≪•◦ ❈◇Capítulo 69◇❈ ◦•≫


Hoy es un día en donde tengo muchas energías para realizar todos los pendientes, me muevo de aquí para allá finiquitando los detalles para la entrega del proyecto Perla. Ya todo lo que se iba a hacer, pues se hizo, solo quedan algunos detalles de la última casa y Steve, se estaba encargando de ello. Estoy muy emocionada porque todo, hasta el momento, ha salido bien.

Sonreí al pensar en él.

Solté un suspiro enamorado pensando en todo lo que ha pasado.
Esta noche Marcelo y yo, iremos a cenar, me hizo saber que en este espacio hablariamos de nosotros y de nuestra relación. Por fin, hablaremos de nuestros sentimientos de esos que hemos "ocultado", sin éxito. Me muero por decirle que lo amo, pero es más grande mi anhelo el escucharlo de sus labios.

Volví a respirar profundo.

Elena, frunció el ceño con media sonrisa. Miré a mis otros compañeros, me miraban extraños, pero no me importa, estoy más que feliz.

En este momento, estoy en mi oficina con algunos de mis compañeros de proyecto.

— Entonces, ¿Qué es lo que propones que hagamos? —habló, María en mi dirección.

Salí de mi transe enamorado para concentrarme en el trabajo.

— Dedemos buscar las pruebas que digan que Natalia ha cometido esos atropellos con nosotros — dije.

Hablábamos de lo sucedido con Natalia el día de la junta, les prometí a mis compañeros que algo haríamos con todo lo que estaba pasando.

— No puedo creer todo lo que me contaron — manifestó, Elena, molesta —. Si yo hubiese estado ese día ya estaría desenmascarada.

Solté un suspiro lento.

— Hay que hablar con Alice y ponerla al tanto — propuse.

—Hay que esperar que regrese, esta resolviendo un asunto personal, dijo que vendría la próxima semana — informó, Paola.

—Si estas de acuerdo, te acompaño — dijo, Moisés —. Sabes que tengo mucha información que proporcionarle.

Doy un asentimiento.

—Nos avisan si necesitan de nosotros.

Después de unas palabras más, decidimos volver a trabajar y realizar nuestras actividades.

—Kei — llamó, Elena, mi atención —. Necesito que me acompañes un momento.

Frunci el ceño, confundida.

—¿A Dónde?

— A mi coche, no me siento muy bien y...

—Te ves un poco pálida.

—Me hizo daño algo que comí en la mañana — dijo, en verdad no se veía bien —, pero vamos, por favor.

— Esta bien.

Caminamos por los pasillos, hablando de su salud y lo mal que se ha sentido últimamente. En el trayecto, no me pasa desapercibido las miradas que me dan algunas mujeres de aquí.

—No hagas caso a nada de lo que digan, son unas chismosas que no encuentran de que hablar.

Respiré profundo.

—Si, lo sé, pero no puedo evitar sentirme incomoda, no es fácil, Elie.

—Aclara las cosas con Marcelo, Keily — dijo, de repente —. No esperes más, la situación lo amerita.

Sonreí.

—Hoy vamos a ir a cenar — dije, con elevada emoción —. Vamos a hablar de nosotros, eso fue lo que me dijo.

Ella me miró sorprendida.

— ¡¿Van a cenar para hablar de nosotros? Digo... ¿De ustedes?! — chilló, indignada —. ¿Cuándo pensabas decírmelo, Keily Elisabeth? ¿Ya no me quieres como antes? — susurró con los ojos cristalizados, fruncí el ceño —. ¿Ya no me tienes confianza?

Sollozó.

—Elie... —mascullé, preocupada —. No te pongas así...

—¿Cómo no me vas a decir algo tan importante? —lloriqueó y me partió el corazón.

—No, Elena — comencé a explicarle —. Ayer me...

— ¿Ayer?

Lloriqueó más y es tan extraño en ella, no es de esas mujeres que se ponen sensible por todo.

Me acerqué a ella y le explique todo lo sucedido y de un momento a otro, estaba como si nada, me dijo que no entendía su cambios últimamente.

—Trata de decirle todo, ustedes merecen ser felices.

—Lo haré, prometo no guardarme nada.

—Asi mismo debe de ser — volvió ella a decir —. El silencio, en este caso, no es bueno.

Di un asentimiento.

— Es por eso que...

— ¡No puede ser! — chilló, pegándome un susto —. Mira quien viene ahí...

Mire en la misma dirección que ella y no se si reír o llorar de la emoción.

—¿En verdad es él? — Pregunté, incrédula aún teniéndolo a la vista.

Elena y yo, nos miramos y sonreímos hasta más no poder.

—¡Raúl! — chillamos y salimos a su encuentro corriendo.

—¡Mis chicas! — gritó, acercándose rápidamente.

La primera en llegar a él fui yo y, el muy fortachón, me abrazó y levantó para empezar a dar vueltas conmigo. Me siento tan feliz de verlo después de tanto tiempo.

—¡Mi piojo ! — gritó tan contento —. Cuanta falta me hacías, pelinegra traviesa.

— Eres un bandido, Raúl... — dije sonriendo hasta más no poder, aun me tenia cargada.

—Un bandido que las ama, mujeres hermosas...

De pronto, miré hacia la entrada principal de la casa diseñadora y ahí estaba él. Sus ojos azules sobre mi y su rostro libre de expresión, me miraba intensamente sonreí abiertamente hacia él, pues conocerá a mi mejor amigo del que tanto le he hablado. Sin embargo, Marcelo, nunca sonrió, más bien su mirada se endureció y siguió su camino junto a Cristian que se veía muy preocupado.

Mi sonrisa vaciló al verlo de esa manera, pero, Raúl, me devuelve a la realidad al bajarme para ir a abrazar a Elena de la misma manera que lo hizo conmigo.

— Eres un desgraciado —dijo, Elena, mientras lo abrazaba, no pude evitar sonreír —. ¿Cómo desapareces por tanto tiempo?

— Ya no me regañen, ya les contaré los pormenores — dijo, tratando de justificarse —. Pero vengo por ustedes para ir de compras, necesito que me asesoren con un regalo para mi novio y los suegros.

Mordí mis labios.

—No me digan que no pueden — dijo, con tristeza.

—Las dos no podemos salir — informó, Elena —. Estamos trabajando con un proyecto que estamos a punto de entregar y hay responsabilidades.

—¡Qué mal! – lloriqueó él.

— Lo lamento — dije, con pesar —. Pero Elena si puede ir contigo.

A Raul, le brillaron los ojos.

—Pero... — intervino ella.

—No te preocupes, Elie, yo te cubro, no podemos dejar a nuestro loquito solo.

— ¡Eres un amor! — exclamó, Raúl.

Elena cedió y fue con Raúl para apoyarlo con lo que pidió, se fueron con la promesa de que nos veríamos muy pronto para ponernos al día con todo. Mientras tanto, en mi caso, volví a mi pequeño espacio de trabajo y comencé a ultimar los detalles del Perla tres, en unos días debo ir a verificar los trabajos personalmente.

Steve está haciendo su parte ahora, puesto que, se están culminando las remodelaciones exteriores más un quiosco que la señora Mercedes pidió, estoy muy contenta por que este último proyecto quedará fenomenal.

Unos minutos más tarde, voy de camino a la oficina del rubio, quiero compartir con el la noticia de que mi amigo había llegado y que muero por que lo conozca.

Llegué hasta su asistente.

—Hola, Sora — saludé con una sonrisa.

—Me dijo que no dejara pasar a nadie, Keily — ese fue su saludo y fruncí mi ceño.

—¿Porqué tiene una reunión o algo? —Pregunté y ella negó.

—Sólo llegó muy molesto y me dio esa orden.

Que extraño, yo lo dejé bien esta mañana.

—Voy a pasar — determiné.

—Él dijo que...

Comencé a caminar y dejé de escucharla. Atravesé la puerta con una sonrisa, pues cada vez que tenía a Marcelo cerca, no era distinto.

Él estaba sentado en su silla giratoria y fui hasta donde estaba para saludarlo con muchos besos y abrazos, mi sonrisa era palpable. Di un beso tras otro mientras me encontraba inclinada, casi sobre él.

Fruncí mi ceño, mientras que me separaba con lentitud, estaba confundida. Marcelo, no estaba respondiendo a mis besos, no me abrazó como siempre lo hacía.

—¿Qué pasa? — susurré.

No me miraba y eso me confundió mucho más aún.

—No pasa nada — respondió cortante, tragué saliva mientras que me separé por completo de él, me miró rápidamente, para luego apartar sus ojos de mí —. Solo tengo cosas que hacer.

