33. Pieza encajada.

—¿Por qué no me contaste que fuiste tú quién iba a venir en lugar de Jimena? —le preguntó susurrando en medio de su cabello.

Ella abrió enormemente los ojos y lentamente se separó de él. Su pecho subía y bajaba desmesuradamente.

—¿Cómo... lo supiste?

Derek sonrió apenas.

—Mi madre me lo confesó. Jimena lo hizo antes de que... muriera.

Janna se llevó la mano a la boca. Jimena lo hizo... Su dulce Jimena.

—Jimena...

—Yo... no he dejado de pensar en cómo habría sido si tú hubieses venido junto a nosotros, en su lugar. —Sonrió amargamente—. Probablemente estaríamos juntos.

Lo miró, encontrando en su rostro unos ojos tristes, apagados y llenos de miedo, miedo de no ser feliz, miedo de no tener finalmente junto a él la persona que quería. Y lo mismo sucedía con ella. Muchas veces se hizo la misma pregunta. Muchas veces quiso retroceder el tiempo y cambiar el rumbo de su vida. Pero al hacerlo se sintió peor que antes. Miserable.

—Todo sigue su rumbo —aseguró intentando sonreír, aunque en el fondo estaba destrozada.

Se sintió muy culpable, porque en algún momento ella también pensó así, sobre todo en los últimos días en los que lo habría extrañado enormemente. Pero nunca se arrepintió, nunca lo hizo porque su Jimena había sido feliz junto a él. Vivió su corta vida junto a él, y de cualquier manera supo hacerla feliz.

Se recriminaba el tan solo imaginarse quitándole la corta dicha que había experimentado su hermana. Si de algo tenía que arrepentirse era de haberse enamorado del chico que tenía en frente, únicamente de eso, y haber creído que él podía quererla por quién era.

—Janna... —Quería decirle lo que había añorado en todo el tiempo que no la vio. Decirle cuanto la necesitaba—. Janna...

—No debiste haber venido aquí —lo interrumpió—, vete por favor.

Se quedó helado. Un golpe físico habría sido menos doloroso. ¿Ella lo quería lejos? ¿Ella no sentía la misma desesperación al no tenerlo a su lado?

—¿Realmente quieres que me vaya? —La miró expectante.

Di que no, por favor, por favor te lo pido.

No, realmente no lo quería, lo que quería era abrazarle y besarle, quería sentir nuevamente el calor de su cuerpo y aspirar su aroma varonil. Sostenerlo y no dejarle ir nunca. Estuvo a punto de responder, pero la abuela salió en su búsqueda.

—¿Janna? ¿Qué haces ahí parada? ¿Recién llegas de la escuela? —Se acercó y reparó curiosa en su acompañante—. ¿Pero quién es este apuesto jovencito? ¿Eres compañero de mi nieta? ¿O su novio?

Él contestó con una sonrisa tierna. Incluso había echado de menos a la abuela.

—Abuela —espetó suavemente.

—Qué jovencito tan dulce. No te quedes aquí parado, pasa, he preparado pan dulce para la cena.

—Abuela, él ya tiene que irse —se apresuró Janna.

—¡Pero qué muchachita! —se quejó propinándole un manotazo en el brazo, asustando a Derek—. No seas descortés. Ven hijo, pasa. —Lo arrastró hasta la vivienda.

Janna no daba crédito a lo sucedido, Derek ni siquiera se resistió cuando debió hacerlo. Con cara de pocos amigos entró también, para encontrar a la abuela ajetreada sirviendo uno que otro aperitivo. Le dirigió una mirada despectiva a él que, rápidamente fingió estar interesado en el café que caía lentamente de la tetera a la taza.

Claramente se estaba aprovechando de la condición de la abuela, —y se sintió un poquitín arrepentido por ello—, pero era la única oportunidad que la vida le regaló para estar cerca de ella y poder conversar sobre la desafortunada situación.

La señora Salma se metió a la cocina a traer azúcar, momento que aprovechó Janna para retarle.

—No puedo creer que seas tan convenido —manifestó disgustada.

—No tuve otra alternativa —mintió—, de otro modo no lo habría hecho. —Bajó la cabeza algo avergonzado. No le gustaba mentirle, pero era necesario.

