≪•◦ ❈. Capítulo 70. ❈ ◦•≫


Grises...

Así eran los días que transcurrían, todo me estaba saliendo mal, no sé qué pasó, pero todo estaba patas arriba.

La constructora comenzará un proceso de transición dentro de unos meses y eso ha sido un golpe bajo que no esperaba. Esta empresa ha sido mi vida y refugio durante estos casi siete años, sin contar con los años que trabajé al lado de mi padre, hombro a hombro para sacarla a flote.

Me ha costado tanto levantarla y posicionarla en donde se encuentra ahora, en el primer lugar.

Todo era caos en este momento y, por si fuera poco, me comporté como un imbécil con la única persona que no tenía culpa en todo esto, la única persona que me ha brindado su apoyo incondicional y vengo yo a dañarla y eso si me ha devastado.

Duele.

Era justo lo que no quería y fue lo primero que hice. Lastimarla.

Negros...

Así eran los días desde que Keily, se marchó. Fui a buscarla en más de una ocasión, pero fue inútil, no quiere verme.

Y con justa razón...

Todo estaba mal, de pronto, mi mundo se puso al revés en cuanto a la constructora, True Style y mi relación con Keily.

Solté un gruñido exasperado, sintiéndome impotente ante tal situación. De todo lo que está pasando, el no tenerla es lo que más me duele y me desespera el hecho de que no quiera hablar conmigo.

—Ingeniero — llamó, Lucy, mi atención al momento de entrar por las puertas de la oficina —. La junta programada con los socios de la Constructora sigue en pie para hoy a las cinco.

Di un asentimiento.

—Gracias, Lucy.

—En otro orden, el señor Diego esta fuera y quiere verlo — informó mi asistente.

Me puse de pie y miré hacia el exterior a través de la gran ventana, me relajaba la vista a distancia.

— Déjalo pasar, por favor.

Ella dio un asentimiento y salió de la oficina. Unos minutos después, Diego traspasa las puertas de este lugar, no lo miré, pero sentí como se sentaba en mi puesto, el cual será suyo dentro de unos meses.

—Se siente bien estar de este lado — soltó haciendo que lo mire —. Tienes muchos años trabajado cómodamente, hermanito.

Respiré profundo.

—¿Qué es lo que se te ofrece, Diego.

Sonrió.

— Solo vine a ver como van mis negocios en la empresa, ya sabes, como dentro de unos meses me toca manejarla.

Apreté la mandíbula.

—Todo marcha bien, en su momento te daré mi rendición de cuentas, no te preocupes.

—Tú reinado en la constructora esta a meses de terminar — masculló, satisfecho —. Nunca imaginé que podría manejar los bienes de mi familia.

—Créeme, no eres el único.

Diego, sonrió.

—Sé que esta siendo difícil para ti, Marcelo — soltó —. Has estado al frente por años y tu vida la dedicaste para que la empresa creciera, pero yo también tengo derechos a hacer algo por mi familia, no solo tú tienes la competencia.

— Nunca he dicho que no la tengas — expresé mirándolo —. Yo no tengo la culpa de que nuestro padre tomara la decisión de dejarme al frente por unos años.

—Tú te robaste toda la atención de mi padre — escupió con los dientes apretados —. En sus ojos se reflejaba el orgullo por cada uno de tus logros, nunca lo vi cuando hablaba de mi.

—Estaba orgulloso hasta que comenzaste a comportarte como un inmaduro.

—No quiero hablar nuevamente de lo mismo — dijo, sin interés, poniéndose de pie —. Sin embargo, de lo que si quiero hablar es de ella.

Eso llamó mi atención de manera inmediata, pero no dije nada.

Sonrió, satisfecho.

—No solo manejaré la empresa, Marcelo — masculló, mirando directamente a mis ojos —. Ahora tengo más fuerza para luchar por ella, voy a reconquistar a Keily.

No moví ni un músculo. La sangre comenzó a correr rápidamente, no obstante, nunca demostré mi descontento ante lo que dijo.

—Puedes intentarlo cuantas veces quieras, Diego, estoy seguro de sus sentimientos — dije, inmutable, pues puede hacer la lucha que quiera —. Es algo que no me afecta en nada, sin embargo — destaqué —, si le haces daño de cualquier forma, no habrá nadie que pueda salvarte. No te le acerques.

Lo digo por las veces que se ha acercado a ella y la ha maltratado físicamente.

Juro por lo más sagrado que tengo en la vida que es ella misma, que si le llega a tocar un solo cabello, golpearé hasta verlo agonizar.

Su cara reflejó preocupación ante mis palabras y no es para menos porque de hacerle daño, no vivirá para contarlo.

—Ella no te ama... — dijo, dudoso.

Sonreí de boca cerrada, pero no dije ni una sola palabra.

Estoy totalmente convencido de los sentimientos que Keily tiene por mi, ahora bien, de lo que no estoy seguro es que pueda perdonar mis idioteces.

Cada vez que pienso en eso un sensación de desasosiego, se instala en mi pecho.

— Ademas, No le haré daño — protestó.

—Solo manten la distancia y nada pasará —solté, firme —. Recuerda que guerra avisada, no mata soldado, hermano.

Apretó su mandíbula.

—No me amenaces — replicó, acercándose de manera intimidante, pero no le tengo miedo.

—No son amenazas, solo son advertencias que has escuchado antes.

Todo esto lo dije con mi rostro inexpresivo, mirando directamente sus ojos negros.

Él tenía las intenciones de protestar,  sin embargo, su celular comenzó a sonar y se vio obligado a responder.

Se alejó, no escuché con quien hablaba, al cabo de unos segundos después, salió de la oficina sin decir nada.

Suspiré y me senté en unos de los sofás que están aquí, junte ambas manos y las llevé a mi rostro, apoyando los codos en mi rodillas.

No sé que hacer para convencer a Keily para que hablemos, la fui a buscar hace unos días a su departamento y no quiso abrir la puerta.

Me siento ser un imbécil.

Suspiré, recordando todo.

Toqué la puerta de su departamento una y otra vez, sabía que ella estaba en casa, podía sentirlo, la cosa aquella solo latía desenfrenadamente cuando ella estaba cerca. Es por ello que me acerqué a la puerta y comencé a golpearla suavemente con los nudillos.

—Keily — comencé —. Sé que estas ahí, por favor, debemos hablar.

Nunca recibí respuesta, aunque mi piel la sentía muy cerca.

—Hay muchas cosas que quiero decirte — continué en un susurro —. Una de ellas es que soy un imbécil que, en ocasiones, cuando estoy enojado, hablo sin pensar y digo cosas que en verdad no siento — sentía la cosa aquella, latir muy rápido, se que ella se encontraba detrás de la puerta —. Perdóname, mi cielo, por favor.

—Un día te dije que cuidaras esa forma — la escuché decir y tragué saliva porque tiene razón. Nunca abrió la puerta —. Que no siempre iba estar dispuesta a disculparte. Estoy muy dolida, Marcelo y no quiero escucharte — dijo en un susurro —. Te pido por favor que te vayas.

—Keily, Escúchame...

—Es lo que pido — protestó y, por la forma en que lo pidió, no tuve más remedio que aceptar, nuevamente.

Podia sentir su cercanía, aun a través de la puerta y me duele tanto que ella haya tomado esta distancia, todo esto, por mi culpa.

Descansé mi frente en la puerta y apreté los ojos con fuerza, no quiero perderla.

—No voy a rendirme, ¿Me escuchaste, mi cielo? — susurré con firmeza —. Voy a luchar por ti, mi amor.

Un sollozo se escuchó detrás de la puerta, ella estaba llorando, me sentí como todo un imbécil porque la estaba haciendo sufrir.

No dijo nada, el silencio se apoderó de los dos y como sabía que ella no diría nada más, expresé mis últimas palabras:

—Reitero, Keily, voy a luchar por ti y porque me escuches, lo que viste en aquel restaurante, no es lo que parece, nada es lo que parece — dije, con la cosa aquella en un puño —. Voy a demostrártelo.

No dije nada más y ella tampoco.  No quería marcharme, quería quedarme, pero no podía, debía revolver todo esto porque siento que hay algo más que estoy pasando por alto.

El celular comenzó a sonar devolviéndome a la realidad, era Martina.

—¿Se puede saber que te pasa Marcelo Sandoval? — Preguntó, mi vieja, en tono demandante — ¿Porqué no te has dignado a volver a tu casa en días?

Estaba molesta, muy molesta.

Solté un suspiro profundo.

—Iré hoy, nana — la tranquilicé.

— Eso me dijiste los últimos días — protestó, enojada —. Si no vienes hoy, Marcelo Sandoval, te atienes a las consecuencias.

Cerró la línea.

Solté un suspiro lento.

Tengo varios días que no he vuelto a casa, me he centrado en trabajar día y  noche para olvidarme de los problemas, no solo es Keily y el que no quiera escucharme, sino las empresas.

Constructora Sandoval, pasará a manos de Diego en unos meses y True Style, va de viento en popa, pero los Saldívar están siendo una piedra en el camino para la realización de ciertos proyectos, aunque su participación en las acciones son mínima, no podemos dejarlo de lado en la toma de decisiones.

Solté un suspiro cansado, me pongo de pie para ir a casa, no quiero que Martina se preocupe más. Le aviso a Lucy, para que suspenda la reunión de las cinco de la tarde y la coloque para otro día. No tengo ánimos para tratar ciertos asuntos el día de hoy.

Unos minutos mas tarde, bajé del auto y me limité a entrar a mi casa, al abrir la puerta, tragué saliva, no pude evitar imaginar a mi pequeño demonio correr hasta mi para que la atrapara y besarnos como locos, así como sucedió durante las últimas semanas que estuvo aquí en mi casa. Que ya no es solo mía, sino nuestra.

Caminé de manera lenta hacia el interior de la casa y una vez más siento esa sensación de vacío que tenía tiempo que no sentía.

—Estoy muy molesta contigo, hijo — apareció Martina frente a mi —. Eres un ingrato.

Suspiré.

—Lo siento, Martina —mascullé al tiempo que besaba su frente —. Tenía muchas cosas que hacer.

—Sé que las cosas se han complicado para ti, hijo, pero no puedes centrarte solo en el trabajo, puedes enfermar —dijo preocupada.

— Estoy bien...

—No. No lo estas — me interrumpió, rápidamente —. Ven, voy a prepararte algo de comer.

Tomó mi mano y me arrastró a la cocina, no podía protestar, si lo hacía no me iría bien con ella, lo sé.

Preparó una rica comida para los dos, mientras, me limitaba a esperar en el comedor que había en la cocina, había un silencio cómodo.

Martina es una de las pocas personas que me hacen sentir bien, este o no hablando.

Después de un tiempo prudente, colocó la mesa y estábamos sentados empezando a comer.

— Y bien, hijo, cuéntame como estas. ¿Cómo te sientes?

Respiré profundo.

— Todo está patas arriba — dije, siendo honesto con ella.—. Debo entregar el mando de la empresa Sandoval en unos meses y por eso tengo tanto trabajo.

—No sabes cuanto lo siento, mi niño — expresó, preocupada —. Fabricio no debió...

—Entiendo a mi padre, nana, pero debió decírmelo — dije, dolido —. Me he esforzado mucho para hacer de esa empresa la mejor y ahora...

—Estoy segura que de estar enterado de que tenias que entregar la empresa en año, te hubieses esforzado igual para llevarla donde esta, cariño — habló la voz de la experiencia —. Así que estoy segura que lo único que hubiéramos evitado con esta circunstancia es el golpe bajo de no saber que tenias que ceder el mando.

Me duele profundamente todo lo que esta pasando. Sin embargo, Martina, tiene toda la razón.

—Tienes razón, nana — ella sonrió con ternura.

— Eres un hombre muy inteligente, Marcelo, sé que podrás salir adelante sin tener la necesidad de trabajar ahí.

— Sabes que por dinero no es, nana, tengo suficiente para vivir cómodamente, pero esa constructora era uno de mis orgullos.

