una vieja amiga.
Llegué al Saint Clair por la noche, media hora antes de que las visitas se terminaran: Era un hospital de beneficencia, cuyo olor era más a sangre que a químicos; los alaridos de los enfermos llegaban desde la recepción, y todo en mí gritaba que me diera media vuelta y me alejara. No eras tan importante como para someterme por cuenta propia a la inmundicia...
Pero por otro lado, ya estaba ahí, así que me dirigí al pabellón donde estabas. ¿Qué tenías? La enfermera no me había querido explicar, de hecho, nadie en el puto mundo podía decírmelo. ¿Qué tenías? ¿Qué te motivaba? ¿Qué eras?
Al entrar al pabellón y verte en medio de más enfermos llenos de pústulas, vómito y...Heces, supe que nunca descubriría que eras. Sólo que debías valer mucho, pues un ser humano debía tener un corazón y estómago fuertes para entrar a ese lugar.
Me acerqué, tenías los ojos entrecerrados, y tus pupilas se dilataron al verme. Yo intenté sonreír, pero el hedor que salía de la cama era casi insoportable.
— ¿Qué diantres te pasa? —Pregunté, aunque en mi mente pensaba en decir algo suave, el enojo que me corroía por verte así me había ganado.
Inspiraste hondo, tu mirada se volvió triste.
—Leucemia —dijiste, como si se tratara de una vieja amiga.
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