5
Ya había pasado poco más de una semana desde el enfrentamiento con Darcia en el muelle, y nadie sabía algo de ella. ¿Había sobrevivido o la muerte se la había llevado? Creía que la segunda opción era la que más feliz lo pondría. No era así, para su sorpresa. Se odiaba por eso. Ya no sabía qué más tenía que hacer para que su corazón y su mente comprendieran que ella no era Lulú, que nunca lo sería. Pensaba que ya había zanjado ese asunto. Tenía que destruirla. ¿Cuántos rebeldes más debían morir para que hasta la última gota de esperanza se esfumara? Los amigos que había perdido , los aliados... y él temía haber acabado con una de las mayores amenazas para la causa. ¿En qué mundo eso tenía sentido?
—En ninguno —se respondió a sí mismo en la oscuridad de la noche. Siempre le había costado dormir. Bueno, en realidad desde que había ocupado el puesto de León. Demasiadas preocupaciones. Los pensamientos avanzaban con velocidad, ideando estrategias, planes, descifrando al enemigo.
Suspiró. Se levantó de la cama simple que había colocado contra la pared, y se sentó sobre un escritorio en el lado opuesto. No podría conciliar el sueño. No en esa ocasión.
Las cosas iban mal. La batalla por librar a Xonar de la tiranía se había extendido demasiado. Nunca lograban vencer a Alexandro. Solo pedían que llamara a elecciones. ¿Tan difícil era eso? Spiro rio. Por supuesto que sí. Era de esperar que ese imbécil no quisiera dejar el poder ahora que sabía lo que se sentía.
No podía entender que Lulú los hubiera traicionado. No solo a él y a Natalia, sino a la propia causa por la que los padres de ambas habían dado la vida. No lograba comprenderlo. ¿En qué momento se había descontrolado la situación?
Se masajeó la frente. No conseguiría nada dándole vueltas al asunto. No importaba por qué las cosas se habían dado de esa manera, sino que habían sucedido. No había nada que hacer al respecto.
Inspeccionó los papeles que descansaban en una pila en el centro. Se trataba de información obtenida de la base de datos del gobierno. Después se ocuparía de leerla. Los hackers estaban haciendo bien el trabajo. Se volvió hacia los documentos de la derecha: solicitudes de aprobación de misiones. A la izquierda, por otro lado, lo esperaban las fichas de los nuevos reclutas.
Lo estresaba la simple idea de todo lo que tenía que hacer. Al final, se pasaba el día entero sin salir de aquel espacio que se había convertido tanto en una habitación como en lugar de trabajo. Se preguntaba si León también realizaba esas tareas. No recordaba haberlo visto nunca ansioso o enterrado en responsabilidades. Tal vez era culpa de él. Se organizaba mal.
De no ser por Mario y Magdalena, que se aseguraban de arrastrarlo hacia el comedor para el desayuno, almuerzo y cena, habría sucumbido a la locura.
Tocaron la puerta. El ruido inesperado lo sobresaltó tanto que saltó de la silla. Le dirigió una mirada fugaz al reloj que colgaba en el otro extremo del dormitorio, justo sobre la cama. Era de madrugada. Frunció el ceño. ¿Quién podría requerir hablar con él a esa hora? El ritmo de los latidos del corazón se tornó errático. Algo malo debía estar sucediendo. No lo molestarían de lo contrario, esperarían hasta que se hubiera levantado. Bueno, tampoco es que estuviera dormido, pero nadie tenía por qué saberlo.
Los golpes se hicieron más insistentes.
Spiro permitió que, quien fuera que se encontrara del otro lado, ingresara. Se trataba de Magui. Se hizo a un lado para darle a entender que era bienvenida. No tenía el pijama puesto y, a juzgar por lo que veía, no había pegado un ojo. El cabello rubio estaba más alborotado de lo normal y una chispa extraña desprendía de esos orbes celestes.
—No vas a creerlo cuando te lo cuente —dijo a modo de saludo. Él se cruzó de brazos y tomó asiento en la silla junto al escritorio.
