Capítulo 1: Ciudad de Dámara.

UNA SEMANA ANTES

TORI BAKER

Abro el botón de mis pantalones, bajo la cremallera y deslizo los vaqueros por mi cintura. Son tan ajustados que se llevan consigo mis bragas. Entonces doblo las rodillas sin llegar a tocar el váter. Nunca me siento en los baños públicos de la escuela porque a saber qué clase de gérmenes dejan esos compañeros degenerados que tengo.

Es cuando empiezo a orinar que escucho las risas y frunzo el ceño tratando de detener mi vejiga mientras me pregunto de dónde proceden las voces.

Mi mente está nublada, confusa, como esas veces en las que al despertar no sabes bien que es realidad y qué es sueño; pero de pronto puedo notar una brisa en la piel de mi trasero y entiendo que algo no va bien.

Después de eso, me viene todo de golpe. No es un puto váter lo que tengo debajo de mí, sino césped. Levanto la vista y los veo...veo a mis compañeros tronchándose de la risa mientras me observan.

Daniel Brown está frente a mí, con una sonrisa retorcida y un brillo malvado en su rostro cuadrado. El sol dibuja círculos sobre él al colarse entre las hojas de los árboles.

Casi me caigo de bruces intentando subirme los pantalones con toda la rapidez que puedo, y eso los hace reír aún más.

No tengo dudas respecto a qué acaba de ocurrirme, pues los conozco bien. He crecido con esos imbéciles, soportando su repugnante idea de diversión y presenciando sus macabras bromas. Una cree que en algún momento maduraran y desarrollaran algo parecido a una conciencia, pero siempre logran decepcionarme al respecto.

Daniel Brown ha usado su poder para confundir mi mente y hacerme creer que me encontraba en la privacidad del servicio de chicas y que me hacía pis, cuando en realidad estamos en mitad del jardín trasero de la escuela de Dámara.

Bienvenidos a Dámara, donde la combinación de poderes especiales con una educación moral de mierda, hace que ocurran este tipo de cosas muy a menudo.

No solían atreverse a hacerme el blanco de sus bromas, pero hace un año que Evans Armstrong, el que un día fue mi mejor amigo, se marchó de Dámara y...y bueno, ciertas cosas han cambiado con su ausencia.

Echo un rápido vistazo a mi público que está sentado en el césped, y me doy cuenta de que son los idiotas habituales: Lara Sorensen, ¡qué sorpresa!, sin duda la idea ha venido de esa bonita y retorcida cabeza de pelo azulado. Drake López, su perrito, vale no es que sea un perro, es un dámaro también que mide casi dos metros, pero sigue a Lara como si fuera un pequeño chihuahua amaestrado. En realidad, para ser justa,Drake es bastante decente de por sí solo. Ahora mismo es el único que no se ríe y me mira incómodo, pero su relación con Lara es imperdonable.

Mi atención regresan a Daniel Brown. Por mucho que me reviente, me escuecen los ojos con la irrefrenable necesidad de echarme a llorar, pero no voy a hacerlo.

Me trago las lágrimas y pongo los brazos en jarra.

—Es una pena lo que tienes que hacer para poder ver genitales femeninos, Brown —le espeto, provocando la risa de sus camaradas. No son fieles ni entre ellos.

Daniel frunce la nariz con desprecio.

—Nadie quiere ver tus genitales, Gay Maker —me espeta malhumorado.

—Ya está bien —escucho una voz más madura a mi derecha y miro sobre mi hombro para descubrir a un hombre adulto cuyo nombre desconozco, pero el simple hecho de que sea adulto me choca. ¿Cómo ha permitido que Brown me hiciera eso?—. Sigamos con la lección, Daniel.

Lo miro boquiabierta y una expresión de culpabilidad aparece en su rostro por un breve lapso. Debe ser el tutor de Daniel, lo que significa que es un dámaro adulto con el mismo poder que este, encargado de darle lecciones sobre cómo usar su capacidad de manipular los pensamientos de otros.

¡Menuda lección el abusar de una chica de esa forma!

Aprieto los dientes.

—¿Cuál es tu nombre? —exijo aunque él ya me ha dado la espalda. Se limita a mirar por encima de su hombro y me recorre con su mirada. Sabe que no soy élite, porque Daniel me ha llamado Gay Maker. Debe saber que soy la dámara con el poder más ridículo de nuestra historia.

—Olvida que esto ha pasado —me sugiere con tono altivo, antes de regresar la atención al grupo.

Debe estar de broma.

