13. Todos tienen un secreto

A pesar de las insistentes súplicas de Lucas, Emilia no dio su brazo a torcer y fue con la madre de Derek a darle las noticias.

Temiendo por el estado de su hijo, la señora Lara se vio obligada a buscar a Janna. Nadie más que ella sabía cuánto él había sufrido por Jimena, y frecuentar a la hermana gemela podía confundirlo.

Sabía dónde vivía y donde trabajaba, por lo bajo estuvo pendiente de ella sin que llegara a saberlo, de cualquier modo, se sentía en obligación de responder por ella, aunque nunca se atrevió a darle la cara por el terrible parecido con su hija fallecida.

Fue hasta el departamento donde ella vivía y respiró profundamente antes de tocar. Cuando estuvo a punto de hacerlo, Janna apareció.

La joven la miró anonadada, no esperó verla, ni muchos menos en su casa.

—Señora Lara —respondió al saludo casi susurrando.

La tensión de antes había aumentado con la presencia de la madre de Derek, y luego de unos segundos de incertidumbre, la invitó a pasar aún sin comprender la razón de su visita.

La mujer se sentó en el sofá y posó su atención en la anciana que salía de su habitación junto a una muchachita.

—Señora Salma —saludó Lara poniéndose de pie.

La anciana respondió al saludo sin tener la más mínima idea de quien se trataba. Lara se sintió apenada, supuso que la señora Salma estaría enterada de las atrocidades que había cometido, seguramente la odiaba y no quería verla cerca de su otra nieta. Se sintió terriblemente mal, había fallado a muchas personas intentando proteger a sus seres queridos, incluso al recuerdo de su vieja amiga.

Había tenido pensando tener una conversación profunda con Janna, pero por lo visto no era posible. No fue necesario recibir información acerca del actual estado de la abuela de las gemelas, era más que evidente que no se encontraba en pleno uso de sus facultades mentales. Entonces era por eso que su saludo había sido tan fugaz... Se sintió nostálgica al verla de ese modo, pensando en la grandiosa mujer que algún día fue. Admiraba también la enorme labor que hacía Janna por su abuela, a pesar de su juventud.

—¿Me das un chocolate? —pidió la anciana a su nieta, cuando recién había acabado de comer uno.

—Abuela acabas de comer uno —concretó ella.

—¿De verdad? —cuestionó la anciana incrédula.

Lara la miró sonriente. No podía dejar de admirar a Janna. Tan parecida a ella. Pensó. Su parecido físico era en un porcentaje bastante alto. Sintió tanta ternura hacia la imagen que tenía frente a sus ojos; cuánto le habría gustado ver a su hija llegar a ser adulta...

—Tu madre y yo, éramos las mejores amigas —inició.

—Eso fue lo que la abuela me contó —respondió la joven mientras le servía té—. Le agradezco mucho que se haya hecho cargo de mi hermana.

—Fue lo mejor en mi vida. En un momento pensé en traerlas a las dos, pero no pude separar a ambas de su abuela. —Miró a la anciana que pintaba su cuadernillo de trabajos.

—Hizo una buena elección señora Lara.

—Lamento que no hayas estado junto a ella cuando abandonó este mundo. —Bajó la cabeza apenada.

—Al comienzo me sentí impotente, sin embargo, pude comprender que todo sigue su rumbo.

Lara no pudo evitar tomar las largas manos de Janna.

—Gracias por tu comprensión.

Llevaron a la abuela al parque para que se distraiga mientras ellas conversaban y contaban una que otra anécdota de Jimena.

Janna recordó el día que su hermana partió de su lado, en realidad fue ella quien debió haber venido, sin embargo, cambiaron sus vestidos para que no las reconocieran. Se preguntaba una y otra vez que pudo haber pasado si ella hubiese venido junto a Lara. ¿Sus vidas habrían tenido otro rumbo?

