≪•◦ ❈◇Capítulo 64◇❈ ◦•≫
Después que Keily, visitó el centro comercial y se encontrara con aquella situación, se dirigió hacia un parque que se encontraba cerca de su casa, se le habían ido las ganas de visitar a sus amigas, Martina y Mirian.
—No entiendo nada, Dios mio — masculló para si misma.
No podía creer lo que sus ojos habían visto, no sabía como actuar y manejar esa situación, pero sabía que algo tenía que hacer.
En sus pensamientos solo rondaban sobre la chica que había visto en aquella boutique de vestidos de novia y la manera de ella recibir a aquel hombre, cuando pasó a recogerla.
— Elena debe saber lo que esta pasando, pero ¿Qué le voy a decir? ¿Que vi el hombre que ama con otra?
Su razonamiento, se encontraba perdido entre el monólogo anterior.
Keily sabía que la relación que ellos tenían, ninguno tenía que guardar exclusividad, sin embargo, se enamoraron y eso se veía a simple vista.
Decidió volver a su casa, necesitaba aclarar sus pensamientos, pero lo que tenía bien clara era que su amiga debia de enterarse de lo que estaba pasando. Para ella, Cristian estaba engañándola y eso no podía ocultárselo. Mientras caminaba por unas de las calles laterales al parque en busca de un taxi, pronto se sintió observada y giró su rostro para darse cuenta de que Diego, la miraba desde una distancia prudente.
Su piel se erizó totalmente cuando sus miradas coincidieron, su corazón latió fuerte, pues no sabía cuales eran las intenciones de su ex novio, puesto que, no podia ser una coincidencia haberselo encontrado en dos lugares diferentes. En verdad era algo que le preocupaba, ya que sabía que todo estaba relacionado a lo que anteriormente paso, el descubrimiento de su relación con Marcelo o al menos eso pensaba.
Rápidamente subió a un taxi, allí se sintió un poco más segura, pues no sabía cuales eran las intenciones de Diego.
Llegando a casa, decidió obviar lo de Diego y para ver si se despejaba un poco preparó su cena y organizó algunas cosas para luego ponerse a diseñar, era lo único que podía distraerla en este momento, sin embargo, nada le salía, la prueba de ello eran las bolas de papel que había en el piso.
Después de algunas horas, sonó el timbre, estaban tocando la puerta, se levantó rápidamente de su mesa de diseñar y, antes de abrir, se percató de quien era.
Una sonrisa se formó en sus labios cuando vio quien estaba del otro lado, abrió la puerta con urgencia y sus miradas coincidieron haciendo que el mundo dejara de existir. En ese momento, el tiempo dejó de funcionar, se detuvo.
El rubio la miró y no pudo evitar sonreír, tenía dos días sin verla, para él parecían meses, años quizás.
Ella no pudo evitar el impulso de acercarse y saltar sobre él, quien la atrapó de inmediato con una sonrisa sorpresiva. Él aprovechó y aspiró ese aroma del cual se había vuelto adicto.
— Al parecer tu también morías por abrazarme, preciosa —. Masculló él, en su cuello. Ella sonrió.
— ¡Claro que no.! — protestó, apretando más su agarre, Marcelo sonrió victorioso y emocionado por tal acción.
—Si no te abrazaba pronto, yo si que iba a morir, mi cielo — susurró, embriagado en su olor una vez más —. Te extrañé.
Dió varios besos en la mejilla y mandíbula de Keily, ella los aceptó sonriente.
— Y yo a ti, Marcelo — respondió ella, besándolo en sus mejillas y abrazándolo más que antes.
Ambos corazones latian deprisa ante la emoción de estar junto al ser amado.
Después de unos segundos él decidió entrar a casa con Keily sobre él. Ella mantuvo el rostro enterrado en el cuello de Marcelo, allí buscaba un momento para soltar todas sus preocupaciones.
—¿Cómo estás? — Preguntó él, mientras ella bajaba los pies al suelo, pero aún seguían muy juntos. Él la miraba con insistentemente haciendo que ella sintiera las mariposas de su estomago revolotear —. ¿Qué es lo que haces para verte más que preciosa cada día?
Ella se sonrojó.
—Tengo un short y una blusa de tirantes, Marcelo — dijo Keily, con el rostro caliente —. No seas exagerado.
El rubio, sonrió.
—Te ves preciosa con lo que sea que uses, simplemente por ser tú — manifestó él, sinceramente —. Y de una vez te aviso que de aquí no me muevo sin besarte, estos días sin hacerlo fueron una tortura.
Aclaró mirando los ojos avellanas de la chica. Ella aún lo tenía restringido a besarla después de lo que sucedió aquel día en la oficina.
—Pues te atienes a las consecuencias — retó Keily, con su corazón latiendo fuerte.
— Pagaré con gusto el castigo.
Y eso fue suficiente para que él se apoderará de sus labios, ella respondió de inmediato dejando claro que ella también lo necesitaba. Volvió a rodear el cuello de Marcelo con sus brazos mientras que él la tomaba por la cintura. Fue un beso que realmente necesitaban, pues ambos se encontraban perdidos y esto no era nuevo para ninguno de los dos.
Los dos se besaron hasta que se vieron en la necesidad de separarse.
— ¿Cenaste? —Preguntó ella.
—Sí, gracias — respondió, Marcelo —. ¿Ya tu lo hiciste?
Negó con la cabeza.
—No tengo hambre — dijo, separándose de él para recoger los bocetos arrugados que había en el piso.
Él frunció el ceño, sabía que algo pasaba, pues para nadie era un secreto la forma de comer de la pelinegra.
—Estabas diseñando — soltó el rubio mirando el piso con los papeles arrugados, su percepción se afianzaba más, algo pasaba.
—Si, pero no me sale nada — expresó mientras tiraba algunas bolas de papel en la papelera.
Marcelo caminó hasta ella, quien estaba cerca de su mesa de trabajo y la tomó delicadamente por uno de sus brazos haciendo que ella lo mirara.
—¿Estas bien? — Preguntó, un tanto preocupado, pues la conocía muy bien para saber que algo pasaba —. ¿Qué pasó? ¿Porqué estás así?
Keily, suspiró pesadamente mientras se dejaba caer en en una de las esquinas de su mesa de trabajo.
Ella debía decirle lo que había visto, primero lo de Cristian y después lo de Diego, sin embargo, no sabía por donde comenzar.
Marcelo la miraba cautelosamente, esperando a que empezara a hablar. Se acercó más colocando sus piernas una de cada lado de las de ella y sosteniendo su rostro.
— Debo hacerte una pregunta — inició Keily, seriamente —. Te agradecería que fueras totalmente honesto conmigo, por favor.
El rubio la miró por algunos segundos.
—Siempre seré honesto contigo, Keily, así que pregunta lo que quieras.
—Sé que no es mi asunto y que quizás por respeto a él, tampoco puedas responderme porque tampoco es el tuyo — comenzó ella, preocupada por su amiga —, pero quiero saber si Cristian tiene una relación con una mujer y si esta a punto de casarse.
Marcelo la miró directamente a los ojos con su rostro libre de expresión, luego suspiró profundamente para proceder a hablar:
—¿Porqué la pregunta?
—Porqué hoy me lo encontré por casualidad recogiendo a una linda chica en un centro comercial, ella lo besó y... Bueno, no hay que tener tres dedos de frente para deducirlo.
Ambos se miraban a los ojos.
—Si, pero me preguntaste que si estaba a punto de casarse — agregó él, acariciando una de sus mejillas —. ¿Porqué llegaste a esa conclusión?
—Porque esa misma chica se estaba probando un vestido de novia en una boutique, confieso que se veía hermosa — dijo, recordándola —. Más grande fue mi sorpresa al darme cuenta de que posiblemente Cristian, podía ser el novio.
Marcelo, soltó un suspiro profundo.
—Va a casarse — anunció de repente, el rubio. Keily se quedó tan quieta, mirándolo, sin poder creer lo que habia escuchado, las palabras aun hacian eco en sus oidos.
—¿Qué? — logró decir, fue casi inaudible, quiso apartarse del rubio, pero aún seguía procesando lo que él había dicho —. ¿Entonces...?
Keily, comenzó a recordar cada una de las palabras que Elena le había expresado, las emociones e ilusiones que se había formado en cuanto a la relación con Cristian Serrano. Sabía que no podia quedarse callada, pero también sabía que debía buscar la manera correcta de decírselo.
Tras Keily, quedarse en silencio, Marcelo se preocupó, además de observar que los lindos ojos de la chica se llenaban de lágrimas por la impotencia.
—Kei...
—Yo no entiendo nada... — logró decir ella —. ¿Y Elena?
—Tú sabes mejor que nadie el tipo de relación que tenían — respondió él.
—Si, pero también sabia que si alguno llegaba a pesar tener una relación seria con alguien más eso se acabaría — agregó ella, molesta y dolida —. Mentirse no estaba en ese estúpido acuerdo.
—No soy la persona indicada para hablarte de eso — manifestó, el hombre con calma.
Eso hizo que Keily, frunciera el ceño y se molestara aún más, se separó de él pasando por su lado, se cruzó de brazos.
—Entiendo perfectamente que no puedes hablar, es tu amigo —dijo ella con los dientes apretados y lágrimas en los ojos —, pero, Elena es mi amiga, Marcelo y esto la dejará devastada y tu me dices que no puedes hablarme de ello con tanta calma.
Él suspiró tratando de acercarse a ella.