— ¿Sabes qué hora es? Deberías estar durmiendo —exclamó. La joven de diecisiete años soltó un respingo y murmuró algo por lo bajo.
—Sabes que nunca lo consigo cuando es Mario el merodeador nocturno —le recordó. Eso era verdad y él lo sabía.
—Entonces, supongo que esperaste hasta que regresara. Porque está aquí, ¿verdad? No ocurrió nada.
Al notar la creciente preocupación en el rostro de Spiro, se apresuró a tranquilizarlo:
—Sí, está bien. No lo descubrieron ni le pasó nada. Pero no creerás lo que me contó.
El puesto de merodeador era voluntario e implicaba un riesgo que no todos estaban dispuestos a afrontar. Aquellos que lo deseaban, podían salir a la ciudad y recorrer las calles en busca de información. Eran los ojos y oídos de la rebelión. Les extraían información a los borrachos en los bares, oían conversaciones ajenas y detectaban actividades sospechosas. Era gracias a ellos, y al equipo de hackers, que conseguían enterarse de los planes del gobierno, de los operativos y los cargamentos que ingresaban a Xonar. Debían ser cuidadosos, expertos en el arte del sigilo, pues si eran descubiertos se encontraban solos. Pocas veces habían conseguido rescatar a un merodeador capturado.
Sinceramente, Spiro no creía que lo que fuera que Magui tuviera para comunicarle fuera tan urgente como ella consideraba. Sin embargo, deseaba que valiera la pena, porque lo había interrumpido justo en el momento en el que se disponía a trabajar.
—Seguro que sí —respondió con algo de cansancio.
—Mario me lo contó todo. Ni él se lo cree. Parece que el ruido de una pelea callejera le llamó la atención. Cuando se acercó, adivina quiénes estaban allí, en un callejón, moliéndose a piñas.
—No lo sé. ¿Guardias borrachos? —intentó. Era normal que bebieran unas copas de más y la rivalidad entre ellos se descontrolara. Era ahí cuando más estaban dispuestos a hablar.
—No. Incluso peor. Darcia. Les estaba dando una paliza a tres tipos. Sola.
Si Spiro no conociera mejor a la que consideraba la mejor amiga del mundo, diría que esta admiraba la hazaña que acababa de relatar.
— ¿Darcia? —cuestionó confundido. Bueno, eso respondía a la pregunta que no lo dejaba en paz. Había sobrevivido. No podía haber esperado otra cosa. Parecía inmortal. Nada conseguía derrotarla.
Magui asintió.
—Lo sé. Es extraño, ¿no? Y escucha esto: lo hizo en defensa de una niña. Según lo que Mario me dijo, ellos son esclavistas y planeaban venderla.
Eso sí que era increíble. Él frunció el ceño. ¿Qué significaba? ¿Por qué alguien como Darcia haría algo así? Esas acciones iba tan en contra de todo lo que sabía de ella que parecía estar refiriéndose a dos personas distintas.
— ¿Por qué estaba en la ciudad? Si se supone que los inquisidores no salen del complejo, excepto cuando los envían en misiones —meditó entonces. Los ojos de la chica se abrieron.
—No tengo la menor idea. Mario podría averiguar —ofreció.
Spiro sacudió la cabeza. No. Eso no sucedería.
—Deja. Ya investigaré yo. No quiero que ninguno de los merodeadores se acerque a ella. Tal vez fue una excepción de una noche, pero si esto de rondar la ciudad se convierten en algo permanente, estamos jodidos. Que no los vea porque los matará.
— ¿Y a ti no? ¿Qué quieres decir con eso de que vas a investigar? Supongo que no...
—Sí, supones bien —afirmó.
—Mira, no la conozco mucho, nadie lo hace, pero me da la impresión de que a ti te odia más que a todos nosotros juntos.
—Puede ser. ¿Pero sabes una cosa? Yo también la odio a ella más que a todos los guardias juntos. Y pude enfrentarla la otra vez.
—Eso fue suerte. Estaban muy parejos.
—Se supone que estás de mi lado —le recriminó a la rubia. Ella levantó las manos en señal de paz.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra.
