Capítulo 5
Observaba de manera distraída como el día comenzaba a aclararse con un bonito amanecer desarrollándose frente a mis agotados ojos. Era el tercer día desde que Sahara había llegado a mi vida, y, aunque era un poco difícil, ya comenzábamos a adaptarnos a una especie de rutina; levantarnos, ir a la repostería para prepararle un biberón, y después comenzar la búsqueda de empleo.
Estando ahí sentada en el asiento del copiloto, sentía que la angustia me consumía porque, mientras veía ese hermoso amanecer, lo único en lo que podía pensar era que, durante la madrugada, Sahara se había bebido la última ración de la formula. Ya no tenía con qué alimentarla, y a pesar de que me esforzaba mucho andando de un lado a otro en busca de trabajo, no lograba conseguirlo.
Desvié la mirada del parabrisas y observé a Sahara, quien estaba profundamente dormida en su cajita. Ella no tardaría en despertar, y al hacerlo, lo más seguro era que comenzaría a llorar a causa del hambre. No podía permitirlo, así que tomé una decisión, un tanto desesperada.
Con sumo cuidado, la tomé en mis brazos, envolviéndola con su mantita, y luego de darle un beso en la frente, salí del auto para cruzar la calle en dirección al minisúper de la esquina. Mis manos temblaban mientras la aferraba contra mi pecho, estaba aterrada por lo que haría en ese momento.
Una vez en la entrada del lugar, observé con pesar a la pequeña bebita que aún dormía, y con un gran dolor en el corazón, estiré la mano hacia su piernita y le di un pellizco para que despertara y llorara.
Tal y como era de esperarse, comenzó a llorar, y yo sentía que el corazón se me estrujaba en el pecho. Y es que, ese pellizco, me había dolido más a mí que a ella, y era tanto ese dolor, que para cuándo entré en la tienda, yo también tenía las mejillas manchadas en lágrimas.
El hombre de aproximadamente treinta y cinco años alzó la mirada para vernos con el ceño fruncido. Estaba irritado por el llanto, podía verlo en la expresión seria que mantenía en el rostro y sus labios fruncidos.
—D-Disculpe, señor —dije, con la voz temblorosa. —. ¿Podría tenérmela un momento?
Él negó con la cabeza, endureciendo su rostro. Sentí miedo, no iba a negarlo, pero no podía echarme para atrás.
—Solo iré al baño, no me tardaré nada, lo prometo.
La puse sobre el mostrador y por instinto, él estiró las manos hacia ella para sostenerla e impedir que se cayera... agradecí ese gesto para mis adentros. Giré sobre el talón y caminé a través de las estanterías hacia el baño, lo escuchaba llamarme y oía que el llanto de Sahara se intensificaba, así que supe que debía darme prisa.
Al pasar por el estante donde estaban las fórmulas para bebé, tomé una caja con mucho sigilo, y me adentré en el cuarto de baño. Abrí la caja y saqué del interior el paquete que venía en una bolsa de aluminio, lo guardé bajo mi camisa y lo aseguré con el cinturón de mi pantalón. Luego hice trocitos la caja y las metí en la papelera.
—¡Salga de ahí o llamaré a la policía! —escuché la voz del hombre y mi sangre se heló.
Me había descubierto.
Con el corazón en la mano, salí de aquel cuarto de baño. Él estaba como a dos estantes de distancia, meciendo a Sahara en sus brazos para tratar de calmarla.
—Y-Yo... lo siento. —dije, avanzando a pasos lentos.
—Ibas a dejarla aquí. —me acusó.
Alcé ambas cejas, con una expresión de sorpresa.
—¿Qué?
—No eres la primera que viene a dejarme este tipo de cargas. No seas cobarde, toma a tu bebé y lárgate de aquí. —escupió, gruñendo.
Asentí frenéticamente con la cabeza al comprender lo que estaba pasando; él creía que intentaba huir y dejar a la bebé en su local. No podía decir que estaba aliviada de que no supiera que había robado en su tienda, ya que aún no salía de ahí. Así que, conservando ese temor, avancé hacia ellos y tomé a Sahara de sus brazos, dejando un tierno beso en su frente para luego pegarla contra mi pecho.