— Ya vendrán más cosas que te harán sentir mejor en ese aspecto.

—Puede que tengas razón — cedí.

Se hace otro silencio en el que aprovechamos para comer en paz, tranquilo, como tenía días que no lo hacía.

— Dime, ¿Ya no te duelen esos golpes?

Solté un suspiro profundo ante su pregunta.

—No tanto, nana, no te preocupes —respondí.

— Te dejaste golpear por ese muchacho, no hiciste el más mínimo intento de defenserte.

—Un día me dijo que si llegaba a lastimar a su hermana iba a golpearme y yo le prometí que si eso llegaba a suceder, no iba a defenderme, nana.

Ella me miró, preocupada.

—Pero te golpeó fuerte, Marcelo — dijo ella, molesta —. Pensé que iba a morir del susto cuando lo vi hacerlo, me arrepentí de dejarlo pasar aquel día.

—Todo está bien, ¿No lo ves? — solté para calmarla —. Ya casi no hay rastros de dolor ni de los moretones.

Aunque, sus golpes fueron certeros, no iba a lastimarme de gravedad. No puedo evitar recordar lo enohado que estaba Jason ese día...

Estaba en el jardín de mi casa, en una pequeña reunión con Mariano, Cristian y Andres, solemos hacer negocios juntos y son encargados de las Cede de otros países. Los llamé para ponerlo al tanto de la situación y lo que se esperaba para dentro de unos meses en la Constructora Sandoval.

Son mis amigos, deben ser los primeros en enterarse.

—No puedo creer que eso esté pasando — dijo, Mariano —. No es que me lleve mal con  Diego, pero los negocios, me gusta tratarlo contigo, Marcelo.

—Lo mismo digo — habló, Andres —. Las veces que ha ido a la Sede de Las Vegas, no hemos estado de acuerdo en muchas cosas.

—Tómense esto con calma — pedí a mis amigos.

—Desde que salgas de la Constructora, yo también lo haré — aseguró Cristian —. Porque antes de que Diego me despida, mejor me voy y así no le doy el gusto.

—No tienes que...

—Ni hablar, Marcelo — intervino, Cris —. No me vas a convencer.

— Tómense esto con calma.

— Odio que estés tan tranquilo — replicó, Cristian.

— No puedo hacer nada por ahora.

Estamos trabajando y conversando hasta que esa voz furiosa, interrumpe nuestra conversación.

—¡Te voy a matar...!

Jason se acerca a pasos apresurados.

—¿Quién es ese? — Preguntó, Mariano confundido y alarmado.

— Se ve muy enojado — comentó, Andres, con el ceño fruncido y poniéndose de pie.

—Vean lo que vean, no se metan en esto, ¿De acuerdo?

—No digas eso...

—No se los estoy pidiendo, se lo estoy ordenando. No se metan en esto...

Jason, apretó sus puños y arremetió contra mi, me pegó en el rostro.

—Te dije que no le hicieras daño a mi hermana... — rugió, al tiempo que me golpeaba.

Sus golpes eran certeros, dolían mucho, pero nunca hice nada para defenderme.

—La vi llorar por tu maldita culpa y me la vas a pagar...

Eso me dolió más que cualquier golpe.

Golpe tras golpe... no me defendí, sentía el sabor metálico de la sangre en mi boca, pero no me importaba. Me lo merecía.

—Lo único que te pedí fue que la cuidaras y la hiciste llorar...

Nunca dejó de golpearme hasta que escuchó esa voz.

— ¡Suelta a mi hijo...! — gritó, Martina, tenía un palo de escoba en las manos — ¡Qué lo sueltes te digo! — ordenó con ímpetu a Jason, pero luego miró a mis amigos — ¡Hagan algo si no quieren que los golpee a todos!

De un momento a otro, los chicos lo separaron de mi, quedé tendido en el suelo, podía sentir los golpes en mi rostro y las costillas.

—Escúchame bien, Marcelo Sandoval — gritó, molesto y no es para menos —. Te quiero lejos de mi hermana, si te acercas, te juro que te golpearé de nuevo y te mataré.

Lo miré fijamente, ya me había incorporado un poco.

—No voy a rendirme con ella, Jason — aclaré, tratando de limpiar la sangre de las comisuras de mis labios —. Tendrás que golpearme nuevamente porque no voy a desistir.

—Estas advertido, no te quiero cerca. Voy a matarte.

—Es mejor que te vayas, Jason — pidió, Cristian, seriamente —. No queremos más problemas.

—Es mejor que hables con tu amigo, porque esto es en serio.

—Recuerda que todavía no me explicas que hacías en mi casa y con mi hermana, me la debes, Andersson.

Jason, enderezó su postura.

—Dile a ella que te explique...

—¿Quieres que te saque de mi casa, muchacho? — amenazó, Martina, con su escoba —. ¡Fuera! ¡Ahora!

Jason me miró de manera amenazante, pero no dijo nada más y se fue de aquí.

Los chicos ayudaron  a que me levantara del suelo y me sentara en unas de las sillas.

—Tienes muchas cosas que explicarnos — dijo, Andres.

—Bueno, al parecer, nuestro amigo, tiene problemas de faldas...

—Ya callense...

Mi nana llega con el botiquín de primeros auxilios y comenzó a limpiar las heridas.

Al cabo de un rato, comencé a explicarle todo y hoy me enteré de un dato muy curioso, al parecer Jason Andersson, anda detrás de Cristina.  Esto se está poniendo interesante.

—Jason es muy sobreprotector con Keily, nana — dije, respirando profundo, estaba tan cansado —. Ademas, no iba a lastimarme gravemente. Si hubiese querido hacerme daño profundamente, lo hubiera hecho, es un hombre bien preparado.

—Ustedes están locos, no vuelvas a asustarme así.

— Lamento mucho el haberte preocupado, nana.

—Ni estando así de grande, dejas de preocuparme, mi amor.

Sonreí de boca cerrada.

—Eres la mejor nana del mundo.

—Eso lo sé...

Al cabo de unos minutos, me levanté del comedor y me disculpé con la vieja, quería ir a mi habitación a darme un baño.

Subí las escaleras, cuando estuve frente a mi habitación abrí la puerta y entré al área, todo el espacio olía a ella.

La extraño tanto.

Respiré profundo y me dirigí al baño sin querer pensar mucho en el asunto. Debía darme un regaderazo.

Minutos después, ya estaba vestido, pero al ver el álbum que Keily me regaló aquel día de mi cumpleaños, me senté en el piso, agregando mi espalda a unos de los sofás para verlo nuevamente.

El mismo estaba compuesto por retratos míos y de ella, hecho a mano.

Aquel día, cuando me comporté como un imbécil con ella, llegué a casa con la esperanza de encontrarla y fue un golpe muy duro para mi enterarme de que se había ido, de que había recogido todas sus cosas y se había marchado.

—¿Dónde está? — Pregunté desesperadamente al ver que nada había de ella, solo aquello que yo mismo le había regalado —. ¿Dónde están sus cosas?

Martina solo me miraba con lagrimas en los ojos.

ha marchado —respondió, ella.

Un dolor se instaló en mi pecho, no sabía que podía sentir tal cosa. Mi nana, me abrazó con fuerza y no dije nada, solo podía sentir mucha tristeza dentro. Una sensación agonizante nunca antes experimentada.

Salí como un loco a buscarla, toqué la puerta de su departamento la noche entera y nunca abrió, cuando eran cerca de las ocho de la mañana me retiré, deduje que no se encontraba, fui a casa y di un baño para luego salir a buscarla donde Elena, quien me dijo mi par de verdades. Desde ese día estoy luchando por hablar con ella y no he podido porque las veces que lo intenté siempre me rechazó, luego sucedió lo de Mónica y todo para complicar más las cosas.

Todo lo que me dijo ese día fue como si una daga atravesara mi pecho haciéndolo pedazos.

Abrí el álbum y comencé a ver los retratos, admito que ella tiene arte en todo, al mirar el primer retrato, miré mis ojos azules y, según lo que dice la descripción al pie del mismo, se enamoró de mí al ver mi mirada, lo que ella no sabe es que a mi me pasó exactamente lo mismo.

"Nunca imaginé que aquel día en el club, me perdería en un cielo azul tan inmenso como lo son tus ojos". Aún estoy perdida en ellos, Marcelo Sandoval.

Sonreí imaginándola, escribiendo la nota, sonrojada y con su corazón latiendo de manera apresurada.

El segundo retrato era mio también, estaba con un gesto pétreo, con un traje formal y al pie del mismo decía:

"Amo cada una de tus facetas, cielo. Tu cara de amargado, me encanta".

En el siguiente retrato, estaba sonriendo, estaba con ella:

"Pero verte sonreír me lleva a otro universo, estoy completamente cautivada por ti y todo lo que representas".

Después de ese retrato, aparecen varios de nosotros dos juntos, en el jardín, viendo películas, comiendo hamburguesas, ella sentada en mi regazo, los dos en París... y la Nota que había en el pie de todos esos retratos decían:

"No sé lo que harás conmigo, Marcelo Sandoval, pero estoy enamorada de ti y cada uno de los momentos que hemos vivido juntos".

"Por ti siento de todo".

Tú, ¿Qué sientes por mi?

Ver el álbum de retratos y leer cada una de sus palabras me hace el hombre más feliz del universo, esto me da las energías que necesito para idear el plan perfecto para que me escuche y no me importa lo que tenga que hacer, haré que me perdone.

—La extrañas, ¿Verdad?

Martina, se encontraba de brazos cruzados observándome. Su rostro estaba serio.

—Como no tienes idea — respondí al tiempo que soltaba la respiración —. Tengo que lograrlo, nana, debo hacer que me escuche.

Ella suspiró y dejó caer sus brazos para luego acercarse a mi.

—Creo que debes aclarar ciertas cosas antes de buscarla para que sepas que debes explicarle —
fruncí mi ceño en señal de confusión.

Ella sonrió.

—¿A qué te refieres, nana?

Ella se sentó frente a mi con la diferencia de que ella estaba en un sofá y yo aún permanecía en el piso.

— Hace unos días, estuve visitando a Keily en su casa — eso llamó mi atención —. Para nadie es un secreto lo mucho que quiero a esa criatura.

—¿Pero por qué no me lo dijiste? — me apresuré a preguntar —. ¿Ella esta bien? ¿Cómo te recibió? ¿Ella...?

—Calma... — intervino, Martina, con una pequeña sonrisa —. No te lo dije porque casi no has estado en casa, Marcelo.

Solté un suspiro lento.

—Lo entiendo, pero...

—Ella se encuentra bien y me recibió excelente, no tenia que ser de otra manera, ya que los problemas son de ustedes dos. Ella sabe separar eso, Marcelo.

—Ella es tan diferente a mi, suelo pagar con todo el mundo mis frustraciones.

—Creo que es algo que deberías mejorar, eres una persona muy inteligente, hijo. Eres honesto, capaz de usar un poco más allá el razonamiento y debes entender que es algo que debes cambiar en ti porque te aleja de las personas que amas.

—Prometo que lo haré, no lo voy a intentar, lo voy a lograr, nana.

Ella sonrió.

—Asi me gusta escucharte hablar — masculló —. Ahora escúchame muy bien, Marcelo — la miré, atentamente —. Keily habló mucho conmigo, puesto que, las dos nos tenemos mucha confianza desde mucho antes de que ella viniera a esta casa a ser cuidada por nosotros.

Fruncí el ceño.

—Explícate.

—Ella me hacia sus visitas de vez en cuando, eso ya lo sabes, no voy a repetirlo de nuevo — expresó —. El caso es que ella me contó varias cosas que debes saber para que estés enterado a lo que te enfrentas.

Estoy totalmente confundido, lo ojos color café de mi nana, me miraban profundamente.

—Esto es serio — mascullé y ella dio un asentimiento.

—Lo primero que debes de ver es esto — se pone de pie y se dirige a unos de los buros que están a un lado de la cama, rebusca algo y vuelve de regreso —. ¿Reconoces esto?

Coloca delante de mi una caja pequeña de terciopelo y el libro que terminé de leer hace un tiempo.

