Volvió.


La encontré el Lunes siguiente.

Estaba en el patio trasero, junto a los basureros. La había seguido tras la primer clase de economía.

La observé con vehemencia: Creí que buscaba algo entre la basura, pero en realidad, trataba de que la sangre que caía de su nariz, aterrizara sobre el cesto. Estaba por alejarme, aquello no me interesaba en lo absoluto, cuando volvió su cabeza hacía mí. 

Sus ojos lucían desesperados; la mitad de su rostro estaba cubierto con sangre oscura, pareciera que hubiese comido carne cruda. Sentí nauseas, miedo, quise irme. Pero me detuve.

Sus lágrimas me detuvieron.

— ¿Quieres un pañuelo? —Le pregunté, dando un paso en su dirección.

—Por favor —a pesar de algunas lágrimas, sonrió. Sus dientes también tenían sangre.

Le di el pañuelo, y me quedé frente a ella.

— ¿Sierra? —Quise saber.

—Oh, no —se limpió con apuro. El silencio nos envolvió, por lo que pensando que no precisaba más caminé en dirección de la entrada a la universidad.

Pero antes de entrar del todo, me detuve. 

El recuerdo de sus lágrimas me detuvo.

—Perdón por lo de la otra vez —le dije. Nuestras miradas se cruzaron una vez más, pero antes de que dijera algo, me metí.

Me iba a volver loco. 

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