III. El comienzo de todo
Siempre empezamos a engordar en algún momento; ya sea en la niñez —algunos no tienen recuerdo de haber sido delgados nunca—, en la adolescencia, después de un embarazo (o varios), o después de alguna situación clave en la vida que los llevó a esto, como ser un duelo.
Yo era delgada de pequeña, tuve un par de años de obesidad moderada en la pubertad, y volví a engordar después de los diecisiete años. Después de este punto, fueron doce años en los que fui ganando en promedio cinco kilos al año... A veces bajando cuando hacía dietas que solo me funcionaban por un tiempo, luego subiendo el doble, pero en promedio siempre en ascenso. ¿Dónde iba a terminar en unos años si no tomaba la decisión de hacer algo al respecto?
Pero no es eso lo que nos compete en esta parte. Necesito hablar de mis comienzos. Mejor será que vuelva a mi infancia y les hable de mi familia y, por sobre todo, de mi abuela materna.
(5 años)
En mi casa no nos sobraba nada, todo iba racionado y nos alcanzaba justo. No tenía margen para engordar estando en casa. Quizás un fin de semana comía de más, porque nos permitíamos comer tortas y cosas más ricas, pero en la semana se comía menos, no había postres, y ya me mantenía bien.
Era niña y jugaba con otros niños, pero a medida que crecía me empezaban a gustar más actividades en las que debía estar quieta: leer, estudiar y mirar televisión. Si no estaba con otros niños poco me interesaba estar al aire libre y corretear por ahí. Pero en casa me mantenía. El problema era cuando visitaba a mi abuela...
Doña Amalia Plaumer era una mujer alemana para nada delgada a la cual le encantaba cocinar para batallones. Los viernes eran día de amasar en su casona en el campo y el horno a leña permanecía horas y horas encendido. Hacía pan casero, torta rusa, y miles de cosas más que requerían el uso de toneladas de harina. ¡Y cómo cocinaba de rico esa mujer! Aún encuentro gente que habla maravillas de la comida de mi abuela, porque ella además de amar la cocina amaba alimentar a la gente, y si alguien le caía bien lo invitaba a comer... Y no lo dejaba regresar a casa si no era reventando y con los botones del pantalón abiertos (bueno, quizás exagero un poco, pero así era ella).
Me llenaba el plato de comida y dejarlo sin terminar era un pecado. Literalmente.
«Hay tantos chicos pobres en el mundo que desearían tener ese plato de comida para comer», era uno de sus versos para que no dejáramos nada. Otro era: «Si no terminás todo no hay postre». El problema era que ella no sabía demasiado de raciones coherentes. Una niña de nueve años no puede comer la misma cantidad de comida que un adulto... Ni hablar de que luego había que comer el postre y la porción tampoco era demasiado pequeña que digamos.
Y la cantidad de tortas, bollos y demás cosas con harina, grasas y azúcares que me comía cuando estaba en su casa era exorbitante.
Fue así como un día, tras pasar varias semanas en casa de mi abuela, volví hecha un bollo a casa y tuve sobrepeso antes de los diez años.
(10 años)
Mi propia abuela me decía que estaba gorda y que tenía que adelgazar, cada vez que iba de visita, pero nada hacía para cambiar la forma de alimentarme cuando estaba allá... Y seguía engordando cada vez más. Y llegué a tener obesidad.
(11 años)
En casa me pusieron a dieta a pedido de la pediatra y así, a los diez años conocí lo que era ese sufrimiento. Mi mamá me tuvo a galletitas de agua y con porciones medidas en todo durante una semana, pero me vio sufrir tanto que me tuvo lástima. Mi primera dieta fue un fracaso. Y seguí subiendo de peso porque en casa estábamos algo mejor también y había más para comer. Y así, a los diez años empecé a ser llamada «gorda» por mis compañeros en la escuela, y sufrí algo de bullying por este motivo.
Lloraba porque odiaba estar gorda y que los demás niños me señalaran, pero no quería dejar de comer de la forma en la que lo hacía. La comida era más importante para mí que la satisfacción de volver a estar en forma. Ya era adicta a ella, más que nada a los bollos dulces y tortas que hacía mi abuela y que en casa también se solían hacer. Yo también estaba aprendiendo a cocinar estas delicias. No las quería ni pensaba dejar... Ni loca.
Pero pronto llegó el momento en el que me puse en forma de nuevo. Había empezado la secundaria con sobrepeso, pero terminé ese primer año mucho más delgada. ¿Razón? Me tocaba hacer varios kilómetros en bicicleta para volver a casa porque vivía en el campo, me llevaban a la escuela en camioneta con la bici atrás, y quedaba en la escuela hasta la salida, para llevarme de regreso. Pero no fue solo esto, sino el haberme enfermado una semana. Estaba tan mal de la garganta que casi no me bajaba nada. Bajé siete kilos allí, y sumando la actividad física y el estirón propio de la edad, pronto volví a tener un peso saludable para mí.
(Foto de mis 15 años)
Lo mantuve durante mi tránsito por la escuela secundaria. Me sentía un poco gorda de todos modos, porque tengo estructura grande y mis caderas son enormes, pero mi IMC era normal. Me veía más grande que mis amigas, y deseaba ser más delgada aún. Fue por eso que a los dieciséis tome la terrible decisión de ponerme a dieta. Hice la dieta de la luna y bajé casi hasta el mínimo del peso que puedo tener para mi altura. Me sentía una diosa, me veía fantástica, pero al dejar de hacer dieta (que valga decir no era nada saludable) el rebote no demoró en llegar y no pude mantener ese peso por más de unos meses. (Por desgracia no tengo fotos de aquella época).
Cuando menos me di cuenta había engordado el doble de lo que había bajado. Y seguí engordando, porque trabajaba de tarde y estaba eximida de Educación física en la escuela, porque ya vivía en el pueblo y de subirme a la bici ni hablar, porque me pasaba horas leyendo y era poco activa en general, porque empecé a tener algunos problemas hormonales, y más...
(17 años, tras el rebote)
Después de esto solo fui en ascenso y no paré hasta que a los veintinueve años tomé la decisión de cambiar mi vida.
(19 años)
¿Hubiera ocurrido esto si no me ponía a hacer la dieta de la luna? ¿Si desayunaba y cenaba como corresponde en vez de solo comer una vez al día?
Estas dietas restrictivas pueden ayudarte a bajar de peso rápido, pero no son buenas para la salud y producen rebotes de forma inevitable. Lo que necesitamos es llevar un estilo de vida equilibrado y saludable. Siempre.
Esa debe ser nuestra meta, pero para esto debemos cambiar nuestra mente primero. Pronto les hablaré de esto...
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