04| Fiesta y tatuajes

Luchando por no tener un paro cardíaco, me acerqué a Sonia.

—Tía, tía, tía, ese chico... —murmuré mientras señalaba discretamente al susodicho, que estaba hablando con Ainhoa—. Es el que te comenté.

Al oírme decir aquello, me observó con expectación.

—¿El que me dijiste del tren?

Asentí con la cabeza tan exageradamente que parecía uno de esos muñecos cabezones que la gente colocaba en sus estantes o escritorios.

—El mismo.

Tras mi confirmación, ella procedió a realizar un exhaustivo análisis con la mirada, luego contuvo una risilla.

—Es mono. —Estaba de acuerdo con su veredicto—. ¿Por qué no vas a hablar con él?

Qué buena pregunta.

Ni yo sabía responderla. Lo estuve mirando de reojo, llevaba una camiseta de manga corta blanca en cuyos hombros figuraban unas rallas de color negro a modo de estética. Era simple, pero le quedaba terriblemente bien. En aquel momento, me quedé embobada viendo como hacía un gesto con su mano, paseándola por su cabeza para hacer hacia atrás su cabello castaño, que casi rozaba sus ojos; yo creí morir.

Había sido un movimiento que, en cuestión de un segundo, lo hizo todavía más atractivo.

Cuando vi que se quedó solo, fue el momento en el que me armé de valor para acercarme a él.

Ahora o nunca.

Total, habíamos hablado sin saber nuestros nombres antes. Lo raro sería que no lo hiciéramos en aquella fiesta.

—Hola de nuevo —me dirigí a él con las manos hacia atrás, ligeramente nerviosa.

Puso su vista en mí y a continuación esbozó media sonrisa.

—Hey, ¿me has estado investigando? —cuestionó en un tono burlón.

—¿Cómo?

—Empiezo a pensar que no hay casualidad en nuestros encuentros —declaró metiendo una de sus manos en el bolsillo del pantalón.

Me había pegado un corte tremendo.

—Pero, ¿qué dices?

Entonces, comenzó a reír con el dedo índice me dio un golpecito en la frente.

—Te estoy tomando el pelo. Eres muy inocente. —Me sonrojé al segundo. Nuevamente el sentimiento que estaba albergando mi pecho era uno avergonzado—. Ya sé que eres amiga de Carla.

—Sí, eres súper gracioso... —murmuré sarcásticamente.

Ignoró mi respuesta y dedicó una mirada de soslayo al vaso que sostenía en la mano y dio un largo sorbo a su bebida.

—¿Qué bebes?

—Antes era café licor con limón. Ahora es un kalimotxo. ¿Y tú?

—¡Un kalimotxo! Por aquí no se suele beber eso. —Levantó su copa—. Yo ron. A secas.

Ninguno de los dos sabía que decir y la conversación sobre la bebida lo demostraba. Éramos como dos vecinos que se cruzaban en el ascensor y se ponían a hablar del tiempo.

Uno de los sofás del salón se quedó libre y ambos le dedicamos una mirada furtiva.

—¿Nos sentamos?

—Sí, por favor —respondí.

El sofá se hundía hacia el centro, provocando que nuestros hombros se rozaran y yo me sintiera todavía más inquieta, pero poco a poco fui comenzando a relajarme. Miré en dirección a Sonia, que me levantaba el dedo pulgar en señal de ánimo. La muy cabrona se estaba divirtiendo a mi costa.

—Bueno —volvió a hablar él—. ¿Eres de aquí?

—¿De esta casa?

Su pequeña risa volvió a mostrarme esos colmillos.

—No.

—¿Del planeta tierra?

—No me vaciles —dijo con un tono de voz algo más serio, pero con una sonrisa bastante particular.

—No —contesté dejando la broma a un lado—, pero estudio aquí.

—¿El qué?

—Ilustración, el grado de cuatro años. Antes hice tres años de otra especialidad y luego me cambié —expliqué jugando con mis pulseras a modo de terapia relajante.

—¿Por qué? —Quiso saber y, de repente, un puñado de imágenes recorrieron mi mente.

—Cosas mías —traté de esquivar la pregunta, aunque quizá había sonado algo antipática, así que decidí cambiar de tema—. ¿Qué más escuchas de música? ¿De trap y eso?

—Pues muchas cosas. Aunque no todo me mola, claro.

La jugada parecía haberme salido bien.

—¿C-Tangana?

—Lo odio.

No dudó ni un segundo en contestar.

—¡Yo también!

A lo mejor no resultaba la más simpática del mundo alegrarme por eso, pero era de verdad que no me gustaba nada aquel tipo. No su música, su persona. Eran de esas manías a veces inexplicables.

