Capitulo 43: El fin de los dias raros

El eco de sus pasos al alejarse resonó en mi cabeza mucho después de que la puerta se cerrara. Itachi se había ido, pero el peso de su presencia seguía ahí, como una sombra densa que no podía disiparse. Caminé hacia mi cama, pero al llegar a ella, me detuve. El silencio era opresivo, y aunque sabía que no debía, me acerqué a la puerta y me senté, apoyando la espalda contra la madera fría.

No esperaba escuchar nada, pero entonces lo oí. Una respiración entrecortada, un sollozo apenas contenido. Itachi estaba llorando.

El nudo en mi garganta se hizo más grande. Quise abrir la puerta, salir y abrazarlo, decirle que no tenía que hacerlo, que no tenía que casarse. Pero no lo hice. Solo me quedé ahí, con la espalda contra la puerta, mis manos temblando en mi regazo.

—¿Por qué? —susurré, sin siquiera saber si lo decía para él o para mí.

El tiempo pasó lentamente. Mi respiración se volvió pesada, y sin darme cuenta, las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. Intenté contenerlas al principio, pero luego las dejé salir. No había nadie para verme, nadie para juzgarme. Era solo yo, Itachi y la distancia insalvable que nos separaba.

Eventualmente, el cansancio me venció. Me quedé dormido así, con la espalda contra la puerta, escuchando el sonido apagado de sus sollozos.

La mañana llegó con un ruido que me sacó bruscamente de mi sueño. Abajo, mi madre y mi padre reían, emocionados por el día que tenían por delante. Parpadeé varias veces, sintiendo los ojos hinchados y la cabeza pesada. Todavía estaba en el suelo, y al moverme, mi cuerpo protestó por la incomodidad.

Apenas tuve fuerzas para levantarme y acercarme a la ventana. La luz del sol parecía burlarse de mí, iluminando un día que debería ser feliz para todos... menos para mí.

Bajé la mirada y vi a Itachi sentado en la mesa del comedor junto a Izumi. Estaban desayunando, sus gestos tranquilos, como si nada hubiera pasado la noche anterior. Como si yo no existiera.

Izumi reía por algo que mi madre había dicho, e Itachi, aunque no sonreía, asintió, como siempre hacía. Entonces ella comentó algo, y él se levantó, diciendo que la llevaría a su casa para que comenzara a prepararse. Mi estómago se contrajo al ver cómo Izumi lo tomaba del brazo con tanta naturalidad, como si fuera suyo. Como si él no me perteneciera.

Los observé desde las escaleras, escondido entre las sombras. Itachi no miró hacia arriba ni una sola vez. Se limitó a salir con ella, cerrando la puerta detrás de ellos.

No podía soportarlo más. Me giré rápidamente y fui al baño, cerrando la puerta tras de mí. Me apoyé contra el lavabo, mirando mi reflejo. Mi rostro estaba pálido, mis ojos hinchados y rojos por la falta de sueño. Intenté controlar mi respiración, pero el peso en mi pecho era demasiado.

El primer sollozo salió sin permiso, seguido por otro y otro. Pronto estaba llorando con fuerza, cubriéndome la boca para no hacer ruido. Quería gritar, pero no podía. Era como si todas las palabras, todo el dolor, se hubieran atascado en mi garganta.

—¿Por qué? —murmuré entre lágrimas, mi voz apenas audible. Mis manos se aferraron al borde del lavabo, y sentí que mis piernas temblaban.

El agua de la regadera comenzó a caer, mezclándose con el ruido de mis llantos. El sonido era un eco de lo que sentía por dentro: caos, desesperación, resignación. No sé cuánto tiempo estuve ahí, pero cuando finalmente salí, mi cuerpo se sentía vacío, como si ya no quedara nada dentro de mí.

