Capítulo #4: ''Brillantina, cosquilleo, y un extraño arcoíris''




Martes, 13 de diciembre de 2022.

Ravensbrook, Reino Unido.

Día 2 de 10.

El bullicio del centro comunitario es lo primero que recibe a Liam al cruzar la puerta. Niños corren por todas partes, y las risas y voces se mezclan en un caos alegre, junto con el inconfundible olor a pegamento abierto. Mesas largas repletas de materiales para manualidades rodean la sala, junto al desorden natural que surge al dejar que los niños manipulen esos implementos con libertad. Liam suspira, cuestionándose si realmente fue buena idea venir. Considera escabullirse, darse la vuelta antes de que alguien lo note y regresar a la seguridad de su trabajo pendiente en casa.

Pero, justo cuando está a punto de girarse hacia la puerta, sus ojos se encuentran con un verde familiar que últimamente no ha hecho más que causarle un extraño nerviosismo. Emma le sonríe desde una de las mesas, donde, con Ava en las piernas, parecen estar agregando brillantina violeta a unos calcetines navideños. A su lado, Peter y Harry colorean con gran concentración unos dibujos de árboles de Navidad. Liam le devuelve una media sonrisa; sabe que ya no hay escapatoria.

Camina con paso tembloroso a hacia ellos; con las manos en los bolsillos, sintiendo el peso de la nota de papel que dejaron para él. Su mirada se centra en el gorrito en forma de árbol de Navidad que Emma tiene en la cabeza.

—No me mires así, Harper —dice ella con un tono juguetón, ajustando el gorro—. Pero, no te preocupes; sé que es solo es envidia por no tener un sombrero tan genial como el mío.

Liam suelta una risa suave, sorprendido por lo natural que se siente el comentario. Emma tiene esa habilidad: desarmarlo con una mezcla de humor y ternura que él preferiría ignorar. Al escuchar su risa; sus dos sobrinos mayores levantan su vista hacia él, con un extraño brillo en sus miradas.

— Recibí su comunicado oficial —comenta; mientras saca la hoja doblada de su bolsillo.

—¡Tio Liam, viniste! —dice Harry con entusiasmo; mientras que levantándose con rápidez se acerca a él para darle un abrazo. Liam se congela por un par de segundos; sintiendo una mezcla entre inquietud y cariño. Porque si bien no está acostumbrado a los gestos de cariño; estos niños significan mucho para él, más de lo que tal vez está dispuesto a admitir: —¿Eso quiere decir que has decidido aceptar nuestra propuesta...?

Liam suelta otra risa; mientras que su sobrino separándose de él, lo ve de manera desafiante. Como si realmente se tratase de un pirata y están probando su lealtad. Emma a su lado; observa la escena con ternura, deseosa de que ese lazo que ve que quiere formarse con desesperación entre el ojimiel y sus sobrinos, pueda desenvolverse de la mejor forma posible.

Entonces, al ver que Liam tarda en contestar y en un intento de poder ayudarlo, dice: —¿Y bien, capitán? —le pregunta, usando el mismo tono juguetón, que cuando le lee los cuentos a los niños—. ¿Aceptás la misión o prefieres quedarte en tu barco todo malhumorado?

Liam la mira de soslayo; luego, suelta una carcajada:

—Me gustaría aceptar su propuesta; dicen, de todas formas, que es más divertido ser un niño perdido que un pirata; que junto a Peter Pan, pueden volar....¿A qué no Pet? —cuestiona, refiriéndose a su otro sobrino; que hasta ahora se había limitado a observarlos con emoción; este asiente: —Pues, entonces, está decidido. Soy parte del equipo.

Harry y Peter dan gritos de emoción; mientras dando vueltas a su alrededor, dicen que los llevarán a volar en busca de nuevas aventuras. Liam voltea a verlos, sonrientes para luego fijarse en Emma, cuya sonrisa le causa un vuelco a su corazón.

—Pues, bienvenido, capitán. —dice esta, mientras Ava en sus piernas aplaude con entusiasmo. En eso, deja tirar el frasco con brillantina sobre el pantalón de Emma, dejándola toda cubierta.

—Me parece que este equipo es un tanto revoltoso...¿no te parece? —dice Liam; viéndola con diversión.

La joven asiente con la cabeza: — Por supuesto...¿dónde estaría la diversión de no serlo?