—Gracias, no sabía en qué pensaba —dije y tragué saliva para deshacer el nudo en mi garganta. —. Lo siento.
—Solo vete. —respondió grosero.
No esperé a que lo repitiera y salí de aquel lugar con mucha prisa, no fuese a ser que entrara al baño y descubriera los trocitos de cartón en la papelera. Al volver, dejé a Sahara en su cajita y saqué el paquete que traía oculto para dejarlo en el suelo del auto. A pesar de haberlo conseguido, sentía que una tristeza profunda me invadía, y el motivo era lo que le había hecho a esa pobre bebé.
—Lo siento mucho, pequeña —dije, sorbiendo mi nariz, mientras las lágrimas se deslizaban por mis mejillas. —. Te prometo que esto nunca volverá a pasar, ya no más.
Al parecer su cajita era un lugar muy cómodo para ella, ya que no lloraba, ni se quejaba, solo permanecía ahí quieta, viendo fijamente a la nada, un tanto soñolienta.
—No lo volveré a hacer. Y tú nunca, pero nunca, debes hacer lo que hice hoy; robar es malo.
No pude contenerme más y rompí en llanto, cubriéndome el rostro con las manos. Todo aquello era muy difícil, y lo peor era que sentía que nada de lo que hacía funcionaba.
¡Dios, me estaba esforzando! ¿Acaso no podía echarme una mano?
Una vez que conseguí calmarme, tomé un bolso con algo de ropa limpia para ambas, y esta vez no la llevé en brazos, sino que en su cajita. Tenía que darme prisa e ir a la repostería para conseguir agua caliente y preparar su biberón, pero primero debía que asearme, y a ella también.
Al extremo contrario de la tienda, había una gasolinera, esta tenía los inodoros afuera, así que no había problema si cualquiera los utilizaba; lo que también significa que la higiene en el lugar era casi nula.
Dejé la cajita sobre el mesón de los lavamanos, y luego mojé un trapo con el agua del grifo. Lo exprimí muy bien, hasta que solo estaba húmedo, y comencé a limpiarla, empezando por su carita, y luego seguí con sus extremidades, notando algo que no había visto antes; tenía un lunar en forma de corazón en el dorso de su mano derecha. Al volver la mirada a su rostro, noté que tenía los ojos puestos en mí, así que esbocé una pequeña sonrisa, e hice un par de muecas; no reaccionaba a ello, pero supuse que era porque aún estaba muy pequeña.
Una vez que terminé de limpiarla y vestirla, lavé su ropita sucia en el lavamanos con un poco de jabón en barra. Y luego procedí a limpiarme de la misma forma, usando un trapo, solo que el mío lo dejé escurriendo para sentirme un poco más fresca, me lavé los dientes y listo... esa era nuestra rutina de higiene.
Para las cinco de la tarde de ese día, me encontraba caminando por las estrechas calles del centro de la ciudad para volver a pasar por la repostería, antes de regresar al auto. Mantenía a Sahara colgada sobre mi pecho con la ayuda de aquel improvisado fular que había creado, y esta vez, ella llevaba puesto doble el pañal, para así evitar accidentes a mitad de calle.
—¡Oh, aquí está mi pequeña Sahara! —exclamó la señora George, tras vernos cruzar la puerta.
Sonreí, y tomé su mano para comenzar a agitarla como si ella estuviera saludando. La señora George se acercó para cargarla, y yo se la entregué sin pensarlo. Noté su cara de desconcierto ante el bulto que creaba en la ropita el pañal doble, y todo lo que pude hacer fue encogerme de hombros.
—¿Nada de suerte? —preguntó, poniendo a la bebé en su regazo.
Negué con la cabeza, soltando un ligero suspiro.
—Creo que si no me contrataban cuando solo era yo, será peor ahora. —expresé con tristeza.
Ella torció un poco la boca, antes de bajar la mirada hacia la bebé y comenzar a mecerla.
—Hoy robé. —le confesé, sentía que debía sacármelo del pecho.
Se detuvo y alzó el rostro para verme, arqueando una ceja.
—Entré a una tienda y robé fórmula para alimentarla.
—¿La que preparaste esta mañana? —cuestionó. —. Ya me preguntaba de donde lo habías sacado si solo había para dos días —comentó, torciendo un poco la boca. —. Dios sabe que no lo hiciste con una mala intensión.
