Capitulo 5: Frío
La mañana siguiente llegó sin piedad, y el sol que se filtraba por la ventana de mi habitación no hacía más que recordarme lo que había sucedido la noche anterior. El dolor, ese vacío constante, me ahogaba como una sombra implacable. Me desperté con la sensación de que todo lo que había sido mi vida, mi relación con Itachi, era una mentira.
No podía dejar de recordar el beso. El beso. El roce de sus labios, tan intensos, tan desesperados… tan equivocados. En ese momento, en esa cocina, había creído que finalmente lo entendía. Que, por fin, había algo más entre nosotros, algo que justificaba los años de silencio, de distancia. Pero todo se desplomó como un castillo de naipes cuando Izumi entró en la casa.
Ella, con su mirada inocente, su presencia perfecta. Y él, mi hermano, mi hermano, separándose de mí tan rápidamente, como si nunca hubiera importado. Como si todo lo que compartimos durante esos segundos no hubiera sido más que una fuga, una distracción momentánea. Luego, el beso con ella. Esa imagen se repetía en mi mente, una y otra vez, como una condena que no podía escapar. ¿Qué era todo eso? ¿Por qué me había hecho sentir que podía ser más que un hermano para él, solo para luego demostrarme lo contrario?
La escuela fue un tormento. No podía concentrarme en nada. Las palabras de los profesores parecían caer en un vacío, las risas y los murmullos de los demás estudiantes se desvanecían a medida que mi mente volvía una y otra vez a esa escena en la cocina. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué me había dado esa esperanza solo para destruirla tan rápidamente? En el fondo, sabía que Itachi no me vería nunca de la forma en que yo lo veía a él. Yo solo era su hermano. Siempre lo había sido. Y, en su mente, siempre lo seguiría siendo.
Mi mente no paraba. Las preguntas no dejaban de atormentarme. Cada vez que veía a Naruto o a algún otro compañero, los ignoraba. Ni siquiera me atrevía a mirarlos. Me sentía aislado, como si el mundo siguiera adelante mientras yo quedaba atrapado en una pesadilla personal.
Cuando el último timbre de la escuela sonó, me levanté con un peso sobre los hombros. El día se había hecho interminable, y ahora solo quería huir a mi cuarto y perderme en el silencio. Sin embargo, al llegar a casa, algo en el ambiente me hizo detenerme. Una presencia en el pasillo me hizo respirar más fuerte.
Itachi. Estaba allí, esperándome.
Ni siquiera miré a su dirección. Simplemente pasé de largo, sin darle oportunidad a que me hablara, sin querer escuchar nada de lo que tuviera que decir. La rabia y el dolor me quemaban por dentro, pero lo peor de todo era la humillación. Él había tomado una decisión sin importarle lo que yo sentía. Él había elegido a Izumi, y esa decisión se había sellado la noche anterior. Lo demás… lo demás no importaba.
Escuché su voz llamándome, pero no me detuve.
"Sasuke," dijo, un poco más fuerte esta vez, como si intentara alcanzar mi atención. "Espera. Tenemos que hablar."
El sonido de su voz me recorrió como un estremecimiento. Quería gritarle, quería decirle lo mucho que me había dolido, lo que había sentido al ver ese beso, lo que había sentido al darme cuenta de que todo lo que había creído, todo lo que había deseado, era una mentira. Pero no dije nada. No dije nada porque sabía que no quería escuchar sus excusas. Sabía que no había nada que él pudiera decir que aliviara el dolor de lo que había pasado.
Apreté los puños con fuerza mientras caminaba por el pasillo. Solo deseaba llegar a mi cuarto, encerrarme, y dejar de sentir. Pero aún escuchaba su voz detrás de mí, luchando por alcanzarme.
"Por favor, Sasuke. Déjame explicarlo. Tu sabes que no es lo que parece."
De nuevo con "¿No es lo que parece?" pensé, furioso. ¿Qué más podría ser? ¿Acaso pensaba que podía justificar lo que había hecho? ¿Que podía hacerme creer que no significaba nada? Me había besado, me había tocado, me había hecho creer que había algo más entre nosotros, solo para irse con ella, con la mujer que realmente le importaba.
Con un suspiro de frustración, me apresuré a abrir la puerta de mi cuarto. No me volví. No lo miré. Cerré la puerta con un golpe sordo, como un último intento de escapar de todo lo que me estaba destruyendo por dentro.
El cuarto estaba oscuro, y no hice el esfuerzo de encender la luz. Me tiré sobre la cama, aplastando mi rostro contra la almohada, ahogando el llanto que había estado reprimiendo todo el día. Las lágrimas cayeron sin control, y aunque trataba de detenerlas, no podía. El dolor me consumía. No solo el dolor de haber sido dejado atrás, sino el dolor de saber que mi amor por Itachi nunca sería correspondido. El dolor de saber que todo lo que había hecho, toda la cercanía, todo lo que había soñado que podría ser, no había sido más que una mentira de la que yo había sido el tonto.
"Te amo, Itachi," susurré entre sollozos, las palabras rotas y llenas de desesperación. "Te amé tanto..."
Pero no importaba. No importaba cuánto lo deseara. No importaba cuánto me hubiera dejado llevar por la ilusión de algo más. Nada de eso significaba algo para él.
La noche llegó, y con ella, una oscuridad más profunda que la de mi habitación. Sentía que todo a mi alrededor se desmoronaba. Quería olvidar, pero no podía. Quería dejar de sentir, pero todo lo que sentía era su ausencia. Itachi había elegido, y yo… yo solo era el hermano que había estado ahí para un capricho momentáneo. Solo eso.
Al escuchar los pasos de Itachi afuera, sentí cómo mi corazón se estremecía, pero me quedé en la cama, sin moverme. No quería saber nada. No quería enfrentar más esa realidad. Quería que se fuera, que me dejara en paz con mi dolor. Pero él no lo hizo. Lo escuché llegar hasta la puerta de mi cuarto. Se detuvo unos segundos, y luego tocó.
"Sasuke," su voz sonó suavemente a través de la puerta. "Déjame explicarte, por favor..."
Me quedé en silencio. Sabía que él esperaba una respuesta. Pero no la hubo. Porque no había nada que decir. Ni excusas, ni explicaciones, nada que pudiera cambiar lo que ya había pasado. Y, en ese momento, ya no me importaba.
No quería oírlo.
No quería verlo.
Y cuando sus pasos se alejaron, supe que él ya no tendría nada más que decir. Yo ya no lo quería escuchar.
La soledad se cernió sobre mí, y esa fue la última compañía que me quedaba. El llanto me abrazó una vez más, y me dejé llevar por la tormenta de emociones que ya no podía controlar.
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