Mi corazón me decía que algo no andaba bien.

—¿Puedo ayudarte en algo? — Pregunté con cautela, pues sé que ahora mismo sus muros están levantándose ante mí, me miró, sin embargo, la desvió a otro lugar nuevamente —. Cualquier cosa puedes decirme.

Insistí.

—Gracias —habló, serio —. Solo quiero estar solo, por favor.

No pude evitar mirarlo fijamente y preocuparme, quiero ayudarlo, quiero estar con él y apoyarlo en lo que sea.

—Marcelo, por favor.

—Quiero estar solo... — volvió a pedir con más ahínco.

Me debatía en lo que debía hacer y lo que no, siempre era lo mismo con él, cuando pasaba algo se cerraba y eso a mi me lastimaba.

Cuando había emprendido mi camino para irme, no pude más, no puedo esperar a que las cosas sucedan.

Giré hasta él y hablé.

—No puedes hacer esto, Marcelo — dije, llegando al limite con esta situación —. Cada vez que tienes un problema te cierras y...

—Keily, por favor, no empieces — advirtió, sin mirarme —. Déjame solo, hablaremos luego, no estoy en condiciones.

Fruncí mi ceño aun más, enderezando mi postura.

—Pues no me iré —hablé con firmeza, aun con mi corazón dislocado. Me miró, Su rostro se contrajo aún más, estaba enojado —. Solo quiero apoyarte, me importas, todo de ti me interesa.

Mientras más lo observaba más tenso se ponía.

—No hay nada de qué preocuparse, te pido una vez más que me dejes solo y luego hablamos —dijo, fríamente —. No necesito nada de ti ahora.

Eso me dolió en el alma.

¿Pero que es lo que le pasa?

Esta celoso, Keilisita...

Puede que este celoso de lo que vio allá fuera, ¿Estará malinterpretando las cosas? Pero de ser así, no debió ponerse de esa manera, debió preguntarme primero, hablarlo conmigo.

Solté un suspiro profundo.

— Esta bien, me iré — dije con calma, eso llamó su atención —. Pero antes debo decirte que lo que viste allá fuera no es...

—No me debes explicaciones, Keily — cortó de tajo y mi pecho se hundió.

Sus ojos están inquietos y su respiración es totalmente irregular, sé que, Marcelo, no está bien

Obviando el dolor en mi pecho hablo, pues ya no quiero seguir esperando a que él se anime a hablar y confiar en mi.

—Yo entiendo muchas cosas Marcelo, entiendo todo de ti. Sé de tus barreras y lo que te afecta abrirte con los demás — dije, rápidamente, siento tristeza, pero la que tiene él en sus ojos es palpable y me duele mucho —. Sé que has sufrido y por eso te cuesta confiar — continúe con un nudo en la garganta —. Te lastimaron y eso te hizo mucho daño, pero... — tragué saliva ante lo que iba a decir, él me miraba intensamente —. Pero yo no soy ella.

Su mirada se endureció en mi dirección, ya no hay vuelta atrás.

—¿De qué hablas? — Preguntó con los dientes apretados, se enderezó en su silla giratoria.

Su mirada era tan dura, jamás me había mirado así.

— Tú sabes bien de lo que te hablo — mascullé con mi mirada cristalizada, ya no puedo más —. Habló de aquella mujer que te dañó y por eso...

— Tú no sabes nada — se defendió, cortando lo que iba a decir, su voz era tan automática, como si no estuviera razonando —. Y no tienes ningún derecho a hablar de eso.

Estaba molesto y dolido.

— Lo sé — dije, rota, nunca dejé de mirarlo —. Pero eso, evidentemente, afecta lo que sea que nosotros tenemos, Marcelo y...

— ¿Y qué tenemos nosotros, Keily? — escupió como huracán destrozando todo a su paso, mi corazón iba tan deprisa y, esta vez, era porque no estaba bien y lo que dijo a continuación, me rompió en mil pedazos —: Tú y yo, no tenemos nada.

Las lágrimas amenazando por salir de mis ojos, pero no las dejo.

Traté de respirar profundo para calmarme, pero no pude. Era demasiado lo que estaba sintiendo, era mucho el dolor.

Sus ojos estaban cargados de desconcierto, de dudas, dolor.

— Pues te cuento que para mi... Es decir — volví a respirar, reteniendo las lágrimas que amenazaban por salir —. Yo... yo si pensaba que entre tu y yo existía un nosotros.

—Keily... — me miró dolido —. Yo...

Sonreí con tristeza, me crucé de brazos, tratando de protegerme de todo este dolor interno, pero era demasiado tarde.

— Yo lo intenté, quise demostrarte que si había alguien dispuesto a luchar por ti — cerró los ojos y los apretó con fuerza, se que no se siente bien, pero no quiero guardar esto por más tiempo, me duele, me destroza —. Nunca pretendí lastimarte, ¿Sabes porqué? — su rostro estaba contraído y sus ojos aún cerrados —. Porque te amo, Marcelo.

Sus ojos se abrieron de golpe y se posaron sobre mi, su mirada es inquieta y un brillo se desprendía de ella, sin embargo, no respondió nada a lo que le he dicho más bien, desvia la sus ojos a otro lugar.

Duele.

Es la primera vez que me atrevo a decirle que lo amo y no dijo nada, tengo tantas ganas de llorar, pero aún así continúe:

—¿No dirás nada? — Pregunté con el alma hecha pedazos, tampoco respondió —. No hace falta que lo hagas, sé que me amas, por lo menos eso fue lo que sentí mientras... — tragué saliva nuevamente, no quería llorar frente a él —. Es lo que sentí, Marcelo, sin embargo, a pesar de eso, no estoy dispuesta a pagar por los platos que otra rompió, me dañas.

— Keily... — murmuró, al tiempo que se ponía de pie.

— ¡No! — le corte, inmediatamente, llevando una mano delante de mi como defensa, aunque la distancia entre los dos era considerable —. No te sientas obligado, ni presionado ante lo que te he dicho — me miró dolido, un nudo aun más poderoso se instaló en mi garganta, pero eso no impidió que continuara —. Entre tu y yo, no sólo había algo, Marcelo, había un todo. Pensé que una maldita etiqueta no era importante, pero me equivoqué.

Quiero decir tantas cosas, pero no puedo. Solo quiero llorar de la impotencia que siento. Doy media vuelta, no quiero estar aquí, ya no más. Sin embargo, pasos agigantados se dirigen hasta mi.

— Espera — soltó con rapidez, tomándome por el brazo sin ser brusco, lo miré y no pude evitar que los ojos se llenaran de lágrimas, los suyos estaban tan tristes —. No te vayas asi, por favor, nena.

Nos miramos y, esta vez, solo podía sentir dolor.

—Me iré — hablé, soltándome de su agarre, pero él me sostuvo el rostro con ambas manos y pegó nuestras frentes.

Ambos cerramos los ojos.

— Escúchame, por favor — murmuró, su súplica, me duele, pero esta vez no.

— No quiero escucharte, Marcelo — murmuré colocando mis manos sobre las suyas que aún estaban en mis mejillas —. No hasta que decidas dejar ir tus miedos, me hables de tu pasado, ¿Quieres hacerlo ahora?

Se separó de mi y me miró. Tragó saliva, trató de hablar, pero no pudo hacerlo, las palabras no salieron.

Me duele tanto. Me alejé de él, tomé mi distancia y eso lo rompió, lo sé porque su mirada azul, mi cielo personalizado, hoy no es tan azul, si no gris.

—Bueno... — respiré luchando por disipar inútilmente, mi nudo en la garganta —. Es bueno saberlo — dije en un susuro y su mirada se posó en mi con mas precisión, estaba dolido, lo sé. Caminé hasta la puerta —. Por fin ya sabré que responder a las personas cuando me pregunten sobre nosotros, sobre lo que se suponía que había entre tu y yo.

— No quise...

No lo quiero escuchar.

— Adiós, Marcelo.

Salgo de la oficina con el corazón hecho pedazos, mi dolor es tan grande que siento como si me faltara la respiración. Lágrimas salen de mis ojos en conjunto con un sollozo y las limpio rápidamente.

A medio camino, me encontré con Cristian, quien al verme, sonrió. No obstante, su sonrisa se desvaneció al mirar las lágrimas que salieron sin permiso, aún se cuese ese nudo en mi garganta, solo quiero liberarlo.

— Kei... — se acercó más, estaba preocupado, colocó sus manos en mis hombros —. ¿Qué te pasa? ¿Qué sucede?

Negué con la cabeza, las palabras no podían salir, pues si hablaba, me iría en llanto —. No puedo.

