≪•◦ ❈. Capítulo 83. ❈ ◦•≫
Danna y los demás, subieron a la oficia satisfechos con los muebles que habían traído del extranjero.
No pudieron evitar preguntarse por Keily, pero dedujeron que había ido hasta la oficia.
—Es increíble el detalle tan espectacular que tiene el cuadro de
Intercambio, de Willem de Kooning, parece real — dijo, María, emocionada.
Danna, sonrió.
—Es real, María.
Ricardo, abrió los ojos en sorpresa.
—Maldición, ¿Y cuánto dinero es que tienen ustedes?
—No lo sé — manifestó, Danna, sonriendo —. Marcelo, lo compró para nuestra madre.
— Eso cuesta millones, amiga — dijo, Marcia.
—Se dice que nuestro jefe es multimillonario, pero ahora tiene los bienes intervenidos, ¿De dónde sacó para comprarlo?
—Recordemos que es un hombre que siempre ha estado en el mundo de los negocios, puede que haya hecho otro tipo de tratos.
—Creo que es mejor dejar de lado ese tema, mi hermano, es el único que sabe como hizo las cosas, así que no vale la pena desgastarnos pensando en cómo lo hizo.
—Tienes razón, Danna — habló, Ricardo.
—¿Quién iba a decir que eras hermana del jefe Sandoval? — dijo, una de ellas —. Si no hubiese sido Keily que lo dice, lo hubiera puesto en duda.
—Aunque no se puede negar el parecido imperante entre los dos hermanos — aportó, Ricardo.
—Nos parecemos a mamá.
Danna, caminó hacia la oficina de Keily y vio a Elena en ella.
—¡Oh! — exclamó, la rubia, con una sonrisa —. Pensé que Keily estaba aquí.
Elena, sonrió.
—No, cuando vine no había nadie, supuse que estaban todos en algo importante.
—Llegaron los muebles del proyecto Amanda.
—Eso es increíble, iré a verlos más tarde — manifestó, Elena con una sonrisa —. Ahora debemos revisar unos bocetos que necesitan para ya.
—¿Empezamos a revisarlos o esperamos a la cuñis?
—Debe estar por venir, empecemos nosotras.
Y así lo hicieron, iniciaron su trabajo mientras esperaban a una Keily, que nunca llegaba. Tanto Elena, como Danna, comenzaron a llamar a su celular, pero se había quedado en la oficina.
— Creo que es mejor que vayamos a buscarla — sugirió, Elena —. Es raro que no haya venido.
—Puede que este con Marcelo en su oficina y nosotras preocupándonos de más.
—Prefiero eso, Dan, así que vamos.
Ambas tomaron sus cosas y salieron a la oficia de Marcelo. Cuando llegaron y vieron a Sora, manifestaron su deseos de ver al ingeniero Sandoval.
—Pueden pasar.
—Gracias, Sora.
Ambas mujeres, entraron al interior de la oficina.
—Es la primera vez en mi vida que no tengo deseos de trabajar — hablaba, Marcelo, hacia Cristian, quien lo acompañaba en ese momento —. Es como si algo me lo impidiera.
—Eso es muy extraño en ti, amigo.
Ambos dirigieron la mirada hacia las dos mujeres.
—Que grata visita —se alegró, Cristian de verlas —. ¡Qué guapas están!
—Gracias, cariño — dijo, Elena, con una sonrisa.
—Eres un amor, Cris — dijo Danna con una sonrisa, mientras lo saludaba.
Marcelo, estaba de brazos cruzamos, agregado a su escritorio, viendo los demás.
—¿Y Keily, porqué no vino con ustedes? ¿Tiene mucho trabajo?
Danna y Elena, se miraron.
—Vinimos aquí para ver si estaba aquí contigo — habló, Danna, mirándolo.
Marcelo, se puso de pie, lentamente.
—No, no ha venido por aquí. ¿No está en su oficina?
—Ahora si me estoy preocupando — soltó, Elena.
—Puede que ande en otra oficina, haciendo cuento y...
—Keily, no es de andar en oficinas haciendo cuentos, Danna — aclaró, Elena.
Marcelo, tomó, rápidamente, el teléfono.
—Sora, hazme el favor de encontrar a mi esposa, quisas este en unas de las oficinas.
—Si, señor, en seguida.
Marcelo marcó nuevamente, pero esta vez al número de Keily.
—No responde su celular.
—No, lo dejó en la oficina y su bolso también.
—Esto no me gusta nada — dijo, Marcelo, preocupado —. ¿Cuando fue la última vez que la vieron?
—Bajamos al almacén a mirar los muebles para la decoración de la casa de mamá, que habían llegado, luego de eso, no la volví a ver.
El teléfono de la oficina, volvió a sonar.
—Sora.
—Ingeniero, nadie ha sabido decirme en donde se encuentra la señora, sin embargo, seguiré intentándolo.
—Gracias. Cualquier cosa, me llamas inmediatamente.
Cerro la línea.
Marcelo, tomó su celular y comenzó a caminar hacia el exterior de la oficina.
—¿A dónde vas? — Preguntó, Cristian, viendo su desesperación —. Kei, debe estar bien, pronto aparecerá.
—Estaré tranquilo cuando compruebe que eso es cierto — fue lo último que dijo.
Se dirigía a la sala de vigilancia digital siendo seguidos por Cristian, Elena y Danna.
Marcelo, entró sin llamar a la puerta y dio órdenes al encargado.
—Muéstrame las imágenes del almacén — miró, rápidamente a su hermana —. ¿Danna, que hora era más o menos?
— Las once.
—Busca esa hora, por favor, y los siguientes minutos hasta encontrar lo que ando buscando.
El chico, tecleaba la computadora con agilidad y buscó el lapso de tiempo que le habían pedido.
En las imágenes, se podían observar los hombres descargando lo que había en los camiones y moviéndose de aquí para allá.
—Ahí están ustedes — dijo, Marcelo, urgido —. Ahí esta ella con el chico que cambia de color.
—Moisés... — aclaró, Elena.
Todos se quedaron totalmente sorprendidos al ver la acción rápida del otro hombre que vestía con un overol azul detras de ella, se hizo pasar por unos de los transportistas de los camiones que habían llegado.
A Marcelo, se le cristalizaron los ojos inmediatamente, no pudo evitarlo.
—Se la llevaron — masculló, asustado, dolido, desesperado — ¡Se la llevaron!
Pateó una de las sillas que estaban en el lugar haciendo que esta se estrellara contra la pared.
—Cálmate, Marcelo, por favor — pidió, Cristian, sin saber que hacer.
—Quiero las grabaciones de unas horas antes y media hora después — pidió, rápidamente —. Te espero en el auto, Cristian.
Marcelo, salió como alma que lleva el diablo a la oficina de Diseños, Elena y Danna, lo seguían.
—¿Dónde está? — Preguntó con voz potente y dura, haciendo que todos los empleados del departamento, se sobresaltaran —. ¡Hice una maldita pregunta! — gritó, desesperado.
—¿Alguien sabe donde esta Moisés? — Preguntó, Danna.
—Se fue un poco después que estuvimos en el almacén — informó, María.
—¿Dónde vive? — Preguntó, Marcelo a punto de colapsar.
—¿Qué es lo que sucede? — Preguntó, Paola, preocupada y alarmada al ver a Marcelo de manera.
—Unas personas se llevaron a Keily en contra de su voluntad y él estaba presente y no hizo nada.
María corrió para anotar la dirección de aquel muchacho.
—No es muy lejos de aquí — informó, Ricardo con gesto serio.
Marcelo, tomó de manera rápida el papel en sus manos y salió de aquel departamento, fue a su oficia y del maletín sacó el arma que siempre tenia con él.
No decía ni una sola palabra, era algo que preocupaba a las mujeres que no le perdían de vista.
— Marcelo...
—Ahora no, Danna.
Salió de allí con las chicas siguiendo sus pasos.
Se subió al auto, igual Elena y Danna.
—Ve a esta dirección — pidió, con voz recta —. No está muy lejos de aquí.
Cristian, lo miró, pero pronto comenzó a conducir hacia donde le habían indicado.
Cuando llegaron a dicha dirección, Marcelo, casi tira la puerta al piso.
—Yo me encargo, Marcelo — pidió, Cristian, el aludido, quiso protestar —. No estas en condiciones de hablar.
No tuvo otra opción que hacerlo.
Una señora de mediana edad, abrió la puerta. Su semblante amable, la caracterizaba.
—Buenas tardes, señora — comenzó, Cristian —. Somos una comisión de representantes de True Style y estamos aquí buscando a Moisés Peralta, ¿Se encuentra?
—¡Oh! Buenas tardes — respondió, ella —. Pasen, por favor — miró a Elena —. A ti ya te conocía, linda. Eres la amiga de Keily.
Elena dio un asentimiento.
—Un gusto volver a verla señora.
Marcelo estaba en silencio y la desesperación nublaba su cabeza. Pero haría todo por recuperar a Keily.
—Ella es mi esposa — informó, Cristian.
La mujer dio un asentimiento. Miró a Marcelo y Danna.
—Usted es...
—Marcelo Sandoval, esposo de Keily —informó, inmediatamente, miró prontamente a Danna—. Ella es mi hermana.
—Un placer — dijo, la señora —. ¿Y para qué buscan a mi hijo?
—Tiene una información importante que darnos.
La señora, los miró apenada.
—Lamento decirles, que vino acá y me dijo que tenía que salir fuera de la ciudad a un trabajo importante de True Style, que tardará algunos días.
—Desgraciado — soltó, Marcelo de pronto. Miró a la señora —. ¿A dónde fue?
Preguntó con rectitud hacia la señora.
—No lo sé, esta vez no me dijo a donde iría, pero no tiene mucho tiempo que salió y...
Marcelo, dejo de escuchar y salió de aquel lugar a toda velocidad dejando a todos atrás.
Tomó su teléfono y llamó a Ángel.
—Se han llevado a Keily — dijo, inmediatamente —. Se la llevaron en mis narices, Ángel.
—Cálmate, Marcelo.
—No me pidas que me calme — gritó —. Necesito que le digas a Asher que mire las imágenes que le llegarán en unos minutos, informale al comandante Trujillo que mi mujer fue secuestrada y que uno de los cómplices esta escapando, que cierre el maldito aeropuerto, haga retenes en las malditas calles, pero ese imbécil, no se puede escapar.
—Lo haré...
Marcelo, cerró la línea y cuando estuvo a punto de irse, Cristian y los demás se subieron al auto.
—¿Qué vamos hacer? — Preguntó, Cristian, apenas entró al auto.
Marcelo, apretó el volante y cerró los ojos con fuerza.
—Si el imbécil traidor, se fue por carretera, lo ideal es pedirle a Sergio que lo busque usando las cámaras de control de tránsito de la ciudad.
—¿Se puede hacer eso? — Preguntó, Danna.
—Se puede, solo que tendrá que jaquear las cámaras y eso es ilegal, Marcelo.
El rubio lo miró, la fiereza en sus ojos lo caracterizaba.
—Voy a encontrar a mi mujer cueste lo que cueste, Cristian.
Condujo de manera apresurada hacia la casa para encontrarse con Ángel y Asher.
Bajó del auto y no esperó a nadie, caminó dando zancadas grandes hasta llegar al laboratorio. Dio más órdenes de lugar a Sergio, quien pidió las placas del auto del individuo en cuestión.
Marcelo, llamó a la empresa y le pidió a Sora que investigara con el vigilante del estacionamiento.
Así lo hicieron, unos minutos más tarde, ya tenían la numeración de las placas y Sergio, se puso a trabajar, mientras que el comandante Trujillo, daba las órdenes de vigilancia estrema en el transporte terrestre y aeropuertos.
—El objetivo se detuvo en la terminar de autobús de...
Marcelo, no escuchó bien la información cuando ya estaba saliendo de la casa.
Cristian dio la orden de que llamaran al comandante y Ángel y le informaran de lo que estaba ocurriendo.
Marcelo, tomó uno de los coches de allí y no valió que lo llamaran una y otra vez, no quiso escuchar, pues entendía que un segundo perdido ponía en riesgo la vida de su esposa.
Unos minutos más tarde, Marcelo se encontraba hablando con una chica que se encargaba de vender los boletos a los pasajeros.
—Lo siento, señor, no puedo dar ese tipo de información.
—Escúchame bien, señorita, necesito que me diga en qué maldito camión se subió ese hombre.
La mujer, lo miraba asustada.
—Si no se retira, llamaré a seguridad.
—No me importa...
—Déjeme hacer mi trabajo, Sandoval —intervino, el comandante Trujillo —. Yo me encargo.
—Buenas tardes, señorita, soy el comandante Trujillo y esto es un asunto judicial...
La mujer hizo todo lo posible para ayudar al policía, revisaron las cámaras de seguridad y se dieron cuenta en que camión se había subido.
—Es el que va directo para Guerrero y esta es la ruta que lleva...
