Capítulo 8: El piso de Gael

El barrio de Gael era modesto y bohemio. Había artistas callejeros, murales coloridos en las paredes y una sensación de estar rodeada de gente cool. Me sentí una impostora entre ellos. Gael saludó a algunas personas, me presentó con naturalidad como una amiga. Subimos a su piso, que supe en ese momento que compartía con su hermana Paola. Ella estaba en pijama frente a la televisión.

—¡Gael! Tienes que ver esto. Marina ha llamado «bruja calentorra» a Patricia y... —frenó su diálogo al verme—. No me has avisado de que traías compañía.

—Hola —dije. Paola me hizo un gesto con la cabeza y siguió viendo la televisión.

—Ya hemos cenado. Nos vamos al cuarto —le informó Gael.

—Vale. No hagáis mucho ruido que luego no quiero tener pesadillas.

—¡Ja, ja! Claro.

De nuevo esa sensación que tuve con Esteban de ser «una más». Sin embargo, para Octavio era su mundo. Lo sabía porque lo haba vivido de primera mano y se le sumaba el saber que había sido la única. Había estado programado para quererme solo a mí. ¿O acaso era posible llamarlo a eso amor?

—Vamos.

Gael tiró de mi mano y recorrimos un breve pasillo. Su habitación era una explosión de color. Tenía cada pared de un tono y numerosos pósters de series y películas de la actualidad. Recordé que era actor. En su cama había por lo menos siete cojines.

—¿Te gusta?

—Es original. ¿Y para qué quieres tantos cojines?

—Tienen su utilidad.

Dejó los cascos de la moto en una mesa y se acercó a mí en silencio. Respiró hondo y me tocó el pelo. De ahí bajó su mano por mis brazos hasta llegar a mis manos. Las cogió y las colocó en su torso.

—Tócame —me pidió.

Acaricié su pecho y sus abdominales. Era de constitución delgada y hombros estrechos. Él me observó mientras yo le exploraba. Escuché su respiración acelerada y supe que algo estaba haciendo bien. Jugué con la cintura de su pantalón. Dejó de contenerse y llevó sus manos a mi cuerpo, estaban frías, pero no me importó. Un escalofrío me recorrió entera cuando acarició mis pechos. Él sonrió y tiró de mí para acercarme. Pasó su lengua por mis labios, jugando. Intenté atrapársela con un mordisco y él huyó con pericia.

—No seas malo.

Dejó de tocar mis pechos para coger mi cara y me besó con intensidad. Introdujo su lengua y ahora sí le di el mordisco que se merecía.

—No seas mala tú —me dijo y me agarró con fuerza del trasero—. Por cierto, ya que estamos aquí, hay una cosa que quiero decirte.

—Claro —dije sin dejar de tocarle.

—No penetro en la primera cita.

—Oh —dije sin saber muy bien qué contestar.

—Eso es algo muy íntimo —se explicó—. Pero hay otras cosas que podemos hacer para conocernos. Ven.

Me agarró de la cintura y de un salto me colocó en sus caderas. Me llevó hasta una cómoda y me sentó en esta. Me dio una ristra de besos desde el cuello, al pecho y finalmente hasta el vientre.

—Más íntimo me parece el sexo oral —le dije cohibida.

—A mí también, no te preocupes, que lo tengo todo pensado.

Abrió un cajón de la cómoda y sacó una bolsa pequeña. No me dejó ver lo que había dentro y me besó para distraerme.

—¿Qué es? —pregunté.

—Quítate la parte de abajo.

Inquieta y a la par excitada por lo desconocido, me deshice de los vaqueros y las bragas. Él metió la mano por debajo de mi camiseta y se dedicó al pecho izquierdo mientras me besaba. Con la otra mano sentí que acercaba lo que fuera a mi vagina. Me contraje en un acto de defensa.

—Tranquila.

A esas alturas suponía que debía tener algún tipo de juguete sexual entre manos. Yo sabía que existían, pero poco más. Escuché una vibración muy suave. Con su mano tanteó y buscó mi clítoris. Ahí posicionó el chisme. De refilón pude ver que era de un rosa muy llamativo. No pude pensar ni analizar nada más.

—Jo-der —se me escapó.

Gael me mordió en el cuello mientras el aparato me daba placer. Una mezcla de vibración con aire, algo que nunca había sentido. Pasé de 0 a 100 en muy poco y pronto estaba cerca del orgasmo. Cerré los ojos y sentí la lengua de Gael en mi pecho izquierdo, su claro favorito.

—No puedo... —gemí—. No voy a aguantar...

—Nadie te pide que aguantes. Córrete para mí, Lucía.

No supe si para él o para quién, pero con ese maldito aparato subiendo de intensidad no aguanté. Grité y me agarré con fuerza a sus hombros para no caerme. Incluso sentada, sentí que perdía el equilibrio. Todavía no había vuelto en mí, cuando noté algo duro y demasiado grande en mi mano.

—¿Ahora me ayudas tú a mí?

—Lo que quieras —susurré.

—Póntelo entre las piernas.

