≪•◦ ❈◇Capítulo 63◇❈ ◦•≫
Estoy en la constructora, hace un poco más de una hora que he llegado, estuve de viaje por muchos días por cuestiones de trabajo. Mi intención era venir a la empresa el día de mañana, pero me resultó imposible, puesto que debía traer unos documentos con urgencia y debía firmar otros. En fin, el deber llama.
— Señor — llamó, Lucy mi atención, sin embargo, mantengo la mirada en los papeles —. El señor Saldívar estuvo por aquí en varias ocasiones, dijo que necesitaba hablar con usted — doy un asentimiento sin mirarla mientras leo y firmo unos documentos —. También llamó el ingeniero Steve Torres, dijo que Alicia se había puesto en contacto con él y necesita agendar una cita para no antes de veintiún días.
—Comunícate con Steve y agenda para dentro de quince días o antes, por favor. No puedo esperar tanto, es posible que tenga que viajar a Francia por cinco días y debo supervisar un proyecto en Cancún —aclaré, pues tengo muchos pendientes en estos días —. Tengo la agenda muy apretada en las próximas semanas, Lucy.
—Si, señor.
—En cuanto a Javier Saldívar, me encargo de ello en True Style.
—¿Algo más, señor?
—No estoy para nadie, me iré en unos minutos.
—Si no hay otro pendiente, me retiro. Con su permiso.
—Propio.
Unos minutos después, recojo el maletín y la chaqueta de mi traje, voy hacia la otra empresa. De camino, me comunico con Cristian para decirle que nos veremos pronto y que tenia muchas cosas que contarle.
Ya en True Style, aparco mi auto en la parte frontal y vuelvo a intentar llamar a Keily sin éxito. Camino entre las personas que circulaban por las aceras con mi teléfono pegado al oído, preguntándome donde estaba mi pelinegra favorita.
Unos segundos transcurrieron, cuando de repente, levanto a la vista y la veo, se encontraba a una distancia prudente de donde estoy, pero la reconocería a kilómetros, frunzo mi ceño, su expresión corporal indica que está enojada y, efectivamente, discute con alguien que no logro identificar de inmediato, ya que el flujo de gente no me lo permite.
Acelero un poco mis pasos, sin perderla de vista y me doy cuenta que va a cruzar la calle, no sin antes cerciorarse de que podía hacerlo. Es entonces cuando pasa... Cuando Keily, comienza a cruzar, todo sucede en cámara lenta.
Un auto arranca a toda velocidad con la intención de atropellarla. No supe en que momento comencé a correr en su dirección, pero estoy muy lejos para poder evitarlo.
—¡Keily...!
Escucho que gritan y sé que es la voz de Diego. Él sale corriendo porque ella se ha quedado estática en medio de la carretera.
Dios mío, no. Por favor, no...
Por primera vez en mi vida siento que corro con todo y no avanzo. Observo como Diego, llegó rápido y la empujó con su cuerpo pudiendo evitar que la arrollaran, sin embargo, el impacto fue tan fuerte que ambos cayeron bruscamente en el piso.
Keily... Keily... Keily...
Mi mente solo repetía su nombre y mi corazón latía tan deprisa, no quiero que le pase nada, por favor, Dios.
—KEILY... — logré gritar, fuerte.
Cruzo la calle y no me importa que los autos pasen sin detenerse, inclusive, he desechado algunos saltando sobre el capo. Cuando llego hasta ella, mi mundo se vino abajo al ver sus lindos ojos cerrado y parte de su pelo en la cara, tenía miedo a acercarme y darme cuenta de que...
No...
Siento como mis extremidades comienzan a temblar, puedo escuchar mi corazón latir tan fuerte que hace eco mis oídos. Me incliné despacio hasta ella para revisarla.
—Keily, nena, ¿Me escuchas? —Pregunté desesperado, retirando el cabello de su rostro, respira de manera pausada —. Háblame, mi cielo, por favor... — tragué saliva —LLAMEN UNA AMBULANCIA...
—Ya lo hice — llegó, Cristian, corriendo y bastante preocupado mientras guarda el celular en sus bolsillos —. No la muevas, puede ser peligroso.
—Cristian — lo miré y, con tan solo hacerlo, le dejé ver cada uno de mis temores, me da un asentimiento y pude ver como sus ojos derrochaban preocupación —. Si la...
—Todo va a estar bien, ya lo verás — dijo, con calma. Toca a Keily en su muñeca y pasa la mano por la frente —. No te preocupes, debió de desmayarse por el impacto
Siento como se pone de pie y se mueve de mi lado, pero no presto más atención. Paso mis manos delicadamente por el rostro de la mujer que nubla cada uno de mis sentidos, la mujer de la cual me enamoré hace tantos meses y que no puedo negarlo por más tiempo.
Vuelvo a pasar mis manos por su rostro.
— Vamos, nena, abre tus preciosos ojos — y como si fuera una orden para ella, comienza a moverse llenando la cosa aquella de alivio. Frunce el ceño, quiere abrir sus ojos —. Vamos... Eso es, preciosa. Abre tus ojos...
Cuando por fin abre sus ojazos y su mirada coincide con la mía, no puedo evitar sonreír hacia ella.
— Estoy en el cielo...
Sonreí más al escucharla.
Mi emoción fue tan grande que no pude contener el impulso de levantarla y besarla por diversas partes en su rostro.
— ¿Estas bien? ¿Mmm? ¿Dónde te duele? Dime, preciosa.
— Estoy bien — logró decir mientras llevaba sus manos sobre las mías que estaban en su rostro, sonrió —. Llegaste...
—Sí, estoy aquí, nena... — hablé, aliviado de escucharla.
Ella, sonrió.
—No — tronó una voz determinada, confundida y amugada, pero nunca aparto mi mirada de mi adorado tormento —. No le digas así, ella... ¿Qué pasa?
Diego, se quedó en silencio, pues el sonido de las ambulancias, lo interrumpió. Rápidamente, los paramédicos llegan y me separo un poco de ella para que le hagan el chequeo.
Sé perfectamente lo que ha querido decir, ya sabe sobre la relación que existe entre Keily y yo.
Mi vista viaja al otro grupo de paramédicos y, por primera vez, mi mirada coincide con la de Diego, quien tiene los ojos bien abiertos, su respiración es irregular, la confusión que siente es evidente.
Con esa manera de observarme, me hace saber que nunca imaginó que Keily y yo estamos juntos. Sus ojos me hacen cientos de preguntas, pero ahora no es el momento de responder, sin embargo, es inevitable que hablemos sobre esto.
—¿Cómo te sientes, Diego? —Pregunté, sin ningún tipo de expresión hacia mi hermano.
Se encuentra sentado en el piso con Cristian y Brandon a su lado, en cuclillas.
—¿Qué fue eso? — Preguntó con los dientes apretados y sus ojos llenos de incredulidad — ¿Qué pasa? ¿Porqué le hablas así? — escupió una pregunta tras otra, sus expresiones y tono desesperado reflejan lo confundido que está —. Es mi novia. No... no le hables así.
Brandon miró a Cristian, él también se siente confundido.
—No es el momento para esto — determiné.
Su rostro ensombrecido se frunció más.
—No vuelvas a poner tus manos sobre ella... — masculló con los dientes apretados mientras hacía el intento de ponerse de pie con rudeza, pero los paramédicos se lo impidieron —. No... no le hables así...
El dolor y la desesperación en su voz en tan evidente.
— No debe levantarse aún. Debemos revisarlo, señor — dijo, amablemente, un paramédico.
Un duelo de miradas se forja entre nosotros, nunca nos hemos llevado bien y ahora esto se empeorará. Sin embargo, ahora lo único que me importa es que Keily, se encuentre bien.
Respiré profundo.
— ¿Cómo esta? — Volví mi vista a las personas que atienden a mi nena —. Ella duró varios minutos inconsciente, revísela bien, por favor.
—Solo tiene un pequeño golpe en la cabeza, es superficial, pero la llevaremos para descartar otros daños haciendo una tomografía.
— Me siento bien — dijo ella, su semblante esta mucho mejor —. No es necesario ir al hospital.
Me acerco un poco más a ella, la tomo de la mano y la miro seriamente.
— Vas al hospital, eso no está en discusión — ella, sonrió, sonrojada. Unos segundos después, Cristian se acerca a mi lado y desvío la mirada hasta él y le pregunté —¿Cómo está Diego?
—Solo son rasguños, estará bien — dijo mirándome y su preocupación es palpable —. No me gusta la forma en que te miraba, pensé que haría algo, trató de levantarse una vez más.
Solté un suspiro profundo.
— Sabemos que no soy santo de su devoción, Cris — dije, con obviedad — pero no vamos a hablar de eso aquí ¿De acuerdo?
Él suspiró.