Una rato más tarde; están sentados todos en la mesa, ocupados en sus propias decoraciones. Liam, ayuda a Ava (que ahora está en sus piernas) a recortar unos muñecos de nieve, para luego pegarlos sobre un paisaje nevado en el que han estado trabajando. Del otro lado, Emma ayuda a los chicos con algunos dibujos.

—¡Mirá, tío Li! —grita Peter, mostrándole un dibujo lleno de colores desbordados que, según tipo de sentido, el pequeño describe como un  "árbol de Navidad con luces de arcoíris". Liam niega con la cabeza; dispuesto a decirle que no tenía mucho parecido a un árbol de Navidad, pero la mirada de advertencia de Emma, lo hace detenerse.

—Está hermoso tu árbol Pet —responde; mientras el niño sonriente le tiende el dibujo.

—Para ti, tío. —Liam lo recibe y murmurando un leve 'gracias' lo guarda junto a la carta de temprano en el bolsillo de su abrigo.

—Parece que te estás divirtiendo, ¿eh? —comenta Emma; con un guiño. Ya son alrededor de las cinco; y Liam entiende el trasfondo de sus palabras. Rueda los ojos, pero no puede negar a la verdad:  ha pasado un buen rato hasta ahora. No contesta, pero Emma puede ver la media sonrisa reflejada en su rostro.

Justo en el fondo del salón, una pequeña tarima. Una mujer en sus cincuenta, que Liam reconoce como la mujer que atiende la cafetería del pueblo desde que él y Sara eran unos niños; anuncia que van a colocar unas canciones, que quienes quieran unirse, son más que bienvenidos. Un par de minutos después; una versión movida de diferentes villancicos comienza a sonar a todo volumen a través de los parlantes.

—¡Vamos, Liam! —exclama Emma, levantándose y extendiendo una mano en su dirección.  Liam niega con la cabeza, mientras Harry baja a Ava de su regazo para ir junto a Peter a bailar a unos metros de ellos; otros niños con su padres se les unen. 

Pero Emma no toma un no como respuesta; todavía con la mano extendida, insiste. El pelinegro observa a la mujer frente a él: su cabello atado en una improvisada coleta alta deja escapar algunos mechones junto a su gorrito navideño, su ropa toda llena de brillantina y pintura; así como unos hermosos ojos verdes mirándolo con cierto aire infantil, con esperanza. Entonces lo hace, toma su mano; y Emma con leves saltitos de emoción, lo lleva hasta el centro.

—Oye, Emma —dice, en lo que están en medio del alboroto. — ¿Qué edad tienes?

La joven; más que sentirse sorprendida por lo abrupto de la pregunta, niega con la cabeza un par de veces; pero finalmente responde: —¿Nunca te han dicho que esa pregunta no se le hace a una mujer?

Liam ríe, todavía con la curiosidad reinando en su pecho: — ¿Ni siquiera a una que está empezando a ser una amiga?

Emma se frena; y por un segundo parece no saber que decir. Pero, finalmente sonriendo, le responde: —Veinticinco, señor Harper, veinticinco.

Ella baila cerca de él, riendo mientras uno de los pequeños intenta enseñarle pasos ridículos. Tomando sus manos, lo incita a dar una serie de vueltas; que termina haciéndolo reír también. Con sus ojos clavados en la joven, y en medio de todo ese caos controlado, hay una mirada entre ambos que dura más de lo que lo haría una promedio, pero que deja una sensación extraña en el aire: una que es igual de peligrosa como maravillosa.

Cuando la música se apaga, los niños corren de vuelta a la mesa para continuar con las manualidades, y Liam se encuentra respirando profundamente; sentándose en una de silla en la esquina de una de ellas; cansado, pero sintiéndose extrañamente liviano.

Emma se sienta a su lado, su rostro ligeramente sonrojado por el esfuerzo, pero con una expresión satisfecha.

—No estuvo tan mal, ¿no? —comenta ella, dándole un suave codazo.

Liam sonríe, una sonrisa genuina, que a Emma le encanta. Que se promete, va a intentar hacerla aparecer todas las veces que pueda.

—No, supongo que no —responde él, dejando escapar un poco de la tensión que siempre lleva consigo.

La nieve comienza a caer con más fuerza fuera del centro, y las ventanas están empañadas por la diferencia de temperatura interna y externa.

