CAPÍTULO 4: La loca de la gabardina
No todos los héroes llevan capa.
Algunos solo llevamos puesta nuestra propia piel, y es mi piel justamente lo que se ve por todas partes. Mi escote es pronunciado, mi falda corta.
Intento no encogerme al notal el aire fresco de la noche que me pone la piel de gallina. No estoy acostumbrada a que se vea mi cuerpo,y llevar la ropa que se pondría cualquier chica para salir de fiesta me hace sentir completamente desnuda.
En Dámara, siempre llevo mangas largas remetidas bajo mis guantes y blusas de cuello alto. Incluso en verano. Lo único que muestro al salir de casa, desde que me alcanza la memoria, es mi rostro. Pero hace unos meses que eso ha cambiado. No en Dámara, por supuesto, o todos saldrían corriendo horrorizados. Pero sí en noches como esta, cuando me escabullo de las murallas de la ciudad al mundo de los humanos.
Creí que esta noche no podría hacerlo. Después del ataque de los despojados, no tenemos permiso para salir del campus de la escuela, mucho menos de la ciudad.Pero esa idea me agobia. Odio quedarme enel campus. Después de lo ocurrido preferiría irme a casa de alguno de mis padres, desconectar de ese lugar y fingir que mi vida es alguna historia en una película o libro lejos de la realidad.
Pero el ataque ha ocasionado que nos quiten la opción de irnos a casa. Tampoco se supone que debemos salir de Dámara al mundo de los humanos por nuestra cuenta, pero yo llevo meses haciéndolo. Si hay oxígeno, hay salida y yo siempre la encuentro.
Estoy en la ciudad humana de Deremen.
Apoyo mi trasero sobre el capó de un coche aparcado justo frente a la casa donde están celebrando una fiesta que ha empezado a descontrolarse.
Dos chicas se ríen como hienas mientras se caen sobre el césped cada vez que intentan avanzar. Las contemplo con atención porque quiero mejorar mi actuación de "borracha" y que sea creíble.
Analizo la fachada de la casa. Las puertas y las ventanas están abiertas permitiendo el paso de la música y el constante flujo de gente que entra y sale.
Distingo a Tim Lewis entre sus amigos. He visto suficientes fotos suyas en redes sociales como para reconocerle a pesar de no habernos conocido en persona.
Me tiemblan las manos con la anticipación de la caza, pero respiro hondo para intentar serenarme.
El árbol que hay junto al coche me mantiene oculta de la luz de la farola y ninguno de ellos se percata de mi presencia. Los contemplo un rato mientras se sientan en el porche con sus vasos de plástico barato en la mano. Se ríen y gritan, están embriagados.
Bien, es el momento.
Dejo la gabardina que me he quitado sobre el capó y camino hacia ellos, hasta que estoy a tan solo cinco pasos. Mi piel reluce en los brazos, el estómago y las piernas bajo la luz de la farola. Me paro y me toco el pelo, mirando para un lado y otro como si estuviera desorientada.
Me ven.
—¿Qué te pasa guapa? —me pregunta alguien y fuerzo mi cara para que parezca que estoy borracha antes de mirarlos.
—Está muy buena —comenta alguno como si yo fuera una tarta en el escaparate de una pastelería y no una persona.
Me rio y me toco el flequillo.
—No sé dónde están mis amigas... —vuelvo a reírme tontamente, escaneando los alrededores con la mirada, mientras finjo que no veo bien debido al alcohol.
Uno de ellos da un paso hacia mí y se me acelera el corazón. No es el que quiero y si me llega a tocar...
"No la cagues, Tori"
Doy un paso atrás para asegurarme de que tengo espacio para retroceder y salir pitando en caso de que el tío intente ponerme las manos encima.
—¿Por dónde se va al centro? —les pregunto haciendo pucheros y apuntando con una uña pintada de rojo. Sé que es la clase de detalle que los hombres no registran, pero que los hace verte atractiva.
Noto sus miradas recorriéndome el cuerpo, y me provoca un escalofrío que nada tiene que ver con la temperatura de la noche.
—Yo te acompaño —dice él, Tim Lewis, hablándome por primera vez.