—Te ves bien, Kei — se dirigió Cris, hacia mi niñita.
—Gracias, mi Cris...
Los paramédicos continúan su revisión y le hacen un par de preguntas.
— Debes prepararte — masculló, Cristian, sin mirarme.
— Estoy listo hace mucho tiempo — dije, del mismo modo, mirando el rostro de la pelinegra.
—Solo espero equivocarme y que Diego, se tome las cosas con calma.
Sonreí de sorna, mirando al mismo punto de antes.
—Ambos sabemos que eso no pasará —dije, mirando a Cris .
Diego no se quedará tan tranquilo, él no es así. Me lo demostró hace mucho tiempo. Sin embargo, puede que me equivoque por primera.
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Han pasado alrededor de dos horas y aún estamos en el hospital, no me he despegado de Keily ni un solo instante, le hicieron tomografías y otros exámenes para descartar cualquier cosa, los doctores dijeron que no era necesario, pero mi insistencia fue mucha y no les quedó de otra.
— Eres muy terco, te dije que estaba bien — dijo ella, tiene una pequeña cura en el lado izquierdo de la frente —. Pusiste a los doctores nerviosos.
Sonreí, estoy de pie delante de ella de brazos cruzados quien aún permanece en una silla.
—Tú bienestar es lo más importante y de aquí no nos íbamos sin revisar que todo estuviera bien.
Me sonrió preciosa y sus mejillas cambiaron de color.
Efecto que causo en ella y me encanta.
—Muchas gracias — dijo, con esos ojos brillantes que me tienen loco —. Gracias por preocuparte por mi.
—No tienes que agradecerme nada, mi cielo — dije acercándome hasta ella, me coloco en cuclillas y posando una de mis manos en su mejilla —. Lo único que necesito es saber que siempre estés bien y punto.
Creo que en mis treinta años de vida, me había asustado tanto, recordar ese auto a toda velocidad ir contra ella, es algo que no podré olvidar fácilmente.
— Aquí esta todo lo que necesitamos — anunció, Elena, llegando hasta nosotros.
Llegó al hospital en tiempo récord, Cristian, le avisó. Me pongo de pie y veo la indicación.
— Gracias, Elena. Llamaré a Thomas para que los consiga.
— Esta bien — concede y se acerca a Keily y ambas comenzaron a hablar.
Llamé a Thomas para que fuera a la farmacia y consiguiera las indicaciones. No pasó mucho tiempo cuando salimos del hospital, como vine en la ambulancia con la niñita, Elena, me hizo el favor de llevarme, pude llamar a Thomas, pero al ella ofrecerse, no quise rechazarla.
Una vez en el apartamento de Keily, ella se dio un baño y, luego se fue a dormir, la observé por largo tiempo desde el sofá que había en la habitación mientras leía un libro que traía conmigo.
La observé detenidamente, se removía un poco incomoda, me preocupé y me puse de pie para checarla de cerca. Me siento a su lado y toco su rostro, es tan hermosa, pero no solo es su belleza física que acapara toda mi atención, sino la interna, esa es la que en verdad me cautiva.
Sus ojos comienzan a abrirse lentamente y cuando por fin coincidieron con los míos, sonrió preciosamente para luego susurrar con voz adormecida:
— Te ves guapísimo, ese viaje te sentó muy bien.
Sonreí de boca cerrada mientras le despojada un mechón de cabello de su rostro.
—No sé lo que hiciste tú, pero estás más que preciosa desde la última vez que nos vimos.
Su cara cambió radicalmente de color, mientras sonreía y es algo que siempre me ha encantado de ella.
—Muchas gracias, señor Sandoval — expresó con una sonrisa, sin embargo, mordió su labio inferior y con ese gesto me hizo saber que algo estaba pasando por su cabeza —. Te agradezco mucho todo lo que hiciste por mi.
Me quedé quieto en mi lugar, esperando a que continuará, sus ojos se conectan con los míos.
—Y... — insté para que continuará.
—No hay necesidad de que te quedes aquí, me encuentro muy bien y lo único que siento es que los medicamentos me dan mucho sueño, pero estoy perfecta del todo — dijo, incomoda, se siente avergonzada —. Debes estar agotado, llegaste de viaje, sé que trabajaste mucho y...
Suspiré.
—¿Quieres que me vaya? — Pregunté, seriamente.
—No, no lo quiero — dijo, honestamente —. Pero no quiero mo...
—No digas esa palabra, por favor — expresé con el ceño fruncido y ella me miró bonito —. No voy a dejarte sola, ojalá sea solo un rasguño lo que tengas, no lo haré.
Ella, sonrió.
—Eres un testarudo — dijo al tiempo que posaba una de sus manos en mi mejilla —. Gracias por estar aquí. Conmigo.
—Siempre — respondí, acercando mis labios a los suyos.
Le di un casto beso y mis emociones se dispararon como siempre pasaba con ella. Quise besarla con fuerza, porque me parece una eternidad que no lo hago, pero me contuve, no quiero lastimarla. Sin embargo, ella no tenía las mismas intenciones que yo, sus brazos rodearon mi cuello y profundizó el beso. Mis manos viajan a su espalda, rodeando su cuerpo.
Sus labios y los míos se movieron con fuerza, con hambre voraz, nuestras lenguas crearon un festín que sólo nos hacía querer más.
Antes de que ese beso llegara a algo más, decidimos romperlo de manera lenta quedando con nuestras frentes unidas y los ojos permanecen cerrados.
—Te extrañé muchísimo — me dijo.
Sus palabras hacen que la cosa aquella sienta de más, ya que da latidos irregulares.
—No más que yo a ti, mi cielo — respondí, dando un beso fugaz en sus labios.
Sonrió y me abrazó. No pude contenerme y reí también, expresarme con ella cada vez era más fácil. Lo anterior, me tranquiliza, pues creo que muy pronto estaré listo para decirle lo que siento por ella.
Si, al fin, le diré todo lo que siento por ella.
El timbre suena, están llamando a la puerta.
—Debe ser Thomas — informé, sonriendo de lado —. Trae comida hecha de casa — sus ojos brillaron —. Esos ojos me dicen que te gustó mucho esa noticia — dije, mientras sonreía.
—Definitivamente, es una noticia excelente — dijo, del mismo modo.
Unos segundos más tarde, abrí la puerta, Thomas trajo todo lo que le pedí. Me preguntó, por Keily y su estado a lo que le respondí que todo estaba bien. Este viejo le tiene un cariño especial a la niñita y en verdad se preocupa por ella, del mismo modo, Martina pegó un grito al cielo cuando le comenté, pues tuve que llamarla para que enviara algo para cenar y aproveché el momento para contarle. Pude hacer yo mismo la cena, pero no quise separarme de ella ni un instante.
Ambos cenamos entre platicas, me contó varias cosas y yo a ella. Era sencillo mantener una conversación con Keily, es de esas personas que escuchan atentamente y hace sus aportes si es necesario, todo eso me encanta de su personalidad.
Después de dos horas, la tenía dormida sobre mi, como siempre lo hace cuando estamos juntos, la tengo envuelta entre mis brazos. Doy besos una y otra vez en su cabeza.
Suspiré, agotado.
Tuve tanto miedo hoy, no sé qué abría sido de mi si algo le llegase a suceder y la pierdo. Me volvería loco, porque sé lo que siento por ella desde el primer día que la vi y todo esto fue creciendo a medida que la trataba, nunca tuve dudas de mis sentimientos y hoy pude comprobar que no hay nada que hacer contra lo inevitable.
Es inevitable seguir negándome a mi mismo que la quiero en mi vida, que de ella estoy enamorado y que es la mujer que ha despertado sentimientos tan profundos dentro de mi. De ella estoy enamorado, a ella yo...
A ella, yo...
Tragué saliva y mi pecho latía con fuerza.
A ella, yo...
La amo...
Si, me rindo, definitivamente, lo hago porque ya no puedo más con todo esto.
De solo reconocer este sentimiento, mis extremidades se tensan y la cosa aquella late fuertemente, quiere abandonar mi pecho, pues esto que siento es tan extraño y fuerte a la vez, es tan fascinante querer así.
Sonrío mientras la aprieto un poco en un abrazo y beso su cabeza muchas veces, quiero tenerla siempre así, conmigo.
Ella me abrazó más mientras suspiraba, estaba profundamente dormida, una vez más, compruebo que mi lugar favorito es donde sea que se encuentre ella.
Sonreí.
Unos minutos más tarde, poco a poco el sueño llega hasta mi y me quedo dormido.
Al otro día, no hubo poder humano que convenciera a la señorita Keily Andersson para que se quedará en casa, tuve que llevarla a True Style, no quería que fuese a trabajar, pero es tan terca, alegó que ningún médico le había firmado licencia médica.
