Capítulo 5: Coger las riendas

A la mañana siguiente me levanté con intención de ir a trabajar. No solo por coger de nuevo las riendas de mi vida, sino por cumplir con mi palabra. El hermano de Paola me dijo que se pasaría por la tienda y quería estar presente para atenderle. Me duché y me puse mi uniforme azul que llevaba la sencilla placa: «Lucía». Mis padres decían que a los clientes les daba confianza saber nuestros nombres. A mí me hacía sentirme como un personaje secundario en la película de otra persona.

Anduve los diez minutos que había hasta la tienda de fotografía y pensé la estrategia para enfrentarme a mis padres. Por un lado, todavía se me revolvía el cuerpo al pensar en su traición. Por otro, me rondaban los ojos tristes de Esteban al hablar de la pérdida de su madre. Decidí que buscaría un equilibrio consistente en hacer como si no pasase nada. Les trataría como si fuesen otros trabajadores de la tienda que daba la casualidad que fuesen mis padres.

—Buenos días —dije al entrar a la tienda.

—¿Lucía? —preguntó mi madre como si no se creyese que estaba ahí.

Pasé directa a la trastienda y dejé mis cosas en el armario. Salí y fui a la zona de impresión de fotos. Miré los pedidos que había y me puse a trabajar en ellos.

—Hija, ¿cómo estás? —intentó mi madre.

—Estoy trabajando —dije seca.

—No presiones a la niña —dijo mi padre que andaba colocando inventario.

—¿Es cierto que ayer tuviste una cita? —Mi madre no se rindió.

Eso me hizo levantar la cabeza y mirarla dolida.

—Veo que Alma se ha ido de la lengua. Aunque no debería sorprenderme, visto el círculo de mentiras que tenéis montado a mi alrededor.

—No te pases —dijo mi madre ofendida.

—Has empezado tú —dijo mi padre poniéndose de mi lado.

Miré a mi madre con fiereza, lista para argumentar y discutir por todo lo que había pasado. Recordé lo que había planeado. Lo de ser neutral me estaba saliendo bastante mal. Respiré hondo y me volví a centrar en los pedidos. Mi padre se llevó a mi madre a la trastienda y cuchichearon. Después salieron y no me dijeron nada que no estuviese relacionado con el trabajo. Bien. Parecía que habíamos llegado a un entendimiento.

Cuando entró una clienta habitual fue un alivio. Rompió la tensión que nos invadía y mi madre se relajó al atenderla. Siguieron llegando más clientes hasta que vino uno que ya se me había olvidado. Gael.

—¡Hola! —saludó con entusiasmo.

Su positividad chocó contra mi estado de ánimo y me esforcé por sonreír.

—Buenos días, Gael.

—¿Os conocéis? —preguntó mi madre con sospecha.

—Sí, le di ayer clase de spinning.

—¿Es eso un eufemismo de lo que yo creo? —dijo mi madre muy seria.

—¡Mamá! —la regañé al adivinar por dónde iba.

—¿Un qué? —preguntó Gael un poco desorientado.

—Nada, no te preocupes —me apresuré a decir y redirigí la conversación—. ¿Has averiguado el modelo de cámara que tiene tu hermana?

—Sí.

Gael sacó una bolsa de la mochila que llevaba. Reparé en ese momento en cómo iba vestido: pantalones grises de chándal y una sudadera verde limón. Lo suyo no era la ropa discreta.

—Espero que puedas averiguar cuál es —dijo mientras ponía un amasijo sobre la mesa.

—¿Qué le ha pasado a la cámara?

—Te dije que mi hermana era temperamental. —Se acercó al mostrador para que mis padres no le pudiesen oír—. Esta cámara se la regaló su novio. Se enteró de que le había sido infiel, el muy... Y a pesar de que le encantaba esa cámara, pues lo pagó con ella.

—Pobre Paola. Nadie se merece algo así.

—Por eso faltó a la clase, estaba demasiado disgustada para ir.

—Pues me parece muy buena idea que le compres tú la cámara. Así estará asociada a ti y eso siempre es algo bueno.

—¿Ah, sí? —me preguntó subiendo una ceja. Su tono de voz era meloso—. ¿Y eso por qué?

—Porque eres su hermano, no por otra cosa.

—¿Te gustó la clase? —cambió de tema de forma repentina.

—Sí, fue muy animada. Y hoy me he despertado con agujetas en el culo.

—Eso siempre es algo bueno —dijo parafraseándome.

—A ver qué cámara es —dije y me centré en el amasijo de plástico.

