Capítulo 2: Recuerdos de una boda

Octavio dejó de insistir y me quedé un buen rato en el cuarto de baño. Me senté en la alfombra y apoyé mi espalda contra la pared. Mauro aprovechó el momento para sentarse en mi regazo y ronronear. A veces era molesto, y otras increíblemente perceptivo y me daba lo que necesitaba. En esta ocasión fue lo segundo. Estaba hecho una bola sobre mí y me dediqué a acariciar su pelaje naranja con líneas blancas.

—¿Quién es el más guapo? —le pregunté por hábito más que por ganas.

Ronroneó más fuerte y seguí tocándole detrás de la oreja. Podía centrarme todo lo que quisiese en mi gato, eso no iba a cambiar que mi marido era un robot. Después del shock inicial las dudas me avasallaron. ¿Si era un robot tan caro, por qué estaba conmigo? Ni yo ni nadie a mi alrededor nos podíamos permitir el precio, eso seguro. ¿Quizás se habría escapado de las instalaciones? Recordé la cara de la robot de la televisión, incómoda por tener que mostrar sus cables internos. ¿Por qué les habían programado para sufrir? ¿Les habían hecho creer que eran personas? ¿Tenían consciencia?

—Lucía —llamó una voz femenina a la puerta.

—¿Alma? ¿Qué haces aquí?

—Octavio me ha llamado.

Fruncí el ceño tanto que bizqueé un poco. Mi hermana, a la que consideraba mi mejor amiga, estaba en mi casa a instancias de Octavio. Confiaba en ella y pondría mi mano en el fuego por ella. Nunca pensé que podría estar implicada. Me levanté y Mauro se quejó por tener que abandonar el calor de mi regazo. Abrí la puerta del baño.

—¿Pero qué...?

Ahí estaba mi hermana Alma. Llevaba unos pantalones caquis y una camisa blanca. El pelo castaño le caía en ondulaciones perfectas por el lado derecho. Siempre tan elegante. Detrás de ella, nuestros padres, que venían con el uniforme que usábamos en la tienda, azul marino y con su chapa de identificación «Gerente: Ramón» y «Gerente: Mari Loli».

—Sal del baño, hija —me pidió mi madre y extendió una mano hacia a mí.

Asomé la cabeza y escruté el salón.

—Octavio está en la habitación —dijo mi hermana, que sabía leerme la mente.

—Sentémonos —propuso mi padre.

Confundida, obedecí. Traje dos sillas de la cocina y aparté la mesita de delante del salón haciendo Tetris. Mi hermana se sentó en una silla y mi madre en el sofá.

—Yo también en el sofá que esas sillas son muy endebles y no sería la primera vez que me cargo una.

Mi padre se dejó caer en el sofá, que crujió ante su peso.

—Ramón, hoy no te pongo pan para comer —le amenazó mi madre.

—Loli, si ayer fuimos a pasear media hora, eso debe contar para algo.

—¿Queréis dejar de discutir y decirme qué hacéis aquí? ¡¿Os ha contado Octavio que es... un robot?!

Mis padres intercambiaron una mirada culpable. Alma permaneció imperturbable, con sus manos recogidas en el regazo.

—Ya lo sabíamos —dijo Alma.

—¡¿Qué?! —me levanté de la silla de un salto—. ¿Desde cuando?

—Desde el principio.

—¿Desde tu boda?

—Antes.

Paseé por el pequeño espacio que había en el salón e intenté pensar. Octavio y yo nos conocimos en la boda de Alma. Me sentí transportada a ese momento. Por insistencia de mi hermana había intentado ponerme guapa. Llevaba un vestido rosa palo que se suponía que hacía mi piel tostada por el sol destacar más. El peluquero me había hecho un recogido medio desecho por el que había cobrado una buena cantidad. Alma insistió en que estaba guapísima. Al mirarme en el espejo yo solo veía a una mujer que parecía que se acababa de despertar de la siesta. Estábamos discutiendo amistosamente sobre esto cuando apareció un caballero.

—Me temo que en esto su hermana tiene razón —dijo él.

—¿Perdona? —le dije.

—Quiero aportar que parece usted una dama muy bella.

El hombre era un poco más alto que yo pero no demasiado, como a mí me gustaban. Rubio y con una barba de dos días estudiada. Su nariz era recta y los ojos oscuros, intensos. Era descaradamente atractivo. Sentí que me acababan de poner un corsé y no podía respirar.

—Os dejo conoceros —dijo mi hermana y me abandonó a mi suerte.

