Prólogo

    Antes de empezar, me gustaría aclarar que, aunque la idea surge de Arcane, no es necesario haber visto la serie para entender, y se va desviando en cuanto a la trama. Hay personajes que no están en la serie, y otros que sí, pero que no aparecen. Se podría considerar que es una realidad alternativa.
   Por más que no sea un fanfic como tal, me parece interesante que la gente conozca la verdadera intencionalidad de la historia (arreglar todo lo que me dolió de la serie y modificarlo a mi antojo) y de dónde surgió.
   Si bien les puede llegar a confundir que los personajes no se llamen igual, se puede identificar quién es quién con bastante claridad.
   Ahora sí, disfruten y finjan demencia conmigo.

Apoyó el oído contra la superficie de madera y maldijo por lo bajo. No podía escuchar nada si no hablaban más fuerte. Tomó la manija entre las manos y la mantuvo en el lugar para asegurarse de no abrir la puerta por accidente. Se metería en graves problemas si la encontraban espiando la reunión. Se recordó a sí misma que no tendría que estar haciéndolo si no la hubieran apartado, si le hubieran informado lo que sucedía. Siempre la dejaban afuera, como si buscaran protegerla de la realidad de la guerra en la que se encontraban. ¿Cuándo se percatarían de que eso era imposible?

   Su sangre hervía con solo pensarlo. No necesitaba vivir en la ignorancia. Al contrario, estaba convencida de que podría ayudar si tan solo la dejaran. Maldijo por lo bajo.

    La luz artificial que iluminaba el corredor subterráneo titiló. El sonido de una mosca que zumbaba sin descanso era lo único que interrumpía la calma. La joven no tardó en detectar el origen del molesto ruido. Fulminó al insecto con la mirada, como si la culpa de todo lo malo que sucedía en el mundo recayera sobre la criatura.

   Suspiró e intentó con todas sus fuerzas agudizar los sentidos. Tenía que enterarse de lo que sucedía del otro lado de la puerta.

    Lucía no tenía la manía de escuchar conversaciones ajenas, pero esto era diferente. Hacía cinco horas había llegado a la base un hombre que jamás había visto. De hecho, había sido la primera en detectarlo. Él se le había acercado temblando de pies a cabeza, sus facciones contorsionadas en una expresión de desesperación y preocupación. La había tomado por los hombros y la había zarandeado de un lado a otro con brusquedad. Preguntaba una y otra vez por León. Ella sabía de quién hablaba, por supuesto, pero no conocía al sujeto y no era tan tonta como para dirigirlo hacia el líder sin ninguna prueba de que no era un espía del gobierno.

   Natalia, su hermana mayor, no había tardado demasiado en salir a socorrerla, por suerte. El visitante ya comenzaba a actuar de forma violenta. Deliraba. Era preocupante el simple hecho de que se encontrara allí, frente a ellos, en la base de la rebelión. Se suponía que era secreta. ¿Acaso la llegada de ese hombre simbolizaba que la ubicación había sido comprometida? ¿Tendrían que armar las maletas y dispersarse hasta encontrar otro refugio seguro?

    Lo primero que notó fue que Nati, a diferencia de ella, parecía conocer al intruso. Eso la tranquilizó un poco, hasta que se percató de que las facciones en la cara de su hermana seguían igual de tensas que en un principio. Había alarma en su rostro, en sus movimientos.

   —Quédate aquí, Lulú. No te preocupes, yo me encargo de nuestro querido amigo —ordenó con voz firme, como si se estuviera dirigiendo a un ejército. Pasó uno de los brazos del hombre por detrás de su cuello y logró ayudarlo a caminar. La mayor parte del peso de aquel extraño recaía casi en su totalidad sobre ella y, a pesar de que la contextura del extraño era más robusta, logró soportarlo.

   Era en momentos como ese que Lucía no podía hacer otra cosa más que admirar a Natalia y desear ser como ella algún día.