Marcelo, tomó rápidamente la ruta en su teléfono y salió de allí.
—Escúchame bien, Sandoval, no quiero que intervengas en esto.
Marcelo, giró hacia él y lo miró con convicción.
—Escúchame bien usted, comandante, no pierda su tiempo pidiendo algo que no voy a hacer, es mi mujer la que han secuestrado y voy a hacer todo lo que este en mis manos para recuperarla.
—No haga algo que me obligue a entrarlo a una celda, muchacho.
Marcelo, lo miró, seriamente.
—Haga lo que quiera, pero después que mi esposa esté sana y salva.
No esperó repuesta, se subió al auto y comenzó a conducir siendo guiado por la ubicación del celular. Nunca había conducido tan rápido, es tanto así que se había ganado algunas multas.
La carretera por la que iba el camión estaba siendo poco transitada, pero, al Marcelo llegar, le cruzó delante deteniendo su auto a mitad de camino y el transporte, se detuvo.
El conductor comenzó a bociferar varias palabras, sordas a los oídos de Marcelo, quien tenia un solo objetivo.
Las sirenas de los carros policiales, se escuchaban muy cerca.
Marcelo, no esperó y ordenó a que me abrieran las puertas del autobús, pero el chófer no hizo caso, tenía miedo.
Por segunda vez en el día, el comandante, llegó y pidió amablemente que abrieran la puerta, pues mostrar su placa era suficiente para que nadie refutara.
El comandante entró al autobús y, unos minutos después, salió delante y Moisés venía detrás de él.
Al Marcelo encontrarse de frente con él, no pudo evitarlo, se le fue encima. Trujillo, le dio la libertad de desquitarse por algunos segundos.
— ¡Maldito!
Los policías, lo sostuvieron al ver al detenido con algunas heridas.
—¿Dónde está Keily?
Moisés, en ningún momento dijo nada, su mirada siempre estuvo clavada en el piso.
—¡Qué me digas donde se la llevaron! — las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero no las soltaba —. ¡Voy a matarte...!
Cuando quiso ir a golpearlo nuevamente, Cristian y otro oficial, lo detuvieron, mientras que Moisés, era subido en una de las patrullas para ser llevado a la comisaría.
Dos horas después, Moisés Peralta, estsba siendo interrogado, Marcelo y Cristian esperaban impacientemente en la sala de espera de ese lugar.
Los minutos les parecían eternos, pero, un tiempo prudente después, el comandante Trujillo, salió de la sala de interrogatorios y llevó a Marcelo y Cristian a su oficina.
—El chico confesó — comenzó, el comandante —. Dice que ha servido de espía a Florencia y Manuel, desde hace unos meses atrás, dice no conocer a Danilo Cárdenas y que no sabe del paradero de su esposa.
Marcelo, comenzó a caminar lentamente por la oficina, sintiéndose impotente de no tener ni siquiera una pista de Keily.
—Quiero hablar con él — pidió desesperado —. Quizás a mi me diga algo que a ustedes no.
—Le aclaro, señor Sandoval, que aquí no podrá golpearlo, de hacerlo, tendré que dejarlo detenido.
—Créame que tengo ganas de hacer muchas cosas con él, pero lo único que me importa ahora es encontrar a Keily.
El comandante accedió a dejarlo pasar a la sala de detenidos y, una vez, tuvo aquel hombre frente, fue como si su mundo se le viniera encima, recordando la manera de que su esposa fue raptada.
Los dos individuos se miraron por algunos segundos a la cara.
—No sé nada de ella — se adelantó, Moisés —. No me dijeron nada de su paradero por seguridad.
—Fuiste un cobarde — despotricó, Marcelo con los dientes apretados —. Traicionaste la confianza de alguien que no esperaba eso de ti.
Moisés, tragó saliva.
—Solo estaba dolido con ella...
—Nadie esta obligado a amar a otra persona, es más, esta fuera de nuestro control elegir ese alguien.
Moisés, sonrió.
—Pero la casualidad fue que primero fue novia de Diego, su hermano, un hombre con fortuna y un futuro asegurado, luego las cosas no le salen bien con él, estoy yo haciendo lo posible para que se fije en mi, no me ve, pues aquí no hay dinero en abundancia, luego llega usted con su imponencia y abundancia, se fija en usted y se unen en matrimonio — todo esto lo decía como si se lo hubiera repetido mil veces —. No fue difícil para ella elegir.
Marcelo, sonrió de sorna.
—Al escucharte hablar, me doy cuenta de que podrás tener muchos años trabajando y compartiendo con Keily, pero eso no te ha servido de nada — habló, pausadamente —. Nunca la conociste, nunca te diste cuenta de que a una mujer así, los lujos, el dinero y esas cosas materiales, no les importan.
—Yo no lo veo de esa manera...
—Me da igual lo que pienses — interrumpió, Marcelo —. Me basta con mi concepto sobre ella.
Moisés, apretó la mandíbula.
—Entonces, ¿Qué es lo que quiere de mi?
—Que me digas como fue que llegaste a tener tratos con la gente que quieren hacerle daño a la que fue tu amiga y que es mi mujer.
Lo pensó por algunos segundos.
—Le voy a decir lo que sé, ya no tengo salida. Además, no es mucha la información.
—Habla.
—Todo comenzó un poco después que ustedes se unieran en matrimonio, eso me dolió tanto que no sabia que hacer con lo que llevaba dentro — habló, mirando a una pared, es como si tratara de recordar cada detalle —. Lloré tanto aquel día y la señora Saldivar me vio y habló conmigo, me dijo que había una manera de apaciguar lo que estaba sintiendo, ahí volví a ver a Esther, prima de Kei y quien compartía el mismo sentimiento que yo, los tres nos desahogamos esa noche y decidimos desquitarnos.
Marcelo, escuchaba atentamente, pensando cuál sería su próximo paso.
— Me dolia hacerle daño a la mujer que amaba, pero más grande era mi dolor y decepción por ella, tanto así que estaba enterado de aquella ocasión de que Kei fue golpeada y desapareció por muchos meses — continuó, él, con lagrimas en los ojos —. Me asusté bastante, creí que la habían hecho algo peor y me lo estaban ocultando.
—Eres de lo peor, Peralta — soltó, Marcelo con los dientes apretados —. Un poco hombre.
—Puede que así sea — dijo —. Pero entienda, señor, que las personas reaccionamos de distintas formas al dolor. ¿O acaso usted nunca lastimó a Keily, cegado por el dolor?
Moisés sabía lo que estaba haciendo, pero Marcelo también.
—Tienes razón en muchas cosas, Moisés Peralta, he lastimado a mucho a Keily, pero soy el tipo de hombre que si ella te hubiera elegido a ti en vez de a mi, hubiese respetado su decisión y que fuera feliz.
Aquel chico, trago saliva.
—Lo intenté, pero no pude.
Ambos se quedaron mirando.
—Continúa explicándome — ordenó, Marcelo.
— En aquella golpiza, incluyeron también a natalia, fue como una venganza entre las mujeres que odiaban a tu esposa, no participé en ello, pero si fui cómplice de esa atrocidad. Créame, señor Sandoval, que me arrepiento de eso. Y con su madre, quien me la presentó fue Natalia y Mónica, la señora solo me pidió que la mantuviera informada de cada paso que diera Keily.
Marcelo, comenzó a negar con la cabeza. Pensó en los peligros que ha tenido Keily después de regresar con su hijo. Le duele enterarse de los alcances de su madre y todas aquellas personas que creyó eran inofensivas.
—¿Quién tuvo que ver con aquel incidente del club? — Preguntó, recordando aquella vez que fue drogada y casi raptada.
—Ese día, le informe a Esther y ella contrató a ese tipo para que drogara e hiciera lo que quisiera con Keily, admito que me contó su plan después de lo que pasó, porque le reclamé, no estaba de acuerdo con esa atrocidad. Incluso, le retiré el saludo.
Marcelo, se llenó de mucha impotencia al escucharlo hablar, se dio cuenta de que ha vivido rodeado de puras serpientes que lo único que estaban esperando era la oportunidad perfecta para atacar.
Pensó en Keily, lo único que hizo para merecer todo lo que estaba ocurriendo era ser una buena mujer, honesta y con una calidad humana como pocos la tenían. Estaba dolido, pues muchas personas no supieron apreciar el tesoro que tenían a su lado.
Marcelo, respiró profundo conteniendo todo aquello que llevaba dentro.
—Entonces, no tienes idea a donde se la llevaron — masculló, Marcelo.
Moisés, negó con la cabeza.
—En lo que a mi respecta, no era ese tipo de alidos al que le contaban todo.
Se hizo un silencio entre los dos.
—Espero y tengas claro que te esperan muchos años en la cárcel, que no voy a tener contemplaciones contigo ni con nadie que haya tocado tan solo un cabello de mi mujer.
El otro, tragó saliva, mientras que Marcelo, salía de aquel lugar, con todas las esperanzas rotas al no tener un indicio de Keily.
—Escuchamos todo a través del cristal — informó, Cristian, quien estaba junto al comandante.
—Quiero colocar varias denuncias — habló, Marcelo, retintin.
—¿Se va a decidir a hacerlo en este momento? — Preguntó, el comandante.
—Voy a terminar con esto de una buena vez.
—Entonces, pasemos a la denuncia formal — trujillo tenía sus ojos brillantes —. Vamos a proceder.
Se sentaron en un lugar mientras que una persona tomaba los datos de las distintas denuncias que Marcelo iba a realizar.
Media hora más tarde, ya Marcelo estaba en casa, desesperado, se sentía con las manos atadas por no saber que hacer.
—Denunciaste a tu madre, a Diego y todas las mujeres que golpearon a Keily en aquella ocasión — dijo, Cristian a Marcelo, quien estaba ido en sus pensamientos —. Se me enfrió el corazón, pues sabía que eso te estaba destruyendo, hermano.
—Los quiero a todos pagando por lo que le hicieron a Keily —dijo, con amargura —. No me importa de quien se trate.
—Estuve investigando y la camioneta en la que trasladaron a Keily, la dejaron abandonada en las afueras de la ciudad — informó Ángel, con gesto duro —. De ahí, otro vehículo los recogió.
—Necesito saber si se encuentra bien — soltó, el rubio con dolor — su madre que llegaba en ese momento, corrió a abrazarlo, él correspondió —. No voy a soportarlo si algo le pasa, yo...
No aguanto más y, esta vez, dejo salir las lágrimas que venía acumulando desde que vio aquellas grabaciones.
—Si le hacen daño, no voy a soportarlo — continuó, abrazando más fuerte a su madre.
Ángel y Cristian, se les rompió el corazón al mirar aquel hombre fuerte, que siempre encontraba solución a todo, derrumbarse de la manera que lo había hecho en ese instante.
Ángel, se unió a aquel abrazo.
—Te juro que no voy a descansar hasta que la encontremos y te aseguro que ella estará bien — expresó, esperanzado —. Tu la conoces, es una mujer inteligente, demasiado lista para mi gusto, se las arreglará para defenderse.
Marcelo, recordó lo fiera que ella puede llegar a ser, lo astuta e impredecible que puede llegar a ser. Sabía que Keily, era muy dulce, pero astuta.
—Esta con un depravado, un violador y no solo es ella también esta Amelia — sollozó —. Me siento bloqueado.
—Debes tranquilizarte y pensar con la cabeza fría, estoy seguro que encontrarás la manera de descubrir en donde está ella — dijo, Cristian.
De pronto, el celular del castaño, comenzó a sonar, era su madre.
—¡Hijo! — exclamó, entre llanto —. Secuestraron a mi hija...
El corazón de Cristian, se sintió frío ante la noticia.
—¿Qué? — Preguntó, ido —. Fue mi padre...
La madre, le dio todos los detalles, muestras que todos observaban su desesperación. Cuando cerró la línea, miró a todos.
—Ese maldito también tiene a mi hermana...
Pusieron a Asher al tanto de todo con el fin de buscar una solución y encontrar a las tres secuestradas.
◇
Mientras tanto, del otro lado de la ciudad, en una hacienda bastante grande y vigilada, se encontraban Keily y Amelia. Estaban recluidas en una gran habitación, con todas las comodidades, pero eso no evitaba que sintieran el miedo a ese hombre y esa mujer que no tenían corazón.
—No quiero hacerles daño, panterita —decía aquel hombre al ver la receptividad de Keily, quien acababa de despertar.
—Quiero ir a casa con mi familia — soltó ella —. Déjanos ir.
Los ojos de aquel hombre reflejaron lo poco que le gustó la idea que ella planteó.
—Ya Cristina debe estar por llegar y por fin estaremos los tres juntos como aquella vez, ¿Lo recuerdas? En aquel tejado, hablando de cualquier cosa.
—Si hubiera sabido que llegarías a lastimarmos de esta manera...
—Los hubiera, ya no existen, ahora solo nos queda un futuro por delante y quiero que en el mío estén ustedes, porque son mías.
