Introducción
Trafalgar Law, un joven graduado en medicina de veintiséis años, volvía abatido hacia su casa.
Su dos años obligatorios de posgrado acababan de finalizar hacía poco y no había conseguido que le admitieran en la especialidad que deseaba: cirugía general.
Y no solo es que no le hubiera tocado su petición más deseada, es que le había tocado pediatría. Era lo peor que podría haberle pasado. Los niños no eran de su agrado.
¿Acaso nada podía salirle bien? ¿No había sufrido ya bastante durante toda su vida?
La tarde pasó lenta. Estuvo repasando la información que había juntado sobre la especialidad de pediatría, aunque ya hacía días que sabía de memoria todas las funciones.
Le entraba agonía solo de pensarlo, pero ya no había nada que hacer. El destino así lo había decidido y tenía que ganarse la vida de algún modo. No podía seguir siempre con trabajos esporádicos y con la herencia de su familia.
La noche no fue mejor, nunca lo era. Era entonces cuando horribles imágenes y pensamientos irrumpían en su cabeza.
A veces deseaba haberse subido a aquel avión con su familia y haber muerto junto a ellos. Sin embargo, otra parte de él le decía que debía seguir adelante por ellos, aunque la vida no se lo estaba poniendo nada fácil.
Mientras el joven de cabello negro daba vueltas sobre su colchón, un pequeño destello de luz acababa de irrumpir en la casa e iba desplazándose sin rumbo por las habitaciones.
—¿Será aquí, verdad? —se preguntaba a sí misma—. Debe estar durmiendo. A ver... ¿Qué puerta será?
No es que la casa fuera muy grande, pero no dio con la habitación correcta hasta el último intento. Primero la cocina, luego el baño, un pequeño despacho y, por fin, el cuarto de su objetivo.
Law se sobresalto al ver cómo la parte de abajo de la puerta se iluminaba. Se incorporó a gran velocidad y se levantó de la cama. Aquella luz se acercó cada vez más a él y fue apagándose poco a poco hasta dejar ver una pequeña criatura parecida a una especie de hada.
Esa era la mejor palabra que se le ocurría para describirla.
—Hola —saludó la criatura.
El chico de ojos grises se tumbó de nuevo en la cama, ignorando su saludo. Era obvio que debía estar teniendo una especie de sueño.
—Oye, que te he saludado —insistió ella, posándose sobre su hombro. Law se incorporó de nuevo de manera brusca, haciendo que el hada cayera sobre el colchón. Era demasiado real para ser un sueño—. ¡Cuidado!
—¿Qué eres? ¿Qué haces aquí?
—Me llamo (TN) y me han enviado para ser tú ángel guardián. Estoy aquí para cumplir mi misión: hacerte feliz —explicó ella. Se había aprendido el discurso de memoria. Su maestro estaría orgulloso.
¿Ángel guardián? ¿Hacerle feliz? Law estaba tratando de asimilar toda aquella información. Nada tenía sentido. ¿Seguro que no era un sueño?
—Esto no puede ser real.
—Sí, soy real —insistió ella. Le había costado que le dejaran viajar al mundo de los humanos, pero por fin se había hecho realidad.
—Entonces... Se supone que puedo pedirte alguna especie de deseo y tu lo cumplirás para que yo sea feliz. ¿Lo he entendido bien?
—Sí, exacto. Aunque, bueno, hay algunas normas —comenzó a explicar la pequeña criatura. No se acordaba de todas, debía haber estado más atenta. Diría las básicas—. No puedo acabar con la vida de nadie ni puedo traer a nadie a la vida. No puedo hacer daño a otros porque eso no debería hacerte feliz.
—De acuerdo. ¿Podrías hacer que me cambiaran a la especialidad de cirugía general?
—¿Qué es eso? Si me lo explicas bien sí, podría.
El pelinegro comenzó a explicarle de manera resumida todo lo que había estudiando y en qué consistía su carrera y el tema de las especialidades.
Si había la más mínima posibilidad de huir de la pediatría y poder hacer cirugía general... La aprovecharía.
—Por supuesto. Tú duerme tranquilo que mañana cuando llegues al hospital empezarás en cirugía general —le aseguró ella. En su pequeño rostro se apreciaba una expresión de orgullo.
—¿También puedes... ayudarme a dormir?
—Sí, claro. Túmbate y ponte cómodo.
Law obedeció sus órdenes, de acomodó de nuevo bajo las sábanas y esperó a que la pequeña ángel utilizara sus trucos o lo que fuera.
(TN) se sentó sobre su frente. El pelinegro se sorprendió al notar lo ligero que era su peso.
El pequeño ser se quedó observando el rostro del chico. Aquellos ojos grises la observaban sin ningún tipo de disimulo, aunque ella estaba haciendo lo mismo.
La verdad es que le había tocado un buen humano. Su cara era muy agradable de ver.
—¿Piensas dormir con los ojos abiertos o los vas a cerrar? —cuestionó ella, arqueando una ceja.
—Ah, sí —murmuró él, mientras los cerraba.
Posó sus pequeñas manitas en la frente su humano y se concentró para transferir la energía y lograr su objetivo.
Poco a poco el pelinegro fue sumiéndose en un profundo sueño y, por primera vez en mucho tiempo, no tuvo ninguna pesadilla.
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