   Obedeció las instrucciones que le habían dado, aunque sin mucho entusiasmo. Los vio alejarse con el ceño fruncido. Algo le molestaba de toda aquella situación. La tensión en el aire era palpable. Su hermana jamás había sido la mejor a la hora de disimular lo que sentía. Estaba aterrada. La llegada de aquel hombre significaba algo. Detestaba no haberlo reconocido, porque eso solo le restregaba en la cara lo mucho que no la involucraban en los planes de la rebelión. Cerró los puños con fuerza. ¿Qué tanto sabían los demás? ¿Spiro también le ocultaba cosas?

   Buscó al chico con la mirada, pero no lo encontró. Debía estar en la sala que compartían, aquella en la que se dedicaban a construir artefactos juntos. Una mueca se dibujó en el rostro de Lucía. No, si había alguien que estaba segura de que nunca le ocultaría nada, era él. Sacudió la cabeza y esos tontos pensamientos se desvanecieron.

   Clavó la mirada en las figuras que se alejaban lentamente. El hombre debía tener más de cuarenta años. Una barba gris le adornaba la cara y una cicatriz alargada se expandía y le atravesaba el ojo izquierdo. Vestía con ropas oscuras, pero remendadas, que se encontraban cubiertas de sangre. Ahogó un suspiro al ver las gotas coloradas en el suelo, que marcaban el camino que él había transitado desde su llegada.

   Luego de llevarlo a la enfermería, León y el equipo de abstracción de recursos que lideraba Natalia, se habían encerrado en una de las salas más apartadas de la base. Lucía había aguardado afuera en un principio, dispuesta a hacer sus preguntas tan pronto como salieran, pero las horas pasaban y la puerta no se abría. Era por eso, y nada más que por eso, que estaba intentando escuchar a escondidas.

   Cuando las reuniones se prolongaban tanto, normalmente, simbolizaban la planificación de una nueva misión. Una en la que seguramente ella no jugaría ningún papel. Nunca la dejaban participar. Era injusto. Tenía mucho para aportar a la causa. No había nada que la alterara más que quedarse allí, en la seguridad de un escondite mientras su hermana se embarcaba en desafíos peligrosos. Lucía tenía el corazón en la boca cada vez que ella partía, y solo se tranquilizaba cuando regresaba sana y salva.

   —Pobre Salo. No puedo creer que lo agarraron justo cuando nos traía información sobre el cargamento de armas que desembarcó en el muelle —murmuró la voz de Natalia. Salo. Así que así se llamaba el visitante.

   —Ahora seguro reforzarán la seguridad y no podremos llevarnos ni una sola de esas bellezas —se quejó Tomás. Lucía soltó un pequeño gruñido de irritación, que fue imitado por su hermana.

   — ¿Es una broma? ¿Eso es lo único en lo que estás pensando? Deberías estar feliz de que está vivo.

   —Basta. No tenemos tiempo para discusiones. Alguien tiene que encargarse de inmediato de eliminar todo rastro de la sangre de Salo. Puede conducir a visitas indeseadas a nuestra ubicación. Debemos empezar a buscar otras localizaciones posibles. No descartaremos la posibilidad de tener que migrar hacia un nuevo escondite —razonó León. Lulú tomó aire con fuerza y suspiró. No había nada peor que cuando debían trasladarse. La gente entraba en caos y siempre algo se perdía en la mudanza. Pensó en Spiro y en ella, y en cómo harían para desmantelar su pequeño taller creativo. Les había costado mucho tiempo encontrar un rincón del que pudieran adueñarse para trabajar. Nadie los tomaba demasiado en serio. Lo único que aportaban a la causa eran sus invenciones. Y pocas veces conseguían que León tuviera el tiempo suficiente para escucharlos.

   —El equipo de Pedro se puede ocupar de eso. Ya mismo les enviaré las órdenes para que comiencen a trabajar. Mientras más se tarden, más probable es que algún curioso, o soldado, siga el rastro —apuntó Tomás. La idea fue aprobada, porque al instante, el comunicador lanzó estática y la orden fue transmitida.