Bingo.
"Eres mío"
—Noooo... —hago un morrito y pestañeo —estás de fiesta con tus amigos...no te quiero joder la noche.
Lewis ya se ha puesto de pie y lo tengo frente a mí. Doy otro paso atrás. No quiero que me toque hasta estar segura, y no en público.
—¡Ay, mi abrigo! —exclamo con voz chillona y animada, y corro al coche como si acabara de acordarme de él.
Lewis me sigue y me lo pongo corriendo. Veo en su cara que tiene ganas de ponerme las manos encima. Dejo que las mangas me cubran las manos y me aprieto las solapas del cuello contra el pecho como si tuviera frío, cubriendo toda la piel que puedo.
Entonces él alarga la mano y la pone en mi espalda para empujarme hacia la calle. Menos mal que me he puesto el abrigo a tiempo y no es mi piel lo que está tocando.
—¿Cómo te llamas? —me pregunta sonriente y me da asco su aliento alcoholizado. Aunque es más que eso, me dan asco sus dientes...y él en general, por lo que le hizo a esa chica de su escuela.
Quiero escupirle, pero me contengo.
—Eres guapo —digo en su lugar, y le brillan los ojos, creyendo que va a tener algo de acción.
Hace un movimiento con la cabeza, indicándome que lo siga y cruzamos la calle. En lugar de seguir por esta bajo el abrigo de las farolas, me lleva campo a través hacia un parque oscuro.
Aprieto los labios.
—Por aquí es más rápido —me explica, intuyendo mi preocupación.
Saco mis guantes de los bolsillos de la gabardina y me los pongo.
—Ey...¿tanto frío tienes? —me dice burlón y me rodea los hombros con un brazo para empujarme entre los columpios del parque infantil. Me guía entre dos franjas de arbustos que van a parar a la pared de un edificio.
Donde nadie nos ve, me doy cuenta.
Pego la espalda a la pared. Él me aprisiona con sus caderas y me sonríe.
—Eres muy guapa...
No estoy acostumbrada a qué me digan cumplidos, no porque no lo sea sino porque nadie gana nada diciéndoselos a la Gay Maker. Los chicos dámaros no se molestan en decirte cosas bonitas si no creen que existe la más ínfima oportunidad de que les hagas una mamada. Es así de triste.
Pero en ese momento sus palabras me repugnan más que otra cosa.
Lewis me mira el pecho donde aún me sujeto las solapas de la gabardina como si mi vida dependiera de ello. Me doy cuenta de que le molesta y que está empezando a cabrearse.
Aun así, no es suficiente. Tengo que estar completamente segura antes de dar el paso.
—Tú también me pareces guapo, pero...
—Qué frío te ha dado de repente, ¿no? —me interrumpe cogiéndome de la muñeca —antes nos enseñabas las tetas sin reparos.
Imbécil.
Estoy tentada de darle una bofetada...¡sin guante! Pero no puedo hacerlo solo porque sea un cerdo machista, tengo que probar que es un agresor sexual.
Río tímidamente ante su comentario asqueroso.
—Estoy mareada...mejor dame tu número y quedamos mañana.
Lo veo apretar los dientes.
—No vamos a quedar mañana.
Su mano va a parar a mi cadera y empieza a manosearme por encima de la gabardina.
—Quítate ese abrigo, morena...yo te voy a dar calor.
—Pero es que no me apetece ahora...yo solo me quiero ir a casa —se lo digo con un tono de voz más serio y firme; incluso sin fingir que estoy borracha. Le estoy dando una oportunidad de redimirse.
Suelta una risotada áspera.
—En un rato te acompaño a casa, pero ahora sé buena y ábrete la gabardina. Ya verás cómo te va a gustar.
Baja su cara hacia mí para besarme, pero yo se la aparto a tiempo y sus labios van a parar a mi pelo.
—Te estoy diciendo que no, ¿estás sordo?
Mi pelo no va a hacerle daño, pero su sordera ante la falta de consentimiento de las mujeres sí. De eso voy a encargarme yo misma, si vuelve a ignorar esa última petición.
—¡Apártate de mí, por favor!