Seguí mi camino y lo dejé de pie todo confundido, no podía hablar.

Lágrimas bajaban por mis mejillas y estando en el baño, lloré, me duele el alma. No dudo de sus sentimientos hacia mi, solo que su fantasma del pasado no nos deja en paz y es algo que me lastima.

"¿Y qué tenemos nosotros? Tú y yo, no tenemos nada".

Rota, una palabra que se queda corta ante lo que siento en estos momentos.

No sabía que amar doliera tanto, amo a Marcelo Sandoval y daría mi vida por él, pero no puedo con esto, no me hacia bien y no aguanté más.

No sé que tiempo me quedé en ese baño, llorando y pensando lo que haría, pero fue el suficiente para calmarme un poco, tenía el corazón roto, sin embargo, podía contener las lágrimas, ser fuerte era mi única opción, puesto que, yo sabía que el camino que había decidido recorrer no era un asfalto sino uno lleno piedras.

Después de lavar mi cara con abundante agua, la sequé y no podía disimular nada que había llorado. Al ver mi reflejo en el espejo, me dieron ganas de volver a llorar y lo hice.

Volví a mi oficina y, gracias a Dios, pasé desapercibida por el equipo de trabajo. Me encerré allí y me puse a trabajar. Al cabo de una hora fui llamada por Alice, me dijo que teníamos otro proyecto en puerta, uno es la remodelación de un casino en Las Vegas y otro en una casa aquí mismo en México, pero fuera de la ciudad.

Nos pusimos de acuerdo y yo iría a evaluar las condiciones de las propiedades y lo haría con dos miembros del equipo.

Lastimosamente, Elena, solo fue contratada para el proyecto Perla, y me da mucho pesar que tenga que dejar la empresa.

Suspiré y salí de la oficina, los chicos estaban en su labor.

—¿Cómo vamos por aquí? — Pregunté.

Ellos me miraron y dijeron que todo marchaba bien. Sin embargo, Moisés, me observó por más tiempo y frunció el ceño, solo espero no haga la pregunta detonante, no quiero volver a llorar.

—Todo va excelente hasta el momento — dijo él.

Di un asentimiento.

—En unos días, iré a ver los avances, creo que ya estaremos listos en una semana a excepción del kiosco.

— El Ingeniero Torres, dijo que solo necesita una semana y media para concretizar esa parte — dijo, Ricardo —. Eso quedará espectacular.

Socialicé con mis compañeros de trabajo sobre el mismo proyecto. Un poco más tarde, me dirigí a donde Alicia, necesito salir más temprano.

Una vez me dio el permiso, llamé a Don Juan, el taxista, para que pasara por mi.

Llegar a la casa en donde tenia tantas semanas devolvió, o más bien, intensificó aquel nudo que traía en mi garganta.

Lágrimas rodaron por mis mejillas al revivir los recuerdos que tengo con él.

Salí del taxi y entré a la casa, le pedí que me esperara. Abrí las grandes puertas y entré, me dirigí al segundo piso y comencé a recoger todas mis cosas.

No sabia que podía sentir tanto dolor dentro, revivir todo aquello que me dijo me estaba matando, un sollozo estruendoso salió de mí.

Me siento tan derrotada.

Mirar nuestras fotos juntos, nuestros recuerdos y todo lo que vivimos en este espacio, me destrozaba.

Una hora después, ya tengo mi equipaje listo, solo llevé aquellas cosas que traje conmigo, no pude evitar llorar mientras hacía mis maletas.

Observé aquel buró, en donde él guardaba ese anillo y la foto, me dirigí a él entre lágrimas. Abrí aquel cajón y, para mí sorpresa, todo estaba ahí, pero había algo nuevo, una carpeta color negro con unas grandes letras, llevaba mi nombre. Limpié mis lagrimas, más no he podido disipar esa sensación de llorar, la tomé en mis manos y la abrí.

No puedo evitar caer sentada en la cama y llorar como una estúpida mientras comenzaba a leer el contenido.

Era una investigación sobre mi, Marcelo había mandado a investigarme, el informe es de hace unos tres meses.

Eso quiere decir que tenía dudas de mi, que no confiaba en mi...

Sollocé.

Cuando me disponía a seguir leyendo, Martina entra a la habitación con una canasta en las manos. Se pegó un susto al verme y mucho más en ese estado, observó las maletas. Corrió hasta mi y no pude evitar abrazarla y llorar en silencio. Ella no dijo nada solo me abrazó de manera maternal.

—Niña... — masculló, preocupada.

Me separé de ella y la observé.

—No digas nada — murmuré con un nudo en la garganta.

Ella me miró y en sus ojos reflejó preocupación, tomó la carpeta que aún estaba en mis manos, la revisó.

—¿Dónde encontraste esto?

Le señalé el mismo buró de siempre, ella formó una línea recta en los labios, sus pensamientos iban rápidamente.

— Esto tiene una explicación — dijo, rápidamente, mirándome.

Sonreí, sin querer hacerlo.

—Seguramente — dije, en un susurro —. Pero no la quiero.

—Niña, por favor — insistió —. No te vayas asi, esto no es lo que parece.

—Lo siento — murmuré, dolida, al tiempo que la miraba —. Ya he tomado una decisión, además, no es solo por eso que tienes en las manos, son muchas cosas y lo sabes.

Ella trató de insistir, pero era inútil, ya había decidido irme.

Recogí lo que era mio y bajé mis maletas con ayuda de Martina. De camino al taxi, me encontré con Mirian.

—¿Qué pasa, Kei? — Preguntó, confundida, mirando mis maletas —. ¿Ya te vas?

Sonreí, normal en su dirección.

—Si, es hora de volver a casa —dije, con una tranquilidad que no sentía.

Sus ojos se entristecieron.

— ¿Pero por qué? — Preguntó, alarmada y con un deje de tristeza—. No...

— Ya esta decidido —manifesté del mismo modo que antes, pero tengo tantas ganas de llorar, sin embargo, me las arreglé para sonreír —. Pero nos seguiremos viendo a menudo.

Martina, se había mantenido en silencio todo este tiempo.

—No voy a insistir en que te quedes, Keily, porque para hacerlo tengo que tener claro algunas cosas — dijo, seriamente.

Traté de respirar profundo, pero mientras más lo intentaba, más grande se hacía el nudo en la garganta.

— Es hora de irme — dije, omitiendo lo que dijo mi querida Martina —. Me despiden de Thomas, díganle que extrañaré sus chistes de siempre.

—Solo tú podrías reír de esos chistes tan malos — dijo, Martina, haciéndome reír un poco.

—No seas mala, nana — dije, sonriendo levemente —. Son realmente buenos.

Ella sonrió al igual que Miriam. Después de eso, se hizo un silencio, llegó el momento de partir.

No pude emitir una sola palabra, solo volví a abrazarlas y luego de unos minutos, me fui. Mi pecho se sintió en un puño cuando el taxi iba hasta la salida de la Mansión Sandoval. Evoqué aquellos recuerdos que viví en las últimas semanas y solo sirvió para romperme más de lo que ya estaba.

Llamé a Elena, quería saber donde estaba. Fui directamente a su departamento con todo y maletas, necesitaba a mi amiga.

Le conté todo lo que había ocurrido, no pude evitar irme en llanto al recordar todo.

—Calma, Kei — masculló, Elena, preocupada. Ella me abrazaba, tratando de reconfortarme —. Estoy segura que él no quiso decir nada de eso.

Sollocé.

—No quiero verlo — dije, con un nudo en la garganta —. No quiero escucharlo...

Lloriquié, apretando más a Elena.

—Tranquila, nena — se apresuró a decir —. No lo harás, no te preocupes.

Me separé de ella para mirarla.

— Me duele tanto aquí —coloqué una mano en mi pecho mientras las lágrimas bajaban por mi rostro —. Sabia que corría peligro de ser lastimada, pero no imaginaba que esto doliera tanto...

—Calma...

—Me dijo que no teníamos nada... —me rompí, Elena sobaba mi espalda —. Pero yo idealicé todo con él, me hice un mundo y...

—Sé que estas dolida, Kei, pero Marcelo, te ama, nena...

Negué.

—No me hables de lo bueno — lloriquié —. Dime lo malo e idiota que es...

—Es un maldito idiota —gruñó —. Un idiota que está loco por ti, amiga.

—No lo defiendas — murmuré.

— No lo hago, nena —dijo, sobando mi espalda —. Es un idiota y quiero patear sus bolas y su trasero.

—Ay, Elie... — sollocé entre lágrimas —. Me duele tanto...

Lloré mucho, quería hacerlo hasta que no hubiera más lagrimas que derramar.