   —Alguien tiene que ocuparse del cargamento —dijo, entonces, otra persona. Lucía ya los conocía a todos. Prácticamente había pasado  la vida entera rodeada de la misma gente. Habían crecido juntos. La que había hablado era Maia, no tenía dudas. La mejor amiga de su hermana.

   —Mi equipo puede hacerlo —ofreció Natalia. La joven ahogó una exclamación. Se tapó la boca para evitar que la descubrieran. Si tan solo le permitieran ayudar en esa misión... con Spiro habían estado trabajando en unas bombas de humo que servirían para generar una distracción. Podrían ser útiles si realmente el gobierno había reforzado la seguridad tras descubrir a Salo. Una pequeña sonrisa se le formó en el rostro.

   —Está bien. Pero tiene que ser esta noche. A eso de las doce. Seguramente no esperen que actuemos justo después de un intento fallido —acordó León.

   Lucía escuchaba fascinada. En su mente ideaba las miles de formas en las que podía ayudar a cumplir el objetivo. Deseaba que le permitieran participar. Solo una vez. No era una misión tan peligrosa, no. Había algunas que requerían de infiltrarse en la casa de gobierno e involucraban un enfrentamiento directo con el ejército. No, nada de eso. Esta era simple. Si tenían suerte, nadie se enteraría de lo que había acontecido en el muelle hasta que el inspector revisara la mercadería al día siguiente y notara que algo faltaba. Sería muy tarde para entonces y...

   — ¿Qué estás haciendo, Lulú? —cuestionó una voz a sus espaldas. La súbita intromisión la hizo saltar del susto. Se cubrió la boca con rapidez para evitar hacer ruido. Se le aceleraron los latidos del corazón por la adrenalina que le recorría por las venas.

   —Ah, eres tú. Me mataste del susto —se quejó ella y le dio un pequeño empujón en el hombro a Spiro, quien retrocedió un paso y se cruzó de brazos. Dirigió su atención a la puerta sobre la que se encontraba apoyada la joven unos segundos atrás.

   — ¿Qué hay allí que sea tan interesante?

   Lucía sintió uno de sus ojos temblar y se apresuró a cubrirle la boca con las manos. Aguardó rígida en el sitio unos segundos. Cuando estuvo segura de que ninguna de las personas que discutía adentro se había percatado de su presencia, se volvió hacia él.

   —Silencio. O van a descubrirnos —chistó.

   — ¿Descubrirnos? ¿De qué hablas? Yo no hice nada, no sé tú —devolvió.

   —Bueno, sí, estoy escuchando. No sé por qué te sorprende.

   —Nunca dije que me sorprendiera. Pero, dime, ¿quiénes están dentro? Déjame adivinar: tu hermana, León y algunos otros más.

   Ella lo miró con cara de pocos amigos. ¿Por qué la conocía tan bien?

   —Sí, sí. Están planeando una nueva misión. Una de la que planeo formar parte —aseguró. Spiro le demostró sin la necesidad de palabras el escepticismo que sentía. La postura y expresión en su cara lo decía todo.

   —A ver, tal vez sea mejor que me lo cuentes todo en un lugar en el que estemos más tranquilos, sin riesgo de que te descubran espiando —ofreció. Lucía le dedicó una última mirada de soslayo a la puerta y asintió. Después de todo, ya había escuchado todo lo que necesitaba.

   Avanzaron por los corredores subterráneos en dirección al pequeño taller. En el camino, la joven le explicó todo lo que había sucedido con Salo y lo que sabía de la misión que se llevaría a cabo esa misma noche.

   —Tal vez no deberíamos involucrarnos —opinó Spiro con algo de inseguridad. Su amiga no estaba de acuerdo y se lo hizo saber de inmediato.

   —Así nunca nos van a tomar en serio. ¿No es eso lo que quieres?

   —Nos toman tan en serio como pueden y como nos lo merecemos. No sé por qué te interesa tanto participar de las misiones. A mí me parece que el trabajo de investigación que hacemos aquí es suficiente.