—"Yo soy el jefe y te ordeno que te quedes en cama".
Giró los ojos y se cruzó de brazos.
—"Aquí no eres mi jefe, Marcelo Sandoval".
Todo lo dijo seriamente y quise enojarme con ella, en verdad lo intenté, pero no pude, esa mujer va a sacarme canas verdes en algún momento.
—He solicitado los videos de la cámara de seguridad del día de ayer — le comenté a Cristian llamando su atención, quien estaba frente a mi mirando algo en su celular —. Hay algo que no me cuadra con el auto que estuvo a punto de atropellar a Keily.
Cristian me mira pensativo desde su lugar, estamos en su oficina en TrueStyle.
—¿Viste algo extraño? — Preguntó, incorporándose, curioso.
—Tengo la percepción de que quien venía conduciendo ese auto tenia toda la intención de dañarla.
—Si no hubiera sido por Diego, no podría imaginar lo que hubiese pasado — comentó.
Solté un suspiro profundo. Es algo en lo que prefiero no pensar.
—Le salvó la vida y en verdad agradezco que estuviera ahí en ese momento.
El castaño me miró y sonrió levemente.
—Te da curiosidad de que fue lo que vino a buscar a True Style.
—Ambos sabemos lo que vino a buscar, Cris, no nos hagamos los tontos.
—¿Y eso te molesta?
— ¿Tú, qué crees? —dije, frunciendo el ceño —. No quiero preguntarle a Keily sobre el tema, porque ella prometió decirme si él la buscaba — solté un suspiro lento pensando en lo de ayer —. Pero creo que ayer estaba en el lugar perfecto para evitar una desgracia.
Cristian, dio un asentimiento y cuando iba a agregar algo, la línea del teléfono suena, responde y es Rosalba, su asistente, anunciando que el chico encargado de la vigilancia estaba esperando, así que lo hizo pasar de inmediato.
—Buenos días, señor — saludó, el caballero. Cristian y yo, nos ponemos de pie para recibirlo —. Soy Ramón Aguilera, soy encargado de vigilancia técnica.
— Un gusto — nos da la mano, primero a mi y luego a Cris.
—Aquí esta lo que me pidieron — nos muestra una USB de color azul —. Tiene el rango de media hora, pero pueden adelantar y retroceder si buscan algo en especial.
Cristian, tomó la herramienta en sus manos y se dirigió a su portátil que se encontraba en su escritorio.
—Muchas gracias, Aguilera — dije mirando al joven con unos kilos de más y unos grandes anteojos —. Nosotros nos encargamos del resto.
El chico, asintió.
— A sus ordenes, señores — dijo, para luego marcharse.
Mi amigo, tecleó con agilidad hasta que inició la reproducción del video. Revisamos bien la grabación una y otra vez.
—Kei, estaba cabreada, Marcelo — dijo Cristian —. La grabación no tiene audio, pero se nota a millas.
Apreté mi mandíbula cuando veo que ella trata de irse a su derecha y Diego le bloqueó el camino deteniéndola por un brazo.
—No tenia intención de cruzar la calle — dije con los dientes apretados, en mi vida me había sentido tan enojado—. No lo quiero cerca de ella
—Hoy estuvo en la constructora — informó, Cristian, mirándome fijamente —. Armó todo un espectáculo delante de todos, estaba borracho.
Frunzo mi ceño.
—¿Y porqué nadie me dijo nada? — Pregunté, molesto.
—Yo le pedí a Lucy, que no dijera nada alegando que yo mismo te informaría.
—Eso de que fuera a las oficinas armando un escándalo no me gusta nada — expresé entre dientes —. Esta haciendo las cosas de manera impulsiva y temo que trate de hacer algo contra ella y de ser así... Juro que...
—Debes tomarlo con calma — sugirió, el castaño, interrumpiéndome.
—¿Cómo me pides eso? — dije, sintiéndome un inútil en todo esto —. Tu sabes lo que significa ella para mí.
Sonrió.
—Lo sé —dijo, suavemente —. Todo va a estar bien, no creo que él quiera hacerle daño.
—Ya lo hizo una vez — respondí, con el corazón en un puño.
— No pienses en eso ahora. Vamos a actuar paso a paso — volvió a hablar, mi sabio amigo —. Ahora lo que nos tiene que importar es lo que pasó ayer, la denuncia debe proceder, la policía tiene que hacer su intervención e investigar sobre lo sucedido.
Suspiré.
—Tienes razón — dije, no muy convencido.
Mi amigo sonrió y volvió su vista al computador.
— Hay algunos detalles que no se visualizan muy bien, pues el sistema de cámaras no ayuda mucho, es muy viejo — expresó tecleando el aparato —. Pero de algo les servirá a las autoridades.
Eso espero en verdad, me siento tan agotado.
—Quiero que se investigue el caso — expresé, necesito saber que fue lo que pasó, no me gusta nada de esto —. En cuanto al sistema de cámaras, hay que cambiarlo por el más moderno.
—Hay que hablar con el chico encargado de eso.
Doy un asentimiento.
— Encárgate de llamar al comandante —pedí dirigiéndome a la puerta —. Voy a verla a su oficina.
—Esta bien — concedió, con una sonrisa maliciosa —. Quiero que me le des un beso en los cachetes a esa hermosa mujer.
Ruedo los ojos.
—Sé los daré — dije sonriendo como un angelito —. Pero de mi parte, no de la tuya.
Rueda los ojos y toma el teléfono.
—Lárgate de mi oficina — dijo, sonriendo.
Y eso hago, camino hacia el ascensor, ese que da a los demás oficinas. Las asistentes que están en presidencia, al igual que los demás se quedan un poco asombrados al mirar que tomo esta dirección.
Unos minutos después, estoy en el piso indicado, me da gusto que todo este organizado y que cada quien esté trabajando en donde debe. Cuando llego al área de diseños, todos se quedan quietos y con los ojos muy abiertos.
No muy lejos, pude ver a Keily, está con su equipo de trabajo. Ahora se encontraba dando instrucciones al chico que cambia de color con tan solo verla, incluso, ahora está embobado mirándola.
Debo calmar esto que siento...
Eso que tanto me he negado a sentir vuelve nuevamente, pero al verla a ella tan tranquila, tan profesional, tan ella, todo se disipa. No del todo, pero ajá, hago el intento.
—Buenos días — dije al fin, con mi rostro libre de expresión.
—Buenos días, señor — dijeron todos al unísono.
Todos dejan lo que están haciendo y se ponen de pie. Casi reí, me recordó aquellos tiempos de escuela, cuando teníamos que ponerlos de pie cuando el profesor entraba por la puerta.
Al Keily escucharme, giró su rostro hacia mi, e inmediatamente, se ruboriza por completó. El chico que la mira mucho, se dió cuenta.
Interesante.
—Muy buenos días, señorita Andersson —dije llevando y enlazando mis brazos hacia atrás, en mi espalda —. ¿Puedo hablar con usted? — pedí y, luego agregué —. A solas.
Ella me miró curiosa, pero una sonrisa amenazó por salir de sus labios.
—Muy buenos días, señor Sandoval — dijo, incorporándose sin retirar sus preciosos ojos de mi —. Si gusta, podemos ir a mi oficina.
Casi sonreí, al verla pasar saliva.
—Me parece bien — dije, seriamente.
Ella caminó de esa forma que deja embobado a cualquier hombre sobre la tierra, siempre he dicho que esta mujer seduce sin tener la intención de hacerlo.
Caminé tras ella y cuando llegamos a su oficina me quedo observando su espacio, no es grande, pero si muy bonito y ordenado.
—¿Se puede saber qué hace la realeza en el bajo mundo?
Una sonrisa tiró de mis labios.
—Vengo por algo que me interesa — sus mejillas vuelven a tener ese color carmesí que me gusta.
— ¿Y qué es lo que le interesa a usted, señor Sandoval? — dijo al tiempo que hacía un gesto para que me sentara, lo hago después de ella.
—Tú — dije, mirándola intensamente.
Me miró de la misma manera y por más que trató, no pudo evitar sonreír. El brillo de su mirada es fascinante.
Se acomoda en su lugar.
— Aquí me tiene — dijo, seductora, sus mejillas estaban rojas, se inclina un poco en su escritorio para luego continuar —. ¿Para que soy buena?
— Para todo — respondí de manera lenta y sin dejar de mirarla.
Su rostro enrojeció más, algo que ya esperaba.
—Señor Sandoval, dígame en que le puedo ayudar — esta vez trató de hablar seriamente, pero la diversión en su rostro era palpable. Sin embargo, dejó en evidencia que hablaba en serio.
Solté un suspiro lento, cuando se trataba de trabajo, Keily Andersson, era un hueso duro de roer.