—¿Y qué es lo que pretendes con todo esto? — Preguntó, exasperada.
—Vivir nosotros tres como una familia, tener nuestra propia familia.
Keily, lo miró con horror.
—¡Estas enfermo! — soltó, con ojos llorosos.
El hombre comenzó a reír, asustando a Amelia.
—Por eso están ustedes aquí para que me ayuden a sanar.
Cuando Keily, iba a decir algo, Florencia entró a la habitación, Amelia, se aferró más a la pelinegra, tenía miedo.
—Llegó Manuel con tu encargo — la mujer habló con repudio —. Espero y estés contento, pues esto nos puede llevar a perderlo todo, Danilo.
—Nada tiene porque salir mal, Flor así que cálmate.
Ella respiró profundo.
—Es bueno que vayas pensando que hacer, porque no podemos quedarnos por mucho tiempo aquí.
—Ya tengo todo pensado, hermana.
—No sé porque no me tranquiliza tu respuesta.
Danilo, sonrió.
—Iré a ver a mi otro amor, Flor — esto lo dijo, mientras caminaba a la salida de la habitación —. Ten mucho cuidado como tratas a mis huéspedes.
Ella giró los ojos, pero él no se dio cuenta.
Florencia, miró a Keily y Amelia, hacerse casi una.
—No voy hacerte nada, Amelia, no tienes porque temer.
La niña no dijo nada, solo de aferró más a la mujer que la tenía abrazada.
—Debieras hacer algo por tu hija, dejarla ir con su hermano, estaría fuera de peligro con Marcelo — manifestó, Keily.
—Lo pensaré, pues cuando nos vayamos, necesitamos liberar cargas y para mi esa niña es un estorbo.
—No lo fue durante muchos años — soltó, Keily, enojada.
La mujer respiró profundo una vez más.
—Estaba disfrutando de la fortuna de la niña, Keily, fue muy sencillo irme a Europa y ponerla en una escuela de tiempo completo y tenerla en casa solo en las noches para que Marcelo y la trabajadora social, pudieran tener contacto con ella.
—Es decir que no eras lo que aparentabas con la niña — murmuró, Keily, dolida.
—Si la amo, si es lo que quieres saber, solo que no soy de esas madres que se desviven por sus hijos, aunque, no puedo decir lo mismo de Diego.
Keily, sonrió con ironía.
—Imagínese usted, algo debe de tener por dentro.
—No siempre fui mala, Keily, la vida me hizo así.
—Usted decidió ser así, de nadie más es la responsabilidad de que sea tan malvada, tan déspota, tan falsa.
—Soy tú y controla tu boquita, niña —soltó —. No me hagas enojar y que te odie más.
—Puede hacer lo que quieras, Florencia.
—Señora Florencia para ti, estúpida.
—Usted no tiene nada de señora, Florencia.
La aludida, se acercó hasta donde estaban las dos retenidas y sostuvo a Keily por el mentón, comenzó a hablar suavemente.
—Pórtate bien para alguien más no sea que pague las consecuencias de de tu mal comportamiento — Florencia, miró a Amelia y sonrió victoriosa hacia la pelinegra para luego alejarse —. Ahora debo irme, tengo dolor de cabeza.
Keily, sabía que había amenazado con hacerle daño a la niña, la abrazó más tratando de protegerla.
No pasó mucho tiempo cuando Manuel llevó a Cristina a la misma habitación donde estaban Keily y Amelia.
La recién llegada, estaba un mar de lágrimas. Cuando Keily y ella de encontraron, se echaron a llorar, ambas sabían que estaban en peligro.
—Tengo tanto miedo, Keily...
—Lo sé, Cristina — respondió con los ojos llenos de lágrimas —. Pero así como sucedió aquella vez, vamos a salir de esta.
—Golpearon a Jason, trató de impedir esto, pero no pudo.
El corazón de Keily, cayó de picada.
—¿Mi hermano esta bien? ¿Qué le pasó?
—No lo sé, Kei — sollozó —. No sé cómo está y eso me está matando. No podría soportarlo si algo llega a pasarle.
Las dos mujeres se abrazaron.
—Todo va a estar bien — repitió, Keily, una y otra vez. Ella también quería creerlo.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo cuando Manuel entró a la habitación.
—Bellas mujeres, espero y su estadía en este lugar sea de su agrado.
Keily, lo miró incrédula.
—No entiendo que tienes que ver con todo esto, Manuel.
El hombre sonrió al tiempo que respiraba profundo.
—Lo único que te puedo decir es que Danilo Cárdenas, es mi padre y Florencia, es mi tía.
La cara de Keily, era de total asombro.
—¿Pero, qué...?
—Florencia siempre me mantuvo cerca porque era quien cuidaba de mi, crecí con mi abuela, pero se murió de disgusto y después de ahí tuve que arreglarmela.
—Pero eres el amigo de Diego — manifestó, ella —. No entiendo nada.
—Diego, no sabía nada hasta hace unos días — informó él —. Incluso, estaba muy enojado conmigo, cuando lo único que hice fue apoyarlo en todo.
Keily, no sabia ni que decir.
— Bueno, ya basta de plática, vengo por la niña de esta habitación.
El corazón de Keily, latió fuerte.
—¡No! — soltó, ella, inmediatamente. Puso la niña detrás de ella —. ¿Qué es lo que quieres?
—Solo recibo ordenes de mi padre, no se lo que querrá. Asi que dame a la niña, Kei.
Amelia, comenzó a llorar y Keily, trataba de protegerla.
—¡Para poder llevártela, desgraciado, tendrás que pasar por encima de nosotras — lanzó, Cristina, colocándose frente a Manuel —. ¡Lárgate de aquí!
Manuel, dio varios pasos en su dirección y ella en defensa se lanzó sobre él.
El hombre no tuvo que hacer mucho esfuerzo para hacerla a un lado, la sostuvo por el cabello y la lanzó a un rincón haciendo que esta se lastimara un poco. Keily, al ver esta acción, se fue sobre él, logrando pegarle y arañarle el rostro, sin embargo, Manuel, lanzó un puñetazo en su rostro, logrando golpearla en su pómulo.
Keily, cayó en el piso, sosteniendo la parte afectada
—Kelyyyy —gritó, la niña asustada.
—Estoy bien, nena, estoy bien — dijo entre quejidos.
—¡No me provoquen! — gritó, colérico —. O las voy a matar.
Rápidamente, el hombre vio la oportunidad perfecta y sostuvo a la niña sin que las mujeres pudieran hacer nada.
—¡Amelia! — corrió, Keily hacia la puerta, sintiéndose impotente por no poder hacer nada.
Manuel, cerró la puerta, dejándolas a las dos encerradas.
Keily, lloró desconsolada, se agregó a la puera y comenzó a sentarse lentamente en el piso. Se sentía tan derrotada.
Cristina, se sentó junto a ella en el piso y la abrazó, ambas dándose ese apoyo que necesitaban.
—Espero que esta pesadilla termine pronto, Keily — sollozó, Cristina.
—Vamos a seguir pidiendo a dios que así sea, estoy tan asustada, no quiero que ese depravado vaya a hacerle algo a Amelia.
—No se atreverá, ya lo veras...
Eso era lo que más deseaban.
◇
En estos momentos los cuerpos policíacos estaban haciendo todo lo posible por dar con el paradero de las desaparecidas.
Habían transcurrido más dos días y no tenían ninguna noticia. Los familiares de cada una de ellas, estaban desesperados debido a las incertidumbres que todo esto causaba.
La madre de Cristina, estaba medicada, esa noticia la había devastado. Jason, se estaba moviendo con la gente que conocía que podían aportar en el caso, no podía quedarse quieto, pues la vida de su hermana y novia, estaban en juego. Decidió mantener a su madre al margen de todo y la envió a Toluca con la excusa de que necesitaba descansar.
Las denuncias se habían llevado a cabo, incluso hay varios detenidos, incluyendo las rubias que, en su momento, efectuaron su venganza.
En cuanto a Marcelo, trato de organizar sus ideas y ver lo que podía hacer para encontrar a Keily, ha tenido a Ángel cien por ciento con él apoyándolo en todo.
En este momento, Marcelo, se encontraba en la habitación de su hijo.
—¿Ya se durmió? — Preguntó, Amanda, entrando de puntitas a la habitación.
Marcelo, la miró y dio un asentimiento.
—Ha estado muy inquieto los últimos dos días —dijo, con pesar.
Marcelo, tragó saliva.
—Lo he notado en las madrugadas — dijo, con voz apagada —. Se mueve mucho y hasta llora estando dormido.
Amanda, apretó los labios, tratado de disipar las lágrimas que querían acumularse en sus ojos.
—Daría lo que fuera para quitar esa tristeza, hijo.
Marcelo, respiró profundo, mirándola.
—Lo sé, mamá, gracias por estar aquí conmigo.
Le dio un beso en la frente a su madre.
—Necesito que por favor cuides a David, mientras regreso — pidió, apacible —. Te pido, por favor, no te separes de él ni un instante.
Marcelo, no había querido dejar al niño ni un instante solo, tenía terror que alguien lo raptara en su ausencia.
—Prometo que de aquí no me moveré, además, recuerda que Martina, también está aquí y ambas lo cuidaremos, es nuestro tesoro especial.
Marcelo dio un asentimiento.
—Regresaré lo más pronto que se pueda.
Su madre, le dio su bendición. El rubio se acercó a su hijo, le hizo la señal de la cruz y luego un beso en la frente.
—Te amo, campeón de papá — murmuró, bajo —. Pórtate bien, regresaré pronto.
Le costó alejarse de su hijo, pero lo que haría no podía esperar.
Cuando iba justo a la salida de la casa, se encontró con Martina.
—Les encargo a mi hijo, no lo dejen ni un instante solo, por favor, nana.
—Asi será, mi amor — aseguró, la vieja —. Ve tranquilo. Ángel, ya te espera en el auto.
Dio un asentimiento.
Unos minutos después, los dos hermanos, iban en el auto en silencio, sumido en sus propios pensamientos.
—¿Estás seguro de que llegará a su departamento antes que a la empresa?
Marcelo, tenia su mirada fija en la carretera.
—Lucy, mi antigua asistente, me lo ha confirmado.
— Esperemos que este pueda decirnos algo.
Cuando llegaron al departamento, tocaron la puerta y Fran Irene, abrió, se sorprendió un poco al ver a Marcelo.
—Hola — saludó, él rubio.
—Hola — respondió, ella.
Marcelo, no Necesitó que ella lo mandara a pasar, entró al departamento encontrándose con Diego, sentado relajadamente en el sofá.
—Desgraciado...
Corrió y lo tomó por el cuello de su camisa y propinó un puñetazo en el rostro.
A Diego, no le dio oportunidad de defenderse.
—¡Ah, no! ¡Por favor! ¡Deténganse! — gritaba, Fran Irene, sin éxito.
—¿Qué te pasa, idiota? —gruñó, Diego, tratando de responder los golpes de Marcelo.
Marcelo, no tenia planes de detenerse. En su pelea, rompió algunas cosas del departamento.
Ángel, dejó que su hermano, se desquitara un poco, pero ver que Fran Irene, quería intervenir estando embarazada, pues prefirió meterse entre ambos para que dejaran de golpearse.
Las respiraciones agitadas de ambos individuos y con el deseo ferviente de volverse a golpear imperaba en el lugar.
—Juro que vas a pagarme todo lo que le has hecho a Keily —Marcelo, tenia ese dolor en el pecho que no lo dejaba en paz.
—Yo no le he hecho nada, no la he vuelto a buscar. Dije que la dejaría en paz.
—¡Si, pero eso no te impidió unirte a Florencia y a su hermano para hacerle daño a mi mujer! — su desesperación era palpable.
La cara de Diego, se desencajó por completo, no esperaba que Marcelo le dijera eso.
—¿Cómo sabes...?
—Ya se descubrió todo — informó, Ángel, con gesto petreo —. Tu madre confesó y ahora son prófugos de la justicia.
Diego, miró a Marcelo.
—Con razón no he podido comunicarme con ella desde hace varios días.
—Debió dejar todo aquello que podría ser rastreado —dijo, Ángel.
Marcelo, miró a Diego, sus ojos estaban nublados de lágrimas.
—Tienen a Keily, Amelia y Cristina — dijo, con un nudo en la garganta —. No sabemos nada de ellas en más de dos días.
Diego, se sorprendió bastante al escuchar aquello.
—¿Tienen a Keily y Amelia?
—Tampoco es que te hagas el imbécil, Diego Sandoval — habló, Ángel, con voz dura —. Sabemos que tu también eres cómplice, escuchamos tu voz en las grabaciones.
Diego, miró al otro pelinegro.
—Podría explicarlo, pero solo perderíamos tiempo con eso — manifestó, Diego.
—Tienes una demanda en tu contra — informó, Fran Irene —. En los últimos días, han venido dos oficiales a buscarte.