No sé en qué momento las cosas se torcieron. Ver a a Keily destrozada, me duele tanto, mi amiga merece lo mejor del mundo, pero al parecer, hay un ser poderoso moviendo los hilos de su vida y se está empeñando en hacerle pasar esta mala experiencia, al igual que a mi.

Habían pasado varias horas desde que había llegado, ya era de madrugada, sus ojos estaban tan tristes que me rompió el alma. Ahora se encontraba dormida, después que me habló de lo que había pasado una y otra vez, se rindió. Bueno... con algo de ayuda, puse un poco de tranquilizante en un vaso de jugo que tomó obligada por mi.

Tengo miedo que ella vuelva a reaccionar mal y vuelvan sus temores.

Al otro día, se levantó y me echó un pleito, pero no se veía nada bien. Era sábado, no había que ir a trabajar, se dio un baño y volvió a meterse a la cama, se prohibía a ella misma llorar, pero le era inevitable que salieran algunas lágrimas.

Marcelo llamó a mi celular, pero no le respondí, no quería decirle por teléfono todo aquello que se merece por idiota, pero ya nos veríamos las caras.

Juro que me va a escuchar.

Suspiré mientras que abria mi bolso para buscar aquello que llevo varios días evitando, miré el objeto y una ola de pánico azotó todo mi ser. Cuando estaba a punto de tomarlo en mis manos, el timbre de mi departamento hace que detenga mi acción.

Suspiré nuevamente y me dirigí a abrir la puerta. Me sorprendió bastante encontrar a Marcelo Sandoval, de pie tratando de ocultar sus grandes ojeras detrás de su semblante serio. Se encuentra perfectamente arreglado, no disimulaba nada el agotamiento que trae consigo.

—Buenos días, Elena.

Me crucé de brazos, mientras que mi rostro reflejaba mi descontento con todo lo que estaba pasando.

—Buenos días, Marcelo — dije, seriamente —. Aunque para ser sincera no sé que tienen de buenos.

Nos miramos a los ojos por algunos segundos y al ver que no diría nada más, habló.

—¿Podemos hablar? — Preguntó y lo pienso por algunos segundos.

Keily, se encontraba en la habitación y no quería verlo, pero, simplemente, no podia dejar de escucharlo, puesto que, por más que quiera darle una patada por el trasero, no podía.

—Claro que podemos — dije, con la misma postura de antes —. Puedes pasar.

Me hice a un lado para que lo hiciera.

—Necesito verla — fue lo primero que dijo —. Estuve tocando la puerta de su departamento toda la noche, no me moví de allí pensando en que lograría hablar con ella, pero no fue así.

Solté un suspiro lento.

—Ella no quiere verte por el momento — informé de inmediato, deshaciendo el amarre de mis brazos. Aún estamos de pie —. Creo que debes respetar su decisión.

Sus ojos azules me miraban, en ellos, podía ver la desesperación.

—Necesito explicarle que...

— Ella necesita más que una simple explicación de lo que pasó, Marcelo, y lo sabes — le interrumpí, mirando sus ojos, Keily, no merece nada de esta mierda —. Esta vez fuiste muy lejos y creo que hace falta que alguien te lo diga.

— Lo sé y eso me esta matando — masculló, dolido.

—Sé que no tengo derechos a inmiscuirme en tu vida, pero no me voy a detener en decirte un par de cosas — dije, con voz recta —. Keily, estaba consciente en donde se metía, sabía que tu tenias barreras, al igual que ella, te entendía y, cada vez que algo ocurría, se ponía en tu lugar obviando las palabras hirientes a causa de los muros que levantas...

—Lo sé...

—No, al parecer, no, Marcelo — le interrumpí, rápidamente —. ¿Acaso Crees que fuiste el único que tuviste que luchar contra barreras, con situaciones fuertes? — tragó saliva y nunca apartó la mirada de la mía —. No, no fuiste el único. Keily, también lo hizo, sabía que podía salir herida, pero eso no la detuvo a luchar por ti.

El rostro del rubio, reflejaba dolor.

—Tú sabes lo que ella significa para mí — dijo, en un susurro —. Lo es...

—Ella es quien necesita saberlo, Marcelo — volví a interrumpirle y esta vez con calma —. No es Cristian, no es su hermano, no soy yo quien debe tener certeza de tus sentimientos, es ella.

—Nunca quise lastimarla —murmuró con dolor.

— Todo el que te conoce y te ha visto con Keily, sabe que no quieres hacerlo, pero lo haces y creo que es suficiente para que dejes ir tus miedos.

Pasó sus manos desesperadamente por su rostro.

— Quiero verla — pidió, desesperado y negué con la cabeza.

— Esta vez tendrás que esperar porque ahora es ella quien no quiere verte.

— Por favor, Elena — insistió.

— Lo siento, pero se hará como ella quiera y dijo que no quería verte.

Él sabía que no cedería. Tragó saliva y dio un asentimiento.

— No voy a rendirme — soltó con firmeza.

— No esperaba menos — manifesté —. Aunque, tendrás que esforzarte mucho para lograr tu objetivo.

— Haré lo que sea — dijo —. Dile que necesito hablar con ella, sé que ahora se encuentra muy molesta y muy dolida conmigo, pero que no hay nada en este mundo que me haga rendir. Voy a volver a buscarla.

—Lo haré — aseguré y dio un asentimiento.

— Gracias, Elena.

— No hay de qué.

Se hizo un silencio y comenzó a caminar hacia la puerta, miró a su alrededor, no quería irse, sabía que el amor de su vida se encontraba cerca.

Una vez se retiró, vi a Keily salir del pasillo, sus ojos llorosos me hicieron saber que había escuchado la conversación. Me apresuré a ella y la abracé, ella me necesitaba, sus sollozos eran incesantes, estaba dolida.

— Es un Idiota... — dijo entre lágrimas.

La abracé fuerte y traté de reconfortarla, ella no merece esto.

~○♡○~

Han pasado varios días desde que Keily, llego a mi departamento destrozada. Había ido a trabajar y ha evitado totalmente encontrarse con Marcelo, en verdad quedó muy dolida después todo eso.

Ahora mismo nos encontramos en mi casa, bueno, en la casa de mis padres.

—¿Pero por qué no me lo dijiste antes, Elie?

—No estabas en condiciones, Kei... — dije, mirando a mi amiga, estamos en un camastro, en el área de la piscina —. No tengo valor de hacerme esa prueba sola, amiga.

Ella sonrió con empatia.

—Aquí estoy contigo para apoyarte— manifestó con una sonrisa sincera, tenía días que no sonreía —. Ahora ve y vamos a salir de dudas.

—¿Qué voy a hacer si es positivo? — Pregunté, tengo tanto miedo.

—Vamos paso a paso, saldremos de dudas y luego ya veremos lo que hacemos.

Di un asentimiento, respiré profundo y me dirigí al baño para terminar de una vez y por todas, con esta incertidumbre. Hago lo que tengo que hacer para luego ir con Keily.

—Solo debemos esperar unos minutos — dije —. Estoy asustada.

Keily, sonrió.

—Es bueno que te vayas preparando mentalmente, Elie.

— Créeme, estoy tratando de hacerlo desde que me di cuenta de la falta de mi período.

— Tú eres un desastre con eso — sonreí, por la forma en que lo dijo —. No ves la regla casi por dos meses, los médicos no han podido regular eso.

Sonreí.

—Si — respondí —. Por eso me confíe, ya es mucho tiempo es un poco más de tres meses el retraso.

Lo que más me gusta de Keily, es su transparencia, por más que trate de ocultar sus emociones, no puede. Ahora se que esta totalmente preocupada por la reacción que yo pueda tener si todo esto sale cierto.

— Dios... es mucho tiempo.

Di un asentimiento.

— Me di cuenta de todo esto hace alrededor de tres semanas debido a las preocupaciones y de más. Sin embargo, no fui muy valiente en hacerme la prueba.

Mi amiga, soltó un suspiro profundo.

— Todo va a estar bien — animó con una sonrisa —. No te preocupes, no estas sola.

—Lo sé, nena — respondi.

Tragué saliva. De estar embarazada, mi vida daría un cambio drástico y más aun, que el padre está a punto de casarse.

No pude simplemente ignorar los latidos de mi corazón al acercarme al objeto que descansaba sobre el lavabo.

Mi corazón se aceleraba en cuanto más me acercaba y es entonces cuando pasa...

—¿Qué pasó? —escuché a Kei, detrás de mí.

Giré hasta ella, mis ojos estaban cristalizados, un mar de dudas se levantaron sin piedad dentro de mí.

—Estoy embarazada — mascullé.

Keily y yo nos miramos a los ojos y ninguna de las dos supo que decir.