— Ese es el libro que terminé de leer hace unas semanas.

Me lo pone en la manos, mientras su mirada seria seguía sobre mí.

—Ábrelo — pidió y comencé a hojearlo.

Y es entonces cuando pasa...

Una foto sale del libro, llevé la mirada justo hasta donde había caído para luego tomarla en mis manos. Es Mónica, la cual estaba muy sonriente, presumiendo un anillo de compromiso, si no mal recuerdo, fue aquel que le di.

Miré a Martina, extrañado. No entiendo nada.

—¿Qué es esto? — Pregunté, totalmente confundido.

Ella suspiró, seriamente.

— Ahora mira esto — señala con una de sus manos la pequeña caja de terciopelo.

Sin emitir una sola palabra, tomé la caja en mis manos y la abrí, en ella habia un anillo, es el mismo de la foto, en conjunto con las argollas de matrimonio, tenían mi nombre y el de Mónica.

—¿Qué demonios es esto, Martina? — mascullé con los dientes apretados, estaba confundido.

Mi corazón latia fuerte, pues la mirada de la mujer frente a mi era muy penetrante y decidida.

—Eso es lo que quiero que me expliques — replicó con calma —. ¿Qué haces con todo esto guardado? Aunque por la forma en que me miras, esa cara de confusión que tienes, me indica que más sé yo del asunto que tú.

—No sé que quieres que te explique, no se que hace esto aquí.

Ella sonrió con pesar, como si hubiera descubierto algo.

—Se supone que tienes estos pequeños recuerdos con tu ex.

—No tengo nada de esa mujer, esto no es mío, no sé que hace esto ahí.

—¿Estás seguro?

—Cien por ciento — afirmé —. No suelo guardar recuerdos de nadie.

Solo de ella, de Keily. Y todo lo que representa.

—Dios... — llevó sus manos al rostro —. Entonces, todo está mal porque alguien quiere que así sea.

—¿Qué quieres decir, Martina? — Pregunté, aun sigo confundido.

Me miró, estaba preocupada

— Escúchame bien, hijo. Quiero que te tomes las cosas con calma — comenzó ella, sosteniendo mis manos, esto no bien —. Keily vio todo esto después que regresaron de París.

¿Qué...?

Cerré los ojos con fuerza, tratando de disminuir el dolor de cabeza que ya tenía.

Mi corazón latió fuerte ante lo que mis oídos escuchaban.

—¿Qué...? — las palabras no salían, Keily, vio todo esto, debió ser un golpe fuerte para ella, ya que imaginó y creyó todo lo que sus ojos veían.

—Keily vio la foto en el libro y también los anillos, Marcelo — me duele tanto todo esto —. Ese día la encontré llorando con todo esto en las manos, tenía el corazón hecho pedazos.

Algo en mi interior, se estaba creando, era una sensación muy amarga y dolorosa.

—Pero... — comencé en un susurro —. ¿Porqué no me preguntó? ¿Porqué no me lo dijo?

Martina, sonrió, sin querer.

—Ella pensaba que no tenía derecho alguno a preguntar nada, solo quería irse. En ese momento, sintió que nada la ataba a estar aquí a tu lado.

No sé en que momento ocurrió todo esto, no tengo explicación alguna, pero me siento tan mal, me duele todo, me siento un imbécil, no puedo llegar a imaginar los pensamientos que tuvo ella sobre mi, de seguro, llegó a dudar de mis sentimientos hacia ella y, también creyó que solo era una más en mi vida.

No la cuidé como se debía e hice lo que más temía. Lastimarla.

Duele. Duele tanto el darme cuenta  los golpes que recibió Keily de mi parte.

Esto quema.

—Yo la convencí de que debía quedarse, de que todo esto tenía una explicación, fue mucho lo que tuve que rogarle para que no se fuera. Aceptó, pero luego de eso las cosas se fueron suavizando y complicando a la vez, es un lío eso de ustedes.

—Pero no entiendo nada...

— Y no solo eso — volvió a hablar —. También encontró esto.

Me pasó una carpeta con el nombre de Keily Elisabeth Andersson Presley. Era una investigación sobre ella, la fecha era de hace tres meses.

Miré a Martina.

—La encontró justo el día que se marchaba.

Cerré los ojos con fuerza, una vez más.

—Si hice una investigación hace muchísimo tiempo, pero esta tiene fecha reciente.

— Todo esto lo vivió sin decirte una sola palabra, siempre creyó que podía hacer la última lucha hasta que terminó por romperse.

—Soy un imbécil... — biciferé, con fuerza. Lanzando la carpeta a un lado.

Me siento impotente, un inútil, un miserable.

—Ahora no pienses en eso, solo tranquilízate para luego ordenar tus ideas.

—Me dijo que me amaba — solté en un susurro, mi corazón estaba hecho nada —. No fui capaz de responderle eso. Ella hizo todo por mí, siempre estuvo luchando por mí  y yo nunca hice nada, nana. No pude decirle que yo también siento lo mismo por ella.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí como los ojos me ardían. Al Martina darse cuenta, bajó y se sentó en el piso conmigo, acunó mi rostro con ambas manos.

—Siempre le demostraste tus sentimientos, mi niño — susurró —. Ella lo sintió, me lo hacía saber, pero, luego venía una cosa y luego otra... No fue nada fácil para ella.

—Le fallé — mascullé, tenía años sin sentir ese nudo en la garganta que ahora se había formado.

Martina, se acercó más y me abrazó con fuerza, enterré mi cara en su cuello,  me dejé mimar por la mujer que siempre he visto como una madre.

Fueron muchas las horas que pasé en ese piso, hablé un poco más con Martina, hasta que le pedí que me dejara solo.

Traté de marcarle a Keily, pero, como los últimos días, nunca me contestó. Le puse muchos mensajes, ninguno respondió y no es para menos, ahora debe estar muy dolida.

Más tarde me puse de pie y me fui al despacho a trabajar, necesitaba despejar la mente, ordenar mis ideas para luego actuar con la cabeza fría.

Habían pasado tres semanas desde el rompimiento de Keily y Marcelo, ninguno de los dos la estaba pasando bien, no era fácil para ellos acostumbrarse a estar uno sin el otro.

Para Keily, la situación no era nada sencilla, por la empresa había corrido todo tipo de chismes malintencionados en su contra y todos ellos eran haciendo alusión a su relación fallida con el jefe y que este la había tomado de para luego dejarla.

—Los jefes de proyectos grandes deben estar en la sala dos de reuniones en una hora — anunció Alicia a todos los diseñadores del departamento —. Los que solo tienen uno, será para luego.

Todos dieron un asentimiento.

—Bueno, esta será mi última reunión — masculló, Elena con una sonrisa —. Pedí participar de esta para despedirme y agradecer la oportunidad que me dieron y todo gracias a ti, Kei.

La pelinegra, sonrió.

—Eres una de las mejores diseñadoras que conozco y espero volvamos a trabajar juntas.

—Sé que lo haremos, nena, ya lo verás.

Los murmullos en los rincones cerca de donde se encontraban ambas amigas platicando, no cesaban.

Elena miró a Leyla y otra compañera con gusto pétreo.

—Les aseguro que las voy a acusar con los jefes.

Las chicas sonrieron y se marcharon.

—No les haga caso — dijo, Keily, ocultando lo mal que se sentía —. Pronto encontrarán otro tema interesante del cual hablar.

Elena se quedó mirando a su amiga, sabía que la estaba pasando mal con todo esto, pero no dijo nada, ambas empezaron a caminar a la sala de reuniones.

Cuando todos los diseñadores entran a la sala, se percatan de que allí estaban todos los gerentes a excepción de Marcelo.

Keily, se sintió más tranquila ante ese hecho.

Elena y Cristian, se miraron por algunos segundos, el amor que existía entre ambos ahí estaba, quizás más fuerte que antes, pero la pelirroja se sentía traicionada y contra eso no había nada que hacer.

Todos saludaron con un "Buenos días" entre si. Todos ocuparon su lugar correspondiente.

— Sean todos bienvenidos — habló, Cristian —. El motivo de esta breve reunión es para informarles que el presupuesto y viaticos para los nuevo proyectos, esta disponible.

Todos sonrieron ante la noticia, nunca antes, la aprobación había sido tan rápida y más aun que los proyectos en puerta tienen que ver con remodelaciones de estructura.

—Eso quiere decir que iremos a Las Vegas en estos días — agregó, Alicia.

Keily la miró entusiasmaba, quería tomar distancia por algunos días. Solo quería tomarse el espacio para pensar las cosas y poner en orden sus ideas.

— Me encantaría acompañarlas, pero el deber familiar llama.— masculló, Elena.

—Lo entendemos perfectamente — respondió, Keily, de la misma manera.

—El equipo que va hasta Las Vegas, se irá en dos o tres días y regresaran en los dos días siguientes — habló, Cristian, llamando la atención de todos.

—Recuerden que deben tomar todos los datos pertinentes en ese tiempo,  no van a divertirse — agregó, Mónica, quien  también estaba en la sala —. Queremos un trabajo de calidad.

Alicia, la miró mortífera, pero inmediatamente, se relajó, no le da ese poder a muchos.

—Tendrá un trabajo de calidad, aunque nos divirtamos — expresó, Alicia con calma —. Es la ciudad de Las Vegas, es imposible que no lo hagamos.

La chica de ojos verdes miraba a Keily, quien se mantenia en silencio. Todos estos días, la primera se había encargado de que la pelinegra se sintiera mal.

—Solo hagan su trabajo — terminó de decir, Mónica.

Cristian miraba la situación, sabía que algo pasaba. Miró a Elena, quien ya lo miraba y sólo eso bastó para darse cuenta de qué estaba en lo correcto.

La reunión continuó y media hora después, ya se estaban retirando de la sala.

—Cristian — llamó, Elena, la atención del castaño, quien la miró intensamente —. ¿Puedo hablar contigo?

—Por supuesto — respondió, seriamente —. ¿Pasa algo? He tratado de buscarte en los últimos días, pero no he podido contactarte. 

— He estado un poco ocupada, pero es hora de que hablemos.

— ¿En qué puedo ayudarte?

—Tengo dos temas que tratar contigo.

—Me imagino que Keily es uno de ellos — dijo el castaño.

—Si, la verdad es que no creo que ella pueda sobrellevar la situación por mucho tiempo, en la empresa solo se habla del tema de ella y Marcelo, pero en mal plan, nada de lo que sucedió y, bueno, no sé si ustedes estaban enterados de eso.

—No, no sabía y creo que Marcelo tampoco — habló, Cristian —. Él ha estado muy sumido en el trabajo, no tiene espacio para nada y esto de Keily, lo tiene vuelto loco y...

— Lo entiendo perfectamente, solo quiero que sepan que no es fácil que el nombre de una lo tomen a la ligera, solo son tres chicas las que andan murmurando, no se como diablos encuentran el momento exacto para molestar, el resto dice no saber nada.

— Prometo tomar cartas en el asunto.

Elena da un asentimiento.

—Muchas gracias.

—¿Cuál es el otro asunto? — Preguntó él y el corazón de la pelirroja comenzó a latir muy fuerte.

Respiró profundo.

—Ese asunto, me gustaría que lo trataramos fuera de la empresa, si es que estas de acuerdo — propuso ella.

Cristian, la miró confundido, pero aún así, acepto.

—Te invito a tomar un café a eso de las cuatro, ¿Te parece?

— Esta bien. Nos vemos en la cafetería que está cerca de aquí, a la que acostumbrabamos a ir.

El castaño, tragó saliva, le sorprendía la naturalidad con la que ella hablaba de su antigua relación, lo que él no sabía era que ella estaba igual de rota que él.

—Ahí nos veremos.

Ella dio un asentimiento para luego marcharse, hasta donde estaba su amiga, quien hablaba con Alicia del asunto de Natalia y lo que había hecho anteriormente con los compañeros de trabajo que no le agradaban.

—La única prueba que tenemos es el testimonio de Valeria y Rosaura.