—Quería saber como estabas, pero ya veo que estas de maravilla.
Sonrió.
—Si, me siento muy bien, no parece que hubiese tenido esa caída — dijo con una hermosa sonrisa en el rostro, yo sonreí de boca cerrada—. Estoy segura de que no solo viniste por eso.
—Me gusta hacer mis visitas sorpresas — contesté y negó con la cabeza con una sonrisa.
—No, no es eso...
Me miró por algunos segundos y su sonrisa se va desvaneciendo poco a poco al darse cuenta, al parecer conoce mis expresiones.
—Observamos los videos de la cámara de seguridad y nos dimos cuenta que el auto tuvo toda la intención de agredirte — ella frunció el ceño y continué —. Quiero saber si tienes alguna idea de quien podría querer hacerte daño.
—¿Pero qué es lo que me dices, Marcelo? — dijo, llevando ambas manos a su cabeza —. Podrías estar confundido o algo, no tengo a nadie que quiera hacerme daño, al menos que yo sepa.
La miré por algunos segundos en silencio. Yo no opino lo mismo.
—De todas maneras, lo pusimos en conocimiento de las autoridades, porque de todos modos el auto se dio a la fuga — dije, no quiero preocuparla —. Es probable que te quieran hacer unas preguntas.
No muy convencida, me da un asentimiento.
—Responderé las preguntas que me hagan.
Me quedo mirándola.
— Y a mi, ¿Me responderás las preguntas que te haga? — Pregunté con mi rostro inexpresivo.
Ella me miró y su rostro reflejó confusión.
—Claro. ¿Qué me quieres preguntar?
—¿Qué pasó ayer? — Pregunté con calma, nunca aparto la mirada de ella —. ¿Porqué estabas tan enojada con Diego?
Ella tragó saliva. Mordió sus labios, estaba pensando que decirme.
—En los últimos días, estuvo buscándome y...
—¿Te estaba molestando? — Pregunté, interrumpiéndola. Desvió la mirada —. Solo responderme, por favor.
Se pone de pie y no me mira.
—Como comprenderás, es un poco incómodo todo esto — dijo.
—¿Desde cuándo? — insistí.
Me miró.
—Te dije que hace varios días — respondió, incomoda.
Eso me molesta, tengo temor de que Diego, en su afán buscarla, la lastime y es algo que no podría tolerar.
—¿Porqué no me lo dijiste? — Pregunté con toda la calma que pude, aunque no sirvió de mucho —. Te pedí que si volvía a molestarte me lo dijeras.
— Estabas de viaje, Marcelo — respondió del mismo modo —. No iba simplemente a llamarte para eso. Estabas trabajando y cuando llegaste, mira lo que ocurrió.
— No importa donde me encuentre, si te molesta quiero saberlo — volví a pedirle lo mas sutil que pude —. Me lo prometes.
Ella me miró interrogante, estoy seguro de que se está haciendo miles de preguntas.
Desde aquel día que Cristian, me contó lo que Diego le hizo, no confío en nada, si fue capaz de hacer algo como eso, no podría imaginar que más puede hacer.
— Esta bien, te lo diré — me dijo, dejándome más tranquilo —. Quiero saber porque tanto interés en esto.
Sus ojos me observan con detenimiento.
—Porque todo lo relacionado a ti, me interesa — le respondí, honestamente.
Mordió su labio inferior, esa es una de las cosas que más me debilitan ante ella.
—Me quedaré con esa respuesta, por ahora — susurró con media sonrisa —. Pero estoy segura de que hay algo más.
Tragué saliva disimuladamente, porque si lo hay, solo quiero cuidarla, protegerla.
—Ya veremos — respondí acercándome hasta ella para tomar su mano —. Quiero besarte, Keily.
Sonrió, seductora.
—Y yo quiero besarte a ti, Marcelo Sandoval — respondió, aceptando mi agarre.
—Si sabes que tu equipo de trabajo esta ahí afuera y se están haciendo miles de preguntas del porqué estoy aquí contigo.
Ella sonrió.
—Lo sé, pero a decir verdad — comenzó ella dirigiéndose a mi, se sentó en mis piernas y enredó sus brazos en mi cuello, los míos van a su cintura —. No me importa en absoluto, lo único que quiero es besarte.
Sonreí maravillado con esta mujer.
No me da tiempo a decir nada porque ella une sus labios con los míos en un beso dulce y firme a la vez, correspondo de inmediato, sintiéndome en el Paraíso, besarla es una verdadera aventura en la que quiero permanecer siempre. Su lengua demandante pelea con la mía queriendo demostrar quien tiene el control y, definitivamente, ella es quien lo tiene. Al pasar algunos segundos, el beso disminuye de intensidad, sabemos que de seguir así, la haría mía aquí y ahora.
—Estaba deseando besarte como loco —mascullé a la altura de su pecho.
— Las personas cuando están enojadas, no se besan — dijo, divertida.
La miré con el ceño fruncido.
—¿Quién estaba enojado? — Pregunté, haciéndome el amnésico.
Eso la hizo reír mucho más.
—Tú — dijo, riéndose —. No querías hablarme.
—No recuerdo nada.
Ella comenzó a negar con la cabeza entre risas.
Y es así como pasamos un momento en su oficina, nos dimos un par de besos más, no era buena idea seguir en esto, pues no quería perder el control con ella.
Le hice un par de preguntas sobre el proyecto e incluso, vi algunos bocetos a mano hecho por ella y los digitales que estaban en su correo institucional, el trabajo va de maravilla.
—Debo irme —dije atrayéndola por la cintura y ella, como era costumbre, rodeó mi cuello —. Tengo algunas cosas que hacer.
Rozó mi nariz con la suya por un breve instante.
—Esta bien. Cuídese mucho, señor Sandoval.
Sonreí, embobado por ella.
—Tú también, preciosa — susurré, al tiempo que daba un casto beso en sus labios —. Vengo por ti a la salida.
—No te preocupes ya he quedado con alguien — dijo, con una sonrisa maliciosa.
Entrecerré los ojos y apreté un poco la mandíbula. Ella se dió cuenta y sonrió victoriosa, pues ya sabe a la perfección lo que causa en mi.
—¿Qué? — le pregunté, apretando más su cintura para atraerla a mi —. ¿Porqué sonríes así, tan preciosa?
Ella sonrió más y su carita cambió más de color.
—De ti y tus expresiones — respondió para luego dar un beso en mi nariz —. Estaré en mi casa con ellos.
Eso, definitivamente, llamó mi atención.
—¿Ellos? — Pregunté, rápidamente y ella asintió, sonriente —. Querrás decir ellas.
Negó con una sonrisa pícara.
—Dije: ellos...
La puerta se abrió de pronto e hizo el intentó separarse, pero no se lo permití.
—El jefe de jefes nos place con su visita — expresó, Elena, entrando a la oficina —. Unnjuuu y no precisamente viendo a su gente trabajar.
Keily, soltó un suspiro lento.
—Me asustaste, Elena, pensé que era uno de los chicos.
Elena, sonrió.
—Hola, bombón — saludó, en un susurro.
Giré el rostro hacia la pelirroja y sonreí.
— Hola, Elena.
Mi pelinegra, se separó de mi con dificultad, pues no quería soltarla. Por mi parte, me senté en la silla para visitantes, pellizcando el puente de mi nariz.
—Dime, ¿Se te ofrece algo? — Preguntó con la cara roja.
Elena, sonrió cómplice en mi dirección. Sin embargo, habló del asunto que venía a tratar.
—Kei, traje unas ideas vanguardistas para la terraza del proyecto tres, te los dejo aquí para que los revises cuando puedas.
— Esta bien, en unos minutos lo reviso — respondió.
Se hace un silencio en el lugar y decido ponerme de pie.
— Debo irme — dije mirando a Keily, me miró rápidamente, como pidiéndome que espere unos segundos.
—Yo debo retirarme, recuerda que pedí un permiso, debo buscar unos documentos para Héctor — habló, Elena.
—Sí, tienes razón.
—Bueno, nos vemos en la noche — se despidió de Kei y luego me miró a mi —. Hasta la noche, bombón.
Y salió de la oficina con una sonrisa radiante en el rostro.
¿Nos veremos en la noche?
—Nos vemos en mi casa a las ocho — soltó de repente, acomodando los documentos que Elena le trajo —. No vayas con trajes formales, por favor.
Frunzo mi ceño.
—Disculpa — manifesté de repente, ella me miró inmediatamente, confundida —. ¿Nos veremos hoy?
—Si, bueno, mis primos vienen de Toluca y pasaran por mi, quieren celebrar el cumpleaños de Fran Irene, en el club de Cristian.
—Tus primos — dije un poco molesto —. Entonces, tus primos pasarán por ti — ella me miró confusa mientras daba un asentimiento con la cabeza —. Estabas tratando de darme celos con ellos.