No me costó averiguar el modelo. Era de gama media baja así que no sería demasiado difícil ofrecerle mejores opciones. Le saqué varias cámaras y se dejó aconsejar. Un rato después tenía la cámara envuelta para regalo y una gran sonrisa.

—Esto le va a animar el día —dijo Gael.

—Seguro.

—Y si algún día quieres hacer un poco de ejercicio, me puedes llamar. —Me pasó un papel por el mostrador.

Miré hacia mis padres para ver si estaban atentos. Justo en ese momento estaban con otro cliente. Cogí el papel y me lo guardé con rapidez en el bolsillo, con la misma cara de culpa que si me acabase de pasar las respuestas de un examen delante del profesor.

—Eres muy lanzado tú, ¿no? Y un poco creído —le dije sabiendo que probablemente no le tendría que ver más—. Puede ser que esté casada, o que tenga novio, o novia.

—Puedes traerte a quien quieras —me dijo y me guiñó un ojo.

No supe qué responder, así que me limité a dejar mi cara de idiota bien al descubierto. Gael soltó una risotada y me acarició una mejilla con confianza. Yo no me aparté, medio hipnotizada por sus ojos verdes.

—Cuando quieras —repitió. Después se dirigió a la puerta y exclamó con buen ánimo—. ¡Adiós, señores Villaverde!

Metí la mano en el bolsillo y noté el papel para asegurarme de que eso acababa de pasar y no me lo había imaginado. Estando con Octavio alguna vez alguien había intentado ligar conmigo, pero jamás de forma tan descarada.

La campanilla de la tienda nos avisó de que entraba alguien. Pensé que sería Gael, que se le habría olvidado algo. Era mi hermana.

—Hola —saludó a mis padres con un beso a cada uno y luego vino directa a mí—. Vámonos.

—¿Qué? ¿Por qué no estás trabajando?

—Me ha dicho papá que estabas aquí.

—¿Papá?

—Lo siento, Lucía, pero tienes que escuchar a tu hermana.

—Por eso no querías que mamá me espantase de la tienda —dije al unir las piezas—. Por eso estabas tan tranquilo. Menuda encerrona.

—Mira, Lucía, no tengo tiempo para más drama —me cortó mi hermana—. Tienes que venir conmigo porque ya no sé qué hacer con Octavio. No se levanta de la cama y no está haciendo su mantenimiento básico.

—¿Mantenimiento?

—Eso es. No necesita comida como nosotros, pero sí necesita mantener su energía al día. Normalmente no tienen que cargarse porque se mueven, andan y la energía cinética carga sus baterías. Ahora está en la cama y se niega a moverse, a cargarse. Se está dejando morir.

—¡¿Morir?! ¡Es un robot! —grité exasperada.

—En este momento es más persona que tú.

La miré profundamente ofendida y quise darle un bofetón.

—Y vosotros, ¿qué? ¿Queréis palomitas? —les dije a mis padres que miraban en silencio—. No me lo puedo creer. Otra vez haciendo todo a mis espaldas y encima tratándome como si la loca fuese yo. ¡Que me habéis casado con una máquina! Una puta máquina.

—¡Lucía! —gritó mi madre al oír mi palabrota.

—Si pudieses salir un segundo de ti misma para mirar alrededor, te darías cuenta del daño que estás haciendo —dijo mi hermana con sequedad—. Solo te pido que hables con Octavio, nada más.

—Nada más, dice. ¿No entiendes el daño que me habéis hecho? —grité y mis lágrimas me traicionaron recorriendo mis mejillas—. ¡Me habéis roto!

Alma suspiró y me abrazó. Lo hizo de una manera fuerte y que no daba lugar a rechistar. Dejé mis brazos colgando, sin rendirme a ella.

—Lucía, te quiero, ¿lo sabes? —me susurró mi hermana.

—Lo sé.

—Aunque no lo veas ahora, sigo creyendo que Octavio es el amor de tu vida. Si lograses superar tus prejuicios.

—Mis prejuicios...

Me acordé de Esteban. Él me había recalcado lo mismo. Pero una cosa era pensar que los que jugaban a videojuegos eran unos paliduchos, y otra muy distinta casarse con un robot. Amar a un robot. Tener relaciones con una máquina. No era lo mismo. Aun así, supe que si no iba con mi hermana en ese momento, no dejaría de insistir. Era mejor dejar ese asunto solucionado de una vez por todas.

—Vale, te acompañaré. —Deshice el abrazo y me giré hacia mis padres— ¿Os importa que deje la tienda un rato?

—No vuelvas hasta mañana si hace falta —dijo mi madre ipso facto.

—Ve tranquila —apoyó mi padre.

