Capitulo 75: Entre sombras y arrepentimiento tardío
La casa estaba envuelta en un silencio pesado, casi asfixiante. Cada sombra en las paredes parecía observarme, juzgándome por el camino que había tomado. Pero en mi interior, no había lugar para el arrepentimiento, solo una necesidad insaciable de seguir, de buscar ese fuego prohibido que me consumía.
No podía dormir. El recuerdo de la noche anterior seguía ardiendo en mi piel, como una marca invisible pero imborrable. Mi mente divagaba entre el deseo y la culpa, una mezcla tóxica que no podía controlar. Me levanté de la cama, decidido a buscar aquello que parecía ser mi única salida: mi padre.
Bajé por los pasillos oscuros con pasos ligeros, como un ladrón en mi propia casa. El despacho de Fugaku estaba al final del corredor, su puerta entreabierta dejando filtrar un hilo de luz. Mi corazón latía con fuerza mientras me acercaba, con el deseo latiendo en mis venas y mi respiración entrecortada por la anticipación.
Empujé la puerta lentamente. Él estaba ahí, sentado detrás de su escritorio, con una mano sosteniendo su frente y la otra descansando sobre un informe que claramente no había leído. La botella de whisky a su lado estaba cerrada, lo que me indicó que esta vez no había escapatoria tras el alcohol.
—¿Qué haces aquí, Sasuke?— preguntó, su voz grave pero cansada. Sus ojos oscuros me miraron con una mezcla de desconcierto y advertencia.
—Tú sabes por qué estoy aquí— respondí, cerrando la puerta detrás de mí.
Me acerqué a él con lentitud, mis pasos resonando en el silencio del despacho. Fugaku me miraba, sus labios ligeramente entreabiertos como si buscara las palabras correctas, pero no encontrara ninguna. Me detuve frente a él, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo.
—Sasuke, no podemos…— comenzó, pero no lo dejé terminar.
—¿Por qué no?— susurré, inclinándome hacia él. —Nadie me hace sentir como tú lo haces. Nadie me entiende como tú.—
Él cerró los ojos, como si estuviera librando una batalla interna. Pero cuando posé mis manos sobre sus hombros, su resistencia se desmoronó. Fugaku se levantó de su silla de golpe, sujetándome por los brazos.
—Esto está mal, Sasuke. Esto…— dijo, pero su voz se quebró.
Lo miré fijamente, desabrochando lentamente los botones de mi camisa. Mi piel se erizó al sentir el aire frío del despacho, pero no aparté la mirada de la suya.
—Entonces deténme— desafié, acercándome aún más. —Si realmente quieres que pare, hazlo.—
Él no lo hizo. En lugar de eso, me atrajo hacia sí, sus labios encontrando los míos con una intensidad que no esperaba. Fue un beso desesperado, cargado de una pasión que ninguno de los dos podía controlar. Mis manos se enredaron en su cabello mientras él me alzaba, sentándome sobre el escritorio. Los informes y papeles cayeron al suelo, olvidados en el frenesí del momento.
Mis gemidos comenzaron a llenar el despacho, bajos al principio, pero más audibles con cada movimiento. Fugaku, lejos de detenerme, parecía alentarlos, como si mi voz fuera el combustible de su deseo. Mi cabeza cayó hacia atrás cuando su boca comenzó a recorrer mi cuello, y fue entonces cuando el sonido de la puerta abriéndose de golpe nos hizo congelarnos.
—¡¿Qué demonios está pasando aquí?!—
La voz de Itachi era un rugido que cortó el aire como un cuchillo. Me giré lentamente, mi corazón deteniéndose al ver a mi hermano parado en la puerta. Su rostro estaba deformado por una mezcla de horror, furia e incredulidad.
—¿Estás loco, Sasuke?— gritó, entrando al despacho. —¡¿Y tú, padre?! ¡¿Qué clase de monstruo eres?!—
Intenté cubrirme, pero no había lugar para esconderme. Fugaku retrocedió, apartándose de mí, su rostro pálido y su respiración agitada. La puerta seguía abierta, y los gritos de Itachi atrajeron a alguien más.
—¿Qué está pasando aquí?— La voz de Mikoto resonó desde el pasillo.
La vi entrar, con una bata atada a toda prisa y el cabello despeinado. Sus ojos recorrieron la escena: yo, todavía sentado en el escritorio, con la ropa desordenada; Fugaku, parado frente a mí, con su camisa abierta y una expresión que hablaba de culpa y desesperación.
—No…— Mikoto murmuró, llevando una mano a su boca. —Esto no puede ser real.—
El silencio que siguió fue peor que cualquier grito. Mikoto nos miró a ambos, y el asco en su rostro fue más de lo que pude soportar. Me levanté de un salto, abrochándome la camisa con manos temblorosas.
—Sasuke, ¡detente!— gritó Itachi, pero yo ya estaba corriendo hacia la puerta.
Los gritos continuaron detrás de mí mientras subía las escaleras a toda prisa. El eco de las palabras de mi madre y mi hermano me perseguía, cada una más hiriente que la anterior. Me encerré en mi habitación, pero el silencio no trajo consuelo.
Por primera vez, sentí el peso real de lo que había hecho. Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro, y no hice nada por detenerlas. Había jugado con fuego, y ahora todo lo que quedaba eran cenizas. El dolor de la decepción en los ojos de mi madre era una imagen que sabía que nunca podría borrar.
Me dejé caer al suelo, abrazándome a mí mismo mientras los sollozos sacudían mi cuerpo. La culpa me devoraba, y por primera vez en mucho tiempo, deseé poder retroceder el tiempo y deshacerlo todo.
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