—No olvidemos el tuyo y el de tus compañeros, Keily — aclaró —. Ya no puedo seguir esperando por más, debo informar esto a mis superiores.

Keily, suspiró pensando en Marcelo.

—Has lo que creas conveniente, Alicia — expresó, la chica con tranquilidad —. Cualquier cosa, me avisas.

— Esta bien, criatura — dijo Alicia con una sonrisa —. Ahora ve a la sala de juntas, el comandante que tiene a True Style patas arriba hace varias semanas, te solicita.

Keily, sonrió por la por la forma de Alicia hablar.

—No sabia que aún seguía aquí — masculló ella —. Iré a ver para que me necesita.

—Ve tranquila y me le das saludos al comandante guapo — soltó de repente, Alicia, con picardia haciendo que la pelinegra levantara una ceja ante ella —. No me mires así, lindura, que no he cometido ningún pecado.

Keily, rió con fuerza mientras negaba con la cabeza, no dijo más nada, se limitó a caminar hacia la sala que se le habían señalado.

Al entrar, saludó a los presentes, sin percatarse de quienes estaban allí. Cuando la mirada de Keily y Marcelo, coincidieron, se pudo sentir la tensión que imperaba entre los dos.

Deseos.

Anhelos.

Decepción.

Dolor.

Keily, sintió como todo su interior se removia y su corazón, como siempre, se echaba a correr ante tal presencia.

Para Marcelo, ver a Keily de cerca hizo que su mundo se paralizara, tenía varios días sin buscarla, porque para hacerlo debía aclarar ciertas cosas, necesitaba una explicación a todo lo que estaba pasando.

Sus ojos conectados, tuvieron esa conversación acostumbrada, sin embargo, la pelinegra, se obligó a romperla, aun estaba muy dolida.

—Señorita Andersson — habló el comandante Trujillo —. Es un gusto verla nuevamente.

Keily, sonrió con empatia.

— Muchas gracias, comandante — expresó —. Igualmente.

El hombre se limitó a dar un asentimiento a la chica, quien se encontraba de pie muy cerca de la puerta, es como si temiera dar un paso más.

—Tome asiento, por favor.

—Gracias — agradeció mientras se dirigió a uno de los lugares disponibles en la gran mesa rectangular.

Keily, se encontraba nerviosa, pero jamás lo dio a demostrar, la presencia del hombre que amaba le causaba sentimientos encontrados.

— Decidí mandarla a llamar para informarle ciertas cosas — expresó el comandante con seguridad, mientras se paseaba por los alrededores —. Ya tenemos uno de los culpables del primer accidente que se efectuó en su contra y este nos lleva que también es el responsable del segundo.

Keily, lo miraba con curiosidad, aun no puede creer que trataron de hacerle daño.

No podía negar que también estaba asustada.

—Eso quiere decir que solo una persona es responsable de ambos atentados — repitió ella, intentando asimilar lo que escuchaba.

—Asi es — respondió el comandante —. Aunque tiene dos cómplices que le ayudaron a perpetrarlo.

Marcelo, no dejaba de mirarla, se mantuvo en silencio todo este tiempo.

—Por más que le doy vueltas a la situación, no logro sospechar de nadie, más que de Natalia Lombardi y es porque se declaró mi enemiga hace mucho tiempo, pero ni así.

Marcelo, al escucharla, confirmaba que es una persona auténtica que no es capaz de dañar a nadie y pensar mal de los demás.

La pelinegra, sentía la mirada penetrante del rubio y no pudo evitar tragar saliva disimuladamente.

—La persona responsable es una compañera de trabajo a la cual no le estaba yendo muy bien económicamente, tenía varios planes en puerta y contaba con la entrada del dinero de los proyectos que tenía a cargo, pero luego los clientes decidieron trabajar con usted y ella se llenó de ira.

Keily estaba asimilando lo que el comandante decía.

—Los proyectos que llegan a mis manos es por que las gerentes los han puesto a mi disposición, no salgo a buscarlos, comandante Trujillo. El proyecto Perla, es el que abrió la puerta que me permitió entrar al departamento de diseños y, ese también, fue por vía de la señora Ortiz.

Aclaró, Keily.

—Pues creo que tenemos otra pista, señorita Andersson — agregó el señor con media sonrisa —. ¿Quién le pasó este proyecto?

El comandante, se dispone a remover unos papeles para luego pasarlo a la pelinegra.

—Ese es el último hotel que remodelamos — confirmó, Keily —. Es un proyecto que la señorita Lombardi, pasó a mis manos.

El comandante, sonrió.

— Y me imagino que estos dos también, ¿Verdad? —pasó otros bocetos a las manos de Keily.

—Efectivamente, estos también los pasó ella — confirmó, la pelinegra, mirándolo.

—Me lo imaginaba — finalizó el comandante.

—¿Qué quiere decir? —Preguntó ella.

—Que esa chica podría ser cómplice del atentado —explicó, Marcelo, hablando por primera vez.

Keily, dirigió su mirada hasta él.

—El que ella pasara los proyectos no prueba nada —dijo, ella mirándolo,  —. Puede ser una coincidencia.

—En mi trabajo no existen las coincidencias, señorita Andersson. Sin embargo, tiene usted razón, eso no prueba nada, pero es un hilo conductor que podría o no llevarnos a alguna parte.

—Cualquier información sirve —volvió a hablar Marcelo —. Aunque ya tenemos el responsable, los cómplices aún están bajo sospecha.

—¿Pero quien es esa persona? — Preguntó, Keily en dirección a Marcelo.

Él la miró a los ojos.

—Ya te enterarás, el comandante va a realizar el arresto hoy mismo, solo esta esperando la orden.

La pelinegra, observó al rubio, por un momento pensó en lo mucho que lo ha extrañado, sin embargo, tragó saliva disimuladamente y decidió romper el hilo de sus pensamientos, tenía miedo de ser herida nuevamente. Mientras tanto, Marcelo, daba lo que fuera por contemplar los ojos de ella un poco más, ese paraíso que él siempre ha visto en ella.

—Más tarde, tendrán noticias mías — finalizó el comandante con una sonrisa —. Voy a poner en práctica, una vez más, la parte que más me gusta de mi trabajo.

—Muchas gracias por todo, comandante — expresó Marcelo, poniéndose de pie y estrechando su mano con el hombre —. No olvide que quiero estar presente en el arresto.

—De acuerdo, ingeniero —el hombre dirigió su mirada hasta la pelinegra —. Señorita Andersson, un placer.

—Es mutuo, comandante — dijo, la chica con una sonrisa —. Aprovecho para darles los saludos de parte de Alicia.

Al comandante Trujillo le brillaron  los ojos y sonrió en conjunto con un asentimiento de cabeza.

—De igual modo para ella, muchas gracias — la cara del hombre, se puso un poco roja, era una persona trigueña de ojos marrones —. Ahora si debo irme.

El hombre se dirigió a Marcelo una vez más y se dijeron un par de palabras.

Keily escucha como estos se despedían y también se pone de pie. Aun tenia mucha curiosidad por saber quién le había hecho daño, pero prefirió no preguntar.

Unos segundos después de que el comandante se retirara, Keily y Marcelo, se quedaron solos.

En esa sala habían dos corazones que latian muy fuerte y añoraban estar juntos, pero había uno de ellos que sentía miedo, no quería ser lastimado.

Ambos se miraron por algunos segundos y, Keily, pone en marcha su ruta de escape.

—Debo irme — dijo, caminando hacia la puerta.

Su corazón iba muy deprisa.

— Espera, Keily — la detuvo, el rubio —. ¿Podemos hablar?

Ella tragó saliva, era tanto lo que sentía dentro, lo amaba, pero él la había lastimado, no quería ser herida nuevamente y si eso implicaba huir, lo haría.

—¿Desea tratar un asunto laboral, señor Sandoval? — Preguntó ella, tratando de sonar normal mientras lo miraba.

Él tragó saliva, el que ella se negara cada vez que trataba de acercarse, le rompía el alma.

—Quiero que hablemos de nosotros —informó, mirándola —. Por favor, Keily.

Ella se acercó más a la puerta y sostuvo el manubrio con fuerza con una de sus manos y lo miró:

—Entonces, no hay nada de qué hablar — soltó, rompiendo el corazón de Marcelo —. Con permiso, señor Sandoval.

Y salió de la oficina con un nudo en la garganta, ella no quería ser lastimada nuevamente y, de paso, sabía que lo había herido, eso la estaba matando, pero entendía que, por el momento, no podía hacer nada.

Cuando Keily, se dirigía a la oficina, totalmente debastada, Mónica la interceptó en el trayecto.

—Te dije que tendrías noticias mias, Andersson — soltó, burlesca.

Keily, pasó saliva con dificultad, pero la encaró.

—Si, lo recuerdo — comentó, la pelinegra.

La castaña de ojos verdes, sonrió más.

—Ese hombre nunca a dejado de ser mío. Fuiste una tonta al creer que lograrias algo con él.

La pelinegra, apretó su mandíbula con fuerza, le enojaba bastante las burlas de esta mujer que no la dejaba en paz.

—Bueno, Mónica — se dirigió de manera normal, como si nada le afectara —. Puedes decir todo lo que quieras, pero a simple vista se nota que él no te tolera, no te mira — Keily, sonrió triunfante —. A decir verdad, si te mira, pero nunca como me mira a mi y puedes alardear una y otra vez, de que ese hombre es tuyo, pero eso no significa que lo sea.

Monica, sonrió con hipocresía, las palabras de Keily, le dolieron.

—Tú no le haces sentir lo que...

—¿Tú...? — Interrumpió, Keily, con ironía —. Pues al parecer te has repetido muchas veces esa oración, Mónica, es lo único que alegas cada vez que nos vemos — dijo con la cabeza en alto —. Porque de algo si estoy segura y es que le interesas tanto a ese hombre que has sido tu la que has rogado para hablarle, no él — Mónica enfureció —. Sin embargo, a mí...

Keily dejó la oración en el aire para que ella imaginara lo que iba después. Se cansó de que todo este tiempo estuviera tratando de laatimarla con palabras hirientes.

—¡Eres una estúpida! — bramó, molesta.

—Y tú una ilusa y creida — respondió, Keily con desdén —. Así que no vengas a regocijarte con mi desgracia porque tus calamidades son más anchas que las mías.

—¡No te vas a quedar con él, estúpida! — gritó, acercándose a la pelinegra, casi perdiendo el control.

—Créeme, Mónica, que eso no depende de ti — respondió, inmutable, tenia el corazón roto, pero no por eso se dejaria pisotear de nadie —. Así que te aconsejo y modifiques la oración por una que se adapte a tu triste realidad y la repitas muchísimas veces hasta que te la creas para que el golpe no sea tan duro y, a mi, me dejas en paz.

Los ojos de Mónica estaban enfurecidos.

—Eres una...

—¿Qué sucede aquí? — Preguntó, Alicia con voz dura —. Sus gritos, señorita Saldívar, se escuchan por todas partes.

La aludida, abrió y cerró la boca, no sabía que decir mirando fulminante a una imperturbable Keily.

— Solo hablaba con  la señorita Andersson de algunas diferencias laborales.

— Para hablar no se necesita gritar, querida — corrigió, Alicia con altura.

—No vengas a darme cátedras de como debo hacer las cosas que no las necesito — bramó, molesta.

Alicia, sonrió con ironía.

— Los años no te han hecho madurar, sigues siendo la misma engreída de siempre — soltó la señora Alicia —. Pero, aunque sigas siendo la misma insoportable, aquí las cosas son distintas, ya no son iguales, las personas tampoco.

Alicia sabía porque lo decía, pues conocía muchas cosas que los demás no.

Keily, estaba confundida, no entendía porque le hablaba de esa forma.

— No te metas en esto, Alicia — pidió, la castaña entre dientes.

Alicia, suspiró.

—Entonces, no tantees el terreno en donde me encuentro, Mónica, porque de hacerlo, me te tendrás al pie del cañón.

Ambas se miraron de frente por algunos segundos hasta que Mónica, decidió retirarse sin decir una sola palabra.

