Una foto.
—Entonces, ¿quieres que salgamos de nuevo?
Sierra se ríe. Dante y Trystan, sus estúpidos amigos también. ¿Qué es lo que les causa tanta risa? Apenas la escucho. Estamos en gimnasia y los de baloncesto entrenan.
—Sí...mierda —susurré más bajo. Noto como ella se regodea, pensando.
—Bien, volvemos... Sí —eleva el dedo índice—. Primero te tomas una foto con la vagabunda, y después la invitas a la fiesta de Dante.
Se vuelven a reír. Aprieto la mandíbula. Pero no puedo evitar no acceder. Amo la fotografía. Pero no como amo a Sierra. Me alejo dando grandes zancadas en dirección de las gradas donde tengo mi cámara a salvo del deporte. La tomo. Más arriba está ella, viendo a todos lados, nerviosa. Resoplo, y fingiendo mi mejor sonrisa me acerco. Puedo notar las miradas de todos encima mío.
Dios, santo.
— ¡Hey! —saludo, sentándome junto a ella. Sigo sonriendo—. ¿Te tomarías una foto conmigo? Tengo un buen filtro polaroid aquí mismo, y me gustaría tomarme usarlo contigo.
Me mira. Sus ojos son un par de noches oscuras. Me estremezco.
—Te tiene muy emocionado ese filtro. Pero accedo.
—En realidad... Me emociona que tú quieras tomarte la foto —replico, intentando ser cortés.
Un par de estrellas se pintan en sus ojos.
—Estoy despeinada —me riñe. Y lo está. Terriblemente. Y no trae ni gota de maquillaje. Es un desastre.
—Eres salvaje, y me gusta. Vamos —insisto. Y no mentía del todo. Lo salvaje, lo espontáneo siempre era mejor.
Aunque en otras personas.
Nos acomodamos. Siento su aliento en mi cuello, y apunto la cámara en nuestra dirección. Siempre amé sonreír en las fotos, esa no fue la excepción.
Pero después... Después me di cuenta que había sonreído más de la cuenta.
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