Una niña frágil e inocente

Narra Coral

Lo escucho todo muy lejos, los gritos, el llanto, las sirenas de la policía y una ambulancia, siento como unos hombres con trajes azules me toman y me suben a una camilla que pronto comienzan a arrastrar y me llevan flotando hasta la cabina de una ambulancia, no, de nuevo no. Mi madre viene conmigo, lo reconozco porque no para de gritar y hablarme como si yo fuera consiente de lo que dice, sí, mis ojos se encuentran abiertos, pero a pesar de eso no escucho nada, no siento nada.

Con algo que inyectan en mi brazo siento menos, y pronto caigo en lo negro, en un oscuro negro que se siente perfecto, en uno que no se siente nada...

Mis ojos se abren de a poco, parpados pesados son los que me impiden que logre distinguir donde estoy, pero logro levantarlos y una vez más lo que encuentro al despertar es un cuarto de hospital.

— despertó — escucho que dice el hombre a mi lado, mi padre, corriendo apurado para salir de la habitación y gritar a una doctora, hasta aquí puedo escuchar sus gritos, quisiera que haga silencio. Vuelve segundos despues seguido de una doctora, la misma que me atendió antes de ayer, y que viene hasta mí, haciendo lo mismo que la otra vez.

— Ya me sé tu nombre, Coral — trata de sonar chistosa, pero a mi no me causa nada de gracia, no cuando tengo tantas preguntas, como por ejemplo si al fin mi panza se encuentra desocupada.

— ¿Cómo la ve doctora? — le pregunta mi papá con voz de angustia. Tengo que admitir que siempre se preocupaba cuando yo enfermaba, llamaba al doctor y si el hombre le decía que todo estaba bien su preocupación desparecía, sin importar que yo le dijera lo contrario, mi palabra nunca tuvo ningún peso sobre ellos.

— Estable — lo dice no muy convencida, y me importa muy poco.

— Que mal — logro articular y la mirada de los dos cae rápidamente sobre mí, ella más disimulada que él.

— ¿Qué carajos pasa contigo Coral? No te reconozco — me reclama con impotencia y no hago mas que reír con ironía.

— No me conoces — aclaro intentando moverme.

— Señor no es momento de tener esta conversación, la chica todavía no está bien, necesita reposo — le dice la doctora y lo agradezco, lo ultimo que quiero es que me haga una escena ridícula aparentando ser un padre indignado.

— ¿Se murió? — le pregunto a la mujer despues de que mi padre se alejara en silencio, pero vuelve su mirada de espanto a mí, asustado de mí.

— ¿La criatura? — asiento rodando los ojos.

— ¿Quién más? Yo sigo aquí — digo con pesar.

— No, señorita, el feto está bien, parece que tiene muchas ganas de vivir, porque a ciencia cierta con los pocos cuidados que ha recibido de su parte habría muerto desde que cayó ahí dentro — mierda, mierda.

— Ni una mierda, tienen que sacármelo, no lo quiero, sáquenlo, sáquenlo — grito rabiosa intentando levantarme, y si tuviera un cuchillo en mis manos ahora mismo lo clavaria muy profundo en mi vientre.

— Te volviste loca, eres un monstruo Coral, nos avergüenzas — me dice el hombre que me engendró acercándose a su esposa quien acaba de entrar.

— Ustedes me volvieron loca, ustedes lo hicieron — les grito llena de ira, deseando levantarme y atacarlos a los dos con lo primero que encuentre, pero no puedo hacerlo, porque entran unos enfermeros y me sujetan fuerte evitando que me mueva, pronto los veo inyectar algo en mi suero y no pasa mucho antes de que vuelva a caer en la inconciencia.

Despierto. Una vez mas despierto en el estúpido hospital, en la habitación silenciosa y fría que se ha vuelto mi infierno personal, primero me dicen que estoy embarazada, y despues de que casi me muero para deshacerme de eso me dicen que sigo estándolo, ahora no me quedan mas pruebas de que la vida me odia.

— ¿Quién es el padre? — mi madre aparece en mi campo de visión, con semblante frio y muy serio, con cara de haber llorado mucho últimamente, hipócrita.