   Había un dejo de decepción y un fuego intenso brillando en los orbes marrones de Lucía cuando contestó:

   —Nuestro trabajo no debe ser lo suficientemente importante, porque nunca nos cuentan nada. Nos dejan afuera de todo.

   —Es normal, supongo. Tienes trece años, y yo solo uno más que tú. A veces me molesta también, pero entiendo por qué no nos quieren en el campo de batalla. Son asuntos de adultos —razonó él. Ella soltó un respingo.

   —Mi hermana tiene dieciséis y está en el centro de todo. No lo entiendo.

   —Tus padres prácticamente iniciaron este movimiento. Claro que está en el centro de todo.

   —Sus padres son los míos también. ¿Por qué ella puede y yo no?

   Spiro se tomó un tiempo para responder. Habían llegado a un pequeño espacio y estaban a oscuras. Encendió la luz, que titiló un par de veces antes de estabilizarse.

   —Aunque no lo creas, hay una gran diferencia entre tener trece años y dieciséis. Además, ya conoces a tu hermana. Ni aunque quisieran podrían apartarla de la acción —murmuró y tomó asiento en una roída silla de madera. Lucía bufó y apoyó el peso del cuerpo contra la pared más cercana.

   —Bueno, a mí tampoco me van a apartar.

   —Sabes, no siempre la fuerza bruta es la mejor forma de librar una batalla. El cerebro es una gran arma. Y tú y yo tenemos eso de sobra —señaló con una sonrisa. La joven se la devolvió, pero no tardó mucho en desvanecerse.

   —Tienes razón. Y voy a demostrarles lo que nuestros cerebros juntos pueden lograr en una pelea. Voy a ir a esa misión, Spiro. Tal vez a ti te guste quedarte aquí y crear todo el día. A mí también, pero siento que no es todo lo que tengo para dar. No cuando el mundo se desintegra allá afuera. Necesito que reconozcan mi valor, que me tengan en cuenta. ¿Y cómo lo voy a conseguir si nunca hay una oportunidad con la cuál empezar?

   El muchacho de cabello azabache y despeinado sacudió la cabeza con incredulidad. Los hombros le cayeron a los costados del torso y ella supo que había ganado la discusión.

   —Así que tu idea es crear esa oportunidad. Forzarla —concluyó. Recibió un asentimiento como respuesta.

   —El plan es el siguiente: los seguiré de lejos. Una vez que ya se encuentren en el muelle, los sorprenderé. Nati no podrá enviarme de regreso porque sería incluso más riesgoso que si permaneciera con ellos. Me destacaré, aportaré a la misión y regresaremos sanos y salvos con el cargamento. Entonces, mi hermana le comentará a todos lo grandiosa que estuve y me incorporarán a un equipo que no sea el de desarrollo —exclamó.

   — ¡Eh! ¿Qué tiene de malo el equipo de desarrollo? —se quejó Spiro un poco ofendido.

   —A ver... solo estamos tú y yo en él. No me digas que no te diste cuenta de que solo lo inventaron para que no sintamos que no aportamos nada relevante —explicó. Él abrió la boca para argumentar en defensa de la unidad de la que formaba parte, pero la cerró al instante. Tenía razón.

   — ¿Sabes a qué hora partirán? —cuestionó entonces, para cambiar de tema.

   —La medianoche. Tenemos tiempo para prepararnos.

   —Perfecto. Supongo que llevarás algunas de nuestras pequeñas invenciones.

   Lucía sonrió.

    —No puedo creer que siquiera lo dudes.

   Se acercó a un equipo de música que descansaba sobre el suelo y lo encendió a todo volumen. Sabían que no habría problema con el ruido. León se había asegurado de que la sala aislara el sonido para que no molestara a los demás. Había comprendido, desde el inicio, que lo necesitaban para trabajar y enfocarse en sus ideas.

   Lucía tomó asiento en la otra silla que había disponible, y ambos se perdieron en el proceso de la construcción de  bombas de humo. Apenas había suficiente espacio para los dos, pero no importaba. Ya se habían acostumbrado a convivir sin inconvenientes.