Me quito el guante y doy dos pasos hacia ellos con la palma de mi mano desnuda alzada hacia Daniel. Cuando me ve por el rabillo del ojo suelta una exclamación e intenta echarse para atrás con la mala suerte de tropezar con el hombro de Drake que sigue sentado sobre la hierba. Se cae de espaldas sobre este y Lara, y por las quejas que emiten parece que se han hecho daño.

Me río encantada.

—Eh, ponte eso de vuelta —me chilla el dámaro adulto con un dedo alzado hacia mí. Su tono es amenazante, pero hay un brillo de miedo en sus ojos.

Me muerdo el labio para no mandarle a donde se merece. Si tiene el mismo poder que Daniel Brown significa que es un élite y que no quiero meterme en problemas con él. Me vuelvo a poner el guante, dejando al descubierto solo la piel de mi rostro.

Antes de irme miro seria a los tres jóvenes que están aún tirados en el césped.

—Dejadme en paz o voy a lameros la cara —los amenazo, mirando sobre todo a Lara Sorensen, pues sé que Daniel no es más que su peón descerebrado.

Sin esperar una respuesta, me doy la vuelta y me alejo hacia el edificio, que era mi objetivo antes de que me cruzara en el camino de esas sabandijas.

Por desgracia la escena se repite en mi cabeza en forma de bucle y tengo ganas de llorar.

—Ey, ¿qué te ha pasado? —me pregunta Cas López, que de pronto ha aparecido a mi lado en las escaleras de la entrada al edificio.

¿Cómo sabe lo que ha ocurrido? No había visibilidad desde este punto.

—Tu cuello —me dice, señalando la zona cuando la miro confundida—. Tienes una marca roja.

El cuello cisne de mi camiseta se ha doblado, dejando mi piel al descubierto, con los moratones de la noche anterior. Me lo subo rápidamente.

—¿Tori, qué te ha pasado? —reitera con sus voluminosos labios sureños apretados.

—Nada —miento y me ahueco el pelo, reanudando la subida de escalones. Le echo un vistazo de reojo y compruebo que no me ha creído.

—¿Cómo qué nada? —Alarga su mano hacia mi cuello para tirar de la tela.

—¡No me toques! —le grito espantada, deteniéndome en seco—.¿Te has vuelto loca?

Cas relaja los hombros y tuerce la cabeza hacia un lado.

—Oh, vamos... Solo he tocado la tela. ¡No seas dramática!

¿Dramática?Me dan ganas de reírme, si fuera dramática me dormiría llorando cada noche desde que tengo uso de razón.

—Tienes que tener más cuidado...—le advierto a pesar de que llevamos años siendo amigas, Cas conoce las reglas y las consecuencias de no tomarlas en serio.

—Me has asustado con esas marcas, ¿vale? —Levanta las manos en actitud inocente. Nos ponemos en marcha otra vez, pero no se rinde—. ¿Vas a decirme de qué son?

Con una sonrisa maliciosa me echo el pelo por encima del hombro en plan sexy.

—De acuerdo...resulta que anoche estaba teniendo sexo salvaje con ununiversitario de Deremen—comienzo, alzando mis cejas de forma sugestiva—. ¿Sabes lo qué es la hipoxifilia?

Cas frunce el ceño sin parecer encontrar mi broma nada divertida.

—¿Acaso alguien de la escuela te ha herido? —Me interrumpe en tono serio.

Niego con la cabeza con vehemencia.

—Es solo una reacción alérgica a la bisutería barata —miento, recordando los eventos de la noche anterior, mientras caminamos hacia el aula.

Cas y yo nos aburrimos mortalmente durante la clase de historia. Últimamente, el señor Dooley insiste tanto en la primera revolución Damara, que estoy segura de que caerá en el examen. Así que, a pesar de que mi cabeza está especialmente distraída, recordándome que ya no debería sentir esafamiliar congoja en mi pecho, mucho menos por culpa de Daniel o Lara o ningún otro élite, intento concentrarme en sus explicaciones.

—En el siglo XIX las condiciones de vida de los dámaros eran muy precarias. Los obligaban a vivir en unas galereras muy similares a las propias prisiones que los humanos usaban para sus delincuentes. Imaginad las consecuencias de ello. Pandemias como el cólera,la peste bubónica, el escorbuto yla depresión, entre muchas otras. Los sanadores trataban de curar a sus prójimos, pero eso los dejaba débiles e inservibles para los humanos. De ahí surgió la ley Primea, que nos prohíbe usar nuestros poderes para el beneficio de otros dámaros sin una retribución económica que duplique el precio que paga un humano. Murieron millares de dámaros por algo tan simple como la falta de sol y aire fresco. En aquel entonces, los humanos sacaban a los dámaros de esas galeras, llamadas Damarinas, única y exclusivamente para usarlos y los devolvían al acabar con sus servicios.