Tragó saliva, pero nunca apartó su mirada de mi. Quise decir muchas cosas porque la verdad es que ella ha ganado todo el terreno conmigo, sin embargo, no me gusta que me pongan a prueba y eso es lo que ella hizo al tratar de ponerme celoso, aunque esto no me molesta tanto, ahora bien, invitarme a última hora para una reunión dando por hecho que asistiría, sí.
—¿Porqué ahora? Esa reunión estaba pautada desde antes y ahora es que vienes a decirme dando por echo que asistiría — dije, seriamente, agotado de tanto pensar el día de hoy.
Su cara se encontraba libre de expresión, pero sus lindos ojos estaban confundidos, decepcionados.
—No iba a permitir que salieras de esta oficina sin que lo supieras, me he enterado un poco antes de que llegaras aquí— explicó con calma, pero con una seriedad increíble, me gusta verla enojada, pero no decepcionada—. Elena está enterada porque Fran Irene, se comunicó con ella, no he tenido tiempo de hablar con nadie. Lamento mucho haberte impuesto una salida y no preguntarte, si podías asistir.
Soy un estúpido. Es verdad lo que dice Cristian, debo aprender a manejar mis emociones, digo muchas tonterías a veces. Cuando pienso en Disculparme, tocan la puerta.
— Adelante — dijo ella.
— Keily, disculpa — dice una chica que pertenece a su equipo —. Necesitamos de tu asesoría en algo, es urgente.
— Esta bien, voy inmediatamente, Paola — respondió mirando a la chica —. Termino aquí y voy.
La chica asiente y unos segundos después, se marcha. Keily, vuelve a mirarme.
— Discúlpame — dijo, seriamente —.Tengo que trabajar.
—Keily...
—Y sobre esta noche — me interrumpió con calma, ella sabe dar sus bofetadas sin mano —, no tienes que ir si no puedes, entenderemos que fue algo repentino y que no podías asistir, ya que tenias compromisos — abrió la puerta, sabe que no replicaré nada, pues los demás escucharían — lo acompaño a la salida, señor Sandoval.
Esto lo dijo dando un paso fuera de la oficina. Cerré los ojos con fuerza, soy un idiota en potencia, debí preguntar primero, tengo tantas cosas en la cabeza que no pensé lo que dije.
Al abrir los ojos, la observo y me devuelve una mirada que me indica que no quiere hablar más del tema, ni conmigo. Solté un suspiro lento, no quiero irme así, pero eso me pasa por idiota. Salgo de su oficina con los brazos cruzados en mi espalda. Ella camina detrás de mi, pasamos por donde se encuentra su equipo de trabajo que no disimula para nada, nos miran con interés y cuando estamos fuera de la vista de todos, habla:
—Hasta luego — dijo, muy profesional.
La miré y ella lo hizo, pero inmediatamente se marchó.
—Hasta luego, señorita Andersson.
La vi perderse en su oficina, respiré profundo y me fui. No quiero pensar en mis idioteces, pero me es imposible porque de tan solo recordar sus ojos y la forma de ella mirarme me da esa sensación de que le he fallado, pero sobre todo me he herido a mi mismo.
Voy a la oficina, recojo algunas cosas y me marcho de la empresa, voy a hacer algo que no puede esperar más.
Después de varios minutos recorridos en mi coche, llegué a casa de mi madre, toqué la puerta y, como siempre, María es quien abre.
—Buenas tardes, María.
—Buenas tardes, joven — respondió ella con una sonrisa —. Su madre está en el salón.
Agradezco y me dirijo hasta donde se encuentra.
— Madre — saludé, ella levantó la cabeza y sonrió.
— Hijo — se levantó de su lugar y dejó el libro que estaba leyendo a un lado en el sofá —. ¡Qué grata sorpresa!
Sonreí de boca cerrada cuando dio un beso a un lado de mi cara. Hablamos un poco y le pregunté por mi hermana, me respondió que estaba en su clase de ballet. Me contó sobre su próxima boda que será dentro de unas semanas y que se encontraba muy feliz de contraer matrimonio con Ernesto.
—Me da mucho gusto por ti, madre.
—Lo sé, cariño — dijo con una gran sonrisa.
— ¿Dónde está Diego? — Pregunté, seriamente y ella lo notó —. ¿Esta en casa?
La sonrisa que tenía antes vaciló en su rostro y analizó mis intenciones.
—Si, esta con Ernesto en el Jardín de atrás — dijo dubitativa — ¿Pasa algo?
—No — respondí, normal —. Solo vengo a tratar un asunto importante con él.
—¿Qué asunto? — Preguntó, rápidamente —. No está en condiciones de hablar con nadie.
—No te preocupes, madre — doy un beso en la frente y comienzo a caminar al jardín de la casa.
Siento sus pasos detrás de mi, pero no me detengo, llego hasta donde se encuentran. Diego está sentado en el desayunador del jardín con una botella de alcohol en las manos, Ernesto, esta a su lado, hablando no sé qué con él, sin embargo, la atención de mi hermano está en otra parte. El primero en verme es Ernesto y este se pone de pie saludarme.
—Marcelo — me extiende su mano y la acepto —. Tenía días sin verte, ¿Cómo estás, muchacho?
—Todo bien — respondí con mi rostro libre de expresión —. Tu, ¿Cómo estás?
—Sobreviviendo — murmuró con una sonrisa de lado.
Dirijo mi vista hacia Diego quien me mira e inmediatamente, comienza a reír llevando un trago a su boca.
—Pensé que ya no venias —dijo con ironía, despegando la botella de sus labios.
—Jamás dejaría de asistir a un compromiso tan importante — dije, sin más.
Sonrió de sorna.
—¿Pasa algo, chicos? — Preguntó, mi madre, preocupada —. Marcelo, él no esta en condiciones para entablar un conversación con nadie.
Mi mamá tiene razón.
— Tranquila, mamá — pidió, Diego arrastrando las palabras, sin despegar la mirada de mi —. Mi hermanito y yo necesitamos hablar. Dejamos solos, por favor.
—Pero...
—Marcelo — habló Ernesto, en mi dirección —. Creo que eso que vienes a hablar con él puede esperar, no creo que actúe de manera coherente en el estado que se encuentra.
—No quiero que se vayan a pelear — manifestó, preocupada —. Sus caras me dicen que están muy serios y podrían llegar al extremo.
Miré a Diego quien me analiza. En verdad se encuentra mal, al parecer no ha dormido nada.
Respiré profundo tratando de controlar el impulso de decirle un par de verdades, pero Ernesto tiene razón.
—Cuando no estés en estas condiciones, búscame — pedí, seriamente mirando a Diego —. Y que sea la última vez que vas a las oficinas a hacer un maldito escándalo.
Comenzó a reír como loco.
—Tú no eres nadie para prohibirme nada — dijo arrastrando las palabras y tratando de ponerse de pie sin éxito porque volvió a caer de manera brusca en la silla —. Esa empresa es mía y puedo hacer lo que quiera.
—Como dije antes — volví a hablar —. Cuando no estés en estas condiciones, hablaremos de lo que quieras.
Doy media vuelta, paso por el lado de mi madre y su futuro esposo.
—Quiero que hablemos de lo que pasó ayer — soltó de repente entre su estado embriagado, su tono es frío, sugerente y se nota que se está conteniendo —. Estoy muy confundido ante ciertas actitudes.
Ernesto y mi madre, están de espectadores.
Doy media vuelta para mirarlo.
—¿Qué actitudes? — Pregunté aun sabiendo de que hablaba, apacible, no muestro ningún tipo de expresión —. Explícate mejor.
Su mandíbula se tensó y su mirada se ensombreció más.
—Aquellas actitudes que tomaste en el momento de que sucedió el incidente con Keily, ayer.
Casi, casi respiré profundo, pero me contuve.
—No hay mucho que explicar — dije, mirando sus ojos y sin ningún tipo de expresión.
Se puso en pie de golpe y Ernesto corrió a ayudarlo porque no podía sostenerse por si solo.
— ¿Qué es lo que pasa entre tu y ella? — Preguntó con los dientes apretados —. No... no supe interpretar lo que vi — tragó saliva — ¿Porqué le hablaste así?
Sonreí de boca cerrada.
— Ese tema merece que estés sobrio para poder hablarlo seriamente, Diego — dije, apacible.
Apretó los dientes.
—¿Qué hay entre ustedes? — gritó, haciendo fuerza para zafarse de Ernesto.
—¿De quien están hablando? — Preguntó mi madre, preocupada, ya se había puesto delante de mi —. Sabía que había un motivo por el cual mi hijo llegó golpeado el día de ayer y desde entonces no ha dejado se tomar pese a todas las advertencias que le hemos hecho — dijo, rápidamente, mirando mis ojos —¿Qué es lo que pasa, Marcelo?