—Lo único que te puedo decir es que las cosas no son lo que parecen — dijo, seriamente, preocupado por ver sus ojos inundados de lágrimas —. No te pongas así, por favor.
Ella lo miró por algunos segundos.
— Pensé que estaba enamorado, su forma de ser y tratarla era increíble, pero al parecer me equivoqué — dijo, la pelinegra.
—No digas eso, por favor, no sabes como fueron las cosas.
Una risa sarcástica salió de ella.
—Y tú no puedes explicarme —dijo, dolida, aunque lo entendía —. Voy a hablar con Elena, no puedo callarme algo así.
— Estas en todo tu derecho a hacerlo, pero me gustaría que hablaras con Cristian antes de que lo hicieras.
—No veo para qué — respondió, Keily, indiferente.
—Por favor — pidió —. Escúchalo.
Ella lo miró y sabía que accedería, él pocas veces hacía peticiones, no podía negarse.
—Esta bien, pero que sea ahora — susurró ella con el corazón en un hilo —. Porque la próxima vez que vea a Elena, le contaré todo y es a primera hora de mañana.
Marcelo emitió un suspiro aliviado.
—Es un poco tarde, ¿No lo crees? — habló el rubio —. Podrías esperar...
—Aún no son las diez, puede venir aquí.
Marcelo observó la determinación de su mirada y no tuvo más remedio que tomar su celular para llamar al castaño.
Este respondió inmediatamente, se encontraba en una reunión familiar, la cual dejó a medias ante la petición de su amigo.
No pasó mucho tiempo cuando ya estaba en la puerta del departamento que tan bien conocía, sabía que era algo que ameritaba atención, pues Marcelo nunca le hubiese pedido que viniera si no lo fuera.
El rubio fue quien abrió la puerta, dejando entrar a su amigo. Ya dentro, Cristian se dirigió a Keily, quien lo saludó distante desde su lugar, cosa que le resultó extraña, ella estaba sentada en un sofá con los codos apoyados en sus rodillas, su mirada estaba sobre ojiverde y viceversa.
—¿Qué pasa, Kei? — Preguntó el castaño extrañado —. ¿Estas bien? ¿Esta bien, Elena?
Keily, sonrió.
—Lo sabe — dijo Marcelo haciendo que Cristian lo mirase —. Te vio con Penelope el día de hoy.
Los latidos del corazón de Cristian se volvieron irregulares, volvió su mirada al frente donde estaba Keily.
—Puedo explicarlo — fue lo primero que dijo.
— Muero por escucharte —ironizó, ella.
—Kei... — protestó, Marcelo.
—Que conste que esta aquí porque me lo pediste — Marcelo, sonrió.
—Lo sé — dijo, el ojiazual —. Y te lo agradezco.
— Tienes cinco minutos, Cristian — su voz era como un trueno, estaba enojada —. No lo desperdicies, porque no habrá más.
—En verdad das miedo cuando estas enojada, Kei — agregó, Cristian, luego dirigió su mirada al rubio—. No sé cómo puede gustarte, Marcelo. No me explico cómo no has salido huyendo.
Marcelo, volvió a sonreír de boca cerrada, cosa que no pasó desapercibida por Keily, pero este no era el momento para bromas.
Cristian, suspiró.
—Yo he estado comprometido con Penelope desde hace muchos años, más de diez para ser exactos —Eso llamó la atención de Keily.
—¡¿Qué?! — gritó ella, poniéndose de pie con la intención de darle un par de cachetadas — ¡Eres un maldito desgraciado, mentiroso...!
Marcelo, la detuvo.
—Tranquila y escúchalo — masculló en su oído, agarrándola desde atrás, la espalda de Keily tocaba el pecho de Marcelo, él le sostenía las dos muñecas —. No te anticipes, por favor.
Ella miró a Cristian como si lo fuera a matar y él continuó antes de que pasara una desgracia.
— Los padres de ella y los míos, hicieron un negocio cuando apenas eramos unos niños, unieron sus empresas para obtener ganancias millonarias, en ese negocio entramos Penelope y yo, debíamos casarnos cuando ella cumpliera sus veintisiete años y ya los cumplió hace unos días.
El castaño apretó sus puños en su lugar, no quería ser parte de esa situación, se sentía impotente y, peor aún, como una pieza de ajedrez que sus padres movieron para su beneficio, sin tomar en cuenta sus sentimientos y su opinión.
—¿Entonces todo esto es por dinero? ¿Te vas a casar por unos cuantos millones? — Preguntó Keily, decepcionada y enojada —. ¿Elena lo sabe? ¿Sabe todo esto?
El castaño sintió como si le tomarán el corazón y lo estrujaran. Procedió a negar con la cabeza siendo incapaz de levantar la mirada.
La pelinegra solo era capaz de pensar en su amiga.
—La engañaste desde el principio, Cristian, tu sabias que estabas comprometido — dijo, Keily, dolida —. ¿Con que finalidad? ¿Divertirte con ella?
Marcelo la sostenía de sus muñecas, aunque esta ya no hacia ningún esfuerzo para soltarse.
—Kei, no digas eso, jamas haria algo asi — pidió él castaño, dolido —. Es verdad que lo nuestro empezó como un maldito juego, pero con el paso de los días y las semanas, ambos sabíamos que algo más pasaba — hizo una pausa para darle riendas sueltas a sus recuerdos con esa pelirroja que había entrado sin ningún permiso a su corazón —. Elena se metió en mis entrañas, Kei. Y es tan fuerte lo que siento por ella, que me dió miedo decirle toda esta mierda en la que estoy metido.
Marcelo quien escuchaba en silencio decidió intervenir, pues su amigo no había dicho todo.
—Debes contarle todo para que ella pueda entenderte, no debes guardarte nada, Cris.
El castaño volvió a respirar profundo, todo esto le costaba.
—Voy a contarte, Kei, pero esta parte debe quedar entre nosotros, por favor. Nadie puede saberlo aún, porque no he leído el maldito contrato, no sé lo que tiene estipulado y, por ningún motivo, quiero arriesgar el bienestar de Elena.
Keily, tragó saliva sin entender nada.
—Habla de una vez, Cristian — habló, Keily, indiferente.
El castaño, sonrió ante su actitud, sabía que la pelinegra estaba enojada cosa que, a Marcelo, le encantaba.
—En verdad, ya tengo miedo a que te enojes, no me gusta esa Keily — habló, Cristian —. Creo que eres capaz de cualquier cosa.
—Ya cállate y habla rápido antes de que te...
Hizo fuerza para salir de entre los brazos del rubio quien la tenía abrazada.
—¡Quieta, fiera! — masculló en el oído de la mujer, ella lo miró desafiante. Eso lo hizo reir —. Cristian, inicia de una buena vez.
El castaño dio un asentimiento y contó a Keily todo lo demás, el como llegó a esa situación, ella hizo muchas preguntas y entendió muchas cosas sobre el tema. Sabía que no podia culpar al ojiverde del todo.
—¿Estas enamorado de ella? —Preguntó Keily en un susurro.
Cristian, sonrió.
—Desde aquel día que la invité al cine y me llamó Superman por primera vez — dijo, rindiéndose, se sentía tan agotado de tanto luchar contra la corriente —. Yo no sé lo que haré con todo esto, pero hasta no estar completamente seguro de que todo estará bien no haré nada arriesgado.
—¿Elena, está en peligro o algo así? — Preguntó, la pelinegra.
— A lo que se refiere es que no conoce los estatutos del contrato — intervino, Marcelo con calma, aun abraza a la Keily desde atrás —. Cuando enfrentó a su padre, dijo que tuviera cuidado por quien quería deshacer el acuerdo porque esa persona también estaría perdiendo, es mejor estar seguros antes de dar pasos a ciegas que podrían perjudicarlos.
Keily, suspiró. El coraje había disminuido, pero era algo que no podía callar, su amiga debia enterarse, por lo menos que Cristian iba a casarse.
— No puedo ocultárselo — dijo, convencida de que no lo haría —. Lamento muchísimo todo esto, Cristian, pero Elena es mi amiga y, aunque lo suyo ha sido algo que surgió como un juego, sabes que no fue así todo el tiempo.
—Quiero hacerlo yo mismo, Keily, por favor.
Marcelo, lo veía a ambos, estaba completamente convencido de que Keily no entraría en razón, pero también sabía que le daría la oportunidad de que Cristian lo hiciera.
—Tienes veinticuatro horas para decírselo, Cristian, no puedo hacer nada más por ti.
—La voy a perder, Keily — dijo con amargura y con su corazón en un puño —. No quiero hacerlo, no la quiero fuera de mi vida.
—Creo que es lo mejor — agregó, Marcelo mirando inexpresivo a su amigo, tanto Keily como Cristian lo observaron —. Por lo menos hasta que estés seguro de lo que vas a hacer.
Ellos continuaron su plática, Cristian tiene menos de un día para decirle la verdad a Elena, refutó en cuanto al tiempo, buscó el apoyo de Marcelo quien trató de mediar, pero Keily no entro en razón y no tuvo más remedio que aceptar lo que ya le había pedido.
Media hora después que Cristian se marchara Marcelo y Keily, se quedaron en el salón del pequeño departamento, no cruzaron muchas palabras, estaban sumidos en sus propios pensamientos, en silencio, era como si ninguno de los dos quisiera tocar el tema de Cristian.
La pelinegra, terminó de organizar su escritorio, pues estaba hecho un desastre, mientras que el rubio la observaba con detenimiento.
Marcelo, conocía muy bien a Keily y sabía que algo más rondaba por su cabeza.
Soltó un suspiro cansado.