— He de decir que estoy un poco sorprendida— masculló Keily, al lado de Alicia —. ¿La conocías de antes?

—Si — respondió —. Y es una larga historia que no tengo deseos de escuchar.

Keily, entendió.

Ambas comenzaron a caminar a la oficina entre pláticas a realizar su trabajo y organizar todo para el próximo viaje.

Mientras tanto, Marcelo, sé dejó caer en su sillón derrotado, no podía con el dolor de cabeza de hace días, no dormia bien, eran muchos los problemas que lo agobiaban.

—No quiso hablar contigo — comentó, Cristian, al entrar a la sala y ver a su amigo en ese estado.

Negó con la cabeza.

— Esta prevenida conmigo — soltó el rubio —. No quiere escucharme y eso me esta volviendo loco, Cristian.

—Pero te estas conteniendo en buscarla más seguido, ¿No es así?

—Quiero tener las cosas claras para explicarle todo cuando hablemos. Hay cosas que aun no sé su origen, pero juro que voy a descubrirlo. Sin embargo, cuando la tengo así de cerca, no puedo evitar intentarlo, quiero hablarle y que me hable, pero  me la esta poniendo difícil.

Pasó sus manos de manera desesperada por su rostro. Se sintió abatido.

—En verdad estuvo muy extraño todo eso, le montaron una trampa en tu propia casa y fue la serpiente que tuviste como novia una vez.

—Si, no hay duda de eso — soltó, Marcelo con los dientes apretados —. Solo me falta comprobar quien fue la responsable de que eso estuviera en ese buró.

—No hay que ser un profesional de la investigación para determinar quien fue.

Marcelo volvió a respirar profundo.

— Si, pero debo comprobarlo primero.

—Bueno, no tardes con eso — aconsejó el castaño —. No sé si sabrás, pero Keily, se está quedando con su madre en la casa de Jason, en esa que compró a la constructora hace un par de semanas, Elena, también está con ellas.

—Sí, lo sé —expresó, Marcelo, con pesar —. Un día de estos solo quería verla y, bueno, llamé a Elena para preguntarle por ella, al principio no quería decirme, alegando que Keily no quería verme, le prometí que no me acercaría y me dijo donde estaba.

—Estas hasta las chanclas de enamorado, hermano — dijo, Cristian, burlón —. En verdad, nunca imaginé verte así. Además, dejaste que Jason te golpeara y te arriesgarte a buscarla aún con sus amenazas.

—Yo nunca imaginé estar así por una mujer, Cris — masculló, el rubio —. Me está volviendo loco el no tenerla, todo por mis estupideces. En cuanto a lo otro, nada va a detenerme, voy a luchar por esa mujer. Mi mujer.

El castaño, sonrió.

—No espero menos de ti, Marcelo

—No voy a desistir, necesito que me escuche.

—Espero y las cosas se resuelvan pronto — deseó, Cristian con sinceridad —. Mónica debe estar muy segura de todo esto, que regresarás con ella.  Te besó a propósito en aquel restaurante. Cree que tiene una oportunidad contigo.

—Ella no tiene ninguna oportunidad conmigo, Cris. Ninguna — recalcó con seguridad —. Hablé con ella aquel día y le dejé las cosas claras, tanto así que le pedí metros de distancia. No quiero verla.

—Pero insiste en buscarte, ha pedido hablarte y más en presencia de Kei.

—Me he dado cuenta, si. No obstante, no le ha servido de nada. No estoy para ella.

—Me da gusto escuchar eso y siguiendo con Kei —prosiguió, Cristian —. Conmigo, no quiere hablar de ti, así que no tengo como ayudarte.

Marcelo, soltó un suspiro profundo.

—No te preocupes, estoy seguro que encontraré la manera — Marcelo, dio una palmada en el hombro del castaño —. Iré a mi oficina, ¿Me acompañas?

Tanto Marcelo como Cristian pasaron la tarde trabajando, ambos se perdían en ese ambiente laboral y todo con un solo propósito, olvidar por un momento los problemas.

Horas más tarde, Cristian esperaba ansioso la llegada de Elena en el restaurante, aunque las cosas entre ellos no habían mejorado, el solo compartir con ella un café, le era suficiente.

— Hola — saludó, la pelirroja, si tiempo que se sentaba en uno de los lugares —. Gracias por venir.

Cristian sonrió al verla tan hermosa, seguía creyendo que en ella habia algo especial.

— No tienes nada que agradecer — manifestó, el castaño —. Para mí es un placer.

Elena, sonrió.

—No quiero quitarte tu tiempo, prometo que seré breve — el corazón de la pelirroja, comenzó a latir a toda velocidad —. Pero necesito decirte algo muy importante que te concierne.

Cristian, la miró intensamente, frunció el ceño y se acercó a ella para posar una de sus manos sobre las de ella, él sabía que estaba nerviosa.

—¿Qué pasa, Elena? — Preguntó, preocupado —. ¿Esta todo bien?

— ¡Claro! — exclamó, rápidamente,  no pasó desapercibido el rose de piel con piel y rl revuelo de sus emociones —. Solo debo...

—¡Eres un maldito traidor! —gritó, Penélope, llegando al lugar. Cristian y Elena, se separaron inmediatamente —. ¿Cómo te atreves a engañarme con esta...?

Sus gritos, llamaron la atención de las demás personas que ocupaban las mesas más cercanas.

—¿Qué ocurre, Penélope? — Preguntó, Cristian con los dientes apretados.

— ¡¿Aún tienes el descaro de preguntarme?!

—Cálmate, no es lo que piensas — habló, Elena con calma.

Penélope, estaba tan enojada, que se acercó a Elena y le propinó una bofetada.

—¡Penélope! — gritó, Cristian.

—Eres una ramera — le gritó, Penélope a Elena —. Te dije que no te acercaras a Cristian, estúpida. Es mi prometido.

—¡No la llames así! — gritó él, estaba tan molesto por la situación.

Elena, hizo una señal al castaño para que se callara y volvió su mirada hasta la morena que estaba roja del coraje.

Dos bofetadas sonaron y, esta vez, fue Elena quien la ha golpeado.

— Escúchame bien, Penélope, que sea la última vez que me llamas ramera porque de haber una próxima, tendras que invertir mucho tiempo y dinero en cirugías plásticas — comenzó, la pelirroja con voz recta, mientras que la otra sostenía sus mejillas —. Ya te he repetido varias veces que no me interesa entrometerme en tu relación con Cristian, te lo dije las dos veces que fuiste a mi casa y te lo repito el día de hoy — el castaño estaba más que enojado sl escuchar aquello —. Si estamos aquí es...

—¿Fuiste a buscarla, Penélope? — Preguntó, Cristian, interrumpiendo a Elena. Estaba enojado —. ¿Cómo fuiste capaz?

La morena, tragó saliva, sabía que no debía romper los parámetros del contrato que tenia con Cristian.

—Solo quería aclarar las cosas con ella — Se defendió.

—No tienes nada que aclararle a ella, no te debe nada — habló furioso —. Que sea la última vez que vas a molestarla, de no cumplir, acabo con todo está mierda de una vez y por todas.

— ¡Cristian! — exclamó, Penélope, arrepentida.

— ¡No! — bociferó —. Ella no tiene la culpa de toda esta mierda y tú quieres ensuciarla como sea.

Elena escuchaba todo atentamente, estaba tranquila, salvo que no quería que Cristian tuviera problemas. Aunque no entendió, una parte del hilo la conversación, pero no le dió importancia.

— Tranquilízate — pidió, Elena, en un susurro —. Podemos hablar después.

Él la miró intensamente.

—Vamonos de aquí, Elena — la tomó de la mano —. Por favor.

—No me puedes dejar así — masculló, Penélope —. Vamos a casa juntos.

—No — determinó, el castaño —. Me voy con ella.

Comenzó a caminar hacia la salida, Elena, se dejó llevar por él, ella estaba totalmente confundida y no le dio tiempo a pensar con claridad.

Ambos caminaron a través de un parque, mientras que a Cristian se la bajaban los niveles de enojo.

—Lamento muchísimo que ella hiciera eso, Elena — comenzó, el castaño —. Nunca debió ir a buscarte.

—No tienes que disculparte — dijo, ella —. Ella siente inseguridad, Cristian, me mira como una amenaza a su futuro matrimonio.

Cristian la miró, quería decirle todo de una buena vez y mandar todo por el acantilado.

De pronto, Elena se apresuró a sentarse en unos de los bancos que estaban cerca, se sentía un poco mareada y, Cristian, corrió hasta ella preocupado.

— ¿Qué pasa? ¿Estas bien? — Ella dio un asentimiento en conjunto con media sonrisa.

—No te preocupes, eso es normal — él frunció el ceño aun más confundido —. Sé me pasará en seguida.

—Pero estas un poco pálida. Voy por agua.

—Tranquilo — pidió ella —. Estoy bien.

— Pero...

— Ya se me pasó, Cris. Tranquilo.

El castaño dio un asentimiento, no muy convencido.

— Ahora escúchame con atención lo que vengo a decirte — volvió a hablar ella.

Él prestó toda su atención, sabía que le diría algo muy importante.

—Con esto que vengo a decirte, no busco que hagas nada por mi, por nosotros, quiero que continúes tu vida normal y tus planes de boda — expresó, Elena, con tranquilidad —. Si estoy aquí es por mi tranquilidad mental, porque tienes derecho a saberlo y porque no quiero convertirme en lo que más he odiado que es ser una persona mentirosa.

Cristian, tragó saliva, sabía que sería difícil obtener el perdón de la mujer que amaba.

Cada vez que ella hablaba, el castaño estaba más confundido.

—No estoy entendiendo nada — masculló, él.

Ella, sonrió, estaba tan nerviosa por lo que iba a decir.

—Estoy embarazada, Cristian — soltó, así sin más, con el corazón latiendo muy fuerte —. Estoy esperando un bebé.

El mundo de Cristian comenzó a dar vuelvas, no había entendido nada de las palabras que Elena acababa de pronunciar. Llevó ambas manos y estrujó su rostro de manera desesperada, intentando entender sus palabras.

—¿Qué? — Preguntó, confundido, dirigiendo la mirada al estómago de Elena, el cual estaba camuflageado con una blusa holgada —. ¿Estás embarazada?

Ella tragó saliva.

—Asi es — respondió ella, nerviosa —. No lo busqué, tu sabes que así fue, pero sucedió. Tengo un poco más de catorce semanas y es tu hijo, porque...

Los ojos de Cristian brillaron, tenía tantos sentimientos que no podía explicarse, nunca los había sentido antes.

—No tienes que explicármelo eso, se que es mi... — intervino, él. Sus emociones estaban disparadas, no podia pensar con claridad —. Sé que soy el padre... — Estaba nervioso, no sabia que decir o hacer —. Dios... ¡Voy a hacer papá!

Estaba tan confundido, ahora no sabia que debía hacer, su vida familiar era un  desastre al igual que la personal.

El castaño no aguantó las ganas y la abrazó con fuerza, ella no se opuso. Él la miraba  y no podía creer que ella llevaba su bebé dentro.

Elena, sonrió, al ver la actitud que tomó el padre de su hijo.

—¿Cuándo te enteraste? — Preguntó el castaño, separándose un poco de ella —. ¿Fuiste al doctor? ¿Todo está bien?

Ella volvió a sonreír.

—Bueno, me enteré hace unas semanas — informó con calma —. Fui al doctor y todo está bajo control, gracias a Dios.

Cristian, sonrió ante lo que ella le dijo y se quedó mirando con anhelo el estómago de Elena.

—Sabía que había algo nuevo en ti, tienes ese brillo en tu mirada que antes tenias, pero ahora es mucho más notorio — el castaño, suspiró, mirando directamente a la barriga de la chica —. No te ha crecido mucho el estómago.

—La doctora me dijo que es normal en las mujeres primerizas, pero que no será por mucho tiempo — Elena, también suspiró, mirando su vientre —. Aunque ya tengo un bulto, mi vientre ya no es plano.

