6. Odiando al pelirrojo... amando al rubio
—No puedo creer que no me deje acercar —se quejaba el pelirrojo con su amigo, que ya no estaba tan divertido—. Es mi hija, maldita sea.
—Relájate Castiel —pedía el albino intentando que Castiel no perdiera la cabeza. Él, enojado, seguro no traería buenos resultados—, ella está muy dolida.
—Pero es mi hija. No me dejaron ni verla de lejos. ¿Cómo pudo hacerme esto? —preguntaba furioso y frustrado el pelirrojo que recién había sido sacado casi a rastras del colegio de Casandra sin poder verla siquiera. Cortesía de cierta morena—. Yo no voy a perder —aseguró—, si quiere jugar sucio voy a enseñarle como es vivir en un chiquero.
* *
Algunos días después Maryere recibió justo lo que no estaba esperando. Llegó Castiel con un asistente social y una carta de un juez de lo familiar donde se reclamaba la custodia temporal de la pequeña para el padre de ella.
—No puedes hacerme esto —dijo Maryere viendo como Castiel se adentraba en su hogar para llevarse las pertenencias de su pequeña.
—Tan puedo que lo hago —explicó ufano uno que se sentía con la victoria en la bolsa.
Maryere no atinaba a qué hacer. Esa situación no se la estaba esperando. Cuando se preguntó si Castiel se atrevería a llevarse a su hija de su lado terminó concluyendo que no lo haría. Pensó que si era cierto que la amaba, como decía, no se atrevería a hacerle más daño. Pero se equivocó.
—Casandra es mi hija —dijo ella.
—También es mía y me cerraste la entrada a su vida —dijo él mostrando a la morena la razón de actuar como lo estaba haciendo.
Quitarle la custodia de su hija no era más que un maldito berrinche por no obtener lo que quería de ella.
—No te la mereces —aseguró Maryere.
Pero Castiel no estaba de acuerdo con ella.
—Eso no es lo que piensa este juez —sonrió burlón.
—Al que seguro le pagaste —argumentó la joven—. Castiel, no puedes llevarte a Casandra.
—Claro que puedo. Ella se quedará conmigo hasta que el juez dicte la custodia permanente, y entonces seguirá conmigo. No voy a perderla.
—Castiel, por favor no —suplicó por última vez la morena que veía a Castiel llevarse una pequeña maleta con las cosas de su hija.
Ese día, Casandra fue recogida en la entrada del colegio por ese que tanto admiraba y que tanto hacía sufrir a la persona que ella más amaba, pero eso no lo sabía aun.
* *
—Tienes que ayudarme, por favor... —pedía la morena casi suplicante al teléfono.
El del otro lado de la línea accedió, después de todo, ella era alguien muy importante para él.
Cuando al fin se reunió con el que la proveería de apoyo legal, ella pudo poner un poco más en claro sus ideas, pero solo un poco, pues no podía dejar de pensar en esa pequeña que hacía dos días no veía.
—Es un idiota egoísta, no puedo aceptar esto —se quejaba Maryere refiriéndose al acuerdo de custodia compartida que Castiel formuló para ellos—, yo no tengo las posibilidades económicas de ir y venir a la ciudad o pagar un hotel por una semana mucho menos, y Casandra no puede estar en una escuela cada semana, ¿por qué no piensa en ella, o en mí?
—Tranquila, Ere —dijo su abogado y amigo—, intenta hablar con él, lo mejor es que lleguen al juicio con un acuerdo. No es bueno que peleen frente a juez.
—No veo forma de arreglar nada con él —informó la morena—, hoy más que nunca quiero matarlo.
—Primero intentemos arreglarlo con palabras, si no resulta, te prometo que encontraré el mejor lugar para esconder un cadáver —bromeó su abogado con ella, logrando que ella sonriera y por un segundo se relajara.
—Eres el mejor, por eso te quiero un montón —dijo la morena abrazándose al cuerpo fornido de Nathaniel.
Continúa...
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