   La pared era de color verde mohoso, y estaba cubierta por pequeñas notas e ilustraciones, y la iluminación no era la gran cosa. Sin embargo, funcionaba para ellos. Compartían la mesada simple de metal. Miles de cuadernos y anotadores se encontraban desparramados por todos lados. Era un caos. Su caos. Solo ellos encontraban el perfecto orden en él. Nunca se les había perdido nada y no tardaban en encontrar lo que necesitaban. Ante la vista de los demás, parecía un basural. No era así, todo lo contrario.

   —Me parece que ya son suficientes, ¿no lo crees? —cuestionó Spiro, cuando ya habían logrado acumular diez de las bombas caseras. Lucía levantó la cabeza de aquello en lo que estaba trabajando.

   —Deja que termine esta y estaré lista. ¿Podrías asegurar las demás en mi bolso? —cuestionó, regresando la atención a la pequeña esfera que tenía entre las manos.

   —Claro —accedió.

   Treinta minutos antes de la hora de partida, la joven ya se encontraba preparada. Le había sobrado tiempo, incluso, para cambiarse de atuendo en la habitación que compartía con Natalia. Tenía que admitirlo: era un manojo de nervios. Todo podía salir muy bien o espantosamente mal. No había forma de saber cómo reaccionaría su hermana cuando se percatara de lo que había hecho.

   — ¿Ya estás dudando? ¿Ya te diste cuenta de lo riesgoso que es esto? —preguntó Spiro cuando notó la mirada perdida de la morocha. Esas palabras la sacaron del trance.

   —No. Para nada —exclamó con determinación, pero no estaba del todo segura.

   —Oye, tal vez lo mejor sea olvidar todo esto. Quédate. Esperaremos a que Natalia regrese mientras escuchamos música. O podemos hacer una lluvia de ideas para un próximo invento y...

   —No. Si no es ahora, no será nunca, Spiro. No me delatarás, ¿verdad?

   Había cierto reproche en esos ojos marrones, como si esperara que él la defraudara y le contara los planes a alguien para impedir que los concretara.

   —Claro que no. Pero te advierto que no me parece una buena idea.

   — ¿Vas a dejarme ir?

   —Sí, claro. No lograría detenerte ni aunque lo intentara. Lulú, eres un huracán —murmuró con algo de temor. No le agradaba en absoluto lo que intentaba hacer. No creía que las cosas fueran a suceder como las planeaba. Seguramente, al regresar, la castigarían severamente por aquella desobediencia. Sin embargo, él no era quién para impedirle hacer nada. Y hasta que no lo intentara, alguien con tanta fuerza de voluntad como ella, no se detendría. Con un poco de suerte, después del intento se le esfumarían las ganas de tomar riesgos innecesarios.

   —Tienes razón. No podrías conmigo, pequeño genio —comentó ella con algo de diversión. Se había colocado ropas oscuras. El cabello castaño y liso estaba recogido en un rodete. Se pasó el bolso de tela gris por debajo del brazo izquierdo. Lo único que no había cambiado de su apariencia usual eran las zapatillas de un color verde militar. Ya estaba desgastadas y le quedaban un poco apretadas, pero eran las únicas que tenía.

   —Cuando regreses, para tu cumpleaños te conseguiré unas nuevas —aseguró Spiro.

   —Eso sería genial, aunque estoy segura de que ese es exactamente el mismo regalo que me planea hacer mi hermana. Tendrás que preguntarle —señaló con una sonrisa. Él se la devolvió. El corazón le latía apresurado en el pecho. No quería demostrarlo frente a ella, pero tenía un poco de miedo. ¿Y si algo salía mal? ¿Y si no regresaba? Tenía que hacerlo. En una semana era su cumpleaños... tenía que volver sana y salva, aunque fuera solo para recibir un nuevo par de zapatillas como obsequio—. Bueno, es hora. Adiós. Te veo en un par de minutos.