Recogí mis cosas y subí al coche de mi hermana. Nada más hacerlo, puse la música alta para dejar claro que no pretendía tener ninguna conversación con ella. Iba a finalizar lo que fuese con Octavio y seguiría cogiendo las riendas de mi vida.

Media hora después, entramos en la urbanización donde vivían Alma y Melisa. Chalets adosados de dos plantas con sus pequeños jardines. Aparcamos en la entrada y entramos en la casa. Tenían muebles de madera y alfombras cálidas. A pesar de lo acogedor que me había parecido en otras ocasiones, me sentí en territorio hostil. Allí estaba Octavio.

—Melisa está trabajando y yo tengo que irme también. Te dejo la llave de repuesto —dijo mi hermana sin quitarse la chaqueta ni el bolso—. Aquí tienes.

Cogí la llave y la miré perdida. No quería quedarme a solas con el robot.

—Todo irá bien. Solo abre la mente un poco, ¿vale? —me dijo ella y me dio un beso rápido en la mejilla—. Está en el cuarto de invitados.

Antes de que pudiese decir nada, desapareció como una exhalación. Tuve la tentación de marcharme. Esperar a que Alma arrancase su coche e irme sin más. Caminaría hasta la parada de autobuses y, aunque tardase un buen rato en llegar a casa, podía volver sin tener que enfrentarme a nada.

Eché de menos estar en mi casa y poder hablar con mi gato. Le diría: «Mauro, tengo que hacerlo, ¿verdad?». Y él me miraría de alguna manera especial y yo sabría que era que sí. Tenía que hacerlo. Dejé mis cosas en el recibidor y subí las escaleras. Me sabía la casa de mi hermana de memoria así que no tuve problemas en ir directa al cuarto de invitados. La puerta estaba cerrada. Levanté la mano lista para golpear con los nudillos. Mi respiración se aceleró. No sabía si podía enfrentar a Octavio. De nuevo sentí ganas de correr.

Sacudí la cabeza y me llené de valentía. Llamé a la puerta. No obtuve respuesta, insistí y entré. La cortinas estaban echadas dejando la habitación en semi penumbra. A la izquierda estaba el armario y el escritorio con una silla. A la derecha la cama y Octavio sobre ella, tumbado sobre su costado y sin tapar. Parecía dormir.

—Os he dicho que me dejéis en paz, por favor —susurró él al sentir una presencia en la habitación.

—Mi hermana me ha pedido que venga —dije sin atrever a acercarme.

Mi marido, del que estaba informalmente separada, abrió los ojos e hizo un esfuerzo por mirarme.

—¿Lucía? Has venido.

Cerró los ojos y vi las lágrimas caer por sus mejillas. De nuevo pensé en todos los problemas por los que debían haber pasado los inventores para meterles todas nuestras debilidades. Sufrimiento y lágrimas. ¿Por qué?

Después recordé las pocas veces que había visto llorar a Octavio. Excepto alguna lágrima suelta con alguna película bonita, no solía llorar. Lo hizo al contarme su historia, cómo había perdido a sus padres en un accidente. Lo hizo cuando un compañero suyo de trabajo fue diagnosticado de cáncer. Y ya está, esas eran las ocasiones. Quizás por eso me removió tanto verlo llorar, encogido en la cama de dolor. Me acerqué hacia él sin poder evitarlo y me senté a su lado.

—No llores —le pedí.

—Lucía... —susurró.

—Me ha dicho mi hermana que no te estás cuidando.

Él no dijo nada y se acercó a mí. Pasó uno de sus brazos por encima de mi cintura y enterró su rostro en mi cadera. Mi mano fue directa a su hombro y le acaricié para consolarle.

—Lo que te dije en el mensaje sigue en pie —le dije para que no se hiciese ilusiones, aunque yo en ese momento no tenía nada claro.

—El mío también —dijo algo más seguro.

Se incorporó y se sentó en la cama. Tenía el pelo rubio despeinado y sus ojos marrones transmitían suma tristeza. Me observó con anhelo.

—Lucía... —Se acercó un poco más a mí—. ¿Puedo abrazarte?

Asentí y me envolvió en sus brazos. Le olí. Era mi hogar, mi seguridad. Solo que también se había convertido en engaño y traición. Ganó lo primero y le devolví el abrazo con fuerza. Mis ojos se empañaron y mojé su camiseta. Le echaba tantísimo de menos que me dolía. Mi pecho iba a estallar de la presión.