—Quiero verlo — masculló, Cristian de repente, haciendo que la pelirroja tragara grueso —. Quiero tocarlo, quiero estar con mi hijo, Elena.

—No puedes verme el vientre ahora — habló, ella —. Estamos en un parque. Además, dejé las imágenes que me entregó la doctora en casa.

Él se puso de pie sin decir nada y ofreció su mano a la pelirroja quien frunció el ceño.

—Vamos a casa, entonces — ofreció el castaño.

—Cristian... —Advirtió, Elena —. Recuerda que...

—No puedes negarme eso, estrellita hermosa — intervino él, rápidamente haciendo que Elena lo pensara —. Tengo claro la situación de nosotros, pero, por favor, quiero verte, es mi hijo.

Elena, tragó saliva disimuladamente.

—Solo que tengas claro que no quiero nada de ti y...

—Lo sé — murmuró, el castaño —. Estoy claro que eres una persona independiente, que puede arreglárselas sola, que no necesitas de nadie y que estas aquí porque la honestidad es tu punto de partida, pero yo soy el padre del bebé y quiero estar con él, participar en su vida, verlo crecer y apoyarlo.

A Elena, se le hizo un nudo en la garganta, para ella no era fácil la situación, tener que afrontar un embarazo sola, porque no sólo la parte económica es importante, la emocional es fundamental.

— Voy a hacer lo me pides, pero luego de eso...

—No me lo digas ahora, vamos a casa.

Ella sabia que lo lastimaria, pero accedió.

—Me estoy quedando en la casa de Jason con Kei y mamá Sarah.

—Vamos. Te llevo — ofreció, Cristian —. Le diré a Andres que lleve tu auto.

Elena, no protestó y ambos de encaminaron hacia la casa de Jason y, una vez allí, ambos se encontraban en la habitación que ella estaba ocupando, procedió a ir al baño y puso una ropa cómoda mientras que el hombre la esperada pacientemente en unos de los sofás.

La mujer de la habitación, le había entregado unas imágenes al castaño, en ellas se podían distinguir los deditos, manitos, pies, cabeza, entre otras partes de su bebé.

No podía concebir la idea de ser papá. No dejó de detallar las características de su hijo y fue hasta que Elena, llamó su atención:

—No es que se note mucho, pero si se ve algo — dijo, Elena, saliendo del baño.

Cristian se queda observándola, comprobando lo hermosa que estaba, aun no podía creer que tendría un hijo con la mujer de su vida.

Elena abrió la bata dejando ver su abdomen y Cristian quedó maravillado.

No pudo evitar que se le Cristalizaran los ojos, se acercó a ella lentamente y se hincó a la altura de su vientre, no podía creer lo que sus ojos veían. Comenzó a rodear las caderas de Elena para hablar con su hijo.

—Hola, hijo — murmuró con un nudo en la garganta —. Soy papá...

—También puede que sea una niña — sollozó, Elena, no puede evitar sentir tantas emociones juntas, tantos sentimientos encontrados.

—Entonces, será bebé, hasta saber que es — murmuró él castaño de mirada cristalizada, haciendo sonreír a Elena —. Bebé... soy papá, déjame decirte que no sé como eres y ya te amo...

Repartió besos en el abdomen de la pelirroja, quien no puedo evitar derramar algunas lágrimas por lo que pudo haber sido y no fue, por la felicidad que le daba de que el padre de su hijo lo amaba.

—Prometo que te mantendré informado de los avances del embarazo — habló, la pelirroja —. Siempre sabrás de nuestro bebé.

Él la abrazó con más fuerza, no quería despegarse de ella.

—Quiero estar con ustedes...

Elena, trató de separarase de él como si quemara.

—No, Cristian, no — comenzó ella —. No quiero que confundas las cosas — él la miró dolido —. Eres el padre de mi hijo, tienes todo el derecho de estar con él, pero nada cambiará entre nosotros.

—Elena, por favor — suplicó el castaño, poniéndose de pie —. Déjame arreglar las cosas, yo...

—No — Interrumpió, ella, estaba a la defensiva —. No te lo permito. Lo primero que te dije fue eso, no quiero que hagas cambios en tu vida, sigue con tus planes como si nada hubiera pasado.

— No me pidas algo que es imposible, Elena — determinó, el hombre —. Vas a tener un hijo mío, eso todo lo cambia.

Cristian quería hablar con los padres de Penélope y los de él para llegar a un acuerdo, pero sabía que esa parte sería muy difícil.

Elena, no sabia lo que pasaba, se le Cristalizaron los ojos, se sintió mal por lo que dijo el castaño, ella nunca aceptaría algo así.

—No voy a permitir que dejes tu vida porque estoy embarazada — masculló, dolida —. Jamás estaría atada a alguien por un bebé.

— No es solo el bebé. Tú sabes lo que siento por ti.

— Y tú eres consciente de que me engañaste.

Cristian, respiró, frustrado.

—Perdón, perdón... — repitió él, desesperado —. Necesitamos arre...

—No puedo — dijo, ella, interrumpiéndolo—. Eso me rebasa, Cristian.

—Lo sé, Elena, pero...

—Por favor, haz tu vida — pidió en un susurro —. El bebé no cambiará nada entre nosotros.

Cristian, se quedó en silencio, sabía que lo que le pedía a Elena, era prácticamente imposible, ahora las cosas para él se complicaban aún más, pues esperaba un hijo con la mujer que amaba y de llegar a enterarse su familia o la de Penélope, pondría en riesgo el bienestar del bebé y de ella.

Pensó muy bien por algunos segundos lo que haria, pues lo más importante de su vida, estaba frente a él y no lo pondría en riesgo de ninguna manera. Debía actuar de manera inteligente y descubrir cuál es el riesgo de Elena en todo esto para saber cómo protegerla de su padre.

—Esta bien, entiendo tu punto — respondió, Cristian con el corazón en un puño, pues debía guardar las apariencias —. Voy a necesitar de favor que mantengamos el embarazo oculto por un tiempo.

A Elena, se le rompió el corazón al escucharlo. El dolor surcó sus ojos y, el castaño, se dio cuenta.

—No quieres que diga que es tuyo — masculló ella, dolida —. No te preocupes, será como tu digas y entiendo tus motivos.

El castaño de ojos verdes, estaba con el corazón roto, sabía que todo esto lastimaba a Elena de todas las maneras posibles. Sin embargo, al ponerla al tanto de la situación que estaba ocurriendo, ella sólita se pondría en riesgo y eso jamas se lo permitiría.

—Gracias — respondió, seriamente —. Ahora debo irme.

A Cristian le dio muchísimo trabajo pronunciar esas palabras, pero sabía que todo era por el bien de la que ahora era su familia, Elena y su bebé.

Elena, se aguantó las ganas de llorar.

— Hasta luego, Cristian.

Él la miró por un momento más y comenzó a caminar a la salida de la habitación, pero antes decide pronunciar unas palabras:

—No hay nada más importante que tú y mi hijo, Elena. Por ustedes, hago cualquier cosa, pero ahora no es el momento.

—Ya vete, Cristian — pidió, la pelirroja, sin mirarlo, no creía en sus palabras.

Cristian, apretó el manubrio con fuerza, queriendo correr a abrazar a la mujer de su vida. Se sintió frustrado, al no poder hacer nada por el momento.

Elena, se quedó con el corazón destrozado y lloro a solas, pero sabía que no podía ser débil, debía ser fuerte por su hijo. Respiró profundo y se dio un baño, esto le ayudó a tranquilizarse.

Al otro día, Elena salió de la ciudad para finiquitar un trabajo extra que tenia, debia dejarlo listo antes de irse, iría a Miami por dos semanas. Debía resolver un asunto relacionado a una herencia con su hermano, era mucho el tramite que debían hacer.

Por otro lado, Keily se encontraba en el jardín de la nueva casa, tenía como compañía a Sarah y Martina, quienes se han hecho muy amigas en los últimos días.

Keily, trataba de trazar un boceto a lápiz, dibujaba aquellos ojos que nunca en la vida olvidaría.

— ¿Qué es lo que haces, hija? — Preguntó la madre de la chica —. Tienes un buen rato que no dices nada.

— Déjala tranquila, Sarah — pidió, Martina, quien tomaba un café —. Debe estar trabajando.

Keily, suspiró y sonrió.

—Es que a ustedes no hay quien le llegue conversando — soltó, la pelinegra con una sonrisa —. Hablan de hombres como si fueran unas jovencitas.

Sarah, se sintió indignada.

—Es culpa de esas revistas que nos envió Raúl, son de chicos semi desnudos.

Martina, sonrió.

—Yo con veinte años menos serian muchas cosas las que haría.

Las mujeres comenzaron a reír.

—Yo me conformaría con diez menos, aunque son muchas las cosas que puedo hacer a esta edad.

—¡Mamá! — exclamó, Keily, alarmada —. No digas esas cosas.

—Debieras ver los trozos de carne que hay ahí, niña — habló Sarah, entre risas —. Te olvidaría hasta de tu existencia.

—Con razón me olvidé de mi hace unas horas... — soltó, Martina.

Volvieron a reír.

— No puedo creer que sean ustedes las que están hablando de esa manera — soltó, Keily, a punto de reir.

—Somos unas niñas que no llegamos a 53 años, criatura — dijo, Martina —. Y miranos, parecemos de cuarenta y tantos.

—No discuto verdades — habló, Keily, entre risas —. Solo espero que encuentren a un chico guapo...

—Por favor... — pidieron ambas mujeres a coro, al tiempo que abrían los brazos al cielo.

Todas rieron de sus propias ocurrencias.

—Bueno, bueno... — intervino, Sarah, poniéndose de pie —. Esta muy interesante la plática, pero tengo una cita y debo cambiarme de ropa.

Keily, la miró y frunció el ceño.

—¿Vas con tu amiga Olga? — Preguntó, dejando el boceto a lápiz a un lado.

Ella negó.

—No, hija, no es con ella — dijo, con una sonrisa —. Ahora si me disculpan, debo ir a quitarme estos trapos.

—Ve tranquila, aquí me quedo con esta dulce muchacha.

Sarah, sonríe y se marcha a su habitación, mientras que Martina y Keily, quedan en el jardín.

—Entonces, viajas a Las Vegas, el día de mañana — habló, Martina hacia Keily.

— Es pasado mañana — respondió —. Tenemos trabajo que hacer.

—Me imagino — dijo, mirándola —. ¿Y cómo estás? ¿Cómo va tu corazón?

Keily, la miró sintiéndose un poco incomoda, ese asunto le dolía.

—Todo bien, nana.

Martina, sonrió de boca cerrada.

—Eres demasiado verdad, Keily — masculló, ella —. La mentira no es tu fuerte.

La pelinegra, tragó saliva.

—No quiero hablar de él.

—Él también la está pasando mal.

—Lo siento muchísimo — masculló ella sin  más, pero el dolor de ese hombre también era el suyo.

—Él no te usó como piensas.

Keily, suspiró.

—Fueron muchas cosas, sus duras palabras, Martina.

—Mi niño es un...

—Idiota, lo sé — intervino, Keily —. Pero le dejé pasar muchas, me olvidé de mi y luché por él, ¿Y qué hizo?

—Debes escucharlo, que el dolor no hable por ti — aconsejó, Martina —. Prometo que no te arrepentirás.

Keily volvió a suspirar.

—Prometo que voy a hablar cuando me sienta lista, nana — dijo ella, con tono cansado —. Pero por ahora no, no quiero. Me gustaría que todos ustedes se pusieran en mi lugar, no solo es Marcelo, también estoy yo, nana, y lo que siento.

Martina la miró y entendió todo. Keily, era una de esas mujeres que luchaban por sus convicciones, pero al salir heridas, se protegían con todo.

—Esta bien, cariño mio, cuando estés lista lo haces —suspiró —. Lamento mucho mi insistencia, pero es que ustedes están mal y ambos me preocupan.

—Lo siento, en verdad.  No es mi intención preocuparlos.