—No solo a ti, sino a todos aquellos que de una manera u otra se han visto envueltos en los conflictos que nos han acechado — agregó, Angel.
—Escúchame Diego — comenzó, Marcelo, mirándolo directamente —. Tu y yo, hemos tenido una vida de diferencias, el resentimiento se ha interpuesto una y otra vez, entre nosotros impidiendo que nos lleváramos como nos criaron, como hermanos — Diego, escuchaba atentamente —. La vida nos llevó a enamorarnos de la misma mujer, un ser dulce, lleno de luz que no merece nada malo en su vida, sin embargo, ambos la hemos lastimado y nos ha perdonado — Marcelo, hizo silencio. Sentía ese dolor aferrado en su pecho —. Yo tuve la suerte de que me eligiera, de hacerla mi esposa y hoy te pido de favor, vengo a pedirte que, si esta dentro de tus posibilidades, me ayudes a traerla de vuelta.
Diego, estaba totalmente sorprendido, nunca había visto a Marcelo así, tan atormentado.
—Nunca me habías necesitado — murmuró, Diego, un poco sorprendido—. Nunca me habías pedido ayuda.
—No se si lo sabes, pero tenemos un hijo — confesó, Marcelo, con melancolía. Eso lo sorprendió aún más a Diego —. Estamos formando nuestra familia y...
—Tienen un hijo — murmuró, para si mismo haciendo que Fran Irene, le prestara atención y se sintiera dolida por la forma d decirlo —. Pero, ¿cuándo...?
—Aquí lo que importa es que nos digas si vas a ayudarnos si o no — intervino, Ángel. Diego, no era de su agrado.
—Tienes que ayudarlos a encontrar a Keily y las demás, Diego — imploró Fran Irene.
El que Keily y Marcelo, tuvieran un hijo, habia afectado las emociones de Diego. Para nadie era un secreto los sentimientos.
Diego, sabía que debía de poner todo en una balanza, pues en este secuestro estaba implicada su madre y su tío, pero para nadie era un secreto de que Keily y Amelia, son realmente importantes para él.
◇
Por otro, en la comisaría, el comandante Trujillo, estaba fastidiado con las mujeres que no dejaban de gritar en las respectivas celdas.
—Nunca en mi vida había querido salir huyendo de este lugar — se quejó, el comandante con uno de sus compañeros —. ¡No las aguanto!
— Son realmente molestosas, al igual que sus familiares, son muy impacientes.
Trujillo, sonrió.
—Hágalos esperar un poco más, oficial y en cuanto al gallinero que tenemos, les haré una visita.
—¿Esta seguro, comandante?
Sonrió con malicia.
—No se crea, oficial, a mi me encanta escuchar a las mujeres gritar.
Se puso de pie para ir a las celdas que estaban recluidas.
—¡Ustedes van a ser demandandos! —gritó, Mónica, colérica —. No pueden tenerme aquí!
— ¡No tiene pruebas en mi contra, comandante! — dijo, Esther —. No puede tenerme aquí. ¡Saqueme de aquí, ahora!
—Soy ustedes y vayan calmándose que les queda una larga temporada en prisión — informó, el hombre, muy tranquilo —. Hay pruebas suficientes de todas ustedes, incluyéndola a usted, señora Lombardi.
La aludida solo lloraba en silencio, pensando en todo aquello que había hecho.
—¡Esto es un atropello!
—Juro que todos ustedes, me la van a pagar, soy muy amiga del gobernador y...
—Me da igual que seas amiga del mismo presidente de Estados Unidos, saldrás de aquí en mucho tiempo.
Trujillo, salió de allí y dejó aquellas mujeres gritando y llorando por su desgracia.
◇
En la hacienda que estaban recluidas Keily, Cristina y Amelia, Danilo, se le había ocurrido una idea. Es por ello que había tantos movimientos.
—Tienen que colocarse estos vestidos, señoritas — habló una de más servidumbres hacia Keily y Cristina —, el señor tiene una cena especial con ustedes y pidió que se pusieran muy hermosas.
—¿Sabe usted algo de la niña que estaba con nosotros aquí?— Preguntó, Keily, inmediatamente.
La servidumbre, hizo que no escuchó nada y continuó haciendo cualquier cosa en la habitación.
—No sé si tendrá hijos, señora, pero esa niña es muy importante para nosotras y necesitamos saber si esta bien — habló, Cristina, tratando de convencer a la mujer.
—Mi cuello y el de mis hijos están en peligro, señoritas, no puedo decir nada, sin embargo, puedo decirles que por el momento no deben preocuparse de eso.
—Si la niña esta bien, eso nos tranquiliza un poco — expresó, Cristina.
— Tranquila estaría si ella estuviera aquí con nosotras —soltó, Keily, con tristeza.
La servidumbre, las miró y sintió empatia, pero no podía hacer nada.
—Es mejor que vayan a la cena, quisas ahí, el señor, les permita ciertas cosas, si se portan bien.
Daba rabia e impotencia, saber que tenían que compartir con su opresor como si nada.
Eso hicieron, se pusieron sus vestidos e hicieron un peinado en su cabello muy bonito, todo con el fin de ver que se puede conseguir con Danilo.
La hora de la cena había llegado y estaba todo preparado, era una mesa para tres, adornada con flores y velas, el champán no podia faltar, era un ambiente romántico.
Danilo estaba muy bien vestido iluminado por la luz de las velas y una gran sonrisa, esperando a las dos mujeres que hacían su entrada tan bonitas y espectaculares.
—Tomen asiento, mis hermosas damas — se adelantó, Danilo, apartando las sillas para ellas.
Ellas se sentaron en sus respectivos lugares y el hombre ocupó el suyo con una sonrisa.
—Espero se sientan muy a gusto, mandé a preparar esto solo para ustedes.
Keily y Cristina, lo miraron y sonrieron para él.
—Gracias, Danilo — dijo, Cristina.
El hombre se sintió complacido al ver a las dos mujeres tan tranquilas y conformes.
—Mi mayor deseo es que seamos felices nosotros tres — dijo, él —. Quiero cumplir cada uno de sus deseos, sus caprichos.
—¿Con qué objetivo, Danilo? — Preguntó, Keily, mientras tomaba un poco de su copa —. ¿Qué nos espera en el futuro?
—Nos iremos a Europa — explicó, él —. Tendremos nuestra propia familia.
—Eso quiere decir que tendrás dos mujeres para ti solito — volvió, Keily a hablar, lo hacia natural, pero estaba horrorizada.
Danilo, sonrió.
—Si, la amo a las dos y, aunque las cosas contigo sean más difíciles, panterita, una porque estas casada y, otra, porque mi sobrino está muy enamorado de ti, pero eso no va a detenerme.
—¿Quieres la mujer que ama tu sobrino? — intervino, Cristina —. Eso sería muy bajo de tu parte.
—Le aclaré que eres solo mía, de nadie más — dijo, tranquilo, mientras picaba los alimentos en su plato —. No quiero compartirte.
—¿Y él está de acuerdo con eso? — Preguntó, Keily, preocupada y asustada, pero no lo daba a demostrar.
—Tiene que estarlo — respondió.
Nadie dijo más nada al respecto, se limitaron a cenar y un Danilo muy emocionado, continuaba hablando de sus planes a futuro con las dos mujeres.
—Si tenemos que dejar todo, por lo menos tendremos la oportunidad de despedirnos de nuestros seres queridos, ¿Verdad?
Danilo, detuvo el cubierto a mitad de camino con aquello que había pronunciado Cristina.
—El único ser querido que deben de tener soy yo — dijo, molesto.
Keily, lo miró y frunció el ceño ligeramente.
—Por más que te duela, cariño, tendrás que acostumbrarte de que hay más personas a la que amamos y eso no esta en discusión.
Danilo, la miró directamente a los ojos.
—No quiero que me lleves la contraria, panterita.
—Es algo que no podrás controlar — el tono de voz que ella usaba, era suave y adictivo a los oídos de aquel hombre.
Este sonrió.
—No sabes como te había extrañado, Keily.
Keily, se quedó mirándolo y sonrió bonito, pero en realidad trataba de recordar cuando fue esa vez que ellos compartieron en el sanatorio.
En realidad, fueron dos ocasiones en la que hablaron y fueron amables uno con el otro. Luego, se juntaron los tres y compartieron una noche en el tejado de aquella institución. Hablaron de todo un poco y de los sueños que querían realizar. Más adelante, sucedió lo de Cristina y todo se fue al caño.
—Tengo que meditar la forma en la que podrán despedirse de sus familiares — dijo él, volviendo a comer —. A estas alturas, no puedo cometer errores.
—Otra cosa, cariño — volvió a hablar la pelinegra —. Me gustaría saber que harás con la niña.
Danilo, se quedó pensando.
—Aún no lo sé, pero lo pensaré.
Cristina, miró rápidamente a Keily y luego al hombre.
— Si vamos a formar una familia, me gustaría que fuera propia, no quiero niños de otros — lanzó, de pronto.
—A mi tampoco, me gustaría, en verdad — soltó, Keily.
Danilo, las miraba atentamente.
—Tendré que hablar con Flor...
—¿Y para qué? — Preguntó Keily —. Eres el que manda aquí o me equivoco.
Danilo, la miró seriamente.
—¿Qué estás tratando de hacer, Keily?
—Solo busco la manera de que esto funcione entre los tres — respondió, segura, tratando de poner las cosas a su favor.
— Lo ideal es que esa niña vuelva con su familia — aportó, Cristina haciendo que la miraran —. Es mi opinión. Además, también te pido que nos dejes avisarles a nuestras familias que estamos bien.
—No tienen que saber nada de ustedes — replicó —. Ellos no me importan.
—Pero a nosotras si — intervino, Keily —. Mi madre está enferma y puede tener una recaída. Eso sí que no te lo perdonaría, Danilo.
Danilo, respiró profundo.
—Esta bien, lo haremos —miró a Keily —. Voy a acceder a su petición, pero ustedes también tendrán que hacer algo para que yo esté más que feliz con el inicio de nuestras nuevas vidas.
Keily y Cristina, se miraron a los ojos.
—¿Qué cosa? — Preguntó, la pelinegra.
—Tendrán que romperle el corazón tanto a Marcelo como a Jason, no quiero que esos imbéciles crean que pueden tocarlas, ustedes son mías.
Keily, tragó saliva, pero sabia que ese hombre estaba actuando de una manera poco racional, no estaba cuerdo.
—Yo estoy dispuesta a hacer lo que sea — dijo, Keily —. Creo que me gustará esta vida contigo.
—Pues creo que debemos de intentarlo y aprovechar esta oportunidad — dijo, Cristina con una sonrisa.
Aquel hombre se sentía tan feliz por escuchar a las dos mujeres.
—Siendo así, mañana les diré lo que haremos, mis hermosas mujeres.
Continuaron su plática, bueno, él hablaba de todos sus planes a futuro y ellas solos escuchaban, de vez en cuando, dándole una sonrisa al hombre.
◇
Los días se iban volando, habían pasado dos días más desde el reclutamiento de Keily, Cristina y Amelia.
Todos estaban desesperados por que han tenido poco éxito en la búsqueda. Peor aún, era no tener noticias de que si están bien entre otras cosas.
—Marcelo esta muy callado, mamá — habló, Danna, mirando a su hermano desde la distancia —. Me preocupa.
—Pasa noches enteras tratando de encontrar algo en los videos que muestran el rapto de Keily, esta tan desesperado, hija, que ya no sé que hacer para ayudar — sollozó, su madre.
Danna, se sentía tan triste, como toda su familia.
—Ángel, por primera vez en su vida, se ha sentido tan inútil, mamá — dijo la rubia más joven —. Esta asustado por el silencio de los secuestradores.
En lo que ellas platicaban, en el centro de operaciones que Ángel había creado algo sucedía.
—Ve busca a Marcelo. ¡Date prisa! — ordenó, Asher a Sergio quien, inmediatamente, salió corriendo.
—¿Qué es lo que sucede? — Preguntó, Jason, abriendo sus ojos, estaba dormido.
No había querido irse de allí esperando cualquier novedad.
—Han enviado un mensaje — respondió, Asher, tecleando la computadora.
Jason se colocó detrás de él con el corazón dislocado.
—¡¿Qué sucede?! — Preguntó, Marcelo, desesperado. Entró corriendo a la estancia.
—Hay un mensaje para ustedes — informó, Asher —. Creo que lo mejor es que estén todos, pues lo merecen con tanto día de espera.
Así lo hicieron, llamaron a los demás y no tardaron en llegar.
—¿Ya saben algo de mi hermana? — Preguntó, Cristian.
—¿Están bien? — Preguntó, Elena, con rapidez.
Las personas empezaron a hablar todas juntas, enloqueciendo a Marcelo y Asher.
—¡Silencio! — tronó la voz de Marcelo, todos hicieron silencio —. Sé que están todos desesperados y por eso decidimos esperar a que vinieran, así que por favor...