***

Caleb se había alejado de Janna por varios días. ¿La razón? Ni él la encontró coherente, pero de algo si estaba seguro, y es que la extrañaba mucho.

—Caleb. —Su madre que había venido a quedarse con él unos días, lo sacó de trance.

—Dime mamá —dijo el joven mientras cerraba su libro que, evidentemente no estaba estudiando.

—Llévale esto a Janna y a la señora Salma. —Puso sobre la mesa un tapper con riquísimo postre.

Él observó el manjar hecho por su mamá. ¿Qué le explicaría cuando ella le preguntase la razón de su extraño comportamiento?

—¡Hey! —Su madre hizo un sonoro aplauso frente a su rostro—. Te van a besar las moscas.

El joven suspiró y tomó el tapper ante su madre quien lo miraba extrañada.

Salió de su departamento y fue hacia el de ella; tocó muchas veces y se vio vencido al ver que nadie salía a recibirlo. De retorno al suyo, se fijó en una jovencita que caminaba de un lado a otro como si se hubiera perdido. La muchacha de cabello castaño, y piel pálida, fruncía el ceño mientras miraba el número de las puertas; evidentemente algo buscaba. Su lujoso atuendo y porte cuidado le decían que no era un departamento lo que buscaba, más bien a alguien.

—Hola. —Se acercó sonriendo—. ¿Buscas a alguien?

—Hola —respondió la joven mientras se llevaba el cabello atrás de la oreja—. De hecho, sí. ¿Conoces al señor Pedro? ¿O a Nina?

—Claro, viven en aquel departamento —señaló la puerta a lado de su departamento.

—Muchas gracias. —Sonrió mientras dos minúsculos casi imperceptibles hoyuelos se dibujaron sus comisuras—. ¿Cuál es tu nombre?

—Caleb, ¿y el tuyo? —preguntó mientras le tendía la mano.

—Yvonne. —Sostuvo su mano sin dejar de sonreír—. Fue un gusto Caleb.

—Igualmente, Yvonne.

El joven se despidió con una sonrisa mientras volvía a su departamento. Conocer a esa jovencita, le había alegrado bastante.

***

Derek observaba desde la ventana de su oficina. La gente caminaba de un lado a otro en aquella gélida mañana. El invierno había iniciado con fuerza y no se alejaría en un buen tiempo. Nadie se desprendía de sus abrigos, los aferraban a sus cuerpos como si de otra piel se tratase.

El teléfono de recepción captó su atención, dio vuelta al escritorio y contestó la llamada.

—Dime Emilia.

—Derek, tu madre está entrando.

—De acuerdo, gracias.

Ni bien colgó el teléfono, su madre entró con una sonrisa en los labios, y su particular abrigo de piel traído de quién sabe dónde.

—Mamá. —Sonrió también al verla.

—Hola hijo. ¿Va todo bien?

El joven afirmó con la cabeza sin dejar de sonreír.

Se sentaron frente a frente en el sofá mientras conversaban tranquilamente. Ella se quejaba de que él no la visitaba muy a menudo, aunque siempre ella se colaba en su departamento y le dejaba grandes filas de depósitos llenos de comida preparada. De hecho, ella era quien le hacía las compras y le mantenía todo en orden.

Lara tenía una conversación pendiente y no menos importante con él, pero no sabía por dónde empezar.

—Hace un par de días fui a ver a Janna —soltó, fingiendo mirar una revista.

Derek enarcó las cejas bastante sorprendido.

—¿Por qué motivo?

La mujer dejó la revista en su sitio para enfrentarlo como deseaba.

—Por muchas razones en realidad; quise conversar con ella y hablamos de muchos temas, pero no hablamos de lo que quise.

—¿Y de qué querías hablar?

—Sobre ti —determinó tensando la mandíbula. Derek frunció el ceño como respuesta—. En realidad, estaba preocupada, pero ese día pude darme me cuenta que, a pesar de tener el mismo aspecto, son muy diferentes

Él analizó las palabras de su madre, sin entender con exactitud a donde quería llegar

—Entonces...

