°°•☆ ••°°Capítulo 66°°••☆•°°
Han pasado varios días desde aquel accidente en True Style, ahora me encontraba en casa de Marcelo, tengo cuatro días para ser exactos. Mi madre y Jason, se fueron el día de ayer, vieron que mi recuperación era favorable y se marcharon. Despegar a mi madre de aquí fue bastante difícil, pero era necesario que se fuera, tiene Neumonía, no es severa, no obstante, tiene que cuidarse debido a su condición.
En esta casa estoy más que consentida, es tanto así que no me quiero ir. Martina, hará que engorde por las deliciosas comidas que prepara y, para ser honesta, no me importa, me encanta comer.
Thomas, viene a verme todos los días, hace sus chistes y yo tengo que reír hasta más no poder. En cuanto a mi amiga, Mirian, ella aún no sabe que estoy aquí, esta con una amiga que había llegado reciente a Mérida y fue con ella a pasar unos días. En fin, aquí me siento de maravilla.
¡Ah, sí... Marcelo! Alias el amor de mi vida.
En cuanto a Marcelo Sandoval, se ha comportado más amoroso de lo normal, al parecer, cree que soy una niña, siempre está al pendiente de que si me tomé los medicamentos, que si comí a mis horas, que si dormí... De todo, está ahí para verificar que todo esté bien, dice que mi recuperación es lo más importante.
¿Debiera de sentirme extraña aquí teniendo otro lugar donde ir? Pues podría, sí, pero no, no es el caso.
—Niña, Marcelo, está al teléfono — dijo, Martina, entrando a la gran habitación —. No te muevas, yo te lo alcanzo.
Casi giré los ojos.
—Sabias que puedo moverme sin ningún problema, ¿Verdad? — solté con media sonrisa.
Ella sonrió, igualmente.
—Sí, pero no queremos que te esfuerces, dulzura.
Tomé el teléfono con una sonrisa en el rostro.
—Hola — saludé.
—¿Cómo está la mujer más preciosa e impresionante de todo el universo y sus alrededores?
Mis mejillas, se calentaron, efecto que solo él causa en mí.
—Estoy bien...
—¿Sí? — me interrumpió —. ¿Ya merendaste?
Sonreí.
—Unju... — murmuré.
—¿Qué significa eso?
Sonreí.
—Merendé una ensalada de frutas con crema de leche — dije, con alegría —. Me pondré como un tanque de guerra, si siguen consintiendo mi apetito.
Escuché su risa ronca.
—Serás el tanque de guerra más precioso del universo entero.
—Oye... — protesté, a punto de reír.
Lo escuché reír.
—Siempre serás la mujer más preciosa del universo, aunque estés como un tanque de guerra.
Eso me hizo reír.
—De seguro no me querrás...
—No digas eso — lo escuché decir —. Eres preciosa, Keily, pero no es tu belleza física la que llama mi atención, la interna es la que me cautiva.
No hizo falta su presencia para sonrojarme hasta el límite.
—Eso quiere decir que lo tengo cautivado, señor Sandoval — me atreví a decir.
Martina, que estaba cerca organizando algo, sonrió con picardía, sus ojos brillaban, mirándome.
—Definitivamente, señorita Andersson — dijo, suavemente —. Y otras cosas más.
Casi grité de la emoción.
—Eso quiere decir que me quieres — lancé de una buena vez.
Por algunos segundos, nadie habló. No pude evitar sentirme nerviosa.
—¿Tú me quieres, Keily? — Preguntó, de repente.
Mi respiración se detuvo por algunos instantes, aun con el corazón dislocado, apreté fuerte el teléfono antes de contestar.
— Es mucho más que eso, Marcelo.
—Entonces, Keily, yo no te quiero... — dijo, suavemente e hizo una pausa para luego continuar —. Es mucho más que eso.
Sonreí, aun con los nervios de punta.
—Me da gusto escuchar eso — le hice saber.
—Sin embargo, creo que ya lo sabias.
No pude evitar sonreír nuevamente, Marcelo, siempre buscaba la manera de decirme lo que siente.
Seguimos hablando por más de una hora. Sin embargo, tuvimos que cortar porque era hora de una reunión.
Se encontraba en Cancún, resolviendo la situación del accidente. Me informó que ya se habían restablecido las comunicaciones.
Suspiré recordando mis días en el hospital.
La segunda noche que pasé en el centro de salud, le rogué que se fuera a descansar, en verdad se veía muy agotado, sin embargo, se negó. Dijo que, si no se quedaba en la habitación, lo haría en la sala de espera, pero que no se iba. Eso me llenó el corazón.
Fran Irene y Elena, ofrecieron quedarse, ya que, Jason, había ido por mi madre, quería explicarle las cosas para que no se preocupara de más.
Lo cierto es que esa noche, me encontraba mejor, Marcelo y yo, aprovechamos para habla un poco. Sonreí al recordar aquella plática.
Estaba rodeada de mucha gente, mis amigos y seres queridos, me acompañaban, es tan gratificante darse cuenta o, más bien, reafirmar el valor de la amistad por parte de cada uno de ellos. No me han dejado sola ni un momento, esta habitación parece un gallinero, una enfermera ha entrado dos veces para que hagamos silencio.
Horas más tarde, las visitas que tenía, uno a uno fue abandonando la sala, hasta que solo Marcelo quedó aquí. Elena y Fran, quienes se quedaron, salieron de la habitación, dejándonos solos, alegando que iban por un café.
Eso fue sospechoso, Keilisita...
Sí, es cierto.
Vi y escuché el rubio, hablar por teléfono, era con el abogado que atendía su caso en Cancún, al parecer no eran buenas noticias. De pronto, me miró y pidió al receptor del otro lado de la línea, hablar en otro momento del asunto.
Se acercó a mí, con media sonrisa de boca cerrada. Lo miré, no le devolví la sonrisa, esperando que me dijera algo del tema, más no lo hizo. Es así como entro en el mismo dilema de siempre con Marcelo, no sé qué preguntas de su vida personal le incomodarían.
Nosotras somos parte de su vida personal, Keilisita. No tengas miedo a preguntar...
Y mi conciencia tiene toda la razón, pero...
—¿Qué quieres preguntar? — indagó, Marcelo, mirándome. Miré y comencé a jugar con mis dedos, pensando en que decirle —. Anda, dime que es lo que pasa por esa cabecita.
—¿Cómo estás tú? — Pregunté, de repente —. ¿Cómo va el asunto legal con el accidente en la obra?
Su mirada seguía puesta en mí. No esperaba que le preguntara del asunto.
—No debes preocuparte por eso ahora...
—Pero lo hago, Marcelo — dije, seriamente sin apartar mi vista de él —. Quiero saber... quiero saber si no corres ningún peligro de ir a la cárcel.
Sonrió.
—El abogado está trabajando en ello, pero creo que todo saldrá bien, hoy se descubrió un dato importante y nos servirá para demostrar que la empresa está libre de culpa de las acusaciones de los familiares.
Solté un suspiro profundo al tiempo que sonreí ampliamente.
—No sabes la tranquilidad que me dan tus palabras —manifesté con más alegría de la que quise mostrar, sus ojos azules como el cielo, brillaban aún más —. Por un momento pensé lo peor y... ¿Estás seguro de que está todo bien? ¿No hay peligro?
—Bueno, una que otra rebeldía mía tendrán sus consecuencias, pero ya veremos lo que sucede. Creo que con pagar algunas multas se resuelve.
—Me da mucho gusto — expresé mientras alcanzaba una de sus manos para apretarla.
—Gracias por preocuparte — dijo, tocando mi mano, acariciando mis dedos mientras nuestras miradas seguían conectadas —. Pero quiero que ahora estés tranquila y que descanses.
Negué con la cabeza.
— Quiero que hablemos de otro tema, Marcelo.
Me miró y pudo darse cuenta de qué hablaba.
—Prefiero hablarlo después, —respondió, normal, aun no quiere tocar el tema—. No te preocupes por eso.
Ah, no, eso sí que no...
— Quiero que lo hablemos, por favor...
—No.
—Está bien — cedí —. Pero quiero decirte que no me quedaré en tu casa — eso llamó su atención y me miró con más ahínco —. No, hasta que aclaremos las cosas, porque no me voy a sentir cómoda.
— Eso no está en discusión, te quedarás conmigo y en mi casa — habló con el ceño fruncido.
Casi me hizo reír, parece un niño haciendo berrinches.
—No, no lo haré si no me siento cómoda y lo sabes, Marcelo — me analizó y supo que hablaba en serio —. Solo debo decirle a Jason que busque a alguien que se quede conmigo.
—No te cuidarían como lo haría Martina, el viejo o yo, Keily.
Sonreí de boca cerrada.
— Lo sé, pero es lo que hay.
Soltó un suspiro derrotado.
—Hablemos, Keily — cedió, no muy contento —. No quiero que estés incomoda estando conmigo.
Sonreí un poco.
— ¿Aún estás enojado por lo que pasó? — Pregunté, directamente, sin rodeos —. ¿Por eso no me buscaste más?
Me miró, seriamente.
—Estuve muy molesto, Keily — habló, tranquilamente —. No me gustan las mentiras.
—No mentí, te oculté la verdad — dije, mirándolo seriamente.
—Y por ocultarla, trataste de hacerlo — se defendió y tiene razón —. Tú hiciste una promesa que no cumpliste.
Bajé la cara avergonzada.
—Lo siento mucho, Marcelo — dije.
Volvió que tomar mi rostro por el mentón para levantarlo.
—No quiero que te disculpes, ya eso pasó, incluso creo que tuviste tus razones para no decirme, quisiste evitarme problemas, créeme, me puse en tu lugar — dijo con calma y tiene razón en lo que dijo —. Además, no fue por eso la falta de comunicación hacia a ti, admito que estuve muy enojado los primeros días, pero no iba a dejar de hablarte por eso.
—En verdad así fue, no quise provocar otras peleas con Diego, no quiero que tengas problemas con tu familia.
—Lo único que quiero es protegerte — dijo —. Además, no eres la causa de los problemas entre Diego y yo. Eso viene desde hace mucho años atrás.
—Pero yo...
—Fuiste su novia, eso también es parte del pasado, pero lamentablemente él no entiende con palabras que no debe acercarse a ti y mucho menos para hacerte daño — esto lo dijo con los dientes apretados —. Y si vuelve a hacerlo...
