13| Compañeros de trabajo
Habían pasado un par de días desde que Aníbal rechazó drásticamente mi propuesta de amistad. Estaba muy cabreada, aunque más lo estaba conmigo misma. No me podía creer que hubiera hecho semejante ridículo. Casi que podían darme un premio.
Además, ¿por qué me interesaba a mí ser amiga de ese idiota? Que mis amigos lo fueran no significaba que yo también tuviera que serlo. Si no quería estaba bien, problema suyo.
Me encontraba reunida con mis amigos en el bar habitual para tomar un café después de comer y contarnos cosas. Aquella tarde no tenía que ir a trabajar, por lo que podía tomármelo con calma y regresar a casa para avanzar con el nuevo proyecto de clase.
Estábamos los de siempre. La camarera debía estar harta de nosotros de tanto que íbamos allí; no hacía falta ni pedir, parecía que nos leía la mente.
—¿Dónde te metiste el sábado? —Quiso saber Pedro—. Desapareciste, jamba.
Olvidé que al final decidí que lo mejor que podía hacer era largarme a mi casa a dormir.
—No me encontraba bien —mentí lo mejor que sabía, que era poco. No tenía ganas de hablar de ese imbécil.
—¿Seguro? ¿Y no será que te fuiste otra vez con Aníbal?
—¡Qué va! Pero si Aníbal estaba por ahí, ¿no te acuerdas? —Kiki tomó el relevo de la palabra.
—Ay, es verdad. No me acordaba.
—Chicos, que quede claro: Aníbal y yo somos conocidos y fin —dije intentando disimular mi fastidio.
No me apetecía pensar en él ni que me lo recordaran.
—¿Estás segura de que no pasó nada? —cuestionó Carla. Casi podía sentir como sus ojos negros eran capaces de leerme la mente.
—Segurísima.
Si le contaba cualquiera de los últimos acontecimientos, posiblemente acabaría por mandarme a paseo.
—Pues va a venir ahora —informó Kiki mirando el móvil de forma desinteresada.
¿Qué?
—Pero, ¿no está trabajando?
Se suponía que era una persona muy ocupada, por lo que no entendía por qué narices tenía que quedar con mis amigos. Más aun asumiendo que yo iba a estar allí.
—Bueno, tengo entendido que no tiene otra cita hasta las 18:30, supongo que puede parar un rato —explicó mi amigo.
Me dispuse a cambiar de tema hablando de una de las últimas películas que estaban en los cines actualmente y fácilmente logré que la conversación se centrara en eso en lugar de él.
Sin embargo, y muy a mi pesar, no tardó en llegar Aníbal. Nada más verlo, me apresuré a beberme lo poco que me quedaba de café. Por lo general tardaba bastante en hacerlo, puesto que me costaban las bebidas calientes, pero mi deseo de no cruzarme con dicho sujeto era mucho más fuerte que la sensibilidad de mi boca.
Mientras el recién llegado saludaba a todos los presentes, yo me puse en pie para irme.
—Pago y me voy, que tengo que hacer faena —me excusé agarrando mi riñonera y colgándomela del hombro.
—¿Ya? —cuestionó Pedro.
—Sí, es que si no me entretengo mucho.
Entré en el bar para pagar allí. La camarera sabía lo que había pedido, así que no tardó en apuntarlo en el ordenador y en decirme lo que le debía. Mientras estoy rebuscando en mi cartera las monedas, aparece Aníbal.
—Un cortado, por favor.
Siempre igual.
Me volteé, provocando que nuestras miradas se cruzaran. Dejé las monedas en el mostrador y avisé a la empleada.
—Te lo dejo aquí.
—Hey, Marla —me habló él.
—No te preocupes, me voy ya —corté. No quería ni que me dirigiera la palabra.
Me apresuré en salir y a la distancia me despedí de mis amigos. No volví a girarme en dirección a Aníbal, me negaba a tener que volver a mirarle. Se acabó el tener buenas intenciones. Estaba harta.