—Está bien. No seré yo el que investigue. Pero debemos enviar al mejor. Al que más oportunidades tenga de salir con vida si ella descubre que la están siguiendo.
Magdalena asintió con los labios apretados. Sabía perfectamente cuál era la persona idónea para semejante encomienda. Sin embargo, eso no implicaba que estuviera feliz de tener que asignarle la misión.
Ya había pasado una semana desde que Darcia fue detectada patrullando las calles por primera vez. Pronto, fue evidente que no era algo extraordinario. Se volvió habitual que los merodeadores la divisaran durante el desempeño de las funciones. Habían sido alertados al respecto e intentaban no frecuentar la zona que sabían que le correspondía a ella. Excepto Mario. Él trataba de seguirle el paso.
El patrón de repetía, según los reportes que le entregaba de forma directa al líder: comenzaba la noche en una azotea, luego de unos minutos abandonaba el puesto, y para el amanecer regresaba. Había intentado descubrir adonde iba cada vez que desaparecía, pero era muy escurridiza y cautelosa. Conseguía esfumarse sin dejar rastro.
Todo aquello resultaba por demás sospechoso. Spiro tenía el presentimiento de que ocultaba algo. Algo que, seguramente, los otros inquisidores no aprobarían. ¿Estaba Darcia en problemas?
Por más que le daba vueltas al asunto, no lograba comprender cómo se relacionaba todo. ¿Qué había sucedido con la niña de la que les había contado Mario? La había enviado a buscar con la intención de acogerla, pero no dieron con ella. Tal vez solo la había ayudado para reclutarla para la inquisición. Esa era la única teoría que tenía lógica y se adecuaba al perfil de la joven.
—Ya te estás estrujando el cerebro de nuevo. Deja de pensar tanto en el Huracán. Parece una obsesión. Tal vez, la ayudó porque, aunque esté loca, sigue siendo una persona. Supongo que tiene sentimientos, ¿no? —ofreció Magui durante la cena. Spiro no se percató de que había estado jugando con la comida en el plato hasta ese entonces. Huracán. Así le decían muchos en la rebelión, porque era impredecible, arrasadora, aterradora y descontrolada. Pero, lo más importante, succionaba y destruía todo a su alrededor. Recordaba que antes utilizaba ese mismo término para referirse a Lulú, aunque jamás lo había considerado algo malo. Era tan... determinada, rebelde, energética.
—Sí. Sentimientos. Por eso mata a tanta gente sin siquiera pestañear. A ella no le importa nadie. Me parece que eso ha quedado claro a estas alturas —opinó Mario, y le dio un mordisco a un emparedado. Tenía razón. Si la culpa no formaba parte del vocabulario de Darcia, entonces el amor y la compasión tampoco. Tenía que existir un plan detrás de aquel acto de bondad con la pequeña. Y el hecho de que no hubieran podido localizarla decía mucho. Seguro que se la había llevado al complejo y la había entregado a la inquisición. La moldearían a gusto, le grabarían las ideas de la dictadura desde una edad temprana y, luego, la convertirían en un arma.
—Sabes, estás demasiado estresado últimamente. Relájate un poco. Solo tienes veintidós años. Actúa como tal. Deberías tomarte esta noche para salir un poco. Ya sabes, ir a un bar y tomarte unas cuantas cervezas. Olvida lo demás solo por un segundo. Yo te cubriré si algo sucede —ofreció la rubia. Spiro alzó una ceja. ¿De verdad pensaba que existía la más mínima posibilidad de que pudiera relajarse con todo lo que sucedía alrededor? Era un líder, no podía darse el lujo de ser irresponsable—. Solo una noche. Te hará bien.
—Es verdad, amigo. Apenas sales de tu oficina. Eso no es sano para nadie —apoyó Mario después de recibir un codazo por parte de su amiga.
—Me parece que se olvidaron de que Darcia está suelta. Si me ve...
—Dudo que, adonde sea que vaya cuando se esfuma, sea un bar.
Eso no lo podía discutir. Sin embargo, presentía que era una mala idea.