No respondo a su pregunta, me quedo en silencio con la vista perdida en el techo.

— Dinos, debería estar aquí ¿No? Aunque a estas alturas posiblemente ni sepas quien es, que ciego fuimos — sigo guardando silencio, no pretendo iniciar una discusión con ellos, no merecen que gaste en ellos mi poca fuerza.

— ¿Quién es Coral? — mi papá se presenta al lado de ella tan serio como ella. No digo nada, los dejo que se torturen imaginando cosas, pensándome como a una puta, como a una enferma puta drogadicta y asesina, me importa poco el concepto que tengan de mi.

— Bien, si no piensas hablarnos solo nos queda desearte suerte en la nueva vida que iniciarás, al salir de aquí vas directo a rehabilitación, en Londres tenemos conocidos en el área y se van a encargar de ti —

— ¿Qué? ¿Rehabilitación? ¡No! No se atrevan a hacerme eso, yo... yo estoy bien, yo estoy muy bien, solo lo hice aquella vez para soportar lo del aborto — me muevo en la cama rápidamente, mirándolos espantada, llena de miedo por tan solo imaginarme encerrada, siendo torturada como un animal para sacar toda la droga de mi sistema, y peor, cargando dentro una criatura que no quiero.

— ¿Solo una vez? Estás podrida Coral, en tu sangre corre heroína, das asco, eres una puta viciosa — me grita mi madre llena de ira, tomándome con fuerza del pelo.

— Es su culpa maldita sea, es su culpa, ustedes me hicieron eso, es su culpa — le grito en la cara, como tantas veces les grité en mi cabeza.

— Si pudiera encontrar a todos los desgraciados que te ayudaron con ese maldito vicio te juro que los hundiría a todos en la cárcel, asi como le hicimos al tal Francis, pagará caro eso — dice mi padre viéndome desde su lugar, sin interponerse entre su mujer y yo.

— Comienza por ti maldito cretino, comienza con ustedes mismos — sollozo sin fuerzas, sintiendo mi corazón agitado, sintiendo todo deshecho dentro de mí, pronto entra a una enfermera, obligándolos a salir de la habitación, y haciéndome dormir una vez más, otra vez no, grito una y otra vez, pero de nada vale, vuelvo a caer en la inconciencia.

Sedada me trasladan en una silla de ruedas hasta sacarme de la clínica, idiotizada, sin siquiera poder un dedo por mi propia voluntad, sin poder gritar como tanto deseo, sin poder quejarme, siento que me ahogo en todo el camino hasta la pista de aterrizaje privada de mi familia, de mi maldita familia que en contra de mi voluntad pretenden encerrarme en un completo manicomio, para terminar de acabar con mi vida, para terminar de matarme.

El vuelo me la paso dormida, por culpa de una pastilla que me han dado ellos mismos, se quejan de que yo me drogue, pero es lo que ellos han hecho todos estos días para mantenerme en silencio, para mantenerme como un completo vegetal viviente.

Londres, recuerdo que vine aquí una vez, tenia diez y tenia tantos planes, tanta ilusión para ese viaje familiar que un payaso y yo en ese momento éramos la misma cosa, me la pasé encerrada en la habitación inmensa de un elegante hotel, por las ventanas disfrutaba el paisaje, deseaba con fervientes ganas salir y comer un helado bajo el cielo nublado, en ese entonces no me desagradaba tanto el frio. Asi me la pasaba yo, mientras mis padres de reunión en reunión nisiquiera notaban que me habían llevado con ellos, admito que prácticamente los obligué, les rogué entre llantos que no me dejaran sola y sin pensar me terminaron llevando con ellos, me arrepentí, en mi casa me sentía menos sola, tenia mascotas al menos.

El trayecto por la ciudad me la paso con malestar, el sedante comienza a irse y la consecuencia de tener mas de tener una semana completa sin consumir. comienza a pasarme factura.

— Tengo calor — jadeo sollozante intentando abrir las ventanas con manos temblorosas.