—Ven aquí, preciosa — palmeó una de sus piernas con la intención de que Keily se sentara.
Ella lo miró a los ojos al tiempo que dejaba de acomodar unas carpetas. No pudo evitar soltar un largo suspiro. Comenzó a caminar hacia el rubio y sé sentó en las piernas de este, quien la rodeó con sus brazos por la cintura.
—¿Hay algo más que te preocupe? — Preguntó él mirándola.
Ella se debatía por dos cosas, la primera era que le había prometido contarle si algo pasaba con Diego y, aunque nada a pasado, ella cree que él la sigue. Lo segundo es que ella sabe que no tiene una relación definida con Marcelo y lo de Cristian le ha dejado un mar de sentimientos encontrados.
—Quiero pedirte algo— dijo ella, observando los ojos que por más que mirara siempre la hacia sucumbir en ellos.
Marcelo, detalló el rostro de la pelinegra pensando en cumplir cualquier petición que ella hiciera, porque no había nada sobre la tierra que él no hiciera por esa mujer.
—Pídeme lo que quieras y lo tendrás — soltó de repente.
Ella sonrió mientras que el calor subía a sus mejillas.
— Eso me recuerda algo que supuestamente no debería recordar.
Marcelo, sonrió. Sabía de lo que ella hablaba.
—Créeme, tengo el mismo problema que tú — dijo, haciendo que la chica se ruborizara más —. Ahora dime que es eso que quieres.
La pelinegra se acomodó más en las piernas del rubio, de manera que ambos podían mirarse a los ojos.
— Solo... solo quiero pedirte que, si en algún momento decides formalizar con alguien, me lo digas antes, Marcelo — esto lo desconcertó un poco, no imaginaba que eso le iba a pedir —. Te lo pido encarecidamente. Del mismo modo, si llegas a interesarte en una mujer, dímelo para apartarme a tiempo.
El corazón del único hombre en el departamento, latió con violencia, ella tenía miedo de que al final las cosas no resultaran como esperaba y, es por eso, que él trataba de hacerle ver que ellos eran más de lo que ella imaginaba.
—Nunca te pondria en esa situación — dijo mirando los hermosos ojos de la mujer que estaba sobre su regazo.
—Prefiero que me des tu palabra — insistió ella, seriamente.
—Te doy mi palabra —masculló Marcelo, muy seguro de si mismo, quizo que ella tambien sintiera esa seguridad y continuó —. Aunque estoy más que seguro, que no habrá nadie más en mi vida, Keily.
Ella soltó un suspiro profundo.
La seguridad que despedía la mirada del rubio dejó sin palabras a la chica, ella sabía que lo que él quería decirle. Unos segundos después de tan solo mirarse, lo abrazo por el cuello, confiaba en él y su instinto de mujer, tenía la sensación de que todo iba por buen camino.
—¿Te quedarás esta noche? — Preguntó ella.
Él la miró y sonrió
— Llegué de Cancún y no fui a casa.
—Martina te matará — expresó la pelinegra, sonriendo.
— Ella debe imaginar lo que estoy haciendo.
—Ah, ¿Sí? — masculló, Keily, mientras acercaba sus labios a los del rubio, sin llegar a tocarlos —. ¿Y qué es lo que estás haciendo?
El rubio la tomó rápidamente de la cintura para presionarla y que ella sintiera su erección, no obstante, ya era muy evidente. Su mirada de fuego indicaba todo lo él quería hacerle, la miró hambriento, pues tenia varios días sin tocarla.
— Te voy a besar y voy a hacerte mía, Keily Andersson.
Keily sintió como su corazón emitía latidos irregulares ante las palabras del hombre.
— Para luego es tarde, Marcelo Sandoval.
Masculló al tiempo que comenzó a besarlo con fuerza, era algo que a él le encantaba de ella, podia desatar cualquier infierno con su ternura, lo volvía loco cada beso, cada toque, lo volvía loco su pasión.
Poco a poco, sus prendas de vestir quedaron en el piso y el sofá del salón fue testigo de una noche más de pasión entre ellos dos.
—Lo eres todo para mi — masculló, perdido en el extasis de la pasión que los embargaba —. ¡Dime que eres mía, mi amor!
Pidió mientras se hundía en ella quien se encontraba recostada en el sofá. Keily, lo recibía una y otra vez, correspondiendo a cada una de sus caricias. Ese "Mi amor " dicho por segunda vez, no le pasa desapercibido. No dudaba que esas palabras fueran ciertas.
—¡Soy toda tuya! ¡Ah! — respondió, perdida en él —. ¡Siempre seré tuya!
Esas palabras llenaron de satisfacción a Marcelo, quien con un par de envestidas más obtuvo su liberación al igual que ella.
Las respiraciones irregulares reinaban en el lugar. Marcelo, se desplomó sobre el cuerpo de Keily sin llegar a aplastarla.
— Debes aclararme ciertas dudas, sobre un ramo de rosas que llegó a mi oficina, señor Sandoval — dijo, con una sonrisa la pelinegra.
Marcelo, sonrió en su pecho.
— Eso lo discutiremos en una cena especial algun día, Keily Andersson — respondió tratando de controlarse.
Sabía que ella haría esas preguntas y no se detendría hasta obtener las respuestas de lugar y él aún no estaba listo para decirle en voz alta que la amaba, no quería alejarla, no quería perderla, no quería que lo dañaran y, mucho menos, lastimarla. Sin embargo, no faltaba mucho tiempo para que jugárse el todo por el todo.
A la mañana siguiente, Marcelo llevó a Keily a su trabajo, se despidieron muy efusivamente, no querian separarse, pero el deber los llamaba.
Mientras Keily trabajaba con su equipo, visitando las casas que se encontraban en remodelaciones, Marcelo, se encontraba al otro lado de la ciudad supervisando una obra en construcción.
Elena se encontraba junto a Keily, dándole algunas ideas de diseño contemporáneo y minimalista, los cuales eran los dos tipos que la señora Mercedes, había elegido para su casa.
—Tengo que ir a resolver ciertos asuntos de Héctor, Kei — informó, Elena con una sonrisa —. Espero me entiendas.
— No te preocupes, haz lo que tengas que hacer.
Elena la miró una vez más, Keily, estaba muy callada esa mañana y era algo tan extraño en ella.
— ¿Seguro que estás bien? — Preguntó, la pelirroja, preocupada —. Estas muy callada.
— Si, lo estoy — mintió, Keily, pues no dejaba de darle vueltas al asunto de Cristian —. Si llegas a necesitarme, no importa lo que sea, llámame.
Elena, sonrió.
— Si — dijo alargando la i, aun sonriendo —. Ya me lo has dicho diez veces hoy ¿Porqué tanta insistencia?
— Solo recuerda que te quiero mucho, Elie — volvió a hablar Keily, mientras abrazaba a Elena, está última frunció el ceño al tiempo que sonreía.
— Estas tan rara, Kei, pero debe ser el periodo, tus días están cerca — manifestó.
Ojalá y fuera solo eso —Pensó, Keily.
— Eso debe de ser.
— Bueno, me iré y recuerda que pasado mañana viajo a New York por una semana, tengo asuntos que resolver con mi hermano y mis padres — informó, Elena —. Todos mis pendientes de esa semana que me ausentaré, te lo entregaré mañana.
— Esta bien, Elie, muchas gracias.
Keily trataba de actuar normal delante de su amiga, pero no lo estaba, tenía la sensación de llevar una gran carga en su pecho.
Ambas continuaron hablando de trabajo y horas más tarde, se despidieron y eligieron direcciones opuestas.
Elena debia resolver varios pendientes antes de irse a New York con su familia, habían comprado un edificio que funcionaria como unos de los hoteles más exclusivos de la ciudad, ella ayudaría a elegir el diseño del interior de las distintas habitaciones. Ahora se encontraba cerca de la Mansión Serrano y se le ocurrió hacer una rápida visita, pues ya estaba acostumbrada a visitar en cualquier momento al castaño y a Cristina.
Ya estando en el frente, tocó el timbre de las grandes verjas, el vigilante, al reconocerla, la dejó pasar de inmediato. Aparcó su auto y se limitó a caminar con una sonrisa gigante hacia la entrada de la casa, sin imaginar lo que en ese momento pasaría.
La servidumbre, la dejó pasar informándole que todos estaban en el salón. Ella dedujo que los hermanos Serrano, estarían solos allí. Al llegar al salón se encontró con una chica morena de ojos cafés quien sonreía ampliamente.
Su mirada, que estaba en unos bocetos, se trasladó a la mujer que había llegado.
—Hola, tu debes ser la diseñadora de Interiores.
Elena, trató de no fruncir el ceño.
—Hola — saludó con una sonrisa —. Sí, soy diseñadora de Interiores, ¿Nos conocemos?
La chica, sonrió divertida.
—No, claro que no — dijo, aún sonriendo, se le notaba lo feliz que estaba —. Estoy esperando a la que va a diseñar todo lo relacionado a mi boda y al parecer llegaste más temprano.
Los bellos de Elena, se erizaron.
—Lamento mucho informarle que no soy...
—Penelope — entró una señora con rasgos castaños, interrumpiendo a Elena —. Daliza, la diseñadora que vendría, llegará mas tarde, se le presentó un percance.
—¡Oh! ¡Qué lástima! — exclamó, Penélope —. La confundí con esta chica.
Terminó de decir y la señora de ojos verdes, prestó toda su atención a Elena.
—Hola, cariño — saludó la señora a la pelirroja —. ¿Necesitas algo?