—Llévate un comunicador. Clara nos alertará si necesitas refuerzos, aunque sabemos que puedes manejarte muy bien por tu cuenta —le aseguró Magui.
Spiro suspiró y, pocas horas después, se encontraba sentado en la mesada menos iluminada del establecimiento más abarrotado de gente que había podido encontrar. Llevaba una capa que le cubría la cara, solo por las dudas. En cualquier otro sitio esa actitud habría llamado la atención, pero no allí. Los viajeros solían querer pasar desapercibidos y, además, hacía frío.
Sobre la mesa tenía un vaso de cerveza del que ya había bebido la mitad. La música resonaba a todo volumen. Le costó un par de minutos relajarse y poder disfrutarla. Pronto, con la mano marcaba el ritmo de una canción. Por un momento logró que se le blanqueara la mente, se permitió vivir en el presente sin siquiera considerar el futuro.
Y, luego, la mala suerte tuvo que interrumpir la única noche libre que se tomaba en años. La puerta se abrió y se adentró una figura femenina encapuchada. La habría pasado por alto, pero, consiguió divisar unas manos por debajo de la tela gris. Tenía las uñas pintadas de color negro. Los ojos verdes del joven descendieron hasta los pies de la silueta. Reconocería esas botas en cualquier sitio.
Activó el comunicador y abrió la boca para informarle al equipo que Darcia se encontraba allí. Temía que les disparara a todos los presentes. Si era necesario, estaba dispuesto a enfrentarla.
No dijo nada. Apartó la mano de la oreja en la que había colocado el aparato. Ella simplemente se había sentado junto a la barra. Dibujaba patrones con el dedo índice. Tenía la mirada ausente.
Tras meditarlo un poco, Spiro se percató de que ella tampoco quería ser reconocida. Cada vez era más evidente que lo que fuera que tramaba, lo hacía a escondidas de los altos mandos. La curiosidad era demasiado intensa.
Sabía que tenía que apartar la mirada antes de que se percatara de que la observaban, pero no podía. Era extraño encontrarla en un contexto tan diferente a una pelea... normalmente intentaban asesinarse el uno al otro. Pero allí, donde ninguno de los dos quería ser descubierto, donde había demasiados testigos y podía provocarse tanto daño colateral... Hasta parecían dos extraños normales en busca de diversión.
Darcia giró la cabeza levemente en la dirección opuesta. Él desvió la atención al vaso de cerveza. Lo sujetó con fuerza. Maldición. Se aclaró la garganta e intentó modificar la voz tanto como fuera posible, hasta el grado de volverla irreconocible. Todo esto le proporcionó una excelente idea para un nuevo invento: un modificador.
La joven no se acercó. Y, poco a poco, se le relajaron los músculos. Tal vez, esta era una oportunidad para sacarle información, para fingir que no la conocía. Si lograba que se embriagara un poco, entonces... alguien como ella seguro tenía la lengua larga. Sí, tenía que intentar. Y si lo reconocía, apostaba a que no se atrevería a dispararle, menos cuando se suponía que debía estar en un puesto de patrullaje y no de fiesta.
Se aseguró de que la poca iluminación del establecimiento y la capucha evitaran que se le viera el rostro. Se aproximó a la barra con pasos lentos. Algo dentro de él temblaba. Era una locura. No había tomado tanto todavía como para actuar de manera tan riesgosa. Darcia aún no había reparado en él. Podía marcharse, podía alertar a sus compañeros. No se detuvo.
Tomó asiento en la butaca de al lado.
—No pude evitar notar que hace tiempo que estás aquí y todavía no has pedido nada —comenzó. La voz sonaba mucho más grave y rasposa de lo que era.
Ella le dirigió una mirada sin demasiado interés. Apoyó el codo sobre la encimera, y la cabeza sobre la mano. La expresión que le decoraba el rostro denotaba aburrimiento.
—No tengo dinero. Y estos idiotas no quieren hacerle un favor a una dama. En fin, la sociedad de hoy en día da asco, damas y caballeros —exclamó. Spiro frunció el ceño.