— Ya casi llegamos — es lo que me dice tajante mi madre a mi lado.

— Tengo calor, tengo calor, tengo calor — lloriqueo como disco rayado, comenzando a enterrar mis uñas de a poco en mi piel, todo me llega de repente, el dolor de cabeza, el mareo, las nauseas, la agonía de desear tanto algo y no poder tenerlo, el pánico, el terror, las ganas avasallantes de abrir la puerta del el coche en movimiento y dejar que me atropelle el bus escolar que viene al lado.

— Coral, ya estamos llegando, aguanta — repite mi papá tan campante leyendo el periódico de la ciudad como si nada fuera mas importante que eso, y la impotencia que siento al saberme tan mal y el tan relajado me produce tanta rabia que le arrebato el papel y lo destruyo,

— Maldito viejo abre la puerta y déjame salir, maldición, no pienso quedarme en ese maldito infierno, púdranse, maldita sea, púdranse — groserías es lo que sale de mi boca, ambos me miran indignados y mi padre me pega una bofetada tan fuerte que me mareo, y el espeso vomito de consistencia viscosa es lo que derramo sobre los tres y hace que los dos se sobresalten boquiabiertos.

— Carajo — escupe mi madre asqueada abriendo la puerta al instante en que se detiene el chofer, y entonces, ignorando que me encuentro repleta de vomito mis ojos se enfocan en el edificio aterrador de color gris, en un muro blanco en su frente tiene el nombre de la clínica, centro de rehabilitación de Londres. — Sal, maldita sea — me dice mi padre metiendo su cabeza dentro del coche cuando habían pasado largos minutos y yo no he podido moverme de mi lugar.

— No, no, no, no, no — mi labio inferior comienza a temblar, mi corazón latiendo desenfrenado. — NO, no, no, déjenme, no — niego una y otra vez con mi cabeza, mirando paranoica como los enfermeros y los médicos que se encuentra afuera esperando por mí, hacen señas entre ellos, y pronto dos de ellos se acercan a mi puerta y la abren, sacándome en contra de mi voluntad, pataleo, grito, los maldigo, los escupo, los vomito, y toda mi pelea acaba cuando inyectan algo en mi brazo. — Que sea heroína — suplico desvaneciendo, y pronto vuelven a encerrarme en mi cerebro, en una jaula de metal, sin ventanas, sin aire natural, sin luz, asi se siente, asi me mantienen por lo que se sintieron como años, encerrada, sin poder gritar, sin poder quejarme, sin poder llorar, habitando un cuerpo muerto que sometían a su antojo, haciéndome comer, haciéndome dormir, haciéndome vivir en automático por mucho tiempo.

Y entonces despierto, instintivamente, como si hubiera tenido una pesadilla eterna. Mis parpados pesan al abrir, pero con varios pestañeos los controlo, y puedo ver donde me encuentro. Es un cuarto grande, una cama de un metro y medio, una mesita a su lado, y junto a la puerta, al lado un sofá pequeño de cuero.

— Coral, estás despierta — una mujer de unos 22 años con traje de enfermera viene a mi con mucha confianza y simpatía. — ¿Cómo se siente estar consciente despues de dos meses? —

— ¿Dos meses? — me impulso de mis brazos, levantando la mitad de mi cuerpo, y abriendo mis ojos como platos con verdadero espanto al descubrir mi panza, bastante notable en consideración con la ultima vez que me vi.

— Que lindo acento — sonríe la mujer, me irrita. — Sí, han pasado dos meses, pero se han sentido como días, no te preocupes, no te perdiste de nada — asegura tomando en un vaso agua del jarrón que se encuentra en la mesita de noche, y me hace beber de el como si se tratara de un bebé, eso que tengo dentro y que parece haber crecido bastante.

— ¿Quién eres tú? — es evidente la respuesta, pero tengo tanto por preguntar, tanto que quisiera saber que ahora solo me sale esa idiotez.

— Emilia, tu enfermera personal, tus padres me pagan para que te de trato especial, pero tengo que admitir, antes de que me lo ofrecieran yo ya lo hacía, me acuerdas mucho a una hermana menor que tuve — me cuenta y su voz comienza a escucharse diferente.

