12| Amigos o nada
Desbloqueé mi teléfono y abrí el chat con Aníbal, pero no tardé ni diez segundos en volver a cerrarlo. No le había visto desde el sábado; pasé el domingo con Sonia viendo películas y comiendo porquerías que me ayudaban a tener los ánimos arriba. Aunque no le había contado nada de lo último sucedido con él. Tampoco a Carla.
Me daba demasiada vergüenza todo.
Sabía que debía aclarar las cosas puesto que el rumbo que estaba tomando la situación resultaba algo confuso para mí y aunque no me parecía mal plan, no sabía si era un estímulo demasiado radical en mi vida como para desencadenar el desastre de nuevo.
Aníbal me caía bien. No era mala persona, solo un poco idiota.
Lo que tengo que hacer es marcar una distancia y no meterme en un nuevo berenjenal.
Pasé a lo tonto toda la mañana en clase dándole vueltas a lo mismo e hice lo mismo durante mi turno de tarde en el trabajo. Después de estar tanto tiempo comiéndome la cabeza, al menos comencé a ver las cosas claras. Hablaría con él cuando saliera de la perfumería; me pasaría por el estudio y tendríamos una conversación tranquilos y sin estar bajo los efectos del alcohol.
Y eso hice, conformé acabé mi turno de la tarde, me dirigí a su estudio. Llevaba todavía el moño alto que le había hecho para trabajar, al igual que el maquillaje que ya me lo quitaría cuando llegara a mi casa.
Era bastante tarde, las nueve de la noche pasadas, así que no tenía demasiada confianza en que continuara abierto, ya me había excedido del horario comercial. Al llegar, un cartel en la puerta tenía escrito "cerrado" y mi sorpresa era diminuta, no obstante, la luz encendida del pasillo y de una de las cabinas me hizo pensar que aún había alguien dentro y lo más probable era que se tratara de él.
Puede que esté haciendo la caja.
Llamé la puerta con el puño y no recibí respuesta de nadie. Quizá no me habían oído o puede que realmente ya no quedara nadie y se hubieran dejado las luces encendidas. Iba a marcharme cuando reparé en el timbre que había en un lateral, lo pulsé sin esperar demasiado y para mi sorpresa, la puerta se abrió.
Nadie se asomó por el pasillo y, por tanto, no sabían quién acababa de llamar. Entré con cierto recelo al local y, tras dudar unos instantes, comencé a andar a paso lento.
—Izan, ya tardabas en volver a por las llaves. —Escuché la voz de Aníbal, proveniente de la única cabina iluminada—. Las he dejado en el mostrador.
Me detuve antes de continuar avanzando.
—Soy Marla —informé aproximándome al lugar donde se suponía que se encontraba.
—Joder. —No estaba segura de si había dicho eso, pero me lo pareció.
Mientras me aproximaba, escuchaba un repentino alboroto que me hizo acelerar el paso, ligeramente molesta por la queja. Cuando llegué hasta la cabina, cuya puerta estaba entornada, vi que estaba guardando algo dentro de una mochila negra, en un movimiento brusco.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sorprendido. Su cara expresaba circunstancias.
¿Qué mierda estaría haciendo?
Estaba sentado en un taburete y tenía un codo apoyado en una pequeña mesa.
—Siento haber venido sin avisar —dije desde la puerta y abriéndola con lentitud—. Si quieres vengo otro día.
—No te preocupes, es solo que no te esperaba. —Hizo una seña a una silla que había para que me sentara.
—Quería hablar contigo —expuso tomando asiento.
Enarcó las cejas con una expresión despreocupada, pero a mí me pareció que estaba algo tenso.
—¿Sobre qué? —Quiso saber.
Sacó un paquete de tabaco de uno de los bolsillos de la mochila.
—Sobre lo que pasó el sábado. —Quería decir algo, pero le hice una señal con la mano y proseguí hablando—. No es lo que piensas, es solo que me gustaría que olvidáramos lo que ha pasado y lo que hemos hablado hasta el día de hoy.
Mis palabras lo pillaron desprevenido.
—No lo veo necesario. —Se llevó los dedos al mentón—. Me caes bien, Marla. No tienes que darle importancia a nada.
—Lo sé, pero me gustaría que empezáramos de cero, ¿sabes? Como amigos y solo eso. Nada raro —expliqué mientras él dejaba escapar el humo de su boca.
Detuvo su mirada sobre la mía.
—¿Nada raro? —continuaba observándome casi sin parpadear.
—Sabes a lo que me refiero.
Una sonrisa burlona escapa de sus labios antes de ponerse en pie y acercarse a mí, apoyándose sobre la mesita.
—Yo creo que eso hace de nuestros encuentros algo más divertido —comentó pronunciando cada palabra con parsimonia y acto seguido dirigió su pulgar hasta mi boca, posándolo en mi labio inferior.
—Te lo digo en serio —hablé mostrándome seria, aunque una parte de mí se estremeciera con el mero roce de su piel.
Sus dedos comenzaron a bajar por mi cuello con suma lentitud y, en el momento en que estuvieron a punto de llegar hasta mi pecho, empleé mi mano para detenerle, ejerciendo la suficiente presión como para que se apartara.
—Te doy dos opciones, Aníbal —volví a hablar con una mirada cargada de reproche—: somos amigos o nada.
—Está bien —cedió finalmente, agarró la mochila que había sobre la mesita y comenzó a aproximarse a la puerta—. Si no hay nada más que hablar podemos irnos.
—¿Eso es que somos amigos? —inquirí poniéndome en pie.
Frenó en la puerta y tras dejar escapar un suspiro, se volteó hacia mí.
—Eso es que somos nada —espetó con una mirada tan fría que me quedé petrificada por unos segundos y, a continuación, echó a andar por el pasillo hacia la salida del local.
Mis buenas intenciones eran completamente innecesarias. A él nunca le interesó mantener ningún tipo de amistad conmigo, tan solo quería llevarme a la cama y como no lo había logrado, se permitió el lujo de actuar como un capullo. Otra vez.
Lo único que he conseguido viniendo aquí es quedar como una idiota.
Maldita sea, Marla. Sal de una vez de este estudio del infierno.
Me apresuré a salir de la cabina cuando le di sin querer una patada a algo, frenando mi paso. En el suelo había una pequeña bolsita hermética que contenía unos polvos brillantes. Nunca lo había probado, pero a mi pesar, varios de mis amigos sí que lo habían hecho, con lo cual no me resultó difícil identificar su contenido: cristal.
No era asunto mío, por lo que continué caminando hasta llegar a la salida del estudio, donde esperaba Aníbal con las llaves en la mano. No me dijo nada, y el aura que desprendía no invitaba a hablarle.
Aun así, lo hice.
—Bueno, me voy ya.
—Me da igual lo que hagas —respondió con una indiferencia cortante.
No tuve que decir nada más. Me limité a darme la vuelta y poner rumbo a mi casa. Estaba comenzando a perder la cuenta de las veces que me había hecho sentir como una estúpida. Aquella era otra de esas.
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