—Aun así, me siento culpable —sollocé. —. Creo que perderé esta batalla —dije con tristeza. —. Y no quiero hacerlo, porque, aunque solo han pasado tres días, ya no me imagino sin ella.
Observé a Sahara, quien tenía sus esferas marrones puestas en el rostro de la señora George, viéndola con mucha atención. Al parecer, ya comenzaba a sentir curiosidad por su entorno.
—Esa batalla está perdida desde el inicio.
Parpadee un par de veces para concentrarme, tras oír la voz de Calliope. Gire el rostro para verla, y ella se encontraba de pie en una esquina con los instrumentos de aseo del local.
—Te dije que debías entregarla, pero no me hiciste caso.
Bajé la mirada hacia mis manos, y comencé a jugar tímidamente con ellas. Quizás Callie tenía razón.
—Calliope, vuelve a lo tuyo —dijo la señora George con reproche. —. Tú parece que no amas a nadie; quien ama lucha y se esfuerza. Tú nunca has querido hacerlo, prefieres renunciar —la acusó su madre. —. ¿Acaso no me inventé una repostería en este barrio, contra todo mal pronóstico, solo para que pudieras alimentarte? Lo hice, y aunque no gano mucho, me ha servido aún para alimentar a mis nietos.
Calliope soltó un pequeño resoplo y, decidida a ignorar a su madre, continuó con la limpieza. A pesar de la seriedad del momento, mantenía una sonrisa un tanto burlona en los labios, ya que sabía cuánto ella detestaba ese tipo de conversaciones. Amaba a Callie, era mi mejor y única amiga, pero la señora George tenía razón, ella no aspiraba a nada mejor, e incluso solo iba a la universidad para complacer a su madre y hermanos mayores, de ser por ella, preferiría ir de fiesta todas las noches.
Y, la adulta tenía razón, ella luchó contra todo aquello que pronosticaba que su repostería se iría a la quiebra por estar ubicada en el centro de la ciudad, el lugar más pobre y mísero. Pero, por la buena calidad de sus productos y su delicioso sabor, consiguió salir adelante. Estaba segura de que, si ella hubiera abierto ese negocio en un lugar de distinta categoría, le habría ido mucho mejor. Incluso había personas que vivían en las afueras del centro y amaban sus productos, pero temían adentrarse a ese lugar.
Pensar en todo aquello me trajo una idea.
—¡Señora George! —exclamé, entusiasmada, haciendo que ella se sobresaltara. —. Tengo una idea, algo que nos podría ayudar a ambas.
Ella arqueó una ceja, viéndome de manera interrogante.
—Usted puede enviar sus productos a domicilio a aquellas personas que no se atreven a venir aquí —sugerí, girándome para ver a Calliope, quien tenía la misma expresión de confusión que su madre. —. Sí, yo podría ir a entregarlos, estoy acostumbrada a andar por las calles, no me molestaría ir y volver para entregar encargos.
—Samantha —comenzó. —. Pero no tendría como pagarte por eso.
—Podemos poner un precio un poco más alto, y ese porcentaje me correspondería. Con eso tendría para alimentar a Sahara... ¿puede pensarlo? Yo misma me encargaría de hacer la propaganda y pegarla en las afueras para que las personas se enteren. —insistí.
Ella bajó la mirada para ver a la bebé, quien ya se encontraba dormida con una manita sobre su mejilla, entonces sonrió.
—Claro, está bien.
—¿Qué? —preguntó Calliope. —. ¿Acaso perdieron la cabeza? ¿Cómo andarás de aquí para allá con un bebé?
—Puedo quedármela mientras hace los recados —sugirió la señora George. —. Mi pequeña Saharita solo pasa durmiendo, no es un problema.
La sonrisa en mi rostro se extendió, al mismo tiempo en que sentí como mis ojos se cristalizaban ante la cantidad de emociones que me invadían. Tenía miedo de que no funcionara, pero a la vez, me sentía muy entusiasmada, ya que, si funcionaba, tendría la oportunidad de alimentar a mi bebé sin tener que hacerla pasar por algo como lo que ocurrió esa mañana, nunca más.
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