—¿Te sentís un poco más libre ahora? —le pregunta Emma, en un tono suave, casi imperceptible; mientras observan como Harry ayuda a Ava a calcar su mano en una hoja blanca.

Liam la mira y, aunque no lo dice en voz alta, su expresión le da la respuesta. Hay algo en este caos controlado que lo hace sentir menos atado, menos obsesionado con el control. Y por alguna extraña razón, no le da tanto miedo.

En eso, una mano firme se posa en su hombro, haciéndolo voltear. Un hombre de piel tan blanca como la nieve, con arrugas marcadas y unos setenta y tantos años a cuestas, lo observa con una mezcla de curiosidad y cariño. Liam, con el entrecejo fruncido, tarda unos segundos en reconocerlo. Pero cuando finalmente lo hace, una oleada de nostalgia y una punzada de miedo lo atraviesan.

—¡Vaya, vaya! Si no es nadie más y nadie menos que el famoso Liam Harper.

—Señor Taylor —responde Liam, con un tono que refleja su incredulidad. En todos los años que ha estado fuera del lugar que alguna vez llamó hogar, ha evitado pensar en muchas cosas, especialmente en su adolescencia. Y ahora, frente a esos ojos azules que alguna vez fueron su ancla, se siente de nuevo como un joven de diecisiete años.

El hombre lo abraza con fuerza, y para su sorpresa, Liam no se siente incómodo. Al contrario, una calidez reconfortante lo envuelve.

—Ha pasado mucho tiempo —dice Taylor con una sonrisa.

—Ocho años, al menos.

—Desde la boda de Sara.

—Sí...

—¿Cómo has estado, hijo?

—Bien, estoy bien. La empresa ha crecido y he conseguido clientes importantes.

Emma, que ha estado observando la escena en silencio, no puede ocultar su curiosidad. Arnold Taylor, con la misma ternura de siempre, le sonríe. Él es el profesor de arte de la primaria y secundaria, alguien querido por todos en el pueblo por su amabilidad y pasión.

—¡Emma! —la saluda con entusiasmo—. Veo que ya conociste a mi estudiante favorito.

—¿Estudiante favorito? —pregunta Emma, sorprendida.

—¡Claro que sí! ¿Alguna vez has visto sus dibujos? Desde pequeño, Liam tenía un talento innato. Sus trazos eran tan detallados y llenos de vida que te transportaban a otro mundo. Y siempre estaba cubierto de pintura de pies a cabeza, creando verdaderas obras maestras en medio de su caos.

Emma arquea una ceja y mira a Liam con renovado interés. ¿Liam, permitiendo que el caos lo domine? ¿Liam, un artista? La idea le resulta extrañamente encantadora. Observa con satisfacción cómo él se remueve, incómodo, mientras mantiene una mano en la espalda del hombre que alguna vez fue su mentor.

—Liam, tenés que ayudarnos con las decoraciones. ¡Vamos, decí que sí! —el hombre al ver la confusión en el rostro de Liam, continua; explicando: —. Para el baile anual de Navidad previo a las fiestas...¿recuerdas el 23? Estaría genial si pudieses hacer un mural en la pared del costado; como el que tenías planeado cuando..

Liam lo detiene; su expresión tranquila desaparece y deja paso a una cargada de angustia y tristeza. Sin embargo, carraspea un poco antes de responder: —No creo poder, disculpe profesor; solo estaré aquí un par de días y entre cuidar de mis sobrinos y trabajar; no tengo tiempo.

La ligera tensión en el ambiente no pasa desapercibida para Emma, quien nota el cambio en el rostro de Liam. La naturalidad se ha desvanecido y algo en sus ojos delata un conflicto interno. No insiste, pero se promete que luego le preguntará por qué reaccionó así.

—Bueno, prometé pensarlo —dice Taylor con su característica calidez, sin dejar de sonreír.

Liam asiente con una media sonrisa. Aunque no lo expresa en palabras, en su interior sabe que ese pequeño momento queda marcado como uno de los pocos en los que no siente la necesidad de escapar, aunque el pasado sigue pesando en su conciencia.

El profesor asiente; con algo de decepción en su mirada: —Comprendo, pero...¿Podrías pensarlo? Sabes como solíamos sentirnos en el pueblo respecto a tus pinturas Liam; sería hermoso poder volver a ver una.