—Tenía miedo que te sintieras confundido. No quisiera que la frecuentaras, pero al notarla tan diferente, pienso que tu mente puede comprender que no son la misma persona, aun así... tengo miedo.

—Entiendo —asintió.

—Derek... —titubeó.

—Dime mamá.

Ella dudó, pero respiró profundamente y continuó:

—En un primer momento quise traerlas a las dos conmigo, pero no pude por la señora Salma, y sé que hice lo correcto.

Derek bajó la mirada y suspiró.

—Lo sé.

Lara tenía tantas dudas respecto a la amistad de su hijo con esa jovencita, pero no podía hacer nada por el momento.

Después que su madre se fue, Derek pensaba una y otra vez en lo que le había oído. ¿Qué hubiese pasado si Janna también habría venido con Jimena? ¿En cuál de las dos se habría fijado? ¿Con cuál de las dos habría simpatizado más? ¿Con la tímida Jimena o con la extrovertida Janna? Tantas preguntas que quizá nunca resolvería...

A la hora del almuerzo Emilia entró sonriente a su oficina con unos papeles en mano. Lucía fantástica en su ceñido vestido color celeste. Derek se preguntaba cómo es que una joven hermosa como ella, no salía con nadie.

—Hoy prometiste almorzar conmigo —apuntó contenta.

—De acuerdo, vamos. —Derek tomó su abrigo color negro y la guio fuera de la empresa.

Emilia se abrochó el cinturón sin dejar sonreír. Comer con él era más que difícil, siempre estaba ocupado y las veces que no, comía con otras personas. A pesar que lo había querido durante años, no era capaz de mostrar sus sentimientos. Su terrible miedo al rechazo no se lo permitía, aunque más que eso, era el miedo en la posibilidad que él considerase en alejarse de ella si estuviera al tanto de sus sentimientos.

—¿Tienes novio? —preguntó él tomándola por sorpresa; de ningún modo se esperaba aquella pregunta. Sus mejillas se tornaron rojas y calientes, ¿por qué le preguntaba aquello?

—No lo tengo —respondió segura y con firmeza.

—¿Por qué? Pretendientes no te han faltado.

—Porque ninguno de ellos me ha gustado.

—¿Te gusta alguien? —continuó preguntando sin despegar la vista de la carretera.

—Sí —aseguró en tono bajo mientras volvió a verlo de perfil. Ganas no le faltaban de decirle lo que sentía.

El tono de llamada en el teléfono de Derek, le impidió seguir preguntado.

—¿Qué ocurre? —Atendió a la llamada.

—¿Dónde estás? —cuestionó Lucas al otro lado del teléfono.

—En dirección del restaurante, donde íbamos Emilia, tú y yo.

—¿Estás con ella? ¿Puedo ir?

—¿Si puedes venir? —Emilia puso atención a la conversación—. Claro Lucas, iba ir con Emilia, pero te puedes unir.

Ella gruñó por lo bajo, como siempre Lucas tenía que arruinar sus momentos a solas con Derek.

—Bien, ahí voy —dijo Lucas.

Aparcaron el auto junto a un restaurante italiano, el preferido de Emilia que, por cierto, ya no se veía tan emocionada como antes.

Fueron al interior del lujoso restaurante adornado de bellísimos cuadros de pintura italiana. Paredes de madera con plantas ornamentales colgando en cada esquina, y la bandera italiana en el centro.

—¡Aquí estoy! —Apareció Lucas con su eufórica personalidad. Emilia volteó los ojos—. ¿No te agrada verme? —se dirigió a ella. Le encantaba sacarla de sus casillas.

Ella los comparó a ambos, Derek tan elegante con su traje formal, su abrigo largo y cabello bien arreglado, mientras Lucas con su casaca jean, pantalones holgados y cabello desordenado.

