Prólogo
Ella contemplaba el exterior desde su ventana, viendo a las personas pasar.
Sonrió mostrando todos sus dientes cuando vio a sus compañeras de clase.
Corrió fuera para alcanzarlas, las llamó y ellas se volvieron a verla con una mueca.
-¿Puedo ir con vosotras?- preguntó la pequeña ilusionada.
Las otras niñas se rieron cruelmente.
-Nosotras no nos juntamos con bichos raros.- respondieron mirándola con cara de asco.
Las niñas se fueron mientras se reían. La otra pequeña apretó los dientes y el brillo de sus ojos iba desapareciendo. Fue a paso ligero hasta su casa y corrió hasta su cuarto, donde se tiró en la cama sollozando.
Sintió una presencia sentándose a su lado y acariciándole el pelo.
-¿Cuándo vas a aprender que las personas son crueles?- preguntó Verónica con voz suave secándole las lágrimas.
-Yo... solo quería tener una amiga.- murmuró entre sollozos.
-Yo soy tu amiga, ¿es que eso no es suficiente?- contradijo Verónica.
La pequeña asintió débilmente y la miró a los ojos.
-Debes aprender Thalia, en este mundo siempre habrá personas que no querrán verte feliz, y harán lo posible para hundirte, no debes dejar que te ganen.- le susurró Verónica al oído.
Thalia suspiró y volvió a asentir. Las niñas habían sido malas con ella, y eso no se iba a quedar así.
Cambió su cara de tristeza por una de enfado, de rabia, de esas que juraban venganza por cada peca de su cara.
Esa niña de cinco años aprendió ese día algo, que no se iba a dejar ganar por nadie, y nadie iba a hundirla, no de nuevo. Porque todos los días pasaba por aquello, porque no tenía amigas reales, porque, al fin y al cabo, una niña de cinco años no debería pasar por eso.
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