es hora


Cenábamos un par de malvaviscos al calor de la estufa, cuando de tu naríz una perla color rojo emergió como aviso de fatalidad.

Con nuestros ahorros para conseguirnos una mejor casa te llevé al hospital más cercano. Te han hecho los estudios necesarios, y el médico está encerrado contigo en tu habitación. No has querido que entre. Pero apenas sale el galeno, yo me inmiscuyo en la habitación.

Y te encuentro como menos me gusta verte: Llorando sin consuelo contra la almohada.

What is wrong, my love? —desde que nos habíamos mudado, el inglés era lo que más hablábamos en el trabajo, por lo que nos soltábamos algunas cosillas en el idioma. 

Alzaste tu cabecita bonita desde el fondo de la almohada. Tragaste saliva y me tomaste de la mano.

—Se acabó —susurraste con apena voz, bajando la mirada para concentrarte en mi mano, y en sus dedos.

— ¿Cómo así? ¿Qué pasa? Explícamelo.

—Tengo que cumplir otro tratamiento...Costoso —añadiste, con pesar—. No tenemos ese dinero... y he estado pensando que es tiempo. —fruncí el ceño ante lo que decías, sin acabarte de entender—. Tiempo de dar por terminada esta aventura. Ésta vez para siempre.

Abrí los ojos como plato ante tu insinuación.

— ¿Aventura? 

—Sí. No seamos ilusos románticos —susurraste, ésta vez, mirándome fijamente a los ojos; no había ni una pizca de indecisión—. Es hora, Tom. Tú no tienes porque hacerte cargo de mi, ni de lo que me acontece —tomaste fuertemente ahora ambas manos, y te la llevaste a tus labios. Yo no podía hablar, me sentía fatal—. Es hora de madurar y crecer. Afrontar el destino. Durante meses evadiste el tuyo de lo más valiente; dejaste atrás riquezas, una vida de ensueño, a cambio de venirte conmigo y mis tristezas. —negaste con la cabeza, con añoranza; te veías cada vez más derrotada a pesar de que hablabas con firmeza—. Pero no se puede evadir el destino tanto tiempo. Es evidente lo que sigue, yo... Moriré. Antes que tú, porque sé que morirás en algún momento, y entonces, estaremos juntos —elevaste una mano para tocarme la mejilla con ella, y no me opuse, no me opuse porque me sentía mal y te necesitaba—. Lo estaremos. Lo sé. Yo lo sé —no pudiste contener más el llanto, y después de hacer un puchero con la barbilla, te echaste a sollozar terriblemente.

¿Qué podía decirse de mí?

Estaba ante una encrucijada; por una parte tenías razón. No tenía porque hacerme cargo, bien podría irme, y nadie sabría que te abandoné... Más... Aquello no había sido una aventura. Yo había planeado ir seriamente contigo.

Respiré hondo varias veces para calmarme, quizás era momento de ir más enserio.

—Para mí no fue una aventura, que triste que lo veas así —comencé, inclinándome sobre la cama para que me escucharas mejor—. Realmente quiero estar contigo. No eres un capricho de niño rico.  —me observaste detrás de una cortina de lágrimas, que me moría por limpiar—. No lo eres —aseguré, cogiendo tus dos manos con entereza—. Así que, escúchame bien, porque no lo pienso repetir... Yo sé que... Nunca te pedí que fuéramos novios, pero en vista de los acontecimientos en los cuales parece ser que no me crees que... Te quiero, yo... Me pregunto, sí, tú... Bueno —cerré los ojos, soltando todo el aire que me impedía hablar, antes de verte a los ojos, seguro de mí mismo—. Bueno...  ¿te casarías conmigo?

Me sorprendió que respondieras de inmediato.

—Lo haces por lástima —gimoteaste; tus manos estaban heladas.

—Oh, no jodas —rodé los ojos, un tanto impaciente—. No dejé todo por ti para que pienses que me quiero casar por compasión. Mírame, mírame y escúchame —lo hiciste, porque eras débil a mí y yo era débil a ti—. Encontré en ti lo que nunca nadie me dio antes; un aliciente para seguir viviendo. Casados o no, yo seguiré trabajando para que vivas bien; para que tengas tres comidas al día, y para... Seguir llevándote a bailar, o algo así —sonreí enternecido, esta vez yo iba a llorar—. Sabes que hasta dejaría de fotografíar si eso sirviera de algo, así que...Si nos casamos, sólo lo haríamos oficial, sería oficialmente tu problema y tú el mío. ¿Eh? ¿Qué dices? Di que sí. 

—Abrázame —acertaste a pedir.

Y obedecí. Me acerqué y te envolví entre mis brazos con fuerza. Unas cuantas lagrimillas se me escaparon. Era tan fuerte aquel encuentro que sentí que me desmayaría.

— ¿Estaremos juntos? —murmuraste en algún punto.

—Hasta el final —Te constaté, cerrando los ojos y sintiéndome el hombre más afortunado de tenerte entre mis brazos.  


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top