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Sé que el día de actualización es el sábado, pero estaré viajando doce horitas mañana y, por lo tanto, para no arriesgarme, decidí subir hoy el capítulo.
En otros anuncios, MI MEJOR ENEMIGA LLEGÓ A LOS 1k DE LECTURAS. Estoy muy feliz y, para celebrar, se viene capítulo doble. Y lo mismo sucederá cada vez que se sumen mil más, ¿qué opinan?
Ahora sí, gracias y disfruten.
A Darcia no le había costado mucho sobornar a los médicos del complejo para evitar que quedaran registros de la visita a la enfermería. Todo lo que había tenido que hacer es apuntarle a uno de ellos con la pistola, que la esperaba en sobre la mesada de la habitación cada vez que regresaba de los patrullajes, y amenazar a algún que otro miembro familiar de cada uno de los presentes. La dificultad residía, sobre todo, en que nadie notara las heridas antes de ser atendida.
Llegó un poco antes de lo estipulado y logró escabullirse para que Mateo no la viera. Ni él, ni nadie más. En especial Raquel, aunque debía estar profundamente dormida a esas horas de la mañana.
Le resultó más sencillo de lo que había creído, sobre todo porque se conocía el sistema de ventilación de memoria, y se mantuvo escondida de los ojos ajenos la mayor parte del trayecto.
El asunto es que no perdió el tiempo. Mientras antes la revisaran, antes podría regresar a las andanzas. Por suerte, la mayoría de los cortes no eran profundos y no había huesos rotos, solo una torcedura.
Para el mediodía ya la habían arreglado tanto como podían. Tenía alguna que otra venda, pero en sitios no visibles. El labio partido había dejado de sangrar y, si bien estaba hinchado, apenas se notaba a simple vista. El corte en la mejilla no podía pasar desapercibido, pero cualquier excusa servía para justificarlo. En el momento en el que prendió la regadera del baño de la habitación para darse la mejor ducha de la vida, ya tenía pensada la historia que le contaría a los demás.
El agua hirviendo, en contacto con las heridas, era lo suficiente para anclarla a la realidad. Solo entonces pudo procesar todo lo que había sucedido esa noche. Habían sido demasiadas cosas.
En la cabeza resonaban las palabras de Spiro: vuelve a casa. ¿A qué se refería con eso? Si él mismo la había abandonado. ¿Se había arrepentido de lo que sea que hubiera sucedido todos esos años atrás? Imposible. Y, aunque fuera real, seguro se trataba de una trampa. Quería convencerla de traicionar a la inquisición, de que les revelara los planes que tenían para los rebeldes como ellos. Eso no iba a suceder. No caería en un engaño con tanta facilidad.
—Te perdonó la vida porque tú no pudiste salvarte a ti misma. Te hizo puré. Que suerte tienes de que él no es como tú. Ahora le debes. Y no hay nada que odies más, ¿verdad? Pero seguro que no lo pensaste cuando estabas rogándole patéticamente que te dejara vivir —le susurró la voz de Natalia al oído. No se había materializado, pero ahí estaba el inoportuno comentario de siempre. Darcia le pegó a la pared con fuerza.
—Ya entendí. Soy un monstruo. Silencio.
— ¿De verdad crees que es buena idea que te quedes con la niña? ¿No te das cuenta de que el monstruo puede salir en cualquier momento? La matarás sin darte cuenta. Y cuando lo hagas será demasiado tarde. Eres inestable. Todos los que mueren a tu alrededor, lo hacen por tu culpa, seas o no la que apriete el gatillo. Lo sabes. Pero eres egoísta porque Emma te hace sentir especial. Pones en riesgo su vida porque...
—Silencio. Me tienes harta. Basta. No estoy haciendo tal cosa. Lo juro.
