veintisiete; Talitha


Lunes

Arrastro la libreta hacia un lado de mi una vez que el maestro de matemáticas salió del salón para tomar el espejo dentro del cepillo para el pelo. Dentro de la bolsa de mis útiles busco unas pinzas plateadas para sacar un vello que hace mi ceja imperfecta. El resto del salón aprovechan el momento para intercambiar palabras con otros compañeros, pero yo estoy muy concentrada en sacar ese vello de ahí. Justo cuando iba a jalar para quitármelo, siento una respiración lenta sobre mi oído.

—¿Qué haces? —pregunta Hanna con una voz estruendosa, volviendo a soplar en mi oído.

Brinco sobre mi asiento y giro mi cabeza hacia mi hombro con la nariz arrugada y mordiendo el interior de mi mejilla para no gritar. Recargo mi codo sobre la mesa para apoyar mi mentón sobre mis manos.

—Estoy terminando de anotar lo que nos dejó el profesor —respondo sarcástica, rodando los ojos y curvando mis labios en una sutil sonrisa.

—¿Y por qué te estabas sacando la ceja? ¿eh? —replica, imitando mi tono.

Inflo mis mofletes, intentando aguantar las carcajadas, pero no funciona de nada, porque termino riendo.

—¿Necesitas ayuda? —Muerde su labio inferior.

Yo sin pensarlo dos veces, le entrego las pinzas. Ella tiene un don increíble para el diseño de las cejas y ella es la mujer que siempre lo hace. Echa la cabeza hacia atrás, indicándome que arrastre la silla para darle un espacio entre la mesa del frente y la silla. La niña pasa una pierna por encima de mi regazo para sentarse encima.

Según ella, es la mejor posición para ayudar a alguien con su ceja. Siento su pequeña mano sobre mi nuca para empuñar mi cabello y hacerme echar la cabeza hacia atrás, me imagino para que pueda ver mejor con la luz.

Escucho como se oye ruidos guturales en medio de su garganta. Me hace sentir como una bacteria debajo de un microscopio. Hanna acaricia su mentón lentamente, termina de asentir con la cabeza para acercar las pinzas de metal a mi rostro. Siento unos jaloneos que me obligan a morder mi labio inferior.

—¿Qué haces? —tartamudeo cuando veo que mi amiga lame sus dedos.

Intento hacerme más para atrás, pero el respaldo de la silla me lo prohíbe, y antes que pudiera sujetarle la muñeca, ella ya había peinado mis cejas con su saliva.

—¿Por qué? —lloriqueo, intentando quitar los restos de su saliva

Hanna entreabre los labios, pero el carraspeo de una voz profunda nos hace estremecer. Vacilante, Hanna se levanta de mis piernas. Yo veo una figura grande en frente de mí, lo que me hace sentir más pequeña.

—Solo lo estaba sacando las cejas —balbucea mi mejor amiga, y yo me doy un golpe mental.

—Ya lo noté, señorita. Por favor, esta es una escuela y no un salón de belleza para estar haciendo esto, espero que no se vuelva a repetir.

—Si profesor —respondimos mi mejor amiga y yo a coro.

Arrastro la silla hacia al frente, deseando que la tierra me tragara y me escupiera en otra parte. Pero, para mi desgracia eso no va a suceder nunca. Observo por el rabillo que mi amiga ata rápido su melena larga para tomar asiento.

Durante el resto de la clase lo único que hice fue respirar, intentado ser invisible.

Guardo mis cosas con rapidez para escabullirme con la multitud de los estudiantes, pero el profesor pide que me quede unos minutos con él. Trago saliva con nerviosismo al sujetar con fuerza las correas de mi mochila hasta sentir que los nudillos de mis manos se están tornando blancos.

—¿Qué es lo que necesita, profesor? —Muerdo el interior de mi mejilla, intentando mirarlo a los ojos sin sentir vergüenza—. Mire, le prometo que ya no voy a dejar que Hanna me depile las cejas cuando estemos en la escuela. —Pongo una mano sobre mi pecho, intentando sonar sincera.