— ¿No tienes cómo pagar? —cuestionó. La sorpresa era evidente. Siendo parte del gobierno, uno creería que no le faltaba nada.
—Nunca lo necesito. Siempre me dan todo lo que requiero.
Ah. Así que esa era la respuesta. Claro.
— ¿Y qué hace alguien como tú en un lugar como este? —era extraño pensar en coquetear con ella, pero haría lo necesario.
— ¿Alguien como yo?
Había un brillo aterrador en la forma en que lo dijo. Y, ahí estaba el Huracán que tanto detestaba. No podía creer que habían podido mantener una conversación civilizada, por más corta que hubiera sido.
—Una chica hermosa —se explicó. Le daba asco no solo tener que adularla, sino las palabras que salían de su boca. Eran tan chiclosas, cursis. Darcia rio. No estaba seguro, porque no le veía la cara, sin embargo, le daba la impresión de que había puesto los ojos en blanco.
—Solo busco algo para comer. Muero de hambre —explicó.
—Eso puede solucionarse. Yo invito —ofreció Spiro. Silencio. Lo había hecho todo mal. Era demasiado sospechoso. Podía sentir la duda que emanaba de la mujer frente a él.
—Está bien. Quiero una, no, mejor tres hamburguesas completas. Ah, y una botella de agua mineral, pero de las de dos litros. Y... postre. No sé qué. Lo más caro. Para llevar —le pidió a la chica que preparaba los tragos.
Tenía suerte de haber traído dinero. Ya se arrepentía de lo que estaba haciendo. ¿Tres hamburguesas? ¿Para qué necesitaba tantas? No debían ser solo para ella, ¿verdad? Tal vez no mentía cuando decía que se moría de hambre, aunque era difícil de creer. Si los inquisidores no tenían comida, ¿qué quedaba para los demás ciudadanos?
—Y dos vasos de cerveza —agregó él. Por poco se olvidaba que el plan era emborracharla.
—Ah, gracias. ¿Se puede saber a qué se deben estos favores? Más vale que no esperes que te los pague de otra forma.
¿Acaso estaba insinuando que él quería que ella...? Se odió por la sangre que se le subió a la cabeza. Se le acaloraron las mejillas. No. ¿Por qué? Ella no era Lulú, sino una asesina. Tenía que entenderlo de una buena vez.
—No. Nada de eso. Me ofendes —consiguió responder.
—Me alegra que eso esté aclarado, porque te aseguro que sino...
—Entiendo.
Les trajeron las bebidas, pero la comida demoraría un poco más. Darcia se llevó el vaso de cerveza a los labios y le dio un sorbo.
—Entonces... las tres hamburguesas, ¿son para ti?
No respondió enseguida.
— ¿Algún problema con eso? —Spiro negó con la cabeza. Ella suspiró— Son para mi hermana pequeña.
¿Hermana? Si Natalia era la mayor. No... recordó a la niña que había mencionado Magui. ¿La había escondido? ¿La protegía? ¿Todo esto era para llevarle comida a ella? ¿No podía robarse la que había en el complejo? Miles de preguntas se le arremolinaban en el interior. No comprendía nada. Era como si dos versiones completamente distintas de la misma persona chocaran entre sí. ¿Cuál de ellas era la verdadera? ¿Realmente Lulú había muerto?
— ¿Qué pasó con tus padres?
—Murieron. Fue terrible. Nos quedamos solas. Así que soy yo la que proveo el sustento para ambas. Es más complicado de lo que creí —murmuró. De pronto, la cabeza de Darcia se enderezó. Lo asustó. Le hizo creer que lo había reconocido, que tendría un arrebato. Spiro se preparó para atacar, pero ella solo soltó una exclamación.
— ¡Conozco esta canción!
Se le relajaron los músculos y prestó atención. Él también la conocía. Solía ser su favorita, la de ambos. Siempre la reproducían cuando trabajaban juntos. Un torrente de tristeza, añoranza y melancolía le invadió el cuerpo. Por el contrario, la joven movía los hombros al compás de la melodía y tarareaba la letra. Casi podía imaginar que ella era... pero no. No caería en ese juego. Despertar dolía demasiado. Siempre se llevaba la desilusión.