— ¿Qué le pasó? — de repente siento curiosidad por saber, algo muy raro en mi pues no suele importarme la vida de los demás.

— Era adicta, igual que tú, pero a ella no pude ayudarla, murió de una sobredosis, en el 2014 — hace tres años.

— Que mal — murmuro volviendo mi vista a mi panza, esto es una puta locura.

— Ha crecido mucho — deja su mano en mi vientre y se siente demasiado raro, como si esa parte de mi no me perteneciera.

— No lo entiendo... yo... yo no entiendo como sigue vivo — admito aterrada, todavía no logro asimilar ni una puta mierda de esto.

— Las he cuidado bien, bien merecido me tengo ser la madrina — comenta sonriente acariciando la panza que de repente parece temblar.

— ¿Dijiste Las? — mis ojos no se alejan del lugar que mientras mas miro mas se esclarecen mis ojos, está moviéndose.

— Sí, Las, caramba no podía decirte, no sé si querías que fuera sorpresa — se cubre la boca como si hubiera dicho algo que no debía.

— Es una niña entonces — mi vista sigue el recorrido del movimiento dentro de mi, se siente raro, se siente demasiado raro, y comienzo a asimilarlo, en serio hay alguien dentro de mi, una persona con manos y pies, con boca y nariz, con ojos, con corazón, una persona que depende de mi y que lo va a hacer siempre si decido quedármela, y es una niña, una niña frágil e inocente, una niña como yo.

Siento lagrimas calientes corriendo por mis mejillas, lagrimas de miedo, lagrimas de culpa, lágrimas de agonía, lagrimas por no saber que voy a hacer con mi vida.

— No llores Cariño, no llores, veras que no es tan malo, al principio es difícil de asimilar, tienes miedo, por no saber si vas a ser suficiente para ella, pero despues, cuando te imaginas como será tu vida con la compañía de una personita que te amará para siempre, que te mirará como si su mundo se redujera a eso, lo disfrutarás y entonces serás la persona mas feliz del mundo, te sentirás realizada, completa, como si no importara nada mas en el universo completo, nada además de que esa personita esté contigo, y esté bien — me dice mientras me envuelve entre sus brazos, en el abrazo mas sincero y desinteresado que habia recibido en mi vida, y cada una de sus palabras se han sentido reales, se han sentido muy cálidas en mi pecho, pero aun asi tengo miedo, aun asi no lo puedo asimilar con tanta facilidad.

— ¿Tu... tu tienes un hijo? — la simple palabra se me hace difícil pronunciar, es demasiado para mi sola.

— Sé que me he escuchado muy convincente, pero no, es que he practicado este discurso estos dos meses, he escrito una lista larga de los posibles nombres para tu bebé y cuando el doctor dijo que seria una niña fui y le compré su primer trajecito — camina apurada hasta el armario en la pared de la derecha y rápidamente saca un conjunto color rosa. — dime que no es precioso — Es realmente hermoso, pero lo que me tiene demasiado confundida es la actitud de esta chica, es demasiado efusiva.

— No es mi bebé, no pretendo quedarme con ella, la regalaré apenas nazca, y deja que te diga que está viva de casualidad, no fue planeada y no es nada deseada, y por favor déjame sola, tengo mucho en que pensar — no ha sido mi intención ser grosera, pero no tengo otra forma de comunicarme con la gente, y esta chica no va a engañarme con su carita de inocente, posiblemente mis padres le hayan pagado por eso.

— Sí, me lo advirtieron, pero eres mas cruel de lo que esperaba niña — quiero sacarla de los pelos marrones.

— ¿No te vas a ir? — elevo mis cejas con gesto cuestiónate.

— No puedo, se supone que debo vigilarte — me dice y respiro profundo.

— Entonces vas a estar como un puto chicle todo el dia al menos mantente callada, detesto la gente que habla mucho — se lo dejo claro, y cuando ella hace silencio y levanta sus manos en señal de rendición trato de ignorar que se encuentra ahí.