Al ver que todos hicieron silencio, Asher, comenzó a hablar:
— Pedí que estuvieran todos por que así lo pedía el secuestrador —Marcelo lo miró y Asher también a él —. El que esta detrás de todo esto, pidió que se reunieran aquí porque pretende realizar una llamada.
Marcelo, no sabía que pensar, su angustia era demasiado grande.
—¿Una video llamada? — Preguntó, Jason.
—¿Qué es lo que pretende con todo esto? — Preguntó, Cristian.
—Lo más importante aquí es que tendremos noticias, ya que es desesperante todo lo que hemos vivido estos días — dijo, Elena.
—Termina de hablar, Asher —apresuró, Marcelo.
—En... miró su reloj —. El mensaje da la instrucción de que deben estar reunidos para las tres treinta de la tarde, ya que será la única vez que se comunicaran con los familiares directos de las dos mujeres.
—¡Dios mío! — exclamó, Amanda.
—Tenemos poco tiempo para organizar todo —habló, Trujillo, quien estaba en silencio escuchando todo —. Tenemos que estar atentos para recopilar cualquier evidencia que nos lleve a las secuestradas.
Marcelo, miró, rápidamente, su reloj.
— En menos de quince minutos —dijo, de prisa —. Serán los minutos más eternos de mi vida.
Dijo afligido, llevando sus manos al rostro.
Cristian, se acercó y colocó una mano en el hombro.
—Por lo menos tendremos noticias de ellas, hermano —murmuró, el castaño —. Necesitamos saber de ellas, que están bien...
Todos esperaron esos minutos que parecían años, pues no había nadie que no estuviera desesperado.
Organizaron un poco el salón para que pudieran caber todos en el espacio. Unos estaban sentados y, otros, como Marcelo, Jason y Cristian, no encontraban sitio, caminaban de aquí para allá, los nervios estaban a flor de piel.
—Llegó el momento — habló, Asher, sentándose delante de la gran computadora —. Dijo que sólo teníamos que entrar a este enlace y...
—No pierdas más tiempo — intervino, Jason, urgido.
Se accedió aquel portal y no tardaron en visualizar una habitación con un fondo blanco detrás y un sofá del mismo color.
En la sala donde estaban todos, parecía que no había nadie del silencio que imperaba.
No pasó mucho tiempo, cuando aquel hombre, se posicionó delante la cámara con una sonrisa.
— Es un placer saludarlos a todos ustedes — comenzó aquel hombre vestido completamente de negro adornado con una de las sonrisas más hipócritas de la faz de la tierra, su edad oscilaba entre los 40 a 50 años —. Admito que no me agra...
—¿Dónde está mi esposa...?
—¿Y mi hermana, imbécil...? — soltó, Cristian.
—Más te vale que las dos... — comenzó Jason, con los dientes apretados.
—Shhhhhh — los interrumpió, Danilo, haciendo una señal elegante con los dedos —. Si ustedes quieren terminamos este encuentro de una vez y por todas — amenazó —. Así que tengan mucho cuidado como me hablan.
Hicieron silencio.
Marcelo y los demás sabían que no estaban en condiciones de exigir nada, por ahora.
—Asi me gusta — soltó, burlesco —. Que entiendan quien es que tienen la salten por el mango.
—Solo queremos saber como están Keily y Cristina —habló, Marcelo, con una calma que no sentía —. También, que nos digas que es lo que quieres para liberarlas.
Danilo, sonrió.
—Sobrino mio — dijo, sarcástico —. Diría que es un placer saludarte, pero te odio por haber tocado lo que es mio — Marcelo, apretó los labios en una línea recta —. Al igual que tu, Jason.
—Solo dinos como están — pidió, Asher, con rectitud.
Danilo, respiró sarcásticamente y con una gran sonrisa.
— Ellas están bien — dijo, al fin —. Y están tan bien y a gusto aquí conmigo que ellas mismas han decidido quedarse — miró a uno de los extremos —. ¿Verdad, mis amadas? Vengan con papá...
En ese momento, Keily y Cristina, aparecieron en la pantalla, se sentaron una a cada lado de Danilo, no había distancia entre ellos.
El corazón de cada uno de los presentes, estaba dislocado, pues al fin podían ver aquellas dos personas que habían extrañado tanto.
Marcelo, miró a Keily y se le cristalizaron los ojos. En tanto, ella trataba de no mirar hacia aquella ojos azules.
—Queremos decirles que estamos bien — comenzó, Cristina —. Y hemos decidido quedarnos aquí con Danilo, por nuestra voluntad.
Todos en la sala, se miraron a la cara, menos Marcelo, Jason y Cristian, mantenían su vista en la pantalla.
—Recordamos el tiempo que vivimos juntos en aquel sanatorio —continuó, Keily, segura de si misma —. Y creo que, por lo menos, por algunas semanas, nos quedaremos con nuestro querido Dani, acompañándolo y si nos agrada, pues...
Nadie decía nada, todo el mundo estaba en silencio.
—Se quedarán conmigo, tanto Keily como Cristina, vivirán conmigo — informó —. Sin embargo, seré generoso con ustedes. Por petición de mis mujeres, les regresaré a la mocosa, ella será entregada en una dirección que pronto les diré.
—Juro que voy a atraparte y voy a matarte — soltó, Jason.
— Esta será la última vez que nos veamos, así que miren bien a estas dos mujeres, porque será la última vez que la vean.
—Keily — llamó, Marcelo la atención de su esposa, quien lo miró —. ¿Estás bien? ¿No te han hecho daño?
Su tono de voz era eran urgido, desesperado.
—Estoy bien, Marcelo, aqui nos han tratado más que bien — Marcelo, solo la observaba —. Te pido que no gasten sus energías buscándonos, pues ya decidimos, queremos quedarnos y...
La transmisión se cortó, dejando a todos con muchas dudas y demás.
—Maldito...
Un grito desesperado salió de la garganta de Marcelo, incluso, tiró al piso algunos utensilios que estaban cerca.
—¡Cálmate, hijo...!
—¡No me voy a calmar! —gritó, lleno de impotencia, sus ojos estaban cristalizados —. No lo haré...
—Mi niño...
Cuando su madre trató de acercarse, salió a toda prisa de aquel lugar.
—¡No te vayas...!
Pero era demasiado tarde.
—Déjalo, Amanda — soltó, Asher, preocupado —. No se como aun no ha enloquecido, si yo estuviera en sus zapatos y Kathe estuviera atravesando por lo mismo, estuviera en psiquiatría.
—Creo que ha tratado de estar entero por su hijo — habló, Danna, afligida —. No lo deja solo ni un instante, es como si temiera que algo le pasara.
—Eso es imposible, el niño esta bien cuidado en este lugar — soltó Cristian.
—Es su instinto protector de padre — dijo, Elena —. Se está aferrando a lo que más ama.
Mientras ellos seguían con su plática, Cristian salió de la sala de operaciones en busca de Marcelo, sabia que podría necesitarlo.
Se dirigió al despacho y al llegar allí, escuchó música, entró a la oficia gigante y se quedó observando a su amigo, estaba sentado de espaldas a él, mirando un punto fijo, la ventana. Cristian, decidió quedarse unos minutos en silencio para no intervenir en sus pensamientos:
Marcelo, estaba perdido en sus recuerdos, justamente recordaba aquel día que Keily y él, se dijeron que se amaban, cada uno de ellos recitó un fragmento de una canción dedicada al otro.
Recordó esa sonrisa que iluminaba todo a su paso, que tenía la capacidad de poner el mundo a sus pies.
Sus ojos, que lo mantenían hechizado todo el tiempo.
Todos sus recuerdos juntos volvieron a tomar vida...
Por su parte, Cristian no sabia que hacer más que observarlo.
... Desde que llegaste vida
Le hemos hecho trampa al tiempo
Mi cura es tu abrazo
Tu suspiro una canción
Que me arrulla como el viento
Yo soy el hombre más afortunado
Me ha tocado un ser
El que conoce cada línea de tu mano
El que te cuida Y camina a tu lado.
Todo cambió por ti
Todo es amor por ti...
Mi corazón te abrí
Desde entonces llevo el cielo dentro de mí...
Nunca jamás sentí
Una alegría así
Que bendición hallarte
Al instante en que se fue la luz
Llegaste tú...
—Esa canción — comenzó Marcelo, sin cambiar de postura —. Me la recitó unos minutos antes de casarnos.
Cristian, sonrió levemente.
—No sé como es que tienes la capacidad de saber quien está cerca de ti — murmuró.
—Solo sentí el gran peso de tu mirada, amigo — informó.
Hubo unos segundos de silencio.
—Y sobre la canción, creo que define muy bien el amor que tu y el mujeron andante tienen.
Marcelo, se puso de pie, sin decir una sola palabra.
Cristian, lo miraba cauteloso y pensó en las palabras de Keily, antes de que se cayera la llamada.
—No me digas que creíste las palabras de ese imbécil y de kei...?
Marcelo, lo miró, rápidamente. Frunció el ceño y habló:
—Por supuesto que no, Cristian — replicó —¿Por quien me tomas? Sabes perfectamente que no hay nada que me haga dudar del amor que ella siente por mi.
—¿Entonces...?
—La están maltratando, tenía un maldito golpe en la cara, Cristian — manifestó, dolido —. Me estoy volviendo loco pensando en la cosas horribles que la están obligando a hacer.
—¿Porqué lo dices?
—Amelia, estará con nosotros gracias a que ellas se lo pidieron. Es posible que algo le hayan pedido a cambio o puede que ese tipo sea muy idiota o se está haciendo.
—Lo dices porque soltará una de ellas...
—Creo que Amelia les estorba en sus planes y tanto Keily como Cristina, se aprovecharon de eso para pedir que devolvieran a la niña, no encuentro otra explicación.
—Ese maldito, quiere formar una maldita relación de tres.
Marcelo, tragó saliva.
—Si ese desgraciado le toca un solo cabello, juro que nadie va a detenerme, lo voy a matar.
—Cálmate — pidió, Cristian —. Ahora debemos pensar con la cabeza fría y, por lo pronto, ver que hacemos para recuperarlas.
—Voy a reunir a mis antiguos compañeros del campamento militar, ahí hay personas de alto rango que quizás puedan ayudarme.
—Ya les pedí ayuda a mis amigos del FBI — dijo, Jason, entrando al despacho —. Estoy harto de esta mierda y voy a recuperar a mi hermana y mi novia, cuente lo que me cueste.
—Tienen que entender que este caso no tiene nada que ver con la marina ni con el FBI — recordó el comandante Trujillo, entrando al despacho —. No es su jurisdicción.
—Lamento decirle que ustedes no han tenido muchos avances que digamos, comandante — soltó, Cristian, seriamente —. Son nuestras dolientes, nuestra familia la que está comiendo peligro y haremos lo que sea para recuperarlas sanas y salvas a las tres.
—Hablando de eso, la instrucción del lugar donde van a entregar a la niña, solo nos dijo que sería mañana a las once de la mañana, pero que el lugar lo diría en su debido momento.
—No quiere que le montemos un operativo y caiga en una trampa — analizó, Marcelo —. Es muy astuto, el desgraciado.
— Pero te aseguro que pronto cometerá un error y...
—No voy a esperar un golpe de suerte para recuperar a mi mujer — habló, el rubio —. Voy a accionar ya.
Y así lo hicieron, cada quien citó a sus respectivos ayudantes, sin consentimiento del comandante Trujillo.
Al otro día, estaban a la expectativa de que aquel hombre se comunicara para que les entregaran a Amelia.
—¡A enviado la ubicación! — exclamó, Asher, con urgencia —. De encuentra a una hora de aquí.
—Envíala a mi celular — demandó, Marcelo, corriendo a la salida.
—¡No vas a ir solo, no fue lo planeado!
Todos salieron corriendo conforme a lo planeado y, una hora hora después, llegaron al lugar, era una vieja cafetería, entraron y vieron a esa niña con vestido verde echa un mar de lágrimas.
Buscó la mirada de su hermano y sollozó al encontrarla.
—¡Manito! — dijo, entre lágrimas, mientras corría hacia él.
Marcelo, no esperó para estrecharla en sus brazos.
Ella se prendió del cuello de su hermano y sacó todas las lágrimas que tenía retenida.
—¿Cómo esta la princesa, uh? — murmuró, el rubio, tratando de revisar de que estuviera en perfectas condiciones.
—Solo llévame a casa, por favor — fue lo que pidió, abrazándolo aun más —. No quiero estar aquí.
Mientras Marcelo se ocupaba de la niña, las autoridades correspondientes en conjunto con Asher y Cristian, buscaban alguna pista. Revisaron las cámaras de vigilancia del lugar e hicieron algunas revisiones.
Se dieron cuenta de que Florencia, fue quien llevó a la niña a aquel lugar, pidió algo de comer que la niña ni siquiera aprobó. Se marchó, dándole las instrucciones de lugar para que no se moviera de allí.
