10| Alguien peligroso

Me froté los ojos con rudeza mientras me retorcía en el sofá. Llevaba horas dándome un atracón a una nueva serie de Netflix y picoteando entre patatas y pipas. Estiré el brazo con desgana para agarrar el móvil, que se encontraba en la mesita baja, y miré la hora. Las 19:26. Sonia debería volver pronto. Necesitaba hablar con ella de lo sucedido con Aníbal la noche anterior.

Me la pasé carcomiéndome la cabeza sin poder dormir y arrepentida por confiar en la primera persona que parecía prestarme un poco de atención.

Mientras mataba el tiempo deslizaba el dedo en Instagram, pasando publicaciones que poco me interesaban, momento en el que un mensaje entrante me sobresaltó.

Aníbal: ¿Cómo estás?

¿Se suponía que tenía que responderle?

Sentí miedo en tantas ocasiones que creía que me iba a volver completamente loca. Y una de ellas fue por su culpa.

Abrí el teclado con el fin de escribir algo, aunque realmente no tenía ganas de hacerlo. El sonido de una llave entrando en la cerradura y haciéndola girar consiguió que bloqueara el aparato.

Escuché unos pasos entrar, la puerta cerrarse y el sonido de las ruedas de la maleta deslizarse por el suelo. No tardó en asomarse Sonia por la entrada del salón.

—¿Qué pasa? —El brillo de sus ojos destilaba curiosidad—. Me has mandado ochenta mensajes y cuarenta eran para preguntar cuando llegaba —exageró un poco los hechos, pero solo un poco.

Me erguí para dejarle un hueco en el asiento e hice un gesto con la mano para indicarle que se sentara a mi lado. Cuando lo hizo, comencé a contarle todo lo sucedido. Desde lo de mi acosador hasta cómo acabó la noche. Pude ver como en su rostro se van dibujando un sinfín de expresiones conforme avanzaba mi pequeño relato.

—Y aquí me tienes —hice un movimiento para presentar la mesa sucia, llena de aperitivos y bolsas vacías—, regocijándome en mi miseria.

—Bueno, si no fuera por lo de ayer, diría que es algo habitual en ti. —Se encogió de hombros tratando de erradicar un poco la tensión de mi relato. Supuse que con el fin de hacerme sentir algo mejor.

La pantalla del teléfono se iluminó al recibir una nueva notificación y ambas pudimos ver como destacaba el nombre de Aníbal. Dejé escapar un suspiro angustiado mientras lo desbloqueaba.

—¿Qué te dice? —Quiso saber con cierta impaciencia.

Le mostré el contenido del móvil.

De verdad que lo siento por lo de ayer. Me gustaría hablar contigo.

Lo leyó y lanzó con otra pregunta.

—¿Le vas a decir algo?

Negué con un gesto.

—No me apetece.

*

Comenzaba otra semana conmigo llegando tarde a clase.

Bajaba las escaleras para ir a la planta donde se encontraban las aulas de ilustración y de camino me detuve en la máquina de café para comprarme uno tamaño doble que me ayudara a disipar el sueño que arrastraba desde que salí de casa.

Habíamos comenzado uno de aquellos proyectos que tanto odiaba: Debíamos hacer una colección de ilustraciones para nórdicos, cortinas y alfombras. La cuestión era que, de por sí, no me gustaba crear diseños para textiles de ese tipo, pues solían componerse de una serie de patrones de temáticas parecidas: plantas, animales o motivos abstractos. Y luego estaba yo, que lo que más me gustaba dibujar eran personas.

Además, si sumábamos eso al hecho de que era un trabajo en el que la institución colaboraba con una empresa externa, mis ganas de vomitar se multiplicaban. Era el tipo de cuestiones que no compartía; nuestras obras pasaban a votación y, uno de nosotros, se llevaba un premio cuya remuneración era ínfima en comparación al tiempo invertido en el proyecto. Era una estrategia empresarial que consideraba de tan mal gusto que debería ser ilegal. En lugar de contratar a un profesional y pagarle lo oportuno, se aprovechaban de los estudiantes y su "poca" experiencia y profesionalidad.