La sirena interrumpe la explicación de Dooley, quien pestañea y mira el reloj de su muñeca sorprendido.

—Menudos capullos —suelta Cas, cerrando su libro de historia de golpe.

—Lo que no entiendo es por qué seguimos aplicando leyes que surgieron hace un siglo y que no tienen ningún sentido.

Cas ríe por la nariz.

—Suenas como la Reina Yadra.

Irónicamente, un dámaro no puede usar su poder para beneficio de otro, sin previo pago de cantidades absurdas, que como había indicado Dooley duplican el precio que pagan los humanos, pero se hace­ la vista gorda cuando un grupo de niñatos élites usan sus poderes para maltratar a sus compañeros.

Camino con pasos enfadados hacia la cafetería. Entre clase y clase tenemos quince minutos de descanso para poder ingerir algo de comida. Losdámaros, a diferencia de los humanos, necesitamos comer constantemente o nos debilitamos y podemos llegar a desmayarnos. Sobre todo al usar nuestros poderes.

—Voy a comerme una magdalena de pepitas de chocolate —anuncio, pasionalmente mientras caminamos hacia el mostrador.

—¡No! —Cas sacude la cabeza.

—No trates de detenerme.

—Me dijiste que nada de magdalenas entre semana, me dijiste que no importara lo que dijeras, que no te dejara comprar comida basura si no es viernes —me recuerda mi amiga, y suelto un bufido aburrido. Hoy necesito una recompensa en forma de calorías que no voy a gastar.

LaraSorensen está sentada en una de las mesas, en la esquina más cercana al pasillo por el que avanzamos.Le echo una mirada envenenada y conpasmosa claridad la veo quitar la tapa a su café y alzar el brazo para lanzarme su contenido a la cara.

Lo único que mis estúpidos reflejos son capaces de hacer por mí es cerrar los ojos. Me preparo para el impacto del líquido abrasante en mi rostro. La única parcela de piel de todo mi cuerpo que llevo al descubierto. Pero por alguna razón peculiar no llega.

Abro los ojos y en lugar de ver la cafetería veo una enorme tela roja. Me doy cuenta entonces de que mis manos están agarrando el mango de un paraguas y es eso lo que tengo frente a mi cara.

Miro asombrada los pequeños hierros que configuran la estructura del paraguas por dentro, miro mis dedos asidos al palo y hasta soy capaz de adivinar el café escurriéndose por el otro lado de la tela.

—¿Pero... qué coño? —exclama Lara, dando voz a mis mismos pensamientos.

—Tori, ¿cómo despojados has hecho eso? —pregunta Cas atónita.

La cafetería está inusualmente silenciosa y descubro al bajar el paraguas que todos me miran.

—No tengo ni puñetera idea —le respondo ceñuda contemplando el artefacto.

—Lo has hecho aparecer de la nada —continúa Cas, sobreexcitada.

Yo estoy entre boquiabierta y asustada. Yo no he hecho aparecer nada. Es el momento más raro de mi vida, y mira que mi vida no es muy normal para empezar.

—No he podido hacerlo yo —digo, el silencio en el que me observan los presentes comienza a molestarme. No es que no esté acostumbrada a vivir con la atención, pero en los últimos años había mejorado, pues todos en la escuela de Dámara ya me conocen y ya se habían hecho a la idea de que yo... bueno de que existo.

Giro sobre mis talones y me dirijo hacia la salida de la cafetería. Cas me sigue de cerca. Al girar la esquina, el pasillo está bastante más tranquilo y los que están allí, no han visto el numerito del paraguas.

—Enséñame lo que acaba de ocurrir —le ruego a Cas ansiosa por arrojar algo de luz al extraño suceso.

Mi amiga tuerce el rostro hacia un lado. Su mente es como una grabadora y es capaz de reproducir cualquier cosa que hayan presenciado sus ojos. La única pega es que para mostrárselo a alguien debe tocarlo piel con piel, y eso conmigo no es una opción.

—Pasa las imágenes a tu teléfono —le sugiero, como le ha estado intentando enseñar su tutor, un anciano adorablecon el mismo poder que Cas.

—Yo...—titubea con el ceño fruncido—. Aún no he conseguido hacer eso. Solo puedo mostrar las imágenes a otra persona.