—Me disculpo por llegar sin avisar, solo buscaba a Cristian y Cristina — expresó, Elena con calma, pero algo la inquietaba.
La señora le sonrió amablemente.
—Eres amiga de mis hijos, eso me da tanto gusto — manifestó, felizmente —. Soy Lauren Serrano, la madre de ese par que andas buscando.
—Un placer, soy Elena Álvarez.
—Estas relacionada a los Álvarez dueños de Hotels the Golden Star of Los Álvarez.
La señora, saludó a Elena, dando un beso en cada lado de su mejilla.
—Bueno, yo...
—Mamá, no encontré el — Interrumpió, Cristina en el gran salón, —... Elena, ¿Qué haces aquí?
—Cristina — saludó, feliz —. Solo vine a verlos.
—Por fin llegaste, le preguntaba Elena sobre su familia, pero no viene al caso — dijo la señora, emocionada —. Y ya que hay otra chica aquí — la señora Lauren, tomó a Elena por el brazo — ayúdanos a elegir el modelo de las invitaciones para la boda.
—Mamá, no creo que Elena, tenga tiempo para...
—Será algo rápido, mayoría gana— soltó, la señora.
Elena se sentó junto a la señora, mientras ella le explicaba como querían la boda.
—Admito que es una idea estupenda — dijo, Elena con una sonrisa —. Y a todo esto, ¿Quienes serán los novios? Son los que tienen que estar de acuerdo.
—¿Verdad que sí? — respondió la señora Lauren —. Estos preparativos me tienen un poco despistada, la novia es Penelope, la conociste al llegar y mi hijo, Cristian, que no sé dónde está en estos momentos...
Dios...
Elena dejó de escuchar a la señora Lauren, para centrarse en sus últimas palabras. Miró a Cristina con la esperanza de que ella negara las palabras de su madre.
— ¿Va a casarse? — Preguntó, en un susurro, su corazón iba a toda prisa —¿Cristian, va a casarse?
—Elena, solo escucha... — masculló, Cristina, sin saber que hacer ni que decir, ella sabía lo que estaba ocurriendo.
—Estamos comprometidos hace muchos años — intervino, Penelope con una sonrisa de felicidad que contagiaba al mundo —. Por fin llegó la hora de casarnos.
El corazón de Elena se hundió totalmente, no podia emitir una sola palabra.
—¿Muchos años? —logró decir en un susurro.
— Las cosas no son...
—Estoy tan feliz por esta boda —volvió a intervenir, Penelope.
Elena era de esas mujeres que no lloraban por cualquier cosa, le costaba hacerlo y es por eso que se mantuvo lo más serena que pudo, le costaba bastante, pues la acababan de dar un golpe bajo que no estaba esperando.
En ese momento, se sintió descompensada, no tenias fuerzas para nada, sentía un pitido en sus oidos que repetía una y otra vez, las palabras de Penelope.
—Elena... —masculló, Cristina.
La pelirroja volteó a mirarla, aunque su mirada estaba perdida.
—¿Pasa algo? — Preguntó, la madre de Cristian y Cristina —. Estas pálida, criatura.
Elena tenía un nudo en la garganta, el cual tuvo que tragar para poder responder a la señora.
—No pasa nada — se las arregló para responder —. Vamos a mirar nuevamente las invitaciones para elegir.
—Tener tu opinión como diseñadora es excelente — agregó, Penelope, muy emocionada.
La emoción de todas las mujeres era evidente en la sala, pero también había un corazón roto en mil pedazos.
—No tienes que hacer esto, Elena — intervino, Cristina, con empatia.
—No te preocupes — dijo, tratando de sonar normal —. Solo las ayudaré con esto y me iré.
Observaron el gran catálogo de las diferentes invitaciones, mientras más avanzaban más grande se hacia el nudo de su estomago, no podía creer lo que estaba pasando, se sentía usada, engañada y lo peor aún, decepcionada.
—¿Qué sucede aquí? — Preguntó, Cristian llegando al salón.
Elena, se tensó.
— ¡Hijo! — exclamó su madre —. Estamos mirando las invitaciones...
La mirada de Cristian coincidió con la de Elena. Él sabia que ahora mismo se encontraba perdido, no tenía ni la más mínima idea de cómo actuar.
—Elena — masculló con el corazón hecho un puño.
Ella lo miró y, Cristian, por primera vez, notó como sus ojos azules estaban tan tristes.
—Hola — lo saludó, normal. Fue algo que él no se esperaba —. Muchas felicidades por la boda.
Esa acción sorprendió tanto a Cristian como a la misma Elena.
El castaño tenía el corazón roto al igual que Elena, ambos podían sentir lo mal que la pasaba el otro.
—Tenemos que hablar — soltó, Cristian de repente, sin importarles las personas que estuvieran presentes.
Todos los presentes se dieron cuenta de que había una tensión enorme, pero lo dejaron pasar.
—Bueno, según las indicaciones que me dieron de los colores que pretenden usar en la decoración — comenzó, Elena, actuando profesionalmente, pero con las entrañas echas añicos, tomó el catálogo y señaló una página — y tomando en cuenta el tipo de bodas, está es la invitación adecuada.
—¿Verdad que sí? — chilló, Penelope sonriente —. Fue la misma que me gustó a mí. ¡Mira, mi amor! — se dirigió a Cristian, quien ni la miró.
— ¡Entonces, ya tenemos el modelo de las invitaciones! —agregó la madre de Cristian —. Muchas gracias, linda.
Elena, sonrió, esta no le llegaba a los ojos, se sentía realmente mal. Trató de no mirar al castaño, lo único que le apetecía era salir de esa casa rápidamente.
—Me da gusto haber contribuido en algo — dijo la pelirroja —. Ahora debo irme, tengo cosas que hacer.
—Pero vamos a tomar un té o café, tenemos mucho que agradecerte, hija — dijo, Lauren.
Elena, sonrió.
—Me encantaría, pero no puedo quedarme, tengo muchos pendientes. Muchas gracias por su amabilidad.
Tanto Penelope como Lauren, agradecieron a Elena por ayudar con la elección de las invitaciones.
Elena, se despidió de los presentes y emprendió camino hasta la salida siendo seguida por Cristian.
—Tenemos que hablar —dijo el castaño, caminaba de manera desesperada detrás de ella —. Por favor.
Ella se detuvo para mirarlo.
—¿Fue por eso que no me respondiste nada? — soltó ella de repente.
—¿Qué? — Preguntó él confundido, su ceño estaba fruncido.
—El día que te dije que me había enamorado de ti, que te amaba, nunca me dijiste nada, Cristian, te pedí que lo intentaramos en serio, que salieramos y nunca dijiste nada — habló Elena, en un susurro roto, ambos se miraban con una tristeza infinita —. Estabas con alguien más y yo solo fui la diversión del momento...
—Tú nunca fuiste la diversión del momento — la interrumpió con voz entrecortada —. Tu sabes que no fue así, tu sabes lo que siento por ti.
—No importa como haya sido, no quiero hablar contigo —. Pidió, herida — concédeme eso por favor.
—Necesito explicarte que...
Su corazón se sentía herido, como si alguien lo hubiera pisoteado sin piedad. Ella no aguanto más y estalló.
—¿Qué necesitas explicarme? ¿Qué me mentiste todo el maldito tiempo? ¿Qué me decías que me amabas con mientras que con otra hacías los planes de bodas? — escupió una pregunta tras otra con dolor —. No quiero que me expliques nada, todo está muy claro, vas a casarte con una mujer que ha sido tu prometida por años. ¡Por años, Cristian! — recalcó con voz entrecortada, pero dura y con sus ojos cristalizados —. Lo nuestro solo tiene algunos meses, aunque entiendo perfectamente que lo "nuestro" fue solo un juego, algo por diversión. Admito que fui yo la que se hizo ilusiones tontas, así que la única estúpida que sale sobrando aquí soy yo.
Ella dió la vuelta para marcharse, pero se detuvo al escucharlo.
— Te amo, eso nunca fue mentira, mi hermosa estrella.
Ella giró y, sin permiso, una lágrima rodó por sus mejillas. Era mucho el dolor que sentía dentro.
Cuando el castaño, miró a Elena llorar, sintió que el mundo se caía a pedazos, nunca la había visto de esa manera y eso a él lo estaba matando.
—Puedes decir lo que quieras, Cristian — habló, con amargura —. Ya no te creo nada y no trates de buscarme porque no encontrarás nada, no quiero hablar contigo.
Cuando ella se disponia a marcharse, él la detuvo por el brazo.
—No te dejaré ir así, Elena —dijo, asustado.
—Suéltame — pidió con los dientes apretados, forsegeando un poco —. No me toques. Respeta mi decisión de una buena vez.
—No te voy a...
—¡Cristian! — exclamó una voz fuerte.
El aludido aflojó su agarre para mirar al hombre que estaba a sus espaldas, era su padre.
El señor lo miraba a ambos con rostro inexpresivo.
—Necesito que vengas, tenemos que hablar de un asunto importante — anunció el señor.
Elena se soltó del agarre de Cristian y pudo alejarse.
—Por favor, Elena...
—Adiós, Cristian.
La pelirroja se marchó y, una vez en su auto, no pudo aguantar más y se fue en llanto, comenzó a llorar como hace tiempo no lo hacía. Fueron varios minutos para recomponerse y poder poner el auto en marcha.
Hace mucho tiempo, conoció a Cristian y tenían un trato de estar juntos y hablar con la verdad, si llegasen a conocer a alguien que le gustara serían honestos, pero no era el caso, él estaba comprometido de hace años y no solo eso, sino que se casaría y no le había mencionado nada.
