Prólogo (reeditado)
Miro por la ventana como esas cositas blancas bajan del cielo y se fusionan con el suelo también blanco.
Escucho por enésima vez las agujas del reloj resonando con su estruendoso sonido, los tacones de mi madre chocando en el suelo, las uñas del gato siendo rasgadas contra la alfombra...
Todo se mezcla creando algo realmente insoportable y abrumador que me obliga a taparme los oídos con fuerza.
Pero los ruidos persisten y empiezo a mecerme de a lante a atrás mientras suelto un grito de frustración, esperando amortiguar así todo ese terrible estruendo con mi propia voz.
No funciona. Siento que voy a explotar y decido golpear mi cuerpo para expulsar esa horrible sensación. Quiero que a acabe, necesito que termine.
No tardo en oír los gritos de mi madre que solo hace que todo empeore.
¿Por qué me grita? ¿No ve que eso es lo que me hace daño? Ella lo sabe y aún así alza la voz.
—¡Peter, cariño para!
Sin embargo ahora la escucho muy lejana, amortiguada por el sonido que aun me atormenta.
Y no quiero mirarla, cada vez que lo hago es como si miles de ella aparecieran a la vez ante mis ojos, creando una confusa imagen que solo me pone más nervioso.
Siento de pronto como me agarra y me envuelve en un fuerte abrazo que me impide moverme. En un inicio me desespero e intento zafarme, pero mis esfuerzos son en vano. Finalmente, poco a poco noto como me relajo al dejar de luchar y todo el estruendo de mi alrededor desaparece.
Todo vuelve a estar en calma y puedo respirar tranquilo en los brazos de mamá.
• ────── ✾ ────── •
—¿Qué vamos a hacer? No podemos dejar que la familia venga, sabes lo que ocurrió el año pasado, Peter lo pasó fatal.
—¿Y qué pretendes? ¿Que le digamos a todos que no vengan porque nuestro hijo no podrá soportarlo? ¡Arruinaremos la navidad de la familia! —el grito de mi padre me provoca un pitido en el tímpano.
—¿Y eso es más importante que tu hijo? —mi madre también exclama con fuerza.
Me tapo los oídos y cierro los ojos cansado. Se que están discutiendo por mi. No sé que he hecho mal en esta ocasión, pero los he oído mencionar mi nombre suficientes veces como para saber qué es a mi causa. Que es mi culpa.
Me pongo de pie y voy a cerrar la puerta de la habitación con intenciones de apagar los gritos de esa horrible discusión. Vuelvo a arrodillarme en el baúl que está pegado a la ventana y me asomo a ver por ésta, presenciando así el caer de esas cositas blancas que se funden en la nieve cuando la alcanzan.
Es tan bonito. No hace ruido, no deslumbra, no huele... Simplemente es una acción completamente indolora a mis sentidos. Por eso me gusta.
De hecho es lo único que me gusta del invierno, la nieve. Lo demás me desagrada, lo demás ya no tiene gracia. Lo demás duele.
Porque en invierno es cuando viene también el frío, esa sensación que es tan fuerte que hasta quema en lugar de congelar. También porque es cuando hay colegio y tengo que soportar la impertinencia de algunos de mis compañeros que, a pesar de intentar adaptarse a mi forma de ser —al menos los que se molestan a ello—, solo consiguen que me sienta mas inútil.
Y lo peor de todo, lo que menos soporto del invierno, es la navidad.
Odio esa etapa del año, esa horrible festividad, porque en esos días se acumula un montón de gente en casa. Gente que no conozco, gente que apenas me suena de haberla visto alguna vez, gente que hace demasiado ruido... Gente que mata y masacra todos mis afilados sentidos.
Definitivamente aborrezco la Navidad.
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