Tenía la intención de sonar enojada, luchar contra los pensamientos oscuros que Nati le insertaba en la mente, pero no pudo. Más que una orden, sus palabras eran súplicas. Se dejó caer al suelo, sin prestarle atención a la incomodidad de los músculos y lo mucho que le ardía la piel. La voz de su hermana se multiplicó. Y, pronto, no solo era ella la que lanzaba acusaciones, sino miles de otras personas que había conocido a lo largo de aquellos miserables veintiún años. Ya pronto serían veintidós. Ella y Spiro coincidían en edad durante un par de meses. Recordaba que a veces festejaban juntos. Nada de eso le había importado a él cuando la migración de la base había ocurrido y la habían abandonado. Así que a ella tampoco.
El zumbido en los oídos resonaba cada vez más fuerte. Las voces eran tantas que no conseguía distinguir lo que decía cada una. Se llevó las manos a la cabeza y se la golpeó repetidas veces en un intento por hacerlas desaparecer. ¿Cuándo comprendería que eso nunca funcionaba?
Gritó y lloró. Se irritó las heridas. En ese punto, lo único que quería era encontrar una forma de regresar a la realidad, de poder enfocarse en algo. Cualquier cosa le serviría.
—Basta —insistió. Nunca le hacían caso. No podía esperar que lo hicieran tampoco, porque ella había acabado con cada una de esas personas. Querían venganza, atormentarla por el resto de la vida.
Permaneció allí, con el agua hirviendo quemándole la piel, hasta que consiguió recuperar el dominio de sí misma. Le costó más que en otras ocasiones. Cuando salió del baño tenía las marcas de las uñas de las manos incrustadas por todo el cuerpo. Algunas gotas de sangre le resbalaban por la pálida piel.
Lo importante es que había terminado. Todavía faltaba para la hora del almuerzo. Era, sin falta, a la una del mediodía. No tenía muchas ganas de enfrentarse al equipo al que pertenecía, mucho menos a Mateo, que debía estar preocupado por no haberla cruzado al terminar el patrullaje.
Se cambió de ropa. Bueno, algo así, porque solo tenía distintos modelos del mismo conjunto de siempre: el top negro y el pantalón de cargo color violeta. Le habían confeccionado siete copias completamente iguales para que pudiera utilizar una cada día.
Luego, se recostó sobre la litera. Giró la cabeza hacia el costado, hacia el escritorio completamente desordenado. Recordó el último arrebato que había tenido. Lo había tirado todo al suelo. Alguien había vuelto a colocar los papeles y objetos sobre la mesa, pero nada más parecía fuera de lugar. Era mejor así, porque odiaba que le tocaran sus pertenencias. Ella se encargaría, en algún momento, de acomodarlas de nuevo.
Cerró los ojos y no tardó en conciliar el sueño.
Cuando despertó, ya estaba llegando tarde al comedor. Era la una y media. Esperaba que le hubieran guardado algo de comida, por más poca que fuera. Se echó una mirada en el espejo quebrado del baño, solo para asegurarse de que las marcas y heridas no fueran tan visibles, y se marchó.
Tal como en la base rebelde, conocía cada rincón del complejo. Bueno, al menos los sitios en los que tenía acceso autorizado. También estaba la zona a la que solo podían entrar los jefes de cada unidad. Mateo, por ejemplo. A veces la curiosidad le carcomía por dentro. ¿Qué había detrás de la puerta que tenía un cartel de restringido?
Había intentado averiguarlo al principio, durante la etapa de entrenamiento, cuando su lema de vida no era "todo lo que no me afecte a mí, no es de mi incumbencia". Cuando todavía no tenía las manos cubiertas de rojo y una pila de cadáveres en la espalda. Cuando, en definitiva, Natalia seguía viva.
— ¿Qué haces mirando esa puerta como si creyeras que puedes abrirla con la mente? Eres una rarita.
Darcia puso los ojos en blanco y soltó un gruñido. Raquel. Esperaba no tener que lidiar con nadie antes de lo necesario, pero la mala suerte que la perseguía era histórica. Nunca cambiaría. Se volteó para enfrentar a la mujer de tes blanca y cabello corto color naranja. Los ojos color verde y las pecas le proporcionaban el material que necesitaba para burlarse de ella.