—Vamos Cas, Harry te explicó como lo hacía con una televisión. Concéntrate y recuerda sus indicaciones —le sugiero y me saco el teléfono de la mochila para entregárselo—. Inténtalo.

Cas suspira y lo acepta. Le quita la tapa de atrás y pone su mano justo contra las chapas del teléfono. Cierra los ojos y pone una expresión concentrada. Permanecemos en silencio de esa forma durante un rato largo hasta que le brota una gota de sudor en la frente.

Cuando estoy segura de que nada va a pasar, la pantalla se enciende y doy un pequeño chillido de alegría. Le damos la vuelta para poder ver la imagen y ahí está. La cafetería y nosotras, grabado desde la perspectiva de los ojos de Cas, caminando hacia el mostrador.

—¡Me ha salido! —celebra con una sonrisa pletórica.

Le devuelvo la sonrisa, pero estoy demasiado intrigada con lo que acaba de ocurrir como para apartar la mirada de la pantalla.Juntas asistimoscomo Lara se dispone a echarme el café por encima, pero de pronto tengo el paraguas en la mano.

—¡No lo entiendo! —exclamo frustrada, tras verlo dos veces—.¿Cómo aparece ahí?

Cas toma el teléfono de mi mano y vuelve a poner el video, pero esta vez lo pausa a medias.

—¿Ves eso? —señala una mancha azul, casi imperceptible, a mi lado—. ¡Es él! ¡Ha vuelto!

Le echo una mirada extrañada.

—No puede ser...

—Sí, es Evans...ha vuelto.

Miro de nuevo la pantalla, y sí que es posible que esa mancha sea alguien pero...

—No puede ser Evans. ¿Por qué iba a protegerme de Lara? —digo como prueba final.

Cas pone los ojos en blanco, indignada con mi falta de fe en nuestro infame Evans Armstrong.

—¿Quién más se mueve tan rápido? —rebate.

Me muerdo el labio. Es cierto que la única persona capaz de moverse a esa velocidad, aparte de él, está muerta, pero me es imposible creer que Evans haría algo así por mí.

—Tiene que haber otra explicación —decido al fin.

Cas sonríe.

—Evans ha vuelto y ha tenido un detalle superbonito contigo...ohhhhh —Suelta un suspiro romanticón.

Pongo los ojos en blanco, mientras sacudo la cabeza.

—Quizá sea un fantasma —sugiero. Cualquier cosa me parece más lógica que la teoría de Evans—. Vamos, llegamos tarde a clase.

A la profesora de lengua bolidiana poco le importa el misterio que Cas y yo tenemos entre manos, por lo que nos fulmina con la mirada al entrar con la clase empezada.

Me cuesta concentrarme, no puedo dejar de pensar en si Cas está en lo cierto. Cuando suena la sirena, prácticamente salto de la silla para ir a dar una vuelta por la escuela y ver si el caballero de brillante armadura aparece por algún lugar.

Tras un rato de dar vueltas en vano, salimos al jardín frontal y nos sentamos en un banco de madera que tiene buena visibilidad al portón principal. Me siento un poco ridícula por montar guardia de esa forma, pero me está matando la curiosidad por saber qué ha ocurrido en la cafetería y si es verdad que Evans ha tenido algo que ver.

Hay varios grupos de alumnos dispersados por el jardín, pero ni rastro de Evans. Algunos aprovechan los descansos entre clases para practicar sus poderes, aunque se supone que nunca deben hacerlo sin estar bajo la vigilancia de un tutor o adulto.

—No sé por qué hemos venido aquí, seguramente esté en la cafetería —dice Cas decepcionada—. ¿Te acuerdas de todo lo que comía? Su familia debe de tener problemas para llegar a fin de mes.

Reímos ante su broma. Los Armstrong son una de las familias con más renombre de Dámara, pues llevan generaciones gestando élite tras élite. Lo que se traduce en mucho respeto y dinero.

"Evans, Evans...¿dónde estás?",canturreo en mi cabeza.

—Va a llover —continúa Cas mirando hacia el cielo, de pronto encapotado.

—Vámonos, no está aquí —le digo convencida.

—¡Jo-der! —El grito de Cas es simultáneo a los gritos de otros alumnos del jardín.

Hay algo desgarrador en su tono y, aun así, me sorprendo al girar la cabeza hacia el portón de la escuela y ver los tres seres que se han colado por esta.

—¡Despojados! —exclama Cas, y los gritos se suceden mientras observo atónita como penetran en el campus.

Me quedo petrificada. Nunca sabes cómo vas a reaccionar al mirar a la muerte a la cara hasta que la ves correr hacia ti.

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