—Sí, yo también.
—¿Por qué lo dices como si fuera algo horrible? —cuestionó Darcia con un dejo de curiosidad. Spiro se encogió de hombros y le dio un largo trago al vaso de cerveza. Ella lo imitó.
Ninguno de los dos habló mientras aguardaban a que les trajeran la comida que habían pedido. Eso le dio tiempo a Spiro para reflexionar sobre la mujer que se sentaba al lado. Sí, se mostraba inquieta mientras se estrujaba los dedos, y notaba cómo la pierna seguía el ritmo de la música, pero hasta ahí llegaban las similitudes con la asesina traidora en la que creía que se había convertido. De no ser porque la conocía demasiado, hubiera pasado desapercibida. Tal vez, ni siquiera habría notado que estaba allí, presente. Era extraño. Tenía la sensación de que ella había perdido por completo la cordura, de que detestaba a todo el mundo y de que no había cosa que tocara que no fuera a explotar. Al menos, eso es lo que parecía durante los enfrentamientos en los que se habían encontrado. Pero esa versión no se relacionaba en lo más mínimo con la que estaba viendo ahora.
Desde la desaparición de Lulú, no había tenido tiempo para hablarle. No sin una pelea de por medio. Si tan solo hubieran podido sentarse tranquilos, como en ese momento, sin ninguna intervención... no sabía qué habría sucedido, pero estaba seguro de que las cosas jamás habrían llegado tan lejos. Necesitaba cerrar ciertos cabos sueltos que no lo dejaban dormir por las noches. Por ejemplo, no tenía la más remota idea de qué había llevado a su amiga a unirse a la inquisición, ni qué le habían hecho después de capturarla. Solo tenía claridad en un aspecto: Darcia los odiaba a todos. A él, a la rebelión... ¿pero por qué? ¿Qué le habían hecho? Eran como una familia. Bueno, lo habían sido en algún momento.
¿Qué la había llevado a adoptar una nueva identidad? ¿En qué momento había comenzado a matar? ¿Qué le había sucedido para perder la cordura?
Mientras meditaba acerca de todas aquellas incógnitas, y contenía las ganas de expresarlas en voz alta ante la única persona que podía responderlas, la mesera le entregó a la joven la comida. Ella ahogó un respingo, tomó rápidamente las bolsas de papel color marrón, y saltó de la butaca. Spiro no se percató de nada de esto hasta que la vio marcharse. Ni siquiera le había dado las gracias por pagar la cena. Depositó sobre la mesada el dinero, y la siguió.
Claro que sí. Necesitaba averiguar adonde escondía a la niña y si esta corría peligro. Se abrió paso entre la gente. Intentó no perder de vista la vaga figura que se entremezclaba con las demás. La música había pasado a un segundo plano.
Aceleró el paso, sin importarle si tenía que empujar a los que se interponían en el camino. De pronto, perdió al objetivo. Recorrió el espacio con los ojos. Nada. Ni rastro de Darcia.
Al menos, sabía que tenía la intención de abandonar el bar, por lo que prosiguió hasta la salida. Afuera, una brisa le rozó el cuerpo. Nada. Le daba la impresión de haber visto un fantasma. Avanzó un par de pasos hasta la esquina.
Algo tiró de él con fuerza. El movimiento fue tan veloz que no pudo reaccionar hasta que la espalda y cabeza chocaron con una pared.
Contra la garganta le presionaban con una pistola. Darcia lo aprisionaba con el cuerpo. Una chispa de diversión le brillaba en los ojos y la sonrisa dentuda que le estaba dedicando no hacía nada para tranquilizarlo. Los pálpitos del corazón le retumbaban contra los oídos. Lo había descubierto. Sabía que era él. ¿Cómo?
—Bueno, bueno, bueno. Miren lo que trajo el viento... un pequeño rebelde solo y lejos de casa —canturreó la joven. Presionó aún más el arma contra la piel dorada. Spiro apenas podía respirar.
PRÓXIMO SÁBADO: Pelea súper picante.
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