—Aún estás a tiempo de ser redimido —sugirió—, puedes irte ahora mismo.

—No. —Abrió grande los ojos—. ¿Qué va a pensar la abuela?

—La abuela ni siquiera recuerda para que fue a la cocina.

Y dicho y hecho, la abuela regresó desorientada al pequeño comedor. Miró a Derek con recelo y le sonrió.

—Bienvenido. ¿Eres amigo de Janna?

El pestañeó rápidamente y miró a Janna; ella elevó los hombros, diciéndole con la mirada: "Te lo dije".

La abuela le empezó a hacer conversación, y el tiempo pasó desapercibido, aunque repitiera lo mismo una y otra vez. En realidad, Derek estaba muy atento porque contaba de la infancia de Janna, que a él le parecía muy divertido. Se la imaginaba con el recuerdo lejano de una Jimena niña; aunque se le hacía difícil verla haciendo travesuras, ya que Jimena era muy tranquila y miedosa; sin embargo, se trataba de Janna, y el pensamiento se le hacía gracioso.


Mientras, Janna se teñía de un curioso color melón en sus mejillas, ligeramente abochornada por las fechorías que hacía de niña. Aun así, se alegraba porque la abuela todavía recordaba anécdotas del pasado, y por momentos se mostraba lúcida.

—Una vez —continuó la abuela—, se rapó mitad de la cabeza, intentando hacerse un corte que vio en la televisión. Janna siempre ha sido muy mona.

Derek no pudo evitar soltar una sonora carcajada, a pesar que lo intentó evitar con ahínco.

—Abuela —se quejó la protagonista de las anécdotas.

Derek recordando también haber sido un niño terriblillo; pensó que juntos pudieron haber causado el prematuro "fin del mundo". Le hubiese gustado mucho conocer a Janna de pequeña. Por un momento pasó también por su mente una tonta pregunta... Si ambas hubiesen sido adoptadas... ¿En cuál de ellas se habría fijado? Probablemente nunca se respondería.

Debido al agotador día que había tenido y, añadiendo la entretenida charla que mantuvo con el joven —que por momentos olvidaba quién era—, la abuela quedó rendida y no despertaría hasta el día siguiente. Así que se quedaron solos nuevamente en un silencio realmente incómodo.

Ella se puso de pie, y él lo hizo también.

—Janna —El, la miró con los ojitos encogidos—, debemos hablar.

—No quiero hablar Derek; no hay nada que explicar, ni qué decir, ni muchos menos cambiar —dijo todo esto con la mirada pegada al suelo, porque si lo miraba, no hubiese sido capaz.

Y eso fue suficiente para que él entendiera que perdió su oportunidad, que ella no daría su brazo a torcer, que probablemente todo culminó. Ni siquiera quería mirarlo, y... ¡Oh cielos! ¡Cuánto quería que lo mirara, que viera en sus ojos cuánto la quería!

Bajó también la mirada y sus ánimos; él no se había rendido, pero tampoco quería ser una molestia. Pasó junto a ella con la finalidad de marcharse, pero Janna se lo impidió sosteniendo la manga de su abrigo con dos dedos. Se quedó estático viendo su perfil; ella continuaba viendo el suelo como si algo interesante hubiese en él.

—Si piensas irte, entonces te has vuelto loco

Un cosquilleo lo recorrió entero, ¿Le estaba pidiendo que se quede?

—¿Mmm?

—Es peligroso regresar a estas horas.

Lo soltó y desapareció del comedor. Él terminó por sonreír mientras la seguía. Agradeció enormemente que haya sucedido así; habría tenido que dormir en su auto e insistir al siguiente día. Y ahora digamos que "algo obligada" le pidió que se quede, y no iba a desperdiciar esa oportunidad para decirle que ya no podía sacarla de su cabeza, de su ser, de su cuerpo entero.

La habitación en la que ella entró era mediana, de color amarillo bebé con toques naranjas; entonces recordó que ese era su color preferido. Casi todo era en ese color, el perchero, las cobijas, la cama. Y el piso de madera contrastaba a perfección con las paredes.