Muevo las sabanas de encima mío mirando mis pies, me encuentro vestida con unos pants grises al mismo tono que el abrigo que me cubre encima.

— Te he cortado las uñas de los pies y de las manos, para que no te lastimes, me di cuenta que eran tu arma asesina — le miro mal y rápidamente se calla, espantándose cuando la fulmino, ¿Qué carajos le pasa a esa mujer?

Mover mis pies se vuelve un deporte extremo, pero lo logro y cuando cumplo mi misión de sacar los dos de la cama me siento satisfecha. No me siento tan mal como la ultima vez, de hecho, no me siento nada mal, no tengo mareos, no tengo nauseas ni tengo ganas de drogarme, me siento tan normal que se siente anormal, hace tanto que no me encontraba asi que hasta olvidé como era.

Apoyo mis pies en el suelo y me levanto en un impulso, noto que mi cuerpo pesa, y caminar al baño cuando mi cuerpo asimila el movimiento es lo primero que se me ocurre. Frente a mi aparece un espejo, uno que me refleja, soy yo, me reconozco.

Mis huesos no son tan visibles, como la ultima vez que me vi, y sigo sin entender como pasó. Me retiro el abrigo que me cubre del frio, quedando en una franelilla blanca que no cubre mis hombros, las marcas en mis brazos desaparecieron, las ojeras tambien, y de repente mis ojos se ven mas claros. Toco la punta de mis cabellos, ha crecido, y queda poco del azul, el rubio que tanto odiaba se encuentra dominando otra vez, pero me parece que se ve mas oscuro, lo agradezco. Mi vista baja de mi cabello a mi panza ha crecido, la niña ha crecido dentro de mí, ¿estará bien realmente? ¿yo estaré bien? O solo me siento asi porque he estado sedada por demasiado tiempo, ¿y si vuelve la abstinencia? ¿Y si vuelven las ganas de consumir? Sacudo mi cabeza, la simple idea de volver a sentir abstinencia me llena de miedo, de miedo real, de terror.

— Estás muy bonita — no habia notado que la chica que me ha fastidiado el regreso a la vida se encuentra en la puerta, observándome. — perdón, perdón, pero es que me acostumbré a estar cerca de ti sin que me alejaras — me dice y no me queda mas que poner los ojos en blanco, ¿en serio tendré que soportarla todos los días?

.......

Debieron dejarme idiotizada, debieron dejarme como un vegetal, no debieron liberarme de la jaula mental en la que me encontraba, porque el demonio ha vuelto a poseerme, por el me asecha y me está haciendo daño.

— Ábreme maldita sea, maldita perra del infierno Ábreme la puerta, no me dejes aquí encerrada, Ábreme — grito, golpeo la puerta, la pateo, buscando a través del pequeño cristal a la puta loca que me encerró porque estoy teniendo un episodio de abstinencia y no ha querido ayudarme. — me lo vas a pagar maldita puta — tiro de mis cabellos rabiosa, temblorosa, desesperada, doy vueltas en la habitación, mordiendo mis dedos, porque las uñas que tenia esa maldita me las quitó, y no encuentro como calmarme, vuelvo a la puerta, gritando, gritándole, pidiéndole que venga. — Vuelve maldita sea, ¿Qué no eras mi amiga? ¡Entonces ayúdame! — nadie me responde, no hay nadie en el pasillo además que otros adictos que me miran espantados, ellos se ven tan estables, como si esto fuera verdaderamente fácil, y yo aquí, tan enloquecida que comienzo a golpear mi cabeza con el cristal, una y otra y otra vez, sin importar lo mucho que duele, sin importar que el cristal comienza a quebrarse y me lastima, sin importar nada, porque justo ahora no me importa nada.