Se echa hacia atrás para mirarme enfadado, pero sus caderas siguen aprisionándome contra los ladrillos del edificio.
—Eres una niñata...vienes a calentar con tu ropa de puta y luego te quieres ir a casa. Eso no está bien.
Me aprieta mucho la muñeca para tirar de mi brazo y que no pueda taparme más, y lo veo claro. Entre su actuación de esa noche y la declaración de esa chica es la clase de persona que busco por las noches. Voy a dejar que me toque.
Le permito abrirme la gabardina y me mira el pecho con lascivia y ajeno a mi disgusto por su comportamiento.
—Si me tocas en contra de mi voluntad vas a arrepentirte —le explico una última vez con mucha seriedad. Quiero que se tome mi advertencia en serio.
No lo hace, se ríe sin diversión. Parece que le molesta el hecho de que hable.
—No hay nadie aquí para ayudarte, guapa, mejor sé buena, relájate y así te gustará... —se burla de mí y cuando va a inclinarse para besarme el cuello y cambiar su vida para siempre, noto que de pronto se separa de mí de forma violenta y sale volando por los aires.
Pestañeo varias veces confusa ante la imagen de ese humano repugnante volando de espaldas hasta caer por el otro lado de los setos.
¿Qué coño ha pasado?
Sin moverme de la pared, agudizo el oído y escudriño los setos, pero solo escucho el latido desbocado de mi corazón y mi respiración agitada.
Nada, ni un solo movimiento que delate porque Lewis de pronto ha volado.
Cuando me dispongo a separarme de la pared para investigar, una ráfaga de aire se agita y lo que aparece frente a mí es mucho más aterrador que una manada de diez despojados hambrientos.
Mierda elevada al infinito.
Conozco a la perfección esos ojos verdes, aunque lleve tiempo sin verlos tan de cerca.
Evans lleva una sudadera negra, con una gorra de visera y la capucha puesta por encima. Su barba de varios días empeora el aspecto de sus profundas ojeras.
—¿Estás completamente loca?—me pregunta, con los ojos muy abiertos.
Me saca una cabeza de estatura, pero esa no es la razón por la que Evans Armstrong me intimida tanto. Tampoco porque sea el dámaro más importante de nuestra generación.Lo que hace que me tiemble todo el cuerpo son las cosas que le he visto hacer esa misma mañana.
—¿Qué haces aquí? —musito tontamente, sin poder creer que hayamos coincidido en aquel barrio humano por pura casualidad.
Él pone los ojos en blanco y mira por encima de su hombro, quizá preguntándose si Lewis se ha levantado o sigue desmayado tras la caída.
—Te he seguido—su expresión dice que le parece una respuesta obvia y que no me cree muy inteligente. Me agarra del brazo por encima de la gabardina y me separa de la pared enladrillada.
Miro por encima de mi hombro, preguntándome donde está Lewis, y Evans me da otro tirón brusco.
—No pienses que vas a acercarte otra vez a ese tipo —me amenaza entrecerrando los ojos. Sigue enfurecido.
—Me haces daño —le recuerdo, mirando significativamente la zona de mi brazo que tiene agarrada.
Evans se detiene y sacude la cabeza, indignado, como si hubiera insultado a su banda favorita.
—Vas a ir a la cárcel por esto —me explica, marcando las palabras para que comprenda la gravedad de mi delito—.¿Lo has hecho antes?
Suelto un suspiro irritado. ¿De verdad se piensa que salgo a cazar chicos inocentes?
—Escucha, te estás confundiendo —le suelto y me niego a seguir andando.
Evans se resigna a pararse y me mira con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza ladeada. Cuando se indigna tiende a fruncir los labios en un morrito. Lo hacía de niño y al parecer no ha perdido el gesto.
—Ibas a dejar que ese idiota te tocara, Tori.
Mi nombre en sus labios suena tan extraño y a la vez familiar que se me remueve algo dentro. Una parte de mí no creyó que lo recordara después de tantos años.
—Sí, iba a hacerlo —admito, y él me mira de arriba abajo con los ojos entrecerrados como si intentara evaluar mi grado de locura—. Pero no es un chico cualquiera, Ev, ha violado a una chica de su escuela, e iba a violarme a mí ahora mismo.