La pelirroja fue en busca de su amiga, esta le contó todo lo que había pasado, Keily también, le dijo que ya lo sabía. Ambas lloraron mucho esa tarde y la noche fue larga para ambas. Elena, se sentía engañada, usada, defraudada y tuvo la necesidad de llorar y así lo hizo.
Habían pasado varios días desde que mi amiga Elena se marchó a New York. Fue difícil verla derrumbada, es una persona tan fuerte que es prácticamente imposible imaginarla echa trizas. Me tocó estar con ella esos dos días, lloramos juntas, vimos varias películas románticas, escuchamos música de despecho y todo eso para combatir el desastre que se le armo a la pobre.
Cristian casi echa abajo la puerta de su departamento, tuve que llamar a Marcelo para que ayudara con él. En verdad, me duelen los dos, ambos estaban mal y no creo que esto se arregle pronto.
Si es que llega a tener arreglo.
Si, porque como quiera que sea, Cristian le mintió y eso es lo que ella más odia, que le vean la cara.
Mi amiga es muy leal, es la mejor persona de tratar, pero es tan derecha que exige lo mismo devuelta.
Cristian esta feo para la foto y mal posicionado para el video...
En estos momentos, Elena, no querra nada con él, mucho menos conversar. Es lamentable, pero es la verdad.
Ahora me encuentro en un café con la señora Mercedes, estamos ultimando los detalles de la casa número tres.
— Como esta propiedad esta cerca de la playa en Puerto Progreso, quiero algo que cuando llegue a vacacional, me relaje de tan solo entrar a la casa.
Sonreí al ver su brillo en los ojos.
—Creo que tengo el estilo perfecto, el oriental combinado con el náutico, es el indicado.
—Tú me entiendes a la perfección, me encanta trabajar contigo — dijo, con una sonrisa —. Muéstrame los bocetos que tienen y háblame un poco sobre eso.
— Mira, estos son — le paso los bocetos y continuo —. Los interiores de estilo oriental evocan instantáneamente una imagen de serenidad y tranquilidad. Mientras que el náutico, provoca esas emociones que solemos asociar con el mar y las vacaciones: la serenidad, relajación y un toque de diversión.
Ella sonrió complacida.
—Bueno, Keily, no se hable más — dijo, contenta —. Manos a la obra.
Sonreí al escucharla, le mostré las ideas de Elena en cuanto a la cocina de ese proyecto y otras áreas, esta demás decir que le han encantado.
Ahora debo pedir a Paola que diseñe ciertas partes, ella es buenísima en el estilo oriental y, como a mí me gusta la naturaleza, voy a diseñar el náutico. Ambas debemos trabajar en conjunto para que las cosas salgan bien.
No pasó mucho tiempo cuando Mercedes se marchó, me quedé un rato más en este café para adelantar un poco en esos bocetos, sin embargo, no contaba con que se avecinaba.
—Debemos hablar — dijo al tiempo que se sentaba en el lugar que antes se encontraba Mercedes —. No se te ocurra salir huyendo como las otras veces, por que no respondo.
No pude evitar sentir miedo al ver su cara, tiene algunos golpes que apenas están sanando.
—¿Qué es lo que quieres? — Pregunté, asustada, mirando a mi alrededor.
Estaba en la cafetería, pero debido a mis antecedentes con Diego, no puedo evitar estar alerta.
—¿Estas con mi hermano? —me miró a los ojos y sentí escalofríos —. Responde de una maldita vez.
—Si, Diego — confesé al fin —. Tu ya debes saberlo, nos viste aquel día del accidente.
Apretó los dientes mientras que rápidamente me tomó del brazo por encima de la mesa sin delicadeza, aún estábamos sentados. Mi corazón asustado, latió más fuerte.
— ¿Desde cuándo? ¿eh?
— Suéltame — exigí haciendo fuerza para que me soltara, pero fue inútil.
— Responde la maldita pregunta, Keily — gritó más fuerte, enojado.
—Voy a gritar — amenacé, tratando de ponerme de pie cosa que él me impidió haciendo presión en el brazo—. Me estas lastimando.
Me quejé.
— En este momento no me importa nada, asi que responde lo que te pregunté.
Su enojo era evidente.
—Tienes que entender que hace mucho tiempo no tenemos nada, que nada de lo que haga o deje de hacer es tu problema, necesito que me dejes vivir en paz.
—No, hasta que me aclares las cosas — dijo sin despegar su vista de la mia —. Prometo... prometo hacerlo si me dices las cosas.
Aflojó su agarre en mi brazo, traté de safarme, pero no pude.
Suspiré.
Estoy tan agotada de todo esto que no lo pienso dos veces para responderle.
—Empezamos a tratarnos tres meses después que rompí contigo — su agarre en mi brazo, se intensificó. Su rostro se ensombreció mucho más que antes —. Las cosas simplemente se dieron y ya.
Sus ojos se cristalizaron un poco, su ceño estaba fruncido.
—¿Qué quieres decir con qué las cosas se dieron?
—Simplemente, me enamoré de Marcelo Sandoval — le confesé, quiero terminar con esto y con la esperanza de que me entienda —. No sé cómo sucedió, pero lo único que puedo decirte es que nunca había sentido tal cosa por alguien.
—¡No me digas eso! — bramó, molesto —. ¡Estas mintiendo! ¡Tú no puedes quererlo, es mi hermano!
—Lo siento — le dije —, pero querías la verdad, no hay razón para callarlo. Necesitamos terminar con esto. Tu necesitas entender que entre tu y yo no hay posibilidades de regresar, yo no siento nada por ti. Debes seguir adelante con tu vida.
Sonrió, sarcástico.
—¿Crees que va a ser tan fácil? ¿Crees que no he tratado de dejarte ir para que hagas tu vida? — soltó pregunta tras otra con tanto dolor —. Traté de hacerlo, pero no pude, no puedo dejarte ir porque si lo hago siento que estoy dejando ir mi vida, Keily.
No pude evitar no sentir empatia por él y me siento molesta conmigo misma.
—Yo sé que puedes hacerlo, Diego, puedes continuar con tu vida — me animé a decirle, en verdad me gustaria que fuera feliz —. Puedes iniciar de nuevo, quizás tu nueva historia te guste más.
Él me miró y no supe interpretar aquello que me querían decir sus ojos.
—Eres increíble, aun con todo el daño que te hice, eres capaz de desear el bienestar para mi — dijo con melancolía —. Te he perdido completamente, Keily, ya tus ojos no brillan al mirarme, mas bien, me temes.
Tragué saliva disimuladamente.
—Solo quiero que cada quien continúe su camino — le dije.
—¿Porqué Marcelo? — Preguntó, incorporándose más —. ¿Porqué él? ¿eh?
Su actitud, me intimida un poco, pero no se lo doy a demostrar.
—Ya te dije que simplemente se dieron las cosas.
—¿No podía ser otro? ¿Tenía que ser mi hermano, mi jodido hermano? — su forma de hablar llamó la atención de las otras mesas —. Eres muy inteligente, Keily Andersson.
Frunzo mi ceño sin entender.
—¿Qué es lo que quieres decir con eso? — Pregunté molesta, hale mi brazo de un tirón y pude zafarme.
—¿Tú quieres que yo te deje hacer tu vida con mi hermano? — dijo apretando la mandíbula —. ¿Qué es lo que buscas en la familia Sandoval? ¿Dinero?
—No lo puedo creer. Que poco me conoces — dije, molesta —. Pensé que contigo se podía dialogar, pero ya veo que no.
—No quiero que estés con él — exigió, lleno de ira —. Con él no, maldita sea.
—No puedes hacer nada para evitarlo — me puse de pie para marcharme, esta conversación era inútil, él también hizo lo mismo —. Voy a estar con él, mientras él quiera y yo también, no me alejaré.
—¿Crees que Marcelo es de esos hombres que se enamoran o aman a una mujer? —soltó.
Tragué saliva.
— Lo es, me lo ha demostrado.
Su cuerpo se tensó por completo.
—¡Qué equivocada estas, muñeca! — dijo con ironía —. Y puedo imaginar el motivo por el cual esta contigo.
Mi respiración cada vez es más irregular.
—No voy a seguir hablando contigo de este asunto — dije, tajante, preparándome para marcharme.
—¡Si, claro! — continuó hablando —. No te gusta escuchar que te digan la verdad.
—No vuelvas a buscarme... — dije, caminando rápidamente hacia la salida —. Adiós, Diego.
Ya estamos fuera de la cafetería, estoy cerca de la calle, quiero un taxi.
—Me imagino que aun te busca porque no ha podido acostarse contigo — escupió y me congelé en mi sitio, ese tema es sensible para mi —. Él no imagina que no puedes ni podrás satisfacerlo.
—Cállate — espeté, molesta.
Él sonrió.
—Saldrá huyendo cuando sepa que no puedes darle eso que busca — escupió con satisfacción —. Nadie aguantaría una mujer tan fría como tú, nadie ha podido descongelarte.
Diego siempre a sido muy hiriente con sus palabras.
Giré completamente en su dirección y el muy hijo de... estaba sonriendo.
Sonreí, sarcástica.
—Yo no tengo ningún problema, Diego — su sonrisa va disminuyendo gradualmente —. Al parecer tu si eras mi problema, pero no viene al caso, no me apetece seguir hablando contigo.
Su mandíbula se tensó, dio dos zancadas y me tomó por ambos brazos. Su brusquedad, me lastima.