— Elie... — murmuró, mientras se acercaba para abrazarme.

Un sollozo salió de mí, sabía que algo extraño pasaba con mi cuerpo, pero me negué a la posibilidad de estar embarazada, más bien, no quería confirmar aquello.

¿Ahora que voy a hacer? Tengo tantas preguntas sin respuestas.

— Estoy aterrada... — sollocé y Keily, me abrazó más.

— Escúchame — pidió mientras se separaba un poco y me miraba —. Sé que ahora... — sonrió, le brillaban los ojos —miras las cosas desde un punto de vista diferente al mio, es algo nuevo para ti, pero esperas un bebé y eso es una bendición de cualquier forma en la que llegue — inconscientemente miré mi estómago que aún se encontraba plano y sonreí —. Sé que ahora tienes miedo, pero todo estará bien, estoy más que segura de eso, además eres una mujer hecha y derecha, todo va a estar bien.

— Pero su padre...

— Su padre es un buen hombre, Elena...

— Me engañó — sollocé mientras volvía a llorar recordando todo —. Me duele tanto lo que me hizo.

— Lo sé, Elie, pero tu misma me has dicho que si en todas las historias solo hubiera felicidad, entonces sería...

— Un cuento de hadas — terminé por ella, sonreí aún con mis ojos cristalizados —. Pero mi historia llegó a su fin, el príncipe azul de mi cuento va a casarse con una mujer que ha sido su prometida por años.

—Me has dicho que odias los cuentos de adas — dijo, con una sonrisa.

—Eso es cierto — confirmé con una sonrisa, mientras limpiaba una lágrima.

—También me dices que no todo es lo que parece... — dijo dubitativa y fruncí mi ceño al ver su mirada, algo ocultaba —. Debes de saber que las cosas pueden mejorar más adelante y...

— ¿Sabes algo más que yo no sepa, Kei? — apretó sus labios y desvió la mirada —. Definitivamente, me estas ocultando algo.

Tragó saliva.

—Lo único que sé es que Cristian te quiere Elie.

—Bonita forma de querer.

Keily volvió a sostener mi mano.

—Tendré un sobrino — dijo, con una sonrisa gigante, es la primera en muchos días. Pues ella también pasa por un proceso difícil.

— O sobrina — dije, asustada, asimilando poco a poco la noticia —. Voy a tener un bebé...

Abracé nuevamente a mi amiga. Esta noticia me tenia con todos los sentimientos encontrados.

— Y yo voy a estar contigo en todo momento, hermana querida.

No pude evitar llorar nuevamente durante varios días hasta que asimilé totalmente la noticia, pues no es fácil enfrentar un embarazo sola.

Estoy embarazada, no esperaba tener un bebé en mucho tiempo, pero aquí está y voy a dar lo mejor de mi.

En la oficina había mucho movimiento el día de hoy, pues haríamos a checar los últimos trabajos del Perla tres. Me siento más que satisfecha, ya que hemos culminado con ese proyecto en tiempo récord.

— Keily, querida — llamó Alicia, mi atención —. El señor Tito, los esperará en la camioneta a eso de las dos de la tarde.

Di un asentimiento.

—Yo me iré por separado — dijo, Elena —. Tengo algo que hacer antes y no creí llegar a la empresa para irme con ustedes, pero si llegaré.

—Esta bien, linda — dijo, Alicia —. Yo iré también, pero llegaré antes.

Las tres nos pusimos de acuerdo y hablamos del proyecto. Alicia, nos informó que Mercedes piensa dar una fiesta de inauguración de sus casas, se siente más que satisfecha y feliz.

El equipo estaba reunido, abordando la camioneta que se nos había asignado desde un principio. Observariamos cada detalle, no queremos que se nos escape nada.

Unos cuarenta minutos después, nos encontramos en la casa, entramos y nos separamos para revisar todo.

Llegué al quiosco y sonreí de lo perfecto que quedó. A una distancia prudente, observé a Steve conversar con unos de los obreros, me acerqué a él.

—Hola — saludé y el giró su rostro, sonrió al verme.

— Kei, ¿Cómo has estado? — saludó, contento.

—Estoy bien — dije, con una sonrisa —. Veo que tu también lo estás.

—No me puedo quejar.

—Me da gusto —manifesté, sinceramente.

Sonreí de boca cerrada, mientras miraba lo bien que estaba quedando todo.

— ¿Te gusta cómo va todo? — Preguntó.

—Por supuesto, esto esta quedando increíble — confesé, sincera, observando el lugar.

—¡Ven! — pidió, sonriente, sosteniendo mi mano —. Te muestro todo.

Me dejé llevar por él mientras me explicaba cada detalle del quiosco al tiempo que tomaba nota para la decoración final, solo faltaba esto. En el trayecto, miré a Elena, dando algunas órdenes a los que estaban acomodando unos artículos de la casa.

—Debemos ir a cenar y luego bailar — ofertó con una sonrisa —. Elena, Raúl, tú y yo. Hay que recordar viejos tiempos.

Sonreí.

—Te enteraste de que anda por estos rumbos, ¿Verdad? — sonrió —. Lo he visto poco estos días, anda muy ocupado con algunos asuntos de su familia.

—Si — respondió con la misma sonrisa —. Me lo encontré por casualidad y me platicó.

Sonreí.

—En fin, me dará gusto compartir con ustedes como en los viejos tiempos.

Seguimos platicando sobre lo que haremos el día que logramos juntarnos y, del mismo modo, hablamos de la obra, me informó de unos pequeños detalles que tomó en consideración. Es hasta que desvié la mirada, en verdad, me hubiese gustado no hacerlo, puesto que, aquellos ojos azules que me hicieron sucumbir, coincidieron con los míos y quisiera decir que mi corazón se quedó quieto, que no sintió nada, sin embargo, latió tan fuerte que dolió.

Tenia días tratando de bloquear cualquier tipo de pensamientos que se tratara de él, fue prácticamente imposible, puesto que, todo me recuerda su presencia en mi vida.

Ambos nos quedamos conectados, en ese estado de hipnosis que mayormente se da entre nosotros. Tragué saliva y unas ganas de llorar se acumula en mi garganta al recordar sus crudas palabras.

Me duele... me duele y mucho el alma.

Me obligué a mi misma a retirar la mirada y volver a prestarle atención a Steve, quien continuaba hablando de algo que no entendí.

Al cabo de unos segundos me disculpé, no podia con ese peso tan atroz de la mirada de Marcelo Sandoval en mi espalda, pues, aunque no podía verlo, podía sentirlo.

Salí por el lado opuesto del jardín, sintiéndome una cobarde, pero fue inútil, no logré evitarlo.

—Espera, Keily — escuchar su voz despues de tanto tiempo, hizo que mi piel se erizara.

Tragué saliva.

Me detuve en seco y mi corazón dolido, latió tan fuerte esta vez.

No dije nada.

—Mírame, Keily — pidió —. Por favor.

No quiero, no quiero... Sin embargo, se colocó frente a mi y lo vi, ese cielo azul que corroe mi alma, me miraba insistente. Su traje impecable, su barba de días lo hace ver tan varonil, no obstante, su rostro y, sobretodo, su mirada luce tan cansada.

Al nuestros ojos coincidir, una ola de sentimientos se desata. Tragué saliva disimuladamente y enderecé mi postura y hablé:

—¿En qué puedo ayudarle, señor Sandoval? —mi voz salió normal, una empleada dirigiéndose a su jefe.

Tragó saliva y un rastro de dolor cruzó por su mirada.

—Necesitamos hablar, por favor — dijo, mirando mis ojos. Me duele y no quiero escucharlo —. Quiero pedirte...

—¿Tiene alguna observación sobre los resultados del trabajo realizado? —interrumpí, rápidamente, si habla de lo nuestro, no podré con tanto.

Sus emociones me daban a entender que mi actitud lo había herido, en el trayecto, me he lastimado yo también.

—Sabes que no es eso de lo que quiero hablarte — dijo, en un susurro —. Te extraño mucho.

Tragué saliva.

Aunque me lo niegue a mi misma, yo también, pero no se lo haré saber.

No quiero verlo, no quiero escucharlo, estoy tan dolida.

Ver su cielo azul estar tan triste, me rompe.

No dije nada.

—Por favor, perdóname por lo que pasó — dijo, desesperado.

—No hay problema — dije, mirando sus ojos cansados, mi rostro estaba libre de expresión.

Tragó saliva ante mí frialdad.

—Nena...

—Si no tiene algo que objetar sobre la remodelaciones realizadas, me retiro.

Estoy por dar media vuelta cuando vuelve a hablar:

— Esto no puede acabar así, Keily — masculló, dolido.