He conseguido chocarle, sus ojos están fijos en los míos, abiertos como los de un búho. Cuando al fin reacciona se frota la cara y vuelve a mirarme.
—¿Estás diciendo que sales a cazar violadores?
Aprieto los labios, porque me fastidia que lo haga sonar tan estúpido cuando es la primera vez en mi vida que me he sentido útil e importante, en lugar de una patética aberración.
Asiento con la barbilla levantada, mostrando todo el orgullo que puedo, pero él se echa a reír y sacude la cabeza.
—Debo de estar soñando —dice para sí mismo mientras aún sonríe. Se frota un ojo, parece exhausto y quizá se esté planteando que nada de esto es real.
Me abro la gabardina y le enseño mi cuerpo. Él deja de sonreír inmediatamente, nunca ha visto tanto de mi piel.
—Tiene que haber una puta razón para que yo haya nacido —replico seria ahora que he captado su completa atención—. Pues bien, la he encontrado. Mírame, soy una tentación de hombres andante y mi piel puede limpiar este mundo de escoria.
Evans me observa y mueve su mandíbula, y me doy cuenta de que ese es un gesto nuevo. Más del hombre en el que se ha convertido. Tuerce la cabeza inhalando una bocanada profunda de aire y mira hacia el parque donde un bulto sigue tendido en el suelo.
—Tu juego es demasiado peligroso.
—¿Y qué acto heroico no lo es? —Rebato—. Lo que has hecho tú esta mañana...
—No nos compares, Tori—me interrumpe.
Pongo los ojos en blanco, invocando mi propia paciencia.
—Oh, no...¿Cómo va la gay maker a compararse con Evans Armstrong, el copycat? No debería ni respirar el mismo oxígeno que tu maravillosa nariz y tus potentes pulmones.
Hay suficiente sarcasmo en mi voz como para que él esboce una sonrisa arrogante y se cruce de brazos de nuevo, esperando a que yo termine mi numerito.
—He encontrado algo que me hace sentir orgullosa de lo que soy —suelto atropelladamente, y se me acelera el pulso al notar que estoy a punto de llorar. Toda mi vida he sido una vergüenza para mí misma, mi familia y todo Dámara. No hay un segundo de mi existencia en el que no sienta que no debería haber nacido, excepto por esos últimos meses desde que salgo a buscar a esos hombres—. No pienso parar... y tú no vas a denunciarme.
—Oh, sí vas a parar —me asegura él con determinación y vuelve a agarrarme del brazo para tirar de mí hacia la calle.
—Eres un prepotente, Evans —le digo al perfil de su cara mientras me empuja y cruzamos la calle—. Si me denuncias el mundo será un lugar peor por tu culpa. Da igual que servicios prestes a los humanos después de eso, no podrás compensarlo.
Sin hacerme mucho caso, se saca unas llaves del bolsillo de la sudadera y hace sonar un bip que abre el Audi RS que hay aparcado frente a nosotros.
Contengo la respiración al ver el coche que le han dado. Me obliga a entrar en el asiento del copiloto como si fuera un policía y yo una delincuente.
Cuando se sienta tras el volante, vuelvo a la carga.
—Si ese asqueroso viola a alguien esta noche o la semana que viene será tu culpa —espeto.
Evans traga saliva y en lugar de activar el motor, apoya el antebrazo sobre el volante y se gira hacia mí.
—Aunque lo hubieras tocado... podría violar a hombres.
—Oh, vamos...hay menos posibilidades de que eso ocurra. Los hombres tienen más fuerza para defenderse. Además, un poco menos de testosterona en el cerebro hace maravillas en los comportamientos agresivos.
Veo que no me está haciendo caso porque sus ojos están fijos en mi cuello. Frunce los labios de nuevo.
—¿Quién te ha hecho eso? —gruñe.
Me toma unos segundos recordar las marcas de mi cuello. Las he cubierto con maquillaje antes de salir de Dámara, pero el roce de la gabardina ha debido quitar gran parte.
Cierro los puños con fuerza antes de confesar.