—¿Te acostaste con él? — Preguntó con los dientes apretados.
—Suéltame... — grité, adolorida.
—¡Responde...! — me sacudió — ¿Te acostaste con él?
Forcejé con Diego para soltarme, pero fue inútil.
—No tengo que darte explicaciones — grité, quejándome —. Ya déjame.
Las lágrimas bajaron por su rostro son de frustración.
—Yo te amo... — sollozó, apretándome más —. No puedo asimilar que te he perdido y mucho menos que estés con Marcelo, él... él me lo ha quitado todo...
—¡Pero yo no...! ¡Suéltame!
Sus ojos se inyectaron de sangre por el enojo. Estaba tan asustada.
—Te voy a enseñar que...
—Suéltala, hijo.
Diego se detiene al escuchar a su madre. Ambos giramos a mirarla.
—Mamá...
—He dicho que sueltes la muchacha — volvió a repetir, con voz recta.
Y lo hizo, Diego me soltó. Llevo mis manos a la parte afectada.
—¿Qué haces aquí, me estás siguiendo? — Preguntó a su madre, molesto.
—No, solo vengo a tomar un café con mi amiga Rosa — respondió con el ceño un poco fruncido —. Te dije que te alejaras de esta muchacha, no quiero más problemas, Diego.
—No me salgas con eso, mamá — respondió con voz dura —. No voy a...
—Ahora no voy a hablar contigo, hijo — lo interrumpió —. Vete a la casa.
—Pero...
— ¡Te dije que te vayas, no me obligues a hablar con Patricio!
—No lo harías...
—Por tu bienestar haría cualquier cosa, hijo.
Diego, miró fulminante a su madre, pero obedeció inmediatamente. Su mirada coincidió con la mía.
—Nos volveremos a ver — se dirigió a mi y admito que estoy asustada —. Esto no termina aquí.
Luego de que Diego se marchara. Su madre se dirigió hacia mi.
—Siento muchísimo esta situación, Keily — dijo ella —. Mi hijo tiene varios días que no se siente muy bien.
Dirigió su mirada a mis brazos.
— No se preocupe — manifesté, tocando mis brazos, me duelen —. Solo quiero que se aleje, no lo quiero cerca.
Ella, sonrió.
—Hablaré con él — soltó, su mirada se conectó con la mia —. No quiero enfrentamientos entre mis hijos nuevamente.
No pude evitar fruncir el ceño, estoy segura que me esta lanzando una indirecta.
—¿A qué se refiere? — me atreví a preguntar.
—Tengo años viendo a mis hijos pelearse, no se llevan para nada bien — informó con un atisbo de tristeza —. Y ahora encontraron otro motivo más.
— Pero...
—Ya pelearon muy feo hace unos días delante de todos en la constructora y el motivo fuiste tú.
Dios mio, no sabía nada de esto, Marcelo no me dijo nada.
—Yo no...
—Lo sé — me interrumpió con calma —. Tu no tienes la culpa, pero no puedo evitar hacerme la pregunta ¿Porqué los dos hermanos? Primero uno y después el otro.
Mi pecho se hundió totalmente, era algo que me temía.
— Las cosas simplemente sucedieron de esa manera, no fue intencional — dije, rápidamente.
—Puede que así lo sea, no pareces ser una mala muchacha, sin embargo, como madre no deja de preocuparme. Lo único que te pido es que si esta en tus manos, evita que Marcelo golpeé nuevamente a Diego, ya van dos veces que lo deja mal y temo que la próxima vez no logre detenerse a tiempo.
—¿Dos veces?
Ella asiente. Me siento totalmente confundida y preocupada.
— Estoy consciente de que Diego lo provocó, pero son mis hijos y ambos me preocupan. Esta rivalidad viene desde hace muchos años atrás y ahora esa brecha está mucho más amplia.
Entiendo perfectamente su preocupación, son sus hijos y no es para menos.
—Lamento mucho la situación de sus hijos, señora.
—Gracias, cariño — dijo con una sonrisa —. No cabe duda de que eres una buena chica y estoy segura de que, si hubiera la posibilidad de ayudarme con ellos, lo haría.
—Asi es, señora, pero lamentablemente, no tengo maneras de hacerlo.
Ella me miró por algunos segundos.
—Lo sé. Muchas gracias por la intención, hija, para mi eso cuenta muchísimo.
—No es nada.
Unos segundos más tarde llega otra señora de su edad y ambas entran al café. La señora Florencia, se despidió de un abrazo, aproveché y le mandé mis besos a la pequeña Amelia.
No se que pensar de todo esto, Marcelo y Diego, se pelearon y yo ni enterada del asunto. La señora Florencia, dijo que yo había sido el motivo, pero el rubio no me mencionó absolutamente nada. De lo que si me di cuenta fue de los golpes casi curados que traía Diego, hace unos días atrás.
Quisiera preguntarle a Marcelo sobre tema, pero no sabría como abordarlo, ya que con ese hombre, algunas conversaciones me cuestan mucho, no por lo que me vaya a responder, sino por sus barreras y lo reservado que suele ser con ciertos asuntos.
Entre un pensamiento y otro me dirijo a casa, en el trayecto recibí una llamada de Bianca y Sinclair, ambas estaban juntas, me dijeron que encontraban muy bien y que la organización del relanzamiento de la nueva portada iba de viento en popa, que su relación con el risueño de Imanol, estaba de maravilla y que Sinclair, era feliz en su nueva vida de casada, es algo que me da mucho gusto por cada uno de ellos.
Ya en casa me dispongo relajarme un poco para hacer algo de cenar y luego ponerme a diseñar, la noche de hoy es larga, puesto que, hay que terminar todo lo relacionado al proyecto Perla.
♡
Al otro día, me levanté temprano y ya estoy en las instalaciones de True Style, específicamente, en mi oficia. No me puedo concentrar en mi trabajo en su totalidad porque no puedo apartar mis pensamientos de Marcelo y todo lo que respecta a él.
Ayer lo extrañé muchísimo a la hora de dormir y hoy al levantarme, no puedo creer que me esté acostumbrando a su presencia en casa. Ayer me dijo que trabajaría hasta tarde con un grupo de ingenieros. Lo extraño mucho y es eso que hago lo siguiente: tomo mi celular y escribo un mensaje.
Mensajes de texto.
♡ ¿Cómo esta el hombre más guapo del universo y sus alrededores?
◇Buenos días a la mujer más
preciosa que existe mas
allá de ese universo y sus alrededores.
Ahora estoy mejor, gracias.
Tú, ¿Cómo estás?
Al recibir su mensaje, mi corazon latió fuerte. Sonreí por inercia.
♡ 😊🥰❤️
Me da gusto que lo estés. Al igual que tú, yo también me siento bien.
◇Ahora me siento mejor
que antes. Saber que estas
bien, me da tranquilidad, mi
cielo.
No puedo evitar que mi rostro se caliente. Este hombre pretende volverme más loca de lo que ya estoy por él.
♡ ☺️😍
¿Puedo preguntar donde estas ahora?
◇ Si, puedes.
Estoy en True Style, en
mi oficina.
Eso me hizo sonreír enormemente, lo tengo tan cerca de mí. Muerdo una de mis uñas antes de escribir la siguiente pregunta:
♡ ¿Puedo ir a tu oficina?
◇Claro que puedes.
Eso basto para que fuera al baño rápidamente, observara mi aspecto y saliera rumbo a la oficina de mi rubio. Cuando llego a las oficinas de presidencia, me detengo con la que es la asistente de él.
—Hola — saludé con una sonrisa —. Vengo a ver el señor Sandoval.
La chica, que he tratado muy pocas veces, me mira un tanto indiferente.
— Hola — respondió el saludo con una sonrisa y sus ojos achinados —. El señor Sandoval, no puede recibirla, está en una reunión.
Ambas nos miramos fijamente. ¡Qué extraño! El rubio, me dijo que podia venir a verlo. Cuando estoy a punto de hablar, lo veo... lo veo salir de su oficina con otro señor, creo que es el vigilante que se encarga del sistema de cámaras, vienen conversando, pero no lo sé con exactitud, puesto que, toda mi atención está en él, solo en Marcelo Sandoval.
Su mirada azul, ese cielo personalizado que me brindan sus ojos, coincide con al mía. Sus ojos brillaron y sonrió en mi dirección, sin embargo, desvió la mirada hacia el hombre a que estaba a su lado para despedirlo de un apretón de mano.
Tanto su asistente como yo, lo miramos embobadas, no obstante, la chica se enderezó y habló.
—Señor — Marcelo la miró —, la señorita Andersson, vino a verlo, le dije que estaba ocupado.
Él se acercó un poco más a mi mientras me miraba y sonreía de boca cerrada.
—Para ella nunca estaré ocupado — dijo, tranquilamente mientras la miraba —. Muchas gracias, Sora.
Ella lo miró y luego a mi, se limitó a dar un asentimiento.
—Esta bien, señor Sandoval —respondió ella —. Más tarde le llevaré unos documentos que le envió el señor Saldivar.
—Gracias — dijo, cortes y luego puso su mirada en mi —. Vamos, Keily.
Hizo un ademán para dejarme ir delante de él, camino hasta la oficina que ya conozco, cuando atravieso el umbral de la puerta siento su presencia detrás de mi. Al cerrar la puerta de su oficina, no dudó ni un segundo para abrazarme desde atrás, rodeando mi cintura y su rostro descansaba en el hueco de mi cuello. Mis brazos estaban sobre los suyos, era lo que necesitaba, su calor.