Lo miré, no dudaría que mis ojos se encontraran cristalizados.

—No pudo acabar algo en donde nunca hubo nada, ¿No lo cree, señor Sandoval?

El dolor surcó sus ojos y me dolió mucho más a mí, pero no puedo más con esto.

Comencé a caminar hasta donde estaba mi amiga quien al verme se sorprendió mucho, la abracé y lloré a escondidas.

Soy una estúpida, si, lo sé, pero no puedo con tanto. Luego, de un tiempo prudente, me calmé y realicé mi trabajo. Me encontré con Mónica quien se alegró mucho al verme, quiso hablarme, sin embargo, la ignoré.

Evité rotundamente, encontrarme con Marcelo, pero me fue imposible, no hablamos de nada, no había de qué, por lo menos yo no.

Después de unas horas regresamos a casa y decidí volver a mi departamento, no pude aguantar y derramé un par de lágrimas, todo me lo recuerda a él.

Al día siguiente,  comenzaron los rumores en la empresa, no sé cómo se enteraron tan deprisa de la situación.

"Unos de los jefes fue seducido por Keily y este después de obtener lo que quería la abandonó".

"Keily salió una interesada, por eso el ingeniero Sandoval, la dejó".

Le salió el tiro por la culata, no pudo conseguir nada con el jefe. ¡Qué vergüenza!

Nos salió una gatita muerta...

Si fuera ella, ya hubiera renunciado...

Me dolía todo esto porque nada de lo que se decía era cierto.

—No me gusta la cara que estoy mirando en este momento — Interrumpió, Cristian, mis pensamientos.

Estaba en mi oficina, en mi silla de escritorio, no me di cuenta cuando dejé de trabajar.

Solté un suspiro profundo.

—Cris — mascullé con una media sonrisa —. ¿Qué te trae por aquí?

Se sentó de manera descuidada en una de las sillas para visitantes, me miraba preocupado.

—Vengo a ver a mi amiga — dijo, sin más —. Quiero que me digas como estas.

— Estoy bien — dije, tratando de convencerme a mi misma de que era cierto.

Sonrió.

—No tienes que mentirme, Kei.

Tragué saliva.

—No quiero hablar de eso, por favor — pedí, seriamente.

—Soy tu amigo y quiero decirte que cuentas conmigo para lo que sea — expresó —. Sé que no estas bien, ninguno de los dos lo está.

—Gracias —dije, sonriendo empatica —. Sin embargo, no quiero hablar de Marcelo Sandoval.

—Necesitas escucharlo —aconsejó.

—No lo haré —dije, dolida —. Por lo menos no hoy, ni mañana y por favor, no hablemos de él.

—Pero...

En eso la oficina fue abierta dejándonos ver a Elena, quien trae unos documentos en las manos, más bien, son unos bocetos.

Cuando su mirada y la del castaño se cruzaron, vi tanto amor y dolor en ellos que no pude evitar sentirme mal por todo lo que nos estaba pasando, no solo mi historia estaba atravesando un camino de arenas movedizas, sino la de ellos también.

¿Quién tendría tanta crueldad para hacernos esto?

—¡Oh! ¡Hola! — dijo, al vernos. Elena es admirable, actúa con tanta naturalidad ante su situación —. Kei, estuve llamando a tu celular para preguntarte si me acompañabas al lugar que te comenté.

Solté un suspiro profundo.

— Recuerda que no tengo celular, Elie — dije, recordando que dejé todo lo que Marcelo me regaló en su casa —. No he tenido tiempo de ir a comprar otro.

— Es cierto, se me había pasado — soltó con una sonrisa —. Toma esos son los bocetos que me pediste para un casino.

Cristian se mantenia en silencio, admirando a Elena, se le veía tan enamorado.

—Si, ya los míos también están listos, al igual que los de María y Marcia — agregué —. Así tenemos varias opciones para mostrarle al cliente.

— Disculpen — intervino, Cris —. Pero debo retirarme. Con permiso.

Elena, tragó saliva disimuladamente al verlo ponerse de pie y caminar hacia la salida. Sabía en lo que estaba pensando. Ella también la estaba pasando mal y, peor aún, con un bebé abordo.

—Es propio — manifestó, Elena.

Cristian se detuvo frente a ella y la miró intensamente para luego sonreír.

— Estas más hermosa que nunca, mi estrellita — dijo, en un hilo de voz —. Tus ojos tienen algo especial últimamente.

Elena no supo que decir, ni yo tampoco. El castaño, volvió su mirada hasta mi y se despidió para luego marcharse.

— Es un maldito estúpido, lo odio — gruñó, Elena, cruzándose de brazos. Unos segundos después, suspiró —. Debo sentarme, estoy muy nerviosa.

Sonreí.

—Lo que dijo fue tierno, digno de un hombre enamorado — mascullé.

Giró los ojos.

—Si quieres que hablemos de hombres enamorados...

—Mejor vamos — la interrumpí, rápidamente, imaginando por donde iba —. Te acompaño a ese misterioso lugar.

Ambas salimos de la empresa y, media hora después, ya estábamos en el ginecólogo, Elena vino a revisar todo lo de su embarazo. En este instante, me estaban haciendo un ultrasonido. Elena y yo ubicamos el celular de ella en un punto estratégico para grabar todo, queríamos tener todo grabado.

—Todo marcha favorablemente — comenzó la doctora moviendo el aparato —. Tienes doce semanas de gestación.

No pude evitar sonreír al ver la cara de Elena, mirar a su bebé.

—¿Doce semanas? — Pregunté, incrédula.

Elena, sonrió.

— Es mi bebé, Kei, es mi bebé — soltó, emocionada, con una lágrima en los ojos —. Esto es hermoso, voy a tener un bebé.

— Seré la tía más amorosa del mundo —no pude evitar llorar de la alegría —. Lo prometo.

—No entiendo porque no me ha crecido tanto el vientre — dijo, la pelirroja —. He aumentado un poco de peso, creí que el pequeño crecimiento del mismo era producto de mi desorden alimenticio.

— Algunas mujeres primerizas, tienden a durar más tiempo para que se le note el embarazo — agregó la doctora —. Sin embargo, no diras lo mismo dentro de unas semanas.

—Te verás más hermosa, Elie — expresé, sonriente.

—Kei, estoy que no lo puedo creer...

— Debes creerlo, Elena — habló la doctora con una sonrisa —. Mira aquí — señala la pantalla —. Estas son sus manos, sus piernas, estan en pleno desarrollo. El feto, tiene prácticamente todos sus miembros y órganos internos ya casi formados.

— Esto es increíble — dijo, Elie.

— Aquí esta su corazón y en un momento escucharan sus latidos.

Elena, estaba totalmente emocionada, ni se diga yo.

De pronto, los latidos del corazón del bebé, comenzaron a escucharse por todo el lugar. Tenía tiempo que no sentía tanta emoción.

Elena y yo, comenzamos a reír como locas, al tiempo que limpiabamos algunas lágrimas.

—Es el sonido más hermoso que he escuchado en mi vida — dijo, Elena.

— Lo es... — murmuré, sonriente, mirando la pantalla —. Estoy muy feliz con mi sobrino.

La doctora le dio varias indicaciones a mi amiga y puso algunas vitaminas también le habló de su alimentación. Después de un tiempo prudente, ya hemos terminado de comprar algunas cosas en la farmacia y fuimos a una cafetería.

Ambas estamos en silencio, aun asimilando las cosas que nos estaban pasando. Platicamos un poco sobre lo que ella piensa hacer a partir de ahora, en verdad esta muy asustada, pero ha aceptado todo con mucha madurez.

Elena quizo ir a mi departamento, quiso pasar el resto de la tarde y la noche conmigo, comimos de todo un poco, decidimos entrar a la cocina y preparar nuestros antojos. Sonreí al ver a Elena, ya era casi toda una experta en la cocina.

Respiré profundo mientras mirábamos la televisión en la habitación para visitantes, pues aquí dormimos las dos, tenía días que no me sentía bien interiormente, pero estar con mi amiga me ha ayudado bastante, aunque aun sigo con el corazón roto.

Al cabo de dos horas, el timbre de mi departamento suena, me pongo de pie para abrir la puerta y nunca pensé que fuera él.

—Hola, niña — dijo, mi viejo querido.

—Thomas —mascullé, sonriente —. Ven, pasa, por favor.

— Siempre me ha gustado mucho como se siente cuando se traspasan las puertas de tu casa — manifestó, entrando al lugar, sonreí —. ¿Cómo estas, niña?

Sonreí.

—Estoy bien, mi viejo —dije —. Tu te ves muy bien.