—No más que tú, Zanahoria —devolvió la castaña con una sonrisa burlona. Su compañera de equipo se cruzó de brazos y la inspeccionó con la mirada— ¿Qué pasa? Ya todos sabemos lo mucho que quieres ser como yo. Pero, amiga, nunca podrás tener esta perfección.
Eso la hizo reír, como si le acabaran de contar el mejor chiste del universo.
—Estás demasiado... demacrada para haber regresado de un simple patrullaje —señaló luego con algo de sospecha. Si esas palabras tuvieron algún efecto en Darcia, no lo notó. Lo mejor que sabía hacer la de ojos marrones era mentir, actuar, engañar.
—Es que tuve un pequeño accidente. Estaba pensando en, ya sabes, nuestro queridísimo jefe, y me caí bajando las escaleras de emergencia de la casa sobre la que estaba apostada —explicó, como si no supiera el efecto que tendría en Raquel. Podía ver que le temblaba el ojo. Y eso solo la incitó a seguir con la mentira.
—Escucha bien, loca de mierda... —parecía que estaba por pronunciar una amenaza. Tomó la tela de la parte delantera del top de Darcia, y la empujó contra la pared.
— ¿Qué manía tiene la gente con golpearme la cabeza? —murmuró el Huracán más para sí misma que para que la escucharan.
—Tal vez creemos que así se te quitará la locura del cuerpo. Ahora, escucha esto: eres un monstruo. Estás fuera de tus cabales y la mitad del tiempo solo piensas en explotar cosas. Así que te advierto: no te acerques a Mateo.
Esas palabras le dolieron más a la castaña de lo que demostró, sobre todo porque eran ciertas.
— ¿Por qué? ¿Porque lo quieres para ti solita? Me temo que es demasiado tarde. A que no sabes un pequeño secretito. Si te acercas, tal vez te lo cuente.
Raquel dudó, pero aproximó el rostro al de ella un poco más, sin soltarla. Si Darcia quería, ya podría haberse librado de ella, sobre todo porque había recuperado la pistola. Sin embargo, la situación era demasiado entretenida.
—Soy su favorita y siempre lo seré. ¿Sabes por qué? Porque doy resultados. Podrás insultarme todo lo que quieras, pero, admitámoslo, todo lo que deseas en tu patética vida es ser como yo. Y no lo vas a conseguir. Nunca.
— ¿Quién querría ser como tú? Apuesto a que tu cabeza es un lío de cosas sin sentido.
—Bueno, parece que eso no le importó a Mateo cuando... ya sabes...
Pudo ver el momento en el que la idea de lo que había querido decir le pegó de lleno a la pelirroja en el pecho. Se le abrieron los ojos, el agarre que tenía sobre ella se intensificó, y la ira emanaba en ondas de ese menudo cuerpo.
—No te creo.
—Pregúntale. Veremos si estoy mintiendo —Darcia notó que su compañera levantaba el puño. Soltó una pequeña carcajada—. Vamos, hazlo. A ver qué le dices a Mateo cuando pregunte qué sucedió.
Raquel se mordió el labio con fuerza y la soltó. Se la veía ofuscada y la de ojos marrones hasta sintió un poco de pena por ella. Pero ya estaba harta de los jueguitos y ataques sutiles que le lanzaba a toda hora. Era tiempo de pasar a la ofensiva.
—Te vas a arrepentir de haberle tocado un solo pelo a Mateo.
—Vaya, me muero de miedo. Yo creo que no.
La molesta abrió la boca para responder, y la cerró de nuevo. Luego, apretó los puños a los costados, le dio la espalda, y se marchó maldiciendo en voz baja. Darcia se encogió de hombros, y retomó el trayecto al comedor. Se quedaría sin almuerzo si no se apuraba.
Se recordó que debía guardar un poco para llevarle a Emma esa noche. Sin embargo, sacar cosas del complejo era más difícil ahora que no tenía un bolso. Debía conseguir uno nuevo. Se le ocurrió que, tal vez, podría robarle uno a Elena o Tamara. Con Raquel ya se había metido demasiado. Tampoco debía provocarla tanto... ese podía llegar a ser el peor error de la vida. Una mujer despechada era capaz de hacer cualquier cosa por venganza.