Ella dio un asentimiento y siguieron su conversación en aquel jardín que quedaba en la parte lateral de la casa.

De pronto, el sonido de una moto se escuchó y ambas mujeres llevaron la vista hasta el camino de piedras que iba hasta la parte frontal de la casa.

El corazón de Keily, iba a toda velocidad al visualizar aquel rubio sobre la moto, estaba vestido completamente de negro, salvo que tenia una playera blanca, con una chaqueta de cuero, aquella que ella misma le había regalado.

—Esos ojos no pueden ocultar lo mucho que lo amas — masculló, Martina.

Keily, tragó saliva.

—Nunca he dicho que no lo amo, nana — dijo, sus ojos se cristalizaron un poco —. Solo estoy muy dolida con él por todo lo que pasó.

Martina, le dijo un par de palabras alentadoras a la pelinegra.

—Todo va a estar bien, mi amor.

Marcelo estacionó su moto en frente de la casa y se quedó cerca como si estuviera esperando algo.

Pudo percatar a Keily y a Martina en el jardín, tenía tantos deseos de acercarse, pero no lo hizo.

—No quiero hablar con él...

Martina, sonrió.

—No te preocupes, no viene por ti — aclaró, Martina.

En ese mismo momento, la puerta principal de la casa se abrió, alguien iba a salir y, efectivamente, era Sarah.

La misma iba vestida con unos pantalones y chaqueta de cuero e hizo una coleta bien alta en su pelo, en verdad se veía muy bien.

—¿Pero qué...? — masculló, Keily, viendo a su madre. Comenzó a acercarse hasta donde estaban con el ceño fruncido —. ¡Mamá!

— ¿Si, hija...? — respondió, Sarah, rebuscando algo en su pequeño bolso —. No encuentro el...

—¿Qué significa esto? ¿A donde vas?

—Martina, acompáñame a buscar mis medicamentos de las cinco de la tarde, por favor, no se donde los dejé.

Sarah, en ningún momento, hizo caso a su hija, la cual estaba cabreada

—¡Mamá, por favor!

—Vengo en unos minutos, hijo.

Marcelo, le da un asentimiento y ella comenzó a caminar hacia el interior de la casa.

— ¡Mamá!

Al Sarah no responder su pregunta, dirigió su mirada fulminante hacia el rubio que ya la miraba maravillado.

—¿A dónde llevas a mi mamá? — Preguntó, molesta mientras se cruzaba de brazos.

A Marcelo, le brillaban los ojos.

— Te ves más que preciosa — soltó él, obviando su pregunta, dejándola confundida por algunos segundos.

Ella se sonrojó y se odió a sí misma por darle ese poder. Marcelo, sonrió, satisfecho.

—No seas... — No encontraba las palabras correctas, apretó los labios con frustración, quería insultarlo. Continuó con firmeza —. Te hice una pregunta, Marcelo Sandoval.

—Esos pantaloncitos azules, te quedan más que perfectos, mi cielo.

Ella se miró a sí misma y quizo estrangular al hombre frente a ella.

—No seas idiota — soltó con rapidez, estaba cabreada.

La mirada de Marcelo coincidió con la de ella y sonrió.

—Recordemos que soy tu idiota —expresó él, con tranquilidad, volviendo a recalcar —. Tu idiota, mí amor...

El corazón de Keily, quería salirse de su lugar, cada vez que la llamaba de esa manera sus emociones se elevaban, pero ella aún tenía miedo.

—No me llames así — pidió, firmemente —. Te pido que te vayas, ahora.

—No me iré — respondió con calma, mientras que se acercó a ella. Keily, retrocedió —. Voy a esperar a mi acompañante, "Mi amor".

Keily, apretó los dientes, estaba echa furia.

—¡Qué no me llames...!

Marcelo la atrapó por la cintura con rapidez, la atrajo a su cuerpo y sintió alivio al tocarla, pues tenia semanas sin hacerlo.

Las extremidades de Keily reaccionaron a él, es como si su cuerpo no obedeciera las órdenes de su cerebro.

—Pues no dejaré de decirte "Mi amor", mi amor — masculló con ella entre sus brazos.

Keily, temblaba, su corazón latia con violencia en su pecho, pues ese hombre la hacia sentir de todo. Ella se removió firmemente en sus brazos.

— Suéltame...

—Voy a besarte, Keily...

Siguió forcejeando inútilmente.

Y lo hizo, la beso con vehemencia. Su desesperación fue más grande que la razón. Ella se resistió al beso los primeros segundos, pero no podía negar lo mucho que extrañaba los labios del hombre que tanto amaba. Se besaron con desesperación con sí la misma vida dependiese de ello. Nada, absolutamente nada, podía compararse con lo que ellos estaban sintiendo.

De pronto, Keily, recordó lo que había pasado y lo mucho que él la había lastimado, había besado a otra, tenia sus recuerdos guardados y, lo peor de todo, es que para él nunca hubo una relación entre ellos.

Se separó de Marcelo, como si quemara, lo empujó sin mucho éxito.

—No vuelvas a hacerlo — masculló, dolida, tenía un nudo en la garganta —. No vuelvas a tocarme.

—Keily...

— ¿Es que no entiendes? — Preguntó, dolida —. No quiero.

—Un día me dijiste que la comunicación era fundamental para hacer funcionar las cosas — murmuró, Marcelo.

Keily, pensó en aquello, Marcelo tenía razón.

Ella suspiró.

—Sé que tienes razón, pero no creo que haya nada de que hablar...

—Te equivocas, mi cielo.

—¡Qué no me digas...!

— Keily, cariño — Interrumpió una voz masculina —. ¡Oh! Hola.

Raúl había llegado a la casa, iba a visitar a Keily. Marcelo, lo recordó, era el hombre con el que ella estaba aquel día.

—Hola, Raúl — saludó, Keily, tragando el nudo de su garganta.

El chico de ojos grises, miró a Marcelo y sonrió de boca cerrada.

— Asi que al fin se me dió conocer al gran Marcelo Sandoval — soltó de repente —. Un placer, soy Raúl.

Marcelo, apretó la mano de aquel hombre.

— Mucho gusto.

Marcelo se reprendió internamente, sus celos mal fundamentados crearon la situación en la que se encuentra ahora, aunque también influyeron otras cosas.

—Ya estoy lista — llegó, Sarah, de pronto fulminando a Raúl con la mirada —. Vamonos que se hace tarde.

Marcelo, dio un asentimiento hacia la señora para luego mirar a Keily, quien ya lo miraba y delante de todos los presentes decidió hablar:

—No voy a rendirme contigo, Keily — murmuró —. Respeto mucho tus decisiones, pero en algún momento debemos hablar, "mi amor".

La chica de larga cabellera negra, lo miró fulminante, quería decirle un par de cosas, pero se contuvo.

—¡Qué no me llames así, idiota!

Tomó a Raúl de la mano y comenzó a tirar de él hacia el jardín.

Marcelo, sonrió de boca cerrada. Le encantaba verla enojada.

— Fue un placer, Marcelo — soltó, Raúl, mientras Keily lo jalaba por la mano — ¡Keily...!

—¡Qué placer, ni que nada! — gritó, Keily —. Date prisa...

Marcelo, sonrió ante la actitud de la mujer que lo volvía loco. No le dio tiempo a contestarle al chico de los ojos grises.

Sarah, suspiró.

—Mi hija es un caso serio...

Marcelo, sonrió, nuevamente.

—El más serio que he tenido en mi vida.

—Ya lo creo — dijo la mujer  —. Ahora vamos, que muero por montar esta belleza.

Marcelo, se dirigió a su moto y se trepó en ella, luego, Sarah también lo hizo y juntos se fueron a dar un paseo.

Keily y Raúl, los miraban, la primera lo hacía fulminante y el segundo, divertido.

—En verdad es muy guapo, ese hombre — masculló el chico.

— Y es un idiota en potencia también — replicó, Keily.

Raúl conocía muy bien a su amiga, sabía que estaba nerviosa y tenía sentimientos encontrados.

—Si no lo quieres hago mi lucha por él — bromeó, Raúl y Keily, lo miró fulminante.

—¡No te lo permito...!

El chico de los ojos grises, sonrió.

—¿Celosa, piojillo?

La pelinegra, tragó saliva.

—Em... No, solo... — No sabia que decir —. No quiero que te haga daño a ti también.

—Eso no te lo crees ni tu misma, primor...

—Ya cállate, traidor.

El chico sonrió.

— Esta buenísimo, amiguis...

Ambos continuaron su plática poniéndose al día de sus vidas. Por otro lado, Sarah, se sentía más que contenta, era amante a la adrenalina y, este paseo con Marcelo Sandoval, era muchísimo más de lo que ella podía pedir.

Una vez recorrieron varios lugares en Mérida, Marcelo decidió llevarla a una pequeña montaña con mucha vegetación y de donde se podía contemplar el mar.

La señora, respiró profundo en varias ocasiones, amaba sentirse libre de llenar sus pulmones de aire puro.

— Esto es lo que más valoro en la vida, poder respirar con libertad.

Marcelo, la miró por algunos segundos.

—En realidad, es lo que debiéramos hacer todos los seres humanos, valorar esto, esa la verdadera riqueza.

Sarah, sonrió.

—Tienes toda la razón, cariño.

Se hizo un silencio cómodo entre los dos. Ambos se limitaban a mirar el paisaje que tenían en frente. Unos mínimos después, es Sarah quien comenzó la conversación.

—Estas tan enamorado de mi hija, Marcelo — pronunció, sin apartar la vista del frente —. Lo puedo ver en tus ojos.

Para Marcelo, no era nada extraño que la mujer que se encontraba a su lado llegase a esa conclusión.

—Creo que desde la primera vez que la vi — confirmó él, sintiéndose aliviado al por tal confesión.

Sarah, suspiró.

—Entonces, creo que ella debe saberlo.

—Lo sé, pero antes debo explicarle muchas cosas, si es que deja que lo haga. Esta muy prevenida conmigo.

—Mi hija no te dejará hablar, Marcelo, porque si lo hace, bajaran sus defensas — aclaró, la pelinegra mayor —. Y eso es lo que no quiere. No quiere ser lastimada nuevamente.

Marcelo, le dolía todo esto, pero era uno de esos hombres que no se quedaba quieto.

— Yo mismo no puedo perdonarme por lo que le dije, fui un imbécil.

Sarah, no dijo nada.

—Quiero contarte todo sobre mi, Sarah, que me conozcas y que sepas porque razón actuo como un imbécil.

Ella sonrió.

—Soy toda oídos, muchacho.

Marcelo, comenzó a contarle todo sobre él, su vida, su crianza. Sarah, lo escuchaba atentamente todo lo que él tenía que decirle.

—No llego a imaginar lo difícil que fue para ti perder a tus padres a esa edad y quedarte solo tan pequeño.

Marcelo, no dijo nada  por algunos segundos.

—Fue muy difícil acostumbrarme a la idea de que no vería a mis padres nunca más.

—Entiendo perfectamente todo lo que has pasado, hijo, pero sabes que debes hacer un esfuerzo más para corregir tus impulsos.

— Lo haré.

Ella dio un asentimiento.

—Mi esposo, el padre de mis hijos, era exactamente igual, llegó a lastimarme con sus palabras, en tres ocasiones, hasta que me largué con Jason de la casa, Keily aún no había nacido para ese entonces.

Marcelo la escuchaba atentamente.

—Como ya te había dicho antes, Kelfry, me llevaba  más de trece años de edad, pero aún así lo amaba. Él luchó por mí y mi hijo, dijo que éramos lo más importante para él y que no podía perder su familia. Fue mucho lo que insistió, pero valió la pena, fuimos muy felices, más aún después de la llegada de nuestra pequeña.

Marcelo, sonrió con empatia.

—Yo tenia nueve años de edad cuando su pequeña nació. Aveces siento que soy un viejo para ella.

Sarah, sonrió.

—No es mucha la diferencia — minimizó, la pelinegra —. Cuando hay amor, la edad es lo de menos.

—En eso tienes razón.