Subí mi rostro poco a poco, de la seguridad de su cuello al fuego de sus ojos. No debí hacerlo, pero no lo pude evitar. Lo besé y nuestras lágrimas se juntaron. Primero fue algo dulce, después la chispa se encendió. Esa conexión que teníamos tomó el control y mi lengua jugueteó con la suya.

—Odio necesitarte —le dije y le quité la camiseta con brusquedad.

Lo empujé hacia la cama para que se tumbase y me senté a horcajadas sobre él. Acaricié su torso y me volví a lanzar a su boca, que me dio una bienvenida cálida y húmeda. Noté una dureza en sus pantalones y me rocé contra él, nublada por la necesidad de sentirle.

—¿Puedo tocarte? —me preguntó.

—Sí, por favor —le rogué.

Octavio llevó sus manos bajo mi camiseta, recorrió mi vientre y llegó hasta el sujetador. Primero me acarició por encima de la tela y luego bajó las copas para poder tocarme de forma directa. El calor de sus manos me arrancó un gemido. Me rocé con sensualidad contra su erección. Él desvió una de sus manos hacia mi trasero y apretó con fuerza para atraerme más hacia él.

Me sentí acalorada y me quité la camiseta del uniforme que ponía «Lucía». Me bajé de encima de él y me senté a su lado para poder deshacerme de los pantalones. Él aprovechó el momento para cubrir mis pechos de besos y pequeños mordiscos. Le quité los pantalones y los bóxers negros. Agarré su erección con decisión y le acaricié con ritmo lento al inicio, como a él le gustaba.

Octavio se incorporó, me giró y me tumbó en la cama. La mirada que me echó me hizo sentirme la mujer más deseada del planeta. Llevó su mano a mi humedad y me acarició sin dejar de observarme, disfrutando con los cambios de mi rostro con cada caricia. Mis piernas se intentaron cerrar al llegar cerca del clímax, pero Octavio interpuso su rodilla para mantenerme abierta.

—Entra —le pedí sintiendo que perdía el control.

Sin dejar de acariciarme, se posicionó y acercó su miembro. Tanteó en la entrada y después se enterró con profundidad en mí. Gemimos al unísono y le agarré fuerte del trasero para evitar que se escapase. Querría estar así para siempre. Octavio me besó con pasión y me distrajo lo suficiente para poder embestirme con suavidad, después con más fuerza. Cuanto más se movía, más energía parecía tener.

—Casi estoy —le avisé.

—Lo sé —susurró con una sonrisa traviesa.

Mi vientre se tensó a la par que mis piernas y mi interior apretó su miembro al llegar al orgasmo. Llevé mis manos a su espalda y lo abracé con fuerza, dejando que sintiese mis espasmos de placer.

—Rubio... ¿qué me has hecho?

Nuestras respiraciones fueron recuperando la normalidad. Ese hubiese sido el momento en el que nos decíamos «te quiero», y nos dábamos una ducha juntos. Él no dijo nada y siguió estrechándome entre sus brazos.

Recuperé la cordura. Acababa de volver a acostarme con un robot. Una máquina. Aunque no se sintiese así. O quizás por eso las relaciones sexuales eran tan espectaculares. Quitando algún desastre anterior y alguna relación más bien aburrida, nunca habían sido así. Solo con Octavio. Me deshice del abrazo y me senté en la cama. Busqué mi camiseta.

—Esto ha sido un...

—No lo digas —Octavio corrió a taparme la boca—. Nosotros nunca seremos eso.

—Octavio... no eres real.

—Claro que lo soy —dijo dolido—. ¿Qué más da lo que haya dentro de mi cuerpo, si me amas?

—No da igual.

—Al menos no me has corregido en que me amas —dijo y trató de sonreír.

—Porque debo de ser idiota.

Me vestí a toda velocidad ante la atenta mirada de Octavio, que se puso los bóxers con lentitud. Incluso tras el sexo, verle en calzoncillos volvió a encenderme un poco. «¡Mega-idiota!», me dije a mí misma. Tenía que salir de ahí cuanto antes. Puse la mano en el pomo de la puerta y él me habló:

—Espera. Respóndeme al menos a una pregunta. —Me giré en silencio—. ¿Sigue en pie el mensaje que me mandaste?

—Sí. Considéranos separados.

—El mío también sigue en pie. Te esperaré, Lucía.


✶✶✶✶✶✶

Gael se pasa por la tienda y le deja su teléfono a Lucía, ¿queréis que le llame?

Uy, uy, uy, cayendo en los brazos de Octavio. Aunque quién la puede culpar.

Ya sé que aún estamos conociendo a los chicos, pero en este momento, ¿de qué team sois?

#TeamOctavio

#TeamEsteban

#TeamGael


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