—... No, no te preocupes. Está bien, de hecho, lo que tengo que hablar contigo es un poco más serio; quiero que tomes unas asesorías —interrumpe él, sentado en la silla de su escritorio con los dedos entrelazados entre sí.

Siento como si alguien me estuviera sujetando de los hombros para jalarme hacia atrás, porque mis pies aplican un poco de fuerza extra para no caer el suelo. Sé que tengo algunos problemas, pero estoy segura que no necesito asesorías, y más porque no tengo tiempo para ello.

—¿Perdón? La verdad no creo que sea necesario... —sugiero, un poco incómoda—. Tengo otras cosas pendientes, estamos organizando la feria de mascotas en la escuela para...

—Sí, yo sé sobre tus proyectos. —Aclara su garganta y relame sus delgados labios—. Por eso nada más van a ser los lunes...

—... ¿A qué hora? Llego a la casa, como, hago tarea, voy al asilo de ancianos y me voy al trabajo. —Enumero con los dedos de mi mano, sin notar como mis piernas empiezan a caminar en círculos.

—Sí, nada más es una hora.

—¿Tengo que pagar? —bufo sin poder contenerme, molesta.

—No, es alumno de uno de mis compañeros y tiene que hacer como servicio social o algo así. La verdad no entendí; aquí todos ganaremos, tu aprobarás el curso, este muchacho tendrá su servicio social —explica, arrugando el entrecejo con confusión.

Ni siquiera yo creo que este muy seguro de sus propios planes.

—Está bien, si usted cree que es lo mejor para mí, lo voy a aceptar.

Está demente, seguro el muchacho no va a querer desperdiciar su hora en mí. Yo puedo estudiar por mi cuenta y decirles a los profesores que cumplimos con nuestros deberes.

—¿Por dónde me voy a comunicar con el estudiante? —Dirijo una de mis manos hacia atrás, palmeando el bolsillo más pequeño de mi mochila en busca de mi celular para anotar el número.

—Creo que está dispuesto a ir a tu casa, ahorita en menos de media hora.

Siento que me congelo de pies a cabeza, sin poder procesar lo que me acaba de decir, eso de estar imponiendo horarios fuera de la escuela no me termina de convencer, y menos que lo haya hecho sin consultarme.

—Este... —Ladeo la cabeza con muy poca seguridad—...

—... También sé que es muy precipitado y fuera de contexto. Pero, nada más son dos semanas y dos lunes. A lo mucho, porque en tres semanas tenemos otro examen, evaluando tu desempeño y si te va bien, pues habló con mi compañero —irrumpe, soltando un suspiro.

Me parece extraño, porque mi intuición me grita que no está tan convencido con dos tutorías, pero será que son indicaciones de su superior. Igual, considero que debía ofrecerle estas asesorías a alguien que lo necesite más que yo.

—Está bien, maestro. Igual me voy a encargar de obtener una nota alta para que vea que no necesito ningún tutor —afirmo con confianza, aunque internamente me tambaleo.

—Eso era todo lo que quería escuchar.

Le pregunto al profesor sobre el número del tutor para ponernos de acuerdo, pero me dice que él ya lo tiene y debería de estar a punto de recibir un mensaje para ponernos de acuerdo. Agradezco por este suceso antes de retirarme del salón.

A lado de la puerta esta Hanna que se ha atado el cabello en una cola de cabello en alto, las uñas están entre sus dientes, pero las soltó al verme. Sin permitir moverme, enrosca su brazo con el mío para alejarnos del salón.

—¿Por qué tardaste tanto? Y yo tenía que sacarte las cejas... —Inhala para volver a tomar un respiro de aire para volver a decir otras palabras.

—No, me va a poner un tutor. —Frunzo el ceño con confusión, interrumpiéndola — ¿Crees eso?