—Hace dos noches fui tras un tipo...bueno era un poco mayor que nuestro amigo Lewis aquí... —comienzo a explicar, mirando por la luna delantera mientras intento ignorar los ojos verdes que me perforan la sien—. Había violado a tres chicas, pero lo han soltado tras siete años de cárcel. Porque está reformado, según nuestro sistema penitenciario. Así que me pasé por su casa, le esperé en el portal de su edificio, y cuando pasó le dije que estaba esperando a que mi novio viniera a buscarme y que tenía frío. Me dijo que podía esperar dentro y se fue en el ascensor...pero luego volvió.
No añado nada más, me dan escalofríos recordar cómo se abalanzó sobre mí, y su confusión al empezar a perder las ganas de agredirme sexualmente. Se enfadó mucho, no porque entendiera que yo le había hecho algo, sino porque creyó que la cárcel había fastidiado su deseo sexual. Me acabó cogiendo por el cuello, no sé si para ver si lograba excitarse de esa forma o para pagarlo con alguien. Por un momento pensé que no iba a contarlo, pero algún vecino de la primera planta abrió la puerta y él me soltó, asustado con volver a prisión.
Miro de soslayo a Evans, que se ha quedado quieto y preocupantemente callado. Tras un instante de silencio incómodo, se sienta correctamente y pone el coche en marcha.
No dice absolutamente nada, mientras se incorpora a la carretera. Estoy incómoda en el silencio entre nosotros, por lo que acaricio el lujoso cuero y me fijo en los detalles que tiene el salpicadero. Un montón de botones y una pantalla enorme. Me atrevo a poner la radio.
Cuando Imagine Dragons resuena a través de los altavoces, Evans me echa un vistazo, pero sin comentar nada vuelve a concentrarse en la conducción.
Pasan dos minutos y salimos de las murallas de la ciudad de Deremen, camino aDámara.
—Supongo que sería mucho pedir que me explicaras lo que ha ocurrido hoy, ¿no? —tanteo.
No me responde.
Es una auténtica pena, de pequeño, cuando creía que era un inválido, era una persona agradable. No tenía esa prepotencia que parece haber echado a perder su personalidad con los años.
—Podemos empezar con algo simple ¿Dónde has estado todo este año?—. La curiosidad me puede y aprovecho ese extraño instante de cercanía entre nosotros para preguntarle al respecto.
Evans despega la vista de la carretera para echarme un rápido vistazo.
—¿Me has echado de menos?
Alzo una ceja.
—Sí, he extrañado no tener nuestras largas conversaciones antes de irme a la cama, o las sesiones de Netflix los domingos por la tarde...te confieso que he terminado StrangerThings sin ti. Espero que puedas perdonarme.
Evans sonríe sin mirarme.
—He estado aprendiendo —me explica, ignorando mis ironías.
Asiento.
—Eso ya lo he visto esta mañana...¿cómo coño practicas telequinesis así?
Hemos llegado al puesto de seguridad de las puertas a la ciudad de Dámara, y eso es muy distinto a escabullirme por los huecos de la ciudad. Aquí tendré que identificarme y declarar las razones por las que salí.
Contengo el aliento. Evans puede denunciarme inmediatamente y hacer que mi intento de charla sea aún más patético. Sin contar con que daría inmediatamente con mis huesos en una cárcel dámara. Que es como una especie de Gran Hermano, donde el mundo entero puede ver lo que haces día y noche.
Baja el cristal mientras reduce la velocidad y para frente a la puerta blindada. El guardia se aproxima al coche y se inclina junto a su ventanilla.
—Evans —lo saluda. Después se percata de mi presencia y abre la boca para preguntarme quien soy o para pedirme mi identificación.
—¿Me abres? —lo interrumpe Evans, logrando que el hombre no llegue a decir nada. Vuelve a echarme un vistazo inseguro, pero acaba por asentir y hacer un gesto con el brazo a alguien.
Contemplo boquiabierta como la puerta de acero blindado se desliza. Unos segundos después estamos dentro.
—Vaya... ser el copycat tiene sus ventajas —exclamo anonadada.
