, ¿cachai? Gano menos mesada así mis papás le pagan a los más necesitados que nos atienden.

— Puta hueón, que erí noble —dijo el Juan Ricardo conmovido.

— Lo sé, Juan, y tú también.

(...)

El Brayan se despidió de su mamita y se fue caminando piola a donde había quedado de juntarse con el Roger. Cuando llegó, lo vio ahí asustado a cagar y mirando al rededor. Rodó los ojos y se acercó.

— ¡Oye, cuiquito! —lo llamó. Él dio un respingo y lo miró.

— ¡Brian!

— Puta la wea, aweonao de la perra, ya te dije que me llama Brayan, no Brian —bufó el Brayan.

— Disculpa, Bri —dijo.

— Bueh, ya, pico —se encogió de hombros—. ¿Querí cachar la realidad?

— Sí, po, hueón, por algo acepté venir —dijo el zorrón obvio rodando los ojos. El flaite rió.

— Ya, miss Chile, en ese caso empecemos caminando piola por aquí —propuso el Brayan—. ¿Tai muy asustao?

— No, no, estoy bien —aseguró el Roger acomodándose su polera Maui manga larga—. Vamos no más.

— Ya po, dale —dijo el Brayan y comenzaron a caminar—. Así que cuéntame po, ¿erí de viña?

— No, de Reñaca —explicó—. Preguntaría de dónde eres, pero ya sé que de Playa Ancha.

— Wena po, así no hacemos preguntas weonas —aseguró el Brayan—. Igual es como bien obvio qué tipo de persona erí.

— ¿Por qué? —preguntó el Roger.

— Puta, la wea típica, po —dijo con normalidad—. Cuico, facho, rusio, zorrón.

— Yaaaa yo no te ando juzgando a ti —repuso el Roger—. Además ya te dije que no era ni facho ni zorrón.

— Bueno, como querai —se encogió de hombros el Brayan—. ¿Y voh tení ig?

— Sí, se llama rogerr.taylxr —dijo escribiendo el nombre en un papel y entregándoselo.

— Puta yo soy elmataperkin búscame así —dijo.

— Bueno, ya —dijo el Roger y rió un poco—. ¿Tení página de memes?

— No, weon, yo soy entero original, subo las weas que quiero —dijo—. A ver, no sé de qué chucha hablar.

— A ver, ¿escuchai música? —preguntó el Roger.

— Obvio po, al Pablito Chile po, aunque mi mamá escucha a puro Luismi y a Juan Gabriel. Pura cumbia, pura bachata.

— Ah...

— ¿Y tú?

— Pucha no sé, variado —se encogió de hombros—. Me gustan unos locos que de seguro no los cachai porque son súper viejos.

— ¿Locomía?

— No, ahueonao, los Beatles.

— Puta hay que ser entero ignorante pa no cachar a esos weones, me gustan también.

— Sip, obvio también escucho otras cosas, ¿cachai el house?

— Si po, gil, pero no me gusta.

— Pucha qué mala —dijo el Roger—. Pero ey, demás qué hay otras cosas.

— ¿Hací algún deporte? —preguntó.

— Body surf —respondió.

— Weas zorronas —comentó el Brayan—. Yo soy del Wander po, ¿voh erí de la cato o del everton?

— Del everton, pero no me gusta el fútbol, juego rugby a veces en el colegio no más.

— Weás cuicas, demás que también jugai golf.

— Ey, no qué hueá.

— Puta ya te pusiste a hablar weas con hache.

— ¿Eh?

— Ah, chao, no importa, ¿querí una sopaipa?

— Agh, no, capaz que me de sífilis —comentó el Roger.

— Qué chucha si te la vai a comer no vai a tirar con la sopaipilla, aweonao culiao —dijo el Brayan todo emputao.

— Uy, ya, compra la hueá de sopaipilla entonces —dijo el Roger.

— Ahora vai a cachar lo que es de verdad comer como rey —comentó y fue a comprar. El Roger lo esperó incómodo, y pronto el Brayan volvió con unas sopaipillas recién hechas. El olor emanado era agradable, y aunque el cuico no quiso admitirlo en el momento, se veían bastante apetecibles.

Empezaron a comer y siguieron caminando y paseando por Valparaíso, se rieron harto y la pasaron bien, pasearon por el ascensor y todo.

— Oye, Brayan...

— ¡Weeeena cuiquito te aprendiste mi nombre! —exclamó este—. Ya, dime no más, weon, con confianza.

— Me conseguí mota con el Hans —explicó sacando una bolsa—. No es tanto como la otra vez, pero...

— Gracias, weon, te amo —lo abrazó y el Roger quedó como "suéltame, clase media", pero tras un rato se acostumbró y correspondió al abrazo—. ¿Querí? Se comparte, po.

— No, no, no fumo —respondió—. Una vez probé y no me gustó, así que le metí la hueá en la pieza a mi hermana.

— Puta el culiao maricón —se puso a reír el Brayan—. Pobre cabra, ¿cuánto tiene?

— Doce —respondió.

— Sí, po gil, fíjate que tus papás se van a creer que una cabra chica que tiene con cuea doce años va a andar fumando mota.

— Ni cacharon. La Clara me fue a retar y me tiró la hueá por el water —explicó—. Pero le tuve que dar mitad de mi mesada para que no dijera nada.

— Puta pero demás que es poco —dijo el Brayan—. A mí me dieron mesá como dos meses y me daban dos lucas.

— A mí me dan cien —respondió el Roger y el Brayan quedó con los medios ojos.

— Yaaaaa, es talla —repuso.

— No, te lo juro.

— Mira tú, tengo un amigo cuico —comentó el Brayan—. Bien bajo caí.

— Yaaa ni que tuviera lepra —dijo e Roger dándole un golpe leve en el brazo.

— No po, voh creí que la lepra la tengo yo —repuso—. ¿Te voy a dejar a tu casa?

— No, voy bien —aseguró—. Igual gracias, pero voy a tener que irme ya.

— Buena, cuiquito, nos vemos —dijo—. Chao.

— Chao, po.

Y ambos tomaron su rumbo.

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