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   Lucía se ocultó entre las sombras, como había estado practicando desde hacía un par de años. Le emocionaba poder poner en práctica esos conocimientos, aquellos que había desarrollado con la esperanza de utilizar en una misión. Por supuesto, nunca le habían ofrecido formar parte de una, hasta ese momento.

   Siguió al grupo que se deslizaba sobre los tejados de Xonar. La ciudad estaba invadida por la oscuridad. Las luces iluminaban débilmente las calles, en las que no se paseaba ni una sola persona. El viento arrastraba con él todo tipo de mugre y basura. Una bolsa de plástico por poco le pegó de lleno en la cara a la joven. Eso lo hubiera arruinado todo.

   Se aseguró de hacer tanto silencio como podía. Si la descubrían antes de lo estipulado, la enviarían de regreso a la base. No podría cumplir el objetivo y, además, Natalia la mataría. Ese era el peor resultado posible.

   No tuvo inconvenientes en mantenerles el paso hasta llegar al puerto. Una vez allí, se colocó detrás de uno de los contenedores cerrados. No había un solo alma a la vista.

   Lucía frunció el ceño. Algo olía realmente mal. La mano se dirigió inconscientemente al bolso, a las pequeñas esferas que cargaba como único método de defensa, además de una daga. No era muy buena manejando ese tipo de armas. Había visto a su hermana muchas veces disparar una pistola, pero jamás le habían permitido a ella acercarse a una. Una mueca se le dibujó en el rostro. Le habían dicho que era demasiado pequeña para eso, pero ¿acaso Natalia no lo era también? Sacudió la cabeza. No podía dejarse llevar por esos pensamientos, no en ese momento. Se tenía que concentrar.

   El grupo de rebeldes se movía con sigilo entre los diversos contenedores. No les costó mucho reaccionar luego de la sorpresa inicial que sintieron al no detectar presencia militar. Lucía los siguió desde arriba. Consiguió treparse a uno de los barriles.

   Su hermana y los otros cuatro compañeros de equipo, encontraron lo que buscaban. Se escuchó el ruido de un disparo cuando intentaron abrir el candado de la caja en la que se encontraban las armas que debían robar.

   Tomaron, entre las manos, tantas como pudieron. Lucía se aproximó un poco más, dispuesta a revelar su presencia al fin. Agudizó los oídos. ¿Cómo era posible que nadie estuviera resguardando el sitio? Con la mirada atenta inspeccionó cada rincón y...

   Se le detuvo la respiración. El corazón le dio un vuelco en el pecho. Era casi imperceptible, pero detectó algo de movimiento a pocos metros de donde se encontraba Nati. Tenía que hacer algo o los descubrirían. Tragó saliva y saltó hacia la superficie más cercana. Le costó un poco mantener el equilibrio, y el ruido que provocó el aterrizaje alertó al grupo de rebeldes. Tomaron todas las armas con las que podían cargar y corrieron en dirección a la salida.

   Iba a gritarles que la esperaran, que ella estaba allí también. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, observó cómo las sombras que había notado cobraban velocidad y avanzaban en dirección a los intrusos. Lucía no lo pensó demasiado cuando detectó que uno de ellos traía un rifle y lo apuntaba en dirección a su hermana. Tomó entre los dedos una de las bombas de humo y la lanzó. Luego, otra. Y otra. Cada una desprendía un color diferente. Rojo. Rosa. Verde.

   No tuvo tiempo de pensar en que estaba haciendo poco y nada para no delatar su posición. Ya solo le quedaba una, pero estaba funcionando. La cédula rebelde ya no se encontraba al alcance del enemigo. Tiró el brazo hacia atrás para tomar impulso y lanzar la que todavía le quedaba. Después vería cómo se las ingeniaba para regresar.

   Algo tiró de ella hacia atrás. Una mano se cerró con fuerza alrededor de su muñeca. Soltó un grito de dolor. Un segundo más tarde, se encontraba con la cabeza contra el suelo y las manos en la espalda. Le quitaron la daga del cinturón, que ni siquiera había tenido tiempo de sacar. La figura de un hombre se alzaba ante ella, mientras otra la mantenía inmovilizada.