—No sabes cuanta falta me hacías, muchachita — susurró haciéndome sonreír.
—Te extrañé mucho — me sincero con él, dando media vuelta, dentro de sus brazos, quiero verlo —. Fue tanto así, que no pude aguantar — continúe rodeado su cuello con mis brazos mientras lo miraba —. No ves que tuve que venir a verte.
Al mirarme, una sonrisa tiró de sus labios y no pude aguantar más para besarlo. Cuando nuestros labios se unieron una sensación de alivio invade mi pecho y creo que a él también por la forma en que me besa. Su invasión en mi boca, me deja saber que también me extrañó.
—Si tu no hubieras venido a verme lo hubiera hecho yo — me informó al tiempo que me daba un fugaz beso en los labios —. Solo estaba esperando un informe del chico encargado de la vigilancia.
Sonreí complacida.
—Pues me da gusto que me estemos tan conectados, señor Sandoval —le dije mientras acariciaba el pelo de su nuca con las yemas de mis dedos, lo miré de manera seductora y continúo —. Ahora por lo que vine — sonreí, acercando mis labios —. Por mi ración de besos.
No dudé ni un segundo en tomar posesión de sus labios. Recorrer cada centímetro de su boca y sentir su invasión en la mía es como un golpe de adrenalina que corroe cada uno de mis sentidos. Sus brazos me rodean y me aprisionan más a su cuerpo mientras me besa con desesperación. Respondo con la misma ganas que él, no sé en qué momento llegamos hasta unos de los sofás de su oficina, lo cierto es que, ahora mismo nos encontramos en uno de ellos tocandonos, Marcelo esta sobre mí.
—Te necesito — dijo con voz entrecortada a causa de su respiración desenfrenada —. Quiero que seas mía, una vez más, mi amor — dijo al tiempo que devoraba mi cuello.
Sus palabras me llevan a otro universo paralelo, el que me llame "mi amor", me satisface completamente.
—Yo también te necesito — dije entre besos y roces desesperados.
Llevo mis manos hasta su corbata para deshacerme de ella y el lleva una de sus manos hasta uno de mis muslos, colándose por debajo de mi vestido volviéndome loca.
Ambos estamos envueltos en un deseo desenfrenado por ser uno solo, sin embargo, volvemos a nuestra realidad cuando el teléfono de su escritorio comienza a sonar.
Suspiró en mi cuello.
—Demonios —masculló, haciéndome reír —. No le prestes atención y sigamos.
Volvió a besarme con desesperación, pero el teléfono no dejaba de sonar así que insistí.
—Ve... — comencé y me interrumpió con un beso, pero continuo entre risas —. Responde, puede ser importante.
—No quiero... — resongó, frustrado, besándome con más fuerza, en verdad me vuelve loca —. Quiero hacerte muchas cosas en este sofá, nena.
El teléfono no dejaba de sonar.
—Ya ve... — insistí tratando de resistirme a él, esto era casi imposible, sus besos y sus toques quemaban mi piel —. Me podrás hacer lo que quieras después...
Era mucho mi deseo por él.
Suspiró.
—Te voy hacer mía y no seré amable cuando lo haga.
Mis mejillas se calentaron, mordí mis labios, sus palabras causaron estragos en mi, quiero que cumpla su palabra.
—No quiero que seas amable, quiero que ne hagas tuya y me dejes sentirte con rudeza.
Sus ojos se pusieron aún más oscuros de lo que ya estaban.
—¡Mierda! — me besó con ímpetu —. Me vuelves loco.
Cuando se yergue sobre mi con ganas el teléfono vuelve a sonar.
—Responde... — pedí.
Gruñó, resignado.
—Demonios...
Se separó de mi a regañadientes, no sin antes besarme nuevamente. Evité soltar un suspiro frustrado, puesto que, siento mi cuerpo arder y mis mejillas se sienten calientes. Arreglo mi vestido y me acomodo bien en el sofá.
Lo escuché hablar con su asistente, quien le dijo que tenia una llamada telefónica y él ordenó que le dijera a esa persona que estaba ocupado, que más tarde devolvería la llamada. Cerró la línea y procedió a caminar hasta mi y sentarse a mi lado, con uno de sus fuertes brazos me atrae hacia él, hasta el punto de quedar sobre sus piernas, mi lugar favorito.
—¿Dónde estábamos? — Preguntó, seductor, haciéndome sonreír.
—Estábamos haciendo de las nuestras en este sofá — mi respuesta lo hizo sonreír mucho.
—Pues continuemos... — demandó.
—Estamos en tu espacio laboral — recordé.
— Eso no pensabas hace unos minutos atrás — me recordó y el calor subió a mis mejillas inmediatamente.
—Eres un idiota.
Marcelo, sonrió complacido.
— Me encanta el color que adoptan tus mejillas cuando estás conmigo — me dijo de repente mirando mis ojos y acariciando mi mandibula, quiero golpearme a mi misma por ser tan evidente frete a él, sin embargo, lo que dice a continuación me deja sin palabras —. Además, no soy cualquier idiota, Keily, soy tu idiota, al cual llamas tarúpido en ocasiones.
Me corazón se paralizó al escucharlo, él es mi idiota.
Nuestro idiota, Keilisita...
— ¿Mi idiota?
Sonrió de boca cerrada mientras me atrajo hasta él por la nuca y cella mis labios con los suyos en un beso lleno de tantos sentimientos.
— Eres tan hermosa — soltó, desviando el tema —. No hay nadie que te iguale.
Sonreí, sonrojada.
—Eso lo dices porque me quieres — solté sin pensarlo mucho.
Mi corazón asustado por no saber cual será su reacción.
—Si, te quiero — dijo normal dejándome más tranquila —. Pero tu belleza es tan real, porque no es solo la física, es la de aquí — toca mi pecho con unos de sus dedos sin dejar de mirarme —, esa es la que más me cautiva.
No lo pensé mucho para volver a besarlo, quiero más de esto, quiero todo con él. Corresponde de inmediato el beso, es como si ninguno de los dos quisiera estar sin el otro. No obstante, tengo que volver a mi realidad laboral.
—Ya es hora de regresar a trabajar — dije al despegar nuestros labios. Me pongo de pie, aun estaba en sus piernas —. ¿Nos veremos hoy nuevamente?
Sonrió.
—Por supuesto, hoy te llevaré a cenar — soltó —. ¿Aceptas?
—¡Claro! — dije, demasiado rápido para mi gusto, eso lo hizo sonreír —. Estoy ansiosa por saber donde iremos a cenar.
—Te llevaré a un lugar que ya conoces — anunció, mirándome, eso hizo que mi sonrisa se ensanchara —. Ponte ropa cómoda.
—Esta bien, eso haré — respondí, sonriente.
Camino hasta la puerta y me sorprendo un poco cuando siento a Marcelo abrazarme sobre mis brazos y su pequeña presión, hizo que me doliera un poco debido al apretón que Diego me dió, me removí un poco y esto llamó su atención.
—¿Qué pasó? ¿Estas bien? — Preguntó, preocupado y con el ceño fruncido.
Tragué saliva disimuladamente. Sé que le prometí decirle cuando Diego se acercara, pero no puedo permitir que se peleen mas por mi culpa. No le diré nada, pues después de lo que su madre me dijo, no quiero más problemas para él. Su rostro preocupado, no se borran de mi mente, no obstante, ya no quiero causar más pleitos entre esos dos.
—Si, estoy bien — dije, titubeante, tratando de sostenerle la mirada —. No te preocupes.
Lo miré y su rostro está libre de expresión.
—Bien — manifestó, así sin más —. Nos vemos en la noche.
Me dio un beso en los labios mientras trazó una línea con su dedo índice por mi mandíbula.
— ¿A las ocho? — Pregunté.
— A las ocho — dijo, sin más.
Dijimos un par de palabras más hasta que nos despedimos. Fui a trabajar con una sonrisa gigante en el rostro.
La tarde pasa volando, con ella la culminación de las labores, me dirijo a casa para prepararme e ir a cenar con mi rubio.
Al llegar la hora, estuvo puntual en mi puerta, se quedó muy quieto mirándome. Sonrió al realizar su escrutinio de siempre. Mi cara no podia estar más roja. No obstante, mi cara ardiendo no solo era por su mirada oscura en deseo, sino por lo guapo que estaba.
Viene usando una camisa de color azul cielo, tiene los dos primeros botones sueltos y esta remangada hasta sus antebrazos, le queda un poquito horgada, pero a la medía, combinada con unos pantalones blancos y unos zapatos marrones.
Dios mio, este hombre si que esta bueno...
—Estas preciosa — me dijo, sonriente, suspiró y continuó —. Siempre lo estas.
Sonreí.
—Gracias — respondí —, pero tu estas guapísimo, cielo.
Unas palabras más y emprendimos el camino hacia el restaurante, no sin antes buscar mi pequeño bolso.
Marcelo me trajo a aquel restaurante en la playa que alguna vez estuvimos juntos.
Recordé aquellos momentos con él en la orilla de la playa, cuando terminamos empapados.
Ha pasado tanto tiempo después de eso y hoy, me encuentro enamorada de cada una de sus facetas.
—Me vas a explicar lo que significa aquel ramo de rosas de distintos colores que me enviaste — dije, con una sonrisa.
Permaneciamos abrazados en la orilla de la playa, sólo estábamos nosotros dos.
—Sabía que no lo pasarías por alto — manifestó mientras me atraía más.
—Eso es imposible — dije, sonriendo —. Así que dime.
Sonrió.