Él sonríe, pero continúa prestándome tan poca atención como puede.
Suspiro al ver las características casas dámaras de estilo colonial y tejados picudos de pizarra negra. Árboles de tronco ancho y ramas frondosas separan el jardín delantero de la acera, y hay setos de tonos rojizos, ocres y verdes que combinan con el ladrillo de las casas, y separan unas de otras.
No hay nadie por la calle a esas horas, pero fantaseo con que pase gente de la escuela y me vea sentada en el asiento copiloto del RS de Evans Armstrong. Lo sé, patético, pero soy mediohumana, al fin y al cabo.
Sacudo la cabeza ahuyentando mi momento de debilidad y me giro hacia él.
—¿Quién era el chico con el que estabas hoy?
Evans me mira serio.
—No te acerques a él.
Tuerzo el gesto y me toco la barbilla con el dedo índice.
—Noteacerquesael, que nombre tan peculiar.
—Lo digo en serio.
Chasqueo mi lengua fingiendo decepción.
—Y yo que pensaba lamerme la cara —ironizo.
Evans sabe mejor que nadie que no puedo "acercarme" a ningún chico. Si lo hiciera, mi piel cambiaría su orientación sexual y yo ya no le interesaría de todas formas. Él mismo me apodó la Gay Maker hace años.
—Me refiero a qué no hables con él.
En fin, por lo visto ha perdido todo su humor junto con la infancia. Triste.
—Lo que ordene, mi amo y señor—le respondo. Estamos cerca de mi barrio—.¿Puedes dejarme en casa de mi madre?
—No.
Espero un momento a que añada algo más, pero veo que es en vano.
—Eh...¿por qué no?
—¿Sabes lo que eran esas cosas que han estado hoy en la escuela? ¿Eres consciente de que podría haber más?
Empiezo a cansarme de que me hable todo el rato como si fuera una niña de tres años mentales.
—Sí, deben estar deseando atrapar a la gay maker. De hecho, soy el número uno de su lista y tienen fotos mías por todas las paredes de su madriguera. He oído que se han sorteado el honor de robarme mi habilidad porque había muchas peleas al respecto.
Evans aparca el coche justo frente a los dormitorios de la escuela. Son filas de pequeños adosados de dos plantas, pero cada planta es para una pareja de alumnos. Menos yo...yo tengo uno para mí sola porque nadie quería compartir conmigo. Las ventajas de ser una marginada, tenía que haber alguna.
En lugar de bajarme del coche, prosigo con mi interrogatorio
—¿Noteacerquesael era la persona con la que hablabas por teléfono durante el ataque? ¿Tiene el poder de explotar despojados en el aire?
Evans inspira profundamente por la nariz como si tratara de reunir paciencia.
—Tori, existen ciertas ventajas en ser una válida, y es que tu vida va a ser mucho más tranquila y segura que la de un élite. Te recomiendo que te olvides de todo este asunto de despojados, y ni hablar de salir a cazar violadores. Nadie espera que seas una heroína. ¿Por qué no te concentras en cuidar de ti misma? En estos tiempos parece que es algo cada vez más difícil.
¿Tranquila y segura? Debe estar de broma. Es cierto que a un válido no se le requiere que se enfrente a una horda de despojados, como ha hecho Evans hoy. Con su poder, tendrá que dedicar su vida a la guardia Dámara y a la seguridad de los demás. Pero me fastidia que hable como si mi poder garantizara que mi vida es un paseo por el parque. Con un poder tan peculiar y repudiado, que además no puedo vender a nadie, mi vida es lo contrario a tranquila y segura.
Así que pongo los ojos en blanco, dándome por vencida con él. No quiere compartir sus asuntos de élite con una válida que es casi inválida, genial. Ya me enteraré de lo ocurrido por otros medios.
—Muy bien, doctor Armstrong. Haré lo que me indica y me iré a cuidar de mí misma —abro la puerta del coche, pero antes de bajar le dedico un último comentario—. Te llamaré sino puedo dormir para que me aburras.
Me marcho con una sonrisa, al notar su expresión divertida. Aún queda algo de humor en ese cuerpo pecaminoso.
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