Fui a mi cuarto, todavía temblando. Al abrir el armario para vestirme, mi mirada cayó sobre una de las camisas que Itachi me había regalado años atrás. La toqué con cuidado, sintiendo su suavidad bajo mis dedos, y por un momento, casi quise ponérmela. Pero no. No podía hacerlo.

Me vestí rápidamente, evitando mirarme en el espejo. Cada movimiento era pesado, como si llevara una carga invisible. Justo cuando terminé de abotonar mi camisa, escuché el golpe suave en mi puerta.

—Sasuke, es hora —dijo mi madre con su voz dulce, pero firme.

Tomé aire profundamente y salí, sin atreverme a mirar sus ojos.




El camino a la iglesia fue una tortura. Mi madre hablaba sin parar, emocionada por el día especial de Itachi. Mi padre asentía, compartiendo su entusiasmo. Yo, en cambio, estaba en silencio, mirando por la ventana y contando los segundos que me separaban de lo inevitable.

Cuando llegamos, la iglesia ya estaba decorada con flores blancas y velas. Todo era perfecto. Demasiado perfecto.

Nos sentamos en la primera fila, justo frente al altar. Mi madre me dedicó una sonrisa tranquila, pero yo apenas pude devolvérsela. Mis ojos estaban fijos en Itachi, que estaba de pie al lado del sacerdote, vestido impecablemente con su traje negro. Era como si el destino se estuviera burlando de mí, mostrándome lo inalcanzable que era.

Y entonces, la música comenzó.

El sonido de los violines llenó el aire, y todas las cabezas se giraron hacia la entrada. Yo también miré, aunque cada fibra de mi ser deseaba no hacerlo. Ahí estaba Izumi.

Su vestido blanco brillaba bajo la luz del sol, y su sonrisa era radiante. Caminaba hacia el altar como si estuviera destinada a estar allí, como si ese fuera su lugar.

Mi pecho se contrajo. El aire se sentía pesado, como si estuviera a punto de ahogarme. Las palabras de la canción "Los días raros" de Vetusta Morla resonaron en mi mente, como un eco cruel de lo que estaba viviendo.

"Los días raros han quedado atrás, los días en los que todo podía cambiar... Ya no hay marcha atrás."

Quise gritar, detener todo, pero no podía moverme. Estaba atrapado en mi lugar, obligado a ver cómo el amor de mi vida se deslizaba entre mis dedos.

Izumi llegó al altar y tomó la mano de Itachi. El sacerdote comenzó a hablar, pero no entendí nada de lo que decía. Todo era un zumbido distante, como si estuviera en un sueño del que no podía despertar.

Y entonces llegó el momento.

—Itachi Uchiha, ¿aceptas a Izumi como tu esposa?

El mundo pareció detenerse. Itachi volteó ligeramente, y sus ojos se encontraron con los míos. Por un instante, todo lo demás desapareció. Éramos solo él y yo, como si el tiempo hubiera retrocedido, como si todavía existiera la posibilidad de cambiarlo todo.

Lo vi morderse el labio, una señal de duda que nadie más notó. Mi corazón latía con fuerza, esperando, rezando porque dijera lo que yo necesitaba escuchar. Pero entonces, finalmente, habló.

—Sí, acepto.




El golpe fue inmediato. Cerré los ojos, sintiendo cómo algo dentro de mí se rompía en mil pedazos. No lloré. No podía. Solo me quedé ahí, inmóvil, mientras los aplausos llenaban la iglesia y mi mundo se desmoronaba.

El resto de la ceremonia fue un borrón. No podía mirar a Itachi, no podía mirar a nadie. Solo quería desaparecer. Pero sabía que no había escapatoria. Este era mi castigo, mi realidad.

Cuando finalmente terminó, todos se levantaron, felicitando a los novios. Yo, en cambio, permanecí sentado, fingiendo atar mis zapatos. No podía enfrentarme a él, no ahora.



La felicidad estaba en el aire, pero para mí, solo había vacío.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top