—Solo abrió los ojos, mamá — respondí.
Eso fue suficiente para que Diego se soltara de Ernesto y viniera sobre mi para atacarme, me quedo quieto en mi lugar, esperando tenerlo cerca, pero Ernesto vuelve a sostenerlo.
— Eres un maldito...— escupió entre dientes —. Quiero que me expliques. AHORA...
— No — bramé, seriamente —. Tú y yo hablaremos cuando estés sobrio.
Vuelve a hacer fuerza para que Ernesto lo suelte, sin éxito.
— ¡Quiero que te vayas, Marcelo! — pidió, Florencia, asustada —. Vuelve en otro momento.
Miré a mi madre y en sus ojos reflejaba preocupación.
— Esta bien. Me voy — accedí.
Diego, tomó la palabra.
—Ella... — arrastró las palabras —. Ella no, Marcelo. A ella no...
Lo miré por algunos segundos para luego hablar:
—Hay cosas que no se pueden evitar.
Esas palabras fueron suficientes para que se quedara estático, mirándome con los ojos bien abiertos. Aún es sostenido por los brazos por el novio de mi madre.
— Con permiso.
Dije al tiempo que daba la media vuelta sin esperar respuesta y salí rápidamente de la casa. Abordé mi auto y me dirijo a casa.
Cuando ya estoy en casa, me dirijo a mi habitación par darme un baño y descansar un poco. Estaba seguro que muchas dificultades se avecinaban, pero aquí estaba. Estoy preocupado por Keily, no quiero que salga lastimada y temo porque yo lo haga, es algo que no le perdonaría.
Cuando estoy fuera del baño, me encuentro a Martina.
— Preparé esto para ti — dijo al tiempo que colocaba una bandeja con comida en la mesa que se encontraba en medio de los sofás de esta habitación.
— Muchas gracias, nana.
Sonrió y se cruzó de brazos.
— ¿Y la niña? ¿Cómo sigue? — Preguntó, sonriente.
Solté un suspiro profundo pensando en lo que ocurrió el día de hoy.
—Ella está bien, Martina.
Ella bufó.
— Ya la regaste, ¿Verdad? — Preguntó ella y la miré con indignación —. Esa cara que pusiste me indica que algo le hiciste.
—Nana...
— Habla de una vez — casi gritó.
Solté un suspiro lento.
—Me comporté como un idiota con ella — le dije, sintiéndome mal, tengo la cosa aquella en un puño —. Por un momento me sentí invadido y reaccioné de manera equivocada.
—¿Invadido de qué? — Preguntó retintín con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Pensé por algunos segundos lo que iba a decirle, pues quiero ser honesto con ella.
— Ella... ella es importante.
— Eso lo sé — respondió, Martina, impaciente —. Continúa.
Casi sonreí.
—Tú sabes que esto no es fácil para mí, he sido un hombre que siempre ha hecho lo que quiere, nadie toma decisiones por mi, nunca me han dado órdenes más que mis padres y hoy, por un momento, sentí que ella tenía todo el poder para hacerlo y eso me aterra.
—¿Pero sientes que ella se ha aprovechado de ti?
Niego con la cabeza.
—No. En realidad, no. Solo que por esa milésima de segundos, no supe como reaccionar y le dije puras estupideces.
— En ocasiones, sueles decir lo primero que viene a tu cabeza para escudar tu corazón de no ser lastimado — dijo seriamente y la miro sin emitir una sola palabra —. Eso me asusta en gran manera. Debes tratar de mejorar esa parte, contar hasta cien si es necesario o morder tu lengua hasta sangrar, hijo.
— Lo sé — acepté.
— Y también has de saber que por decir cosas hirientes y, más aún, sin sentirlas, puede traer consecuencias.
Martina tiene toda la razón y de solo pensar en perderla o peor aún hacerle daño con mis estupideces, me duele, me volvería loco si la lastimo.
— Voy a trabajar en ello, nana. Lo prometo.
Ella sonrió, empática.
—Debes arreglar las cosas con ella — dijo mientras llevaba sus manos a cada lado de sus caderas en forma de jarra —. Dile lo que sientes de una buena vez.
Suspiré y sonreí en su dirección.
—Voy a buscarla e intentaré arreglar las cosas y, en cuanto a lo otro — dije, sintiéndome un poco asustado con todo esto —, no es tan fácil, nana.
— Pero no es nada imposible para el gran Marcelo Sandoval, ¿Verdad? — agregó con una gran sonrisa —. No dejes ir a esa chica, hijo, me gusta mucho para ti.
—A mi es que debe gustarme, Martina — repliqué a punto de reír.
Sonrió con astucia.
—Créeme, mi niño, a ti te gusta más que a mí — respondió haciéndome reír.
—Ella no solo me gusta, nana.
— Lo sé — me dijo sonriendo —. Y más te vale hacer las pases con ella, jovencito, si no quieres tener problemas conmigo también.
Fruncí el ceño.
— La defiendes más que a mi y eso que no la conoces bien, solo la has visto un par de veces cuando la he traído a la casa.
Ella sonrió.
— Las cosas no siempre son lo que parecen, mi niño — dijo con un brillo en ojos —. Solo basta con ver como te brillan lo ojo cuando la miras y los de ella tienen un brillo...
— Fascinante.
Le interrumpí con una sonrisa llena de emoción que sólo me pasa cuando pienso en ella.
—Definitivamente, tienes que hacer las pases con esa niña — dijo, Martina —. Es la primera vez en mi vida que veo esa expresión en tu cara, ni siquiera con la liebre, te vi tan idiotizado.
— Nana... repliqué.
—Es la verdad — dijo, sonriendo a sus anchas —. Me encanta verte así, esa felicidad en tu mirada es tan gratificante para esta vieja.
Sonreí de boca cerrada.
— Voy a prepararme, tengo un compromiso al cual asistir.
— Te dejo para que te vistas.
—Gracias, nana, por todo.
Sonrió.
—No hay necesidad de agradecer, hijo.
Sale de la habitación y procedo entrar a mi vestidor a elegir algo que no sea formal, tal y como lo pidió, mi preciosa. Solo espero que pueda perdonar mi idiotez.
♡
Después de salir del trabajo, me dirigí al supermercado en compañía de Iván y Lisbeth, necesitaba algunas cosas para terminar de preparar la cena en casa de Elena.
Fran Irene, cumple sus veinticuatro años el día de hoy, quiso una cena preparada por mi manos y en mi diminuto departamento solo con sus hermanos, primos y algunos conocidos.
Le expliqué que mi departamento era muy pequeño para realizar una cena de ese tamaño y que necesitaríamos un espacio mucho más amplio y, es ahí, donde entra mi gran amiga Elena. Ofreció su casa gigantesca para que allí hiciéramos la celebración, a partir de ahí, iríamos al club de Cristian a bailar y tomar.
Estaba dando los últimos toques a la cena, pues tuve la ayuda de Elena, Lisbeth y Cristina.
— Ya organicé la mesa — dijo Cristina con una gran sonrisa —. Tu hermano me ayudó, Kei.
— Seguro a desorganizar la mesa — dije, divertida.
Lisbeth y Elena, comenzaron a reír.
— Pues me ayudó a acomodar los cubiertos y eso — informó en tono bajo, sus mejillas se encontraban de color carmesí —. Lo hizo muy bien.
Elena y yo, nos miramos por algunos segundos. Esto parece sospechoso.
—Pues... eso nos sirvió para que todas terminemos al mismo tiempo — agregó Lisbeth, al ver que todas estábamos en silencio y sospechosas.
Asentimos mientras nos dirigimos al segundo piso para darnos el merecido baño y nos preparábamos para recibir a los demás.
Una hora más tarde nos encontrábamos en la sala platicando y tomando un vino de entrada antes de la cena.
—Agradezco que todos estén aquí, desde el día del cumpleaños de Kei, hicimos clic inmediatamente y nos divertimos tanto que quise venir a celebrar mi cumpleaños con ustedes — se expresó, Fran Irene.
— Gracias por invitarnos — habló, Moisés levantando su copa —. Feliz cumpleaños, Fran.
—Muchas gracias a todos...
Ella continúo hablando y los demás brindando a su salud.
—Dime, hermanita — comenzó, Jason, en un susurro —. ¿Hoy no viene tu noviecito?
Lo miré fulminante.
—No empieces a molestarme — protesté —. Además, no tengo novio.
—Claro que lo tienes — dijo, burlón —. Y lo peor del caso es que aún me falta darle la bienvenida con un puñetazo en su nariz.
Sonreí.
— Fue a una academia militar y sabe defenderse muy bien, hermanito, quizás sea otro el que se lleve el puñetazo en la nariz.