Horas más tarde, Marcelo había llevado a su hermana con él a la casa, todos estaban contentos de tenerla entre ellos.
—Es un amor de niña, hijo — habló, Amanda, mirándola dormir en una de las habitaciones.
—Lo es — fue lo único que dijo, sin apartar la vista de la niña.
Su madre lo miró.
—Me imagino que estas un poco aliviado con tenerla aquí.
—Lo estoy, ya que es una preocupación menos, pero Keily...
—Todo va a estar bien, mi hermoso príncipe de ojos azules —animó, Amanda, acariciando su mejilla.
—Eso quiero pensar, mamá, porque si algo le pasa yo no sé de lo que sería capaz...
—Manito —llamó, Amelia, su atención.
—¡Princesa! —exclamó en voz baja, mientras se acercaba a ella — ¿Cómo te sientes?
Él se sentó a su lado.
—Estoy bien — dijo, ella, tranquila —. Solo que no entiendo muchas cosas.
Marcelo, la miró.
—Prometo que voy a explicártelo todo en su debido momento.
Ella dio un asentimiento.
—Gracias, Marc — hizo unos segundos de silencio —. Solo espero que Kely y la teacher Cristina, regresen pronto.
Marcelo, miró a su madre y viceversa.
—De seguro que lo harán como lo hiciste tú — dijo, él.
—Kely, te manda a decir que te ama mucho, Marc — dijo, Amelia —. Y que hará todo lo posible para que estén juntos nuevamente.
A Marcelo, se le aceleró el corazón.
—¿Eso te dijo?
—Si — respondió, rápidamente —. Ella dice que está bien y que solo está esperando el momento en el que vuelvan a juntarse.
En ese momento, el rubio tenía el corazón dislocado, pensando en todo aquello.
—¿Cómo es aquel lugar donde estabas, princesa?
Amelia, se quedó pensando.
—Era una casa muy grande, con gran jardín, habían muchos hombres con pistolas muy grandes.
—¿No sabes donde es? Es decir...
—No, no sé dónde queda porque todo el tiempo estuve con la cabeza cubierta, pero escuché una persona decir que ese lugar, se llamaba...
Mientras Amelia, contaba todo a Marcelo, en la Hacienda en donde estaban las chicas una conversación se llevaba a cabo.
—¿Vas a ayudarme si o no — Preguntó, la pelinegra.
El hombre la miró seriamente.
—No puedo hacerle esto a mi madre y mi tío, Kei.
Ella sonrió, decepcionada.
—Si hace mucho tiempo atrás, me hubieran dicho que serias uno de mis verdugos, no lo hubiese creído — decía, mirándolo a los ojos.
Diego, sonrió ligeramente. Ambos estaban en el gran jardín, sentados en un desayunador.
—Lo que sucede es que eres todo verdad, Keily, y por eso no miras la maldad en los demás.
—Aún no entiendo como pude haberte amado antes — soltó, molesta con ella y con él —. Eres lo peor que me ha ocurrido en la vida.
Diego, la miraba en silencio, dolido por cada una de sus palabras.
—¿Quién te golpeó en el rostro? — Preguntó, él.
—Creo que eso no debe de importarte — respondió con rectitud.
—Por favor, dímelo.
Ella lo miró y cedió.
—Fue tu amigo Manuel, ¿Contento?
Diego, apretó los dientes.
—Maldito —gruñó, el pelinegro —. No debía poner sus asquerosas mano sobre ti.
—¡Por favor, Diego! — exclamó, sarcástica —. Tu eres parte de toda esta desgracia, no tienes que fingir.
Él se quedó callado.
—Ya tengo que irme, prometo que volveré mañana.
Keily, no dijo nada.
—Solo cuídate mucho y trata de no ponerte en peligro.
Ella se cruzó de brazos.
—Cómo si eso te importara.
Diego, se puso de pie y trató de acercarse, pero desde lejos sintió la mirada pesada de su tío y su madre, quienes estaban en guardia.
Diego, caminó en dirección de sus familiares y Keily, se puso de pie y fue para la habitación donde ya la esperaba Cristina.
—¿Pudiste pedirle ayuda a Diego? — Preguntó, Cristina, esperanzada — ¿Qué te dijo?
—Que no puede traicinar a su familia.
—¡Dios mío! — exclamó, la castaña, llevando sus manos a la cabeza —. ¿Qué haremos Keily? En dos días, ese loco quiere llevarnos fuera del país.
Estaban desesperadas.
—Creo que lo haré — dijo, de pronto, Keily, se veía nerviosa.
Cristina, la miró seriamente.
—¿Qué es lo que harás?
Keily, tragó saliva.
—Ayer vi cuando Danilo entraba al despacho que se encuentra en el segundo piso, ahí puede comunicarse sin ningún problema vía telefónica.
—¡Estas loca! — soltó, Cristina —. Eso es muy peligroso.
—No voy a quedarme de brazos cruzados, Cristina — dijo, desesperada, con los ojos llorosos —. Tengo miedo, ¿Sabes?, pero lo único que quiero es ver a mi familia, a mi pequeño que debe estar extrañándome, mi esposo, mi mamá... todos y...
Se derrumbó en llantos. Sus sollozos silenciosos contagiaron a Cristina quien también se puso a llorar.
—Yo también extraño a mi familia, mi mamá, mi hermano, mi novio y...
Ambas se desahogaron en ese momento, estaban tan agotadas, tan cansadas.
—Yo iré contigo a ese despacho — aseguró, Cristina.
—¿Estás segura? — Preguntó, Keily, tratando de limpiar las lágrimas de su rostro.
—Por supuesto. No voy a dejarte sola.
Ambas se tomaron de la mano.
—Gracias, amiga.
—Vamos a salir juntas de esto, así como lo hicimos aquella vez — dijo, Cristina.
Se abrazaron y conversaron sobre lo que harían esa noche.
◇
Las horas iban pasando y el momento de las chicas actuar estaba cerca, solo que no contaban con un detalle. Danilo, las llamaría a cenar nuevamente y, ahí estaban, escuchándolo hablar de sus planes a futuro.
—No has probado bocado, panterita — se dirigió, Danilo, hacia la pelinegra —. ¿No te gusta el menú que prepararon el día hoy, si es así puedo mandar a...
—No te preocupes, cariño — dijo, Keily, forzando una sonrisa —. Estoy bien, solo que no tengo deseos de nada.
Danilo, la miraba preocupado, analizando todo.
—Mandaré a llamar un médico para que venga a revisarte — continuó, comiendo —. Necesito saber que estas bien, ya que partiremos en dos días.
—No es necesario, estoy bien...
—De todos modos, lo haré — determinó —. Y ya que no te sientes del todo mal, tengo para decirles que hoy saldremos a dar un paseo, quiero llevarlas a un lugar.
Keily y Cristina, se miraron.
—¿A dónde nos llevarás? — Preguntó, Cristina.
El hombre sonrió.
—Cerca de aquí hay una terraza en lo alto de una montaña y se ven las luces de la gran ciudad, dicen que es espectacular y quiero disfrutarlo con ustedes, mis amadas.
Los cerebros de ambas chicas iban rebobinando a millón.
—Pero Keily, no se siente muy bien que digamos, cariño — habló, Cristina —. Es mejor que lo dejemos para otro día, ya que, aunque ella no lo diga, no tiene buen semblante.
—No podremos ir luego, tiene que ser hoy — insistió.
Cristina, no lo pensó mucho y habló:
—¿Qué te parece si vamos tu y yo? — Danilo, la miró interesado —. Tenemos mucho tiempo que no estamos a solas y creo que merecemos ese espacio, así tu otro amor, descansa y mejora de ese malestar.
Danilo, miró a la pelinegra y consideró un poco lo que ella le había dicho.
—¿Quieres pasar tiempo a solas conmigo, bebé? — Preguntó, fascinado.
Keily, trató de hacer algo, pero entendía los planes de Cristina.
—Por supuesto, cariño.
Danilo, miró a la pelinegra.
—¿No hay problema con eso, cariño?
—¿Eh? No — respondió, inmediatamente —. Vayan y disfruten la vista, yo me quedaré descansando un poco.
—Pues ve a buscar algo para abrigarse hace frío afuera — pidió, a Cristina. Ella dio un asentimiento.
—¿Me acompañas, Keily?
—Claro.
—Que descanses, mi dulcinea — dijo, Danilo a Keily, —. Te amo. Ahora dale un beso a papá.
El tenía las intenciones de que ella lo besara y la pelinegra, sintió asqueada de hacerlo, pero no tuvo más remedio que besarlo en las mejillas, sin embargo, él la sostuvo y la atrajo para besarla en los labios, Keily, se quedó pasmada, respondió a duras penas, pues no quería hacerlo enojar.
—Buenas noches — dijo, separándose de él —. Disfruten su paseo.
Keily, se apresuró para llegar a la habitación y corrió hacia el baño, estaba asqueada, vomitó lo poco que había comido.
—No creo poder aguantar un vez más todo esto — lloriqueó, limpiándose los rastros de su boca —. Me siento una retorcida, sucia.
—Te entiendo perfectamente, amiga — habló, Cristina, tomando de la mano a Keily —. Pero no es momento de flaquear, hay que actuar. Sé fuerte y has lo que tengas que hacer para salir de toda esta mierda, Kei.
Asintió.
—Solo cuídate mucho, Cristina.
Ella sonrió, levemente.
—Lo haré, pero tu también debes hacerlo, recuerda que estamos muy vigiladas.
Se despidieron y cada una iba a tratar de cumplir su misión, era eso o nada.
Cristina, se fue con Danilo a aquel lugar, fue mucho para ella tener que verse en plan romántico con ese hombre y tener que besarlo en ocasiones.
Mientras aquello se daba Keily, estaba lista para ir al despacho de Danilo y realizar aquella llamada.
Se desplazó por los pasillos oscuros de aquel lugar, cuidándose de que nadie la viera, fue sencillo para ella llegar y encontrar la oficina sin el cerrojo puesto, todo estaba resultando muy fácil.
Con toda la adrenalina encima, buscó de manera desesperada aquel celular que vio a Danilo esconder y vio la gloria cuando lo encontró en una pequeña caja dentro de una gaveta del escritorio, lo único malo era que tenia llaves.
Buscó de manera desesperada la forma de abrir aquella caja y con un abre cartas, logró desajustarla y abrió.
Tomó el celular con sus manos temblorosas y marcó el número de aquella persona. Era tarde
Un tono... dos tonos... tres tonos y...
—Buenas noches.
Keily, sintió un nudo en la garganta, no podía creer que su esposo estaba detrás de la línea. Sus ojos se inundaron de lágrimas.
Mientras que Marcelo, del otro lado del teléfono, frunció en ceño y su piel, se erizó.
—Mi amor — pronunció, confundido, desesperado —. ¿Eres tú, mi cielo?
Keilyz sonrió, esperanzada.
—Mi vida — sollozó.
—¡Dios santo, Kei! — dijo, desesperado —. ¿Cómo estás? ¿Estás bien?
— ¡Si, estoy bien! — dijo, rápidamente, nerviosa y la adrenalina a millón, sus lágrimas no se detenían —. ¿Cómo están todos allá, mi bebé...?
—Estamos bien, nuestro hijo está bien, amor, pero tu...
—Necesitamos salir de aquí — sollozó, entre lágrimas.
Marcelo, sabia que si ella había llamado era porque había encontrado la oportunidad de hacerlo sin que nadie la descubriera, era por ello que debía aprovechar, necesitaba encontrarla.
—Tranquila, mi cielo, juro que estamos haciendo todo lo posible, pero ahora tienes que ayudarme — trató de tranquilizarla —. Quiero que me digas donde te encuentras.
—No lo sé, lo único que tengo claro fue lo mismo que te dijo Amelia, no sé — keily, estaba nerviosa —. Lo que sé es que este lugar se llama...
—¡Maldita! — fue interrumpida, por aquel hombre que había sembrado temor ella durante estos días —. ¡Suelta el maldito teléfono, Keily!
—Keily, ¿Qué pasa? — preguntaba Marcelo, alarmado.
—No voy a soltar nada, Manuel — gruñó, ella, tratando de huir de él —. Santa Fe...
—¡Eres una perra! — Manuel, se acercó rápidamente y quitó el teléfono de manera brusca propinado un golpe seco en el estómago de la pelinegra —. Voy a matarte.
Un grito ahogado salió de la garganta de Keily, haciendo que cayera en el piso casi sin respiración, sosteniendo la parte afectada.
Marcelo, por su parte se estaba volviendo loco, gritaba una y otra vez detrás de la línea.
—¡No te atrevas a tocarla...! ¡Maldito!
Todos en la casa llegaron hacia donde se engomtraba y tuvieron que sostenerlo porque empezó a romper cosas en la habitación en donde se encontraba, estaba fuera de sí.
—¡Hijo mío, por Dios! — exclamó, Amanda, llegando a la habitación.
