Capítulo 4


Verónica entró minutos después y se detuvo un momento a contemplar el pálido rostro de Thalia surcado por las lágrimas.

Acarició su pelo, en un intento de que se calmara en sus sueños.

Vio la carta retenida en sus brazos y se la quitó con delicadeza, para leer la letra de alguien a quien conocía muy bien.

Thalia, nuestra pequeña.

Sabemos que tendrás millones de preguntas, y si tienes esta carta en las manos conocerás parte de la verdad.

Lo sentimos tanto princesa, sentimos tanto no estar ahí para ti, habernos perdido tus primeros pasos, tu primera palabra, la manifestación de tus poderes.

Pero estás en peligro, nosotros también, nos persiguen, por eso tuvimos que dejarte, para protegerte.

No sabemos qué habrá sido de nosotros cuando tengas esta carta, pero por favor no nos busques, te pondrás en peligro.

Si quieres saber algo, pregúntale a Minerva, ella te aclarará todas las dudas que puedas, menos información sobre nosotros.

Esperamos que tu nueva familia te cuide y te quiera tanto como lo hacemos nosotros.

Te amamos, por eso hacemos esto, este mundo es peligroso incluso sin Voldemort en él, el mal acecha, debes estar alerta.

Te aman,

tus padres.

Verónica sonrió, doblando la carta.

Por supuesto que el mal acechaba, estaba por todas partes, muy cerca y demasiado lejos para los ojos de la gente.

Pero mientras supiera cómo esconderse sería suficiente, nadie lo encontraría, ni el mismísimo Harry Potter, el niño que sobrevivió, no solo una, dos veces, quien luchó contra Voldemort y lo mató.

*****

-Thalia, por favor, tenemos que ir a ese sitio del que no recuerdo el nombre que nos dijo el señor Longbottom, sal de la habitación- suplicó por décima vez Lydia apoyando la frente en la puerta de la habitación cerrada con seguro.

Y otra vez nadie le contestó al otro lado, como si no hubiera nadie.

El día anterior Thalia no parecía enfadada con sus padres, más bien estaba triste, pero por la mañana cuando Lydia había ido a despertarla para ir al Callejón Diagon se encontró con la puerta cerrada y una ley de silencio por parte de su hija.

-Cariño, no va a salir, es demasiado pronto- Tom se acercó a donde su mujer estaba con expresión cansada, no eran las vacaciones que pensaron que tendrían.

Justamente ese día debían irse a Miami de viaje familiar a disfrutar de sus vacaciones de verano, pero después de lo que pasó y a sabiendas de que el día siguiente era 1 de Septiembre y Thalia tenía que coger el Expreso de Hogwarts, a parte de todas las emociones, prefirieron cancelarlo.

Sus padres no estaban muy animados con esta idea, pero era lo mejor para su hija, ella era una bruja y debía aprender magia.

Ambos repetían muchas veces estas palabras en su cabeza para terminar de creérselas, porque claro, para dos muggles no era fácil aceptar que algo así existía, y mucho menos para ellos, que siempre lo habían negado.

Tom hizo un intento de llamar a la puerta pero esta se abrió, dejando ver a Thalia totalmente arreglada para salir, no con la mejor cara de entusiasmo pero hacía un intento.

Thalia miró fríamente a sus padres y pasó por su lado ignorándolos.

Lydia suspiró, definitivamente era una ley de silencio.

-¿Tienes hambre? Podemos ir a ese sitio que tanto te gusta a desayunar- dijo ella intentando sonar animada.

Pero Thalia no iba a ceder tan fácilmente. Era de locos, sus "padres" habían estado mintiéndole todo este tiempo y esperaban que ella no estuviera enfadada, y sus supuestos padres estaban más locos aún si esperaban que ella ignorara que la habían abandonado, a pesar del peligro, le daba igual, no era justo.

-¿Nos vamos?- preguntó arrastrando las letras.

Sus ojos grises no reflejaban ninguna emoción.

-Cariño, por favor, tienes que comprender...- intentó Lydia, sientiendo cómo las lágrimas iban a sus ojos.

-No, no tengo que comprender nada- la interrumpió, cada palabra se sentía como una bala.

No estaba enfadada, ni si quiera estaba triste, no le quedaban lágrimas que llorar, solo quería saber quién era ahora que no tenía apellido, porque Simmons ya no era su apellido, era de una familia de muggles, y ella provenía de una familia de magos, por lo que decía la carta.