—Ya no lo hará — me apresuré a decir, poniendo una mano sobre la suya.
— Eso espero — dijo.
Se hizo un silencio entre los dos. Pensé en todos los días que estuvimos sin hablamos. Desvié la mirada, pensando en cómo le preguntaré.
El giró mi rostro por el mentón.
—Dime.
Solté un suspiro lento.
— Dijiste que me llamarías y...
— Te llamé muchas veces al teléfono de tu casa, era el único medio que tenía para comunicarme — dijo, seriamente, fruncí el ceño confundida —. Te llamé casi todas las noches sin obtener respuesta tuya, Kei, dejé varios mensajes en el buzón.
Mordí mi labio inferior pensando en todos los pensamientos que tuve durante todos estos días. Quiero golpearme la cabeza por tonta...
—Estuve con Elena todo este tiempo, fui a casa, pero nunca me detuve a escuchar los mensajes del teléfono — dije, sintiéndome una despistada —. Lo lamento muchísimo.
—Ya eso pasó — me dijo y lo miré porque sabía que algo más diría —. Lamento mucho la reacción que tuve antes de marcharme aquel día.
Suspiré.
—Sé que entre tú y yo pasan muchas cosas, Marcelo, pero te voy a pedir que si ocurre algo que nos incomoda lo hablemos, la comunicación es fundamental.
— Tienes razón, lo siento mucho, mi cielo — dijo, llevando una de sus manos a mi mejilla —. Pero quiero pedirte una vez más que no me ocultes las cosas, no importa lo que sea quiero que lo hables conmigo, ¿De acuerdo?
Suspiré, mirándolo.
—De acuerdo.
Sonrió.
— Ahora, ¿Estas más tranquila? — Preguntó, acercándose a mí, sonreí al instante.
—Sí, lo estoy — mascullé, mirando sus labios.
—¿Estamos bien? — indagó, aún más cerca, él también mira mis labios.
—Unju...
Sus labios se unen con los míos, llevando alivio a mi ser, todas mis emociones se levantan de tan solo tenerlo cerca. Le respondo el beso dulce que me da y es tanto lo que él siente que yo también puedo sentirlo.
— Te he extrañado tanto — me dijo, nuestras frentes estaban unidas —. Aquel día en la sala de reuniones, salí a buscarte a tu oficina, pero ya te habías ido, supuse que molesta por haberte hecho esperar.
Fruncí el ceño, separando nuestras frentes.
— Fui a buscarte y ya te habías ido — le dije. Su rostro se contrajo, confundido —. Te dejé un mensaje con Sora.
—No me dijo nada — dijo seriamente —. Además, estaba en la empresa, solo que le di la orden de que no estaba para nadie, seré más específico la próxima vez porque para ti siempre estoy y estaré.
Mis mejillas se sintieron calientes. Él sonrió.
—Me imagino que estabas resolviendo el problema de Cancún — dije, pensando en todo lo que vivimos esos días —. Todo esto solo fue una falta de comunicación grave.
—Eso es imperdonable — masculló, al tiempo que volvía a besarme, continuó hablando entre besos —. Mañana, te secuestraré y llevaré a mi guarida.
Sonreí.
—Con mucho gusto me dejo llevar a su guarida, señor secuestrador — dije del mismo modo.
Seguimos dándonos amor en esa habitación, solo con besos, mimos y abrazos.
—Estas tan enamorada, niña — dijo, Martina con una sonrisa.
—¿Tanto se me nota, nana? — Pregunté, sonriente.
—Si, a leguas y con unos kilómetros más.
Ambas sonreímos.
Platicamos de Mirian, regresa en unos días y yo feliz, es una buena chica, le he tomado mucho aprecio.
Martina me habla un poco de su vida y como ha criado a Marcelo durante todos estos años.
Las horas pasan rápidamente, he tenido la visita de Elena casi todos los días, pero pronto tendrá que salir de viaje nuevamente, creo que esta vez vendrá para que viajemos juntas a la gala que se efectuara en las próximas semanas.
Cristian también ha venido y me sorprendió bastante ver a Elena tan tranquila frente a él, tratarlo normal, como si nada hubiera ocurrido, pero lo que no se puede negar es la distancia tan grande que se nota entre los dos. Es decir, se hablan, pero como dos personas conocidas que nunca han tenido problemas.
Pasaron dos días, esperaba impaciente a la mitad de las escaleras a que una figura totalmente imponente atravesara las puertas de la casa.
Y al fin lo veo abrir la puerta, me pongo de pie y, como puedo, bajo las escaleras, giró su rostro y se sorprendió mucho al verme correr hacia él. Dejó todo lo que tenía en las manos y me atrapó en sus brazos, los míos fueron directos a su cuello. Me levantó y dio una vuelta conmigo sobre él.
—¡Qué falta me hiciste! — masculló, haciendo que miles de mariposas hicieran de las suyas en mi estómago.
—Yo también te extrañé, mi a...
Hago silencio inmediatamente, antes de que exprese aquello que he mantenido oculto sin éxito. Aún me sostiene en sus brazos y al ver que me he detenido, me miró inexpresivo.
—¿Qué ibas a decir, Huh?
Un escalofrío se apoderó de mí.
—Que... que yo también te extrañé, mil años. — mentí, sin saber lo que dije.
Me miró por algunos segundos y sonrió.
— Eres mala mintiendo, Keily — me reprendió mientras que caminaba conmigo hacia el sofá —. Pero lo dejaremos así, por ahora.
Gracias a Dios.
Se sentó en el sofá y yo quedé sobre su regazo. Él volvió a hablar:
—Hablé todos los días con el doctor y, cada uno de ellos, me dijo que estabas bien y hoy me ha dicho de los dolores de cabeza que has tenido — me removí un poco —. No me dijiste nada, Keily.
Sonreí.
— Marcelo Sandoval — le hablé con una sonrisa en modo de reprimenda —. Estabas en un proceso delicado y si yo te decía que me dolía un dedo, eras capaz de tomar el helicóptero y volar hasta aquí.
Su ceño estaba fruncido.
— Eso es cierto — confirmó, seriamente —. Pero debiste decirme...
— La próxima vez te lo diré — dije mientras le daba un piquito en la boca —. Además, mírame, el doctor quitó el vendaje.
Sonrió.
—Sí, me di cuenta — me miró —. Te ves mucho mejor y más preciosa. Esos pantaloncitos, no ayudan mucho a mi autocontrol, nena.
Mis mejillas, se calentaron.
—Eres un pervertido...
—Solo contigo — dijo, al tiempo que atrapaba mis labios para besarme.
Que me bese y corresponderle, simplemente no tiene precedentes, es tanto lo que siento.
—Ya llegaste, mi niño — Interrumpió, Martina, con malicia, nos separamos lentamente —. ¿Cómo te fue?
La señora maliciosa, da un beso en la frente de su hijo. Él le cuenta como le fue y, luego ella le dice las novedades.
Al rato estábamos en la habitación de Marcelo, estaba desempacando sus maletas.
—Te traje esto — extendió una bolsa hacia mí.
Me quedé mirándolo, su rostro estaba tan relajado, tan tranquilo. Me acerqué y tomé la bolsa.
—¿Qué es? — Pregunté con una sonrisa mientras miraba dentro.
— Míralo tú misma.
Desempaqué todo lo que había, lo primero que extraje fue una caja con un celular muy costoso
—Marcelo... —reprendí.
— No puedo esperar tanto para hablar contigo — dijo, normal —. El tuyo se rompió el día del accidente y quise traértelo.
—Pero no...
—Sigue viendo el contenido de la bolsa — me interrumpió.
Suspiré y seguí viendo lo que había.
Levanté la cabeza de golpe y él estaba sonriendo.
— Eres un exagerado.
— Es para que te pongas uno todos los días — se defendió
Se trataba de siete shorts cortos con sus franelas o suéter, de cada color hay uno.
—Eres un pervertido — dije, sonriendo —. Muchas gracias, cielo.
Sus ojos brillaron más.
Nuestra conversación continuó en la habitación luego de ahí, nos fuimos a comer al gran jardín, Martina y Thomas, nos acompañaron, los días en esa casa fueron pasando y ya pronto mi licencia médica, se terminaría, ya que el doctor dijo que las secuelas de la intoxicación han cedido y que la herida de la cabeza estaba cerrada.
Ahora me encuentro viendo televisión en el cine de esta casa, aquí están Lisbeth, Cristina y Elena.
—No sé para qué elegiste esa película — murmuró, Cristina, hacia Elena, mientras comía palomitas —. Hay demasiada violencia.
Todas sonreímos. Elena había elegido una película relacionada a la guerra y soldados.
—No quiero nada romántico, con las otras dos que vimos al inicio fue suficiente.
—Ya está por terminar — dijo, Cristina y me toca elegir.
—Eres un pan de Dios y así será la película — murmuró, Liz.
—Bueno... — masculló, Elena —. Caras vemos y corazones no sabemos, en ella, se aplica ese dicho.
Todas reímos.
—Se terminaron las palomitas — dijo, Cristina.
—Iré por ellas — propuse, poniéndome de pie.
Las chicas ni caso me hicieron, se quedaron viendo la película y platicando entre ellas. Voy a la cocina y me pongo a preparar las palomitas. Martina, quien llega de pronto, me regaña, dijo que debí pedirlas, que no debía molestarme, después de mucho discutir entre las dos, voy con las chicas.
De camino, veo como la puerta principal se abre dejándome ver a Mirian. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, ella me miró extrañada, seguro no esperaba encontrarme aquí.
—Amiga... — grité, emocionada.
—Kei... — se apresuró hasta mi para fundimos en un abrazo —. Ya las extrañaba al igual que nuestros juegos de cartas.
Sonreí más.
— Yo también...
—Pero ven, vamos a la cocina, allí continuamos nuestra platica que Marcelo, ha llegado.
Mi corazón latió fuerte.
—¿Ya llego? — casi sonreí.
—Sí, llegue — respondió el rubio precioso —. Buenas tardes.
Mirian lo miró cautelosa.
—Buenas tardes —respondimos las dos juntas.
—Marcelo — comenzó Mirian —. Mi amiga aquí es Keily — sonreí, divertida —Kei, él es Marcelo.