—Antes de que Jimena se vaya —pronunció ella al verlo tan interesado en el diseño de su habitación—, era mitad rosado y mitad amarillo. ¿Sabes que el rosado era su color preferido? Seguro que sí.

El asintió lentamente, viéndola tender cobijas junto a la cama. Bien, entonces él tendría que dormir en el suelo. Si su mamá lo viese daría el grito en cielo, pero a él no le importaba mientras estuviera junto a ella.

—Ese día que vino tu madre, ella llevaba su vestido rosa, mientras yo un amarillo. Cuando ella dijo que me llevaría, no soporté la expresión triste de mi hermana, y fue así como terminamos cambiando de vestidos; obviamente la señora Lara no lo notó —explicó con melancólica.

Derek sonrió mirándola con ternura. Le entró unas ganas tremendas de abrazarla hasta quitarle el último aliento, pero debía retenerse o lo echaría todo a perder.

Janna se metió a la cama, y él lo hizo también en su cama improvisada, después de haberse quitado el abrigo, los zapatos, y apagar la lámpara.

La luz de la luna entraba por la rendija de la ventana que no fue totalmente cubierta por la cortina, dándoles algo de luz natural.

El descansó su brazo en la frente meditando en todo lo que había ocurrido, estaba ocurriendo y quizás ocurriría. A tiempo que Janna sostenía la cobija sobre su pecho como si alguien se la fuera a quitar. No dejaba de pensar en él un solo instante y lo extrañaba aun estando cerca. Recordó vagamente la frase de su escritor favorito: "La peor forma de extrañar alguien, es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener". Y maldición, eso pasaba con ella.

Lentamente se giró para verlo, quería comprobar si ya estaba dormido. Tenía los ojos cerrados, así que supuso que sí. Agradeció que no cerró completamente la cortina, y la luna se había antojado reflejar justo en su rostro, dejándole ver su tranquila expresión, esa cara que tanto había extrañado ver.

Como si la hubiese sentido, Derek abrió los párpados, asustándola. Intentó volver, pero él hábilmente la jaló haciéndola caer sobre su cuerpo. Entonces la envolvió con sus brazos, no quería dejarla ir nunca más. Ella intentaba soltarse como a dé lugar, porque si no escapaba ahora, no lo haría jamás. Y él sabía que, si la dejaba escapar, perdía toda oportunidad; así que se giró en su misma posición y la dejó debajo de él, débil y vulnerable. Tuvo que sostenerla de ambas muñecas para asegurar su agarre.

—Suéltame —pidió ella. No queriendo y queriendo a la misma vez.

En cambio, su respiración se hizo pesada y todo su cuerpo se tensó. Era un fuego abrasador que les recorría entero, quemando cada parte de cuerpo y concentrándose en un lugar en particular. Por ningún motivo iba a soltarla. Y ella se movía desesperada, pero era demasiado fuerte para ella, y muy en el fondo luchaba con ella misma, porque no quería tenerle lejos.

—Te odio —sollozó cargada de impotencia sin dejar de forcejear—. Nunca me quisiste, ni un solo instante, solo te recordaba a ella, mientras...

El ya no quería escucharla, cualquier palabra que dijese lo hundiría, y tampoco tenía palabras para expresarle su amor; así que la única solución que tuvo era sellar sus labios con los suyos.

—Suelta... —intentó decir ella, pero no pudo porque él presionó sus labios con más ímpetu.

¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué esos labios la conmovían? La elevaban, la hacía flotar, volar y recorrer el mundo entero. Esos labios... su perdición. Poco a poco se fue dejando vencer. Más bien de sí misma. ¡Maldición! No podía negar cuánto extrañaba esos labios. Dejó de hacer resistencia y abrió su boca, permitiéndole la entrada a su lengua, desesperada por encontrarse con la suya.

El deshizo su brusco agarre para acariciar una de sus mejillas. Ella hizo lo mismo con su rostro, mientras con la otra mano acarició su espalda atrayéndolo más cerca de su cuerpo. Con la mano que tenía libre, Derek recorrió el hombro de Janna, lentamente la bajó delineando cada centímetro de su torso, de su cintura, y fue una sensación explosiva cuando la metió debajo de su suéter; su piel era cálida y suave. Dejó de besarle los labios y besó su rostro, luego su cachete, y se perdió en su cuello; se sintió bien cuando ella soltó un gemido. Entonces se miraron a los ojos, diciéndose con ellos cuán enamorados estaban. Cuanto se añoraban. Se extrañaban. Se querían.