La tensión crece en el ambiente y Emma puede notarlo. Es como si ambos fuesen partícipes de una conversación más profunda de la que ella no es parte; y de que la que le gustaría serlo. Porque no le gusta ver la angustia reflejada en el rostro del ojimiel; no saber qué hacer para poder ayudarlo. Por eso, sin pensarlo, lleva una de sus manos en su dirección y entrelaza sus dedos con los suyos.

Liam voltea a verla, confundido. Una peculiar corriente parece recorrerle los dedos; dejándolos cosquillosos. Sin embargo, no retira su mano.

—Estoy segura que de tener tiempo, Liam con gusto vendrá a ayudar, sr. Taylor.

—Eso —aclara Liam, sintiendo el tacto tibio de su mano contra la de ella —Lo pensaré ¿si?

—Me parece bien —dice Taylor con su característica calidez; pasando tal vez por alto las manos entrelazadas de los jóvenes frente a él.

Liam asiente con una media sonrisa; luego, cuando el profesor se despide de ellos para ir a saludar a otra familia que se encuentra a unos metros y Emma suelta su mano, no puede evitar preguntarse qué mierda está pasando; especialmente, porque ahora la misma se siente vacía.


Miércoles, 14 de diciembre de 2022.

Ravensbrook, Reino Unido.

Día 3 de 10.

Son pasadas las tres de la madrugada y la casa está sumida en un completo silencio. Liam sigue despierto, recostado en el sofá de la sala, con la mente atrapada en los acontecimientos de la última tarde. Sobre la mesa de café frente a él, un montón de papeles desordenados comparten espacio con la portátil abierta, cuyo cursor parpadea sobre la única palabra que ha logrado escribir en las últimas dos horas. En la penumbra, el frío comienza a colarse; debería avivar un poco más el fuego de la chimenea, que amenaza con extinguirse. El constante tick-tack del reloj en la pared lo inquieta, recordándole todas las cosas que debería estar haciendo y que, sin embargo, no quiere hacer.

Siente los latidos de su corazón martillando en el pecho. Su respiración es pesada y entrecortada. ¿Por qué todo se siente tan abrumador? El recuerdo de la pesadilla de la noche anterior sigue latente en su mente, como un bucle del que no puede escapar. Lo atormenta, sobre todo por lo que implica: la sensación de no estar haciendo las cosas bien. Lo comprendió esa tarde, después de momentos llenos de risas con sus sobrinos y con... Emma. Liam maldice entre dientes, tratando de borrar el recuerdo de esos ojos verdes mirándolo con ternura. No le gusta lo que eso provoca en su interior. O tal vez sí le agrada, y eso es lo que más lo asusta.

De repente, sin detenerse a considerarlo, se ve a sí mismo sacando su teléfono del bolsillo y marcando el número de su hermana menor. El pelinegro suspira con ansias, con la esperanza de que todavía esté despierta.

El teléfono timbra tres veces, sin respuesta. Justo cuando está a punto de colgar, escucha la voz de Sara al otro lado de la línea.

—¿Li? ¿Todo bien? —pregunta con esa mezcla de preocupación y rapidez que solo alguien cercano puede tener—. ¿Está todo en orden con los niños?

Liam cierra los ojos y se pasa una mano por el cabello algo enredado, sintiéndose culpable por llamarla tan tarde. Sabe que la ha alarmado sin querer.

—Sí, todo tranquilo, Sari —responde, forzando una sonrisa que ella no puede ver, pero espera que se note en su voz—. Los niños están dormidos; tuvimos una buena tarde en el centro comunitario con Emma, hicieron algunos dibujos y bailaron un par de canciones.

Escucha cómo Sara exhala con alivio, dejando escapar la tensión acumulada.

—Suena divertido. —Su tono es entusiasta—. Espera... ¿estuviste con ellos? ¿Quiere decir que fuiste con ellos?

La pizca de esperanza en la voz de su hermana no le pasa desapercibida.

—Sí, me tomé un descanso del trabajo y pasamos el rato; estuvo bien.

—Me alegro muchísimo, Li. No tienes idea de cuánto.

Por un par de minutos, la llamada permanece en silencio. La mente de Liam sigue dando vueltas, sin saber exactamente qué decir, aunque sabe que no llamó solo para ponerla al día de los acontecimientos de esa tarde.

—¿Li? —lo llama Sara desde el otro lado de la línea, con voz calma—. ¿Por qué me llamaste?