—¿Cómo estás, preciosa? — saludó, el rubio mientras se acercaba, mirándome con evidente diversión.
Ella lo miró extrañada.
—Estoy bien, señor Sandoval — respondí lentamente, mientras lo miraba del mismo modo que él a mí.
La cara de Mirian, es un poema. Estaba confundida.
—OK... — comenzó, ella con una mueca confusa en el rostro —. Eso fue raro, chicos.
Una pequeña carcajada salió de mí, Marcelo, sonrió de boca cerrada al mirarme.
— Es que nosotros ya nos conocemos, tontolina... — dije, mientras me cobijaba bajo las alas de Marcelo, es decir, sus brazos —. ¿Verdad, rubio?
— Así es, preciosa... — confirmó, mirándome —. Nos conocemos bastante bien.
En el tono que lo dijo, hizo que me sonrojara. Estuve a punto de darle un puñetazo entre las costillas por atrevido.
—¿Desde cuándo? — Preguntó, aun incrédula.
Marcelo, la miró inexpresivo.
—Hace muchísimos meses ya — respondió él con su rostro indescifrable.
—¿Y ustedes son...? — mi corazón dio un vuelco.
—¡Mirian! — Interrumpió, Martina —. ¡Llegaste! ¡Qué grata sorpresa!
Estoy segura que la nana, interrumpió a propósito.
— ¡Ah, sí... madrina!
Mirian, aún seguía anonadada, pero inmediatamente, se recompone, brinda una sonrisa y comienza a saludar y platicar con Martina. Mientras tanto, el rubio y yo, nos alejamos un poco, me abrazaba y buscaba mis labios para besarlo.
—¿Aún las chicas están aquí? — Preguntó, entre besos.
Di un asentimiento de cabeza mientras correspondía sus besos.
—Vamos a comenzar la cuarta película, ¿Te unes?
Sonrió.
—Me gustaría, pero tengo un asunto pendiente en mi despacho — suspiró —. Prometo que ya veremos una — hizo una pausa —. Tu y yo.
Lo miré con los ojos chiquitos, sé lo que quiere hacer.
—No quiero...
Un grito, se escuchó desde la sala de cine, es Elena.
—¡Keily... las palomitas!
Marcelo y yo, sonreímos.
—Ve con ellas, luego hablamos — dijo mientras ubicaba un mechón de mi cabello detrás de la oreja —. Eres preciosa.
Por defecto, me sonrojé.
—Y tú eres guapo, guapote...— besé su nariz y eso lo hizo sonreír —. Hablamos más tarde... guapo.
Doy media vuelta y sin verlo venir, don Marcelo, dio una palmada en mi trasero, lo miré fulminante y el muy idiota, estaba sonriendo, me picó un ojo y no pude evitar que mi estúpida cara se pusiera roja. Lo amenacé con mi dedo índice y eso lo hizo reír más.
Sinceramente, algún día lo estrangularé...
Solo espero que sea por el Cuello ideal...
¡Conciencia...! ¡Esto no es de Dios!
Volví con las chicas, miramos la película hasta que llegó el momento irse.
Con el pasar de los días, Marcelo y yo nos uníamos más, cabe destacar que no hemos tenido intimidad, todo ha sido mirar películas juntos, dormir juntos, cenar juntos y, en algunos casos, salir al jardín a entablar cualquier conversación.
No cabe duda de que estoy cada vez más enamorada de él, si es que eso es posible. Sin embargo, unos días después, el rubio comenzó a actuar un poco distante, un día de estos, llegó muy tarde en la noche, me hice la dormida y lo que más me sorprendió fue que no durmiera conmigo, tomó ropa de su closet, dio un beso en mi frente y salió de la habitación.
Al día siguiente, Martina me dijo que se quedó la noche entera en su despacho, no lo vi en el desayuno había salido muy temprano. Lo llamé a su celular y me respondió, me dijo que estaba todo bien, pero algo dentro de mí me decía que eso no era cierto. En la noche, no me despegué de la puerta hasta verlo llegar, eran pasadas las doce de la noche cuando por fin lo veo.
Nuestras miradas coincidieron, su semblante estaba inexpresivo.
—Pensé que estabas dormida — dijo, unos segundos después.
—Te estaba esperando — respondí, sin apartar la mirada.
—¿Pasa algo? ¿Está todo bien? — Preguntó, preocupado.
—Eso mismo te pregunto yo, Marcelo, ¿Estas bien?
Su ceño se frunció un poco.
—Estoy bien — expresó, pero no le creí nada, sus ojos me dicen que está preocupado.
—Me vas a disculpar, pero no lo creo —manifesté —. Algo te preocupa y quiero que sepas que estoy aquí para ti, si necesitas hablar o lo que sea.
Soltó un suspiro cansado.
— Gracias, pero no es nada, solo son situaciones de trabajo — volvió a decir —. Vamos a dormir.
No pude evitar sentirme mal.
—¿Me quieres contar? — susurré, sin moverme de mi sitio.
—No quiero hablar, estoy muy cansado, Kei, por favor.
Respiré profundo, confundida, ¿Por qué se le hace tan difícil hablar?
Comencé a caminar escaleras arriba, dejándolo atrás, pero no puede contenerme y giré para mirarlo.
—Aunque me digas que todo está bien, no lo estas — me miró seriamente y un poco sorprendido por mi forma de hablar —. Te conozco bien, no sé porque te cuesta tanto abrirte conmigo, Marcelo, yo estoy aquí para ti al igual que tú siempre lo has estado para mí.
Un brillo fugaz pasó por sus ojos.
Tragó saliva disimuladamente, me analizaba totalmente, mi corazón latía fuerte, lo único que quiero es que sepa que estoy aquí para él. Sin embargo, sus facciones se endurecieron un poco y procedió a hablar:
—Te dije que no quiero hablar ahora, estoy muy cansado, ¿Puedes entender eso?
Me quedé helada, mirándolo, incapaz de emitir una sola palabra, me duele su actitud, pero yo misma me lo busqué.
Unos segundos después, cerró los ojos con fuerza y trató de hablar, pero yo me le adelanté.
—Entendí perfectamente tu pedido, tranquilo — su rostro estaba contraído —. Buenas noches, Marcelo, que descanses.
—Keily...
Terminé de subir las escaleras y fui a su habitación a buscar algo de ropa para dormir, hoy dormiré en la recámara que se había acondicionado para mi desde un principio, no quiero molestarlo.
El doctor ya dio la autorización para volver al trabajo, pero doña Elena y don Marcelo, pidieron la extensión de la licencia médica por una semana más, repliqué todo lo que pude porque no estaba de acuerdo, pero fue inútil.
Eso es tener influencia...
No obstante, como me siento bien, no veo la razón de permanecer bajo monitoreo.
Cuando iba de salida con mi pijama en mano, me lo encontré de frente, nos miramos a los ojos por algunos segundos y ya, retomé mi camino a la habitación de al lado. Tiempo después, ya me había bañado, puesto mi pijama y ahora estoy en la cama, no quiero cenar. Sin embargo, Martina, no me lo permitió.
—Te lo comes todo — dijo, seriamente —. No me hagas preparar los alimentos en balde.
Sonreí.
—Lo haré — aseguré.
Ella me miró por algunos segundos, soltó un suspiro profundo y dijo:
—Muy bien hecho, dale una lección.
Fruncí el ceño confundida. Pero cuando iba a preguntar, salió de la habitación. Una hora después, apagué las luces y estaba por quedarme dormida cuando escuché la puerta abrirse, miré en esa dirección permitiéndome ver su silueta, las luces apagadas no me permitían ver completamente.
—¿Estás dormida? —Preguntó en un hilo de voz. No respondí.
Soltó un suspiro cansado y se dirigió a la cama para acostarse a mi lado. Se entró debajo de las sábanas y me abrazó desde atrás, se acomodó muy bien y agarró mi ceno izquierdo. No me opuse a su cercanía, a su abrazo.
— Sé que estas despierta y muy enojada conmigo — masculló en mi oído —. Pero no puedo dormir sin tu calor, mi preciosa.
No respondí absolutamente nada, sin embargo, estaba consciente de que tampoco podría dormir sin él.
—Buenas noches, mi fierecilla traviesa.
No respondí, aún estaba enojada.
Dio un beso en mi cabeza y se acomodó para dormir. No duró mucho tiempo cuando me quedé dormida también.
A la mañana siguiente, abrí mis ojos y estaba dormida sobre Marcelo, no sé en qué momento me coloqué así, pero ya sé me hizo costumbre dormir así con él. Él se encontraba profundamente dormido, rodeaba mi cuerpo con sus grandes brazos, su pelo desordenado y apuntando en distintas direcciones lo hacían ver aún más varonil.
No puedo evitar preocuparme por él y por su forma de reaccionar, sé que algo le pasó, sin embargo, no voy a preguntarle nada sobre el asunto, no tengo derechos.
Me moví lentamente para no despertarlo, no quiero estar aquí para cuando despierte. Salí de la habitación en puntitas, llegué a la cocina para ayudar a Martina a preparar el desayuno, platicamos un poco sobre lo sucedido y me dio algunos consejos.
La mañana pasa volando, no vi al rubio antes de irse, preguntó por mí y Martina le dijo que había salido, puso el grito al cielo y llamó a mi celular, pero no respondí.
No volvió a llamarme en las siguientes horas, incluso, llegó tarde en la noche, lo sé porque me quedé dormida antes de que llegara.
Al levantarme, tampoco lo vi al parecer se fue temprano.
Me fui al jardín a trabajar en unos retratos, estaba pintando mucho últimamente, era un buen lugar para hacer volar la imaginación. Cuando ya tengo más de tres horas, mi amiga llama la atención:
—Kei — llegó, Mirian, muy emocionada —. Necesito que me ayudes con una tarea de un curso–taller que me animé a realizar mientras estoy aquí en Mérida.
— ¡Claro! — solté, contenta por ella, dejando mis dibujos a un lado —. ¿En qué puedo ayudarte?
—¡Gracias! — dijo, sacando varios periódicos y revistas —. Necesito hacer un collage y lo haré con...
Me explica que es lo que busca, necesitamos fotos de chicas pelinegras con sonrisa gigante y características similares.