Sonrió al tiempo que soltó un suspiro lento.

—Me siento bien — me miró al tiempo que se sentaba —. Pero no vine a hablar de mi.

Tragué saliva, no quiero hablar del rubio idiota. Al parecer, se dio cuenta y, bueno, sonrió.

—A mi no me dirás que no quieres hablar de Marcelo, niña, porque a eso es que vengo.

—Thomas...

—No, niña, no... — intervino con calma —. Para poder sanar debemos hablar sobre lo que duele, solo debemos elegir bien con quien hacerlo.

Un nudo volvió a instalarse en mi garganta.

—Me duele —dije, en un susurro.

—Lo sé, niña, y tengo tanto pesar por eso — dijo, lamentando la situación —. No voy a negar lo terco que es el hombre que he criado — dijo, seriamente —. Pero te ama, niña y ahora no se encuentra bien.

Dios...

—Lo sé — mascullé, dolida —. Y créeme que me duele que él esté de esa forma, pero ya no más. Me lastimó.

—Él no quiso, hacerlo.

— También estoy consciente de ello, pero sus barreras, sus miedos, me han alcanzado.

—No ha tenido una vida fácil — volvió a justificarlo.

—Yo tampoco, Thomas — dije, determinada —. Nadie más que yo sabe lo que es luchar contra situaciones difíciles, cada dia he tratado de que todo aquello que he vivido, se quede ahí en el pasado, he luchado por lo que he querido y... — jugué con mis dedos mientras pensaba lo que iba a decir —. Y muchas cosas no han salido como he querido y me he lastimado en el proceso.

—Eso último lo dices por Marcelo, ¿Verdad? — no dije nada, no era necesario —. No quiero que estén peleando.

Suspiré.

—¿Él te envió aquí? —Pregunté en un susurro —. Para que hablaras conmigo.

Negó.

—Me envió para que te trajera algunas cosas que habías dejado — expresó, sinceramente —. La decisión de hablarte fue mía.

Tragué saliva.

—¿Qué cosas...? — Pregunté y, en eso, el viejo, se puso de pie, abrió la puerta, uno de los mensajeros de la casa Sandoval, estaba fuera con algunas cajas y aquel peluche gigantesco que, Marcelo, ganó para mi en aquella feria en San Francisco —. Yo...

—Te manda a decir que estas son parte de tus cosas, que son importantes y que las dejaste en casa — informó, firme —. Que quería traerla él mismo, sin embargo, te daría el espacio que le pediste, pero teniendo en cuenta que no va a rendirse y luchará por ti.

Mi corazón enamorado, latió tan fuerte ante su mensaje. No fui capaz de decir una sola palabra y una lágrima bajó, rápidamente, por mi mejilla, pero la limpié.

No quiero sentir nada, pero es imposible no hacerlo cuando hubo tanto. Me acerqué para tomar el gran oso de peluche y colocarlo en el sofá junto a la pequeña maleta que me había mandado

—Gracias, Thomas - mascullé.

—Eres mucho Keily Andersson, te lo dije hace mucho tiempo, ¿Lo recuerdas? —dijo con una sonrisa —. Y por lo tanto, mereces muchísimo más de lo que la vida pueda darte.

—No digas eso, viejo —dije.

—Cuando tuve aquel accidente, hace ya mucho tiempo, todo el que estaba a mi alrededor, se limitó a grabar lo que pasaba, pero tu te acercaste, llamaste una ambulancia y fuiste conmigo al hospital en contra de la voluntad del que en ese entonces fue tu novio, el joven Diego.

Sonreí.

— Eso lo haría cualquier persona, viejo.

—Puede que sí, pero en ese momento, solo lo hiciste tú y vivo eternamente agradecido, Keily Andersson. Así que, no hay nada que no haga por ti, porque aparte de eso que hiciste, eres puro amor, niña.

Sonreí con mis ojos cristalizados.

—Tú eres puro amor, Thomas —dije mientras lo abrazaba —. Si te hubiese hecho caso aquella vez cuando me dijiste que tuviera mucho cuidado con Diego...

Nos separamos.

—Estabas enamorada — dijo —. Es normal que no lo hicieras, pero quiero que por favor escuches atentamente lo siguiente — tomó una postura seria —. Te aconsejo tomes el tiempo que quieras, pero habla con el cabezota de Marcelo cuando te sientas lista, aun así sea para cerrar un círculo y salir adelante — lanzó, así, sin más y tragué saliva —. No es bueno que las cosas queden inconclusas por miedo a salir herido una vez más.

Sé que el viejo tiene razón, en algún momento tengo que hablar con Marcelo y lo haré cuando me sienta preparada.

Hablamos un poco más, también me entregó un lonch enviado por Martina, Elena se pondrá muy contenta. Al cabo de media hora más, se marchó de aquí.

Fui a abrazar mi peluche con un gran tamaño, huele a él.

—Thomas te tiene un gran aprecio, Kei — dijo, Elena, entrando a la sala.

Sonreí.

—Yo también —manifesté.

— Huele a comida... — soltó rebuscando —. ¡Dios, tengo hambre!

Al encontrar el lonch, la abrió y se puso a comer. Mientras tanto, abrí la maleta y lo primero que veo es una carpeta, la pongo a un lado para abrirla después.

En la maleta estaba parte de la ropa que más usaba cuando estaba en casa, mis utensilios de dibujos y, por último, el celular que me había regalado.

He tratado de bloquear cualquier pensamiento sobre él, es mi forma de protegerme, pero es imposible que lo haga.

Lo amo.

Luego, volví a tomar la carpeta en las manos, la abrí y, para mí sorpresa, eran fotografías mías junto al rubio. Las reconozco, son todas aquellas que habíamos tomado con su celular, las imprimió todas.

Las emociones se levantan dentro de mi y todas las mariposas en mi estómago vuelven a levantarse.

Al fondo de la carpeta tiene un mensaje corto que dice:

"Doy lo que sea por más días así, solo contigo".

Sonreí al verlas. No sé en qué momento, Elena llegó hasta mí.

—Marcelo puede que sea un idiota, Kei — masculló, a mi lado —. Pero ese hombre te adora, amiga.

Solté un suspiro profundo, no voy a negar que si demostró sus sentimientos, pero también fue muy duro conmigo, aunque fuera inconscientemente, de una manera u otra, sabía que me lastimaba.

No quiero pensar en nada más, porque no quiero salir más herida de lo que ya estoy.

—Mejor vamos a cenar — dije, cerrado la carpeta en mis manos y colocándola en la mesa —. Si fue que dejaste algo de lo que envió Martina.

Hizo una cara triste.

—Quería que me prepararas unas tortillas de esas que tienen el relleno completo, Kei —masculló, la pelirroja.

Abrí la boca como una O.

—¿Pero aún tienes hambre? — mascullé y puso ojos de cachorro al tiempo que daba un asentimiento de cabeza —. Prepararé tus tortillas, Elie...

—Eres un amor, mi Kei — chilló, feliz, haciéndome reír.

—Solo te aprovechas porque esperas un bebé — dije, al tiempo que me ponía de pie par ir a la cocina.

Ella rió fuerte mientras me empujaba.

—Solo un poco...

Preparamos las tortillas entre risas, haciendo anécdotas sobre situaciones de la universidad y eso, no hablamos de cosas tristes, fue bueno su antojo.

Así pasaron varios días, Elena y yo, no nos separamos ni un instante, creo que estoy malcriando mucho a bebé en camino.

Recibí una llamada de mi madre, viene en unos días a quedarse conmigo por una semana.

Ahora nos encontramos en la oficina, ultimando algunos detalles del viaje a Las Vegas.

—Tengo que hablar con él, Kei — soltó de repente y la miré confundida —. Aún se haya comportado como un idiota, debe saber que esperamos un bebé, tiene derecho a saberlo.

Sonreí, estando muy de acuerdo con ella.

—Sé que va ha casarse y no quiero nada de él, pero no quiero convertirme en lo que más odio, una persona mentirosa.

Suspiré.

—Cristian, merece saber que va a ser papá — dije.

—Eso no puedo negárselo — agregó.

—Me siento tan orgullosa de ti — dije, feliz por ella —. Has tomado las cosas con tanta calma.

Sonrió.

—Pero tengo tanto miedo, Kei — sollozó con los ojos cristalizados.

Corri para abrazarla.

—Todo va a estar bien — animé —. Es normal sentir miedo, estas viviendo una nueva etapa de tu vida, pero eso no debe detenerte a luchar, Elie.

—No sabes cuanto te quiero y agradezco el que estés aquí.

—No agradezcas nada.

Sonrió, más tranquila.