—Solo quería charlar un rato —responde Liam con sinceridad, dejando salir otro suspiro.

—¿Sobre algo en particular?

—No lo sé... quizás sí.

Sara guarda silencio por un segundo, pero cuando habla, su tono es suave y reconfortante.

—Li, sabes que puedes decirme lo que sea. Estoy acá para escucharte.

Liam traga saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Finalmente, se decide.

—Es solo que... me encontré con el señor Taylor; me ofreció pintar el mural para el baile de Navidad.

—¿Vas a volver a pintar? ¡Liam, eso es maravilloso! Yo...

Liam la interrumpe: —Le dije que lo pensaría; pero no creo que vaya a hacerlo.

—Li, pero...

—Volvieron Sari —corta de vuelta Liam —. Las pesadillas.

El otro lado de la línea queda en silencio. Sara tarda unos segundos antes de responder.

—¿Han vuelto? Ha pasado tanto, pensé que ya no lo harían... —dice con una mezcla de sorpresa y preocupación.

—Yo también. Pero también han pasado años desde la última vez que estuve en Ravensbrook, Sari. No creo que ambos hechos estén desvinculados; las pesadillas volvieron porque yo volví.

Sara toma una respiración profunda antes de hablar, como si estuviera midiendo cada palabra.

—Tal vez es una forma en la que tu mente te está diciendo que ya es hora de enfrentar esos fantasmas, Li. No puedes seguir corriendo de ellos toda la vida.

Liam aprieta la mandíbula. Mira hacia la oscuridad de la sala, queriendo evitar desenterrar viejos recuerdos, esos que, sepultados por años, le han permitido llevar una vida normal. O al menos, eso creía hasta que volvió.

—No soy como vos, Sari. No es tan simple para mí pensar en verlo otra vez, y mucho menos perdonarlo.

El tono de Sara cambia, tornándose más firme pero sin perder su calidez.

—¿Y crees que para mí fue fácil? —responde, y Liam puede imaginar perfectamente la expresión seria en su rostro—. No lo fue. Hubo un tiempo en el que me sentí completamente sola, cuando la única persona en la que podía confiar era mi hermano... y él también decidió alejarse.

Liam siente una punzada de culpa en el pecho.

—Sara...

—Escuchame, Li, no te estoy reprochando nada; sabes que jamás lo he hecho —su voz se suaviza—. Solo quiero que entiendas que no podemos permitir que lo que no podemos cambiar siga controlando nuestras vidas. Sé que él ha hecho lo imposible por reparar lo que se rompió. Y quizás ahora, estando ahí, este sea tu momento de sanar también. Así como yo lo hice.

El silencio que sigue es pesado, lleno de cosas que no necesitan ser dichas. Liam sabe que hay cierta verdad en las palabras de Sara, por más que quisiera negarlo. Aunque eso no implica que él particularmente quiera hacer algo al respecto. Tal vez podría pasar los siguientes días sin tener que pensar mucho en ello, igual que lo ha hecho los últimos años.

—¿Cómo va todo con Richard? —pregunta Liam, cambiando el tema y sintiéndose culpable por no haberlo preguntado antes. Escucha a su hermana suspirar desde el otro lado del teléfono, pero no insiste en retomar el tema anterior.

—En progreso. Ya hicimos la petición para la extensión de la visa; solo es cuestión de esperar a que la aprueben y podremos volver a casa —responde Sara con un tono cansado, que intenta ser optimista pero no esconde del todo su preocupación.

—Sabes que si necesitas ayuda con lo que sea, puedes contar conmigo, Sara —dice Liam, imaginando a su hermana asintiendo.

—Lo sé, Li, y te amo por eso —responde ella—. Ya me estás ayudando un montón al estar allá y cuidar de lo más importante en mi vida. Oye, hablando de eso... ¿Qué tal todo con Em? ¿Cómo se llevan? ¿No es una ternura?

Liam agradece que su hermana no pueda verlo, porque está seguro de que se ha ruborizado ligeramente. Carraspea antes de responder:

—Sí... supongo que no está del todo mal.


NA: ¡Buenas, buenas! Cuéntenme, quiero saber que piensan.

¿Cuál es su personaje favorito hasta ahora?

POSDATA: He estado subiendo seguido porque me gustaría inscribir esta, que es una novela corta, en los premios Ambys. Las inscripciones cierran el 31 de este mes, espero llegar ¡Deséenme suerte!

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