Nuestra conversación continuó por cantantes y canciones y me di cuenta que fácilmente podrían pasar las horas y ambos podríamos seguir enfrascados en el tema. Y uno lleva a otro. Y el otro a otro, y a otro y... así fue como acabamos hablando de cine, de nuestros amigos, de cómo se conocieron. Hacía mucho tiempo que no pasaba tanto tiempo hablando con una persona.

Hubo un momento en el que sacó un paquete de tabaco de la riñonera que llevaba cruzando su pecho. Sacó un cigarro y lo sujetó con sus carnosos labios mientras se lo encendía. Me quedé muda mientras observaba sus movimientos, no entendía cómo podía convertir un acto tan normal en algo sensual.

Nuestras miradas se cruzaron y di un pequeño brinco absurdo.

—¿Quieres?

La tentación comenzó a ganarme, pero finalmente negué con la cabeza. Miré sus brazos, los cuales eran bastante atléticos, y me fijé en sus tatuajes por unos segundos.

—Tienes muchos tatuajes.

—Anda, ¿cómo lo has averiguado? —Se mofó de mí.

Prácticamente nos acabábamos de conocer, pero ignoraba cuantas veces nos habíamos burlado ya el uno del otro en lo que iba de noche.

—Ja-ja-ja.

Posó su mano sobre mi muslo de forma casual y sentí como mis latidos se aceleraron, aunque prefería no emocionarme, podía simplemente no significar nada.

—Algunos me los he hecho yo —dijo señalando uno sobre el codo, aun con su mano sobre mi pierna.

—¿En serio?

Agarré su brazo para mirarlos bien, acto que no calmó mis nervios ante los roces tan cercanos que estamos teniendo de forma sutil.

—Claro, soy tatuador.

Mis ojos mostraron mucha curiosidad.

—¿De verdad?

—Tengo un estudio por esta zona, ¿quieres verlo?

Me quedé ligeramente paralizada por unos segundos ante la invitación. No sabía si debería aceptar o no. Total, realmente no nos conocíamos. Pero bueno, era amigo de mis amigos y de momento nos habíamos reído bastante juntos.

Aun así, me hice un poco la tonta.

—Si algún día no te importa que vaya...

—No, digo ahora.

—Ah, pues... —Miré de reojo a mis amigos, que estaban a lo suyo, luego volví a preguntarme qué debía hacer hasta que finalmente hallé la respuesta—. Sí, vale.

—Si quieres rellénate ese vaso vacío y te lo traes. —Levantó su copa—. Yo voy a hacerlo con el mío.

Asentí y fui a ponerme otro kalimotxo más, no sin antes dar un rodeo para hablar con Sonia y Carla y explicarles la reciente conversación con el chico.

—Siento interrumpiros. —Capté la atención de ambas chicas en seguida—. Voy a ir con Aníbal a su estudio —murmuré y una sonrisa tonta se me escapó al escucharme decir aquello en voz alta.

Me di cuenta de que las expresiones de mis amigas no manifestaban ningún tipo de satisfacción ni emoción por lo que acababa de decir, lo cual me sorprendió porque en un inicio Sonia se mostraba muy animada con mis primeros acercamientos a él.

—¿Qué pasa? ¿Por qué me miráis así? —inquirí al ver que no decían nada.

—No voy a decirte que no vayas. —Tomó la palabra Carla, con el semblante serio—. Y si lo que quieres es únicamente darte una alegría y ya, yo te apoyo incondicionalmente. —Se llevó la mano al pecho. Mi vida sexual era algo muy serio para mis amigas al parecer—. Pero, te aviso ya, no te puto pilles de Aníbal.

Al oír dicha proclamación me quedé de piedra. La verdad, no sabía cómo reaccionar. No era que sintiera nada por él más allá de una intensa atracción, aunque me conocía, y sabía que si caía en la tentación corría el riesgo de querer probar aquella droga otra vez. Y eso era lo que no podía permitir. No obstante, por otro lado, sabía que si no iba correría el riesgo de arrepentirme de no haberlo hecho.

—Guau —respondí acompañándolo con un gesto exagerado de mi boca—. Me quedo muerta. No os ralléis, no me gusta —miré hacia atrás y me fijé en que estaba a una distancia prudente, con la vista puesta en nosotras—, solo me vuelve loca, pero nada sentimental. Solo en la parte animal.

Me reí y, a juzgar por sus caras, había aliviado la tensión que parecían tener.

—Ya tía, si ya lo sé —dijo Carla dándome una palmada en el brazo—, pero creía que estaba bien avisarte de que, vaya, es un poco capullo y prou*. Pero si es solo lo que dices entonces adelante, pásalo bien.

Levanté las manos como si me estuvieran apuntando con una pistola.

—De todas maneras, no va a pasar nada —aclaré, volviendoa la realidad—. Solo voy a ver su estudio y luego marcharé a casa.

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