Abrí los ojos y me encontré con una especie de linterna negra. Él se rio ante mi cara de confusión y guio mis manos. Puso el chisme apoyado en mi vagina sin pretensión de meterlo, era demasiado grueso. Él se situó al otro extremo de la presunta linterna e introdujo su miembro.

—¿Qué...?

—Sujétalo firme —me pidió.

Agarró mi cintura y empezó a trajinarse al aparato. Yo notaba cada embestida contra mis partes y, una vez superado el asombro, reconocí que el roce me volvía a excitar. Adelanté mi cuerpo para poder besarle. Él siguió rindiéndose al placer que le proporcionaba el juguete y tiró de mi cintura con la misma pasión que si me estuviese penetrando. Era una visión muy excitante. Soltó un gemido ronco y se quedó quieto durante unos segundos. Su rostro de placer fue suficiente recompensa para mí. Jamás había tenido una relación así y le agradecí en silencio la oportunidad. Retiró el aparato del medio y con su mano fue directo a masajearme el clítoris.

—¿Quieres otro?

Por un momento se me pasó decirle que no, que ya estaba bien. Alguna sensación de pudor me quería obligar a negarme. Me mordí el labio y asentí. Gael pegó su cuerpo al mío y sentí su sudor, lo cuál me excitó más. Volvió a coger un aparato rosa, pero no era el mismo.

—¿Eso es un...? —dije sin poder poner nombre a lo que había visto.

—Dicen que es aún mejor que el otro.

El aparato era una pieza curva, un extremo más alargado con forma de pene, y otro más corto con distintas texturas. Gael tanteó mi entrada e introdujo con suavidad la primera parte, la segunda la dejó rozando contra mi clítoris. Lo puso en marcha y mis piernas temblaron.

—¡Ja, ja! ¡Esto no puede existir!

Me empecé a reír como una desquiciada. Gael se apretó contra mí para mantenerme controlada. Agarré con firmeza su cuello y me follé sin ningún miramiento a ese aparato que había entre mis piernas. Mis risas se transformaron en gemidos y pronto en pequeños gritos. Alcancé el orgasmo más rápido que la primera vez, con un gran grito final. Faltaba la música épica para acompañarlo.

Gael dejó el aparato en mi interior. Tuve el fugaz pensamiento de salir corriendo y llevarme esa maravilla a mi casa. Así, tal cual estaba, desnuda de cintura para abajo, corriendo por las calles de la ciudad con el chisme dentro. Sonreí ante mis ocurrencias. Cuando recuperé el contacto con la realidad, Gael me observaba.

—¿Qué? —le pregunté sintiendo mis mejillas enrojecer.

—¿Ahora te pones roja? Te han tenido que oír en tres kilómetros a la redonda.

—¡Tu hermana! ¡Me va a odiar!

—Posiblemente —dijo con una sonrisa.

—Oye, ¿y qué es esta maravilla? —le pregunté y me saqué el aparato.

—¿No tienes uno?

—No.

—¿Ningún aparato?

—No.

—Nos lavamos y te cuento.

Me duché mientras él lavaba los juguetes con mimo. Después se duchó él y yo observé los chismes.

—Esta es una Fleshlight —me explicó Gael al salir poniéndose una toalla en la cintura—. Está diseñada para el placer masculino en solitario, pero a mí me gusta también usarlo en mis relaciones.

—Buena idea —convine.

—Este pequeño y rosa es el famoso Satisfyer femenino. Y el que tiene el pene es una variación, lo puede usar cualquiera.

—¿Cómo? —pregunté como la inocente que era.

Él sonrió y se señaló el trasero. Hacía unas horas si Gael me hubiese dicho que utilizaba aparatos y se los metía por el ano, habría tenido mil pensamientos prejuiciosos y probablemente hubiese huido de la escena. Después de haber probado yo misma esos aparatos, no podía más que entenderlo.

—Son una pasada estos chismes. ¿Y se pueden comprar discretamente?

Lucía Villaverde, próxima compradora de aparatos masturbatorios. Esa era yo.

—¡Claro! En los sex shop son muy discretos. Y si te da corte ir en persona, que no tendría que dártelo, puedes pedir por Internet. Los paquetes siempre vienen sin identificar. Si no, igual se lo quedaba el cartero —me guiñó un ojo y sonrió con picardía.

Me reí ante su chiste y le pedí que me anotase en el móvil cómo se llamaban los aparatos rosas. Sin duda compraría uno de cada. Después estuvo cinco minutos hablando del mantenimiento de los juguetes: nada de lavavajillas, ni jabones normales. Había que lavarlos con jabón neutro o uno especializado. Lubricante solo al agua. Guardarlos de forma individual en bolsas limpias. Anoté alguna de estas cosas en mi móvil y le di las gracias.

Con toda la naturalidad del mundo nos despedimos y me fui a casa en taxi. Había conseguido tener una experiencia sexual que no fuese con un robot, aunque en verdad había sido mediada por máquinas. Lo más raro había sido la relación que se había creado con Gael. Me gustaba, me atraía, pero le veía solo como un amigo. No me entendía ni yo.


✶✶✶✶✶✶

Me parece que Lucía ha aprendido mucho en este capítulo.

¿Qué os parece Gael ahora?

Y lo que habrá tenido que escuchar Paola ;)

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