*
Para estar empezando el fin de semana, no había mucha gente en el trabajo. Había encarado la tienda por lo menos cuatro veces y entre las que estábamos currando, a mí me tocaba "gran consumo", que era básicamente la zona de champús, geles, desodorantes, lacas y cualquier otro producto que no fueran perfumes caros, cosmética o maquillaje. Me encontraba de cuclillas, ordenando los tintes del cabello.
—Disculpa —me solicitó un cliente a mi espalda.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Me puse en pie y posé la vista en él.
Mierda. ¿Qué hace aquí?
—¡Hola! ¿En qué te puedo ayudar? —dije con una sonrisa de oreja a oreja que parecía de plástico. Política de empresa, a mi pesar.
—Estoy buscando estos recambios de cuchilla —me mostró un paquete vacío de recambios de la marca Gillette.
Levanté las cejas ante lo absurdo que me parecía.
—El segundo pasillo de aquí a la derecha. Ahí están todas —indiqué señalando con el dedo.
—Vale, gracias.
Se fue hacia donde le había dicho y yo dejé escapar un suspiro de cansancio. Que innecesario momento. Retomé lo que estaba haciendo antes de que me interrumpiera, pero apenas había colocado tres productos cuando nuevamente la voz de Aníbal me llamó.
—Perdona —levanté la vista hacia él—, ¿sabrías decirme si tenéis cera para el pelo que se llama "Moco de Gorila"?
Y tenía que ser esa marca con nombre ridículo. Nuevamente dibujé mi sonrisa de empleada de perfumería.
Modo robot activado.
—Sí, está aquí —le guie a unos metros de donde estábamos y agarré un tarrito de la marca mencionada—. Ten. ¿Algo más?
Espero que diga que no.
—Solo una cosa.
—Dime.
—¿Te parecía una locura si te dijera que me molaría que fuéramos colegas?
Vaya, eso no me lo esperaba.
Entrecerré los ojos, me crucé de brazos y repiqueteé con mi pie en el suelo.
—Así que colegas, eh...
—Sí.
—¿Has venido aquí para esto?
Levantó los hombros.
—He hecho un poco de teatrillo —afirmó dibujando una sonrisa que me recordó a la primera vez que nos cruzamos en el tren. Continuaba pensando lo mismo que pensé aquel día, era demasiado guapo—. Bueno, ¿qué me dices?
—¿Amigos sin nada raro?
—Sin nada raro, como tú quieras. Mira, Marla, siento mucho la reacción que tuve, no me pillaste en un buen momento. Parecía que solo la cago contigo, pero yo también quiero que nos llevemos bien.
Fruncí los labios mientras meditando su petición. Apenas sabíamos nada el uno del otro. Todo cuanto tenía claro de él era que algo no me encajaba. No sabría decir qué exactamente, pero actuaba raro y mostraba síntomas de ser inestable.
¿Realmente me compensaba relacionarme con alguien así?
—Aníbal, no sé...
De sus labios salió una sonrisa ácida, algo atormentada.
—Lo entiendo, ya han sido muchas las veces en las que la he cagado contigo. Demasiadas.
Mi maldito sentido de culpa me golpeó, empujándome a tomar una mala decisión.
Yo también he sido inestable, no puedo juzgar a alguien cuando no sé cuál es su situación.
Me esforcé en sonreír.
—Bueno, está bien, pero no vuelvas a pagar conmigo lo que sea que te pase, ¿vale? Porque si no, esto no tiene mucho sentido.
—Genial, bueno pues... te dejo trabajar. —Alzó los dos productos que tiene en la mano—. Ven cualquier tarde que quieras a tomar café a mi estudio. —dijo mientras caminaba hacia la caja.
Recuerdo que lo primero que pensé en ese momento fue que no estaba mal. Me consolaba pensar que podría haberse quedado como un capullo en mi memoria, pero que había decidido quedar bien conmigo.
Joder, qué estúpida era.
Decidí aceptar su invitación por lo que un lunes después de comer fui a Mala Vita Tattoo. Era una mala hora para caminar por la calle, pues el sol me golpeaba con rudeza y aunque ya empezaba a refrescar, resultaba agobiante.
Toqué el timbre del local y pronto abrieron desde el interruptor.