Claro que iba a realizar mi trabajo igual, pero con desgana.

Nada más entrar a clase, abrí mi bloc de esbozo y comencé a bocetar mientras Carla me preguntaba por el fin de semana que había tenido. Parecía que tenía interés de más, lo que me hizo preguntarme si Sonia le había contado algo al respecto.

—Creo que no te va a gustar —le murmuré al incómoda.

—Ya estás hablando —ordenó tajantemente y acercando su silla a la mía.

—Luego.

—Las dos marujas del fondo —nos llamó atención la profesora—, espero que vuestra charla tenga que ver con esto.

—Sí, Dolores —mintió mi amiga con esa sonrisa y actitud que rápidamente camelaba a los profesores—. Le estaba preguntando qué idea le gustaba más de las que he hecho.

La profesora enarcó una ceja mientras rumiaba lo que le acababa de decir y yo le di un codazo por debajo de la mesa.

Carla escribió en una esquina del folio: "Dame un adelanto".

Puse los ojos en blanco, pero me reí. No la iba a culpar, yo también era muy cotilla cuando se trataba de ella.

Escribí debajo de su mensaje: "Aníbal".

No pareció alegrarle mi respuesta, como suponía desde la noche de la fiesta que dejó claro que no le terminaba de gustar que yo tuviera algo con él. Pero es que no teníamos nada. Ni siquiera nos habíamos besado.

Cuando llegó la hora del almuerzo, fuimos a una cafetería que estaba a apenas dos calles del recinto; pedimos dos cafés y dos tostadas. Ambas éramos igual de desastres con el desayuno: ninguna solía tomar nada antes de salir de casa a primera hora.

—Dice Sonia que viene ya —informé dejando el teléfono sobre la mesa. Vamos a distintas clases, pero la hora del almuerzo era igual para todos. Solo dependía de lo que se entretuviera el profesor.

—Bueno —comenzó a decir echándose azúcar en el café—, ya me estás contando esas novedades.

Me dio algo de pereza volver a contar aquella historia. Lo bueno de haber tenido aquel encontronazo con mi acosador era que se trataba de algo tan grave que conseguía restar importancia a lo de Aníbal; aunque no fuera mucho mejor.

—Joder, tía —dejó la taza en sobre el diminuto plato—, ya lo siento que tuvieras que pasar por eso. ¿Le viste la cara?

—Apenas pude distinguirle bien.

Volví a recordar como en aquel momento Aníbal le golpeó con un arma que, por cierto, era ilegal portar y cómo después lo intimidó con tan solo enseñarle un tatuaje. Comencé a frotar mis numerosas pulseras a causa de los nervios que me producía rememorar dicha situación.

—Y lo de Aníbal... Es un capullo. —Agachó la cabeza y parecía entristecerse por decir eso de su amigo—. Antes no era así, tía. De verdad que no. Pero ahora se ha vuelto... —dudó en proseguir, pero al final lo hizo—, alguien peligroso.

—¿Peligroso? —Me parecía algo exagerado el calificativo—. A ver, se portó mal pero no se sobrepasó y, bueno, en seguida se dio cuenta y me pidió disculpas.

Aunque no he respondido a un solo mensaje ni pienso hacerlo.

—No es solo por eso —respondió algo comprometida por lo que acababa de soltar por la boca—. Son cosas que mejor que no se sepan. Aunque yo tampoco sé mucho del tema.

Quería que me dijera más, que me contara lo que supiera. Sin embargo, justo cuando iba a girar el destornillador para forzar la extracción de aquella, seguramente, valiosa información, apareció Sonia y se sentó con nosotras, momento que Carla aprovechó para cambiar radicalmente de tema y no volver a tocarlo el resto del descanso.

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