—¿Un tutor? ¿Ahorita? —cuestiona con la misma confusión en la que me encuentro yo.

Me encojo de hombros como respuesta, soslayando a los estudiantes que caminaban en todas las direcciones posibles.

—¿Te imaginas que Kent sea tu tutor? —Explota en carcajadas al imaginar la ironía de la vida.

Me atraganto con mi saliva, confundida. No creo que sea capaz de hacer eso, ni creo que conozca mi primer apellido, por lo que consuela por unos instantes. Sería imposible.

—No creo, lo que sí creo es que ya puse un límite entre nosotros dos. Ya lo bloqueé de todas partes y se le cayó la máscara. Sería un sinvergüenza si volviese a intentar contactar conmigo nuevamente.

—Pues no sé, espero que tengas razón, igual no puedo creer que fuiste capaz de gritarle sus verdades al rostro. —Palmea mi hombro con orgullo—. Lo hubieras hecho desde un inicio y te habrías ahorrado todo este mal momento.

—Tienes razón, no tengo idea porque me tardé tanto.

Hanna ofrece llevarme a casa, y asiento con la cabeza, estando preocupada por el tutor que no ha tenido la cortesía de contactar para que le pase la dirección de mi casa o algo así. La mamá de mi mejor amiga, como siempre me ha insistido que convenza a su hija para conseguir un trabajo de medio tiempo y me invita a comer a su casa. Yo me disculpo con un poco de pena, explicándole que tengo que estar lo más antes posible en mi casa.

—Gracias, gracias. —Esbozo una sonrisa de oreja a oreja, abriendo la puerta que estaciona en frente de mi casa.

—Cuando quieras, nosotros vamos a estar en la casa —ofrece su mamá una vez más.

Su hermano que está en el copiloto me guiña un ojo con picardía.

—¡Qué asco! —espeta Hanna, inclinándose para darte un golpe en la cabeza.

Suelto una carcajada con nerviosismo, cerrando la puerta del coche para caminar a la entrada de mi casa. Veo como la camioneta se aleja mientras saco las llaves de mi mochila. Me parece que mi hermano no está, pero un estruendoso rugido de un automóvil llama mi atención, lentamente me voy girando para encontrarme con una ingrata sonrisa en el interior del coche con las ventanas abajo.

Arrugo el entrecejo con confusión, ¿es que o le ha quedado claro que no lo quiero en mi vida?

Hay que normalizar no dejar entrar a personas tóxicas en nuestra vida.

Cruzo mis brazos sobre el pecho, esperando a que se vaya. Pero, eso no va a pasar; al contrario, estaciona en frente. Abre la puerta, siento como la ventisca de aire azota contra mi rostro, pero a Kent se le alborota sus cabellos rubios que siempre peina hacia al frente, dejando uno o dos mechones sobre su frente.

¿Por qué siento que todo está sucediendo en cámara lenta?

El rubio camina con sus largas piernas y en tres pasos ya lo tengo en frente de mí. Sus manos están en los bolsillos de su pantalón de mezclilla e infla con sutileza su pecho para dar un aire dominante o al menos eso es lo que creo que sucede.

—¿Qué haces acá? —pregunto seca, extendiendo mi brazo hacia al frente para crear una distancia hacia nosotros y prestar atención a mis uñas —. Tú y yo no tenemos nada que hablar.

El barniz de uñas color negro se está cayendo, y tampoco no quiero darle tanta importa atención al hombre de en frente.

Kent suelta un suspiro, mis oídos se inundan por una carcajada con ironía.

—Me presento, soy Kent y voy a ser tu tutor por dos semanas. —Sujeta mi mano mientras estoy distraída, la estrecha de modo como si jamás nos hemos visto.

Sacudo mi mano con fuerza para zafarme de él, volviendo a cruzar mis brazos sobre mi pecho. Seguramente dijo otra cosa, pero mi cerebro por algún extraño momento, tergiversa las conversaciones.

O al menos eso es lo que espero.

—¿Perdón?