Un atisbo de sonrisa aparece en sus labios.
—Yo fui entrenado por el FBI, hermanita —informó, orgulloso —. Recuerda que trabajé para ellos hace unos años atrás.
Es cierto. Cuando Jason mató aquel hombre para defenderme, vivió un proceso duro, pues la empresa de trasporte de mi familia prácticamente cayó en manos del hijo del hombre que quiso hacerme daño. Estos querían trasportar sustancias ilícitas en los camiones, mi hermano no se quedó callado y habló con las autoridades, logrando desmantelar la red de lavado de dinero un tiempo después. Fueron tiempos difíciles para mi familia, pero gracias a Dios, salimos de eso.
Una sonrisa se formó en mi rostro.
—Pero Marcelo te golpeará más, lo he visto pelear — dije, recordando lo del secuestro.
Jason, sonrió de boca cerrada.
— Y eso te divierte, hermana traidora — dijo, divertido.
— Pues claro — manifesté con una sonrisa.
—Estoy esperando que llegue — dijo con una sonrisa.
— Pues te quedarás esperándolo, no vendrá — le dije tratando de no pensar en lo que pasó —. Tiene un compromiso importantísimo que no puede posponer — mentí descaradamente en la última parte —. Además, no es mi novio, ya te lo dije.
—Eso tendrá que decírmelo él.
— ¡Jason...!
—Ven aquí.
Jason me abrazó y no hablamos más del asunto. No puedo evitar pensar en él, trato de no hacerlo, pero es imposible.
El día de hoy se comportó muy grosero conmigo y, aunque en verdad tuvo razón en decir que no le pregunté, no debió comportarse como un idiota.
Pero es nuestro idiota, Keilisita...
Mi corazón quiere sonreír de tan solo pensar en él. Sin embargo, estoy tan enojada y quiero continuar así.
— Fui a retirar lo que estaba en el horno — llegó Cristina, junto a nosotros —. Esta todo listo.
— Perfecto — dije, poniéndome de pie y, por un momento, vi como miraba a mi hermano y ella a él —. Bueno... yo voy a verificar la mesa.
Los dejo solos, están en su burbuja, ni siquiera me respondieron. Ahí hay un arroz que se quiere coser, pero ajá, ya veremos.
— Kei, hola.
Sonreí al mirarlo.
— Moisés — saludé con alegría —. ¡Qué bueno que estés aquí!
—Gracias — dijo con sus mejillas coloradas —. Solo vine a la cena, debo ir a casa temprano a acompañar a mi madre.
—¿Cómo esta ella?
Él me cuenta que todo está bien y que las quimioterapias ha hecho un buen trabajo.
Luego de una buena plática con mi amigo, voy y checo que todo este en orden. Regreso al salón y tengo la imperiosa necesaria de salir a tomar aire fresco.
No quiero pensar en él...
Ya en el Jardín, me pongo a contemplar las diversas flores que hay aquí, esto es tan hermoso.
Me encuentro de pie mirando una gran cantidad de flores.
—No cabe duda de que las están cuidando bien — masculle, con una sonrisa, tocando una flor de anturio —. Están preciosas.
—Pero no más que tú.
Casi grité del susto, pero mi corazón no dio tiempo a que lo hiciera, pues reconoce el dueño de esa voz y, como siempre, echa su acostumbrada carrera.
Giré mi rostro hacia donde se encontraba con su porte seguro y su vestuario perfecto. Traía puesto un jersey, pantalón y zapatos de color negro y un brazer blanco, se veía divino como siempre. Sus manos estaban enlazadas detrás, en su espalda.
—Hola —me dijo, su mirada analítica, estaba puesta en mi.
—Hola — respondí, con el corazón dislocado.
De pronto, soltó sus manos que se encontraban en su espalda y la extendió hacia mi dos rosas rojas, las más hermosas que haya visto jamás.
Sus ojos brillaban más esa noche y no pude evitar que mi corazón se emocionara con ese simple echo.
Tomé mis rosas con un atisbo de sonrisa, estaban preciosas.
—No creas que con estas rosas, lograrás contentarme.
Sonrió.
—Quizás con un ramo de rosas logre que, por lo menos, me escuches por un momento.
—Quizás con un jardín lleno de rosas de diversos colores — solté
Sus ojos brillaron más.
—Trato hecho — soltó de repente, estuve a punto de reír.
— Unju...
—¿Cómo estás? — Preguntó con cautela.
—Bien. ¿Tú cómo estás? — hablé del mismo modo.
Sonrió de boca cerrada.
—Estoy bien — dijo, suavemente —. ¿Crees que podamos hablar un momento, por favor?
Solté todo el aire que contenía de manera lenta.
—Me deben estar buscando, la cena esta por comenzar, solo esperábamos a Fran Irene.
—Cristina me dijo que te encontrabas aquí, Elena estaba con ella.
Suspiré.
—¿Quieres sentarte? — Pregunté, señalando el desayunador del jardín.
—Después de ti — me dijo.
Agradezco y tomo asiento, él aprovechó para sentarse a mi lado, lo más cerca que pudo, nunca apartó su mirada de la mía.
—Keily, hoy me he comportado como un imbécil contigo, solo quiero disculparme por hablarte de la manera en que lo hice, por la reacción que tuve — dijo, con calma, mirando mis ojos todo el tiempo —. Sé que estás molesta conmigo y tienes toda la razón, soy idiota.
— No te...
—No. Déjame terminar, por favor — me interrumpió, amablemente y con mucho tacto —. Soy un desastre, lo sé y tú también lo sabes porque te lo conté aquella vez — su rostro muestra seriedad, recuerdo muy bien esa conversación —. Tengo muchas cosas que mejorar, cuando me siento acorralado tiendo a decir estupideces, no quiero justificar nada de lo que dije, pero quiero que tengas presente que jamás pretendí lastimarte y no quiero hacerlo nunca.
Marcelo Sandoval, poco a poco irá dejando sus barreras, despacio se irá abriendo. Sus palabras y la seguridad de que me brindan sus ojos, solo destilan honestidad. El simple hecho de que se abriera solo un poco, me llena.
Respiré profundo.
—No solo tu debes disculparte — me atreví a decir honestamente y él frunció el ceño en señal de confusión —. Yo también debo hacerlo, no debí hablar como lo hice, prácticamente te impuse que asistieras a este evento sin tomar en consideración tu opinión y que quizás, tenias otras cosas que hacer, lo siento mucho, Marcelo, no fue nunca mi intención darte órdenes.
—No debes disculparte — dijo, colocando sus manos sobre las mías —. Sé perfectamente que no quisiste darme órdenes, te conozco y sé como eres.
Sonreí levemente y tragué saliva.
—Sentí que debía hacerlo — comencé — En cuanto a darte celos... — agregué y siento como el rubor sube hasta mis mejillas —. Si lo hice con todas las intenciones, lo lamento mucho, no debí.
—Lamento mi reacción por esa situación, pero he de admitir que si lograste ponerme celoso.
Nuestras miradas brillantes, hablaron por sí solas.
Mi cara debe estar como un tomate. Por reacciones como estas, en esta larga historia, alguien muy especial me llama: "El tomatico".
Apreté los labios para no reír aquí y ahora de la felicidad que causaron sus palabras.
— Ahora me vas a decir que eres un hombre celoso — dije, sintiéndome más que satisfecha.
—Solo contigo, mi cielo — me dijo con media sonrisa —. ¿Me disculpas por favor?
—Solo porque me regalaste estas dos hermosas rosas — bromeo, mirando sus ojos —. Ahora me debes un jardín.
Sonrió a sus anchas.
— Te debo un jardín —confirmó — ahora lo único que necesito es abrazarte y besarte.
—Pues eso no se va a poder, señor Sandoval — solté con una sonrisa y él frunció el ceño —. Le he disculpado, pero también he restringido algunas cosas por el momento incluyendo besos y abrazos.
—Keily... — protestó.
—Las cosas no siempre resultan como esperamos — separo mis manos de las suyas —. ¿Podemos ir dentro? La cena va a ser servida y quiero estar presente.
Soltó un suspiro lento.
—¿Puedo tomarte de la mano? — Preguntó.
—No, no puedes — respondí, rápidamente, caminando hacia la entrada de la casa. Siento sus pasos detrás de mi.
—Eres una niñita endemoniada, Keily Andersson — lo escuché protestar, sonreí al Instante.
— Y tú un tarúpido gruñón, Marcelo Sandoval...
Escuché su risa ronca y la mía creció más. Cuando entro a la casa, a lo lejos, visualizo un gigantesco ramo de flores, de rosas rojas.
— ¡Waoo, Fran Irene, están preciosas! — dije llegando hasta donde están las chicas —. Debes ser la envidia de muchas aquí.