Buscó con los ojos las caras que conocía. Vislumbró a las otras dos compañeras de equipo sentadas en un rincón del salón. Conversaban juntas de forma animada. Detectaron la presencia del Huracán al mismo tiempo. Le dedicaron una cara de pocos amigos. Bien, no se les acercaría.
—Darcy —la llamó el único hombre del equipo. Lo saludó, tomó una bandeja blanca con las manos, dejó que le sirvieran un pedazo de carne con puré de patatas, y se acercó a él.
—Esa soy yo —musitó con vos cantarina y una sonrisa demasiado grande en el rostro.
—No te vi cuando regresaste.
—Tuve un pequeño accidente y llegué antes. Ya sabes como soy. Me distraje y plaff, me caí por las escaleras de emergencia de la casa en cuyo tejado me correspondía apostarme —explicó lo mismo que le había dicho a Raquel. Era importante que no se contradijera.
Mateo negó con la cabeza. Se notaba a simple vista que estaba esforzándose por no reír. Sin embargo, había algo en los ojos de él que le indicaba que no se creía del todo la historia.
—Bueno, espero que esa escalera no vuelva a molestar. Y que no haya indicios de la caída —dijo con severidad. La intensidad con que la miraba demostraba que no estaba hablando ni de caídas ni de escaleras. Sabía que se había peleado con alguien.
—No volverá a molestar —le aseguró Darcia, aunque era mentira. Spiro seguía allí afuera y, por si fuera poco, estaba en deuda con él. No podía ser peor.
—Me alegra saber eso. Por otro lado, te informo que tuve una audiencia con Alexandro ayer. Le presenté tu último proyecto. Está entusiasmado por comenzar la producción masiva.
Se atragantó. Había olvidado por completo aquel invento. Había presentado los esquemas hacía meses y no había recibido noticias al respecto, mucho menos se le había ocurrido preguntar por el estado del proceso.
Sintió el calor recorrerle el cuerpo, como cada vez que alguien apreciaba lo que hacía. Ese era otro aspecto positivo de formar parte del lado ganador. En la rebelión nadie le prestaba demasiada atención a los aportes que hacía, a lo que podía lograr. Allí, no solo la querían por las habilidades en el combate o la puntería con las armas. No, sino también por el intelecto que poseía. Pocos lo notaban a través de la locura, pero ahí estaba. Y cuando lo sacaba a relucir, se impresionaba hasta a sí misma.
—Genial. Espera a ver lo que hace —exclamó con emoción. Conversaron al respecto el resto del almuerzo. Una vez que Mateo tuvo que levantarse para asistir a una reunión con los demás jefes de unidad, Darcia se apresuró a servirse un plato más. Se aseguró de que nadie la estuviera viendo, y que la cámara en el rincón del comedor apuntara al otro lado. Se escabulló hacia la habitación que le pertenecía.
Para cuando llegó el momento de salir a patrullar, el puré se había enfriado. Era una pena, pero seguía siendo mejor que nada.
Dejó la pistola sobre el escritorio, agarró la otra, la inservible de juguete, y se la colocó en el cinturón de utilería. Fue más complicado de lo que esperaba escabullirse con un plato en la mano. Evitó a Mateo, que cada noche se encargaba de asegurar que no llevara el arma que no debía, y se internó en las calles oscuras y mugrientas de la ciudad.
Saludó a las otras patrullas, y se acomodó en el sitio habitual. Esperaría un par de minutos y, luego, iría a visitar a Emma.
Cuando hubo pasado un buen rato, desapareció entre las sombras y realizó el mismo recorrido de siempre. Esperaba que el resto siguiera el transcurso habitual: descender por la escalera y abrir la puerta escondida en un basural que se situaba a unos cuantos metros de distancia. Debía recorrer los corredores laberínticos, y llegaría a la verdadera entrada a la base. Sin embargo, lo que encontró fue una nota y un paquete pegados a la pared, justo antes de ingresar. Miró hacia todos lados, pero no detectó nada fuera de lo normal. Con manos temblorosas, arrancó el sobre de papel. Lo abrió con creciente temor. Se le hizo un nudo en la garganta. Se le apesadumbró la respiración.