En el coche de camino a Londres reinaba el silencio, un incómodo y tenso silencio, solo interrumpido por los intentos sin éxito de Lydia de comenzar una conversación con su hija.

El Caldero Chorreante se encuentra en la calle Charing Cross Road entre tiendas de ropa y discos, perfectas para distraer a los muggles del bar, porque los muggles no suelen darse cuenta de los pequeños detalles, como un pequeño bar por donde se entra al Callejón Diagon.

Pero Neville ya les había advertido sobre eso, por eso ellos no pasaron de largo, se pararon frente al bar y admitieron que jamás se habrían dado cuenta de que estaba allí.

Lo miraron con desconfianza, no parecía el mejor lugar para estar, pero tuvieron que entrar.

Thalia iba delante de sus padres, siempre iba delante, y ellos tenían que dejarla, era su mundo después de todo.

Un hombre gigante le cortó el paso cuando iba serpenteando las mesas, y Thalia tuvo que alzar su cabeza para mirarle.

Era un hombre sonriente y barbudo, con un abrigo marrón, y no necesita presentación, pues lo conocemos de sobra.

-Hola pequeña, tú debes de ser Thalia- su voz grave atrajo las miradas de muchos, que siguieron con lo suyo después de un vistazo.

-S-sí- la rubia asintió intimidada por la altura de aquel hombre.

-Yo soy Rubeus Hagrid, soy el guardián de los terrenos de Hgwarts y el profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas- informó el gigante- Neville me habló de ti, vengan vengan, les mostraré el camino.

Hagrid empezó a andar hasta una puerta trasera y la familia extrañada lo siguió.

Frente a ellos había un gran muro, y la familia ya empezaba a creer que se estaban volviendo locos, sensación que aumentó cuando, después de apretar un ladrillo, una puerta se abrió en el muro dejando ver una larga calle inundada de gente y de gritos.

-Bueno, bienvenidos al Callejón Diagon, donde podrán encontrar todo lo que deseen, y el material escolar para Hogwarts. Deben ir a Flourish y Blotts si quieren encontrar los libros que su hija necesitará, a Madam Malkin para conseguir una túnica, por supuesto a Ollivanders a por su varita, a la Tienda de Calderos, la Tienda de Pergaminos, plumas y tinta y a Florean Fortescue si quieren disfrutar de un buen helado.

Después de eso Hagrid se despidió y se perdió detrás del muro, que se volvió a cerrar.

La familia se quedó un rato mirando el muro sin saber qué hacer, y Thalia tomó la iniciativa comenzando a andar.

Se paró frente a la primera tienda que vio que le sonaba que Hagrid mencionó, la librería, que estaba abarrotada de gente con sus compras a última hora.

-Si es que os dije que no deberíamos haber dejado las compras para el último día, esto es un desastre- una mujer de pelo castaño junto a un numeroso grupo de personas se quejaba al final de la cola que esperaba para el mostrador.

-Cálmate amor- un hombre rubio platino la abrazó por los hombros y le dió un beso en la frente.

-Esto fue culpa tuya, por estar en esa misión peligrosa- acusó una pelirroja señalando a un moreno azabache con gafas que sonreía con culpabilidad.

Thalia abrió mucho los ojos observando a todos los niños que estaban al rededor de esos cuatro adultos, ¿acaso los magos eran conejos?

Thalia esperó a sus padres posicionándose detrás de esas personas en la cola, permitiéndose un tiempo para contemplar todo a su alrededor.

Era una librería enorme, la más grande que había visto.

Sacó la lista de las cosas que debía comprar y releyó el nombre de los libros que tenía que comprar, que eran lo más extraño del mundo, seguro que si le enseñaba esa lista a algún muggle creería que estaba loca.

Bueno, más de lo que ya creían que estaba.

-Oye Malfoy, ¿esa chica no se parece a ti?- susurró el hombre azabache para que nadie más a parte de los cuatro adultos lo oyera.

-Ahora que lo dices... sí, me fijé en ella cuando entró- susurró Draco de la misma forma.

Los cuatro adultos miraron fijamente a la rubia, que al notar la mirada de todos ellos les devolvió una mirada fría para que dejasen de observarla de pies a cabeza, incomodaba.

Los cuatro adultos apartaron la vista inmediatamente y volvieron a juntar sus cabezas.

-Es igualita a ti- susurró Hermione sonriendo divertida- Draco, ¿me pusiste los cuernos?

Harry y Ginny aguantaron la risa y Draco negó horrorizado.

-Jamás.

Pero era verdad que ellos dos se parecían, aunque eran comparaciones estúpidas.