— Si, están hermosas — manifestó con una sonrisa —. Pero...
— Son para ti, Kei... — dijo, Elena.
—Vi quien las trajo y no puedo creerlo — agregó, Liz.
— Lee la tarjeta — pidió, Cristina.
No puedo evitar girar en mi propio eje para ver esos ojos azules que tanto amo y los encuentro muy cerca de mi, solo que ha sido interceptado por Jason e Iván. Guiña un ojo en mi dirección haciendo que mi cara se caliente a niveles superiores.
Desvío la mirada y busco la tarjeta para luego proceder a leerla solo para mi:
"¿Puedes perdonar a este idiota?"
Siento mucho que mis defectos y la mala elección de mis palabras te hicieran sentir mal.
Me volvería loco, si dejas de mirar y sonreír para mi.
M. S.
Llevo la nota a mi pecho con una sonrisa estúpida en el rostro. Definitivamente, estoy perdidamente enamorada de ese hombre. No hay vuelta atrás y quiero luchar por él y arriesgarlo todo.
—Dinos que dice la tarjeta — pidió, Elena.
A las demás le brillaban los ojos.
—Eso es solo para mi, chicas.
— Juzgando por tu cara es algo te gustado mucho ¿eh? — agregó, Cristina.
—Ahora entiendo muchas cosas, me debes una larga platica, Keily — dijo Liz, con una sonrisa.
No pude evitar recordar las letras de la tarjeta toda la noche, específicamente, la últimas líneas. Esta es otra carta que irá a mi pequeña caja de recuerdos con él.
Minutos mas tarde, la cena había dado inicio y, en esta ocasión, Marcelo y yo nos sentamos en lados opuestos, quedando de frente. Los camareros que habíamos contratado para servir, estaban haciendo su trabajo, de manera, que no tuvimos que intervenir.
Le cantamos canciones de cumpleaños a mi prima, se sintió feliz al estar con todos allí.
De vez en cuando, mis ojos avellanas coincidían con un cielo azul, con un azul sorprendente que hacia que mis mejillas se calentaran de inmediato.
—Keily — llamó, Moisés, mi atención, es quien está a mi lado —. Estas roja.
Lo miré y su rostro inexpresivo, al parecer se dio cuenta de la razón por la cual estoy como estoy.
—Debe ser el calor —le dije.
Se hizo un silencio por algunos segundos.
—Sí. Eso debe ser — respondió, para luego susurrar —. Debemos hablar. Más tarde.
Doy un asentimiento, pero una conversación llamó mi atención:
—Nunca esperé que Marcelo Sandoval, regalara rosas a una mujer — masculló, Cristina hacia mi rubio, ella estaba sentada a su lado —. Eso me ha sorprendido.
—Ella no es cualquier mujer, Cristin — aclaró él, con una sonrisa —. Y de eso te diste cuenta hace mucho tiempo.
—La verdad es que si, pero aún estoy incrédula.
El rubio, sonrió y se limitó a comer.
La noche se fue así, entre miradas y sonrisas escondidas, esta vez casi no hablamos y poco nos acercamos y, para ser honesta, me hizo una falta terrible. Disfrutamos de nuestros amigos, fuimos al club de Cristian, quien tampoco apareció por esos lados. Eran alrededor de las tres de la mañana cuando cada quien decidió elegir su camino, por mi parte, me quedé con Elena en su casa.
A la mañana siguiente, fuimos todos a trabajar, pero más que un equipo de trabajo, parecíamos zombis en la oficina, solo pedíamos agua y mucho café cargado, fue poca cosa lo que logramos hacer. Sin embargo, en la tarde, tuvimos que ponernos las pilas y ayudar al equipo que estaba trabajando en un proyecto con la señorita Mónica Saldívar, quien vendrá a verificar los avances.
Hoy no vi al rubio, solo me envió un mensaje en la mañana, el cual respondí, pero más nada.
Al otro día, antes de ir a trabajar pasé por la fonda de Doña Margarita, a comprar café y unos rollos de canela muy deliciosos para el equipo.
Cuando voy arribar el taxi, visualicé a Diego, desde lejos, miraba en mi dirección. Se veía mal, incluso, había algunos golpes en el rostro.
¿Qué hace aquí? ¿Porqué estaba en esas condiciones?
Al ver que caminaba en mi dirección, me apresuré al taxi para que me llevara rumbo a la empresa, tengo la impresión de que me estaba siguiendo, espero que solo sean imaginaciones mías.
Repartí el café y los rollos de canela a mis compañeros de trabajo quienes agradecieron de inmediato. Unos minutos más tarde me dirigí a mi espacio para diseñar, tengo que aprovechar el tiempo, ya que en la tarde tendremos que salir a la tercera casa, es la última que nos falta y solo son detalles, estamos diseñando en tiempo récord.
Cuando entro a la oficina, me encuentro con un enorme ramo de rosas de diversos colores y un sobre dentro de las mismas. La emoción que siente mi pecho es gigantesca, estoy segura que esas rosas solo las pudo enviar una sola persona: Marcelo Sandoval. Huelo las rosas con una gran sonrisa en el rostro, no puedo evitarlo, esto me rebasa.
Tomo, emocionada, la tarjeta que trae el arreglo de rosas y comienzo a leerlo:
Aun te debo un jardín con rosas de diversos colores, mi preciosa...
El color de cada rosa llamó totalmente mi atención, puesto que todas tienen un significado, pero lo más curioso de todo esto es que muchas definen lo que hay entre tu y yo:
La rosa blanca, me recuerdan tus preciosos ojos avellanas, los cuales reflejan tu inocencia y todo aquello que pretendes ocultar. Del mismo modo, la rosa naranja, representa el encanto y la belleza que posees, mi cielo, nadie puede igualarte, eres preciosa al derecho y al revés.
Quise colocar una flor amarilla, no porque me recuerde a ti, sino a mi mismo cuando estoy y no estoy contigo, soy cuidadoso con los que quiero Keily Andersson y, en más de una ocasión, te he dicho que eres totalmente mía.
La rosa coral, me recuerda lo mucho que te deseo y me deseas, las emociones que se levantan cada vez que nuestras miradas coinciden, son inverosímil.
Y, tus favoritas, las rosas rojas... Nos definen a ambos, Keily...
¡Te extraño, mi pequeño demonio y me estoy muriendo por besar tus labios.
Espero te hayan gustado las rosas.
M.S.
Estoy flotando en el aire, leo la carta cinco veces más buscando que mi corazón no se emocionara con tantas palabras tan preciosas, definitivamente, conozco el significado de cada una de las rosas, el de la amarilla, por ejemplo; es representante de los celos y otras cosas más.
Mis manos me tiemblan y mi corazón esta tan acelerado que mi pecho duele. Estoy irremediablemente enamorada y, por lo visto, soy correspondida, sin duda alguna, me lo dejó dicho en la definición de la última flor, las rosas rojas son representadas por el amor y la pasión. No puedo evitar que lágrimas emocionadas se acumulen en mis ojos, no necesito nada más para darme cuenta de lo que siente Marcelo Sandoval, pues los hechos me están dejando en claro sus sentimientos.
Lo amo mucho y, en estos momentos, nada me hace más feliz. Quiero llamarlo, pero tiene dos días fuera de la ciudad tuvo que salir de emergencia a Cancún, a resolver una situación que se presentó, regresa en la noche o eso me dijo en su primer mensaje de la mañana. En estos días, solo hemos hablado, no nos hemos visto.
Hoy iré a ver a Martina, pues quedé de llevarle un encargo que me hizo y aprovecharé para pasar por el centro comercial a comprar un detalle para Mirian, quien cumplió años ayer y no lo sabia.
Ya en el centro comercial paseo por todas las vitrinas y llama mi atención un apartado con vestidos de novia, mi emoción es gigantesca al ver una chica morena, de ojos cafés entallar de manera perfecta uno de los vestidos, le queda divino. Sonrío al tiempo que continúo mi camino. Media hora después, ya tengo el regalo perfecto para Mirian, voy de salida con dos bolsas en las manos y es entonces cuando pasa...
Una chica besa a un hombre en forma de saludo, pero no es cualquier hombre, es él.
Dios... no.
Mi corazón baja a los pies porque reconozco perfectamente de quien se trata y no puedo evitar sentirme terrible, decepcionada y triste por lo que se avecina.
Obligo a mis pies a moverse y tomo la dirección contraria a ellos. Seguí mi camino con el corazón en un puño, sin saber como manejar esta situación.
Dios... esto no puede estar pasando.
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🌟♡NOTA DE LA AUTORA♡🌟
Capítulo nuevo.
Espero que el capitulo sea de su agrado.
Las amo mucho, mis niñas lindas y endemoniadas 💕
Nos leemos pronto 🕘📖
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