En el mostrador había una joven de tez caramelo, cabello oscuro y labios gruesos. Su cabello era rizado, tintado de un rojo vino y en el centro de su nariz colgaba un aro plateado.
—Hola —me saludó cordialmente.
—Hola.
Miré hacia las cabinas.
—¿Tenías cita?
—Oh, no. He venido a ver a Aníbal, ¿está aquí? —expliqué palpando mis numerosas pulseras.
—Ha salido un momento, pero si quieres puedes esperarle aquí. —Señaló una de las sillas que había en la sala.
Tomé asiento y desde la corta distancia que había desde donde estaba y donde se encontraba ella, pude apreciar que sus rasgos marcados la hacían muy atractiva. Todo su brazo izquierdo estaba tatuado. Cuando me sonrió pude ver su "smile", un piercing situado en el frenillo del labio superior.
Lo cierto era que me daba algo de envidia.
Ojalá yo pudiera hacerme piercings.
—Tania —Una voz desde el pasillo, acompañada de unos pasos, se aproximaban hacia el recibidor—. ¿Te fumas un cigarro? —preguntó una vez se dejó ver—. Estoy aburridísimo.
Se trataba de un chico joven, quizá algún año menor que yo, y cabello rubio ceniza. También tatuado y con varios piercings repartidos por diversas zonas de su cabeza tales como nariz, cejas y orejas. Llevaba unos vaqueros negros con una cadena colgando y una camiseta de tirantes blanca.
Parecía que no se había percatado de mi presencia a juzgar por el volumen al que hablaba. Sacó un cigarrillo de su pitillera y se lo llevó a la boca mientras con un movimiento de cabeza le insistía a Tania para que saliera a fumar con él.
—No estamos solos, Izan —reprendió su compañera.
En ese momento posó su vista en mí.
—Ah, lo siento —dijo guardando el cigarrillo de nuevo.
—No, no. Por mí no os preocupéis —comenté levantando las manos y esbozando una sonrisa—. No me voy a asustar.
—¿Tienes una cita programada?
—Está esperando a Aníbal —informó ella.
—¿Eres amiga de Aníbal? —Quiso saber.
Por alguna extraña razón, no sabía qué responder.
—Sí.
Aunque no nos conocemos mucho.
Se acercó hacia mí.
—Yo soy Izan, trabajo aquí también.
Se presentó educadamente y yo me vi obligada a levantarme para darle dos besos.
—Marla, mucho gusto —dije.
Estando más cerca, pude apreciar que sus ojos eran de un azul cristalino muy absorbente. También era muy guapo.
¿Por qué todos tienen que ser tan guapos aquí?
—¿Quieres un café mientras esperas? —Fue Tania la que habló.
—Vale.
—Pues vamos a tomar un café los tres
Una parte de mí me decía que debía haberme ido a casa una vez supe que Aníbal no se encontraba allí. Tampoco sabía cuánto tardaría y el hecho de quedarme allí esperando me hacía sentir algo tonto. Aunque, por otra parte, ya que había llegado hasta allí y estaban siendo amables conmigo, sentí que no pasaba nada por quedarme un rato.
—¿Y de qué conoces a Aníbal? —preguntó Izan mientras me extendía una taza de café.
—Bueno, pues a través de unos amigos.
—Y vosotros también os habéis hecho amigos... —concluyó, aunque por su tono de voz me dio la sensación de que estaba indagando sobre mí.
—Recientemente.
—¿Y vienes a verle al trabajo?
Me quedé súper cortada, pero por fortuna, Tania se metió en medio de la conversación.
—No seas cotilla, Izan.
—Solo le estoy dando conversación.
—¿Y tú de qué le conoces? —interpelé con un sutil descaro que no estoy segura de que hubiera reparado en él.
—Somos amigos desde que éramos niños.
—¿Y ahora compañeros de trabajo?
Sus labios delinearon una sonrisa que poco tenía que ver con la de Aníbal. Era despreocupada y sincera, sí, pero también pude discernir cierto juego en ella que no me molestó.
—¿Quieres ver mis diseños?