La cola fue pasando lentamente, y cada vez la paciencia de Thalia empeoraba.

La familia que tenía delante iba a tardar demasiado, Thalia lo sabía, y también sabía que habían estado hablando sobre ella.

¿Era porque venía con muggles? Porque ya los habían mirado mal un par de veces fuera.

Porque todos sabían que, a pesar de la guerra, los prejuicios seguían incluso diecinueve años más tarde, incluso ahora quedan personas con prejuicios.

La gran familia se fue de la librería y por fin pudo llegar al mostrador, que atendía una mujer sonriente.

-¿Qué se les ofrece?- preguntó dirigiéndose a toda la familia.

Thalia desdobló la lista y se la entregó a la mujer, que asintió y se giró para elegir un montón de libros que puso sobre el mostrador.

-Te he añadido también Historia de Hogwarts, porque te vendrá muy bien leerlo- le dijo a Thalia guiñándole un ojo.

La mujer les cobró los libros y Tom los cargó para poder salir de la tienda.

-Para la próxima vez tenemos que conseguir esas monedas que usan los magos- comentó este, sin recibir más que un asentimiento por parte de su esposa.

La tienda que estaba al lado de la librería era la de las túnicas, y Madam Malkin les recibió y sin preguntar nada empezó a tomar las medidas de Thalia.

Después fueron a la tienda de calderos, y después a la tienda de pergaminos, plumas y tinta.

Y por último entraron a Ollivanders, que estaba vacío.

Un anciano apareció detrás del mostrador con una sonrisa extraña.

-Sé quién eres- fue todo lo que dijo, para perderse tras las estanterías repletas de cajas y armar un gran alboroto.

Thalia miró a sus padres confundida. ¿Cómo iba a saber ese señor quién era ella, cuando ni ella misma lo sabía?

El señor volvió luego de unos minutos con una caja en la mano, y se la entregó a Thalia.

Thalia abrió la caja y sacó un palo alargado con una forma extraña de esta. Frunció el ceño.

-Es una varita, niña, agítala- dijo el anciano.

Thalia lo hizo, y una fuerte explosión hizo que una silla estallara en pedazos.

-No, esta no- murmuró el anciano y desapareció para volver otra vez con otra caja.

Esta vez la varita tenía una forma diferente, pero el mismo resultado, y esta vez fue un jarrón el que explotó.

Thalia suspiró y guardó la varita en la caja.

El anciano sonrió, y trajo otra varita diferente, marrón y con una forma preciosa, o al menos ella lo pensaba.

La cogió con manos temblorosas y lo sintió. Sintió una energía emanando de la varita, que se iluminó al tacto.

Sintió emoción por primera vez desde que había recibido la carta, porque en ese momento supo que todo era verdad, que todo eso existía, y qué niño no estaría emocionado.

La luz se apagó y miró a al anciano, que volvía a sonreír misteriosamente.

-Madera de haya, con pelos de unicornio en el núcleo, 42 centímetros, rezonablemente flexible. Una buena varita, sí señor, poderosa, muy poderosa- el anciano describía la varita, pero Thalia no lo escuchaba, estaba ocupada admirando su varita- Sí, la varita perfecta para ti.

Lydia y Tom no comentaron nada, solo pagaron la varita y salieron de la tienda.

Todos carcagan algo, y estaban cansados, eran muchas cosas para llevar.

Thalia solo quería llegar a su casa para contemplar esa varita y leer el gordo libro de Historia de Hogwarts, sentía curiosidad por su futura escuela.

Volvió a ver a la gran familia dentro de una tienda que se llamaba Sortilegios Weasley. Parecía que se divertían, los adultos estaban hablando con un pelirrojo alto y con un traje de color magenta.

Lo ignoró y siguió su camino hasta la salida, sonriendo por primera vez en el día.

*****

Los Malfoy, los Potter y algunos Weasley pasaban el último día de vacaciones en la mansión de los Malfoy.

Los niños estaban fuera jugando al quidditch y los adultos compartían un trago de whisky de fuego en el salón.

Pero Draco no estaba tranquilo, aún seguía pensando en la niña de esa mañana.

De repente se le ocurrió una idea y, agarrando a su esposa de la mano, la llevó escaleras arriba hasta su despacho.

-¿Qué pasa Draco? ¿Por qué estás tan alterado?- preguntó Hermione mirando a su marido.

Draco no le respondió, solo buscó algo en la pared y cuando dio con ello abrió los ojos como platos.

-Es ella.

*****


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