—¡Cálmate, hermano! — pidió Ángel, en un intento de hacerlo entrar en razón.
—¡Marcelo, hijo! — gritó, Martina con el bebé en brazos.
Entonces, su hijo comenzó a llorar y él lo escuchó. Se detuvo, su respiración agitada y las lágrimas que inundaban sus ojos azules, caracterizaban su semblante.
Miró en dirección a su niño y, de manera lenta, se acercó a él para tomarlo en sus brazos. Lo abrazó tembloroso, arrullándolo en sus brazos.
Marcelo, se refugiaba en lo más grande y hermoso que Keily y él, su hijo.
Todos los presentes, se conmovieron con la escena, entendían perfectamente lo que ese hombre estaba sintiendo.
—Prometo que traeré a tu mamá, campeón de papá — murmuraba.
Besó a su hijo repetidas veces en la frente. Caminó de manera lenta hacia Martina, sin detener la acción hacia su hijo.
—Cuídalo mucho, nana — la miró suplicante —. Ese niño es mi vida.
Martina, tragó saliva.
—¿Qué vas hacer, hijo? — Preguntó, preocupada.
—Voy a traer a mi esposa con nosotros.
Ángel, lo miró con atención.
—¿Pasó algo? — Preguntó.
—Me ha llamado — dijo, afligido —. La han descubierto y creo que la han lastimado.
Todos se han mirado a la cara.
—¿Pero porqué lo dices, hijo? — Preguntó, Amanda, preocupada.
—La escuché quejarse y no dudó que la hayan golpeado, pero juro por mi hijo que le cobraré cada golpe a Manuel.
Con eso salió a toda prisa hacia el despacho, seguido de Ángel.
—Necesito que localices donde queda Santa fe — pidió, Marcelo, sin detenerse —. No voy a descansar hasta encontrarla.
—Santa Fe es el nombre de varias haciendas que se encuentran al sur de la capital — informó — . Se encuentran alejadas, Marcelo, es...
—Iremos en helicóptero — dijo, seguro de si mismo —. Vamos a revisarlas una a una si es necesario.
— Podríamos meternos en...
— No me importa, lo voy a hacer de todos modos — aseguró —. Te espero con todo lo nesario en quince minutos en el garaje.
Salió de allí hacia su habitación a ponerse algo cómodo y recoger todo lo que necesitaba.
Mientras que en una de las haciendas Santa Fe, Keily, se retorcía de dolor.
—¡Eres una perra maldita! — bociferó, enojado.
La sostuvo fuerte del brazo y tiró de ella, aún se quejaba.
La llevó a empujones a su habitación.
—Me duele... — decía llorando.
—¡Cállate! — la lanzó en la cama de sin ningún cuidado.
Manuel, sacó su celular y se comunicó con su padre, lo puso al tanto de todo lo que había ocurrido.
No pasó mucho tiempo cuando Danilo regresó.
—¿Qué hiciste, Manuel? — gritó, preocupado, acercándose a Keily, quien estaba llena de sudor —. ¿Cómo estás panterita?
—¡Por Dios, Kei! — exclamó, Cristina, corriendo hacia ella.
—¡Me duele mucho! — se quejó, la pelinegra entre sollozos.
—¡Llamó a su gente, papá!
Danilo, se puso de pie y se acercó con cólera hacia su hijo. Le propinó una cachetada con fuerza.
—No debiste pegarle, ninguna de ellas puede ser maltratada — gruñó.
—Llamó a Marcelo y...
—Por ningún motivo debiste hacerlo.
Corrió hacia Keily, en verdad estaba preocupado.
—Es bueno llamar a un médico, Danilo — aconsejó, Cristina.
—Si le pasa algo, no voy a perdonartelo.
—¿Qué tan fuerte le pegaste? — Preguntó, Florencia al llegar —. No te mides a la hora de golpear a una mujer, estúpido.
—Me dio mucho coraje, tía, nos puso en peligro. No dude de que al amanecer no tengamos a Marcelo y toda su artillería detrás de nosotros.
—Vamos a tener que movernos lo antes posible a la otra hacienda y esperar a Diego allá — dijo, Florencia —. No podemos arriesgarnos.
Keily, se había calmado un poco.
—¿Crees que podamos moverla? — Indagó, Cristina.
—Tendremos que hacerlo — habló, Danilo —. Vamos a preparar todo. Avisa a nuestros hombres.
Salió de allí, dejando a las mujeres solas.
—Maldita la hora en que mi hermano se enamoró de ustedes — gruñó, Florencia —. Yo las hubiese asesinado y punto.
Keily, la miró.
—Para todo hay que tener suerte, ¿No es así, suegra? — dijo, con dificultad —. ¡Qué lástima que no sucedió como usted hubiese querido.
—Eres tan despreciable, Keily Andersson.
—Sandoval para usted, señora, aunque le duela.
—Haré de cuentas que no te casaste con mi hijo, estúpida.
—Y yo haré de cuentas de que solo Amanda es la madre de mi marido, así que estamos a mano.
—Voy a aplastarte.
—Le aseguro que no le resultará tan sencillo.
Florencia se quedó observándola y no dijo más nada. Sonrió y se retiró de la habitación.
—Esa señora me cae muy mal — dijo, Cristina.
—A mi también.
Keily, se incorporó un poco y se quejó por la molestia de aquel golpe.
—¿Te duele mucho? — Indagó, Cristina.
—Fue un buen golpe en el estómago, Cris, pero estoy bien.
Ella dio un asentimiento.
—Entonces, cuéntame.
—Hablé con Marcelo, no fue por mucho tiempo, solo espero que venga pronto.
Keily, se levantó de la cama con dificultad, pues aún le dolia el bajo vientre.
—¿Te sientes bien?
—Solo es dolor — dijo, ella.
Se fue a dar un baño, sentía que debía descansar, pero sabia que no era el momento.
Por otro lado, Marcelo y Ángel, iban de camino al helipuerto, pues no dejarían pasar un minuto más para hacer algo.
—El comandante Trujillo, nos esperará en el helipuerto, no podiamos ir sin compañía policiaca, Jason, se unirá a nosotros en el primer cateo.
—Asher, llegará más tarde con unos amigos más.
— Esperemos no tengamos que usar la fuerza.
—Pues creo que eso será inevitable.
Así lo hicieron, se fueron hacia el sur a registrar todos los lugares de Santa Fe.
Ya eran más de las diez de la mañana y habían registrado varias haciendas.
—Aquí tampoco hay nada — dijo, el comandante.
—Maldita sea — soltó, Marcelo —. Estoy harto.
—Ya mandamos hombres a la otras haciendas vecinas para que hagan vigilancia a distancia — informó, Ángel.
—Asher y los demás están con ellos —habló, Jason.
—Me voy a la siguiente hacienda — informó, Marcelo.
El comandante lo miró, seriamente.
—Debe tranquilizarse, Sandoval — pidió, un poco impaciente, Trujillo.
—¡No lo haré! — gruñó, Marcelo —. Así que no insista.
Se fue rápidamente a su vehículo para marcharse.
—Debe de entender que debe seguir el protocolo — dijo, Trujillo, mirando a los demás —. Esta muy necio.
—Entienda que es su mujer la que esta secuestrada, no está siendo fácil — habló, Ángel.
—Nosotros no vamos a detenernos, señor comandante — determinó, Jason, sintiéndose impotente —. Así que es mejor que no siga con eso.
Jason tomó la misma dirección que Marcelo y juntos se fueron a la siguiente hacienda.
◇
Mientras tanto, en una de las Haciendas Santa Fe todos, se preparaban para la salida hacia la otra hacienda. Abordaban los vehículos para irse por fin.
—¿Por qué tardas tanto, Kei? — Preguntó, Cristina a su amiga.
Keily, estaba en el baño.
—Me ha llegado la regla y tengo mucho dolor — dijo, la pelinegra.
—Tengo analgésicos por aquí, debes tomarlos para que te alivies.
—Si, lo haré.
Ella salió del baño y tomó un analgésico.
No pasó mucho tiempo cuando estaban abordando el vehículo que la trasladaría a aquel lugar.
—Estoy muy enojado contigo, Keily, traicionaste mi confianza — habló Danilo hacia ella.
—Solo quería saber de mi familia, Manuel ha confundido las cosas.
—Debiste decirme que querías comunicarte.
—¿Me hubieses dejado?
—Por lo menos lo hubiera pensado, no me gusta que hagan cosas a mi espalda.
—No volverá a pasar — le aseguró, ella.
—Eso espero, eso espero — advirtió —. No voy a aguantar tus rebeldías, tendré que castigarte.
—No será necesario — intervino, Cristina —. ¿Verdad, Kei?
La pelinegra, dio un asentimiento.
Duraron una hora en la carretera, pero llegaron y, allí Diego lo esperaba.
—Este lugar es más cómodo que el anterior.
Cristina y Keily, bajaron de la camioneta mirando a todas partes.
—Aquí no van a encontrarnos — dijo Cristina.
—Aquí solo nos quedan tres horas y nos iremos — informó, Florencia.
—¿Ya se ocuparon, los muchachos, de asegurar el perímetro? — Preguntó, Danilo.
—Si, solo es recoger la mercancía y nos vamos — habló, Manuel.
Diego, solo los escuchaba y miraba con atención a Keily.
—¿Qué le pasó? — Preguntó, normal.
—Quiso pasarse de lista y tuve que intervenir — respondió, Manuel.
El pelinegro, lo miró mal.
—¿Te atreviste a golpearla otra vez? — gruñó —. Te advertí que no lo hicieras.
—Se me fue la mano...
—Juro que vas a pagar eso — comenzó a caminar en dirección a la pelinegra.
Ella iba conversando con Cristina.
—Me dijo Manuel que te ha hecho algo — dijo él tan pronto llegó con ella.
—Creo que esta acostumbrado a golpear chicas — respondió ella.
—La golpeó fuerte — habló, Cristina —. Es un animal.
—Va a pagarlo, lo juro.
Ambas mujeres lo observaron y vieron la impotencia en sus ojos.
—Necesitamos de tu ayuda, Diego, por favor — suplicó, Keily.
— Yo...
—Si en verdad valoras lo que un día existió entre nosotros, te pido que nos ayudes a salir de aquí.
Diego, la miró inexpresivo.
—Se van a ir dentro de una hora — soltó, seriamente —. No hay tiempo para más. Vayan al baño que se encuentra en el pasillo número tres a la izquierda, son los únicos que sirven. Háganlo, el viaje será largo.
Ahí murieron las esperanzas de ambas chicas.
Diego, no dijo más nada y, rápidamente, se fue hacia donde su tío.
Ya todo estaba listo para marcharse cuando las chicas decidieron hacerle caso a Diego, pues también querían ver si tenían la oportunidad de escapar antes.
—¿A dónde van? — Preguntó, Manuel.
—Al baño, imbécil — respondió, Cristina.
—Cali, acompañalas — ordenó, Manuel.
Danilo, lo miró.
—Déjalas en paz, solo irán al baño, Manuel.
Los dos se miraron fulminante, pero no dijeron nada.
Entraron a la casa y observaron que también dentro de esta habían algunos hombres vigilando. Continuaron su camino y vieron que era casi imposible escapar, sin embargo, cuando estuvieron a punto de entrar al baño, fueron interceptadas por dos tipos que le taparon la boca.
Fueron arrastradas a una de las habitaciones más cercanas. Trataron de safarse, pero no pudieron, eran más fuertes que ellas, sin embargo, nunca se rindieron.
—¡Quieta! — susurró uno de los hombres al oído de Keily, quien obedeció inmediatamente.
Giro rápidamente y, al ver de quien se trataba, sus ojos se cristalizaron.
—¡Mi amor! — se lanzó a sus brazos sin esperar un segundo más.
—Mi cielo — murmuró, aquel hombre ante el alivio que sentía al tenerla en sus brazos —. ¡Dios santo, gracia! ¿Estas bien?
Se abrazaron Fuerte. Cristina hizo lo mismo con Jason.
—Kei — dijo, Jason aún con Cristina en brazos.
Unos segundos después, los dos hermanos Andersson, también se abrazaron.
— ¿Cómo estan? ¿No estan lastimadas? — preguntaba Jason, mirándolas a las dos.
—Estamos bien — respondió, la pelinegra.
Marcelo, volvió a atraer atraerla a sus brazos.
—No sabes como fueron mis días sin ti, mi cielo — murmuró, mientras la abrazaba.
—No sabes cuanto te amo — se separó de él para besarlo —. Pero dime, ¿Cómo esta David? ¿Cómo esta nuestro niño?
—Extrañando a su mamá — murmuró, mientras le daba un beso —. Le prometí que te llevaría con él y lo voy a cumplir.
Ella lo besó con desesperación.
—Yo lo extraño, tengo deseos de estrecharlo entre mis brazos, yo...
Sus sollozos se escuchaban por todo el lugar.