—Voy a llamarlo y ha terminar con esto de una buena vez — expresó tomando su celular —. Solo espero que responda.

Coloca el celular sobre el escritorio y lo pone en altavoz. Cuando el celular emite el segundo tono responde:


—¡Elena! ¿Estas bien?

La pelirroja, tragó saliva y se removió. En mi caso comencé a sonreír.

—Si, gracias — logró decir, normal —. Solo te llamaba para saber si podemos hablar personalmente de algo importante.

Se hizo un silencio.

—Ahora estoy en una pequeña reunión en el restaurante Spasso, ya casi voy a culminar, si quieres voy...

—No, no... — Interrumpió, Elena esta nerviosa —. Yo iré hasta allá, si estas de acuerdo.

— Claro — aceptó, el castaño inmediatamente —. Creo que en media hora es suficiente.

— Perfecto...

Elena estaba muy nerviosa y no es para menos, hoy le diría a Cristian que sería padre. Me pidió que la acompañara al restaurante, dijo que me necesitaba cerca y así lo hice, nunca le diría que no.

Las dos continuamos hablando un poco más hasta que llegó el momento de irnos, el restaurante donde está Cristian, no se encuentraba muy lejos, está como a quince o veinte minutos de la empresa.

Una vez en el restaurante, alguien nos recibe en la entrada.

— Saludos, señoritas. Bienvenidas a
Spasso, ¿Tienen reservación?

Elena y yo sonreímos cortes, hacia el chico.

— Hola —respondió, Elena —. El señor Cristian Serrano, nos está esperando.

—Muy bien — dijo, el chico —. Vengan por aquí, por favor.

Comenzamos a caminar detrás del chico.

—Estoy muy nerviosa — expresó, Elena —. Solo espero que se lo tome con calma, aunque no me importa, solo quiero que sepa que tendrá un hijo, pero que yo me haría cargo.

—Debes tranquilizarte — aconsejé —. Estas haciendo lo correcto.

Ella se detiene y me mira.

—Necesito un abrazo de la única persona que me entiende en este mundo.

—¿Y quién es? —Pregunté a punto de reir...

— ¡Ven aquí, Kei! — me abrazó con fuerza, ella ha manejado mucho últimamente

—Estas muy expresiva últimamente.

Se hace un silencio por algunos segundos, sentí a Elena tensarse.

—Es una zorra — soltó de repente.

Me separé de ella totalmente confundida y miré en la misma dirección que ella. Es entonces cuando pasa...

Una ola de tristeza azota mi alma al visualizar la escena que esta frente a mi.

A una distancia de unas tres mesas, se encuentran Marcelo y Mónica, y no solo eso, ella lo está besando.

Inconscientemente, di dos pasos hacia atrás.

— Espera, Kei — masculló, Elena, mirando hacia ellos —. Fue ella que...

No puedo moverme, mi corazón se hundió al pensar en todo lo vivido y en las palabras de la misma Mónica.

"Vine a llenar el vacío que yo misma dejé".

Marcelo, separó a Mónica de él como si le quemara y miró en la misma dirección que lo hacia Cristian, perplejo, hasta donde estábamos nosotras.

Sus ojos estaban cargados de desconcierto, los míos deben reflejar la pura decepción a todo esto.

Elena me dice algo que no logro escuchar, no me había dado cuenta que estaba caminando hacia la salida. No me siento bien. Dentro de mi tengo esa tormenta con sabor a derrota, me odio a mi misma por haber tenido tantas expectativas con él.

—¡Keily, espera! — me tensé en el momento, al escucharlo.

No me detengo, sin embargo, me toma por el brazo haciendo que gire rápidamente y, es tanta la rabia y el dolor que siento que le propiné una cachetada.

Marcelo se quedó muy quieto, observándome, vi dolor en sus ojos al mirar los míos.

—¡No vuelvas a tocarme nunca más! — exclamé, dolida —. ¿Me escuchaste?

—Necesitamos hablar — dijo, seriamente.

Negué con la cabeza.

—No — respondí, tragando el nudo que tenia en la garganta —. Ya has dicho y hecho suficiente, Marcelo.

La desesperación se reflejaba en su mirada. No quiero escucharlo.

—Por fav...

—No me busques, por favor — pedí en un susurro y con el corazón hecho pedazos.

—No me pidas eso, nena.

Lágrimas bajan por mis mejillas.

—No llores, por favor — pidió, tratando de acercarse.

—No te acerques — pedí, retrocediendo.

—No voy a permitir que te vayas pensando lo que no es...

Se acercó a mi y quiso tocar mi cara y no pude evitar soltar otra cachetada en su dirección.

— Keily...

Mordí mis labios y apreté mis puños, estaba desesperada, el dolor hablaba por mi.

—Debes de escucharme — insistió.

Cerré los ojos.

—Lo siento — mascullé, abrí los ojos para mirarlo, su rostro reflejaba desconcierto —. No debí hacerlo... no debí pegarte, no hay razón.

—No tienes porque...

—No hay razón para reaccionar de esta manera — le interrumpí, dolida —. Porque entre tu y yo no hay nada.

En nuestras miradas conectadas, en esta ocasión, reinaba el dolor, la decepción, la confusión.

—Kei...

Mónica estaba detrás de él, me miraba con una sonrisa triunfante. Detrás se encontraban Elena y Cristian, se veían totalmente preocupados.

Apreté los ojos con fuerza para tomar valor y hablar:

—No quiero hablar contigo, no quiero verte, no quiero escucharte — escupí una palabra tras otra, por mis mejillas aun corrian las lagrimas —. Y como una vez me dijiste que cumplirias cualquier cosa que te pidiera — esta vez no pudo ocultar sus emociones —. Te pido que te alejes, Marcelo Sandoval.

Nos miramos por algunos segundos más hasta que di la media vuelta para caminar en busca de un taxi. Sin embargo, escuché la voz de Elena, me pedía que esperara que ella me llevaba y en realidad la necesitaba, estoy destrozada.

Unos minutos después, vamos en el coche en total silencio, las lágrimas silenciosas bajan por mis mejillas sin permiso.

Pienso en todo lo que viví y todo lo que di. Sabía que en mi lucha por conquistar a Marcelo había la posibilidad de salir lastimada en el proceso, pero nunca imaginé que doliera tanto.

Una vez en el departamento, me desahogue y lloré.

—¿Será qué me equivoqué, Elena? — dije con el corazón hecho pedazos mientras lágrimas incesantes bajaban por mis mejillas —. ¿Nunca me amo y me hice ilusiones como una estúpida? ¿Fue eso lo que pasó?

Llevé ambas manos a mi rostro, entre sollozos.

—Debes calmarte, Kei —pidió, Elena, con lágrimas en los ojos —. Tu sabes que eso no es así, no te maltirices pensando cosas que no son...

—¿Entonces...? — sollocé al tiempo que descubría lentamente mi rostro —. ¿Porqué me dijo que entre nosotros no había nada, Elie? ¿Qué fui? ¿Un juego... su amante? — un nudo poderoso se instaló en mi garganta —. ¿Qué fui para él, Elena? Ya yo sé nada...

Me senté en el piso para poner mi rostro en sus muslos, ella acariciaba mi cabeza con ternura mientras dejaba que sacara todo.

—En el restaurante, vi cuando ella...

—No quiero verlo, no quiero escucharlo y por favor, no me hables de él...

—Pero debo de explicarte que...

—Por favor, Elena — pedí, suplicante.

—Esta bien...

Lloraba desconsolada pensando en todo lo que había pasado con el rubio ¿Me engañé a mi misma?

—La besó, Elena...

El dolor surcó mi alma.

—Ella me dijo que ella llenaría el vacío que él tenía...

Elena solo me escuchaba en silencio.

—Me duele...

Fueron muchas las lágrimas derramadas esa noche y los siguientes días. Mi dolor por todo esto era de tamaño desproporcional.

De lo único que estoy segura es que todo lo que podía haber existido entre Marcelo y yo, ya no existe más.

Lo único que quiero es borrar cada recuerdo de mi vida con él y arrancarlo de mi alma de raíz.

Ya no más junto a Marcelo Sandoval.



◇ 🌟 ◇

🌟 NOTA DE LA AUTORA 🌟

Capítulo nuevo.

Espero les haya gustado.

Confieso que escribir este capítulo me ha dolido en el alma y al momento de corregirlo fue el mismo resultado, es increíble como un escritor llega a amar los personajes que ha creado.

El cuarteto, me duele muchísimo, pero lamentablemente no hay nada que hacer. *insertar risa malévola*

— Recuerden que los amo mucho con demasiado y que ustedes son todo lo que están bien y un poco más. 💕

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