Luego de un tiempo prudente, tenemos casi todas las imágenes y es entonces cuando pasa...
En el periódico de hoy, en la página de sociales, se encuentra una foto en donde sale Marcelo con una mujer en un restaurant, esa mujer ya la he visto antes, pero lo que llama más mi atención es el titular de la página.
"Después de tanto tiempo lo vemos juntos de nuevo". ¿Surgirá nuevamente ese tórrido romance de años atrás?
Ambos estaban de pie, ella muy cerca de él, casi abrazados. Un frío se instaló en la boca de mi estómago, en verdad parecen una hermosa pareja.
—Kei — llamó, Mirian la atención —. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
La miré y se veía preocupada, le brindé una sonrisa en conjunto con un asentimiento de cabeza.
Volví a mirar la fotografía del periódico y no pude evitar sentir celos, incertidumbres y de más.
El collage de Mirian quedó espectacular, luego de eso, empecé a deambular por esta casota, es enorme y cada espacio que tenía era un deleite, quería distraerme y dejar de pensar en lo que había visto.
Llegué a una sala en donde hay un piano, una guitarra y sofás para sentarse, los cuadros que cuelgan en las paredes, son preciosos, a simple vista, se ve que son muy antiguos.
Sonreí ampliamente al mirar la guitarra, no me di cuenta cuando ya la tenía en las manos. Tengo recuerdos muy gratos con mi padre tocando este instrumento.
Comencé a tocarla, sin saber cómo usarla, nunca pude aprender a hacerlo. En vez de escucharse una dulce melodía o entonación perfecta, se escuchaba todo un escándalo, sonreí para mí, aunque nunca dejé de tocarla, fue una buena forma de distraerme.
De pronto voces se escuchan, detrás de la puerta, la cual se abre de un tirón, dejándome ver a un Marcelo, furioso.
Detrás de él, llegó Martina, bastante preocupada y Mirian, quien observó al rubio cautelosa.
Mi corazón latió fuerte al mirar a Marcelo, tenía años, literalmente, sin verlo.
—A Marcelo no le gusta que toquen sus cosas — lanzó, mi amiga Mirian—. Y mucho menos, la guitarra y ese piano, no debiste.
Tragué saliva al ver que el rubio no hablaba, sólo me miraba con su objeto en la mano.
—Lo... lo siento — dije de repente, aun con la guitarra en la mano —. No sabía, yo...
Mirian, corrió para quitarme el objeto de las manos, sin embargo...
—¡No la toques...! — bramó, el rubio, hacia mi amiga, en verdad estaba molesto, su rostro rojo de la ira, lo caracterizaba.
Estoy asustada al mirarlo así.
—Marcelo... — comenzó, Martina.
—Solo quiero ponerla en su lugar, Marcelo — masculló, Mirian.
—No, déjalo así — dijo, fríamente, su mirada hacia la pobre Mirian, era congelante.
De pronto, sus ojos volvieron a mirarme y sus impactantes ojos azules, se suavizaron.
—Lo lamento mucho, Marcelo — comencé a hablar rápidamente, estaba nerviosa —. Solo entré aquí y...
—No sabes tocarla, ¿Verdad? — Preguntó, interrumpiéndome, su voz era suave, como si nunca hubiese estado enojado.
Mirian y Martina, se miraron extrañadas.
Aun mi pulso estaba acelerado.
Tragué saliva, mientras negaba con la cabeza, incapaz de hablar.
—Creo que hoy empezaré a pagar una deuda que tengo contigo — masculló, acercándose.
Fruncí el ceño, confundida. Marcelo, tomó su guitarra lentamente de mis manos.
—¿Qué deuda? — Pregunté, en un susurro.
Me tomó de la mano y se dirigió conmigo hasta el centro del salón en donde están conectados varios cables y bocinas.
— Siéntate aquí — dijo, para luego colocarse en medio del salón en unos de los taburetes que habían allí —. Voy a hacer esto, pero será la única vez que lo haga.
Un atisbo de sonrisa apareció en mis labios y en los de él también.
Mi corazón iba a un ritmo incontrolable. Miré a Martina, quien sonreía con lágrimas en los ojos, sin poder creer lo que veía, a su lado, estaba Mirian, confundida, extrañada.
—Eso ya lo veremos, Marcelo Sandoval — solté con una sonrisa nerviosa.
El rubio, se posicionó en su lugar, ubicó correctamente la guitarra y comenzó a entonar una canción:
(Escuchar canción, por favor)
Sé, que a veces soy difícil de entender
Que puedo lastimarte sin querer
Sabes bien, sin querer
Yo, que tanto te he intentado proteger.
Las emociones que siento en mi corazón son tantas que no puedo mantenerlas ocultas, Marcelo Sandoval, está cantando para mí. Sé que no quiere lastimarme, lo sé.
El héroe de tus sueños quiero ser
Y no sé si estoy bien
Pero sé que te amo y
Solo quiero devolver un poco
De lo que me has dado, tú
Con tu ternura y tu luz
Iluminaste mi corazón...
Me ama, sé que me ama, me lo demuestra diariamente, me hace la mujer más feliz del mundo. Para él las palabras son irrelevantes, por eso es que se enfoca en solo hacer demostraciones de eso que siente.
Que me da vida, eres tú
No hay nadie más, solo tú
Que pueda darme la inspiración
Solo escuchando tu voz
Si, contigo es con quien puedo caminar
También con quien me gusta despertar...
Siento que cada con letra, con cada palabra me quiere decir lo que siente, aquello que no se ha animado a expresarme con palabra porque con hechos ha sido más que suficiente.
Quédate, una vez más
Porque sé que te amo y
Solo quiero devolver un poco
De lo que me has dado, tú
Con tu ternura y tu luz
Iluminaste mi corazón
Que me da vida, eres tú
No hay nadie más, solo tú
Que pueda darme la inspiración
Solo escuchando tu voz
Que regresa a mi cuerpo
La fuerza de amar como me has enseñado
Solo tú...
No sabía que estaba llorando hasta que sentí una lágrima bajar por mi mejilla. El corazón me latía con violencia en el pecho, nunca pensé que el idiota de mi rubio, algún día cantaría.
Ambos nos miramos por un largo tiempo, solo existimos él y yo, en esa habitación.
Se pone de pie con todo y guitarra, nunca apartó su mirada de la mía, cuando solo unos centímetros nos separaban volvió a entonar:
Con tu ternura y tu luz
Iluminaste mi corazón
Que me da vida, eres tú
No hay nadie más, solo tú
Que pueda darme la inspiración
Solo escuchando tu voz...
El silencio reinó en la habitación, era tanto así que podía se escuchar ambos corazones latiendo con fuerza. No había mucho que decir, nuestras miradas ahora mismo, mantenían una conversación entre ellas.
Me levanté del taburete donde estaba y, sin dejar de mirarlo, rodeé mis brazos alrededor de su cuello para abrazarlo, él correspondió con un solo brazo, ya que la guitarra estaba en el otro. Repartió besos largos en mi cabeza.
— Aún estoy enojada contigo — mascullé en su cuello.
Su pecho subió y bajó, estaba riendo.
—Lo sé.
—Hablo en serio — me separé lentamente de él para mirarlo seriamente.
Suspiró pesadamente.
—Quiero que hablemos, pero antes quiero llevarte a un lugar.
—¿Un lugar? — pregunté, confundida —. ¿Qué lugar?
Sonrió al tiempo que tomaba de la mano.
—Vamos.
Comenzó a tirar de mi hacia la salida.
—Pero... debo ponerme algo decente — eso no lo detuvo — ¡Marcelo!
—Esos pantaloncitos son muy decentes — expresó el muy idiota con una sonrisa —. No hay necesidad de quitártelos... — se detuvo de pronto y me miró de arriba a abajo —. Por ahora.
El calor de mis mejillas era voraz.
—Eres un...
—Idiota, lo sé — completó él mismo la oración —. Ahora, vamos.
Volvió a tirar de mí.
—No voy a salir así, Marcelo Sandoval — me resistí, soltando mi mano de la suya —. No iré así.
Giró su rostro y me miró divertido. Fruncí el ceño confundida.
—¿Qué...?
No terminé de formular la pregunta cuando Marcelo, llegó hasta mí y me carga como si fuera un costal de papas.
—Te dije que no es necesario que te cambies de ropa — expresó normal mientras caminaba, como si no hiciera ningún esfuerzo en cargarme —. ¡Qué terca eres, Niñita endemoniada!
Visualicé a Martina, Thomas y Mirian, quienes no hicieron nada para evitar que este idiota me llevara. Mejor dicho, se reían de la situación.
—¡Bájame, ahora! — grité, pero no lo hizo hasta que llegó a su camioneta Hilux negra.
Me colocó en el asiento delantero, abrochó mi cinturón y procedió a subir al vehículo para manejar. Me crucé de brazos refunfuñando, Marcelo, me observó por algunos segundos y sonrió, sin embargo, no dijo nada. Así mismo fue el trayecto, silencioso, me limité a mirar por la ventanilla.
— Llegamos.
Lo escuché decir. Miré hacia delante y unas grandes puertas de hierro, se abrían. Conforme íbamos avanzando por un camino de piedras, vi una hermosa casa de dos niveles con un jardín en la parte delantera, esta preciosa.
Una sonrisa se pintó en mis labios. No me di cuenta cuando Marcelo salió del auto, cuando abrió mi puerta, salí con una gran sonrisa.
El rubio comenzó a caminar por el pequeño camino que lleva hacia la entrada de la casa, lo seguí inmediatamente, me sorprendió mucho ver que abrió la casa, más no tocó.
—Bienvenida a mi casa — dijo, haciendo un ademán para que entrara y me sorprendo con lo linda que es por dentro.
—¿Pero cuantas casas es que tienes? — Pregunté haciéndolo reír.
—Unas cuantas — alardeó, sonriente —. Pero esta es mi verdadera casa.
Lo miré por algunos segundos tratando de entenderlo. Se acercó y volvió a tomarme de la mano.
—¿Quieres verla? —indagó.
Sonreí.
—Por supuesto.
Recorrimos la planta baja de la casa y cuando dirigí la mirada a un estante que está en la sala, entendí perfectamente lo que quiso decirme.