—¿Tu maestro no te dijo que seré tu tutor? —insistiendo, haciendo su tórax hacia al frente con tranquilidad—. Creo que hoy te lo iban a decir.

Siento como si un balde de agua fría cae encima de mí, porque lo único que quiero es huir.

¿Qué tengo que hacer para quitarme al fuckboy de encima de mí?

—¿Eres bueno para las matemáticas? —resoplo, ignorando sus comentarios—. La verdad, no me interesa saber, mejor dime; ¿qué quieres? ¿enamorarme y dejarme?

El ojiazul se tambalea hacia los lados cuando escucha mi pregunta, su sonrisa socarrona se borra de inmediato. Yo arqueo una de mis cejas, apresurando su respuesta.

—¿Qué? ¿De dónde sacas que te quiero enamorar para dejarte? Si tengo novia —excusa, aunque puedo percibir el tanteo de sus palabras.

Alzo mi otra ceja, esperando a que continúe con su absurda explicación.

—No sé quién te dijo o porque concluiste eso. En serio, quiero ser tu amigo, osita. —Muerde su labio inferior para parecer tierno, pero lo único que yo quiero es estrellar su rostro contra el árbol.

—Un borracho me lo confesó...

—... ¿de dónde lo sacaste? Es mentira, ellos dicen puras incoherencias —interrumpe sin dejarme terminar de hablar, se nota su nerviosismo, pero lo disimula muy bien.

—Yo creo que los borrachos solo dicen puras mentiras. Pero, las mentiras caerán siempre sobre su propio peso. En fin, no creo que esto. —Indico con el dedo índice el tórax de cada uno—... Esto no es una coincidencia de la vida.

—Tal vez el destino nos quiere decir algo, ¿no crees? —responde, engruesando su voz.

—No, no creo que el destino haya hecho algo. Al contrario, todo esto es de tu parte —acuso, tal vez no tengo pruebas, pero tampoco dudas— ¿A ti quién te dijo que tengo problemas con la materia? Lo puedo resolver yo solita, Kent. —Arrugo mi nariz, segura de todo lo que está pasando alrededor.

—¿Apoco te ibas a contratar un tutor particular?

—No...

—¿Entonces? No entiendo como ibas a solucionar tus problemas en la materia, si se ve que tienes... —Guarda silencio sin saber cómo continuar con su explicación.

—¿Me ibas a decir que tengo recursos limitados? —Cruzo mis brazos con indignación, mi apariencia no debe de definirme como persona.

—No, de hecho, iba a decir pobre. Tú eres pobre —replica sin dificultad.

¿Y según él tiene tácticas infalibles para ligar?

Abro mis ojos de manera que se van a salir de sus órbitas, irritada. Suelto un gruñido con frustración para girar sobre mis pies para adentrarme a la casa. Sujeto el borde de la puerta cuando estoy en el interior de mi casa, dibujo una sonrisa con los labios apretados y achicando los ojos.

Parece que está seguro que lo voy a dejar entrar a mi morada. Me devuelve la sonrisa resplandeciente, echa los hombros hacia atrás para adentrarse. Pero, aviento la puerta contra su nariz, me aseguro de poner el pestillo antes de alejarme.

Me asomo por la ventana, él sigue atónito con la nariz contra la puerta, introduzco dos dedos en mi boca para silbar a pulmón, atrayendo su atención. Me siento victoriosa, por lo que por un instante pienso que debería llamarme Talitha Victoria.

Kent retrocede un paso, nuestras miradas se cruzan y puedo apostar que sus ojos reflejan una llama de ira. Aviento mi mano haciendo medio círculo para decirle que se vaya de ahí con toda intención que su cólera se intensifique.

Cubro la ventana con la cortina para que no me vea y entienda de una vez por todas que sus tutorías se cancelan. Él da un respigo, parece que ha perdido una batalla más, porque puedo escuchar la manera en que azota la puerta de uno de sus convertibles que el más ama en este mundo.         

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top