10. Palabras hirientes

¡No me importa si no quiere verme, dígale que salga a dar la puta cara de una buena vez! gritó la morena que era detenida por la recepcionista de la disquera.

—Castiel, mejor dale la cara. Si ella realmente está embarazada esto podría hacerle mucho daño —apelaba Lysandro a la cordura de un pelirrojo que, furioso, no hacía más que dar vueltas en la habitación como león enjaulado.

—A mí no me importa —dijo—, por mí que se mueran los dos. 

Pero eso no era cierto, Castiel sólo estaba dolido, demasiado como para poder verla a la cara sin ponerse a llorar.

Él sabía que estaba actuando cobardemente, pero estaba tan furioso que sólo quería que ella se sintiera tan mal como se sentía él. Quería que esa morena entendiera el dolor por el que le estaba haciendo pasar poniéndolo sobre su piel. 

Pensando eso, fue sorprendido por el portazo que dio ella al adentrarse a la habitación.

—Eres un maldito desgraciado —dijo ella con el rostro empapado en lágrimas—. ¿Custodia completa? —preguntó agitando los papeles en su mano—. ¡Voy a matarte, te lo juro, voy a matarte de dolor. Voy a dejarte sin nada, voy a obtener la custodia de Cassandra y la llevaré tan lejos que no puedas alcanzarla nunca... haré que te odie tanto como yo te odio... te lo juro! —gritó mientras lo veía con la rabia del mundo impresa en sus oscuros ojos.

Pero el enojo no le duró mucho, sobre todo porque era más dolor que furia lo que estaba sintiendo. 

Cuando un poco la euforia pasó, y en ella sólo quedó el dolor, se desplomó ante los ojos dolidos de un pelirrojo que se encontraba un poco en shock.

»¿Por qué me haces esto? —preguntó—, ¿por qué Castiel?... Lo único que yo hice fue amarte... ¿por qué me lastimas así?

—Tú me traicionaste —declaró el hombre dolido.

—¿De qué mierda estás hablando? —preguntó Maryere en serio sin entender lo que él decía. 

Quien había engañado era él, no ella.

—Estás con él... —explicó Castiel.

—No entiendo que es lo que dices —aseguró la azabache hincada en el piso.

—¿Por qué Nathaniel? —preguntó Castiel casi llorando. 

Entonces Maryere entendió lo que el pelirrojo estaba pensando. Y, aunque todo era un malentendido, ella no aclararía nada. Ella, que estaba siendo lastimada de tan cruel manera, no se podría a considerar los sentimientos de quien le hacía sufrir.

—Eso no te importa —dijo dejándole en claro que no le permitiría meterse en su vida.

—Por supuesto que sí —dijo Castiel—, de todo el mundo elegiste apoyarte en quien yo más odiaba... ¿por qué él?

—Dije que no te importa —reiteró Mayere.

—Si lo hace, eso me duele... no quiero que seas de él... no quiero que mi hija sea de él... no quiero que... —hablaba Castiel, pero fue interrumpido por la joven.

—No tenía muchas opciones —explicó ella—, después de saberme embrazada mis padres no me hicieron una fiesta precisamente, me dejaron sola, yo estaba sola y embarazada, él fue el único al que pude recurrir, yo sabía que con él estaría segura, él no te diría nada de mí

—Pues no les entregaré a mi hija para que jueguen a la casita feliz, no con mi hija, usen al bastardo en tu vientre —declaró furioso Castiel, sorprendiendo y enfureciendo a Maryere que, después de darle una bofetada, hizo una promesa. 

—No te dejaré tenerla, arruinaré tu vida —dijo.

Maryere salió de la oficina y Castiel la siguió.

—Mary, sé que estás embarazada, sé que es de él y sé que rehiciste tu vida, pero te amo, no puedes culparme por esto, te quiero conmigo, es mi forma de amarrarte a mí —excusó Castiel demasiado agobiado y muy dolido.

Maryere fingió no escucharle y caminó pretendiendo escapar de ese chico que le dolía. 

Por su parte, Castiel, al verla escapar a las escaleras, la detuvo tomándola de un brazo, pero Maryere no quería saber nada más de él, mucho menos después de lo último que le había hecho.

—No, Castiel —dijo volviendo a darle la cara—, te odio demasiado como para soportar siquiera un minuto más bajo el mismo techo que tú —y, jalándose fuerte, zafó su brazo del agarre que mantenía el pelirrojo sobre ella.

Pero Maryere no contaba con las escaleras detrás de ella y, debido al fuerte jalón, y a un piso desnivelado, el alma se le fue al piso, milésimas de segundo después su cuerpo hizo lo mismo, viendo como su mano se extendía a uno que no la logró detener.


Continúa...



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