37_ Ha llegado tu día
Quiero pasar más tiempo contigo —miento descaradamente ante su pregunta y él ríe a carcajadas.
—Ya, ahora dime la verdad—trago saliva y lo miro a los ojos.
Esos ojos que dan escalofríos de solo mirarlos intimidan, pero no a mí. Yo no le temo.
—Es la verdad, no he tenido la oportunidad de conocerte por mí misma, solo me guío de opiniones ajenas.
—Eres muy lista. —Lleva su cuerpo hacia delante —Eso lo heredaste de mí.
—Mi madre era alguien muy sabia —trato de no sonar enfadado por su comentario.
—Sí que lo era, por algo la elegí para engendrarte.
Este hombre realmente era un cerdo. Sobrepasaba mis límites de paciencia con sus comentarios salvajes.
—Estaba pensando en si podríamos almorzar juntos hoy —cambio de tema, ya que sentía que no podría mantener la calma si seguíamos hablando de mi madre.
Antes de que él respondiera tocaron a la puerta.
—Pasa.
Aron se hace visible en la habitación.
—Justo me estaba comentando Helen —la vista del pelinegro se posa sobre mí— que quería almorzar juntos. ¿Te unes?
—Preferiría que no —habló de inmediato.
—Disfruten de su almuerzo familiar, ¿Necesitará de mis servicios hoy, señor?
—Negativo, solo cumple con tu encargo anterior. Aún no he visto resultados.
Sé de qué hablaba, mis manos se cierran en un puño y respiro profundo. Tenía que guardar todo para el momento indicado: no podía explotar antes.
Aron asiente y sale del lugar sin mirarme. Él no lo hará ¿cierto?
—Queda poco para el almuerzo, cojo mis cosas y nos vamos al restaurante que desees —niego.
—Preferiría almorzar aquí, algo íntimo, así podremos conversar mejor—abro un poco la mochila sin dejar visualizar su contenido y saco una botella de champán—He comprado esto para beber.
—Perfecto, les avisaré que preparen la mesa-asiento.
—¿Quieres probar? —ríe.
—¿No tiene veneno cierto? —saca un baso de la estantería que tenía en un costado y le dejó caer un poco del líquido de la botella; luego lo lleva a sus fosas nasales y huele el contenido.
—Si quisiera matarte, preferiría usar otro método, dónde te haría sufrir y desear que acabe con tu vida lo más pronto posible.
—Estoy seguro de eso, eres hija mía, de eso no hay duda alguna —busca otro baso y me lo alcanza—. ¿Brindamos?
Me estaba probando; quiere que beba y comprobar que no está envenenado.
Vacío en el baso algo de champán y estiró la copa en forma de brindis.
—Después de tí —rie de medio lado.
Llevo la copa a mi boca y doy un sorbo y luego él.
En realidad no tenía veneno, o al menos aún no contenía nada. Pronto sí lo haría.
—¿Aún te siguen gustando las pastas?—asiento.
—Vuelvo enseguida—comenta mientras se acomoda la corbata—Avisaré en la cocina que hagan tu plato favorito.
—Gracias.
Apenas sale de la oficina abro el bolsillo pequeño de la mochila y saco de ahí unos turrones de azúcar y los dejo caer en la botella, perfecto.
No eran turrones de azúcar normales; más bien era una sustancia química llamada Dietilamida de ácido lisérgico o simplemente SLD. Esta se puede encontrar en el mercado negro de distintas formas de presentación y una de ellas son "turrones de azúcar". Me costó un poco conseguirla, pero quién mejor que el propio cheriff para encontrar sustancias no legales.
Dicha sustancia provoca alucinaciones, sinestesia, percepción distorsionada del tiempo, alteración de la conciencia y sentimientos, disolución del ego. Sentir sensaciones o ver imágenes que para el consumidor pueden parecer reales.
Los efectos dependen de la dosis, así que si en algún momento Darío vuelve a sospechar, puedo beber, un pequeño sorbo. Lo mayor que me provocará sería euforia, no así en el caso de él.
(…)
La mesa estaba totalmente acomodada: un mantel blanco de encajes, sobre él unos platos refinados, copas para beber y un manjar de comida. Amaba los espaguetis.
Un lugar perfecto para cometer un asesinato.
Darío se sienta y yo hago lo mismo. Lo miró y sonrió.
—¿Qué te parece hija mía?
—Muy hermoso todo.
—La ocasión lo amerita, no todos los días tu hija que te odia quiere compartir contigo —noto su voz con un tono hostil. Está dudando de mí.
—Aún te odio —agarro la botella de champán que había colocado en una canasta con hielo y relleno mi copa. Darío estira su mano con la de él y sonrió. Justo lo que quería —pero eres mi padre, es algo que no cambiará, quiera o no.
—Me gusta que seas sincera—da un sorbo de champán—¿Comenzamos antes de que se ponga fría?—levanta los cubiertos.
Pruebo los espaguetis y, la verdad, están deliciosos, dicen por ahí.
"Barriga llena corazón contento".
Pero mi corazón no iba a estar del todo feliz hasta que no estuviera lejos de este maldito pueblo, y para eso debía acabar de matar a mi padre.
—Cuentame cómo te va con tu encargo, ¿ya diste con tu objetivo?—asiento.
—Pronto tendrás la cabeza de En… —dudo por unos segundos y recuerdo su nombre real —El doctor Karim March—. Me acomodo en el asiento y doy un sorbo de champán, incitando a Darío a beber más.
Y así sucedió: volvió a llevar la copa a sus labios, terminando de todo el contenido en un buche. No pasó mucho tiempo, quizás unos diez minutos en que la sustancia comenzó a tener efecto.
No lo matará, no es mi objetivo. Me quiero encargar de eso personalmente; pero lo mantendrá débil y no apto para hacer resistencia. Además que sufrirá por lo que pienso hacerle y por su lucha interna con los efectos que provoca la droga.
Abre sus ojos de par en par y fija su vista en mí.
—¡No veo, todo está negro! —exclama.
Sonrió maliciosamente ante eso y subo mi mochila sobre la mesa, dejando a alcance las pequeñas herramientas sorpresas. Iba a hacer que sufriera.
Me acerco lentamente hacia él y me sigue con la vista.
—¿Qué está pasando?—abre y cierra rápidamente los ojos—No debí confiar en tí—murmura—¡No, alacranes no! —chilla, pero todo está en su mente, está teniendo alucinaciones.
Así que le tiene miedo a los alacranes. ¿Quién iba a imaginarlo?
Sacó de la mochila unas gasas y amordazó su boca; no quería que con sus próximos delirios y gritos llamara la atención de su guardaespaldas que debe andar por ahí afuera o de Aron que sabe que debe estar al llegar. Sabe que tramo algo.
—¿Qué mierda me has dado?—esta totalmente inmóvil—Ahora te veo, pero no puedo moverme. Maldición.
Terminó por amarrar sus manos y piernas a la silla; así evitaría que escapara en caso de recuperar la movilidad.
Siento que murmura cosas sin sentido o tal vez si lo tenían, pero no era capaz de entenderlo con claridad por la tela que cubría su boca.
—Darío Wislin, ha llegado tu día...
Maratonn 2/3😁✨❤️.
¿Qué opiannnn amoress? Déjenme saber en comentarios 📌
No olvides dejar tu estrellita ✨
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