Me acerqué a la fotografía familiar que había, era un hombre de pelo castaño de unos treinta años, una mujer de veintitantos, rubia de ojos azules y, un niño rubio con los mismos ojos de la mujer, azules como el cielo, de unos cuatro años.
—Eran tus padres — mascullé con la foto en las manos —. Esta es la casa de tus padres biológicos.
Sentí su presencia detrás de mí.
Lo miré.
—Así es. Aquí viví mis primeros años — confirmó, mirando la misma fotografía —. Ellos fueron mis padres.
Volví la vista hasta la foto, se veían muy felices.
— Te pareces mucho a tu madre — mascullé con una sonrisa —. Tienes sus mismos ojos de cielo y su mismo pelo, aunque... — nunca despegué la vista de la foto — tienes la misma sonrisa de tu padre.
Levanté la mirada hacia Marcelo, quien tenía un brillo en los ojos.
— Eres muy observadora — masculló con una sonrisa —. Ven.
Puso la foto en el lugar que estaba y tiró de mi escaleras arriba, todo era muy bonito y estaba bien cuidado.
— Esta todo bien cuidado — dije.
— Sí, tengo gente que le da mantenimiento — informó —. Hoy Lolita, no está aquí, es su día libre, pero es quien vive aquí y se encarga de todo.
— Ya veo...
Me enseñó todo el piso, incluyendo las ocho habitaciones, una de esas era la principal, la que ocupaban sus padres.
— Todo esta tal cual, es poco los cambios que se han hecho — me dijo el rubio.
— Debes extrañarlos mucho — me atreví a decir.
—Sí, sobre todo a mi madre — habló con una pequeña sonrisa —. Pasábamos el día juntos, mientras que mi padre trabajaba sin descanso fuera de la ciudad.
—Ella te amaba mucho — le dije. Él me miró.
—¿Cómo lo sabes? — indagó, su cara reflejaba tranquilidad.
— La forma en que te miraba — me atreví a decir —. Lo hacía de una manera especial.
Sonrió.
—Hay miradas que lo dicen todo, tengo prueba de ello —murmuró.
— ¿Cómo cuáles? — Pregunté.
El muy idiota sonrió.
— Luego te digo.
Giré los ojos.
— Esos ojos, señorita...
Sonreí mientras volví a mirar la fotografía.
—Me encanta esta foto — dije, riendo —, sobretodo la cara de tu padre y lo feliz que estabas, eras un niño muy lindo.
Se acercó para mirar.
—¿Y ahora? — Preguntó
Sonreí.
— Eres un niño muy feo.
Su cara fue épica, me hizo reír muchísimo.
—Eres una mala mentirosa, Keily.
Sonreí al tiempo que soltaba un suspiro lento, puse la fotografía en su lugar.
Me miró por algunos segundos, al parecer se percató de algo que yo ignoro. Tomó mi mano y me llevó a la última habitación, era la de un niño.
—Me imagino que esta es tu habitación de pequeño.
Sonrió.
—Si.
Estoy maravillada, la habitación está decorada para un niño amante de los carros de carrera, así como lo es él.
—Tú cama era un buen auto — solté, sonriendo.
—Sí, la verdad es que sí — dijo, mientras abría las ventanas que daban a un balcón donde se podía observar el jardín —. Me gustan los autos desde pequeño, mi padre biológico también era amante de ellos.
— Ya veo de donde viene tu afición por los buenos autos —. Solté, mientras me deslizaba por la ventana para quedar sentada en el piso, este jardín era digno de admirar.
Marcelo, me miraba intensamente y también hizo lo mismo, ambos quedamos sentados de frente al jardín en aquel balcón.
—Siento mucho la actitud que tomé contigo hace días — lo escuché decir, eso me hizo mirarlo —. Soy un idiota y lo sabes.
Por un momento había olvidado todo aquello.
—Me sentí muy mal, solo quería apoyarte — manifesté en un susurro —. Lamento haberte incomodado.
Soltó un suspiro cansado.
—No me incomodas, nunca me has molestado — me miraba seriamente —. Solo hay temas de los cuales me cuesta hablar aún y cuando me preguntaste, venía de un día sobrecargado y terminé descargando con quien no tenía nada de culpa.
Suspiré, pensando en la foto y el gran encabezado del periódico.
— Te entiendo — expresé sin saber que más decir —. No te preocupes, todo está olvidado.
Comencé a jugar con mis dedos.
—¿Qué más te preocupa, Keily? — Preguntó, analizándome y, cuando estuve a punto de responder, se adelantó —. Y no me vayas a decir que nada, porque te conozco.
—Vi el periódico — solté de repente, su rostro seguía igual de inexpresivo —. Estabas tú con una mujer muy bonita, decía que...
—Nada de lo que dijeron ahí es cierto — me interrumpió con calma —. Ella es la hija del nuevo socio de True Style.
Me explicó
— Decía que era tu novia en el pasado, ¿Es así? — me atreví a preguntar, lo miré.
—Sí, lo fue — respondió con cautela —. Pero eso está muy atrás en el pasado y me gastaría que ahí se quedara.
Di un asentimiento.
—No quieres hablar de ella — no es una pregunta.
Negó con la cabeza.
—No ahora — me dijo —. Te prometo que no hay nada entre ella y yo, ni con ninguna otra mujer.
Solté un suspiro aliviado.
— No tienes que prometerme nada, te creo, Marcelo.
—¿Me crees? — Preguntó, mirándome.
—Claro — respondí con una pequeña sonrisa —. Confío en ti, en tu palabra.
Sonrió.
— Gracias, mi cielo — susurró, sin apartar su vista de mi — ¿Perdonas mis idioteces?
—Sé que tienes un carácter difícil, pero trata de controlarlo, si lo haces, no tendrás que pedir tantas disculpas, Marcelo. No siempre estaremos dispuestos a perdonar tus arranques. Tenlo presente.
— Prometo que lo haré — manifestó levantando una mano.
Sonreí al tiempo que me acercaba a él para sentarme entre sus piernas, aun estábamos en el suelo.
Observamos los columpios en el jardín.
— Cualquier niño sería feliz en este jardín con columpios.
—Sí, tienes razón — rodeó mi cintura desde atrás, su rostro descansaba al lado del mío, su mandíbula estaba apoyada en mi hombro.
—Tus hijos serán felices aquí — me lancé sin paracaídas, solo espero no se enoje —. ¿Por qué piensas tener hijos? ¿Verdad?
Unos segundos después respondió:
—Sí, quiero tener hijos.
Su respuesta me hizo reír.
—¿Cuántos quieres?
— Al menos seis niños...
Me incorporé de inmediato para mirarlo.
—¿Seis hijos? — Pregunté, incrédula.
Él sonrió de boca cerrada, me atrajo, nuevamente, hacia él.
— Mis padres murieron, la poca familia que tengo es lejana y no los veo hace más de diez años, estoy solo, lo único que quiero es tener muchos hijos, siempre he querido eso.
Su explicación me ha convencido.
—¿Pero seis? — Volví a preguntar incrédula.
Sonrió nuevamente.
—¿Tú, cuantos quieres tener? — indagó.
—Solo dos son suficientes — respondí con seguridad.
—¿Solo dos? — lanzó, incrédulo.
— Sí, solo dos — confirmé.
— Podemos llegar a un acuerdo — masculló.
Alcé mi rostro para mirarlo.
—¿Qué acuerdo?
Sonrió y no pasó desapercibido los latidos irregulares de su corazón.
—Yo quiero seis hijos — comenzó su explicación—, tú quieres dos, son ocho y si lo dividimos entre dos, llegamos al punto medio.
El aleteo de mi corazón, lo interpretó todo.
—¿Qué... que quieres decir?
— Cuatro hijos son suficientes — determinó dejándome muda.
Me miró con una sonrisa. Lo que me quiso decir es que yo seré la madre de sus hijos, ¿Es eso? O estoy soñando.
Pestañee varias veces, no quiero preguntar nada no vaya a ser que se cierre.
— ¿Y cómo se llamará el primero? — Pregunté, dudosa, sin saber si le agradará o no.
— David, como mi padre — murmuró con una sonrisa orgullosa —. Tengo el apellido Sandoval debido a mi padre adoptivo, quiero que mi hijo lleve el nombre de mi padre biológico.
Sonreí al escucharlo hablar con tanta pasión.
— Ya tenemos el nombre del primero — dije, sonriendo, mirando al jardín. El corazón latía fuerte —. ¿Y los demás?
— Ya veremos más adelante — dio un beso en mi cuello.
Dicho beso erizó toda mi piel.
— ¿Recuerdas aquella vez que me buscaste porque creías que estaba embarazada?
Su pecho subió y bajó, estaba riendo.
—Confieso que fui un idiota contigo — expresó con una sonrisa —. Pero en verdad estaba dispuesto a hacerme cargo de ustedes.
Sonreí.
— Fuiste un idiota responsable — le dije y ambos reímos.
— Y tú una niñita endemoniada y engreída que pagó mi café.
Sonreí.
—Quería demostrarte mi autosuficiencia, fuiste un tarado, un estúpido.
— Un tarúpido — terminó él con una gran sonrisa.
Me siento tan bien con él, este momento, pudiera ser eterno.
Un silencio se apoderó del lugar, ambos estábamos disfrutando de todo.
—Quiero hacerte mía en este lugar — susurró de repente, llevando sus manos a mis senos haciéndome jadear. Es algo que pido a gritos.
—No seas pervertido, es la habitación de un niño — dije, dando libre acceso a mi cuello, presa de deseo.
— Si no te has dado cuenta — susurró en mi oído de forma seductora —. Ese niño ya creció y es quien está tratando de seducirte, desnudarte, besarte, comerte...
—Vaya... — mascullé, sintiéndome perdida en sus encantos —. ¡Qué niño tan persistente y atrevido eres!
Detuvo su labor en mi cuello y su agarre en mis senos para ponerse de pie. Me ayudó a que lo hiciera también e inmediatamente, atrapó nuevamente mis labios para decorarlos con fuerza.
Lentamente, caminamos a otro dormitorio, deshaciéndonos de cada una de las prendas que nos estorbaban.
Cuando llegamos a una de las habitaciones, ya estábamos completamente desnudos. Marcelo, atrapó uno de mis pechos y lo llevó a su boca devorando cada espacio de el.