—¡Alma! —la regañé mientras ella se iba y me guiñaba un ojo.

—¿Qué nombre tiene la dama? —preguntó él.

—No sé, podrías tratarme de tú y ser un poco más normal.

—Entendido —dijo él—. Creí que te gustaría un caballero.

—Sí, bueno, en las novelas. Así en realidad es un poco extraño.

—¿Cómo te llamas?

—Soy Lucía.

—¿Y de parte de qué novia vienes?

—De Alma, la que acabas de ver. Es mi hermana.

—Yo vengo del lado de Melisa, aunque apenas nos conocemos. Yo creo que me han invitado más por pena que otra cosa.

—¿Y eso?

Recuerdo cómo en ese momento sentí compasión por él. Uno de mis puntos débiles. Un hombre fuerte que sea sensible y sufra. No puedo con ello. Necesito protegerlo.

—Bueno... hace poco ha habido cierta tragedia en mi familia. No quiero hablar de ello ahora.

—Claro, lo entiendo —me apresuré a decir—. ¿Te gustan los animales?

Le pregunté la primera cosa que se me ocurrió para cambiarle de tema. Desde entonces nos hicimos inseparables. Era el primer hombre que se había preocupado por mí de esa manera. Al que no le importaban mis pocas habilidades a la hora de manejar una conversación, o que a veces no tenía tacto, o que otras no me apetecía hablar con nadie y me encerraba en mí misma. Respetaba todos mis ritmos y se acoplaba a mí a la perfección. En todos los sentidos.

Nuestra primera noche fue increíble; sucedió tres semanas después de la boda de mi hermana. Habíamos ido a cenar a un restaurante que me gustaba. Comida china y música del mismo estilo. Comimos unos rollitos de primavera y unos tallarines. Me atreví a invitarle a mi apartamento. No hizo ni un solo comentario sobre lo pequeño que era ni la zona en la que estaba. Al contrario, se deshizo en agasajos sobre mi buen gusto decorando. Y entre alabar un cojín y una vela, se lanzó a por mi boca de una forma especial. No un beso de despedida, sino de algo más. Me cogió por la cintura y me estrechó contra él. Pude sentir su dureza y mi respiración se entrecortó.

—Octavio —le susurré.

—¿Te gusta así? —me preguntó e hizo una hilera de besos por mi cuello.

—Sí.

—¿Quieres que vayamos a la cama?

—Sí.

No podía responder otra cosa. Me parecía un sueño que ese hombre estuviese ahí para mí y pareciese derretirse con mi cuerpo. Nunca me había creído especialmente atractiva, pero él me hacía sentirlo. Me hacía sentir sexy. Envalentonada por esto me quité la camiseta y la lancé hacia un rincón con picardía. Él respondió quitándose la camiseta. Unos abdominales perfectos se descubrieron ante mis ojos. Sabía que hacía ejercicio pero no tanto.

—Puedes tocar —me dijo como si leyese mis dudas.

Acaricié sus abdominales que se pusieron duros ante mi contacto. Octavio me recostó en la cama y se puso encima de mí. Recorrió mi cuerpo y fue preguntándome qué me gustaba más. Se adaptaba a lo que yo le pedía y tocaba mis pechos con la mezcla de firmeza y delicadeza que necesitaban. Nunca había estado tan excitada.

—¿Puedo penetrarte? —me preguntó y me pareció la duda más absurda.

—¡Claro!

Él sonrió ante mi respuesta y se puso un preservativo que ni sabía que llevaba. Me dio tiempo a echar un vistazo a su miembro, erecto y buscando mi entrada.

—Octavio... hazlo ya —le rogué y arañé con suavidad su espalda.

Él gimió y se enterró en mí. Con una mano se sostenía para no echar demasiado peso sobre mí y con la otra seguía deleitándose con mi cuerpo. Yo me enganché a su trasero para hacer las penetraciones más profundas. Perdí parte del sentido de lo que estaba haciendo imbuida en una nube de placer. Mi vientre se tensó y poco después estaba en el mejor orgasmo que había tenido jamás. Cuando recuperé la conciencia de dónde estaba me sentí avergonzada. Había sido muy ruidosa y no me había preocupado por él. Ni me había dado cuenta de si él había alcanzado el clímax.

—Perdóname, pero me has dejado fuera de combate. ¿Tú...?

—Ha sido perfecto —me dijo y me besó con suavidad.