Rompo el cristal con mi frente, importándome poco la sangre que brota de esta, no me importa nada, logro abrir la puerta, y corro como poseída por los pasillos, empujando rabiosa a cada uno que se me pasa por el frente e intenta detenerme, y realmente no me han obligado por mi embarazo. Me persiguen, me persiguen enfermeros, doctores, y los mismos pacientes. Y como por milagro del cielo aparece en frente de mi un carrito con medicamentos, detrás de una puerta que da a una habitación del personal administrativo, rápidamente me meto, y me encierro, sintiendo como mis pupilas se dilatan, mi boca se hace agua y cada poro de mi piel impulsa a mi mano a que revise cada etiqueta en busca de morfina, y mierda, la encuentro.

Con dedos temblorosos tomo tres píldoras, las extrañé le digo a las pastillas al descubrirle ojos, bocas y nariz, me sonríen y me piden que me las coma, mientras en la puerta todos me gritan que les abran, y cuando descubro a alguien con llaves me las meto en la boca rápidamente, nadie me va a impedir que vuelva a ser feliz, nadie me va a impedir que me sane, que me salve.

La puerta se abre y los enfermeros corren a mi con rapidez, pataleo con ellos, para que no me toquen, no lo hacen porque despues de todo soy una mujer embarazada, y sonrío fascinada sintiendo los efectos de las drogas y sus caras de impotencia mientras les alejo mas y más.

— Conmigo no van a poder hijos de puta — les grito con la sonrisa de alguien feliz en el rostro.

— Coral, por Dios no hagas esto niña, ven, ven, deja que saquemos todo y te ayudemos — me pide mi estúpida enfermera como si tuviera algún poder sobre mi para que yo haga lo que me dice.

— Sí, sí, me ayudaran, ¿Cómo? ¿convirtiéndome en un vegetal una vez más? Son unos malditos asquerosos depravados, ¿Qué me hicieron? ¿me violaron mientras estaba inconsciente? — me rio con ironía, pero no paro de reír, no puedo parar de hacerlo, nisiquiera cuando aprovechan mi distraimiento y me tocan con mucho cuidado entre tres. — idiotas, déjenme — no forcejeo, ya encontré la deseada sensación.

— Estabas bien, ¿Por qué lo hiciste? —esa chica me fastidia, me fastidia que finja interés en mi cuando estoy segura que no es asi.

— Estoy muy feliz — admito dejando que me lleven entre los tres, y aun cuando van corriendo conmigo hasta subirme a una ambulancia y llevarme a un hospital que reconozco queda demasiado cerca por lo poco que duró el recorrido.

No paro de reír, aun cuando me llevan en una camilla de hospital, todos corriendo hasta llevarme a una sala donde me imagino intentaran sacarme las pastillas que ingerí, supongo que justo ahora solo les importa la vida que crece dentro de mí, y yo solo puedo pensar en mi cabeza, una vez más, ¿para qué coños la pusieron ahí? En la panza de una drogadicta que no le importa su propia vida. Pensándolo bien el único responsable de que esa niña tenga una vida tan miserable es Damián.

Damián, de repente me pregunto que estará haciendo con su vida, seguro disfrutando con un montón de mujeres, de esas que se morían por él, si lo tuviera en frente en un momento como este le golpearía, y le gritaría con tanta rabia que es un maldito criminal, un maldito desgraciado que me puso a una niña dentro, una que a él no le importa, porque no es él que la tiene adentro, porque no es él quien ha tenido que soportarla estos cuatro meses de malestares insoportables y la angustia de no saber como deshacerse de ella. Ese maldito nisiquiera se hace la idea de que ella existe, y lo mas probable es que hasta haya olvidado de mí, de las cosas que me decía, de las veces que fingía estar interesado en mí verdaderamente, es un maldito falso hijo de puta, cuanto desearía tenerlo en frente y destrozarle esa cara preciosa de dios griego que se carga, porque eso no le quita lo terriblemente idiota que ha sido por dejarme embarazada.

Todo es negro y silencio, y se siente bien, comienzo a creer que estoy muerta al fin, pero una vez mas mis ilusiones son arruinadas, esto pasa cuando mis ojos se abren y frente a mi aparece ella, con esos ojos achinados, esa nariz acorde con su cara y esos dientes chuecos que tanto me irrita ver.

— Al fin despiertas suicida, bienvenida a tu sexto mes de embarazo — esto debe ser una puta broma...  

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