Con unos de sus dedos estimulaba mi clítoris, me sentía muy mojada, estaba lista para recibirlo, aunque siempre lo estaba.
No pude aguantar las ganas de acariciar cada espacio de su cuerpo, mi debilidad que son las tabletas de chocolates que me vuelven loca, bajé lentamente y no pude evitar rodear con mis manos su virilidad. Un beso llevó a otros, cada caricia fue precisa para que ninguno de los dos se resistiera a lo inevitable, convertirnos en uno una vez más.
—Recuerda, nunca dejes de mirarme — pidió al deslizar su miembro por mi entrada, su invasión es la mejor sensación que he experimentado en mi vida —. Quiero escuchar tus ojos, mi cielo.
"Quiero escuchar tus ojos, mi cielo".
Mirarlo mientras me hace el amor, no tiene punto de comparación, ambos nos perdimos en esa manera de mirarnos, decimos tanto sin mediar ni una sola palabra con nuestros labios.
No cabe duda de que Marcelo Sandoval, es mi perdición. Me embistió una y otra vez, lo ayudé impulsando mis caderas para encontrarlo y que sus estocadas fueran más profundas.
Entre besos, caricias y demás, unos minutos después, ambos llegamos a nuestros límites, quedamos exhaustos.
—Eres una persona muy especial para mí, Marcelo — mascullé, ambos estamos en la cama, desnudos, estoy sobre él con la cabeza en su pecho, lo miré de manera intensa, él también lo hizo.
Sonrió, mientras pasaba sus nudillos por mi mejilla.
—Tú también lo eres para mí, mi cielo.
Mi emoción fue tan grande que me acerqué rápidamente para besarlo en los labios.
—Eres un romántico...
—No lo soy — masculló al tiempo que giraba su cuerpo para que yo quedara debajo, reí muchísimo —. Ni siquiera sé lo que es eso.
—Ah, no...
Volvió a besarme y, como era de esperarse, mi deseo por él regresó con más fuerza.
Estuvimos juntos nuevamente, incluso, decidimos pasar la noche en esta casa.
Hicimos la cena entre los dos, entre platicas y bromas.
—Ahora voy a hacerte mía en este mesón — masculló, colocándose detrás de mí —. No quedará un solo espacio en esta casa sin que sea testigo de lo que voy a hacerte, te haré mía en cada uno de ellos.
Su manera de hablar encendió mi ser y todo lo que soy.
—Entonces debemos apurarnos — giré para quedar de frente y alcanzar sus labios —. No quiero que faltes a tu palabra, Marcelo Sandoval, quiero ser tuya en cada rincón. Y mira que esta casa es muy grande.
Sus ojos brillaron y se oscurecieron inmediatamente.
— Eres una niñita endemoniada, Keily Andersson...
Cumplió su palabra, hicimos el amor tantas veces que no podría contarlas. Al amanecer, el rubio no fue a trabajar, nos quedamos ahí y en horas de la tarde regresamos a su casa. Debíamos prepararnos para una fiesta que fue invitado hace unos meses, me pidió que lo acompañara y por ningún motivo iba a negarme. Llamó a varios estilistas, dijo que no debía de preocuparme por nada, incluso, fue él mismo quien compró el vestido que ahora llevo puesto, es de color rojo.
La fiesta se estaba celebrando en unos de los salones más lujosos e imponentes de la ciudad de Mérida, la madre de Vanessa, era el anfitrión.
—Seré la envidia de todos — susurró Marcelo, sosteniendo mi mano —. Eres la mujer más preciosa que puede existir.
Mis mejillas se calentaron.
—Y tú el hombre más guapo — mascullé en su oído, haciéndolo reír —. Tendré que cuidarte muy bien.
Afianzó su agarre en mi mano y me miró con sus ojos brillantes.
—Solo tú acapararás toda mi atención, no debes preocuparte.
Sonreí satisfecha.
—Lo mismo digo — respondí.
Ambos entramos al salón y no faltaron los flashes de las cámaras. Había periodistas por todas partes.
Me aferré más al rubio y por fin entramos al gran salón en donde la decoración era una maravilla.
Sonreí.
— La decoración esta impecable — dije, maravillada —. El diseñador hizo un magnífico trabajo.
— Me gusta mucho lo honesta que eres — masculló con una sonrisa.
— ¿Te gusto? — Pregunté, pícara mientras me acercaba a él.
—Corrección...— susurró en mi oído —. Me encantas.
No pude evitar el rubor de mis mejillas.
Estuve a punto de hablar, pero unas personas nos interrumpieron, vinieron a saludar a Marcelo.
— Señor Sandoval — dijo el caballero, estrechando la mano de mi rubio —. Señorita.
Saludó en mi dirección con un asentimiento de cabeza. Más adelante, llegó Cristian con una acompañante, su novia.
Fuimos presentadas y me pareció una buena chica, no pude evitar sentirme un poco extraña con la situación.
— Keily — llamó, Cristian mi atención —. Estas hermosa.
— Muchas gracias — respondí, seriamente.
No he olvidado lo que pasó y, aunque no tiene toda la culpa, pues mintió y le hizo daño a Elena.
—¿Aún estas molesta conmigo? — Preguntó, aprovechando que su novia fue a saludar unas personas.
— ¿Tú qué crees? — ironicé.
—Keily... — reprendió, Marcelo.
—¿Qué...?
— Ya lo hablamos, nena.
—Sí, pero aún estoy enojada, Marcelo, no puedo solo fingir que no lo estoy para que ustedes se sientan bien.
El rubio soltó un suspiro profundo.
—Solo ponte en su lugar, mi cielo...
—No puedo — dije, a punto de reir —. Ahora estoy en el lugar de Elena.
—No vayan pelearse — pidió, el castaño.
— Eso no pasará — habló Marcelo, me atrajo más hasta él.
Cristian, sonrió.
— Te extraño, Kei... — soltó de repente —. Nuestras platicas, tus abrazos sinceros, como esa buena amiga que eres.
Suspiré.
—No estaré enojada por siempre, Cristian — mascullé —. Solo que ahora...
—No te preocupes, entiendo perfectamente.
Los tres comenzamos una plática amena, pero esta no duro mucho porque...
—¡Oh, demonios! — gruñó, Cristian mirando detrás de nosotros —. ¿Qué hacen aquí? ¡Oh, mierda! Ahí vienen.
Marcelo y yo no giramos a ver por prudencia.
—¿De qué estás hablando, Cris? — Preguntó, el rubio.
Cuando el castaño estuvo a punto de responder, dos personas llegaron hasta nosotros.
—¡Buenas noches! — saludó el señor que ya conozco.
Sentí como Marcelo, se tensó. No pude evitar mirarlo, pero sus ojos estaban en las personas frente a nosotros.
—Buenas noches, Marcelo, Cristian y.... — comenzó ella, mirando a todos, sin embargo, se detiene a mirar un poco más, mi mano atada a la del rubio, luego me miró a los ojos —. ¿Nos conocemos?
Tragué saliva disimuladamente. Marcelo, apretó mi mano.
—Es una de las diseñadoras de nuestra empresa, hija — intervino, el señor Saldívar —. ¿O me equivoco?
Preguntó con ironía.
—No, no se equivoca señor — dije, muy segura de mi —. Soy orgullosamente diseñadora de True Style — miré a la señorita Saldívar —. Y con respecto a que, si nos conocemos, sí. Alguna vez, True Style, realizó trabajos para usted.
Marcelo, me miró sorprendido.
Ella sonrió.
—Eres la asistente de la señorita Lombardi — manifestó, suavemente y con una sonrisa.
—Era — expresó, Cristian con tono seco —. Ahora es una diseñadora de la empresa.
—La mejor de todas — dijo el rubio, mirándome con sus ojos brillantes.
Hasta aquí sentí como la mujer castaña de ojos verdes, se tensaba.
—Si... — volvió a hablar el señor Saldívar observando nuestras manos atadas —. Ahora entiendo muchas cosas.
Miró a Marcelo, quien tiene un semblante pétreo. Si las miradas mataran hubiera uno que otro muerto.
—Si nos disculpan debemos saludar unas personas — habló, Marcelo.
—Marcelo — llamó, Mónica, su atención, su tono era suave, pero provocador a la vez —. Recuerda que entre tú y yo hay algo pendiente y debemos discutirlo.
Miré a Marcelo y noté muy incómodo con la situación, aflojé mi agarra en su mano, pero él lo afianzó.
—Puede hacer una cita con mi asistente en True Style — ofreció, el rubio —. Estaríamos todos los socios.
La sonrisa de la chica vaciló.
—Mi hija no...
—Perfecto, eso haré — Interrumpió, Mónica a su padre —. Nos vemos luego.
No pude simplemente ignorar la mirada que esa mujer le dio a Marcelo y la que él le devolvió, no supe interpretarlo. Sin embargo, unos segundos después, el rubio, puso su atención en mí.
—¿Nos vamos? — Preguntó y di un asentimiento —. Con permiso.
Atravesamos el salón en silencio, cada uno iba sumido en sus propios pensamientos. Marcelo y Cristian, saludaron unas personas y se pusieron a platicar. De vez en cuando, el rubio, me miraba y brindaba una sonrisa.
No pude evitar sentirme incomoda en ocasiones, cuando algunas personas preguntaban sobre mi realidad con Marcelo, no supe que decirles.
De pronto, tuve la necesidad de ir al baño, me disculpé y le informé a mi acompañante.
—¿Esta segura de que quieres ir sola? — Preguntó Marcelo, di un asentimiento —. Prefiero acompañarte.
—No seas tonto, regreso enseguida — le aseguré.
— No voy a permitir que nada te suceda ahí dentro — expresó, seriamente, el temor en sus ojos fue evidente.
Sonreí, de manera tierna ante su manera de hablar.
—El baño no está lejos, puedes verme desde aquí.
Aceptó y me dirigí a mi destino. Solté un suspiro profundo cuando me sentí sola en aquel lugar, me apresuré para salir lo más rápido posible. No quiero vivir la experiencia que tuve en la empresa.
Cuando salgo del baño, busqué a Marcelo con la mirada y estaba platicando o más bien, discutiendo con su madre, no podía escuchar nada, pero sus facciones lo decían todo. Cuando estuve a punto de ir hasta él, Mónica, llamó mi atención.