Continuamos un rato abrazados, sin que él saliese de mí. Su frente estaba perlada de sudor. Pensar en ese detalle me trajo de vuelta al presente. No estaba en el dormitorio con Octavio después de haber tenido el mejor sexo del universo, estaba en el salón. Mis padres me miraban y mi hermana observaba el cuadro del lago que colgaba encima del sofá.

—¿Los robots sudan? —reflexioné en alto. Casi deseaba que todo fuera una broma elaborada.

—Sí —respondió mi hermana.

—¿Y qué sabes tú de eso?

—Siéntate —me pidió ella.

Bufé y al final consentí. Me senté.

—Será mejor que me contéis todo lo que sepáis.

—Ya sabes que trabajo en una empresa de tecnología —empezó Alma.

—Sí, en Tecnópolis. Desde que saliste de la universidad te tienen ahí fichada.

—Resulta que Tecnópolis es una filial de Robo-People y no me dedico a lo que crees.

—¿Y a qué te dedicas? —le pregunté con tensión.

—A inteligencia artificial. En particular nosotros estamos encargados de la parte de ingeniería. Pronto se hará público todo y podré contarte más de mi trabajo. Lo que sí puedo decirte es que recibimos un correo electrónico hace años con un cuestionario. Era obligatorio y me pareció bastante extraño. Nos preguntaban por asuntos privados, de hábitos, familiares, deseos frustrados. Me contactaron poco después. Tenían interés en ti y tu vida privada.

—¿En mi vida privada? ¿Qué les contaste? —pregunté alterada.

—Sobre todo les interesaba el aspecto romántico... el que no hubieses podido retener a ninguna pareja a pesar de tus esfuerzos.

—¡Si se me da mal qué quieres que haga! —grité saliéndome de mis casillas.

Un mal reflejo emocional me quiso hacer salir corriendo hacia Octavio y abrazarle, porque él se había convertido en mi refugio, en mi hogar. Pero ya no podía serlo. Era un robot y un mentiroso.

—¿Vosotros lo sabíais? —les pregunté a mis padres.

—Hija, yo también era escéptica. Pero después de conocer a Octavio supe que todo iría bien. Y mira qué bien os va.

—¿Y no se os ha ocurrido decírmelo en ningún momento? ¿Y si hubiese sido un psicópata?

—De los dos mil robots que hay... —empezó mi hermana.

—Ninguno ha cometido un crimen, lo sé —dije recordando el programa de televisión.

—Lucía, nunca te he visto más feliz —dijo Alma.

—Feliz en una mentira. Me habéis mentido todos. Tú, tú y tú —les dije y los señalé uno a uno—. Quiero que os vayáis de mi casa.

Nunca imaginé que diría esa frase a mis padres y a mi hermana. Las lágrimas acudieron a mis ojos.

—Y quiero que os llevéis al robot —dije evitando decir su nombre.

Alma se levantó y fue directa al dormitorio. Mis padres tardaron más en levantarse.

—Hija... —intentó mi madre.

—No digas nada.

Mis lágrimas recorrían mi rostro aunque yo no quería. Me hubiese gustado ser más fuerte, más digna, echarles como era debido y no entre sollozos.

—Hoy duermes en mi casa —escuché que decía Alma.

—Lo entiendo —susurró Octavio.

Escuchar su voz grave hizo que el corazón me diese un vuelco. Seguía locamente enamorada de él.

—¡Que os vayáis ya! —grité con el corazón roto en mil pedazos.

Abrí la puerta de mi casa y evité hacer contacto visual con ninguno de ellos. Solo vi sus piernas marcharse. El uniforme de la tienda de mis padres. Los pantalones caquis de mi hermana. Los vaqueros de Octavio. Esos que tantas veces le había quitado juguetona y sonriente. Cerré la puerta y grité de forma desesperada. Seguramente me podían oír desde fuera pero no me podía contener más. Mi vida acababa de romperse. Mi hermana, la que era mi mejor y única amiga, me había traicionado y mentido durante todo este tiempo. Mis padres también. Y mi marido.

De repente olí algo. Me giré y entré en el baño. Un maullido pícaro salió de la caja de arenas. Mauro había vuelto a elegir ese momento para hacer sus necesidades. No me enfadé, sino que me empecé a reír a carcajadas como una descerebrada.

—Mauro, tú y yo contra el mundo.


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Capítulo con muchas revelaciones. ¿Qué os parece lo que ha hecho su hermana Alma? ¿Lo podéis entender?

¿Os gusta Octavio?

¿Y qué me decís del gato Mauro?

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