—Para nada —concretó sin tapujos.

Derek se limitó a sonreír, nunca entendió porque no se llevaban bien, aunque siempre estaban presentes en el cumpleaños del otro, y era testigo del afecto que se tenían, pese a que no lo querían aceptar.

Entre risas degustaron el delicioso potaje italiano. Cuando fueron a dar el primer bocado, Derek guio su mirada a un punto en particular, o más bien en alguien en particular.

—Janna —murmuró mientras una sutil sonrisa se apoderaba de sus labios.

Emilia lo escuchó perfectamente bien, y temía voltear y verla.

—¡Oh, es Janna! —exclamó Lucas— ¡Hey Janna! —la llamó antes que Derek pudiera hacerlo.

Ella atendió al llamado sorprendida al verlos, mientras Emilia echaba fuego por los ojos, sólo eso faltaba.

—No esperaba verte —señaló Derek poniéndose de pie en cuanto Janna se acercó.

—Yo menos —sonrió. Hola, ¿cómo están? —saludó.

—Hola Janna, qué sorpresa —añadió Lucas, y Emilia sonrió sin ganas. —Vine a reunirme con la dueña del local, pero no está. Es la madre de uno de mis niños.

—Ya veo. Siéntate, acompáñanos en el almuerzo. —Derek jaló una silla para ella.

—No quiero molestarlos, no se preocupen.

—Para nada —se apresuró Lucas—, por el contrario, Emilia encantada que te unas con nosotros, ¿no es así? —Dirigió su mirada burlona a la pelinegra.

—Sí —respondió apretando la mandíbula. Tenía unas ganas enormes de golpearlo y arrancarle ese cabello cobrizo que tenía.

Janna se sentó junto a Derek y Emilia se retorcía de rabia; Lucas era el más beneficiado de la situación, burlándose de ella como siempre. Janna notó rápidamente lo mal que se llevan, sin entender por qué, se suponía que era compañeros de la escuela, se conocían de años.

—¿Tienes algún problema con alguno de los niños? —preguntó Derek.

Ella sacudió la cabeza.

—No, para nada, más bien vine a conversar con la madre de Alex porque irá al concurso de matemáticas.

—Alex es el que no se despegaba de mí, ¿verdad?

—Nadie se despegaba de ti —bromeó.

—Claro, lógicamente —contestó socarrón—. A ver, ¿entonces hablamos del pequeño rubio?

—Exactamente él.

Emilia los miraba casi hiperventilando, esa química que poseían no le gustaba para nada. El destino no le estaba jugando una buena pasada.

—¿Por qué te gustan los caracoles? —preguntó Lucas a Emilia, mientras jugueteaba con uno—. ¡Ya sé! Porque son tan lentos como tú —soltó en risas.

Los demás negaban con la cabeza sin entender la referencia, mientras Emilia entendía a la perfección.

—Ya no la fastidies —la defendió Derek.

Su secretaria le agradeció con una sonrisa.

—¿Me pasas la salsa? —Lucas se dirigió a Janna.

—Claro. —Le tendió el pequeño plato—. ¿También deseas? —le preguntó a Derek.

—No le gusta —se apresuró Emilia—, no le gusta la salsa.

—Ah —dijo Janna mirando a Derek, recibiendo una sonrisa por parte de él.

—No le gusta ningún tipo de salsa —prosiguió Emilia—. Fuimos a la misma universidad, y cuando salíamos a comer con todos, él era el único raro que no le gustaba la salsa.

—Él siempre ha sido raro —opinó Lucas lamiéndose los labios.

Derek fingió una mirada dolida.

—Es verdad —continuó Emilia—. No puede beber alcohol, su tolerancia es mínima; tampoco puede comer ají; detesta los lunes también —finalizó.

Janna se sintió un tanto incómoda, quizás hasta otro sentimiento. Era más evidente que Emilia lo conocía a la perfección y ella no sabía nada de él.