—Es tan triste tenerte cerca, pero a la vez tan lejos —susurró ella.

Derek recostó su frente sobre la de ella.

—Te quiero Janna, te quiero tanto, y eso no tiene explicación —habló sobre su boca dejando su aliento sobre ella.

Se volvieron a besar con voracidad, con desesperación, como si fuera el último beso. Ya no podían controlarse, ni mucho menos detenerse. Solo eran él y ella; el mundo entero desapareció como burbuja...

No habrían despertado a esa hora, de no haber sido por la abuela que golpeó la puerta. Algo confundidos abrieron sus ojos, y volvieron a escuchar.

—¿Janna? —llamó la señora Salma—. ¿Ya despertaste cariño?

—¡La abuela! —exclamó. El la miró sin entender—. La abuela, no puede verte.

—Pero ayer...

—Ni siquiera se acuerda.

—¡Rápido, escóndete! —Sus ojos se habían puesto muy redondos. Parecía que un asesino en serie iba a entrar.

—¿Jan? —insistió—. Voy a entrar.

Derek se envolvió como pudo en la cobija y se metió debajo de la cama, al tiempo que Janna se arregló a la velocidad de la luz, y metió el resto de cobijas junto a Derek.

La abuela entró. Janna se lanzó a su cama fingiendo que recién despertaba.

—Buen día abuela. —Abrió enormemente la boca, según ella, bostezando.

—Te haces tarde para la escuela. —Se acercó peligrosamente.

Derek se removió nervioso.

—¡Estoy de vacaciones! —Janna saltó junto a ella—. ¿Vamos a la cocina? Tengo hambre.

—¿Por qué gritas? No soy sorda, y no estoy tan vieja.

—Lo siento abue. —Prácticamente la empujó fuera.

Dio una última mirada a la habitación y cerró la puerta. El terminó por reír.

***

Ya casi no había nada de nieve, y el clima se iba tornando cálido. Ambos caminaron por los senderos en total silencio, cuando había tantas cosas por hablar; quizás lo mejor era dejarlo así, aunque él no sabía en qué términos habían quedado después de lo de ayer.

Por el momento querían estar tal y como estaban, sin explicaciones, sin argumentos.

Atravesaron la colina donde las gemelas cuando niñas, pastaban la ovejita, y llegaron al río. Derek metió la mano y sacó un poco de agua, estaba helada, así que la sacó de golpe, provocando la risa de Janna. A él le gustaba verla reír. Cuando lo hacía, sus pómulos se alzaban más y su nariz se arrugaba graciosamente.

De pronto a él se le vino un recuerdo muy muy lejano. La primera vez que vio a Jimena.

—¿Sabes dónde fue la primera vez que vi a tu hermana? —preguntó sin dejar de ver el río.

—¿Dónde? ¿No fue en tu casa? —Ella tampoco dejó de ver el río.

—No. Fue aquí.

—¿Aquí? —Lanzó una piedrecita que rebotó para luego hundirse en el agua.

—Yo vine junto a mis padres el día que adoptaron a Jimena, pero paseé junto a papá por estos lugares. Entonces la vi.

—¿Estaba sola? —Frunció el ceño.

—Sí, estaba sola.

Nuevamente le pareció extraño, Jimena nunca se separaba de ella, era demasiado temerosa.

—Creo que me gustó inmediatamente. Tan inocente y soñadora. —Sonrió—. Llevaba un lindo vestido amarillo y correteaba a un sapo. Por eso me gustó, porque estaba muy segura que el sapo se convertiría en príncipe.

Janna se quedó petrificada, congelada, aunque ya no hacía tanto frío. Esta vez buscó su mirada, e inevitablemente dejó escapar dos lágrimas. Él se giró hacia ella y se preguntaba por qué lucía así. Primero frunció el ceño y avanzó un paso.

—¿Qué te sucede? —La tomó por los hombros.

—No, no era Jimena —dijo entrecortada—. Era yo... Janna.

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