elecciones


Al volver a casa, mis padres me esperaban con los brazos cruzados.

Mi madre lloraba; ¿por qué había dejado a la pobre de Sierra? ¿En qué me estaba convirtiendo?  ¿Por qué era el hazmerreír de la ciudad? Mi padre en cambio, me llevó a su estudio para hablar, o más bien, amenazar.

—Sí no terminas la escuela y encuentras a la chica indicada...—siseó fríamente, mirándome por encima de sus gafas de montura dorada—. Dejarás de ser mi hijo. 

No respondí nada.

No hablé los días siguientes, porque me reconocía; era un perfecto inútil. Sin el dinero de mis padres era un don nadie.

No obstante, en algo no tenía razón mi padre y me aliviaba:

Nunca había sido su hijo.


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