—Así que tú eres esa chica...
La miré y en su rostro había una pequeña sonrisa.
—¿De qué estamos hablando?
—Que eres la chica que Marcelo tiene en su casa.
Mi pecho dio dos vueltas.
—Vaya, tienes mucha información sobre mi — respondí del mismo modo.
—Me gusta estar informada — ironizó con una sonrisa.
—¿En qué puedo ayudarle, señorita? — Pregunté, mirándola.
—En nada, solo vengo a advertirte que si regresé a Mérida fue por él — lanzó de repente y sin rodeos —. Y soy de las personas que no descansan hasta lograr sus objetivos.
— ¿De qué me está hablando? — Pregunté, aun sabiendo a qué se refería.
—No sé si sabrás que fui su novia, su prometida y nos íbamos a casar — informó —. Nos separamos por circunstancias de la vida, pero estoy aquí para remediar eso y tú, muchachita, estas en el medio.
—Yo no estoy en el medio de nada... — quise defenderme.
— Si lo estas, porque ahora mismo eres la mocosa que le calienta las sábanas, ¿No es así? — Preguntó con una sonrisa llena de hipocresía —. Porque ahora mismo no me puedes decir que relación tienes exactamente con ese hombre, ¿Me equivoco? Porque él no ha querido compromiso con nadie.
Mi corazón iba tan deprisa. ¿Cómo se atreve?
Nunca en mi vida me sentí tan mal. Un peso considerable, se instaló en mi pecho.
—Marcelo y yo tenemos más de lo que usted crees y más de lo que yo pueda decir — repliqué del mismo modo —. Entre nosotros no hace falta decir mucho para sentir demasiado, señorita Saldívar — me miró confundida y sonreí —. No trate de buscar una lógica a todo esto, es algo que solo él y yo entendemos.
Su sonrisa disminuyó poco a poco.
—Podrás decir lo que quieras, pero aquí todo el mundo te mira como la amante de turno del gran empresario Marcelo Sandoval, esa que vive con él sin tener un compromiso alguno, una mujer que se deja usar por un hombre que lo único que le importa es satisfacerse a sí mismo, una mujer que anda detrás del dinero que pueda conseguir con él.
—Yo no...
Quise defenderme, pero no pude.
—Marcelo Sandoval, no ha tomado a nadie en serio después de mi — me interrumpió y un nudo se formó en mi garganta —. Tú eres esa distracción que él mismo buscó para llenar el vacío que tiene dentro. Vacío... que yo misma dejé y vengo dispuesta a llenar.
—No soy nada de lo que acaba de decir — traté de defenderme —. Una cosa es lo que piense y digan los demás y otra es que verdaderamente lo sea.
Me defendí.
—La verdad es que no me importa, estoy segura que lo tuyo con ese hombre, no durará mucho.
Tragué saliva.
Cuando estaba a punto de responder, fui interrumpida.
—Ya sabía yo que no estabas aquí por casualidad, Mónica — habló Vanessa, con ironía —. Vienes detrás de Marcelo.
—No te inmiscuyas en una conversación que no te incumbe — protestó, Mónica.
—Lástima que Marcelo pasó la página donde estaba escrito tu nombre — ironizó, Vanessa.
—¿Para escribir el tuyo? — Preguntó, Mónica con burla.
—No, pero si el de alguien más — dijo, Vanessa, mirándome —. Así que ten muchísimo cuidado con lo que harás esta vez, Mónica.
—Ya las dos saben a qué he vuelto y tú — se dirigió a mí —. No muy tarde te darás cuenta de lo que él siente, mi recuerdo aún está en su piel. Nos veremos al final de la meta, yo siendo ganador.
— No estés tan segura, mi querida Mónica, — volvió arremeter, Vanessa con carácter —. No has visto a Marcelo en años, yo soy tú y vas haciéndote la idea de que no lograras nada... Ya sabes, para que el golpe no sea tan fuerte.
La castaña de ojos verdes, sonrió.
— No ha tenido a nadie en serio en estos años, incluso lo tuyo con él fue tan efímero...
—Tienes toda la razón, yo no tuve ni tengo la oportunidad, pero estoy segura que tú tampoco.
—Será mío nuevamente — dijo muy segura.
—Ya veremos... — replicó, Vanessa —. Ya sabes, querida, sin forzar porque cuando un lugar es tuyo, te lo dan.
La cara de Mónica se endureció.
— En fin, no voy a perder mi tiempo con lo mismo, solo quería advertirte — dijo mirándome —. Te prometo que pronto darás credibilidad a mis palabras...
Eso fue lo último que dijo y se retiró dejándonos a Vanessa y mi, solas.
—Volvió más arrogante que nunca — masculló, Vanessa. No fui capaz de hablar, tenía ese nudo en la garganta que solo se aliviaba cuando lloraba.
Mis ojos se cristalizaron. Me sentí tan humillada.
—Debo ir... — comencé, pero la rubia simpática, me interrumpió.
—Ve a ese salón de allí — señaló, Vanessa, una puerta de cristal —. Ahí podrás sentirte mejor.
Miré la puerta con recelo, después de aquel incidente en el baño, no quiero confiar en nadie.
—No te preocupes, no quiero hacerte daño — dijo, con calma —. Ve si quieres.
—¿Intentas ayudarme? — Pregunté, incrédula.
— Escuché lo que te dijo, es una desgraciada y no la soporto.
—¿Eso quiere decir que ahora te caigo bien? — indagué, sonriente.
Giró los ojos.
—No, me caes mal — sonrió y continuó —. Pero entre tú y Mónica, tú me caes mejor para Marcelo.
La miré sorprendida ante sus palabras.
— Me di cuenta de que no tengo ninguna oportunidad con él — soltó así, sin más —. No lo he olvidado, pero estoy tratando de poner mi atención en otras cosas.
—No sé qué decir — mascullé.
—No tienes que decir nada — dijo, sonriendo —. No me importa lo que pase contigo, pero cuídate de esa mujer, no es de fiar.
—Gracias, rubia simpática — dije con una sonrisa.
—De nada, mocosa — no pude evitar reír —. Que no te afecte lo que te dijo, ella tiende hacer eso para debilitar a su rival y tú Keily Andersson, eres una mujer que se deje muy fácil de los demás, tienes carácter, haces las cosas de frente y soy testigo de eso. De ella — se refirió a Mónica —. No puedo decir lo mismo.
— Que tu me digas eso...
Sonrió.
— Disfruta mucho el momento porque será la única vez que me escuches decirlo.
— Muchas gracias por todo.
— No hay de qué.
Di un asentimiento.
Pero los recuerdos de cada palabra de esa mujer llegan a mí y el nudo en mi garganta se intensificó. Le pedí a Vanessa que de dejara sola y fui salón que me dijo, estando allí, lloré...
Lloré por qué tengo miedo a todo esto, Mónica, supo dónde golpearme, ahora mismo mis sentimientos están revueltos. Es como si ella me conociera y supiera exactamente que decir para hacerme sentir de esta manera.
Me senté en un pequeño sofá que hay en el lugar y enterré mi rostro en mis manos.
Eres la amante de Marcelo...
Estas con él por el dinero...
El solo está contigo para satisfacerse a sí mismo...
Puedo evitar recordar las palabras de su madre:
Me pregunto: ¿Por qué los dos hermanos...?
Todo esto es tan difícil para mí, no debería importarme lo que digan y opinen los demás, pero...
Unas grandes manos retiraron con delicadeza, las mías de mi rostro.
Cuando abrí los ojos, me encontré a Marcelo en cuclillas delante de mí, me miraba preocupado, estaba tratando de leerme.
No dijo nada, lo miré a su cielo azul y no pude detener otras lágrimas que bajaban sin permiso. Lo único que fui capaz de hacer fue prenderme de su cuello y abrazarlo.
Me rodeó de la cintura y nos quedamos abrazados, él en cuclillas y yo en el sofá, sin decir ni una sola palabra. Llevó una de sus manos a mi cabeza para acariciarla.
Estoy muy enamorada de él y mi objetivo es conquistarlo, demostrarle que puede confiar en mí, que se puede amar sinceramente, sabía que no sería fácil, pero tampoco imaginé que doliera tanto a veces.
Me separé lentamente de él, pero quedamos muy cerca.
—¿Cómo supiste que estaba aquí? —mascullé, tratando de limpiar mis lágrimas.
—Vanessa fue a buscarme y dijo que me necesitabas — respondió en un susurro mientras llevaba un mechón de cabello detrás de mi oreja.
Eso me sorprendió, no pude evitar sonreír a eso.
—Si no me lo dices tú, no me lo creo — dije con una pequeña sonrisa que Marcelo, no correspondió.
—¿Por qué lloras? — Preguntó en un susurro, al tiempo que limpiaba mis lágrimas.
Bajé la mirada, negando con la cabeza. No quiero hablar de eso.
—¿Por qué no, Keily? — volvió a susurrar —. Solo quiero estar para ti.
Deseos de llorar nuevamente llega a mi recordando todo lo que ha pasado entre nosotros.
—Porque al igual que tú, Marcelo, tengo derecho a guardar ciertas cosas para mí — dije, mirando directamente a sus ojos, un sollozo salió se mi —. No quiero hablar de eso.
Le costó mucho no volver a preguntar, su rostro lo reflejaba, sabía que yo no hablaría, usé las mismas palabras que él conmigo.
Suspiró profundamente.
—Quiero que sonrías — dijo, acariciando mi mejilla —. No quiero ver esas lágrimas en tus preciosos ojos, haría cualquier cosa para que vuelvas a sonreír.
Lo miré.
—Llévame a ver las estrellas desde Paris — bromee, con una sonrisa ahogada, mientras limpiaba una de mis lágrimas.
—Me imagino que es el sueño de toda chica, ir allá con una persona especial — dijo, sonriendo —. Eso me lo dijiste una vez.
—¿Lo recuerdas? — dije, más tranquila. No pude evitar sonreír.
Me miró y tomó mis manos.
—Nunca olvido nada de lo que me dices, preciosa — mis mejillas se encendieron y él sonrió, satisfecho —. ¿Estas más tranquila?
—Sí — dije, honestamente, solo fue un momento de picada —. Quiero ir al baño a arreglar este desastre.