—Vaya —murmuró Derek—, ni yo mismo me conocía tanto.

—Es como una mosca en la pared —soltó Lucas divertido.

Un fuerte sonido proveniente del teléfono de Emilia captó su atención.

—Disculpen —pidió mientras se puso de pie y salió fuera del restaurante. En pocos minutos volvió y tomó su bolso—. Tengo que irme. Derek ¿me llevas?

—No puede —intervino Lucas—. Mi lacayo me llevará a un lugar. Aún no me devuelven la licencia de conducir. Lo lamento Emilia. —Hizo un puchero ganándose una mirada odiosa.

—Lo siento Emilia —repitió Derek—. Tengo que llevarlo, o va a fastidiarme todo el día, pero te acompañaré a tomar un taxi. —Se puso de pie.

—Adiós Emilia —se despidió Janna.

—Adiós —respondió seca.

Una vez que se alejaron Janna no contuvo las ganas de preguntar:

—¿Por qué te llevas tan mal con ella? —Bebió un poco de agua.

Lucas metió un bocado a su boca, y despreocupado respondió:

—Porque he estado enamorado de ella toda mi vida y siempre me ha rechazado.

—¡¿Qué?! —Casi se ahogó con el agua.

—Así como lo oyes —prosiguió como si le contara cualquier cosa sin importancia.

—Pero no tiene sentido.

—Nada en la vida tiene sentido. Tú, por ejemplo, aún no puedo creer que seas la hermana gemela de Jimena; quizá por eso te solté tan rápido mi secreto.

—Vaya, es que no parece, ¿por qué siempre la estás fastidiando? Parece que no la soportas.

—No la soporto en realidad. —Lucas dejó de comer para mirarla—. No tiene nada de agradable, de hecho, no combina para nada con mi deliciosa personalidad.

—Qué extraño. ¿Entonces por qué te gusta?

—Hemos ido juntos al pre escolar, desde ahí hasta la universidad. Sólo nos hemos alejado cuando me fui a Argentina. Si te preguntas que me gusta de ella, no lo sé.

—¿Por qué no se lo dices?

—Se lo dije, pero pensó que estaba bromeando. Quizás por eso la odio y la quiero, la odio porque está obsesionada con alguien que jamás le corresponderá y comete error tras error por él, y ha herido a personas maravillosas a causa de él, y sé que lo seguirá haciendo y quiero detenerla.

—No comprendo —concretó Janna frunciendo el ceño.

—Mejor así.

Lucas recordaba la cantidad de veces que Emilia hizo llorar a Jimena; si Derek se enterara la heriría y él no lo soportaría. Pero Janna pudo entenderlo, era obvio que Derek amaba a Jimena como a él mismo, y eso de seguro que fastidiaba a Emilia, que a leguas se notaba sus sentimientos por él.

—Jimena —pronunció de repente.

—¿Mmm? —Lucas metió otro bocado a su boca.

—Emilia hizo daño a Jimena.

Lucas fijó su mirada en su plato, se arrepintió de haberle revelado eso. Fingió una sonrisa cuando Derek volvió con ellos, pero no le pasó desapercibido el silencio que se formó con su presencia.

—¿Qué fue eso? ¿Acaso hablaban mal de mí?

—Así es, le estaba contando tus malos hábitos —dijo Lucas.

—¿De verdad? —Derek buscó respuesta en Janna.

—Completamente —prosiguió ella sonriendo sin ganas.

La imagen frágil de su hermana se le vino a la mente y se la imaginó siendo intimidada por Emilia, dañada por ella cuando ya cargaba la tristeza de su enfermedad. Sintió mucha rabia y quiso encararla en ese mismo momento, pero luego pensó que de seguro ella ignoraba su condición y que se dejó llevar por la locura adolescente.

—Bueno, adiós, tengo mucho por hacer. —Lucas se puso de pie—. Adiós Janna, espero verte pronto.