—Pronto estarás con él, nena, no llores — la tranquilizó, Marcelo, abrazándola, sintiendo su dolor —. Nos iremos de aquí.
—Asher, dice que nos demos prisa — informó, Jason, interrumpiendo —. Hay muchos hombres armados y sabes que el comandante Trujillo está lejos.
—¿Pero, porqué? — Indagó, Cristina.
—Habíamos decidido dividirnos en la búsqueda y cuando le avisamos estaban retirados —habló, Jason.
—¿Y cómo llegaron hasta aquí?
—Te cuento luego, mi amor, solo tratemos de salir de aquí e ir con los nuestros, con nuestro hijo.
La besó y, rápidamente, la tomó de la mano.
—Vamos a salir por el ala oeste de la parte trasera.
—Tenemos que tener mucho cuidado — habló, Jason, seriamente —. Hay muchos hombres armados y nosotros somos pocos, Marcelo. La policía y algunos de la marina aún no llegan.
—Si, estoy alerta. Asher, en conjunto con otros compañeros, nos cubrirán.
Keily, se aferró más a Marcelo y lo miró preocupada.
—Tengo miedo — manifestó —. No quiero que nos pase nada.
Marcelo, acunó el rostro de Keily, con sus dos manos y la miró con determinación.
—Le prometí a nuestro hijo que te llevaría con él y voy a cumplir mi promesa, mi amor. Así que no voy a permitir que te pase nada.
La besó rápidamente y la haló hacia la salida.
Todos caminaban con precaución, vigilando que nadie se diera cuenta de la infiltraciones que había en esa casa.
—Esta despejado — dijo, Jason.
Marcelo, tenia el ceño fruncido, pero nunca se detuvo, sus pasos eran apresurados.
—Es muy extraño todo esto — murmuró.
Jason, solo lo miró e incentivó a que apresuraran el paso. Sin embargo, Keily, no se sentía muy bien, los dolores de aquel golpe aun no cesaban.
Marcelo, se dio cuenta de que no estaba bien, algo le pasaba.
—¿Qué pasa, Kei? — Preguntó, encarándola con dulzura.
—Solo estoy un poco incomoda, pero estoy bien.
Cristina, se quedó observándola.
—¿Aún te duele el bajo vientre?
Keily, la observó.
—Si, pero es algo que puedo tolerar, Cristina.
—¿Estás segura? — Preguntó, Marcelo, preocupado.
Ella sonrió bonito.
—Lo estoy — respondió.
La miró y trató de no insistir, pues estaban en peligro.
—Lo ideal es continuar, debemos salir de aquí.
Inmediatamente, Jason dijo esto, se pusieron en marcha.
Salieron a la parte trasera de la casa y fue entonces, cuando todo comenzó.
Un disparo al aire, puso en alerta a todos, Marcelo y Jason llevaron sus mujeres detras de ellos para protejerlas.
Sus respiraciones se volvieron irregulares.
Un grupo de hombres armados acorralaron a Marcelo y los demás.
Ante esto, los dos hombres empuñaron sus armas, amenazando a quienes también lo apuntaban.
De pronto, detrás de los malos, la figura de Manuel, sobresalió, venía fumando y cigarrillo.
—Sabía que no debía dejarlas solas — dijo, tranquilamente —. Fue por eso que las vigilé sin el consentimiento de mi padre.
La mirada de Marcelo y Manuel, coincidieron. Eran dagas ardientes.
—Golpeaste a mi esposa — soltó, Marcelo, con los dientes apretados —. Juro que la pagarás muy caro.
—Creo que no estas en condiciones de amenazarme, Marcelo. Tengo muchos hombres con armas sobre ustedes.
Marcelo nunca quitó la mirada de aquel hombre.
—Yo hago lo que quiero y un par de inútiles con sus armas no van medretarme —soltó, seguro.
Manuel, sonrió.
—¡Tan soberbio como siempre!
El rostro de aquel rubio continuaba inexpresivo y su arma apuntaba directo a aquellos hombres al igual que la de Jason.
—Recuerdas lo que te dije, Jason — Preguntó, de pronto, Marcelo.
Jason giró levemente, su rostro hacia Marcelo.
—¿Qué? ¡No, Marcelo!
Keily y Cristina, estaban confundidas.
—¿Qué pasa?
—Sacalas de aquí desde que tengas oportunidad — pidió, el rubio.
—Yo no me voy de aquí sin ti, ¿me entendiste? — soltó, ella con rectitud.
Marcelo, no la miró, pues no debía apartar la mirada del enemigo.
—Le dije a nuestro hijo que te llevaría con él — repitió uns vez más dándole la espalda, con su arma enpuñada —. Y es lo que voy a hacer. Así que por primera vez en tu vida, hazme caso.
Las lágrimas de Keily, comenzaron a bajar por sus mejillas. La preocupación reinaba en ella.
—No voy a dejarte — determinó ella.
—Nadie dejará a nadie — soltó, Manuel, con ironia —. Nadie saldrá de aquí con vida.
—Eso esta por verse — se escuchó aquella voz que se unía a la conversación
Todos miraron en esa dirección, era nada más y nada menos que Ángel. Apuntaban con un arma a Danilo en la cabeza.
Manuel quiso morir del susto al ver a su padre siendo amenazado.
—Me encontré a esta lacra humana y quise darle un paseo.
—Tardaste en llegar — reclamó, Marcelo, con media sonrisa a su hermano menor.
El aludido sonrió.
—Supongo que debes estar muy enojado, hermano, ya que odias la impuntualidad — dijo, sonriendo.
—Más o menos...
—Eso lo discutiremos después — intervino Jason, apretando su arma hacia el enemigo —. Ahora vamos a lo importante.
Manuel apretó los dientes en señal de frustración.
—Bajaran sus armas y permitirán que salgamos de aquí sin ningún contratiempo.
—No se van a llevar a mis mujeres de aquí — soltó, Danilo, con los dientes apretados, sin importar que su cabeza peligraba con un arma en la cabeza.
Ángel, saca su celular sin dejar de apuntar la cabeza de Danilo.
—Ven por las chicas, Asher. Estamos a sólo unos pasos donde estas, al sur.
Cerró la línea.
—Te dije que no te confiaras, papá — reclamó, Manuel a su padre —. Por tu maldita necedad, mira donde estamos.
—No me hables así — advirtió.
No pasó mucho tiempo cuando Asher llegó por Keily y Cristina, en conjunto con dos hombres más, quienes también apuntaba en dirección de los malos.
—Ya el comandante y los demás chicos deben estar por llegar — dijo este.
—Pondré a las chicas a salvo y volveré.
—Que un médico las revise, por favor — pidió, Marcelo.
—No quiero dejarte aquí, Marcelo, por favor — sollozó, ella.
Él la miró, giró y acunó su rostro entre sus manos
—No voy a tardar, amor — dijo, muy cerca de sus labios —. Pero necesito que vayas con Asher y te pongas a salvo. Hazlo por mi tranquilidad, por nuestro hijo, nuestra familia.
Ella dio un asentimiento. Pues sabía que ellas solo eran un contratiempo para ellos en ese momento.
—Te voy a esperar cerca, ni creas que estaré lejos, Marcelo Sandoval.
Eso lo hizo sonreír.
—Tenía la esperanza de que me esperaras en casa.
—Estaré a unos metros con tus amigos —dijo.
—Te amo — dijo, Marcelo, mirándola a ese paraíso de perdición que siempre han sido los ojos de ella, para él.
Ella lo besó y lo abrazó.
—Nos vemos en un rato, cielo.
El rubio, frunció el ceño.
—¿No me dirás que me amas?
Ella sonrió bonito hacia él.
—Lo haré cuando estés de vuelta, no antes.
Ella se separó de él y caminó junto a Cristina, hacia Asher.
Unos minutos después, las mujeres estaban fuera de aquel lugar.
—No voy a permitir que se la lleven — soltó, Danilo, tratando de reverse.
—No te muevas o te haré un agujero en la cabeza.
De pronto, un disparo se escucha y es cuando todo se desata.
Florencia había disparado.
El disparo había alcanzado a Ángel, haciendo que este cayera al piso.
Esa oportunidad fue aprovechada por Manuel y sus hombres quienes empezaron a cubrise de los disparos de Marcelo, Jason y los dos hombres de la marina que habían llegado con Asher, tenían que proteger a Ángel.
Mientras que el grupo de Jason y Marcelo, continuaba disparando, el rubio corrió hacia su hermano.
—¡Ángel! — dijo, mientras giraba el cuerpo de su hermano.
Este se quejó de dolor.
—Estoy bien — le hizo saber.
—Estas herido.
—Si, pero solo es un rasguño en mi brazo derecho.
—Es bueno saberlo — dijo, Marcelo, aliviado —. Ahora vamos a acabar con esto.
—Vamos a buscar esos desgraciado, ya me tienen fastidiado.
Marcelo, dio la mano a su hermano para ayudarlo a ponerse de pie.
—Vamos.
Se escuchaban los intercambios de disparos de ambos grupos, pues al salir huyendo los malos, pudieron cubrirse entre los árboles y la casa.
Marcelo y Ángel, corrieron hacia donde estaba el fuego y ayudaron a sus amigos logrando derribar varios hombres, pero aún quedaban muchos.
A lo lejos, Marcelo, vio a Danilo escabullirse entre los árboles y fue tras él.
—Ten mucho cuidado, Marcelo —gritó, Ángel, en medio de la balacera.
El rubio lo miró.
—Tú también, hermano.
El pelinegro, dio un asentimiento y el rubio comenzó a correr en dirección a Danilo.
En el trayecto vio a Jason disparando a diestra y siniestra a aquellos hombres.
Unos minutos después, Marcelo Sandoval había llegado a un almacén que tenia algunos contenedores.
Iba atento con su arma apuntando a las distintas direcciones. Sin embargo, un disparo se escuchó y una bala lo había lastimado.
—¡Desgraciado! — gruñó, el rubio, ocultándose detrás de un estante.
—Espero y me disculpes por eso — escuchó la voz de Manuel.
—Prometo que vas a pagarme todo lo que le hiciste a mi mujer.
Manuel, sonrió. No creo que con un brazo menos, puedas ganarme una pelea.
— Eso puedes comprobarlo por ti mismo — retó Marcelo.
Se hizo un silencio entre los dos.
—Ambos lanzaremos las armas en medio del almacén a la cuenta de tres y pelearemos cuerpo a cuerpo.
Y así lo hicieron. Contaron hasta tres y, Manuel, fue el primero en lanzarla.
Marcelo hizo lo mismo.
Ambos caminaron al centro del lugar.
A Marcelo no le importó tener un brazo herido, comenzó a pelear con Manuel.
Dio golpe tras golpe, como le había prometido.
—No has olvidado lo que te enseñaron en el campamento militar — soltó, Manuel, como cansancio.
—No puedo decir lo mismo de ti — atacó el rubio mientras le daba una patada en el estómago, haciendo que Manuel, se quejara.
Sin embargo, la herida en el brazo del rubio le estaba pasando factura, acto que Manuel aprovechó para sacar una cortapluma de sus botas y cuando Marcelo, se acercó para golpearlo nuevamente, la enterró en el hombro contrario a la otra herida.
Aprovechó y lo sostuvo por detrás por el cuello, lo tenia acorralado. Amenazó su cien con una arma que tenía escondida detrás de él.
—Lastima que no podrás cumplir con la promesa que le hiciste a Keily.
Marcelo, había perdido mucha sangre, se sentía agotado. No tenía fuerzas para defenderse. Es cuando en ese momento llegaron los recuerdos más hermosos de su vida, junto a su familia.
Pensó en aquel día que conoció a Keily, todo lo que sucedió entre ellos hasta el momento en que la hizo su esposa y el día más feliz de su vida, fue aquel donde vio a su hijo por primera vez.
Sonrió con cansancio recordando la promesa que le había hecho a Keily y su hijo, debía volver con ellos.
—Odio a la gente prepotente y presumida como tú, Marcelo Sandoval — gruñó, Manuel, apretando su arma en sus manos, lista para ser disparada en la cabeza de su presa —. Solo quiero que sepas que esto no es personal.
Y es entonces cuando pasa, un disparo se escuchó por todo el lugar, dejando en el piso aquel hombre con un soplo de vida que se iba agotando poco a poco.
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🌟 NOTA DEL AUTOR 🌟
Capítulo nuevo.
—Espero y les haya gustado.
—Estamos en la recta final, señores. Ya pronto veremos el final de esta linda historia.
—Espero con ansias sus comentarios.
—Quiero aclarar algo que en los capítulos anteriores no hice, pues se me pasó. ASHER BLACK, es un personaje de otra historia, creada por Lizzzoloz, CAMINO DE ESPINAS, puedes encontrarla en su perfil, es fascinante de leer. Allí también se encuentran mis personajes principales y vivirás ciertos capítulos en otras perspectivas. ¡Te van a encantar!
MUCHAS GRACIAS POR TANTO AMOR PARA MI PERDICIÓN.
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