—Todo esta escrito ahí, preciosa — susurró, pasando el dedo índice por mis labios y después por mi mandíbula —. Eres una de las mujeres más inteligentes que existen, no creo que necesites explicaciones de algo que sabes interpretar muy bien.
—Me gustaría que lo dijeras — pedí mirando mi hermoso cielo personalizado —. Por favor.
Suspiró profundamente y su mirada se intensificó.
—No hacen falta las palabras — dijo tomando una de mis manos para colocarla en su corazón —. Cuando las acciones hablan por sí solas — mi corazón comenzó a latir fuerte ante la intensidad de su mirada —. Y la cosa aquella que late en mi pecho, solo lo hace de esa manera cuando esta contigo. Del mismo modo, en que lo hace el tuyo cuando estas conmigo.
Mi escasa respiración se terminó de esfumar.
—¿Qué...?
Sus labios sellaron los míos, interrumpiendo lo que sea que iba a decir, estoy segura que corresponde mis sentimientos y me siento tan feliz.
Mi emoción es tan grande que correspondo el beso apasionadamente, llevo mis manos a su nuca para profundizarlo, el sigue rodeando mi cintura, aferrándome hasta él y lo siento, siento su erección rozar mi cuerpo poniendo en evidencia lo que ambos queremos, un gemido salió de mí, por que quiero más de él.
—De seguir así voy a liberarme con solo tocarte — susurró y la desesperación se sintió en su voz —. Necesito hacerte mía, nena, por favor.
No soy consciente de nada, lo único que hago es comenzar a deshacerme de su camisa aquí y ahora.
— Hazme tuya, consciente de que yo te haré mío, Marcelo Sandoval — aclaré en un susurro firme, mirando sus ojos.
Los suyos brillaron y sonrió.
—Yo soy tuyo, hace mucho tiempo, Keily Andersson.
Él es mío y yo lo amo...
Sus labios atacaron los míos y aproveché una de las tumbonas que estaban cerca de la playa para empujarlo ahí y colocarme ahorcadas sobre él. En este momento, agradezco enormemente traer un vestido puesto.
Unos minutos más tarde, ya no tenía ropa interior y me habia deslizado por su miembro totalmente erecto. Estábamos haciendo el amor de manera lenta, disfrutando de las sensaciones en una orilla de la playa, en un camastro. Sus ojos nunca abandonaron los míos, se nos estaba haciendo costumbre mirarnos mientras teníamos intimidad.
Es una conexión inexplicable la que sentimos...
Volver a sentirme llena de él era algo que no tenía descripción alguna. Me muevo lento y quiero cerrar mis ojos por la sensación abrumadora y deliciosa que estoy experimentando, pero Marcelo se reusa totalmente. Sin embargo, llega un momento que los movimientos se vuelven mas continuos y violentos, me encanta tener el control, ver sus expresiones faciales y escuchar sus gruñidos, me hacen sentir poderosa. No pasa mucho tiempo cuando ambos llegamos al orgasmo.
Nuestras respiraciones irregulares, se normalizaban poco a poco.
—¡Que noche tan hermosa! — dije mirando las estrellas, ambos estabamos acostados en el camastro.
Me encontraba en el medio de sus piernas, mi espalda sobre su pecho.
Sonrió.
— Si, es cierto, ¿Cómo no verla de esa manera despues de...
—Cállate... — lo interrumpí a punto de reir —. Eres un pervertido.
Suspiró
— Es una linda noche, pero no se compara contigo.
Sonreí, aun mirando las estrellas.
—Tú siempre me ves así — dije con una sonrisa.
Su pecho subió y bajó, estaba riendo.
—Eso también es cierto — anunció.
Esa noche conversamos mucho en la orilla de esa playa después de hacer el amor, volvimos a mi departamento y le pedí que se quedara, me respondió que no tenia intenciones de marcharse.
Nos dimos un baño por separado, en mi caso, coloqué un pijama que me cubriera bien, él optó por solo ponerse un pantalón chándal y dejar libre mis tabletas de chocolate delicioso. De todos modos, nuestra ropa no duró mucho, al apagar las luces volvimos a hacer el amor como me lo había prometido horas antes en su oficina, no fue amable, fu sexo rudo y me encantó.
Al cabo de un tiempo más, sentia que me quedaba dormida en sus brazos, sus dedos acariciaban mi cabello y sus besos sutiles me envolvían. Comencé a soñar con él, nos decíamos lo mucho que nos amábamos y no podia con tanta felicidad, pero todo era sueño, uno que tengo la esperanza de que algún día se haga realidad, porque con él lo quiero todo.
Me remuevo en la cama, voy tentando poco a poco porque me siento fría sin él. Traté de abrir mis ojos de manera lenta y, cuando por fin lo hago, me doy cuenta que la habitación esta media iluminada por la luz que emite la lámpara que está del lado de la cama del que estoy acosta. Me incorporé al ver a Marcelo, sentado, mirando en mi dirección. Tiene sus codos apoyados en sus rodillas, no lo veo muy bien, pero su rostro se encuentra libre de expresión.
—¿Qué pasa? — Pregunté, preocupada, con voz rasposa —. ¿Estas bien?
Su silencio, llamó aun más mi atención. Me puse de pie y caminé hasta donde estaba.
— ¿Me puedes explicar que son esos moretones en tus brazos? — su voz era suave, pero muy firme.
Inconscientemente, llevé mi mirada a uno de mis brazos y traté de cubrirme inútilmente.
— Yo... — no sabía que responder, mi corazón iba a toda prisa. Tragué saliva.
—No vayas a mentirme — dijo, seriamente, nunca lo había visto actuar así conmigo —. Tú no, Keily.
No quiero decir la razón de esos moretones, seria más problemas y no quiero.
— Estaba en el...
—Además de mentir muy mal, Keily — me interrumpió con su rostro indescifrable —. No puedes mirarme a los ojos. Vuelvo a repetirlo, no me mientas.
Tragué saliva.
—No quiero problemas — dije, con la mirada clavada en el piso.
—¿Porqué tendrías problemas? — Preguntó.
Las palabras no me salen. Sin embargo, lo miré.
—No quiero que vayas a tener problemas por mi culpa — aclaré, mirándolo, sus ojos estaban sobre mi —. Lo menos que quiero en la vida es que tengas problemas y mucho menos por mi culpa — reiteré.
Se tensó por completo.
—Eso quiere decir que... — no continuó la frase, su cabeza iba atando cabos —. ¡¿Diego, hizo eso?! — tomó mi brazo sin ser brusco — ¡¿Eso es lo que tratas de decirme, Keily?!
—No... — me solté de su agarre.
—¡Te dije que no me mientas! — protestó, sin elevar mucho el tono de voz —. No sabes hacerlo.
Quise golpearme a mi misma.
—Lo siento — fue lo único que le dije.
— ¡Lo voy a matar! — exclamó con los dientes apretados comenzando a vestirse —. Te lo juro...
Me acerqué a él lo más rápido que pude, tratando de detenerlo poniendo una mano en su pecho.
—Deja las cosas así, no tienes que...
Me miró y estaba tan molesto que me dolió la forma en que lo hizo.
—¿Porqué no me lo dijiste? — gritó, molesto.
—Ya te lo dije — respondi del mismo modo —. No quiero que tengas problemas por mi culpa.
— Te dije que si se acercaba a ti que me lo dijeras — protestó seriamente —. Me prometiste que lo harías y es evidente que no pudiste cumplir tu promesa.
—Es tu hermano, no quiero peleas entre ustedes por mi causa.
— ¡Y tú eres mi...! — se detuvo, me miró por algunos segundos y luego continuó —. Solo te pedí una cosa y no pudiste cumplirla.
—Por favor, escúchame...
—¡Te lastimó, Keily! — me interrumpió.
—No fue para tanto...
Quise minimizar el asunto, pero no resultó.
—¡¿Esto no fue para tanto?! — volvió a tomar mi brazo —. Aún no entiendo porque se lo permites.
Nunca lo había visto tan molesto.
—No le permiti nada — protesté.
—Si lo hiciste — dijo —. Y también me lo ocultaste.
— Lo siento — dije en un susurro.
— Fueron dos veces ya, Keily.
Quise explicarle todo, pero un mar de dudas me azotaba, pues de solo pensar en lo que me contó su madre, me da miedo que se vayan a los golpes nuevamente.
Tomó su ropa y se la colocó. Me siento muy mal con él, pero debe de ponerse en mi lugar.
—¿Te vas? — Pregunté, preocupada.
—Tengo cosas que hacer — respondió sin mirarme, arreglando algunas cosas en su bulto.
—Son las cuatro de la mañana, Marcelo — anuncié, desconcertada, mirándolo.
Tomó su bulto y caminó hacia la puerta.
—Nos vemos después — fue lo último que dijo cerrado la puerta de la habitación.
Quise seguirlo y lo hice, pero fue demasiado tarde, ya había salido del departamento.
Solté un suspiro lento, es la primera vez que se enoja de esta manera conmigo y no puedo evitar sentirme mal.
Solté un suspiro profundo, me siento tan mal por haberle ocultado las cosas. Ahora me siento preocupada, conociéndolo como lo hago, puede que haga una tontería. La angustia inunda mi pecho por la forma en que se fue de aquí.
Solo espero que no vaya a meterse en problemas, no me perdonaría que algo le pasara.
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🌟♡NOTA DE LA AUTORA♡🌟
Capítulo nuevo.
Espero que el capitulo sea de su agrado.
Las amo mucho, mis niñas lindas y endemoniadas 💕
Nos leemos pronto 🕘📖
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