—¿No dijiste que querías que te lleve al hipódromo? —cuestionó Derek.

—Sí, pero ya no. Nos vemos.

—Adiós Lucas. —Janna se despidió con la mano.

Después de salir del restaurante, Derek salió junto a Janna, dijo que tendría que ir al mercado, así que se ofreció a acompañarla. Ella le hizo detener el auto frente a un lugar que Derek jamás había visto. Janna fue la primera en bajar y él la siguió.

—Llegamos —dijo Janna estirando los brazos.

Derek observaba de un lado a otro. Había cantidad de personas que se empujaban, se golpeaban y gritaban.

—Pensé que iríamos al mercado. —No despegaba sus ojos de los comerciantes que ofrecían sus productos abiertamente.

—Esto es el mercado. —Señaló a su alrededor—. Mercado popular. Nunca has venido, ¿verdad?

—Evidentemente.

—Todo es más barato y fresco. Suelo comprar aquí mis verduras y frutas. —Empezó a adentrarse más, mientras él intentaba permanecer junto a ella—. ¿Has escuchado de los productos transgénicos?

—Por supuesto.

—Son los del súper mercado. En el mercado popular los encontrarás frescos y de buena calidad.

—Vaya, no lo sabía.

—Ahora lo sabes.

Janna se adentró más entre la multitud mientras Derek continuaba siguiéndola con mucho cuidado, intentando no toparse con nadie. Ella se detuvo frente a un tipo regordete que vendía fruta.

—Un kilo de mandarinas por favor —pidió.

—De acuerdo.

El hombre llenó con rapidez las mandarinas en una bolsa. Mientras se dio la vuelta para pesar, Janna tomó dos mandarinas y las introdujo en los bolsillos del impecable abrigo de Derek.

—¿Qué haces? —preguntó horrorizado y asustado.

—Shh. —Cubrió sus labios con el dedo índice.

El hombre le entregó la bolsa, y Derek metió la mano en sus bolsillos temiendo ser descubierto. Si ese hombre corpulento los atrapara, de seguro que su lindo rostro quedaría con una perceptible cicatriz.

Esperó alejarse lo suficiente para enfrentarla.

—¿Qué fue eso?

—No te sientas infraganti —indicó Janna con tanta tranquilidad que preocupaba. Mira. —Tomó las dos mandarinas y las llevó a una balanza que estaba en venta—. ¿Me la presta? —se dirigió a la dueña.

—Claro, linda.

Janna puso primero su bolsa de mandarinas y el peso era menos de un kilo.

—Hay menos de un kilo —anunció Derek.

—Ahora mira. —Puso ambas mandarinas, y con ellas daba un kilo exacto.

—Vaya. —Abrió bien los ojos—. ¿Cómo lo sabías?

—No te dije, pero la mayoría te roba el peso. Es la desventaja de un mercado popular; claro que no todos los mercaderes son así.

—Entonces eres ladrón que roba a ladrón.

—Y tiene mil años de perdón —determinó orgullosa—. Gracias señora. —Le dio una mandarina, la otra la partió a la mitad y se la dio a Derek.

Él probó la fruta y comprobó que el sabor era fresco y delicioso.

—He aprendido muchas cosas hoy, a comprar, a negociar, y a robar —estableció entre risas. Janna rio también.

Salieron del mercado, o más intentaban salir del mercado, porque las personas se habían amontonado como hormigas. Janna caminaba con destreza, pero Derek parecía un carro metido en el tráfico. Cuando ella se dio cuenta que él no le seguía el paso, tuvo que volver, lo encontró estancado entre muchas personas.

—Pobre Derek —musitó.

Fue hasta él y le tomó la mano para ayudarlo a salir del tumulto. Derek sonreía, mas dejó de sonreír repentinamente al sentir su corazón latir con rapidez, era por el contacto con su piel, con su suave y cálida mano; sin embargo, no era el único al que le latía rápido el corazón...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top