—Claro.
Se levantó y me hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera hasta su cabina. Allí tenía varios diseños enmarcados en la pared, la mayoría de trazo fino y con un estilo muy marcado en sus personajes.
—Me encantan —afirmé fijándome en uno que era una versión del éxtasis de Santa Teresa al estilo urbano.
—Me alegra que te gusten.
—¿Cuánto tiempo llevas tatuando?
Se aproximó lentamente hacia mí.
—Unos tres años.
Le miré a la cara y me embobé con el color de sus ojos grandes, pues pocas miradas eran tan celestes. Antes de darme cuenta, me sentí atraída por su mandíbula marcaba y el hoyuelo de su barbilla.
—Buena experiencia —dije con una sonrisa, retrocediendo un paso hacia atrás y notando la pared en mi espalda.
—¿Te gustaría tatuarte conmigo?
Noté como un hormigueo recorría mi abdomen. Había un aura que me provocaba.
—¿Dónde? —humedecí mis labios. No estaba pensando con claridad.
Él sonrió de lado y aproximó su cara a mi oído para dejar un susurro.
—Donde tú quieras.
Volteé mi rostro para encontrar el suyo muy cerca del mío. Su mirada me reclamaba. Quería decir algo, pero también quería hacer una estupidez. Sin embargo, no llegué a nada de eso puesto que escuché la voz de Aníbal desde la entrada de la cabina.
—¿Ya estás ligando, Izan?
Su amigo se apartó.
—¿Yo? Qué va —exclamó riendo. —Encima que soy agradable con la invitada que has dejado esperando más de media hora.
Sonreí.
Quizá eran imaginaciones mías, pero Aníbal no parecía contento por el coqueteo que acabábamos de tener Izan y yo, pues puso los ojos en blanco y dejó escapar un bufido.
—Siento que hayas esperado, Marla. Justo tenía que salir a resolver unos asuntos —dijo fijando sus oscuros ojos en los míos mientras que, con un movimiento de su mano, se llevó el cabello que rozaba su frente para atrás.
Aquel gesto siempre me había parecido arrebatador.
—No pasa nada. Si te pillo en mal momento puedo venir otro día.
Suspiró. Pude leer en su semblante la duda.
—Podemos hablar un rato.
Hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera a su compartimento.
Asentí y, antes de salir, me giré a Izan y le hice un gesto con la mano a modo de despedida. Él me guiñó el ojo.
—Aníbal tiene mucha suerte —comentó en voz baja.
Sentí como mis pómulos adquirían color, pero solo pude sonreír tímidamente.
Entré a la sección de Aníbal y cerré la puerta tras de mí. Ambos nos sentamos en las únicas dos sillas, las del otro día. Parecía preocupado por algo, pero me daba apuro preguntar.
—Izan es muy simpático —rompí el hielo, sin parar de tocarme las pulseras.
Aníbal delineó una sonrisa ácida.
—A veces demasiado. —Fijó su vista en mis muñecas, que no dejaban de jugar con los objetos que las rodeaban—. ¿No te molesta llevar siempre todas esas cosas?
Lo cierto era que al principio me costó acostumbrarme, pero prefería llevarlas, me sentía más cómoda.
—Para nada. Me gustan.
Él permaneció en silencio, lo cual me incomodó levemente. Por fortuna, Tania me salvó de esa situación asomándose al espacio de trabajo con el fin de informar de la llegada de un cliente.
—Tengo que tatuar.
—Sin problema, yo tengo que continuar con el proyecto de clase. Estoy atascada y apenas voy por los bocetos.
—Si quieres puedo echarle un ojo a lo que estás haciendo y darte algún consejo.
El ofrecimiento me animó y reconfortó. Por primera vez, sentí que aquello era una proposición típica de un amigo.
Íbamos por buen camino.
—Me parece genial.
Ambos nos dirigimos al recibidor. Yo para irme del local y él para dar paso a su cliente.
—Te escribo y concretamos —me dijo antes de que abandone el estudio.
Por mi parte me despedí con una sonrisa y un movimiento con la mano.
Sentía como algo dentro de mí se removía.
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