—Lo único que te diré, cariño, es que luches por lo que quieres.

—Quiero que ella me escuche.

— Pues tienes un camino difícil que andar, muchacho.

—No me daré por vencido.

La pelinegra, sonrió feliz.

—Te daré una tactica, es práctica y sencilla...

Marcelo, la miró interesada.

Sarah comenzó a darle ideas a Marcelo, de lo que debe hacer para lograr que Keily lo escuche. Ellos tenían varias horas en ese lugar, conversando sobre sus vidas.

Marcelo, se sintió muy bien al poder hablar con Sarah, puesto que, era una mujer muy sabia, en algun punto, deseó que ella fuese su madre. Luego  de culminar allí, el hombre la llevó a comer a unas de las paradas y allí continuaron su plática de temas triviales. Fue horas más tarde, que Marcelo volvió con Sarah a la casa que había comprado Jason.

Se despidieron con la promesa de volver a verse, pues, la mujer, viajaría a Toluca en las primeras horas de la mañana.

A lo lejos, a través de una de las ventanas, Keily, observaba al amor de su vida platicar con su madre y despedirse de ella, lo extrañaba tanto que no puedo contener las lágrimas. Tenía muchos deseos de abrazarlo y compartir con él como hace unas semanas atrás, pero ya su corazón estaba prevenido y sus murallas levantadas.

Al otro día, Keily, despidió a su madre, quien abordaba el Jet que pertenecia a la familia Andersson, se abrazaron y dijeron unas cuantas palabras más.

Unas horas más tarde, en True Style, se organizaban para el viaje de Las Vegas.

—Ya todo esta listo para viajar mañana — anunció, Alicia —. Todos debemos ser puntuales, nos reuniremos en el hangar del Ingeniero Sandoval.

Eso llamó la atención de Keily.

—¿En el Hangar del señor Sandoval? —Preguntó ella, sin entender.

Alicia, sonrió.

—Si, el señor Sandoval, viajará a Las Vegas y se ofreció a llevarnos en su avión privado.

Los murmullos comenzaron a escucharse. Muchos estaban emocionados por la idea de viajar con su jefe y, más aun, en un Jet.

Por su parte, Keily, no se sentía cómoda con la situación.

Alicia, siguió dando las instrucciones del viaje. En esta ocasión, irían varios de los diseñadores, puesto que, sostendrán una reunión con un cliente importante en Las Vegas, que ha requerido los servicios de True Style a través de la sede de Constructora Sandoval en esa ciudad.

—En total somos diez personas, incluyéndome — dijo, Alicia —. La señorita Lombardi, también acompañará al equipo que va a presentar el proyecto del hotel, mientras que yo iré con la señorita Andersson y su equipo para presentar el presupuesto y finiquitar todo lo relacionado a la remodelaciones del casino.

—Habrán varias presentaciones —dijo, Natalia —. Marcia, representará el equipo de Keily.

—Recuerden que solo estarán dos días — agregó, Alicia —. Es decir, ya tienen que estar de regreso pasado mañana.

Todos dieron un asentimiento.

—Esta vez voy asegurar mi proyecto, no dejaré que nadie más intervenga en él — habló, Mara, una diseñadora más.

Nalatia la miró con una sonrisa que dejaba mucho que decir.

—Debes hacer tu mejor esfuerzo — animó, Natalia —. De seguro el cliente elegirá tu trabajo.

—Estoy segura que así será...

Todo los integrantes de la reunión continuaron con su plática sobre el viaje a Las Vegas, los ánimos estaban elevados, pues no sólo irían  por trabajo, querían disfrutar de la hermosa ciudad.

— Tengo hambre — masculló, Elena, a la pelinegra —. Quiero tus tortillas rellenas de pollo acompañadas de la salsa de queso que preparas.

Keily, sonrió.

—No tienes ni una hora que comiste, Elie — susurró, la pelinegra.

Elena, la miró mal.

—Pues no tengo la culpa de tener un tragón en mi estómago — murmuró, indignada, haciendo reír a Keily.

—Veré si te puedo hacer algunas para que las comas antes de irte de viaje.

Elena, sonrió, satisfecha.

—Eres un amor, lindura — soltó, con los ojos brillantes y muy emocionada —. Si puedes, me pones algunas para llevar.

Keily, comenzó a negar mientras reía.

—Te haré todas las que quieras...

—Saludos, damas y caballeros — Interrumpió el comandante Trujillo.

Todas las personas que estaban en la sala, saludaron al comandante quien venía en compañía del ingeniero Marcelo Sandoval, Cristian y otras dos personas más.

Marcelo, los observaba con gesto pétreo, sin ninguna emoción, fue hasta que su mirada coincidió con la de aquella mujer de la cual se había enamorado hace tanto tiempo.

Keily, tragó saliva al mirar ese cielo azul que le brindaban sus ojos. Marcelo, no pudo evitar querer quedarse un poco más disfrutando del paraíso infinito que le proporcionaba la mirada de la pelinegra. Daría lo que fuera por verla sonreír para él.

Mientras tanto, el comandante miró a Alicia quien le sonrió encantada, este le guiñó un ojo sin que nadie se diera cuenta.

—Buenos días, comandante — saludó, una sonriente Alicia —. ¿En qué podemos ayudarles?

El comandante adoptó una postura recta y miró a cada uno de los presentes.

—Señorita Mara Valdes — comenzó el hombre —. Queda usted detenida por el intento de homicidio en contra de la señorita Keily Andersson.

Todos los presentes estaban incrédulos ante las palabras del comandante.

Keily, miró a Mara, quien estaba en un estado de perplejidad.

—¿Qué...?

— ¡¿Fuiste tú?! — gruñó, Elena, confundida y molesta al mismo tiempo —. ¿Cómo fuiste capaz, estúpida?

—No sé de qué me está hablando, señor — dijo ella con temor, estaba nerviosa —. No se que de que va todo esto.

—Queda usted detenida por intento de asesinato en contra de la señorita Keily Andersson y por daños y perjuicios causados en su contra — volvió a hablar el comandante —. Todo lo que diga a partir de este momento será usado en su contra. Tiene derecho a un abogado y si no dispone de este, el estado le facilitará uno.

La mujer comenzó a llorar mientras dos oficiales se acercaban para colocarle los grilletes.

Todos estaban sorprendidos por lo que veían, nadie podía creer que esa  chica pacífica se había atrevido a tanto.

Keily la miraba confundida, se preguntaba el porqué había hecho tal cosa.

—Mara — comenzó la pelinegra, dolida y aun dudaba de que fuera cierto —. ¿En verdad lo hiciste?

La mencionada, miró a Keily con resentimiento, había dolor en la mirada.

—Tú me quitaste varios proyectos, Keily — comenzó a hablar con resentimiento —. Estaba reuniendo dinero para casarme y mi esperanza estaba puesta en los dos últimos diseños, pero entonces el cliente se inclinó a tus bocetos, dejando los míos de lado.

—Sabes bien que los proyectos se nos entregan por parte del gerente, no salimos a buscarlos, Mara.

Ella la miró con desdén mientras unos de los oficiales la sostenía por unos de sus brazos.

—Mi novio se desilusionó tanto conmigo que se enojó y me dejó, Keily — gruñó, con enojo —. Y todo por tu culpa.

—No venga a culparla de algo que ella no tiene nada que ver — intervino Marcelo, por primera vez. Sabia que Keily, si podría sentirse culpable ante todo y eso no lo iba a permitir —. Cada quien es dueño de sus actos y la señorita Andersson solo fue una víctima de sus atropellos y para que este enterada, la empresa también someterá una demanda en su contra por daños y perjuicios a mi empresa y los empleados.

La chica tragó saliva y miró a Natalia con preocupación.

—¡Te juro que voy a...! — comenzó, Elena a caminar hacia Mara con la intención de pegarle, sin embargo, fue rápidamente detenida por Cristian.

—Tranquilízate — pidió en un susurro mientras la sostenía por los dos brazos —. Puedes hacerle daño al bebé.

Elena, lo hizo. Se quedó tranquila, pero su enojo e impotencia era gigante.

—Es una pena que haya llegado hasta este punto, señorita Valdes — habló, Alicia con pesar.

—¡Ella me quito todo...! — comenzó un gorjeo con los oficiales —. ¡Ella me quito mi trabajo! ¡Por ella mi novio se fue!

—No lo hice, Mara — se defendió la pelinegra —. Nunca haría algo así.

—¡Lo hiciste! — gritó.

— Llévese a esta mujer de mi empresa, comandante Trujillo — habló, Marcelo. Su voz era contundente —. No quiero verla nunca más por aquí.

— Asi lo haré, ingeniero — concedió el comandante.

En ese espacio solo se escuchaban los murmullos de los empleamos sobre el tema.

Elena, se acercó a Keily para abrazarla. La pelinegra, solo se sentía confundida ante todo lo que estaba pasando.

—No entiendo nada de esto, no tengo la culpa de lo que ella me acusa.

—El arresto es el primer paso para descubrir el trasfondo de todo esto — se acercó Marcelo, llamando la atención de Keily —. Sabemos que no actuó sola, tiene cómplices y el comandante y yo tememos nuestras sospechas.

—Te juro que yo no tengo nada que ver, es decir, no tengo potestad de quitarle un proyecto a nadie, Marcelo — aclaró, ella. Su preocupación era palpable.

—No tienes que jurar nada, Keily — dijo, él con tranquilidad —. Te conozco y sé que esto no es cosa tuya.

Ella dio un asentimiento.

—¿Te encuentras bien? — Indagó, Marcelo, preocupado.

Ella pasó saliva disimuladamente, tenía lágrimas en los ojos, pero asintió.

—Lo estoy.

Ambos se miraron a los ojos, rindiéndose por algunos segundos, amándose con la mirada. No obstante, su conexión no duró mucho, Keily terminó con ella.

—¿Qué procede ahora? —Preguntó Elena, hacia el rubio.

—El comandante nos dará las indicaciones más adelante — respondió, tranquilo —. Seguiremos con nuestras rutinas diarias hasta que tengamos que comparecer ante el tribunal.

—No se preocupen por nada — Cristian, tomó la palabra —. Todo va a estar bien. Ahora deben concentrarse en el proyecto en Las Vegas.

Keily, soltó un suspiro profundo.

—Gracias por todo — agradeció ella.

Marcelo dio un asentimiento. La miraba, pero nunca intento acercarse.

—Debo irme, tengo asuntos que resolver — dijo el rubio con gesto pétreo —. Con permiso.

Keily, tragó saliva.  Lo extrañaba a morir. Sin embargo, trató de no darle mucha importancia a todo lo que estaba pasando, era algo inútil, pero lo intentaba.

Todos los que habrían de viajar a Las Vegas, se marcharian temprano de la empresa para así prepararse y llegar a tiempo al hangar.

Dos horas más tarde,Keily decide ir a su departamento a recoger algunas cosas que aun no llevaba a la casa de su hermano, ya que ella no tenia pensado mudarse y dejar su pequeña morada.

Al entrar y cerrar la puerta, se encontró con un sobre amarillo, ella arrugó su ceño tomándolo en las manos.

Al abrirlo, su corazón se paralizó al ver la siguientes oraciones hecha con recortes de periódicos.

"Vas pagar todo lo que me hiciste. Estoy pisando tus talones, Keily Andersson".


Keily, pensó que podría tratarse de una broma o quizás que alguien quería asustarla, pero no era normal las llamadas que recibía de diferentes números y de otros países. Lo más desconcertante de todo es que nadie decía nada detrás de la línea, solo se escuchaba una agitada respiración.



♡ 🌟 ♡

🌟 NOTA DE LA AUTORA 🌟

Capítulo nuevo.

Espero le haya gustado.

Creo que estuvo muy largo 😥 ¡Esto no es de Dios!

Las amo mucho con demasiado, mis guerreras. 💕

—Este capítulo se lo quiero dedicar a mi querida frangil2425 espero pueda distraerte por algunos minutos. Recuerda que te quiero mucho y espero que Dios haga su obra dando la conformidad a tu familia y seres queridos.

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