Capitulo 51: Entre sombras y grietas
El lunes amaneció tranquilo en casa. Mis padres habían partido temprano a su viaje, emocionados por la oportunidad de despejarse una semana. Apenas bajé a despedirlos, sin fuerzas ni ánimos para compartir su entusiasmo. Sabía que el ambiente en casa cambiaría con ellos fuera.
El día en la escuela transcurrió sin sobresaltos, pero mi mente no lograba concentrarse. Pensaba en la noche anterior, en las miradas que Itachi e Izumi se lanzaron frente a todos, y en cómo parecía que ella estaba empezando a sospechar algo. Esa idea me incomodaba y, al mismo tiempo, me impulsaba a jugar con fuego.
Al salir al mediodía, revisé mi teléfono. Un mensaje de Izumi apareció en la pantalla: “Te espero en la biblioteca para hablar.”
El mensaje me dejó inmóvil por unos segundos. La biblioteca. ¿Qué querría ahora? Pensé en ignorarla, pero la curiosidad y el rencor pudieron más.
Al llegar a casa, el silencio me recibió como un preludio de algo que no podría desentrañar. Dejé mis cosas en el sofá de la sala y subí las escaleras hacia la biblioteca. Al abrir la puerta, un sonido ahogado escapó de mi garganta.
Ahí estaba Itachi, su cabello desordenado cayendo sobre su rostro, sus manos firmemente aferradas a la cintura de Izumi mientras se movía contra ella. Sus suspiros, bajos y entrecortados, me golpearon como una descarga eléctrica.
Izumi, de espaldas a mí, alzó la mirada cuando sintió la puerta abrirse. Sus ojos me buscaron y su sonrisa se curvó en una mueca de pura malicia.
En lugar de detenerse, empezó a gemir más fuerte, como si quisiera clavarme cada sonido en el pecho.
No pude moverme. Estaba paralizado, como si todo mi mundo se desmoronara ante mis ojos.
Mi hermano no se dio cuenta de mi presencia; su rostro seguía enfocado en Izumi, en su cuerpo, en el acto que compartían. No se percató de que yo estaba allí, que lo estaba observando. Pero yo sí lo veía, y su expresión, esos suspiros, fueron un golpe que me dejó sin aire.
Izumi giró su cabeza ligeramente hacia mí, sin dejar de sonreír.
—¿Te gusta lo que ves, Itachi? —susurró, con voz seductora, mientras su respiración se entrecortaba.
Un temblor recorrió mi cuerpo, una mezcla de rabia, dolor y humillación.
—Estás loca… —murmuré, mi voz apenas audible, quebrada por la furia contenida.
Ella soltó una risa suave, burlona, y continuó como si yo no estuviera ahí, amplificando sus gemidos, enfatizando cada movimiento.
Corrí. Bajé las escaleras y salí por la puerta principal, azotándola.
Quería escapar de ese lugar, de esas imágenes que ahora se habían grabado en mi mente.
No veía nada. Mis ojos estaban nublados por las lágrimas, pero mis pies seguían moviéndose, llevándome a cualquier lugar lejos de allí.
De repente, choqué contra alguien. El impacto me hizo tambalear y retroceder unos pasos.
—¿Estás bien? —La voz de un hombre desconocido me sacó de mi torbellino de emociones.
Levanté la vista lentamente, intentando enfocarme. Frente a mí estaba Kakashi, con su rostro parcialmente cubierto, pero sus ojos reflejaban preocupación.
No supe qué decir. Las palabras no salían, solo los sollozos contenidos que intentaba reprimir desde que salí de casa.
Kakashi frunció el ceño ligeramente, inclinándose hacia mí.
—¿Sasuke? —preguntó, con un tono más serio.
Y ahí, frente a él, las lágrimas finalmente se desbordaron, liberando todo lo que había estado intentando contener.
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