   — ¿Qué tenemos por aquí? —murmuró la voz rasposa de uno de los captores, mientras se llevaba a la altura de los ojos la pequeña esfera que todavía permanecía intacta. La joven no respondió y siguió forcejeando.

   —No se queda quieta —gritó el que la sujetaba.

   —Duérmela, entonces —respondió el otro con agotamiento, como si fuera la solución obvia al dilema. Lo último que vio antes de perder la consciencia fueron los zapatos negros y lustrados correspondientes a los oficiales del gobierno.

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   Spiro no podía descansar. ¿Cómo lo haría sabiendo que Lulú podía estar en peligro? Caminó de un lado a otro junto a la salida y entrada principal de la base. Necesitaba noticias, que el equipo regresara. Todos ellos. Vivos. A salvo.

    Levantó la cabeza cuando percibió un pequeño traqueteo. El ruido tomó mayor fuerza y rapidez. Corrían. ¿Por qué? ¿Los estaban persiguiendo? ¿Escapaban del ejército?

    La primera a la que distinguió fue a Natalia. Tan pronto como se encontró a salvo, dejó caer las armas que traía en los brazos y se inclinó hacia adelante. Se colocó las manos sobre las rodillas. Los demás ingresaron uno por uno.

   —Lo logramos, pequeño genio —exclamó la líder del equipo. La respiración se encontraba agitada por tanto correr. No le preguntó al chico cómo era que sabía que había salido en una misión. La sonrisa de Spiro se ensanchó y corrió a abrazarla. Era extraño que, si estaba al tanto del operativo, su hermanita no se encontrara con él para darle la bienvenida.

   —Me alegra muchísimo. No voy a mentir, tenía un mal presentimiento. Lulú no me va a dejar en paz. Me repetirá una y mil veces que tenía razón y...

   — ¿Lulú? —cuestionó ella. Tenía el ceño fruncido, la confusión se le denotaba en el rostro.

   —Sí, ¿dónde está? Todavía no la vi, pero supongo que debe estar bien si no estás preocupada —respondió.

   —Spiro... ¿de qué estás hablando? Lulú debería estar aquí, contigo.

    Dos corazones dejaron de latir al mismo tiempo. El terror se dibujó en ambos rostros. Se miraron un par de segundos sin atreverse a preguntar aquello que ambos ya sospechaban.

   —Ella... fue detrás de ti —susurró el chico cuando reunió el suficiente valor como para poder enfrentarse a la posible y oscura verdad.

   —No, no, no puede ser. Ella... las explosiones —murmuró. De pronto, todo tenía sentido.

   — ¿Qué?

   —Alguien detonó bombas de humo para distraer a los guardias. Yo... no tuve tiempo de pensarlo demasiado porque estaba corriendo por mi vida, pero...

   —Lulú. Fue Lulú —concluyó Spiro. Las lágrimas ya tomaban forma en los costados de sus ojos verdes. Lo primero que surcó el rostro de Natalia fue la ira, la impotencia, pero luego fue reemplazada por el terror.

   —La encontraremos. No creo que la hayan matado. Deben tenerla secuestrada en la casa de gobierno, o en alguna prisión. No descansaremos hasta encontrarla. León no se detendrá hasta no saber qué ocurrió —soltó la muchacha entre lágrimas. Se aferró al chico en busca de fuerzas. Lo único que evitaba que se quebrara por completo era la posibilidad de volver a encontrarla. Lo conseguiría. Estaba segura, porque sino no sabría qué hacer. Cómo seguir con la vida.

Spiro asintió. Tanto como ella, decidió sujetarse de la esperanza. La culpa lo carcomía por dentro. Si hubiera intentado detenerla... recordó la despedida, se había mostrado tan emocionada, tan llena de vida... jamás podría haber sospechado que esa sería la última vez que la vería.

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