—Para el Huracán y la Dinamita. Alimentar el fuego facilita la supervivencia. S. —leyó. El paquete incluía tres botellas de agua de un litro y medio, verduras y frutas. En lugar de sentirse aliviada por la ayuda, el corazón le dio un vuelco dentro del pecho. El terror le invadió las venas. La había encontrado. De alguna forma sabía que estaba allí, con Emma.
¿Qué era lo que quería lograr con ese mensaje? ¿Era una amenaza? ¿Buscaba informarle que sabía la verdad, que la niña se había convertido en un arma que podía usar en su contra cuando se le antojara? No lo permitiría por nada en el mundo. Soltó un grito de frustración, de furia. Hizo añicos el papel y lo tiró al suelo.
Luego, cuando consiguió calmarse un poco, meditó las palabras escritas. Se las sabía de memoria. Huracán. Dinamita. S. Hablaba en código, como si quisiera asegurarse de que nadie lo entendiera más que las partes involucradas. No lo hubiera hecho si planeaba delatarla, ¿verdad? ¿Se lo habría contado a los otros rebeldes? Se estrujó los dedos.
Solo una cosa era segura: Spiro sabía dónde encontrarla a ella y a la única debilidad que tenía.
Con el corazón en la boca corrió a través de los corredores y siguió el camino que tanto conocía.
Spiro no podía hacerle esto. No podía. Creía que le había dejado en claro que la niña no corría riesgo con ella, que le importaba de verdad. Era por eso, después de todo, que la había dejado vivir. O, tal vez, el único objetivo de aquel gesto había sido seguirla hasta el sitio en el que ocultaba a la pequeña. ¿Cómo no había notado que la espiaban? ¿La estarían siguiendo en ese preciso momento? Seguro que se reían de lo tonta que era, de la desesperación que sentía. Era lógico. A ella también le hubiera resultado divertido ver al enemigo sufrir de semejante forma.
— ¡Emma! —gritó. Por favor, rogaba que no se la hubieran llevado. Porque, de ser así, jamás le permitirían volver a verla. El plato que llevaba en las manos quedó olvidado. Cayó al suelo y se hizo añicos. Intentó recoger los pedazos y se cortó en el proceso. Decidió que no valía la pena perder tiempo en estupideces. La comida quedó en el olvido. Continuó el trayecto hacia la antigua habitación. No importaba si sangraba, si estaba forzando la pierna y no avanzaba la mitad de lo rápido que quería— ¡Emma!
Se adentró en el dormitorio abruptamente. El corazón le martillaba en el pecho. Buscó con la mirada a la niña. Se encontraba acostada sobre la cama superior de la cucheta. Darcia suspiró. Tan pronto como la vio bajar de un salto, la cubrió con los brazos y escondió la cabeza en aquel cabello corto y color azabache. Lloró con fuerza y no la soltó hasta que consiguió calmarse. Estaba bien. No le habían hecho daño para vengarse de ella. Spiro no le había tocado un pelo. Nunca lo conseguiría mientras pudiera hacer algo al respecto.
Emma se apartó y le sonrió a modo de saludo. Esos ojos de tonalidad avellana buscaban algo. Recordó que era tarde y que, probablemente, no había cenado. El plato que había traído ya no era una opción. Se había roto y el contenido debía estar desparramado por el suelo.
A regañadientes, se levantó y regresó a buscar los alimentos que les había proveído el rebelde. Tras olerlos y comprobar que no tenían ningún tipo de veneno, se los mostró a la pequeña.
—Mira lo que tengo —exclamó, como si no le afectara en lo más mínimo que aquellos paquetes hubieran sido un aporte de su peor enemigo. A ver, por más que deseara tirarlo todo a la basura, no podía negar que necesitaba la comida.
No comprendía qué era lo que Spiro esperaba conseguir con todo aquello, pero no importaba. No lo conseguiría. No mientras Darcia siguiera con vida.
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