—Siempre estás preciosa — tomó mi rostro con ambas manos, dio un casto beso en mis labios —. Te espero y aprovecho para hacer una llamada.
Sonreí y le di otro beso que correspondió de inmediato. Lavé mi rostro, en verdad estaba horrible, el maquillaje estaba corrido y eso. Me arreglé un poco y salí. Vi al rubio dar algunas órdenes telefónicas y colgar.
Me miró y sonrió.
— ¿Ya estas lista? — di un asentimiento con una sonrisa —. Ahora, vamos que se nos hace tarde.
Me tomó de la mano y salimos de la sala, atravesamos el salón, encontramos a Cristian con parte de su familia. Marcelo, se alejó un poco para hablar con el castaño, le dijo algo que lo dejó con una sonrisa de oreja a oreja. Aproveché para preguntar por Cristina, estaba en la fiesta, pero había ido a saludar unos amigos. Unos minutos después, el rubio, volvió a tomar mi mano y caminamos a la salida.
Arribamos su vehículo y nos marchamos de aquel lugar, después de unos minutos y, para mi sorpresa, no llegamos a casa, estamos en el hangar de Marcelo Sandoval.
Lo miré confundida y él también lo hizo con una sonrisa.
Volvió a tomarme de la mano.
A lo lejos visualizamos a Thomas, con dos pequeñas maletas
—¿Qué hacemos aquí? — Pregunté mientras caminábamos hacia Thomas, quien estaba cerca del gran Jet Sandoval.
— Señor, señorita — comenzó Thomas —. Aquí les traje lo que pidieron.
¿Lo que pidieron? Eso suena a manada.
—Gracias, viejo — respondió el rubio a mi lado mientras le daba la mano —. Tienen todas las instrucciones, que todo marche sobre ruedas en mi ausencia.
Cada vez estoy más confundida.
—Marcelo... — me miró —. ¿Qué...? ¿Qué es esto?
—Vamos a ver las estrellas desde París Keily — masculló.
¿Qué...?
— Pero... ¿Cómo?
Estaba tan confundida.
Él sonrió.
—Te dije que quiero verte sonreír... siempre — masculló —. No importa lo que tenga que hacer, lo voy hacer.
Me ha dejado sin palabras, las mariposas en mi estómago revolotearon sin parar.
—¿Pero nos haremos así?
—Sí, tenemos todo lo que necesitamos para el largo viaje en avión, luego compramos lo demás.
— Pero...
—Ya basta de peros, señorita — dijo, tomando mi mano —. Ahora, vamos.
No puedo creer que vaya a París con Marcelo. Abordamos el Jet y me sorprendió bastante ver que sigue igual de imponente como su dueño.
—Vamos a acomodarnos y poner nuestros cinturones.
Aun sentía un silbido emocionado en mis oídos, no podía creerlo.
Marcelo y yo, estamos sentados uno al lado del otro. Él tomó mi mano y me miró con una sonrisa que correspondí de inmediato.
No hacen falta las palabras entre él y yo. Las miradas hablaban por sí solas.
El avión despegó a eso de las once de la noche y como el trayecto es alrededor de diez horas, nos fuimos a descansar en la habitación que tiene el Jet. Dos horas después, estoy en el pecho de Marcelo, quien duerme plácidamente, lo observé con detenimiento, contemplando cada una de sus facciones. Comencé a repartir besos en su rostro, en su nariz, en sus labios.
Sonrió.
—No quieres dormir — determinó con voz adormilada.
Sonreí.
—No quiero — respondí —. No puedo dormir cuando tengo dudas de... algo.
Eso llamó su atención y abrió los ojos.
—¿De qué tienes dudas? — Preguntó. Mis mejillas se calentaron y él sonrió —. Esto se pone interesante.
—No te burles...
—No lo hago — respondió, rápidamente —. Ahora pregúntame lo que quieras.
—Bueno... — comencé de manera pícara, pasando un dedo por su pecho desnudo —. ¿Alguna vez has tenido sexo en un Jet?
Abrió los ojos en sorpresa. Mi pregunta lo sorprendió bastante.
—No... — masculló en un hilo de voz, su respuesta hizo que me mordiera el labio inferior.
—¿Te gustaría tener tu primera vez aquí conmi...?
Con un rápido movimiento, me puso debajo de él y ya ustedes imaginarán lo que ocurrió en ese Jet. Una pasión desenfrenada se apoderó de nosotros, amo cada momento con él.
Ya en París, Marcelo y yo, visitamos varios boutique para abastecernos, pues lo único que traían las pequeñas maletas, eran nuestros artículos personales y un solo cambio de ropa.
El primer problema surgió a la hora de pagar, el don idiota, no permitió que yo pagara mis cosas, dijo que él era el responsable de mí y mis necesidades. Estuve molesta por un largo rato, pero fue inútil, el muy idiota, me compró unas rosas y me habló bonito en el oído, caí redonda.
Lo que menos quiero es que piense que me aprovecho de él.
Fuimos al observatorio de la Sorbona, miramos a través del telescopio, la luna y las estrellas. Me sentí feliz, plena y una sonrisa se plasmó en mi rostro toda la noche. Después de eso, fuimos a caminar por los alrededores de la torre Eiffel...
—Esto es precioso — manifesté, zarandeando nuestras manos, me sentía plena —. Muchas gracias por todo esto, no puedo creer que este en París.
—Esa es la sonrisa que quiero que permanezca en tu rostro — masculló acariciando mis mejillas, él también estaba feliz —. Hoy hace una linda noche para recordarte lo preciosa que eres, me tienes totalmente cautivado.
Mi corazón latió fuerte.
—Debo de decir — murmuré, mirándolo —. Que estamos en igualdad de condiciones.
Puso una de sus manos en mi nuca y me atrajo hasta él para besarme, no dudé en corresponderle.
La noche pasa volando, cenamos en el restaurant ubicado en la misma Torre Eiffel, fue algo maravilloso, mantuvimos una plática muy amena. Hablamos de nuestras familias y de más.
Al otro día caminábamos por varias calles de París, disfrutando de la compañía, fuimos a Notre Dame, este lugar es tan hermoso y tiene un encanto increíble.
—Todo esto es un sueño, Marcelo — expresé, admirando mi alrededor.
Él me miró con ese cielo azul que derrite mi alma entera. Estamos abrazados, ahora soy yo quien rodea sus caderas con mis brazos mientras que él acuna mi rostro con ambas manos.
—Quiero tener esa oportunidad — habló suavemente, lo miré totalmente enamorada —. Quiero velar y cuidar tus sueños, mi cielo, y cuando tus preciosos ojos, vean la luz del día, quiero ser ese que te ayude a tenerlos, a conquistarlos.
— Yo quiero que seas tú el que siempre esté ahí, — hablé del mismo modo —. No me importa que pase mañana o después, quiero disfrutar de ti y de tu compañía mientras pueda.
Decidí apostarlo todo por él, es el amor de mi vida y no quiero que quede de mí.
Sonrió.
—Me encargaré de ser ese que este ahí, preciosa mía — masculló —. Es imposible que no lo sea.
Las ganas de decirle que lo amo se hacían más grandes a cada instante, pero no sé cómo reaccionaría, no quiero terminar con la magia que impera ahora entre los dos.
Fueron muchos los momentos que compartimos juntos sin pensar en nada más que nosotros, no me importó más ponerle un nombre a lo nuestro, voy a dejar que todo fluya.
De algo que me di cuenta en este viaje, fue que Marcelo, me llevó a visitar varios lugares donde suelen compartir las personas enamoradas, el Paseo por Montmartre por ejemplo, es una maravilla.
— Entonces, estas pagando la apuesta que perdiste aquella vez — mascullé, entre besos.
Estamos sentados en un banquete y, por defecto, estoy en su regazo.
—Esa apuesta la perdiste tú al decirme que te hiciera mía — sonreí, sonrojada.
—Es algo que no debiéramos recordar, pero el que puso la regla de olvidar todo esa noche, fuiste tú y que insistió con: "Pídeme lo que quieras y lo tendrás ", fuiste tú, así que, más perdido no puedes estar, cariño.
Sonrió.
—Eres una mujer muy audaz, mi preciosa — dijo, mirándome —. Yo perdí ante ti, hace mucho tiempo.
—Y yo ante ti...
Ambos sabíamos que hablábamos en doble vía. Nuestros corazones, lo decían.
Lo volví a besar con dulzura, con ternura.
Estuvimos por tres días en París, fueron los momentos más felices que he tenido, no puedo con tanta felicidad. Luego de regresar a Mérida, a los pocos días, regresé a trabajar y todo iba de maravilla entre el rubio y yo, a pesar de que no faltaron los intentos de Mónica en buscarlo.
Una nueva foto, salió en un periódico amarillista, especulando la relación entre ellos. En cuanto en la empresa, se empezaba a rumorar sobre mi romance con unos de los jefes, era medio incómodo.
Salí un poco más temprano de trabajar, debía acompañar a Mirian a una tienda a comprar algunas cosas.
Antes de marcharnos, fui a la habitación de Marcelo por mi bolso, lo encuentro y cuando voy de salida, miré que unas de las gavetas del buró estaba entreabierta, fui a cerrarla y es entonces que me doy cuenta que dentro de esta hay una pequeña caja se terciopelo de color verde, la tomé en las manos y la abrí, había un precioso anillo de compromiso sonreí al Instante. Sin embargo, en ese mismo cajón, se encontraba el libro que Marcelo estaba leyendo todas las noches, de ahí sobresalía una fotografía de una preciosa mujer.
Mi corazón bajó a los pies cuando me di cuenta, era ella, Mónica y lucia felizmente el anillo que tenía en la mano.
Un nudo en mi garganta se había creado, no entiendo nada de esto, Marcelo y yo estamos viviendo nuestro mejor momento.
¿Por qué esta esto aquí?
¿Acaso él aún recuerda sus momentos con ella?
¿Será que Mónica tiene razón y Marcelo aún tiene un vacío que solo ella puede llenar?
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🌟 ♡ NOTA DE LA AUTORA ♡🌟
Capítulo Nuevo.
Lo subí con muchas dudas, espero les guste.
Las amo mucho con demasiado, mis guerreras 💕 ❤️
No olvidemos apoyar la historia con tus votos, por favor.
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